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Breves notas sobre el amor en consulta

Por Andrés Felipe Carvajal Castellanos U00105868

Al hablar de la prohibición del vínculo amoroso en la relación terapéutica, cabe aclarar que El Banquete solo da
una muestra de esta situación en la dirección consultante-terapeuta, con lo cual en este escrito me centraré en
abordar aspectos en este caso particular y no en la dirección terapeuta-consultante. Más aún, estas letras se
sostendrán en conjeturas e hipótesis que vienen de mi experiencia con El Banquete y mi concepción del asunto,
con lo cual los posibles argumentos aquí contemplados puede que se hallen hilados sin mayor trabajo analítico.

En la relación terapéutica hay uno en el que se deposita la confianza respecto a virtudes, virtudes que hoy en día
se ponderan respecto a su saber, específicamente aquel que le es divino para el consultante. El terapeuta posee
un don magnífico a los ojos del consultante, esto es, posee las respuestas que le traerán paz a su alma y
permitirán subsanar lo pesado que se le hace esa realidad que lo impulsa a buscar ayuda. En este ir y venir
discursivo, donde una de las partes puede llegar incluso a concebir al otro como su salvador, la gestación de
admiración, y más aún, deseo hacia este, es una posibilidad latente, la cual puede llegar a tornarse en un popurrí
de emociones por parte del consultante hacia el terapeuta, del que busca el saber y el sabio, del que se torna
Alcibíades y el que a Sócrates refleja.

Dicha admiración por parte del consultante va acompañada de malestar al tornarse inalcanzable, más aún,
improbable y, a su vez le genera hastío, el amor no consumado y puro, pasa a transmutar a odio, al considerar
que la cercanía con el terapeuta le da ilusión al consultante de que está cerca de obtenerlo, y al notar la no
correspondencia, se aíra contra el que en su momento elogió, tal vez no a puntos de embriagarse e irrumpir en
un Banquete para soltar toda su queja sobre el otro, tal como hizo Alcibíades, pero sí lo suficiente como para
proliferar en el consultante la duda respecto a su valía, y pasar a creer que tal vez él se constituye como bronce,
y jamás llegará a ser digno del bello oro y sus consecuentes dones, eso que en un inicio le llevó a continuar un
proceso de búsqueda en análisis, esto es, la verdad tras su malestar.

El terapeuta como poseedor de un saber diferente al del consultante y en pro de resaltar la valía del mismo, tiene
como opción prima el no rendirse ante el trueque que le ofrece el consultante, el cual puede estar teniendo
visión limitada de lo que es en sí el terapeuta, o como en muchos casos sucede, fija su mirada en esa máscara
que se pone el otro cada que ejerce su saber, mas no en el sujeto que al igual que él, también es poseedor de
males, y también se constituye mortal. Mortal que está en posición de buscar el mayor beneficio para ese otro,
con lo cual concluyo considerando que la prohibición del vínculo amoroso en la relación terapéutica constituye
un uso burdo del apelar al mal menor, y no es de sorprendernos, puesto que como hemos visto en estas clases, el
amor supone la más dolorosa de las torturas en las criaturas, y esto es precisamente lo que buscamos evitar en
consulta.

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