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Integridad con las

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personas
Hace unos años, mientras Nancy, mi esposa, y yo estábamos en un viaje de
negocios por Europa, celebramos su cumpleaños en Londres. Como regalo,
decidí llevarla a la tienda Escada para comprarle uno o dos vestidos.
Se probó algunas cosas y le gustaban todas. Y mientras estaba en el
probador tratando de decidir cuál se llevaría, le dije al dependiente que lo
envolviera todo. Nancy trató de protestar; se sentía avergonzada por comprar
tantas cosas a la vez, pero insistí. Ambos sabíamos que usaríamos bien la ropa.
Además, lucía fabulosa en todo.
Un par de días después, tomamos el largo vuelo del Aeropuerto Heathrow,
en Londres, al Aeropuerto Internacional de San Francisco. Después de
aterrizar, pasamos a la fila para la inevitable inspección de la aduana. Cuando
nos preguntaron qué teníamos que declarar, le mencionamos la ropa que
compró Nancy y la cantidad que gastamos.
—¿Cómo?—dijo el agente—. ¿Está declarando ropa?
Leyó la cantidad que habíamos escrito y dijo:
—¡Tiene que estar bromeando!
Es cierto que habíamos gastado bastante dinero en ella, pero no creímos
que fuera tan importante.
—¿De qué está hecha la ropa?—preguntó.
Pareció una pregunta extraña.
—De un montón de cosas diferentes—respondió Nancy—. Lana, algodón,
seda. Todo es diferente. Hay vestidos, abrigos, blusas, zapatos, correas,
accesorios. ¿Por qué?
—Cada tela tiene un impuesto diferente—dijo él—. Tengo que llamar a mi
supervisor. Ni siquiera sé cuáles son las tarifas. Nadie declara ropa.
Estaba frustrado.
—Vamos, saque todo y organícelo según el material.
Al abrir nuestras maletas, se marchó; podíamos oírlo decirle a un
compañero de trabajo: «Bobby, no vas a creer esto …»
Debió tomarnos unos cuarenta y cinco minutos organizarlo todo y calcular
cuánto gastamos en cada artículo. La tarifa resultó ser bastante alta, como dos
mil dólares. Mientras metíamos todo en nuestras valijas, el agente dijo:
—¿Sabe? Creo que lo conozco. ¿Usted es Jim Dornan?
—Sí—respondí—. Lo siento, ¿pero nos conocemos?
No lo reconocía.
—No—dijo—. Pero tengo un amigo que está en su organización. Network
21 [Red 21], ¿cierto?
—Así es—dije.
—He visto su foto anteriormente. ¿Sabe?—me dijo el agente—, mi amigo
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me ha dicho que me beneficiaría uniéndome a su organización. Pero realmente
no he escuchado. Ahora creo que debo reconsiderarlo. Después de todo puede
estar en lo correcto. Verá, la mayoría de las personas que veo todos los días
tratan de pasar todo tipo de cosas a través de la aduana sin pagar impuesto,
hasta cosas que ni siquiera deberían intentar. Pero ustedes, están declarando
cosas que pudieron haber pasado sin problema alguno. ¡Realmente pudieron
haberse ahorrado una buena cantidad de dinero!
—Eso podrá ser cierto—respondió Nancy—, pero prefiero gastar el dinero
en la aduana más que invertir en no tener una conciencia limpia.
Ese día, mientras estábamos parados en la fila, ni siquiera se nos ocurrió
que alguien pudiera conocernos. Si nuestra intención hubiera sido intentar
alguna treta para pasar las cosas, jamás habríamos sospechado que seríamos
reconocidos. Nos creímos anónimos. Y pienso que eso es lo que muchas
personas piensan al hacer artimañas en la vida. «¿Quién va a enterarse?» se
dicen. Pero la verdad es que otras personas saben. Su cónyuge, niños,
amistades, y socios de negocios saben. Y más importante aún, aunque cubra
sus huellas muy bien, y ellos no sepan en lo que anda, ¡usted lo sabe! Y no
desea entregar o vender su integridad a ningún precio.
La experiencia de Jim con el agente aduanal es solo un pequeño ejemplo de cómo las
personas piensan hoy en cuanto a la integridad. Es triste decirlo, ya no parece ser la norma,
y cuando se enfrentan a un ejemplo de honestidad en acción, muchas personas parecen
asombrarse. La decencia común ya no es usual.

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