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D an ie l A t t ala
La Biblia es sin duda el texto al que Borges alude con mayor frecuencia.
Rara vez la crítica se abstuvo de notarlo, y de advertir incluso sobre la
importancia que tendría ese hecho, que aunque meramente estadístico,
autoriza a suponer un sentido profundo. Algún que otro aspecto de ello
ha sido estudiado por la crítica. Pero la ley, por decirlo así, que sugiere
la presencia de ese texto de textos en la obra en su conjunto, apenas si
empieza a ser buscada. Las inexistentes quinientas páginas de La Biblia
en Borges: estudio y concordancias, de Carlos Monsiváis, sugieren que
tal libro es deseable además de verosímil, es decir, que materia habría
para que Monsiváis o cualquier otro lo hubiera escrito. Por ahora, sin
embargo, no es más que una ficción, al estilo de las de Borges, forjada
por el mexicano José Emilio Pacheco1. Y el hecho es, en suma, que
una imagen de conjunto de los usos de la Biblia en Borges está lejos de
haber sido alcanzada. Causa de ello es, por un lado, la costumbre (sana
en la mayoría de los casos) de entretenerse la crítica en el estudio
de casos aislados. Es lógico que así sea en tanto y en cuanto se trate
el asunto de manera lateral; son infinitos los artículos, capítulos y notas
marginales dedicados a la reelaboración literaria ocasional, en la obra
de Borges, de tópicos bíblicos puntuales —Adán, Caín y Abel, Ju-
das, tal sentencia de Job o de los Evangelios—. Lo es menos pensar que
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Los textos de Borges sugieren que para él, una cosa debía ser la
teología cristiana y otra muy distinta el Nuevo Testamento. Mientras
que este se encuentra por varias razones en la esfera del judaísmo,
aquella, que jamás se presenta especialmente vinculada con el Nuevo
Testamento, ya debía, según Borges, pertenecer a otra esfera cultural,
llámese grecorromana, medieval o moderna, o si se prefiere, Occidente,
ya que la Biblia entera arraiga desde su punto de vista en el terreno,
no por vago menos determinado, que él denomina oriental. Confundir
ambos es lo que autoriza a Rabi a identificar lo judío borgeano con
la religión de Israel y con la mística judías, con exclusión, pues, de lo
bíblico cristiano. Desde esa perspectiva, la Biblia se limita como mucho
al Antiguo Testamento y tan solo en lo que hace a la lógica del ensam-
blaje textual ya esta limitación arbitraria puede, si no inducir a errores
graves, obliterar una dimensión importante del rol que juega la Biblia
en esta obra: no solo el Nuevo Testamento, sino también el principio
que rige su articulación con el Antiguo en la Biblia, es decir, el tipo o
figura, con su estructura de anuncio o prefiguración y cumplimiento, de
anti-tipo y tipo, tan característica sobre todo de la exégesis cristiana y a
la que Borges alude en forma explícita y a veces en relación con la más
cristiana de las figuras, la que según san Pablo enlaza a Cristo con Adán
y aun con cada uno de nosotros6. No solo rara vez Borges menciona la
Torá, sino que a veces ni siquiera lo hace cuando se ocupa de lo que
algunos críticos parecen considerar la quintaesencia del judaísmo en
del Nuevo Testamento a ese concepto. En el resto del artículo, sin embargo, se olvida
por completo de la importante salvedad y se acomoda a la tradición. En un artículo
reciente, Aizenberg (2015) ha matizado su inicial identificación entre cábala y judaísmo;
la de Borges sería, indica además, una suerte de cábala cristiana.
6. La asociación paulina entre Adán y Jesús aparece en «La forma de la espada»
(Ficciones); en «La creación y P. H. Gose» y «El ‘biathanatos’» (Nuevas Inquisiciones);
en «El instante» (El otro, el mismo); y en «James Joyce» e «Israel» (Elogio de la som-
bra). Un estudio sobre la noción exegética de figura en Borges no carecería de interés,
en especial sobre el parentesco que puede existir entre ella y los usos de la simetría, la
repetición y el anacronismo en sus textos. Cada una de las páginas de su autoría contiene
elementos que se le pueden relacionar, como estos versos de su primer poemario: «que
todo inmediato paso nuestro / camina sobre Gólgotas» (OC I: 21). No basta el platonis-
mo —recurso ordinario de la crítica— para dar cuenta de todos estos juegos. Aunque sin
establecer el vínculo con la Biblia, Michel Lafon la encontraba, a esta estructura bíblica de
anuncio y cumplimiento, sutilmente inscrita entre la obertura de la edición definitiva de
Ficciones y su cierre, esto es entre «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» y «El Sur»: este relato,
escribió Lafon, hace o cumple lo que aquel dice o predice (2010: 23). Podríamos ir,
todavía, más lejos: «Tlön» es algo así como el Génesis (pero no tanto porque narre la
creación de un mundo cuanto, sobre todo, la caída de sus demiurgos que han querido
igualarse a Dios) allí donde «El sur» no es otra cosa que la Pasión o muerte del héroe.
Sobre «Tlön» y la Biblia, ver Borges y Carrizo (1983: 222).
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que mezclaran lo sagrado con lo profano, acaso con el objetivo de realzar, sublimar
o aquilatar la palabra poética, así sea por antífrasis como en aquellos Salmos rojos de
Borges. Tal el caso de «Antífona roja», poema de Almafuerte de hacia 1890, Prosas pro-
fanas de Rubén Darío (1896), Misal rojo de Lugones (proyecto de hacia 1896), Mi-
sas herejes de Carriego (1906), Iniciales del misal de B. Fernández Moreno (1915), y
otros. A la hora de apreciar en este punto la influencia de Cansinos, no se debe pasar por
alto que desde niño, Borges apreciaba la poesía de Almafuerte (hasta confesar haberla re-
citado —probablemente en su adolescencia— a orillas del Ródano); poeta de inspiración
bíblica, en un poema que Borges coloca en primer lugar entre los tres o poco más que
de Almafuerte según él se salvarían («Confiteor Deo»; ver Borges y Ferrari 2005: 146),
daba por modelo de sus versos los del salterio. En Almafuerte hay algo que también está
en la poesía del joven Borges y que no existe en los salmos más bien erótico-modernistas
de Cansinos: cierto espíritu apocalíptico, no erótico, pues, sino patético, a veces político
y colectivo. Almafuerte, Whitman, la vanguardia expresionista alemana, son tal vez más
importantes en la génesis del salmo borgeano de los años veinte («Himno del mar»,
«La llama», «Trinchera», «Rusia», etc., TR I) que el español Cansinos Assens. En
cuanto a «rojo», una lectura de «La llama» (TR I: 36) muestra que podría también,
en filigrana, aludir a Cristo; cf. Cajero 2006: 163. Más tarde, entre al menos 1924
y 1925, hubo como se dijo otro proyecto de poemario con el nombre Salmos que nunca
se publicó o que devino Luna de enfrente, que incluye, de hecho, tres poemas reunidos
bajo el nombre genérico de Salmos y que tienen, estos sí, mucho del estilo —«reposado
y ondulante», de «ritmo suntuoso» y «largos períodos» (García 2000: 77)— del maestro
sevillano: «Jactancia de quietud», «Singladura» y «A Rafael Cansinos Assens»; cf. Gar-
cía 2000. Sobre Almafuerte y la Biblia, ver Attala (2014).
10. La «insistencia generosa» de los Salmos (I: 18) puede aludir al paralelismo en la
poesía bíblica. Sobre los Salmos y Whitman, cf. Borges y Carrizo 1983: 42.
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11. Es interesante citar in extenso una nota donde Carlos García (2001: 23) pone
en contexto el interés de Borges por el tema de su título: «El número siguiente [de la
revista Die Aktion], 23/24, del 12/06/1920, debe haber sido más del gusto de Borges, ya
que trajo, bajo la rúbrica ‘Passion’, siete poemas de Wilhelm Klemm [...], todos relacio-
nados con la pasión de Jesús, y que pueden haber contribuido a desarrollar en Borges
el interés que lo conducirá (hacia noviembre de 1920) a escribir el poema ‘Judería’ y a
comenzar el perdido ‘Crucifixión’. Véase, por lo demás, el grabado de Wach de igual tí-
tulo (‘Kreuzigung’), en la portada de Aktion X 13/14, 3-IV-20. Ya Der Sturm [otra revista
alemana], X 11, feb. 1920, traía en la portada un dibujo de Marc Chagall representando
una crucifixión [...]. El tema era casi omnipresente por estas fechas; en 1920, Lothar
Schreyer publicará ‘Kreuzigung’ en Der Sturm X, 66-68». También en la Vanguardia
francesa la guerra hizo surgir a primer plano la imagen de la cruz; para la de la catedral
como un avión y la de ambos como evocación de la cruz («Catedral» y «Gesta maxima-
lista»), Borges pudo inspirarse en Apollinaire (o en Huidobro); cf. Costa (1990).
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13. Ver también «Del culto de los libros» (OC II: 91), «El libro» (OC IV: 165) y aun
«El libro» (TR III: 220). Muy diferente del libro sagrado es según Borges el clásico: a dife-
rencia del Homero de Horacio, el Espíritu Santo no puede dormir. Para la tradición greco-
latina, el libro sería un sucedáneo de la palabra oral, no una realidad sustancial ni sagrada.
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Nuestra idea, pues, del libro proviene según Borges de las, así lla-
madas, religiones (orientales) del Libro: judaísmo, cristianismo, islam.
Si juzgamos que el principio constructivo de la Biblia es el despliegue de
una historia según cierto orden preestablecido regido por el principio
de la figura o tipo y en el que cada detalle exige y, por lo tanto, posee
una razón de ser en el conjunto, aunque esa razón sea un misterio y, por
lo tanto, esté destinada a quedar abierta para siempre a las interpreta-
ciones (lo que equivale a decir que queda cerrada para siempre); o si
juzgamos, de manera más abstracta, que aquel principio constructivo
es la cita, la reiteración, la paráfrasis, la variación, la versión y la per-
versión, en fin, y para decirlo de un modo abusivamente científico, eso
que los informáticos o que Gérard Genette —discípulo en esto, según
él mismo lo declara, del propio Borges— llaman hipertexto, entonces
diremos que Borges construyó su obra a imagen de ese «viejo libro
mágico» (OC II: 384). Sería la puesta en escena de un número bastante
reducido de elementos (algunos de ellos, y no los menos prominentes,
sacados, para rizar el rizo, de la misma Biblia, o emparentados de
manera más o menos clara con ella), variados y reescritos de manera
de introducir en el lector la sospecha de que incluso las mayores baga-
telas —y sobre todo las mayores bagatelas— prometen (o amenazan)
con ser portadoras de un sentido decisivo que es necesario descifrar:
«Un libro impenetrable a la contingencia, un mecanismo de infinitos
propósitos, de variaciones infalibles, de revelaciones que acechan, de
superposiciones de luz, ¿cómo no interrogarlo hasta lo absurdo, hasta
lo prolijo numérico, según hizo la Cábala?» (OC I: 212). Tal el modelo
de Borges, la poética que muy justamente Pablo Ruiz llama, siguiendo
al propio Borges, «del azar cero»14.
Es así que algunos de sus cuentos están hechos para producir, en
un punto dado, a veces incluso en virtud de una futilidad, ese vuelco
radical del sentido característico del género policial (que interesó tanto
a Borges) y que adquiere en su obra una (apariencia de) profundidad
vertiginosa, en el sentido de dejar entender que esa epifanía es falsa y
podría dar lugar a otra y a otra más con tal de que la atención se des-
plazara apenas hacia otro detalle. Basta para mostrarlo la lectura de
14. Pablo Ruiz (2002: 208) escribe: «Borges, podríamos decir con cierta tolerancia
por la hipérbole, se pasó la vida escribiendo la Biblia, es decir, escribiendo textos que en-
gendraran un lector equivalente al lector engendrado por la Biblia; textos que toleraran y
hasta exigieran ser sometidos a esa lectura excesiva, abrumadora y peligrosa, y que incor-
poraran además el carácter premeditado de la trama y los procedimientos que incitaran la
lectura incrédula y suspicaz inventada por el género policial; textos que tuvieran por ideal
inalcanzable y modelador la aspiración al azar cero. Dicho de otro modo, Borges se pasó
la vida inventando a su lector, el gran personaje de su literatura, su gólem, nosotros».
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15. Lida (1952: 56) vio en los rombos de «La muerte y la brújula» el «detalle su-
perfluo y decorativo» con que el asesino rubrica su trampa; vistos en la perspectiva de
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con las barbas, cabellos y ropas grises (y hasta ojos y pieles grises) de
algunos personajes misteriosos que pueblan ficciones y poemas; con
los objetos de hierro (camas, rejas, persianas), o con forma circular o
redondeada; con el color rojo; con el número nueve o con el número
catorce; o con algunas frases que se repiten enteras o con mínimas
o máximas variaciones entre página y página, a veces con diferencia
de décadas entre una y otra reaparición. Ejemplo entre muchos de
esto último, la afirmación de que si «la atención del Señor se desviara
un solo segundo de mi derecha mano que escribe, esta recaería en la
nada, como si la fulminara un fuego sin luz». La frase aparece idénti-
ca en «Historia de la eternidad» del libro homónimo, en «Deutsches
réquiem» (El Aleph), y, menos reconocible, en el cuento que sigue, «La
búsqueda de Averroes». E igualmente esta otra: «Los muchos años lo
habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generacio-
nes de los hombres a una sentencia», que aparece en «El sur» y en «El
hombre en el umbral» (El Aleph). Algunos personajes, por último,
pueden trascender un texto para reaparecer en otros; es el caso del
viejo harapiento acurrucado en el suelo al que se aplica la frase de
«El sur» y de «El hombre en el umbral» que se acaba de transcribir; es
así mismo el caso de Juan Muraña, que aparece en Evaristo Carriego,
resurge en algún poema (de El hacedor y de La Cifra) y vive todavía en
algún cuento (de El informe de Brodie); así, también, y emparentado
con Muraña, el caso de Rosendo Juárez, que pasa de «Hombre de la
esquina rosada» (1935) a «Historia de Rosendo Juárez» (1970), am-
bos a su vez reescritura de un cuento que había sido escrito más de
una vez («Leyenda policial», de 1927, «Hombres pelearon», del año
siguiente, etc.), cuentos todos que ya de por sí admiten, por último,
una lectura en clave de remedo evangélico (Tedio 2000a y b).
Un efecto de la importancia que tiene para Borges la idea de Libro
—así como una prueba lateral de ella— es el rol central de ciertas me-
táforas o símbolos en sus ficciones: la enciclopedia en «Tlön», el libro
laberíntico de «El jardín de los senderos que se bifurcan», la biblioteca
en «La biblioteca de Babel», la piel del jaguar en «La escritura del dios»,
la obra, parecen el «detalle superfluo y decorativo» con que el autor —ficticio dios
de sus escrituras— rubrica la suya. Similares rombos aparecen en la traducción de un
cuento de Agatha Christie, «The sign in the Sky» (The Mysteriours Mr Quin, 1930), in-
cluida en la antología de Borges y Bioy Casares Los mejores cuentos policiales (1943):
«La señal en el cielo». La palabra rombo no aparece en el original inglés. Alicia Ju-
rado (1964: 29) anota un posible origen autobiográfico de los rombos. Balderston
(1985: 165) señala que este aspecto del estilo de Borges también caracteriza la obra de
uno de sus autores favoritos, gran lector de la Biblia por lo demás, R. L. Stevenson (un
«estilo de ecos», según Alfonso Reyes).
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16. Se dijo que un obstáculo para nuestro estudio es la escasez de ediciones críticas;
hasta hace poco, «El Aleph» era el único que había recibido, aunque parcial, ese trata-
miento. Gracias a ello sabemos muchas cosas útiles: 1) Borges anota en el manuscrito en
cuestión referencias a Cosmas, monje egipcio del siglo vi, autor de un libro —Topografía
cristiana— cuya ambición es describir el mundo y demostrar, Biblia en mano, que no
es redondo como quería Ptolomeo, sino rectangular; 2) Borges leyó también (lo dice
en otro relato del Aleph, «Los teólogos») que Cosmas encontraba la prueba de ello en la
forma que Moisés, conforme al mandato de Dios, diera al tabernáculo; 3) atavismo de ese
antecedente podría ser la alusión, en «El Aleph», al «baúl que era un mundo»; 4) antes
de llamarse Aleph y de ser redondo, es decir, en una versión anterior del cuento, el
objeto mágico era rectangular y se llamaba «Mihrab», nicho de esa misma forma,
a menudo rematado con una media esfera, que indica la dirección de La Meca en las
mezquitas. Es interesante la sugestión de los editores: a Borges le habría ocurrido primero
la idea de un Aleph rectangular porque es la forma del libro. También es interesante saber
que antes de dar al famoso punto el nombre de la primera letra del alfabeto hebreo, hecho
de importancia capital para los estudiosos de la cábala en Borges, este había pensado
darle uno de tradición islámica.
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17. Hay quien interpreta que la pertinencia de la cita bíblica en este cuento tiene
otra cara; que el sargento Cruz, al ponerse del lado de Fierro, su perseguido, revive
el camino de Damasco (Tedio 2010a).
18. En Borges-Carrizo (1983: 252), Borges parece reconocer que esta forma
de la frase de 1 Cor 9, 22 es producto de su propia traducción del inglés, que es la
que recuerda: I have been all things to all men. Ni la forma castellana ni, sin embargo,
la inglesa, se encuentra en ninguna de las versiones más conocidas. La King James
reza: I am made all things to all men; la Vulgata: Omnibus omnia factus sum, ut omnes
facerem salvos; la de Cipriano de Valera la hemos citado en el texto. Véase también «El
inmortal» (OC I: 533).
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V. OTROS ASPECTOS
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