recursos, que desesperado se comprometió a sacrificar la cantidad de cien bueyes a los dioses, si estos le ayudaban a curarse completamente. Los dioses, a los que siempre les gusta probar a los mortales, decidieron ayudarle y comprobar si era cierto lo que el hombre decía. Recuperado por completo de sus dolencias y al no tener los animales, ni el suficiente dinero para darles la ofrenda prometida a sus benefactores, fabricó cien bueyes de sebo y los llevó al templo para que fueran sacrificados. -Oh Dioses, aquí tenéis lo que os había prometido. Al verse engañados, trazaron un plan para darle una buena lección a este hombre tan embustero. Mientras dormía, se introdujeron en uno de sus sueños, mostrándole una gran bolsa con mil monedas de plata en una playa cercana. Extasiado ante esa enorme fortuna, se despertó inmediatamente, dirigiéndose todo lo rápido que pudo hasta la playa. Allí, no solo no encontró ninguna bolsa, sino que además fue capturado por unos piratas, que lo vendieron como esclavo en la ciudad más cercana, obteniendo por su venta mil monedas de plata. La invasión de los clones. Suena el despertador. Antonio abre los ojos. Siente su cuerpo acomodado en la cama. Sigue tronando el despertador. Antonio no parece reaccionar a pesar de lo desagradable del sonido. Cuando a veces su novia Carmen le recrimina por la decisión de elegir ese sonido de alarma tan espantoso, él se defiende argumentando que si programara un sonido agradable no se despertaría y llegaría tarde todos los días a la oficina. Antonio tiene sus manías. Por cierto, Antonio tiene 39 años, y trabaja como gerente en una gran empresa de consultoría estratégica. Tiene un equipo de 5 consultores a su cargo que se encargan de ejecutar los proyectos, bajo su supervisión. Y por encima, su jefe, el director del departamento de tecnologías de información. Por fin Antonio se decide a alargar el brazo y apaga su despertador. Afortunadamente, Carmen ya está levantada y duchándose. De lo contrario le hubiera gritado para que lo apagara de inmediato. Antonio se incorpora y se queda sentado en la cama. Eleva su mirada y, sorprendentemente, se ve a sí mismo de pie, en el otro extremo de la habitación. Está confundido. El hombre que sabía demasiado. Fabián era una auténtica wikipedia humana. Era un hombre sabio, con unos conocimientos inmensos sobre historia, filosofía, política, sociología, física, psicología, matemáticas, ingeniería e incluso de literatura. También sabía sobre arte, y conocía igual la pintura de Picasso que la de Gauguin, Velázquez o Miguel Angel. Su memoria era prodigiosa e inexplicable. Su mente privilegiada era capaz de retener miles de millones de datos, con una precisión matemática, como si una enciclopedia andante se tratara. De niño siempre le fascinó estudiar. Al contrario que la mayoría de sus compañeros en el colegio, le gustaba memorizar, aprender y retener información. Evidentemente, sus notas eran extraordinarias, y siempre era calificado como un superdotado, aunque también como un niño raro. En su familia, era su padre quien le había inculcado el interés por el conocimiento. Profesor de física en la Universidad, defendía la importancia del conocimiento por encima de cualquier aspecto de la vida. Leía varios periódicos al día, y devoraba libros de todo tipo, libros que acumulaba en su gigantesca y abarrotada biblioteca del salón. En realidad había libros por todas partes, en todas las habitaciones de la casa, convirtiéndose en omnipresentes. Amnesia. -Buenos días –saludó sonriente José Carlos a su esposa Sara, al entrar en la amplia cocina de la casa. José Carlos era un hombre atractivo, de gran estatura y delgado, aún con una buena mata de pelo blanco, nariz aguileña y mirada astuta, siempre alerta. Lucía una barba bien cuidada que le daba un toque moderno. Se mantenía en forma pese a sus sesenta y cuatro años ya que jugaba habitualmente al tenis y al golf con sus amigos y clientes. José Carlos era un emprendedor de toda la vida. Comenzó con una pequeña zapatería cuando tenía veinticinco años, siguiendo la tradición familiar, y desde entonces había hecho crecer el pequeño negocio para convertirlo en una gran franquicia de zapaterías que se situaban a lo largo y ancho de España y Latinoamérica. Había sido también pionero en Internet, ya que fue de los primeros empresarios de zapaterías en abrir su tienda on line, hacía unos años. - Hola…Te veo muy sonriente –contestó sorprendida Sara, su esposa, que estaba leyendo una revista mientras desayunaba plácidamente una tostada. Sara era una mujer pequeña pero proporcionada, y aún conservaba a sus sesenta años su belleza elegante, tan sólo oculta bajo numerosas arrugas. Sara había envejecido bien, a pesar de no haber pasado nunca por el quirófano. - Claro. ¿Y por qué no voy a estarlo? He dormido estupendamente y tengo un hambre voraz –dijo José Carlos mientras buscaba una taza en uno de los armarios.