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Popper, K. (1967). Conjetura y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico.

Barcelona, España:
Paidós.Pp. 53-54 K.Popper 29/3

Quiero plantear una última cuestión.


Si la buscamos, a menudo podremos hallar una idea verdadera, digna de ser conservada, en una teoría
filosófica que debemos rechazar como falsa. ¿Podemos encontrar una idea de este género en alguna
de las teorías que postulan la existencia de fuentes últimas del conocimiento?

Creo que podemos hallar tal idea. Sugiero que es una de las dos principales ideas que subyacen en la
doctrina según la cual la fuente de todo nuestro conocimiento es sobrenatural. La primera de esas
ideas es falsa, creo, pero la segunda es verdadera.

La primera, la idea falsa, es que debemos justificar nuestro conoci- miento, o nuestras teorías,
mediante razones positivas, es decir, median- te razones capaces de verificarlas, o al menos de
hacerlas sumamente probables; en todo caso, mediante razones mejores que la simple razón de que
hasta ahora han resistido la crítica. Esta idea implica, creo, que debemos apelar a alguna fuente última
o autorizada de verdadero conocimiento, lo cual deja en suspenso el carácter de esa autoridad, sea
humana —como la observación y la razón— o sobrehumana (y, por lo tanto, sobrenatural).

La segunda idea —cuya vital importancia ha sido destacada por Russell— es que ninguna autoridad
humana puede establecer la verdad por decreto, que debemos someternos a la verdad y que la verdad
está por encima de la autoridad humana.

Tomadas juntas esas dos ideas conducen casi inmediatamente a la conclusión de que las fuentes de
las cuales deriva nuestro conocimiento deben ser sobrehumanas, conclusión que tiende a estimular la
autosuficiencia y el uso de la fuerza contra los que se niegan a ver la verdad divina.

Algunos que rechazan, con razón, esta conclusión no rechazan, por desgracia, la primera idea, la
creencia en la existencia de fuentes últi- mas del conocimiento. En cambio, rechazan la segunda idea,
la tesis de que la verdad está por encima de toda autoridad humana, con lo cual hacen jjeligrar la idea
de la objetividad del conocimiento y de los patrones comunes de la crítica y la racionalidad.

Sugiero que lo que debemos hacer es abandonar la idea de las fuentes últimas del conocimiento y
admitir que todo conocimiento es huma- no; que está mezclado con nuestros errores, nuestros
prejuicios, nuestros sueños y nuestras esperanzas; que todo lo que podemos hacer e^ buscar a tientas
la verdad, aunque esté más allá de nuestro alcance.

Podemos admitir que nuestro tanteo a menudo está inspirado, |}cro debemos precavernos contra la
creencia, por profundamente arraigada que esté, de que nuestra inspiración supone alguna autoridad,
divina o de cualquier otro tipo. Si admitimos que no hay autoridad alguna —en todo el ámbito de
nuestro conocimiento y por lejos que pueda penetrar éste en lo desconocido— que se encuentre más
allá de la crítica, entonces podemos conservar sin peligro la idea de que la verdad está por encima de
toda autoridad humana. Y debemos, conservarla, ])ucs sin esta idea no puede haber patrones objetivos
de la investiga- ción, ni crítica de nuestras conjeturas, ni tanteos en lo desconocido, ni búsqueda del
conocimiento

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