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Filosofía de Ministerio: Disciplina Bíblica en la Iglesia Local

Disciplina eclesiástica practicada en un espíritu de amor y humildad con


convicción y firmeza es una verdad bíblica, y la iglesia tiene el privilegio y
obligación de ejercerla.

El proceso de disciplina se encuentra en Mateo 18, donde se ven cuatro pasos


de restauración de un hermano que ha caído en pecado. El enfoque y sentir del
proceso siempre debe de ser la restauración del hermano. La gran mayoría de
los casos en la iglesia se resuelven después del primer paso: el hablar a solas
con el hermano que le ha ofendido a alguien. Los conceptos de perdón y gracia
deben gobernar entre los miembros del cuerpo de Cristo.

Sin embargo, se tiene que reconocer que se presentan situaciones en que la


respuesta del miembro de la iglesia no es muy agradable o positiva, y no
muestra una actitud cristiana de perdón o humildad después de los primeros tres
pasos. Su rencor y soberbia es un cáncer que se tiene que eliminar. La Biblia
nos informa también que a veces hay lobos vestidos como ovejas que enseñan
doctrinas falsas.

En estos casos, en la misma "espíritu de mansedumbre" de Gálatas 6, disciplina


bíblica será aplicado por los líderes de la iglesia, y el asistente o miembro saldrá
de la iglesia. La disciplina será en una forma pública.

Otro pasaje quizás menos conocido que habla de la disciplina bíblica es Tito
3:10-11. Dice así: "Al hombre que cause divisiones, después de una y otra
amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está
condenado por su propio juicio." La Biblia reconoce que ha gente muy conflictiva
que asiste la iglesia o entra la iglesia de afuera y causa divisiones. Pablo exhorta
a Tito que le avisa a la persona conflictiva una o dos veces, y si no responde
bien, se le pide que se aparte de la congregación.

No existe una lista específica de pecados que merecen la disciplina bíblica.


Cualquier pecado que persiste manifestándose en una forma constante sin
evidencia de arrepentimiento de parte del creyente puede ser el ímpetu para
iniciar el proceso, pero especialmente pecados que dañan el testimonio del
cuerpo en sí.

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