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Modulo 1 actividad 3.

Agni Otto Garcia Garcia

Grupo 4

BIBLIOTECA TÍTULO AUTOR

http://www.elaleph.com/libros_buscar.cfm? Siglo XXI: Aparicio


style=Biblioteca La Física Sánchez,
que nos Rafael
espera
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes De la educación Sarmiento,
popular Domingo
Faustino
http://www.ciberoteca.com/search/results.asp Acceso Sebastian
democrático a Lara
las TIC

Bien pues aquí les dejo mis técnicas de estudio favoritas y que creo me pueden
ayudar durante el Diplomado.

Mapas mentales.- Me considero una persona con aprendizaje visual, me


gustan los esquemas mucho, será por mi formación como ingeniero, utilizo
mucho el papel y el lápiz para plasmar mis ideas en dibujos y diagramas de
flujo.

Subrayado.- Esta técnica también la empleo mucho, se me facilita


encontrar algunas ideas y subrayarlas para utilizarlas después en la
construcción de un mapa mental por ejemplo.

Resumen.- Para efecto de entregar los trabajos después de una lectura


solicitada por nuestro e-formador, la mejor técnica es la de sintetizar los textos
leídos, y pues una manera de hacerlo es después de utilizar la técnica de
subrayado.
AGENDA DE ACTIVIDADES PARA EL DIPLOMADO

ACTIVIDADES
DIA Y FECHA
8:00 – 9:00 14:00 – 15:30 21:00 – 22:00 22:00 – 22:30
Revisión de correos
Revisión y Envío Breve vista a las
electrónicos y Realización de los
Lunes de trabajos al e- actividades del día
foros. Checar la trabajos del día.
formador siguiente
agenda del día
Revisión de correos
Revisión y Envío Breve vista a las
electrónicos y Realización de los
Martes de trabajos al e- actividades del día
foros. Checar la trabajos del día.
formador siguiente
agenda del día
Revisión de correos
Revisión y Envío Breve vista a las
electrónicos y Realización de los
Miércoles de trabajos al e- actividades del día
foros. Checar la trabajos del día.
formador siguiente
agenda del día
Revisión de correos
Revisión y Envío Breve vista a las
electrónicos y Realización de los
Jueves de trabajos al e- actividades del día
foros. Checar la trabajos del día.
formador siguiente
agenda del día
Revisión de correos
Revisión y Envio Breve vista a las
electrónicos y Realización de los
Viernes de trabajos al e- actividades del día
foros. Checar la trabajos del día.
formador siguiente
agenda del día

Sábado Revisar los foros

Lecturas
Domingo
recomendadas
El sentido de la alfabetización tecnológica.

Escribe: Hugo M. Castellano

TECNICA SUBRAYADO.

El latiguillo sale de la boca del político con la rapidez de una serpiente


atacando entre la hierba, y se nos antoja igualmente preciso y mortal: "los que
egresen del sistema educativo de hoy sin la preparación adecuada, serán
analfabetos tecnológicos en el mundo del futuro". Quienes inspiraron esta frase
acuñaron una variante todavía más ponzoñosa, que nos pone de frente con el
verdadero sentido oculto de la afirmación al sustituir "analfabetos" por
indigentes. Los pobres del futuro lo serán de conocimiento tecnológico; no de
dinero, ni de bienes, ni de cultura, sino de aquello que habrá de permitirles -o
no- acceder a todas esas cosas. Y cuando un político dice esto, los maestros y
los profesores tiemblan ante el dedo acusador que los señala como directos
responsables de todos los males futuros, si no cumplen con su deber.

Cada vez que un funcionario educativo -no importa su rango o especialidad-


hace su aparición en los medios para difundir algún proyecto relacionado con
la tecnología, y muy especialmente con la Informática, recurre al axioma para
justificarse. Pareciera ser que pensar en el futuro de los alumnos en estos
términos es un acto de incalculable generosidad, que no sólo pinta al dicente
como una persona sensible y preocupada, sino además como un visionario
agudo, un analista profundo de la realidad moderna y un tipo verdaderamente
aggiornado.

Pero no hay nada de eso. Lo que esos funcionarios están haciendo día tras
día es recitar como loros una letanía que inventaron quienes inventaron el
negocio antes que ellos. Son sumisos repetidores de lo que se conoce como "la
tecnocracia neoliberal", formados en talleres y seminarios de "marketing
educativo", "gestión empresaria y calidad total" o "management escolar", y se
salen con la suya nada más que porque sus interlocutores no se han
desayunado todavía con "the big picture", como suelen llamar los
norteamericanos al panorama total de nuestro tiempo.

En el siglo pasado, hubo un tiempo en el que se fantaseaba con la idea de que


ninguna señorita podía sobrevivir en el mundo del trabajo sin saber taqui-
dactilografía. El arte de tomar apuntes a la velocidad del rayo y de escribir a
máquina con igual celeridad era considerado el pasaporte inmediato hacia un
buen empleo, visión fomentada con especial ahínco por aquellos que dirigían
academias e institutos donde la habilidad era enseñada por una cuota
mensual. La sabiduría popular, que siempre sabe más de estas cosas, sostenía,
en cambio, que un buen par de piernas era un conveniente sustituto a la hora
de postularse al título de "secretaria perfecta". Pero, como con las piernas se
nace, las academias donde se enseñaba a escribir a máquina ganaron en
aquella época mucho más dinero que los gimnasios.

En los años cuarenta y cincuenta no había empresa sin máquinas de sumar


y de escribir; en el futuro no las habrá sin computadoras. ¿Es diferente la
situación ahora?

Indudablemente. Hace medio siglo la cantidad de tareas que un humano


podía asumir para paliar el hambre o para trepar hasta la "clase media" era
mucho mayor que hoy. Con poco podía llegarse lejos; con mucho, podía
alcanzarse casi cualquier meta. Hoy, en cambio, la brecha entre lo que es
considerado aceptable en términos de riqueza o éxito y aquello que es visto
como un fracaso existencial es comparativamente enorme: la vida bucólica de
un campesino es equiparada con la pobreza más abyecta si no adorna su techo
con una antena satelital y si no se desplaza por los sembradíos a bordo de un
poderoso vehículo de doble tracción; el oficinista de antaño, que discutía a
Bergman en la sobremesa, hoy es un ser despreciable si se lo pone a la par de
los entrepreneurs de las punto com, cuyo dominio de la macroeconomía y
destreza financiera son menos filosóficos que el cine sueco pero tanto o más
herméticos; la maestra, otrora referente social, respetada y amada con
reverencia, hoy es un obstáculo para la "modernización" y su oficio es
reaccionario a la luz de la nueva concepción educativa, donde priman
conceptos como eficiencia, productividad y calidad, y -por ende- pasa por el
mundo con la autoestima en reversa.

Más cosas han cambiado. Por ejemplo, la cantidad de bienes que hacen "a
la felicidad" ha crecido geométricamente. Ya dijimos que el número de oficios
elegibles como potenciales caminos hacia el éxito ha disminuido en proporción,
pero -para colmo- hay muchos más humanos que antes; sobra gente, y la
tecnología se empeña en reducir drásticamente la necesidad de mano de obra.
Ergo, cada vez somos más aspirando a ocupar posiciones más y más escasas.
Cada año nos cuesta más, en términos de tiempo y dinero, poseer todo lo que
necesitamos poseer para ser considerados exitosos. No basta ya con el
refrigerador, el lavarropas y la televisión de hace cincuenta años; no alcanza
con un auto en la cochera, ni con leer un libro, plantar un árbol y tener un hijo.

Ante semejante panorama, es de una simpleza sospechosa de


malintencionada decir que un analfabeto tecnológico será un fracasado a corto
plazo. Por supuesto que lo será , tanto como un mudo o un ciego viven en
radical desventaja frente a las personas que gozan de sus cinco sentidos; pero
la inversa, poseer algún dominio de la tecnología, de ningún modo garantiza el
éxito ni asegura el futuro de nadie a no ser que cuente además con otros
ingredientes que los tecnócratas y los políticos evitan deliberadamente
mencionar.

El primero de estos ingredientes es la inteligencia, una mente despierta y


creativa. Cuando en 1876 se inventó el teléfono, se abrió el camino hacia la
creación de innumerables puestos de trabajo directamente relacionados con la
nueva tecnología. Al convertirse en producto de uso masivo, hicieron falta
ingenieros, técnicos y especialistas, y en número mucho mayor... telefonistas.
Los unos y los otros, desde una óptica similar a la que utilizan los políticos de
hoy frente a la Informática, eran diestros en la tecnología, pero -sin duda- esa
destreza tenía sus matices. La diferencia estribaba nada más ni nada menos
que en la profundidad del conocimiento y en la capacidad intelectual con que
cada una de las partes asumía su relación con la telefonía. Vista con la
estrechez del ojo político contemporáneo, la telefonista no era una indigente
tecnológica; a la distancia, está claro que su proyecto de vida difería
notablemente del de un ingeniero, porque la condicionaba otra indigencia
-intelectual y formativa- que le marcaba con nitidez su lugar en la escala social.

Existe, por lo tanto, una clara concomitancia entre la educación de la


inteligencia y las posibilidades de éxito social y económico, y es evidente que
los que la han recibido llegan más lejos aún partiendo de una idéntica
formación tecnológica "de base", tal como la que puede brindar la escuela
elemental. Podría incluso hipotetizarse que la alfabetización tecnológica no es
determinante de nada, porque en ausencia de habilidades mentales de
relevancia no sirve para mucho y, en su presencia, es sencillo adquirirla en el
momento en que se la necesita.

El segundo elemento es el de las oportunidades. Una persona formada con


razonable amplitud no es automáticamente independiente de las condiciones
socio-económicas de su entorno a la hora de conseguir empleo. Puede que no
tenga los contactos adecuados, la personalidad que se busca (o que es vista
como necesaria), el color de la piel o el origen social óptimos. Supo decir una
Ministro de Educación argentina, "la educación no garantiza el empleo, pero su
ausencia sí garantiza que no habrá de conseguírselo". Parafraseándola, "la
alfabetización tecnológica sólo asegura el éxito en tanto se posean muchas
otras habilidades -asociadas o no con ella- y siempre y cuando se disponga de
las oportunidades adecuadas".

Y el tercer ingrediente es tan simple que da miedo, pero no caben dudas de


que es lo que da verdadero sabor a la receta: es el trabajo mismo. Porque
aunque los políticos y los funcionarios del ministerio de Educación lo ignoren, o
prentendan ignorarlo, o no quieran saberlo, si no hay trabajo de nada sirven
todas las demás disquisiciones.

Aducen algunos que es justamente por la escasez de empleos que se hace


importante la capacitación. ¡Claro!, esa debe ser la razón por la cual los
supermercados exigen título secundario a sus cajeros y repartidores. Pero no
es así. Lo hacen porque, de este modo, filtran un treinta o cuarenta por ciento
de postulantes sin el gasto de una entrevista. Cuando la educación secundaria
sea universal, entonces exigirán un título terciario, y cuando ésta llegue al
noventa por ciento de la población, pedirán un doctorado en Harvard para los
"repositores". Curioso es que los más acérrimos defensores de las leyes del
mercado no conozcan este asunto de "la oferta y la demanda".

La capacitación es valiosa per se cuando hay abundancia de empleo.


Cuando no, es un factor importante pero no decisivo, porque el potencial
empleador puede darse el lujo de ser caprichosamente selectivo. ¿Está
capacitado? Bien, pero... ¿tiene menos de treinta y cinco, es soltero y sin
parientes a su cargo, posee vehículo propio, tiene más de veinte años de
experiencia en el puesto, está dispuesto a trasladarse a la sucursal de Usuahia,
aceptaría trabajar sin sueldo y por comisión, cobraría la mitad de su salario "en
negro"?

La estructura socio-económica de nuestros países es una doble pirámide. En


una, grandes masas debajo, disminuyendo hacia arriba el número de los que
ocupan posiciones más favorables. En la otra, el grueso del beneficio va para
muy pocos, y los millones que forman la base de la primera pirámide se
reparten apenas unos mendrugos. En el vértice de una está, por ejemplo, Bill
Gates con sus setenta u ochenta mil millones de dólares. En la base,
ochocientos millones de humanos que viven con un dólar por mes (lo peor del
caso es que los lados mayores de ambos triángulos distan mucho de ser
rectos, y su concavidad creciente agrega dramatismo al ejemplo).

¿Existe alguna relación que pueda inferirse respecto de la capacitación


tecnológica en esta esquemática visión de la realidad? Sin duda la hay en una
franja intermedia, donde puede darse una movilidad hacia arriba o hacia abajo
dependiendo de la formación de las personas; pero en los extremos, nada de
ésto tiene sentido, porque allí es donde entran a tallar con inusual potencia los
otros ingredientes de que hablábamos antes: las oportunidades y la
disponibilidad misma del trabajo. No se encuentran muchos puestos de "dueño
del mundo" en Wall Street, y no hay dinero para repartirse cuando uno ha
nacido en Zaire, en una favela de Rio de Janeiro o en una "villa miseria" de
Buenos Aires.

Más aún, está claro que cuando hablamos de capacitar tecnológicamente no


nos referimos a la misma cosa según se trate de individuos posicionados en
diferentes puntos a lo largo de la altura de la pirámide. A unos, la tecnología
que les resulta vital no tiene nada que ver con las computadoras; un mago de
las finanzas puede pagar empleados que las operen por él, mientras que los
muy pobres no tienen uso para dichas máquinas, a menos que se trate de
revenderlas. El discurso de la alfabetización tecnológica, entonces, está
estrechamente ligado a una franja social con condiciones especiales de
educación, inteligencia y oportunidades, y que -curiosamente- es la más
afectada por el desempleo que aflige a las economías en desarrollo.
Justamente eso es lo que revela una reciente encuesta: que la desocupación
afecta con más fuerza a las personas... ¡cuanto más capacitadas están!
Aparentemente, es más fácil conseguir un buen trabajo si uno no ha
completado la secundaria, y muy difícil si uno es un egresado de ese nivel o del
terciario.

No puede cerrarse ningún análisis sin considerar otro aspecto crucial: la


propia tecnología, que en su avance descontrolado es una causa primordial de
la reducción de los puestos de trabajo. Donde antes hacían falta seis o siete mil
hombres para producir automóviles, hoy basta y sobra con un robot industrial y
un puñado de operarios. Las cosechas son levantadas por un par de buenos
granjeros motorizados. Las telefonistas de la foto hoy son reemplazadas por un
contestador automático que atiende miles de llamadas por segundo. Tal vez
esto sea bueno, porque libera a las personas de tareas pesadas y rutinarias,
alejándolas de aquella visión del hombre-como-engranaje que mostraba
Chaplin en "Tiempos Modernos". Pero... ¿en qué se puede trabajar ahora que la
producción está mecanizada o en vías de serlo?

Los exégetas de la tecnocracia nos dicen que hay amplio espacio en el


rubro de los "servicios", tanto como para acomodar a toda la humanidad en
empleos satisfactorios y bien remunerados. Sólo hace falta, nos recomiendan,
alfabetizarlos tecnológicamente.

La solución sería sensata de no mediar dos factores. Primero, que los


puestos de trabajo donde la tecnología (informática) es requerida son
deseables porque hay pocos aspirantes y todavía es baja la competencia. Si
una mayoría de la población estuviese ya en condiciones de ocupar esos
empleos, es seguro que los contratistas subirían automáticamente los
requisitos de admisión, tal como comentábamos de los supermercados.

Y el segundo factor -terrorífico y nada despreciable-, es que, en tanto


alfabetizamos a la población, la tecnología sigue avanzando a un ritmo tal que
nos deja atrás casi por definición. Más aún, siguiendo las propias reglas
tecnocráticas de que "todo lo que puede hacerse debe ser hecho", no sería
nada raro que en cualquier momento salgan de los laboratorios técnicas o
artefactos que barran de un plumazo con millones de puestos de trabajo,
mucho antes de que los potenciales empleados acaben de capacitarse en la
tecnología anterior.

¿Es ésta una visión apocalíptica del futuro inmediato? No. Es una
descripción apocalíptica del presente, porque el espejismo de unas pocas
economías dominantes -que viven bien gracias a siglos de extraer la riqueza
del resto del mundo- no puede ocultar la injusticia en la que se debaten los
países menos afortunados, ni nos da pie a pensar que la misma solución es
aplicable en forma universal: no habría economías dominantes si no hay
dominados, del mismo modo que no hay imperios sin colonias.

Lo terrible del caso es que se atan estos gravísimos problemas sociales y


económicos a la Educación, haciéndola aparecer como responsable de los
males de la gente. Es cierto que una persona bien formada tiene mejores
oportunidades, que ha desarrollado su inteligencia y que puede acceder a
mejores condiciones de vida. Pero que "pueda" no significa que lo logre. La
realidad es que un maestro que alfabetice tecnológicamente a treinta niños de
clase media puede estar seguro de que veinticinco de ellos verán frustradas
sus expectativas en un mediano plazo. Tal vez no mueran de hambre, en razón
de su cuna semi-afortunada y de su plasticidad para adaptarse a situaciones
precarias, pero -sin duda- ese maestro estará creando en ellos una ilusión que
luego la realidad se encargará de poner en su sitio.

¿Es mejor, entonces, no insistir con esto de la educación? Seguramente que


no. Como decía aquella Ministro, eso sería ponerle el sello de "definitiva" a su
frustración. Pero como educadores y ciudadanos no debemos tragarnos la
ingenuidad de los políticos y digerir alegremente que todo pasa por nuestra
responsabilidad de docentes. Hagamos nuestro trabajo con profesionalismo,
transmitiendo todo el conocimiento que pueda transmitirse, ampliando la
cultura, la inteligencia y el horizonte de nuestros alumnos, socializándolos para
una existencia útil para sí mismos y para los demás, inculcándoles los mejores
hábitos y dándoles las más finas destrezas, pero seamos conscientes de que
nuestra labor sólo cambiará al mundo si damos origen a una generación que
rechace como a la peste la injusticia social, la ambición desmedida de poder y
riqueza, el egoísmo y la insensibilidad.

Estos valores, que nada tienen que ver con la tecnología, son sin embargo
los que le pueden dar el sentido que hoy le falta y los que obligarán a la clase
política a asumir su parte en el proyecto humano, asegurando que la semilla de
la educación no está destinada a caer en un desierto.

Como siempre, las verdaderas soluciones son las que eliminan las causas,
no las que atacan los efectos. Educar tecnológicamente para sobrevivir en un
mundo de competitividad feroz, de modo que unos pocos puedan darse por
satisfechos mientras que el resto agoniza, no es una buena excusa para
educar. Eliminar la injusticia, crear un orden social más benévolo, garantizar la
igualdad de oportunidades para todos y, luego, educar para enaltecer y
ennoblecer al Hombre; eso sí vale la pena.

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