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EL PECADO SALE CARO. AQUÍ HAY 6 COSTOS.

Nunca pecamos de gratis. Siempre hay un costo. Calcular ese costo puede hacernos menos
dispuestos a seguir nuestros corazones tentados hacia el peligro espiritual.
Los Cánones de Dort del siglo XVII describen el precio que pagamos por los pecados
especialmente serios. Con nuestros pecados “irritamos grandemente a Dios, nos hacemos
reos de muerte, entristecemos al Espíritu Santo, destruimos temporalmente el ejercicio de
la fe, herimos de manera grave nuestra conciencia, y perdemos a veces por un tiempo el
sentimiento de la gracia” (5.5).
Los autores de esta confesión no están echándole sal a la herida de aquellos que han caído.
Tampoco están minimizando la gracia, en cambio, como pastores fieles, nos están diciendo lo
que podríamos leer en un letrero al comienzo de un sendero peligroso: “no permanecer en el
camino puede resultar en una lesión grave”.
Reflexionar en el costo múltiple del pecado puede advertir a nuestras almas en contra de
divagar del camino seguro de la fidelidad.
Aquí están las advertencias de la confesión.
1. CON NUESTRO PECADO IRRITAMOS GRANDEMENTE A DIOS

Dios es capaz de ofenderse. Él no es un estoico. Él no supervisa el mundo como un gerente


aburrido y desinteresado. Como Padre de sus hijos, Él se invierte en nosotros; Él se preocupa
profundamente por cómo vivimos.
Y a los hijos de Dios le importa lo que a Dios le interesa. Con esta convicción José rechazó la
invitación de dormir con la hermosa esposa de otro hombre: “¿Cómo entonces podría yo hacer
esta gran maldad y pecar contra Dios?” (Gn. 39:9).
Hijos fieles resistirán celosamente ofender a su Padre amoroso.
2. CON NUESTRO PECADO NOS HACEMOS REOS DE MUERTE

Todos los pecados, especialmente aquellos atroces, desencadenan en nuestra alma el terrible
anuncio: “Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley,
para hacerlas” (Gá. 3:10).
Cuando pecamos, nos volvemos dolorosamente apercibidos del veredicto de Dios. “El alma
que peque, esa morirá.” (Ez. 18:4). “Porque la paga del pecado es muerte” (Ro. 6:23).
El pecado actual de Pablo le recordaba que él vivía en un cuerpo de pecado (Ro. 7:24). Por
derecho a él le correspondía una sentencia de muerte, a la espera de ser ejecutado por sus
crímenes en contra de Dios.
El pecado no cancela la gracia de Dios, pero nos hace más conscientes de nuestra miseria
y de nuestra necesidad desesperada de su misericordia salvadora.
3. CON NUESTRO PECADO ENTRISTECEMOS AL ESPÍRITU SANTO.

El Espíritu es sensible al pecado; mucho más sensible de lo que nosotros somos. En Efesios
4:30 la advertencia de Pablo en contra de entristecer el Espíritu no está conectada a lo que la
mayoría de nosotras llamaríamos pecados “atroces”. Son transgresiones del habla y emociones,
como la amargura, el enojo, y la difamación. Sin embargo, debido a la pureza del Espíritu, la
santidad que es tan adecuada a su nombre, lo entristecemos cuando contaminamos nuestro
cuerpo, su hogar, con los pecados por los que Él está obrando para salvarnos.
4. CON NUESTRO PECADO DESTRUIMOS EL EJERCICIO DE LA FE

Jesús le dijo a sus discípulos, quienes habían caído presa de sus temores y acusaban a Dios de
no importarle su situación: “¿Cómo no tienen fe?” (Mr. 4:35-41). Él no quiso decir con esto
que ellos ya no eran nacidos de nuevo o que ellos ya no estaban unidos a Él por una confianza
misteriosa, obrada por el Espíritu. Él quiso decir que su fe se había vuelto incapacitada,
paralizada.
El pecado no destruye la fe de los elegidos de Dios, pero puede hacer que la fe sea
impotente, dejándonos con el sentimiento de que ya no podemos confiar en Dios, como si
ya Él no estuviera por nosotros.
5. CON NUESTRO PECADO HERIMOS DE MANERA GRAVE NUESTRA CONCIENCIA

Pedro lloró amargamente cuando su conciencia lo culpó de negar a Jesús (Lc. 22:61-62).
Aunque Pablo había perseguido la iglesia antes de nacer de nuevo, él fue marcado
permanentemente por sus horribles crímenes (1 Co. 15:9).
El pecado puede ser perdonado, pero no siempre es fácil de olvidar. Las conciencias
atribuladas pueden ser un regalo, llevándonos al arrepentimiento y a la fe, pero el pecado
también puede adormecer nuestra conciencia, haciéndonos menos sensibles a la
convicción del Espíritu.
6. CON NUESTRO PECADO A VECES PERDEMOS POR UN TIEMPO EL SENTIMIENTO DE LA GRACIA

El pecado deliberado es un rechazo consciente de la gracia. No debemos sorprendernos


cuando el pecado nos deja perdidos en temor y duda, sintiéndonos como si hemos sido
rechazados por un Dios santo.
Jonás literalmente huyó de Dios, rehusando abiertamente Su santa voluntad. Cuando Dios lo
disciplinó por su horrible pecado, Jonás dijo: “He sido expulsado de delante de tus ojos” (Jon
2:4).
Jonás trató de huir “lejos de la presencia del Señor” (Jon. 1:3). Él estaba tan decidido a
desobedecer a Dios que quería que Dios lo dejara ir. Pero después que se disipó la euforia de su
rebelión, entró en pánico. Dios ya no se preocupa por mí. No era verdad, pero sentía que era
verdad debido a su pecado. La sonrisa de Dios puede esconderse detrás de la nube oscura
de nuestro pecado.
NO OLVIDES

Todos los pecados traen dolor. Esto trae sobriedad y fortalece espiritualmente a las personas
razonable.
De todos modos, los pecados horribles por los cuales somos “llevados a veces” no deben
alejarnos de Dios. El apóstol Pedro no pudo haber imaginado un pecado peor que el que él
cometió en contra de Jesús; él vehementemente y persistentemente negó a su amado amigo y
Salvador. Si el pecado podría descalificar a un creyente de ser un hijo de Dios, hubiese
descalificado a Pedro.
Pero no lo hizo. Pedro se apropió de su pecado. Él se arrepintió. Y Jesús lo restituyó a su
servicio (Jn. 21:15-19). Cuando empiezas a ver la tempestad del pecado que has sembrado (Os.
8:7), recuerda que Dios es misericordioso.
Reconoce tu pecado y comprométete otra vez a caminar el camino de Dios, creyendo que
su rostro paternal brillará otra vez sobre ti. Solo no te olvides del costo del pecado.

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