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LOS SECRETOS PARA GANAR DINERO EN LA BOLSA

LOS SECRETOS PARA GANAR


DINERO EN LA BOLSA

RAM BHAVNANI
CON LA COLABORACIÓN DE ANTONIO SALAZAR
Santa Engracia, 18, 1.º Izda.
28010 Madrid (España)
Tlf.: 34-91 594 09 22
Fax: 34-91 594 36 44
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www.libroslibres.info

© Ram Bhavnani (y Antonio Salazar), 2007


© 2007,

Diseño de cubierta: © Trasbordo, cb.


Foto de cubierta: Sergio Montesinos

Primera edición: septiembre de 2007

Depósito Legal: M-
ISBN: 978-84-96088-66-5

Asesor editorial: Luis J. Valls Taberner


Composición: Paco y Javier Arellano
Coord. editorial: Miguel Moreno
Impresión: Gráficas Varona
Impreso en España - Printed in Spain

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un siste-


ma informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste elec-
trónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y
por escrito de los titulares del copyright.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
1. Cómo gané mi primer dinero en la Bolsa . . . . . . . . . . . . . . . . 15
2. Arriesgué y salió bien . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
3. La primera lección que aprendí en la Bolsa . . . . . . . . . . . . . . . 21
4. La escuela de Casa Kishoo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
5. Algo de oro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
6. Corcóstegui, mi maestro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
7. Por qué invierto siempre en bancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
8. Fundamental: cobrar dividendos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
9. Negociar bien con los bancos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
10. No invierto en ciertas empresas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
11. La decisión es mía, no del consultor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
12. La Bolsa no es un casino. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
13. Lo popular de la Bolsa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
14. La banca es un valor seguro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
15. Lo atractivo de la banca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
16. Hay que saber cómo funciona un banco. . . . . . . . . . . . . . . . . 65
17. ¿Cuál es mi previsión de beneficios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
18. Repartir las ganancias entre los accionistas . . . . . . . . . . . . . . . 71
19. Nuestra historia en el Banco Zaragozano . . . . . . . . . . . . . . . . 73
20. Bankinter, una buena inversión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
21. Buscamos ganar a la inflación y pagar la deuda . . . . . . . . . . . . 83
22. «Hay que fijarse más en el negocio que en el valor de la acción» 85
23. ¿Qué tengo que hacer para ganar dinero?. . . . . . . . . . . . . . . . 87
24. Vivienda versus mercados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
25. Invertir en mercados lejos de casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
26. Mercados emergentes: mi país, la India . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
27. Para invertir debe saber cómo funciona la empresa . . . . . . . . . 107
28. La crisis de las «puntocom» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
29. ¿Comprar en una OPV? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
30. Invertir con una SICAV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
31. ¿Cómo invierten nuestras SICAV? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
32. La importancia de la información en la toma de decisiones. . . . 131
33. Manejar las divisas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
34. Una inversión ética. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
35. Análisis técnico y análisis fundamental. . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
36. El PER como indicador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155
37. «Disfruto invirtiendo en la renta fija» . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
38. Prudencia con la inversión en renta variable . . . . . . . . . . . . . . 167
39. Diversas formas de gestionar una cartera . . . . . . . . . . . . . . . . 171
40. Replicar el Ibex . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
41. Operando en futuros, un «deporte» de alto riesgo . . . . . . . . . . 181
42. Opciones de compra y de venta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
43. Los fondos de inversión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
44. Clases de fondos de inversión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
45. El año 2006 fue malo para los fondos de inversión . . . . . . . . . 197
46. Fondos de inversión inmobiliarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
47. Los warrants . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
48. Cobertura con warrants . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211
49. El mito de la diversificación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
50. Para no perder dinero: órdenes stop loss. . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
51. Unas palabras sobre Bankinter y la creación de valor . . . . . . . . 221
52. Los dichosos impuestos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 225
53. Cómo invertir su dinero en Bolsa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
54. Una aclaración: los Albertos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
55. Entrevista con Ángel Corcóstegui . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
EPÍLOGO: A MODO DE RESUMEN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
INTRODUCCIÓN

Ram Bhavnani es probablemente el inversor privado individual más


importante que hay en España. En la actualidad mueve un patrimonio
que supera los 600 millones de euros, y cada movimiento suyo des-
pierta un sinfín de rumores y especulaciones. Puede presumir de mo-
ver el mercado, algo al alcance de muy pocos. Sin duda, tiene mucho
mérito. Para llegar hasta aquí ha ido aprendiendo los fundamentos de
la inversión a base de pruebas y ensayos, aciertos y errores. Puede de-
cirse que ha estado lejos de hacer las cosas convencionalmente, «como
todo el mundo».
Su primera inversión apenas superaba los 120.000 euros. Había
cobrado una letra de un cliente de confianza, y no iba a necesitar el
dinero de manera inmediata, por lo que procedió a poner en práctica
lo que hasta ese momento sólo había sido una idea, fruto de la pura
observación. Lo hizo más por afición que por vocación decidida de
llegar a ser lo que hoy es. Compró acciones del Banco Popular, enti-
dad con la que trabajaba y en la que siguió invirtiendo, poco a poco, a
medida que se iba sintiendo satisfecho con los resultados. Comenzó
así una exitosa carrera como inversor, que le ha permitido disfrutar de
un sólido patrimonio personal y de un reconocimiento profesional in-
dudable.
En las próximas páginas el lector encontrará alguna de las reflexio-
nes hechas por Ram Bhavnani en cada momento decisivo, desde
aquella primera inversión ya relatada a otras de mayor enjundia, aque-
llas que se saldaron con sonoras plusvalías y que, de paso, le permitie-

[ 11 ]
ron acceder a los consejos de administración de empresas en las que
contaba con un importante paquete accionarial.
El lector también podrá saber cómo descubrió instrumentos de in-
versión tan singulares como las acciones preferentes de entidades fi-
nancieras que cotizaban en mercados extranjeros (cap. 3), y verá que la
suerte puede cambiar en cualquier momento, lección aprendida de
manera dolorosa en el crack del 87, cuando ya llevaba recorrido un
camino como inversor (cap. 4). Aquí tendrá noticia, en fin, de su ca-
pacidad para tomar decisiones si se fía de los equipos directivos, y de
lo que para él significó conocer a Ángel Corcóstegui, hoy amigo y ayer
consejero delegado del Banco Central Hispano Americano hasta des-
pués de la fusión con el Santander (cap. 5).
Bhavnani explica en el libro no sólo cómo funciona una empresa,
sino también las razones que le han hecho confiar en los bancos como
objeto prioritario, aunque no único, de sus inversiones. Habla, asi-
mismo, de la necesidad de garantizar el cobro de dividendos (cap. 7) o
de negociar muy bien los créditos con los que se accede a financiación
(cap. 8). El protagonista de las siguientes páginas es un inversor poco
ortodoxo, que no tiene excesivo apego a la diversificación y que in-
vierte a crédito, cosas que no haría si siguiese los consejos de cualquier
experto. Y no se puede decir que le haya ido mal.
Pero no se detiene ahí, sino que ofrece formidables consejos que
permiten comparar rentabilidades entre mercados, ahora que el de la
vivienda está siendo seriamente amenazado por una crisis inducida,
recordándonos que, siendo estable, está sujeto a vaivenes como cual-
quier otro bien. Nos habla de fondos de inversión, de warrants, de
renta fija o variable, de hegde funds, o incluso de los impuestos. Tam-
bién de análisis técnico o fundamental, de créditos en divisas o de có-
mo colocar stop loss para limitar las pérdidas. Toda una compilación de
su saber técnico, que no es ajeno al humano, como pone de manifiesto
al no tener empacho a la hora de hablar de algunos errores costosos,
como su aventura en la burbuja tecnológica, que le costó la nada des-
preciable cantidad de 15 millones de euros.
Bhavnani es hindú, vegetariano y muy religioso, algo que de alguna
manera se refleja en sus comportamientos en la Bolsa. No invierte en
ciertos tipos de valores, presume de la obra social de Bankinter y cree
en la responsabilidad social corporativa. Se rebela cuando comparan

[ 12 ]
los mercados con los casinos de juego, porque, aunque muchas veces
se escude en la suerte para explicar su éxito, sabe que tiene un método
que le funciona: mucha información, seguimiento de los valores que le
interesan y un eficiente y sencillo procedimiento de toma de decisio-
nes: tras escuchar a sus asesores —apenas un par de personas en la ofi-
cina y algunos más con los que habla por teléfono— decide lo que hay
que hacer. Insiste en que así no puede culpar a nadie de errores que
siempre asume en primera persona.
Todo está en este libro. Al lector más avezado y acostumbrado a
manejarse en los mercados le será útil en la medida en que le permite
saber más sobre uno de los protagonistas del parqué español. Y para
los más de ocho millones de pequeños y medianos inversores que hay
en nuestro país será una guía que les orientará en los modos y maneras
de actuar de uno de los grandes, permitiendo descubrir algunos meca-
nismos de inversión, para ellos desconocidos, que suelen gestionar los
asesores. Si tras la lectura de Los secretos para ganar dinero en bolsa de-
cide intentarlo, no olvide centrarse en los consejos finales incluidos en
este mismo manual.
Ram Bhvanani ha acertado mucho más de lo que se ha equivocado,
pero eso no significa que sus errores no le provocaran enormes que-
braderos de cabeza. Y es probable que usted no comparta con él el de-
sapego por el dinero y la fortuna, por las riquezas materiales, que en su
proceder diario quedan lejos de sus objetivos.
Paciencia, ni Zamora se ganó en una hora ni Ram Bhavnani se
acostó un día pobre y al siguiente despertó multimillonario. Lleva
veinticuatro años haciendo lo mismo, con una afortunada rutina que
ahora pone a disposición del atento lector.

ANTONIO SALAZAR

[ 13 ]
CAPÍTULO 1

CÓMO GANÉ MI PRIMER DINERO EN LA BOLSA

Hay mucha gente que considera que la primera condición para tener
éxito debe ser el deseo de alcanzarlo. En mi caso no fue así. No crecí
queriendo ser rico, ni empresario, ni inversor. De niño sabía en el
fondo que me esperaba una larga vida llena de complicaciones, aun-
que no fuese muy consciente de ellas, pues en los primeros años, y sin
conocer lo bueno, nada puede temerse de lo malo. Al no haber sabo-
reado aún las cosas buenas de la vida, éstas no pueden ansiarse, y uno
va tirando con lo que tiene a mano, sin aspiración personal mayor que
superar el día a día.
Si soy inversor en Bolsa, no puede decirse que haya sido como conse-
cuencia de estudios en las más relumbrantes escuelas de negocios. Ya me
hubiese gustado. Tampoco por las influencias positivas de otras personas
de mi entorno. Es más, lo que aprendí fue sólo gracias al trabajo de siete
de la mañana a once de la noche, todos o casi todos los días, desde que
empezara a dedicarme a invertir en los mercados, hace ya veinticinco
años. A veces me pregunto si en una vida anterior no dejé inconcluso al-
gún trabajo relacionado con esto, y por eso ahora me resulta más sencillo,
como si en lugar de empezar desde cero hubiese retomado una complica-
da tarea ya conocida. Sé que no es fácil asumir esa creencia; pero, aunque
llevo viviendo en Canarias desde hace cuarenta años, nací en la India y
profeso una religión que me hace creer en esas cosas.
Así que cuando entré a ver a José Alonso en su despacho del Banco
Popular de Santa Cruz de Tenerife, aquel lejano día de 1983, lo hice

[ 15 ]
con cierta sensación rutinaria, como quien afronta un encuentro que
sabe que está pactado con el destino. Lo conocía desde hacía tiempo,
puesto que en la comunidad hindú trabajábamos con esa entidad mu-
cho más que con otras, por razones relacionadas con la operatividad,
la eficacia y la rapidez. Ya sabíamos por aquel entonces que, aunque se
trataba de un banco caro, con unas comisiones muy elevadas, al me-
nos era capaz de dar satisfacción a nuestras necesidades, con una agili-
dad que otros no ofrecían, aunque fuesen más baratos. Si uno quiere
comprar un local y necesita cerrar la operación con rapidez, no puede
ser que el trámite se convierta en una carrera de obstáculos, con soli-
citud de avales, estudios, planes estratégicos, y todos esos requisitos a
las que son tan aficionados los bancos. Es cierto que el Popular es ca-
ro, o al menos, más caro que sus bancos competidores; pero ha estado
históricamente orientado al pequeño empresario, y daba ya en aquella
época soluciones donde otros sólo ponían problemas. Con José Alon-
so, director de la sede principal del Banco Popular en Santa Cruz de
Tenerife, tenía una relación fluida, puesto que Casa Kishoo, la empre-
sa de la que era administrador, era un buen cliente suyo. Hablábamos
con frecuencia, unas veces en su despacho y otras en el mío; en alguna
ocasión se desplazaba para poder verme, y no era raro que yo acudiera
a la calle Villalba Hervás —sede provincial del banco— para charlar
sobre cuestiones relacionadas con la marcha de la economía, nuestra
empresa o los mercados financieros. Aunque aún no había invertido
un duro en Bolsa, es cierto que seguía la evolución de los mercados,
intentando saber cómo se comportaban ciertos valores, por qué subían
o cuáles eran las razones para que dejaran de hacerlo. Empezó a inte-
resarme el asunto porque me estaba familiarizando con el cambio de di-
visas, puesto que trabajábamos en dólares con nuestros proveedores de
todas las partes del mundo. Una cosa llevaba a la otra. Eran los primeros
años de la democracia en España, el país dejaba atrás muchos vestigios
del franquismo, superaba los rescoldos de un intento de golpe de Esta-
do, gobernaban los socialistas y la plena adhesión a la Unión Europea
dejaba de ser un viejo sueño para dibujarse en el futuro con claridad. En
Tenerife también se vivía con esa sensación de descubrimiento, de no-
vedad, de rápidos cambios en los hábitos y costumbres de los ciudada-
nos, que, no obstante, sufrían una diferencia de renta y condiciones de
vida muy considerable con relación a sus compatriotas peninsulares.

[ 16 ]
Se percibía que Tenerife pronto dejaría de ser eminentemente agrí-
cola, para pasar a convertirse en una sociedad de servicios, puesto que,
desde los últimos años sesenta en el Puerto de la Cruz, y mediados de
los setenta en el sur de la isla, se empezaba a afrontar todo un proceso
de sustitución de la economía platanera por los hoteles y los aparta-
mentos, a los que se añadían restaurantes, bares y tiendas. Era un
cambio definitivo, y a mejor. Se caminaba hacia una sociedad de servi-
cios, para dejar atrás años de escasez, penas y limitaciones. Casa
Kishoo tenía una posición envidiable en la isla. Éramos mayoristas del
sector textil, adquiríamos y vendíamos material que importábamos
de Asia, y que compraban muchos barcos que tocaban puerto de ca-
mino hacia Latinoamérica, grandes clientes que consumían casi de to-
do. Todavía no había llegado la gran explosión económica, y la gente
era muy sensible al precio a la hora de vestir. Eso significaba que po-
dríamos traer miles de camisas de dos o tres colores y que se venderían
todas. Ya se sabe que hoy han de ser de diferente modelo, dibujo y
precio. Casa Kishoo no optó ya a ese tipo de negocio, cuando irrum-
pió con la llegada de la primera gran superficie a la isla, allá por 1992.
Por tanto, nueve años antes no nos iba nada mal. Era 1983 y todo
parecía indicar que nos sonreía la fortuna. Un buen día nos pagaron
con una letra de 20 millones de pesetas una mercancía que nos había
comprado en Ceuta «Almacenes Paraíso». No teníamos una necesidad
de liquidez inmediata, y aquel cliente era muy bueno, muy solvente.
Así que no le extrañó nada a José Alonso que le pidiera que descontara
el dinero, con la intención de comprar unas acciones del Banco Po-
pular. Lo hicimos ayudados por él, que había estado destinado con
anterioridad en la ciudad norteafricana y conocía al emisor de la letra.
Todo encajaba; mi interés en la Bolsa desde hacía tiempo, las múlti-
ples conversaciones sobre el particular que habíamos tenido, la credi-
bilidad del cliente ceutí, la fortaleza empresarial de Casa Kishoo y
nuestro conocimiento del banco. Todos esos factores sumados termi-
naron por convertirnos en unos pequeños ahorradores que tenían una
muy pequeña participación en el Banco Popular.
También puede considerarse que fue un golpe de suerte; el prime-
ro. «Almacenes Paraíso» era un magnífico cliente, una empresa muy
solvente... que posteriormente fracasó y tuvo que cerrar. De hecho, en
Casa Kishoo le habíamos vendido mercancías a lo largo de los años

[ 17 ]
por valor de casi 500 millones de pesetas. No nos fue mal con esa fir-
ma, aunque al final perdimos unos 15 o 16 millones, que no pudieron
pagarnos.
No hay secreto, como se ve, en nuestra primera aproximación a los
mercados financieros. La razón por la que aquella inversión se revalo-
rizó hasta alcanzar los 300 millones de pesetas habría que buscarla en
cuestiones generales relacionadas con el país, el ingreso en la Unión
Europea, la OTAN... España dejaba atrás la autarquía y se empezaba a
abrir. Y en las sociedades abiertas la gente está siempre más motivada y
son más sencillos los grandes avances. Y los progresos se dieron.
Estuve mucho tiempo en el Banco Popular, comprando y vendien-
do acciones también de otros bancos, guiándome por lo que leía en los
periódicos y vinculando las decisiones a los acontecimientos políticos.
Cada día repasaba cuatro o cinco periódicos, escuchaba la BBC... Y, ba-
sándome en las informaciones recogidas, tomaba algunas determina-
ciones. Recuerdo haber dado instrucciones de compra de acciones en
el caso de que ganara el «sí» en el referéndum de la OTAN. El 12 de
marzo de 1986, el 52,49 por ciento de los españoles mostró su con-
formidad a la Alianza Atlántica y tuvimos una muy buena racha en los
mercados, al menos hasta el crack del 87. Era de sentido común, y
percibía las enormes ganas de hacer cosas que tenían los españoles.
Iba proponiendo operaciones cada vez de mayor calado y dificul-
tad. Tanto fue así, que pronto dejé de ser atendido en Tenerife para
pasar a entrar en contacto con la gente de Madrid. Allí había expertos
en Bolsa que me llamaban para saber de mí. Enseguida tuve encuen-
tros con muchos de ellos. Esto me ha venido siempre muy bien, por-
que he podido aprender de mucha gente con estudios que, de alguna
manera, ha compensado mis carencias previas. Y han sido muchas las
personas que me han enseñado cómo se comportan los mercados. He
tenido muchísimas conversaciones en las que me limité a escuchar con
mucha atención lo que esas personas han tenido a bien indicarme, y
eso me ha dado enormes conocimientos y muchas oportunidades. No
está de más reconocer que uno nunca aprende nada de lo que dice, si-
no tan sólo de aquello que puede escuchar.

[ 18 ]
CAPÍTULO 2

ARRIESGUÉ Y SALIÓ BIEN

Nunca he visitado Estados Unidos. Mi suegro, el señor Kishoo, decía


que América no es un lugar adecuado, que es un sitio que no hay que
pisar, porque hay muchos ladrones, personas que pueden matarte con
un arma en cualquier esquina. Ni Meera, mi mujer, ni yo conocemos
ese país, por lo que no estoy seguro de compartir esa afirmación, aun-
que alguna razón tengo para la desconfianza. Ya hablaré de ello.
Lo cierto es que pude ganar mucho dinero con una inversión hecha
en aquel país, aunque con un banco español. Y debo confesar que se-
guramente se trató del segundo gran golpe de suerte.
Compré acciones preferentes del Banco Bilbao en Nueva York,
porque había leído en el Wall Street Journal que la entidad daba accio-
nes de ese tipo al 8 por ciento. Y con esa información me dirigí al
banco por escrito, enviándole el recorte de prensa al director, con una
nota que decía: «¿Puede darme mil millones de pesetas en dólares para
comprar esas acciones?». Si el préstamo y las acciones eran en la misma
moneda, no había problemas con el cambio. Negociamos el crédito al
2 y pico por ciento, y cobraba el 8 por ciento por las acciones; mantu-
ve esa posición dos o tres años, por lo que durante ese tiempo estuve
ganando casi un 6 por ciento.
Con el paso del tiempo veo que incurrí en cierta temeridad al
plantear la operación. No era demasiado consciente de los riesgos que
asumía. De haberlo sido, a lo mejor la historia habría sido otra. En
aquel momento desconocía casi todo lo referente a aquellas acciones,
ignoraba que no tenían liquidez y hasta pasaba por alto el riesgo de

[ 19 ]
que bajasen de precio. Arriesgué y salió bien, lo que ha valido para que
algunos consideren que el riesgo es consustancial a la inversión. Pero la
verdad es que tuve atrevimiento donde a lo mejor otro se hubiese pa-
rado. Fui consecuente con lo que pensaba, y actué. De todos modos,
me tranquilizaba que el banco, que había estudiado la operación, le
hubiera dado el visto bueno, lo que me hacía pensar que a lo mejor no
era tan disparatada. Pero la verdad es que mi balance no era en aquel
momento como para darme 1.000 millones, ni 100. Por eso muchas
veces creo que he tenido suerte con las inversiones y que éste fue uno
de esos casos.
Cuando firmamos esa operación, el director del Banco Popular me
confesó que jamás había puesto su rúbrica a algo así, y esa afirmación
me hacía pensar que estaba planteando cosas que, siendo novedosas,
nos beneficiaban a todos. Sé que en círculos privados esa operación
fue considerada osada, pero los propios banqueros insulares traslada-
ban mis peticiones a la sede central de la entidad, y allí le daban el
visto bueno. Ignoro cómo se seguían desde el banco las evoluciones de
la Bolsa, pero supongo que con mucha tranquilidad, puesto que la
pignoración de las acciones era garantía suficiente de la inversión. El
único riesgo era el de que se produjese una caída súbita de la cotiza-
ción, pero corrían años buenos, previos al crack del 87.
Las participaciones preferentes son denominadas, cuando las emite
una sociedad extranjera, acciones preferentes. Se trata de un instru-
mento financiero emitido por una sociedad que no otorga derechos
políticos al inversor, que ofrece una retribución fija (condicionada a la
obtención de beneficios) y cuya duración es perpetua, aunque el emi-
sor suele reservarse el derecho a amortizarlas a partir de los cinco años,
previa autorización del supervisor (que en el caso de las entidades de
crédito es el Banco de España). Son los últimos inversores en cobrar
en caso de quiebra de la entidad. Sólo los accionistas lo hacen después
que ellos.
En el pasado eran emitidas por filiales instrumentales radicadas en
el extranjero, fundamentalmente centros offshore. El Banco Bilbao la
tenía en Jersey. Desde el año 2003 su emisión está regulada desde te-
rritorio español.

[ 20 ]
CAPÍTULO 3

LA PRIMERA LECCIÓN QUE APRENDÍ


EN LA BOLSA

Estuve muy activo durante un tiempo. Compraba y vendía, sobre to-


do acciones de los bancos. Tenía un posicionamiento mejor en el Po-
pular y en el Banco Español de Crédito (Banesto). Pero llegó el crack
del 87, mi primer contratiempo, que fue la primera gran lección que
aprendí en la Bolsa.
Es cierto que hasta entonces estaba muy pendiente de la evolución
política de España y los pasos que daba para ser cada vez más europea.
Por aquel entonces ya se presagiaba que algo podría pasar con la eco-
nomía mundial. Y no estaba tan atento a eso como a lo que sucedía
más cerca. Estados Unidos tenía un déficit casi imposible de embridar,
el yen estaba infravalorado y existían ciertas burbujas especulativas en
el panorama internacional. Unos años antes, el 22 de septiembre de
1985, se firmó un gran pacto para gestionar los tipos de cambio, el
conocido como «Acuerdo del Plaza». Estados Unidos tenía una políti-
ca fiscal muy laxa y su déficit público había crecido un 294 por ciento
en los últimos cinco años de presidencia de Ronald Reagan, mientras
que el superávit por cuenta corriente que había heredado de la etapa
de Carter, cifrado en 7.000 millones de dólares, se había convertido en
un enorme agujero de 212.000 millones. Hasta ese momento, la ad-
ministración de Reagan era partidaria de no intervenir en el mercado,
pero su secretario del tesoro, James Baker, cambió de opinión.
Baker reunió en el Hotel Plaza de Nueva York a los titulares de los
departamentos de economía de los otros países del G-5, esto es, Japón,
Alemania, Francia y Gran Bretaña, y les planteó que si entre todos no

[ 21 ]
bajaban el dólar le resultaría imposible a la administración Reagan se-
guir oponiéndose a los intentos del Congreso de imponer una política
comercial proteccionista para salvar a la industria norteamericana,
muy afectada por las importaciones alemanas y japonesas. Tras esa ex-
posición, todos firmaron el acuerdo, señalando que era «deseable
cierta apreciación adicional de las divisas frente al dólar». Un año des-
pués, el dólar había caído un 40 por ciento con respecto al yen y al
marco.
Esta devaluación tuvo varias consecuencias. Primero, el incremento
de la competitividad de las exportaciones norteamericanas, que se be-
neficiaron de un crecimiento bajo de los salarios reales —en Estados
Unidos crecieron un 0,15 por ciento en el periodo 1985-1995, frente
a un aumento del 2,9 por ciento en Japón y un 2,85 por ciento en
Alemania—. En segundo lugar, permitió un crecimiento extraordina-
rio de las exportaciones de los países del Sudeste Asiático —exporta-
ciones que iban en su mayoría al mercado japonés—, cuyas divisas
estaban vinculadas al dólar y que por tanto se devaluaban con él. Y, en
tercer lugar, tuvo un efecto inverso al que se había producido a finales
de la década anterior: grandes volúmenes de capital especulativo
abandonaron los mercados financieros estadounidenses, en un proceso
que desencadenó un crack bursátil de dimensiones comparables, al
menos para la prensa del momento, a las del lunes negro de octubre de
1929. Lo cierto es que sólo en la primera hora de cotización en la Bol-
sa de Nueva York el valor de las acciones cayó un 22,6 por ciento.
Tuvimos entonces un primer sobresalto, un susto en toda regla, su-
perado por la credibilidad que ya por entonces teníamos en los bancos
con los que trabajábamos. El primer derrumbe bursátil que vivimos se
saldó para nosotros con una deuda con el banco de 100 millones de
pesetas, y la evaporación de otros 100 de fondos propios. Era una si-
tuación nada deseable, pero no resultaba insalvable. Casa Kishoo tenía
liquidez para financiar las importaciones, y con ese dinero pudimos
salir adelante.
Una gran lección aprendida en aquella ocasión fue que hay que
preservar la seriedad ante los bancos como principal divisa. No es
asunto menor, y mucho menos teniendo, como tuve, la sensación de
que los bancos no lo vivían con la misma intensidad que nosotros.
Éramos tan serios que todos los bancos, con la excepción del Bilbao

[ 22 ]
Vizcaya, nos facilitaban créditos para seguir invirtiendo en Bolsa. Con
la última entidad citada trabajábamos financiando importaciones o
descontando papel, pero nada más. No querían atender a los especu-
ladores —decían—, y está claro que nos consideraban tal cosa. Ahora
es cuando nos han hecho más caso, pero no hemos tenido la oportu-
nidad de coincidir en grandes operaciones. No lo descarto de cara al
futuro, pero no se han dado las condiciones objetivas para ello.
La otra lección aprendida, que ha tenido su importancia, es la de la
paciencia. Es cierto que en momentos de nervios es complicado man-
tener el temple, pero lo que conviene es no perder la calma... y com-
prar.
En el crack del 87 compré 150 millones de pesetas en bonos con-
vertibles de Bankinter. Se duplicaron en apenas seis meses. Gané 150
millones de pesetas en un corto periodo de tiempo, y tuve la sensación
de que era otra operación que nos daba credibilidad ante los bancos.
Los bonos convertibles son títulos de renta fija que se pueden trans-
formar en valores de renta variable. El cambio se suele hacer por títu-
los de la nueva sociedad, que emite los bonos, pero no siempre es así.
Son idénticos a los canjeables, pero en el caso de los convertibles la
empresa te entrega acciones nuevas, que son el resultado de una am-
pliación de capital. Y fueron muy rentables para nosotros en tiempos
de incertidumbre.

[ 23 ]
CAPÍTULO 4

LA ESCUELA DE CASA KISHOO

Casa Kishoo es una referencia constante a lo largo de mi vida perso-


nal, y también de mi experiencia como inversor. No es extraño, pues
en esta empresa he pasado toda mi vida. Todo empezó el ya lejano
día en que tuve que dejar de estudiar ante la inminente boda de mi
hermana, lo que significaba que su dote la teníamos que cubrir sus
dos hermanos varones. El Señor Kishoo era un conocido de la fami-
lia, con el que incluso habíamos compartido penurias tiempo atrás.
Siendo niño, asistí a su boda. Tenía una tienda en Hong Kong, y a él
acudí en busca de un empleo. Me lo dio y hasta me permitió com-
partir su casa en la que por entonces era todavía colonia británica.
Estuve un tiempo haciendo con él labores relacionadas con la admi-
nistración, para lo que tenía cierta habilidad, y con la actividad co-
mercial, que me gustaba incluso más. La una me dio la agilidad
mental adecuada para mi vida futura, y la otra, capacidad para rela-
cionarme con las personas. Fue un tiempo de aprendizaje formida-
ble, que no desaproveché.
El señor Kishoo, haciendo caso a las recomendaciones de un em-
pleado, había abierto una tienda en la isla española de Tenerife, un lugar
que empezaba a abrirse al mundo con su incipiente despertar turístico.
La conocía previamente, puesto que mi padre estuvo deambulando
por aquella tierra un tiempo. Más tarde, mi padre regresó a la India
para morir en ella. Yo conservaba algunas cartas que me había remiti-
do precisamente desde la isla. Hoy vivo en un edificio que se constru-
yó sobre lo que un día fue su hogar.

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La tienda de Tenerife no acababa de funcionar bien, ya habían pa-
sado por ella cuatro gerentes, sin demasiado éxito. Es posible que las
dificultades del negocio estuviesen relacionadas con el desconoci-
miento del idioma, la complicada adaptación a un sitio nuevo, en el
que no se conoce a la gente, o con los inconvenientes propios del ini-
cio de toda actividad. O tal vez había, en los problemas de la tienda,
una mezcla de todo lo anterior. El señor Kishoo me propuso que viaja-
se para hacerme cargo del negocio, y eso hice. Estuve allí un tiempo y
las cosas salieron bien. Esto casi coincidió con una etapa en la que la
tienda de Hong Kong pasaba por dificultades. Fue entonces cuando le
planteé que sería conveniente cerrar una de las dos, porque la de Tene-
rife iba bien, pero no tanto como para cubrir también las pérdidas de
la tienda asiática. Así fue como se cerró la de Hong Kong, y el señor
Kishoo viajó con su familia a Tenerife. No era una decisión sencilla,
porque para él y los suyos también suponía una nueva mudanza, tras-
torno que no hacía mucho que habían afrontado.
Una de las cosas que hizo fue ofrecerme en matrimonio a su hija
Meera, según la tradición hindú. No es algo habitual en Occidente,
pero para nosotros era casi ley, y no tenía derecho a cambiarla. No ha-
bía amor, pero sí mucho respeto. A Meera la conocía, pues había vivi-
do en su casa en la etapa de Hong Kong. De eso ya hace mucho tiem-
po. Ella dice que, conociendo el tipo de relación que mantenía con mi
madre, la persona más importante que ha existido en mi vida, estaba
convencida de que sería feliz a mi lado, pues creía que podría darle a
ella el mismo trato. Y creo que no hemos tenido tiempo ni oportuni-
dad de arrepentirnos, pese a que aquella decisión no nos correspondió
tomarla a nosotros.
Al cabo, en la isla he pasado la mayor parte de mi vida. He trabaja-
do todo este tiempo en Casa Kishoo, viviendo los grandes tiempos de
antaño y los menos buenos, por lo menos en el terreno comercial, de la
actualidad. Y es que aquella isla de finales de los años sesenta consu-
mía muchas cosas, casi de todo, toallas, pantalones, camisas... Traíamos
infinidad de mercancías, contenedores completos que se evaporaban
en días. Contribuía a ello la fortaleza del Puerto de Santa Cruz de Te-
nerife, lugar de paso de muchos barcos en tránsito hacia América.
Fueron grandes años, sin ninguna duda. Es un puerto «tricontinen-
tal», como les gusta decir a las gentes de las Islas Canarias, habituadas

[ 26 ]
desde tiempos pretéritos a recibir barcos procedentes de Europa, ca-
mino del Nuevo Continente.
Es natural que se quiera saber cuál fue la clave de aquel resurgi-
miento de un negocio que no terminaba de arrancar, cómo pudo con-
vertirse en el sostén de toda la familia Kishoo. Lo que hicimos enton-
ces fue cambiar de proveedores, irnos con los que mejores condiciones
nos daban y olvidando las viejas relaciones con los que teníamos
cuando estaba abierta la tienda de Hong Kong. Eso fue definitivo, y
también lo fue trabajar como mayoristas de la colonia hindú, unas
trescientas familias, casi todas dedicadas al pequeño comercio textil o
electrónico. Este último parecía muy interesante, con la irrupción a
gran escala de las nuevas tecnologías.
La tienda no era muy grande, pero empezaba a ser conocida. Esta-
ba en un local alquilado de la calle La Noria. En los aledaños posee-
mos hoy varios edificios en propiedad, que hemos alquilado a empre-
sas e instituciones públicas. Tuvimos algún encontronazo con la
suerte, por ejemplo cuando se incendió el negocio y la compañía de
seguros sólo pagó al ser condenada a ello, pasados tres años. La cir-
cunstancia se repitió cuando ya estábamos en un local más grande, de
la muy transitada avenida Tres de Mayo. Las compañías de seguros
siempre intentan encontrar una justificación que les evite pagar las
pólizas que ellos mismos firman, y aunque dieron la lata en esas dos
oportunidades, nosotros conseguimos cobrar gracias a las sentencias
judiciales. Es una notable tontería creer en la intencionalidad de
aquellos fuegos, porque las cosas no sólo nos marchaban bien en los
negocios ordinarios de Casa Kishoo, sino que ya empezábamos a tener
algunos ahorros en los mercados financieros. Como se ve, el camino
no siempre ha sido sencillo, por más que creo poder decir que no nos
ha faltado suerte en el desarrollo de este negocio.
Ya no estoy sumido en el día a día de Casa Kishoo, pues me en-
cuentro más centrado en el control y administración de nuestras inver-
siones en los mercados financieros y en la gestión de las deudas, que
son muchas.

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