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RECOMENZ

AR
LA PATRIA EL
HOMBRO
25 de mayo 2021

Cuatro textos proponemos desde Factor Francisco este 25 de mayo.


Conectados. Son parte de una larga conversación. En la encíclica Fratelli
Tutti, la figura del Buen Samaritano es central. En 2003, el cardenal dijo casi
textualmente esas palabras en el Tedeum del 25.Ese mismo dia, Néstor
Kirchner proponía su sueño para reconstruir un país diezmado.

En el tiempo y en el espacio, en corazones diferentes, en diferencias y


frentes, en lo local y en lo universal, lo que acá gestamos está todavía por
gestarse: en la Patria y hasta el último rincón del mundo.

El cuarto texto que “El descubrimiento de la Patria” , de Leopoldo Marechal.


El poema es suyo, la tarea es de todos. Nuestra.

Viva la Patria!

Factor Francisco
El llamado a renacer

Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de


Buenos Aires en el Tedéum celebrado en la catedral
metropolitana el 25 de mayo de 2003

El tiempo pascual es un llamado a renacer de lo alto. Al mismo tiempo es un


desafío a hacer un profundo replanteo, a resignificar toda nuestra vida –como
personas y como Nación– desde el gozo de Cristo resucitado para permitir que
brote, en la fragilidad misma de nuestra carne, la esperanza de vivir como
una verdadera comunidad. Desde este misterio de alegría íntima y
compartida, sentimos resurgir un sol de Mayo al que los argentinos, como
siempre, deseamos ver como un recuerdo que es destello de resurrección. Es
el esperanzado llamado de Jesucristo a que resurja nuestra vocación de
ciudadanos constructores de un nuevo vínculo social. Llamado nuevo, que
está escrito, sin embargo, desde siempre como ley fundamental de nuestro
ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del Bien Común y, a partir
de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social.

La parábola del Buen Samaritano* es un icono iluminador, capaz de poner de


manifiesto la opción de fondo que debemos tomar para reconstruir esta Patria
que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como
el Buen Samaritano. Toda otra opción termina o bien del lado de los
salteadores o bien del lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del
dolor del herido del camino. Y «la patria no ha de ser para nosotros –como
decía un poeta nuestro– sino un dolor que se lleva en el costado». La parábola
del Buen Samaritano nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una
comunidad a partir de hombres y mujeres que sienten y obran como
verdaderos socios (en el sentido antiguo de conciudadanos). Hombres y
mujeres que hacen propia y acompañan la fragilidad de los demás, que no
dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se aproximan –se
hacen prójimos– y levantan y rehabilitan al caído, para que el Bien sea
Común. Al mismo tiempo la Parábola nos advierte sobre ciertas actitudes que
sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias ineludibles de
la realidad humana.

Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, y especialmente por los Padres


capadocios, el buen samaritano fue identificado con el mismo Cristo. Él es el
que se hace nuestro prójimo, el que levanta de los márgenes de la vida al ser
humano, el que lo pone sobre sus hombros, se hace cargo de su dolor y
abandono y lo rehabilita. El relato del buen Samaritano, digámoslo
claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos, ni se circunscribe
a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Sino que es la Palabra viva del
Dios que se abaja y se aproxima hasta tocar nuestra fragilidad más cotidiana.
Esa Palabra nos revela una característica esencial del hombre, tantas veces
olvidada: que hemos sido hechos para la plenitud de ser; por tanto no
podemos vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede
«a un costado de la vida», marginado de su dignidad. Esto nos debe indignar.
Esto debe hacernos bajar de nuestra serenidad para «alterarnos» por el dolor
humano, el de nuestro prójimo, el de nuestro vecino, el de nuestro socio en
esta comunidad de argentinos. En esa entrega encontraremos nuestra
vocación existencial, nos haremos dignos de este suelo, que nunca tuvo
vocación de marginar a nadie.

El relato se nos presenta con la linealidad de una narración sencilla, pero tiene
toda la dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de nuestra
identidad, en toda existencia «lanzada al camino» de hacer patria. Me explico:
puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido.
Hoy y cada vez más ese herido es mayoría. En la humanidad y en nuestra
patria. La inclusión o la exclusión del herido al costado del camino define
todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Todos
enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes
viajantes que pasan de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de
nuestra historia y a lo ancho y largo de la Patria, todos somos o hemos sido
como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo
de los que pasan de largo y algo del Buen Samaritano. Es notable cómo las
diferencias de los personajes del relato quedan totalmente transformadas al
confrontarse con la dolorosa manifestación del caído, del humillado. Ya no hay
distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaria, no hay sacerdote
ni comerciante; simplemente están dos tipos de hombre: los que se hacen
cargo del dolor y los que pasan de largo, los que se inclinan reconociéndose
en el caído, y los que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto,
nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y disfraces se caen: es la
hora de la verdad, ¿nos inclinaremos para tocar nuestras heridas? ¿Nos
inclinaremos a cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío de la hora
presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de crisis la
opción se vuelve acuciante: podríamos decir que en este momento, todo el
que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está
poniendo sobre sus hombros a algún herido.

La historia del buen Samaritano se repite: se torna cada vez más visible que
nuestra desidia social y política está logrando hacer de esta tierra un camino
desolado, en el que las disputas internas y los saqueos de oportunidades nos
van dejando a todos marginados, tirados a un costado del camino. En su
parábola, el Señor no plantea vías alternativas, ¿qué hubiera sido de aquel
malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado
espacio en sus corazones? Jesucristo confía en lo mejor del espíritu humano y
con la Parábola lo alienta a que se adhiera al amor de Dios, reintegre al dolido
y construya una sociedad digna de tal nombre.

La Parábola comienza con los salteadores. El punto de partida que elige el


Señor es un asalto ya consumado. Pero no hace que nos detengamos a
lamentar el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los
conocemos. Hemos visto avanzar en nuestra Patria las densas sombras del
abandono, de la violencia utilizada para mezquinos intereses de poder y
división, también existe la ambición de la función pública buscada como botín.
La pregunta ante los salteadores podría ser: ¿Haremos nosotros de nuestra
vida nacional un relato que se queda en esta parte de la parábola?
¿Dejaremos tirado al herido para correr cada uno a guarecerse de la violencia
o a perseguir a los ladrones? ¿Será siempre el herido la justificación de
nuestras divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de
nuestros enfrentamientos internos? La poética profecía del Martin Fierro debe
prevenirnos: nuestros eternos y estériles odios e individualismos abren las
puertas a los que nos devoran de afuera. El pueblo de nuestra Nación
demuestra, una y otra vez, la clara voluntad de responder a su vocación de
ser buenos samaritanos unos con otros: ha confiado nuevamente en nuestro
sistema democrático a pesar de sus debilidades y carencias, y vemos cómo se
redoblan los esfuerzos solidarios para volver a tejer una sociedad que se
fractura. Nuestro pueblo responde con silencio de Cruz a las propuestas
disolutorias y soporta hasta el límite la violencia descontrolada de quienes
están presos del caos delincuencial.

La Parábola nos hace poner la mirada, redobladamente, en los que pasan de


largo. Esta peligrosa indiferencia de pasar de largo, inocente o no, producto
del desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote
y del levita un no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora, que
muchos se ven tentados a poner frente a la realidad y a la voluntad de ser
Nación. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan: una
ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferente, otra: un solo
mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en
algunos es acendrado el vivir con la mirada puesta hacia fuera de nuestra
realidad, anhelando siempre las características de otras sociedades, no para
integrarlas a nuestros elementos culturales, sino para reemplazarlos. Como si
un proyecto de país impostado intentara forzar su lugar empujando al otro; en
ese sentido podemos leer hoy experiencias históricas de rechazo al esfuerzo
de ganar espacios y recursos, de crecer con identidad, prefiriendo el
ventajismo del contrabando, la especulación meramente financiera y la
expoliación de nuestra naturaleza y –peor aún– de nuestro pueblo. Aún
intelectualmente, persiste la incapacidad de aceptar características y procesos
propios, como lo han hecho tantos pueblos, insistiendo en un menosprecio de
la propia identidad. Sería ingenuo no ver algo más que ideologías o
refinamientos cosmopolitas detrás de estas tendencias; más bien afloran
intereses de poder que se benefician de la permanente conflictividad en el
seno de nuestro pueblo.

Inclinación similar se ve en quienes, aparentemente por ideas contrarias, se


entregan al juego mezquino de las descalificaciones, los enfrentamientos
hasta lo violento, o a la ya conocida esterilidad de muchas intelectualidades
para las que «nada es salvable si no es como lo pienso yo». Lo que debe ser
un normal ejercicio de debate o autocrítica, que sabe dejar a buen recaudo el
ideario y las metas comunes, aquí parece ser manipulado hacia el permanente
estado de cuestionamiento y confrontación de los principios más
fundamentales. ¿Es incapacidad de ceder en beneficio de un proyecto mínimo
común o la irrefrenable compulsión de quienes sólo se alían para satisfacer su
ambición de poder? Tácitamente los «salteadores del camino» han conseguido
como aliados a los que «pasan por el camino mirando a otro lado». Se cierra
el círculo entre los que usan y engañan a nuestra sociedad para esquilmarla, y
los que supuestamente mantienen la pureza en su función crítica, pero viven
de este sistema y de nuestros recursos para disfrutarlos afuera o mantienen la
posibilidad del caos para ganar su propio terreno. No debemos llamarnos a
engaño, la impunidad del delito, del uso de las instituciones de la comunidad
para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos
desterrar, tienen como contracara la permanente desinformación y
descalificación de todo, la constante siembra de sospecha que hace cundir la
desconfianza y la perplejidad. El engaño del «todo está mal» es respondido
con un «nadie puede arreglarlo». Y, de esta manera, se nutre el desencanto y
la desesperanza. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo
perverso perfecto: la dictadura invisible de los verdaderos intereses, esos
intereses ocultos que se adueñaron de los recursos y de nuestra capacidad de
opinar y pensar. Todos, desde nuestras responsabilidades, debemos ponernos
la patria al hombro, porque los tiempos se acortan. La posible disolución la
advertimos en otras oportunidades, en esta misma fecha patria. Sin embargo
muchos seguían su camino de ambición y superficialidad, sin mirar a los que
caían al costado: esto sigue amenazándonos.

Miremos finalmente al herido. Los ciudadanos nos sentimos como él,


malheridos y tirados al costado del camino. Nos sentimos también
desamparados de nuestras instituciones desarmadas y desprovistas, ayunos
de la capacidad y la formación que el amor a la patria exigen.

Todos los días hemos de comenzar una nueva etapa, un nuevo punto de
partida. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan: esto sería
infantil, sino más bien hemos de ser parte activa en la rehabilitación y el
auxilio del país herido. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar
nuestra esencia religiosa, filial y fraterna para sentirnos beneficiados con el
don de la Patria, con el don de nuestro pueblo, de ser otros buenos
samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar
odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo
falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser Nación, de ser constantes
e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído. Aunque
se automarginen los violentos, los que sólo se ambicionan a sí mismos, los
difusores de la confusión y la mentira. Y que otros sigan pensando en lo
político para sus juegos de poder, nosotros pongámonos al servicio de lo
mejor posible para todos. Comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más
concreto y local, hasta el último rincón de la patria, con el mismo cuidado que
el viajero de Samaria tuvo por cada llaga del herido. No confiemos en los
repetidos discursos y en los supuestos informes acerca de la realidad.
Hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la
impotencia, porque allí está el Resucitado. Donde había una piedra y un
sepulcro, estaba la vida esperando. Donde había una tierra desolada nuestros
padres aborígenes y luego los demás que poblaron nuestra Patria, hicieron
brotar trabajo y heroísmo, organización y protección social.

Las dificultades que aparecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la


excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Renunciemos a la
mezquindad y el resentimiento de los internismos estériles, de los
enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y
hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras, porque sólo la
reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a
nosotros mismos. No se trata de predicar un eticismo reivindicador, sino de
encarar las cosas desde una perspectiva ética, que siempre está enraizada en
la realidad. El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni
gratitudes.
La entrega al servicio era la satisfacción frente a su Dios y su vida, y por eso,
un deber. El pueblo de esta Nación anhela ver este ejemplo en quienes hacen
pública su imagen: hace falta grandeza de alma, porque sólo la grandeza de
alma despierta vida y convoca.

No tenemos derecho a la indiferencia y al desinterés o a mirar hacia otro lado.


No podemos «pasar de largo» como lo hicieron los de la parábola. Tenemos
responsabilidad sobre el herido que es la Nación y su pueblo. Se inicia hoy
una nueva etapa en nuestra Patria signada muy profundamente por la
fragilidad: fragilidad de nuestros hermanos más pobres y excluidos, fragilidad
de nuestras instituciones, fragilidad de nuestros vínculos sociales…¡Cuidemos
la fragilidad de nuestro Pueblo herido! Cada uno con su vino, con su aceite y
su cabalgadura. Cuidemos la fragilidad de nuestra Patria. Cada uno pagando
de su bolsillo lo que haga falta para que nuestra tierra sea verdadera Posada
para todos, sin exclusión de ninguno. Cuidemos la fragilidad de cada hombre,
de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y
atenta, actitud de projimidad del Buen Samaritano.

Que nuestra Madre, María Santísima de Luján, que se ha quedado con


nosotros y nos acompaña por el camino de nuestra historia como signo de
consuelo y de esperanza, escuche nuestra plegaria de caminantes, nos
conforte y nos anime a seguir el ejemplo de Cristo, el que carga sobre sus
hombros nuestra fragilidad.
Buenos Aires, 25 de mayo de 2003.

Card. Jorge Mario Bergoglio S.J., arzobispo de Buenos Aires


«Y entonces, un doctor de la ley se levantó y le preguntó
a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que
hacer para heredar la Vida Eterna?» Jesús le preguntó a
su vez: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?»
Él le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con
todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo».

«Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y


alcanzarás la vida». Pero el doctor de la Ley, para
justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién
es mi prójimo?». Jesús volvió a tomar la palabra y le
respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y
cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de
todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo


vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo
vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba
por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces
se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y
vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo
a un albergue y se encargó de cuidarlo.

Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al dueño del


albergue, diciéndole: «Cuídalo, y lo que gastes de más, te
lo pagaré al volver»

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del


hombre asaltado por los ladrones?» «El que tuvo
compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo:
«Ve, y procede tú de la misma manera».

Evangelio de Lucas 10, 25-37

Vengo a proponerles un sueño: reconstruir

Discurso de asunción de Nestor Kirchner , 25 de mayo 2003

En este acto, que en los términos del artículo 93 de la Constitución de la


Nación tiene por finalidad la toma de posesión del cargo de Presidente de la
Nación Argentina, para el que he sido electo, creo que es necesario poder
compartir con ustedes algunas reflexiones, expresando los objetivos de
gobierno y los ejes directrices de gestión, para que el conjunto de la sociedad
argentina sepa hacia dónde vamos, y cada uno pueda a su vez aportar su
colaboración para la obtención de los fines que los argentinos deberemos
imponernos por encima de cualquier divisa partidaria.

Es que nos planteamos construir prácticas colectivas de cooperación que


superen los discursos individuales de oposición. En los países civilizados con
democracias de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten
cooperando. Por eso los convocamos a inventar el futuro. Venimos desde el
Sur del mundo y queremos fijar, junto a todos los argentinos, prioridades
nacionales y construir políticas de Estado a largo plazo, para de esa manera
crear futuro y generar tranquilidad. Sabemos adónde vamos y sabemos
adónde no queremos ir o volver. El 27 de abril las ciudadanas y los
ciudadanos de nuestra Patria, en ejercicio de la soberanía popular, se
decidieron por el avance decidido hacia lo nuevo. Dar vuelta una página de la
historia no ha sido mérito de uno o varios dirigentes. Ha sido, ante todo, una
decisión consciente y colectiva de la ciudadanía argentina. El pueblo ha
marcado una fuerte opción por el futuro y el cambio. En el nivel de
participación de aquella jornada se advierte que, pensando diferente y
respetando las diversidades, la inmensa y absoluta mayoría de los argentinos
queremos lo mismo aunque pensemos distinto. No es necesario hacer un
detallado repaso de nuestros males para saber que nuestro pasado está pleno
de fracasos, dolores, enfrentamientos, energías malgastadas en luchas
estériles, al punto de enfrentar seriamente a los dirigentes con sus
representados. Al punto de enfrentar seriamente a los argentinos entre sí.

En esas condiciones debe quedarnos absolutamente claro que en la República


Argentina, para poder tener futuro y no repetir nuestro pasado, necesitamos
enfrentar con plenitud el desafío del cambio.
Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política ésta es
la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda
la hora. Cambio es el nombre del futuro.

No debemos ni podemos conformarnos los argentinos con haber elegido un


nuevo gobierno. No debe la dirigencia política agotar su programa en la
obtención de un triunfo electoral. Sino que por el contrario, de lo que se trata
es de cambiar los paradigmas desde los que se analiza el éxito o el fracaso de
una dirigencia y de un país.

A comienzos de los ochenta se puso el acento en el mantenimiento de las


reglas de la democracia y los objetivos planteados no iban más allá del
aseguramiento de la subordinación real de las fuerzas armadas al poder
político. La medida del éxito de aquella etapa histórica no exigía ir más allá de
la preservación del estado de derecho, la continuidad de las autoridades
elegidas por el pueblo. Así se destacaba como avance significativo y prueba de
mayor eficacia, la simple alternancia de distintos partidos en el poder.

En la década de los noventa, la exigencia sumó la necesidad de la obtención


de avances en materia económica, en particular en materia de control de la
inflación. La medida del éxito de esa política la daban las ganancias de los
grupos más concentrados de la economía, la ausencia de corridas bursátiles y
la magnitud de las inversiones especulativas, sin que importaran la
consolidación de la pobreza y la condena a millones de argentinos a la
exclusión social, la fragmentación nacional y el enorme e interminable
endeudamiento externo.

Así, en una práctica que no debe repetirse, era muy difícil distinguir la
solución pragmática de la cirugía sin anestesia.

Se intentó reducir la política a la sola obtención de resultados electorales; el


gobierno, a la mera administración de las decisiones de los núcleos de poder
económico con amplio eco mediático, al punto que algunas fuerzas políticas en
1999 se plantearon el cambio en términos de una gestión más prolija pero
siempre en sintonía con aquellos mismos intereses.

El resultado no podía ser otro que el incremento del desprestigio de la política


y el derrumbe del país.

En este nuevo milenio, superando el pasado, el éxito de las políticas deberá


medirse bajo otros parámetros, en orden a nuevos paradigmas. Debe
juzgárselas desde su acercamiento a la finalidad de concretar el bien común,
sumando al funcionamiento pleno del estado de derecho y la vigencia de una
efectiva democracia, la correcta gestión del gobierno y el efectivo ejercicio del
poder político nacional en cumplimiento de transparentes y racionales reglas,
imponiendo la capacidad reguladora del Estado ejercida por sus organismos
de contralor y aplicación.

El cambio implica medir el éxito o el fracaso de la dirigencia desde otra


perspectiva. Discursos, diagnósticos sobre las crisis, no bastarán ni serán
suficientes. Se analizarán conductas y los resultados de las acciones. El éxito
se medirá desde la capacidad y la decisión y la eficacia para encarar los
cambios.
Concluye en la Argentina una forma de hacer política y un modo de gestionar
el Estado. Colapsó el ciclo de anuncios grandilocuentes, grandes planes
seguidos de la frustración por la ausencia de resultados y su consecuencia, la
desilusión constante, la desesperanza permanente. En esta nueva lógica, que
no sólo es funcional sino también conceptual, la gestión se construye día a
día, en el trabajo diario, en la acción cotidiana, que nos permitirán ir
mensurando los niveles de avance. Un gobierno no debe distinguirse por los
discursos de sus funcionarios, sino por las acciones de sus equipos.

Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin pausas,
pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras, ni en
genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir. Se trata de sumar
cambios, no de dividir. Cambiar importa aprovechar las diversidades sin
anularlas. Se necesitará mucho trabajo y esfuerzo plural, diverso y transversal
a los alineamientos partidarios.

Hay que reconciliar a la política, a las instituciones y al gobierno, con la


sociedad.

Por eso nadie piense que las cosas cambiarán de un día para el otro y sólo
porque se declame. Un cambio que pueda consolidarse necesitará de la
sumatoria de hechos cotidianos que en su persistencia derroten cualquier
inmovilismo y un compromiso activo de la sociedad en ese cambio. Ningún
dirigente, ningún gobernante, por más capaz que sea puede cambiar las cosas
si no hay una ciudadanía dispuesta a participar activamente en ese cambio.
Desarmados de egoísmos individuales o sectoriales, las conciencias y los actos
deben encontrarse en el amplio espacio común de un proyecto nacional que
nos contenga. Un espacio donde desde muchas ideas pueda contribuirse a una
finalidad común.

En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un


capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la
movilidad social ascendente. No se trata de cerrarse al mundo. No es un
problema de nacionalismo ultramontano, sino de inteligencia, observación y
compromiso con la Nación. Basta ver cómo los países más desarrollados
protegen a sus productores, a sus industrias y a sus trabajadores,

Se trata, entonces, de hacer nacer una Argentina con progreso social, donde
los hijos puedan aspirar a vivir mejor que sus padres sobre la base de su
esfuerzo, capacidad y trabajo.

Para eso es preciso promover políticas activas que permitan el desarrollo y el


crecimiento económico del país, la generación de nuevos puestos de trabajo y
una mejor y más justa distribución del ingreso. Como se comprenderá el
Estado cobra en eso un papel principal, es que la presencia o la ausencia del
Estado constituye toda una actitud política.

Queremos recuperar los valores de la solidaridad y la justicia social que nos


permitan cambiar nuestra realidad actual para avanzar hacia la construcción
de una sociedad más equilibrada, más madura y más justa. Sabemos que el
mercado organiza económicamente pero no articula socialmente, debemos
hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y
abandona.
Es el Estado el que debe actuar como el gran reparador de las desigualdades
sociales en un trabajo permanente de inclusión y creando oportunidades a
partir del fortalecimiento de la posibilidad de acceso a la educación, la salud, y
la vivienda, promoviendo el progreso social basado en el esfuerzo y el trabajo
de cada uno.

Es el Estado el que debe viabilizar los derechos constitucionales, protegiendo


a los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir, los trabajadores, los
jubilados, los pensionados, los usuarios y los consumidores.

Actuaremos como lo que fuimos y seguiremos siendo siempre: hombres y


mujeres comunes que quieren estar a la altura de las circunstancias
asumiendo con dedicación las grandes responsabilidades que en
representación del pueblo se nos confieren.

Estamos dispuestos a encarar junto a la sociedad todas las reformas


necesarias y para ello también utilizaremos los instrumentos que la
Constitución y las leyes contemplan para construir y expresar la voluntad
popular. Vamos a apoyarnos en la Constitución para construir una nueva
legitimidad de las leyes, que vaya más allá de la prepotencia del más fuerte.
Un Estado no puede tener legitimidad si su pueblo no ratifica el fundamento
primario de sus gobernantes. De la misma manera que luchamos contra la
pobreza económica tendremos una conducta sin dobleces para impedir la
pobreza cívica. Sólo cuando el gobierno se desentiende del pueblo es que toda
la sociedad empobrece, no sólo económicamente sino moral y culturalmente.

Somos conscientes de que ninguna de esas reformas será productiva y


duradera si no creamos las condiciones para generar un incremento de la
calidad institucional.

La calidad institucional supone el pleno apego a las normas, en una Argentina


que por momentos aparece ante el mundo como un lugar donde la violación
de las leyes no tiene castigo legal ni social. A la Constitución hay que leerla
completa. La seguridad jurídica debe ser para todos, no sólo para los que
tienen poder o dinero.

No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de


impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad
será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda
posible sospecha sobre ellas.

Rechazamos de plano la identificación entre gobernabilidad e impunidad que


algunos pretenden. Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de impunidad.
Gobernabilidad no es ni puede ser sinónimo de acuerdos oscuros,
manipulación política de las instituciones o pactos espurios a espaldas de la
sociedad.

Este combate es una tarea conjunta del Poder Ejecutivo, el Congreso y el


Poder Judicial, pero también de la sociedad porque no podemos ignorar que es
de esa misma sociedad de donde provienen los hombres y mujeres que
integran las instituciones públicas y privadas.
Cambio responsable, calidad institucional, fortalecimiento del rol de las
instituciones con apego a la Constitución y a la ley y fuerte lucha contra la
impunidad y la corrupción deben presidir no sólo los actos del gobierno que
comenzaremos sino toda la vida institucional y social de la República.

Reinstalar la movilidad social ascendente que caracterizó a la República


Argentina requiere comprender que los problemas de la pobreza no se
solucionan desde las políticas sociales sino desde las políticas económicas.
Sabemos que hay que corregir errores y mejorar métodos en la forma de
asignación de la ayuda social. Pero es imprescindible advertir que la tragedia
cívica del clientelismo político no es producto de la asistencia social como
gestión del Estado, sino de la desocupación como consecuencia de un modelo
económico. En nuestro país la aparición de la figura del cliente político es
coetánea con la del desocupado. Mientras en la República Argentina hubo
trabajo, nadie fue rehén de un dirigente partidario.

Al drama de la desaparición del trabajo y el esfuerzo como el gran articulador


social, se sumó el derrumbe de la educación argentina.

No hay un factor mayor de cohesión y desarrollo humano que promueva más


la inclusión que el aseguramiento de las condiciones para el acceso a la
educación, formidable herramienta que construye identidad nacional y unidad
cultural, presupuestos básicos de cualquier país que quiera ser Nación.

Una sociedad como la que queremos promover debe basarse en el


conocimiento y en el acceso de todos a ese conocimiento.

La situación de la educación argentina revela dos datos vinculados a su


problema central, que es la calidad de la enseñanza. Por un lado, una
creciente anarquía educativa, y por el otro, la crisis de los sistemas de
formación docente. Ambos afectan severamente la igualdad educativa. El
último sistema nacional de formación docente fue el de nuestras viejas y
queridas maestras normales. Criticado por enciclopedista, memorista y
repetitivo, pero nuestra generación fue la última formada en esa escuela
pública y la calidad de la educación era superior a la que hoy tenemos.

Aquel viejo sistema no fue suplantado por otro. Por si esto fuera poco, se le
agregó con muy buena intención, pero con resultado dudoso, lo que quiso ser
la federalización de la educación. Se trató de lograr autonomía, objetivo con el
que estamos de acuerdo, pero se terminó en un grado cierto de anarquía en
los contenidos curriculares y en los sistemas funcionales. La igualdad
educativa es, para nosotros, un principio irrenunciable, no sólo como actitud
ética sino esencialmente como responsabilidad institucional. Debemos
garantizar que un chico del Norte argentino tenga la misma calidad educativa
que un alumno de la Capital Federal.

Es correcto que las provincias dirijan y administren el sistema de prestación


del servicio educativo, pero el Estado nacional debe recuperar su rol en
materia de planificación y contenidos de la educación y sistemas de formación
y evaluación docente. Garantizar la igualdad educativa de norte a sur es
aportar a la formación de una verdadera conciencia e identidad nacional.
En el campo de la salud, el Estado asumirá un rol articulador y regulador de la
salud pública integral sumando los esfuerzos de los subsectores públicos
provinciales y nacionales, privados y de obras sociales, orientado a consolidar
las acciones que posibiliten generar accesibilidad a las prestaciones médicas y
a los medicamentos para toda la población.

La ley de prescripción por el nombre genérico de los medicamentos


recientemente reglamentada será aplicada con todo vigor y el Programa
Remediar, de gratuita distribución de medicamentos ambulatorios, continuará.

El objetivo de dar salud a los argentinos impone que se asuman políticas de


Estado que sean impermeables a las presiones interesadas, por poderosas que
sean, provengan de donde provengan.

Entre los fundamentales e insustituibles roles del Estado ubicamos los de


ejercer el monopolio de la fuerza y combatir cualquier forma de impunidad del
delito, para lograr seguridad ciudadana y justicia en una sociedad democrática
en la que se respeten los derechos humanos.

El cumplimiento estricto de la ley que exigiremos en todos los ámbitos debe


tener presente las circunstancias sociales y económicas que han llevado al
incremento de los delitos en función directa del crecimiento de la exclusión, la
marginalidad y la crisis que recorren todos los peldaños de la sociedad.

Pero también hay que comprender que, como sociedad, hace tiempo que
carecemos de un sistema de premios y castigos. En lo penal, en lo impositivo,
en lo económico, en lo político, y hasta en lo verbal, hay impunidad en la
Argentina. En nuestro país, cumplir la ley no tiene premio ni reconocimiento
social.

En materia de seguridad no debe descargarse sólo sobre la policía la


responsabilidad de la detección de las situaciones de riesgo que sirven de
base al desarrollo de la delincuencia. Son el Estado y la sociedad en su
conjunto los que deben actuar participativa y coordinadamente para la
prevención, detección, represión y castigo de la actividad ilegal.

Una sociedad con elevados índices de desigualdad, empobrecimiento,


desintegración familiar, falta de fe y horizontes para la juventud, con
impunidad e irresponsabilidad, siempre será escenario de altos niveles de
inseguridad y violencia. Una sociedad dedicada a la producción y proveedora
de empleos dignos para todos resultará un indispensable apoyo para el
combate contra el delito.

Para comprender la problemática de la seguridad y encontrar soluciones no


sólo se debe leer el Código Penal, hay que leer también la Constitución
Nacional en sus artículos 14 y 14 bis, cuando establecen como derechos de
todos los habitantes de la Nación el derecho al trabajo, a la retribución justa,
a las condiciones dignas y equitativas de labor, a las jubilaciones y pensiones
móviles, al seguro social obligatorio, a la compensación económica familiar y
al acceso a una vivienda digna, entre otros.

El Estado debe ser esclavo de la ley para enfrentar el delito, pero no puede
aceptar extorsiones de nadie, ni de quienes aprovechan una posición de
fuerza en cualquiera de los poderes del Estado o en la economía, ni de
quienes usan la necesidad de los pobres para fines partidistas.

La paz social, el respeto a la ley, a la defensa de la vida y la dignidad son


derechos inalienables de todos los argentinos.

El delito es delito, sea de guante blanco, sea de naturaleza común, sea de


mafias organizadas.

Gobernabilidad es garantizar la prestación de un servicio de justicia próximo al


ciudadano, con estándares de rendimiento, de eficiencia y de equidad que
garanticen una real seguridad jurídica para todos los habitantes, cualquiera
que sea su estatus económico o social

En el plano de la economía es donde más se necesita que el Estado se


reconcilie con la sociedad. No puede ser una carga que termine agobiando a
todas las actividades, ni igualándolas hacia abajo con políticas de ajuste
permanente a los que menos tienen.

El objetivo básico de la política económica será el de asegurar un crecimiento


estable, que permita una expansión de la actividad y del empleo constante,
sin las muy fuertes y bruscas oscilaciones de los últimos años. El resultado
debe ser la duplicación de la riqueza cada quince años, y una distribución tal
que asegure una mejor distribución del ingreso y, muy especialmente, que
fortalezca nuestra clase media y que saque de la pobreza extrema a todos los
compatriotas. Para alcanzar tales objetivos respetaremos principios
fundamentales que ayuden a consolidar lo alcanzado y permitan los avances
necesarios.

La sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse. El equilibrio


fiscal debe cuidarse. Eso implica más y mejor recaudación y eficiencia y
cuidado en el gasto. El equilibrio de las cuentas públicas, tanto de la Nación
como de las provincias, es fundamental.

El país no puede continuar cubriendo déficit por la vía del endeudamiento


permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciendo
correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de
menores ingresos.

Ese equilibrio fiscal tan importante deberá asentarse sobre dos pilares: gasto
controlado y eficiente e impuestos que premien la inversión y la creación de
empleo y que recaigan allí donde hay real capacidad contributiva.
Mantenimiento del equilibrio fiscal y trajes a rayas para los grandes evasores,
en la seguridad de que si imponemos correctamente a los poderosos el resto
del país se disciplinará.

Terminaremos con la Argentina donde el hilo se corta por lo más delgado y en


eso actuaremos con energía, porque no es posible una economía sin esfuerzo
y no alcanzará para ayudar a los desprotegidos si no hay cumplimiento
impositivo. Quien no cumple sus obligaciones impositivas le resta posibilidades
de ascenso social a los demás. La evasión es la contracara de la solidaridad
social que exigiremos.
Debemos asegurar la existencia de un país normal, sin sobresaltos, con el
sector público y el sector privado cada uno en sus respectivos roles. Hay que
dotar a la República Argentina de buena administración, gobernabilidad,
estabilidad con inclusión y progreso social, y competitividad. Con equilibrio
fiscal, la ausencia de rigidez cambiaria, el mantenimiento de un sistema de
flotación con política macroeconómica de largo plazo determinada en función
del ciclo de crecimiento, el mantenimiento del superávit primario y la
continuidad del superávit comercial externo, nos harán crecer en función
directa de la recuperación del consumo, de la inversión y de las exportaciones.

Sabemos que la capacidad de ahorro local y, por ende, el financiamiento local,


es central en todo proceso de crecimiento sostenido. Ello requiere estabilidad
de precios, entidades financieras sólidas y volcadas a prestar al sector privado
-personas y empresas-, con eficiencia operativa y tasas razonables.

El desarrollo del mercado de capitales con nuevos instrumentos, con


trasparencia, con seguridad, es fundamental para recuperar la capacidad de
ahorro y para alejarnos definitivamente de las crisis financieras internas que
en los últimos 20 años han golpeado fuertemente y por tres veces a los
ahorristas y depositantes. Los fondos externos deben ser complementarios a
este desarrollo de los mercados locales y su gran atractivo está ligado a que
sean fondos de inversión extranjera directa -inversión productiva-, que no
sólo aportan recursos sino también traen aparejado progresos en la tecnología
de procesos y productos. Nuestro país debe estar abierto al mundo, pero
abierto al mundo de una manera realista, dispuesto a competir en el marco de
políticas de preferencia regional -fundamentalmente a través del

Mercosur-, y de políticas cambiarias flexibles acorde a nuestras


productividades relativas y a las circunstancias del contexto internacional. El
crecimiento requerirá de una demanda creciente que aliente las inversiones,
tanto para atender el mercado interno como a las exportaciones.

A contrario del modelo de ajuste permanente, el consumo interno estará en el


centro de nuestra estrategia de expansión. Precisamente para cumplir con
esta idea de consumo en permanente expansión, la capacidad de compra de
nuestra población deberá crecer progresivamente por efecto de salarios, por el
número de personas trabajando y por el número de horas trabajadas. Esas
tres variables juntas definen la masa de recursos que irán al consumo y al
ahorro local y su evolución no puede ser fruto de una fantasía o de puro
voluntarismo.

En nuestro proyecto nacional trabajaremos de la única manera seria que es


crear un círculo virtuoso donde la masa de recursos crece -crece si la
producción crece- y la producción aumenta si también lo hace la masa de
recursos.

Avanzaremos simultáneamente en forma cuidadosa y progresiva creando las


condiciones para producir más y distribuir lo que efectivamente se produzca.
Nuestras mejores posibilidades se ubican en torno al avance de la calidad
institucional en el marco de una economía seria y creíble.

Trabajando en torno a estos principios, sin espectacularidades ni brusquedad


en el cambio, seriamente, paso a paso, como cualquier país normal del
mundo, podremos cumplir con los objetivos y cumplir hacia adentro y hacia
fuera con nuestras obligaciones y compromisos.

Acortando los plazos, el Estado se incorporará urgentemente como sujeto


económico activo, apuntando a la terminación de las obras públicas
inconclusas, la generación de trabajo genuino y la fuerte inversión en nuevas
obras.

No se tratará de obras faraónicas, apuntaremos más a cubrir las necesidades


de vivienda y de infraestructura en sectores críticos de la economía para
mejorar la calidad de vida y a perfilar un país mas competitivo, distribuyendo
la inversión con criterio federal y desarrollando nuestro perfil productivo.

Tenemos que volver a planificar y ejecutar obra pública en la Argentina, para


desmentir con hechos el discurso único del neoliberalismo que las estigmatizó
como gasto público improductivo. No estamos inventando nada nuevo, los
Estados Unidos en la década del treinta superaron la crisis económico
financiera más profunda del siglo de esa manera. La construcción intensiva de
viviendas, las obras de infraestructura vial y ferroviaria, la mejor y moderna
infraestructura hospitalaria, educativa y de seguridad, perfilarán un país
productivo en materia de industria agroalimentaria, turismo, energía, minería,
nuevas tecnologías, transportes, y generará puestos de trabajo genuinos.

Produciremos cambios en el sistema impositivo para tornarlo progresivo, lo


que permitirá luego reducir alícuotas en función de la mejora en la
recaudación, ampliada como quedará la base imponible y eliminadas que sean
las exenciones no compatibles con la buena administración. Eso nos dará
solidez y solvencia fiscal.

Forma parte de nuestra decisión cumplimentar con aquello que fue mandato
constitucional del ´94 y que lamentablemente hasta hoy no se ha cumplido.
Darnos una nueva ley de coparticipación federal no sólo implica nueva
distribución y nuevas responsabilidades sino el diseño de un nuevo modelo de
país.

No se puede recurrir al ajuste ni incrementar el endeudamiento. No se puede


volver a pagar deuda a costa del hambre y la exclusión de los argentinos
generando más pobreza y aumentando la conflictividad social. La inviabilidad
de ese viejo modelo puede ser advertida hasta por los propios acreedores,
que tienen que entender que sólo podrán cobrar si a la Argentina le va bien.

Este modelo de producción, trabajo y crecimiento sustentable y con reglas


claras, generará recursos fiscales, solvencia macroeconómica y
sustentabilidad fiscal creando las condiciones para generar nuevo y mayor
valor agregado. Tiene además que permitir negociar con racionalidad para
lograr una reducción de la deuda externa.

Este gobierno seguirá principios firmes de negociación con los tenedores de


deuda soberana en actual situación de default, de manera inmediata y
apuntando a tres objetivos: la reducción de los montos de deuda, la reducción
de las tasas de interés y la ampliación de los plazos de madurez y vencimiento
de los bonos.
Sabemos que nuestra deuda es un problema central. No se trata de no
cumplir, de no pagar. No somos el proyecto del default. Pero tampoco
podemos pagar a costa de que cada vez más argentinos vean postergados su
acceso a la vivienda digna, a un trabajo seguro, a la educación de sus hijos, o
a la salud.

Creciendo nuestra economía crecerá nuestra capacidad de pago.

En materia de defensa, actuaremos con un concepto integral de la defensa


nacional, integrando la contribución de la acción de nuestras fuerzas armadas
en pro del desarrollo, trabajando para su modernización e impulsando la
investigación científico tecnológica en coordinación con otros organismos
gubernamentales, para que, sin apartarse de su actividad principal puedan
contribuir al bienestar general de la población.

Queremos a nuestras fuerzas armadas altamente profesionalizadas,


prestigiadas por el cumplimiento del rol que la Constitución les confiere y por
sobre todas las cosas, comprometidas con el futuro y no con el pasado.

Desde este proyecto nacional la República Argentina se integrará al mundo


dando pasos concretos hacia consensos políticos basados en el fortalecimiento
del derecho internacional, el respeto a nuestras convicciones, la historia y las
prioridades nacionales. Partidarios en la política mundial de la multilateralidad
como somos, no debe esperarse de nosotros alineamientos automáticos sino
relaciones serias, maduras y racionales que respeten las dignidades que los
países tienen.

Nuestra prioridad en política exterior será la construcción de una América


Latina políticamente estable, próspera y unida con base en los ideales de
democracia y justicia social.

Venimos desde el Sur de la Patria, desde la tierra de la cultura malvinera y de


los hielos continentales, y sostendremos inclaudicablemente nuestro reclamo
de soberanía sobre las Islas Malvinas.

El Mercosur y la integración latinoamericana deben ser parte de un verdadero


proyecto político regional. Nuestra alianza estratégica con el Mercosur, que
debe profundizarse hacia otros aspectos institucionales que deben acompañar
la integración económica, y ampliarse abarcando a nuevos miembros
latinoamericanos, se ubicará entre los primeros puntos de nuestra agenda
regional.

Una relación seria, amplia y madura con los Estados Unidos de América y los
Estados que componen la Unión Europea es lo que debe esperarse de
nosotros. El estrechamiento de vínculos con otras naciones desarrolladas y
con grandes naciones en desarrollo del oriente lejano, y una participación en
pro de la paz y la obtención de consensos en ámbitos como la Organización de
las Naciones Unidas para que efectivamente se comprometa con eficacia en la
promoción del desarrollo social y económico ayudando al combate contra la
pobreza.

La lucha contra el terrorismo internacional que tan profundas y horribles


huellas ha dejado en la memoria del pueblo argentino, nos encontrará
dispuestos y atentos para lograr desterrarlo de entre los males que sufre la
humanidad.

La inserción comercial de la Argentina ocupa un lugar central en la agenda de


gobierno. Consolidar la política comercial como una política de Estado
permanente que trascienda la duración de los mandatos de gobierno y cuente
con la concurrencia del sector privado, de la comunidad académica y de la
sociedad civil en general, será un objetivo estratégico de primer orden de esta
administración.

Profundizar la estrategia de apertura de mercados, incrementar


sustancialmente nuestro intercambio con el resto del mundo. Diversificar
exportaciones hacia bienes con mayor valor agregado. Desconcentrar las
ventas por destino y multiplicar el número de exportadores de modo que los
beneficios del comercio exterior se derramen sobre todas las ramas
productivas.

La apertura masiva de nuevos mercados exige la negociación simultánea y


permanente en todos los foros de negociación que involucren a nuestro país.

Finalmente, no se trata de agotar en estas líneas la totalidad de los cursos de


acción que seguiremos. No creemos en los catálogos de buenas intenciones.
Queremos expresar el sentido y la dirección de las cosas que haremos. Se
trata de abordar de una manera distinta los principales temas, identificando
adecuadamente los verdaderos problemas de la agenda social con la finalidad
de que el conjunto sepa cómo ayudar, cómo sumar, cómo ayudar a corregir.

Pensando el mundo en argentino, desde un modelo propio, este proyecto


nacional que expresamos convoca a todos y a cada uno de los ciudadanos
argentinos, por encima y por fuera de los alineamientos partidarios, a poner
manos a la obra en este trabajo de refundar la Patria.

Sabemos que estamos ante un final de época. Atrás quedó el tiempo de los
líderes predestinados, los fundamentalistas, los mesiánicos. La Argentina
contemporánea se deberá reconocer y refundar en la integración de equipos y
grupos orgánicos, con capacidad para la convocatoria transversal, el respeto
por la diversidad y el cumplimiento de objetivos comunes.

Tenemos testimonios de gestión y resultados. Somos parte de esta nueva


generación de argentinos que en forma abierta y convocante, y desde la
propuesta de un modelo argentino de producción, trabajo y crecimiento
sustentable llama al conjunto social para sumar, no para dividir. Para avanzar
y no para retroceder. En síntesis, para ayudarnos mutuamente a construir una
Argentina que nos contenga y nos exprese como ciudadanos.

Convocamos al trabajo, al esfuerzo, a la creatividad, para que nos hagamos


cargo de nuestro futuro, para que concretemos los cambios necesarios para
forjar un país en serio, un país normal, con esperanza y con optimismo.

Formo parte de una generación diezmada. Castigada con dolorosas ausencias.


Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no
pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada. No creo en el axioma
de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso
constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida
que éste, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores
pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro. Sino
que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones.

Memoria sin rencor que es aprendizaje político, balance histórico y desafío


actual de gestión.

Con la ayuda de Dios seguramente se podrá iniciar un nuevo tiempo, que nos
encuentre codo a codo en la lucha por lograr el progreso y la inclusión social,
poniéndole una bisagra a la historia

Con mis verdades relativas -en las que creo profundamente- pero que sé, se
deben integrar con las de ustedes para producir frutos genuinos, espero la
ayuda de vuestro aporte. No he pedido ni solicitaré cheques en blanco.

Vengo en cambio a proponerles un sueño. Reconstruir nuestra propia


identidad como pueblo y como Nación. Vengo a proponerles un sueño, que es
la construcción de la verdad y la justicia.

Vengo a proponerles un sueño, el de volver a tener una Argentina con todos y


para todos.

Les vengo a proponer que recordemos los sueños de nuestros patriotas


fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros. De nuestra
generación, que puso todo y dejó todo, pensando en un país de iguales.

Porque yo sé y estoy convencido que en esta simbiosis histórica vamos a


encontrar el país que nos merecemos los argentinos. Vengo a proponerles un
sueño, quiero una Argentina unida. Quiero una Argentina normal. Quiero que
seamos un país serio. Pero además quiero también un país más justo.

Anhelo que por este camino se levante a la faz de la tierra una nueva y
gloriosa Nación. La nuestra. Muchas gracias. Viva la Patria".
RECOMENZAR
UN EXTRAÑO EN EL CAMINO
Francisco, Fratelli Tutti. Capitulo II, Octubre de 2021

56. Todo lo que mencioné en el capítulo anterior es más que una aséptica descripción
de la realidad, ya que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la
vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»[53]. En el intento de
buscar una luz en medio de lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas
líneas de acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por Jesucristo
hace dos mil años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de
buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa de tal
manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella.

«Un maestro de la Ley se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:


“Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez:
“Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor,
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente, y al prójimo como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has respondido bien;
pero ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió
a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús tomó la palabra y dijo: “Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, quienes, después de
despojarlo de todo y herirlo, se fueron, dejándolo por muerto. Por casualidad, un
sacerdote bajaba por el mismo camino, lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual
hizo un levita, que llegó al mismo lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un
samaritano, que iba de viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se
conmovió profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y
vino. Después lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se
quedó cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas
de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de
estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos
de los ladrones?” El maestro de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”.
Entonces Jesús le dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo»  (Lc 10,25-37).

El trasfondo

57. Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la


creación del mundo y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones
entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios:
«¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que
frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.).
Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda
justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a
crear una cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos
unos a otros.

58. El libro de Job acude al hecho de tener un mismo Creador como base para
sostener algunos derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el vientre no lo
formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?» (31,15). Muchos
siglos después, san Ireneo lo expresará con la imagen de la melodía: «El amante de
la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo particular de cada tono, ni
suponer un creador para uno y otro para otro […], sino uno solo»[54].

59. En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía


restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma nación. El antiguo
precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía
ordinariamente como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en el
judaísmo que se desarrolló fuera de la tierra de Israel, los confines se fueron
ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no quieres que te
hagan (cf. Tb 4,15). El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto: «Esto es la Ley y
los Profetas. Todo lo demás es comentario»[55]. El deseo de imitar las actitudes
divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a los más cercanos: «La
misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la misericordia del Señor
alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).

60. En el Nuevo Testamento, el precepto de Hillel se expresó de modo positivo:


«Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser tratados, porque en esto
consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal, tiende a abarcar
a todos, sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace
salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Como consecuencia se reclama: «Sean
misericordiosos así como el Padre de ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).

61. Hay una motivación para ampliar el corazón de manera que no excluya al
extranjero, que puede encontrarse ya en los textos más antiguos de la Biblia. Se
debe al constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido como forastero en
Egipto:

«No maltratarás ni oprimirás al migrante que reside en tu territorio, porque ustedes


fueron migrantes en el país de Egipto»(Ex 22,20).

«No oprimas al migrante: ustedes saben lo que es ser migrante, porque fueron
migrantes en el país de Egipto»(Ex 23,9).

«Si un migrante viene a residir entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. El


migrante residente será para ustedes como el compatriota; lo amarás como a ti
mismo, porque ustedes fueron migrantes en el país de Egipto»(Lv 19,33-34).

«Si cosechas tu viña, no vuelvas a por más uvas. Serán para el migrante, el huérfano
y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto»(Dt  24,21-22).

En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor fraterno:

«Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti


mismo»(Ga  5,14).

«Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a


su hermano está y camina en las tinieblas» (1 Jn 2,10-11).

«Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los
hermanos. Quien no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).

«Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve »(1
Jn 4,20).

62. Aun esta propuesta de amor podía entenderse mal. Por algo, frente a la tentación
de las primeras comunidades cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san
Pablo exhortaba a sus discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos»
(1 Ts 3,12), y en la comunidad de Juan se pedía que los hermanos fueran bien
recibidos, «incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto ayuda a
comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa si el
hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las cadenas
que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una
gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de
compasión y de dignidad»[56].

El abandonado

63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido
asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas
con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el
bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al
menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias
manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo
que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía
sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos.
Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró
digno de dedicarle su tiempo.

64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál
de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de
desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos
crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y
sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos
acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones
hasta que estas nos golpean directamente.

65. Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto
nada. Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y
huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano se muere
por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se
manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles. Además, como todos estamos
muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos
molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los
problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca
construirse de espaldas al dolor.

66. Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un
texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y
del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre
nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se
encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya
una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto
humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno
de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo
de encuentro»[57].

67. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de


fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto
dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra
opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de
largo, sin compadecerse del dolor del hombre herido en el camino. La parábola nos
muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y
mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una
sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído,
para que el bien sea común. Al mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas
actitudes de personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las
exigencias ineludibles de la realidad humana.

68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza de ideales abstractos,


ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja ético-social. Nos revela una
característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos
para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir
indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la
vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para
alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.

Una historia que se repite

69. La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la dinámica de esa lucha interna
que se da en la elaboración de nuestra identidad, en toda existencia lanzada al
camino para realizar la fraternidad humana. Puestos en camino nos chocamos,
indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay heridos. La
inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los
proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos. Enfrentamos cada día la opción
de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo. Y si
extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo del
mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de
herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano.

70. Es notable cómo las diferencias de los personajes del relato quedan totalmente
transformadas al confrontarse con la dolorosa manifestación del caído, del humillado.
Ya no hay distinción entre habitante de Judea y habitante de Samaría, no hay
sacerdote ni comerciante; simplemente hay dos tipos de personas: las que se hacen
cargo del dolor y las que pasan de largo; las que se inclinan reconociendo al caído y
las que distraen su mirada y aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples
máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad.
¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para
cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no hemos de
tenerle miedo. En los momentos de crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos
decir que, en este momento, todo el que no es salteador o todo el que no pasa de
largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido.

71. La historia del buen samaritano se repite: se torna cada vez más visible que la
desidia social y política hace de muchos lugares de nuestro mundo un camino
desolado, donde las disputas internas e internacionales y los saqueos de
oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado del camino. En su
parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué hubiera sido de aquel
malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de venganza hubieran ganado espacio
en sus corazones? Él confía en lo mejor del espíritu humano y con la parábola lo
alienta a que se adhiera al amor, reintegre al dolido y construya una sociedad digna
de tal nombre.

Los personajes

72. La parábola comienza con los salteadores. El punto de partida que elige Jesús es
un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar el hecho, no dirige
nuestra mirada hacia los salteadores. Los conocemos. Hemos visto avanzar en el
mundo las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos
intereses de poder, acumulación y división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos
tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia o a
perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones
irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos
internos?

73. Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de
largo. Esta peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del
desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote y del levita
un no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la
realidad. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan: una es
ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo mirar
hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en algunos países, o
en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su cultura, y un
vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto de país importado
intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la indiferencia de algunos, porque
aquellos que podrían tocarles el corazón con sus reclamos simplemente no existen.
Están fuera de su horizonte de intereses.

74. En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas
religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es
un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no
garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo
que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse
con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la
apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica
apertura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este
desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo
desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con
lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez»[58]. La paradoja es
que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los
creyentes.

75. Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados secretos a los que “pasan
por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el círculo entre los que usan y engañan
a la sociedad para esquilmarla, y los que creen mantener la pureza en su función
crítica, pero al mismo tiempo viven de ese sistema y de sus recursos. Hay una triste
hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el
provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a
una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que
hace cundir la desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es
respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta
manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de
solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un
círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses
ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar.

76. Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos
y tirados al costado del camino. Nos sentimos también desamparados por nuestras
instituciones desarmadas y desprovistas, o dirigidas al servicio de los intereses de
unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un
estilo elegante de mirar para otro lado que se practica recurrentemente: bajo el
ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin
tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia
tolerante y repleto de eufemismos»[59].

Recomenzar
77. Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos
que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones.
Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy
estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser
otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de
acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo
falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e
incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque muchas
veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos, de los
que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros
sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder.
Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.

78. Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local,
hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el viajero
de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y hagámonos cargo de
la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la impotencia, porque allí está
todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del ser humano. Las dificultades
que parecen enormes son la oportunidad para crecer, y no la excusa para la tristeza
inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo hagamos solos, individualmente. El
samaritano buscó a un hospedero que pudiera cuidar de aquel hombre, como
nosotros estamos invitados a convocar y encontrarnos en un “nosotros” que sea más
fuerte que la suma de pequeñas individualidades; recordemos que «el todo es más
que la parte, y también es más que la mera suma de ellas».[60] Renunciemos a la
mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos
sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros
crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará
perder el miedo a nosotros mismos y a los demás.

79. El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni gratitudes. La


entrega al servicio era la gran satisfacción frente a su Dios y a su vida, y por eso, un
deber. Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y
todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer,
de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de
proximidad del buen samaritano.

El prójimo sin fronteras

80. Jesús propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi
prójimo? La palabra “prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que
es más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al
que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos judíos
de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo
incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar. El judío Jesús
transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos quiénes
son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos.

81. La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar
si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se
hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las
barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y
hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos interpela a dejar de lado toda diferencia y,
ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo
“prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un
prójimo de los otros.
82. El problema es que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío
—habitante de Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —
habitante de Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para
reflexionar sobre un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región
que había sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía
impuros, detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a
naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una
nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en Siquén» (v. 26).

83. Esto explica por qué una mujer samaritana, cuando Jesús le pidió de beber,
respondió enfáticamente: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy
una mujer samaritana?» (Jn 4,9). Quienes buscaban acusaciones que pudieran
desacreditar a Jesús, lo más ofensivo que encontraron fue decirle «endemoniado» y
«samaritano» (Jn 8,48). Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un
samaritano y un judío es una potente interpelación, que desmiente toda manipulación
ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad
de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las
barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos.

La interpelación del forastero

84. Finalmente, recuerdo que en otra parte del Evangelio Jesús dice: «Fui forastero y
me recibieron» (Mt 25,35). Jesús podía decir esas palabras porque tenía un corazón
abierto que hacía suyos los dramas de los demás. San Pablo exhortaba: «Alégrense
con los que están alegres y lloren con los que lloran» (Rm 12,15). Cuando el corazón
asume esa actitud, es capaz de identificarse con el otro sin importarle dónde ha
nacido o de dónde viene. Al entrar en esta dinámica, en definitiva experimenta que
los demás son «su propia carne» (Is 58,7).

85. Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión
trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o
excluido (cf. Mt 25,40.45). En realidad, la fe colma de motivaciones inauditas el
reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer que Dios ama a
cada ser humano con un amor infinito y que «con ello le confiere una dignidad
infinita»[61]. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos
y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal. Y si vamos a la
fuente última, que es la vida íntima de Dios, nos encontramos con una comunidad de
tres Personas, origen y modelo perfecto de toda vida en común. La teología continúa
enriqueciéndose gracias a la reflexión sobre esta gran verdad.

86. A veces me asombra que, con semejantes motivaciones, a la Iglesia le haya


llevado tanto tiempo condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de
violencia. Hoy, con el desarrollo de la espiritualidad y de la teología, no tenemos
excusas. Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos
autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y
violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son
diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido
crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando
comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la predicación
incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión
fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada
persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.

 
DESCUBRIMIENTO DE LA PATRIA
Leopoldo Marechal

1. Dije yo en la ciudad de la Yegua Tordilla:


“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”.
Los apisonadores de adoquines
me clavaron sus ojos de ultramar;
y luego devoraron su pan y su cebolla
y en seguida volvieron al ritmo del pisón.
2. ¿Con qué derecho definía yo la Patria,
bajo un cielo en pañales
y un sol que todavía no ha entrado en la leyenda?
Los apisonadores de adoquines
escupieron la palma de sus manos:
en sus ojos de allende se borraba una costa
y en sus pies forasteros ya moría una danza.
“Ellos vienen del mar y no escuchan”, me dije.
“Llegan como el otoño: repletos de semilla,
vestidos de hoja muerta.”
Yo venía del sur en caballos e idilios:
“La Patria es un dolor que aun no sabe su nombre”.
3. Una lanza española y un cordaje francés
riman este poema de mi sangre:
yo también soy un hijo del otoño,
que llegó del oriente sobre la tez del agua.
¿Qué harían en el Sur y en su empresa de toros
un cordaje perdido y una lanza en destierro?
Con la virtud erecta de la lanza
yo aprendí a gobernar los rebaños furiosos;
con el desvelo puro del cordaje
yo descubrí la Patria y su inocencia.
4. La Patria era una niña de voz y pies desnudos.
Yo la vi talonear los caballos frisones
en tiempo de labranza;
o dirigir los carros graciosos del estío,
con las piernas al sol y el idioma en el aire.
(Los hombres de mi estirpe no la vieron:
sus ojos de aritmética buscaban
el tamaño y el peso de la fruta.)
5. La Patria era un retozo de niñez
en el Sur aventado, en la llanura
tamborileante de ganaderías.
Yo la vi junto al fuego de las yerras:
¡estampaba su risa en los novillos!
O junto al universo de los esquiladores,
cosechando el vellón en las ovejas
y la copla en las dulces guitarras de setiembre.
(No la vieron los hombres de mi clan:
sus ojos verticales se perdían
en las cotizaciones del Mercado de Lanas).
6. Yo vi la Patria en el amanecer
que abrían los reseros con la llave
mugiente de las tropas.
La vi en el mediodía tostado como un pan,
entre los domadores que soltaban y ataban
el nudo de la furia en sus potrillos.
La vi junto a los pozos del agua o del amor,
¡niña, y trazando el orbe de sus juegos!
Y la vi en el regazo de las noches australes,
dormida y con los pechos no brotados aún.
7. Por eso desbordé yo mi copa de tierra
y un cachorro del viento pareció mi lenguaje.
Por eso no he logrado todavía
sacarme de los hombros este collar de frutas,
ni poner en olvido aquel piafante
cinturón de caballos
ni esta delicia en armas que recogí en Maipú.
8. Guardosos de semilla,
vestidos de hoja muerta,
los hombres de mi clan ignoraron la Patria.
Con el temblor sin sueño del cordaje
la descubrí yo solo allá en Maipú.
Y de pronto, en el mismo corazón de mi júbilo,
sentí yo la piedad que se alarmaba
y el miedo que nacía.
“La Patria es un temor que ha despertado”,
me dije yo en el Sur y en su empresa de toros.
“Niña y pintando el orbe de su infancia,
en su mano derecha reposa la del ángel
y en su izquierda la mano tentadora del viento.”
El temor de la Patria y su niñez
me atravesó encostado (la cicatriz me dura).
9. Tal fue la enunciación, el derecho y la pena
que traje a la Ciudad de la Yegua Tordilla.
Y así les hablé yo a los inventores
de la ciudad plantada junto al Río,
y a sus ensimismados arquitectos,
o a sus frutales hombres de negocio:
“La Patria es un dolor en el umbral,
un pimpollo terrible y un miedo que nos busca.
No dormirán los ojos que la miren,
no dormirán ya ell sueño de los bueyes.”
(Los apisonadores de adoquines
masticaban su pan y su cebolla.)
10. Y así les hablé yo a los albañiles:
“La Patria es un peligro que florece.
Niña y tentada por su hermoso viento,
necesario es vestirla con metales de guerra
y calzarla de acero para el baile
del laurel y la muerte”.
(Los albañiles, desde sus andamios
hacían descender cautelosas plomadas).
11. Y dije todavía en la Ciudad,
bajo el caliente sol de los herreros:
“No solo hay que forjar el riñón de la Patria,
sus costillas de barro, su frente de hormigón:
es de urgencia poblar su costado de Arriba,
soplarle en la nariz el ciclón de los dioses.
La Patria debe ser una provincia
de la tierra y del cielo”.
12. Me clavaron sus ojos en ausencia
los amontonadores de ladrillos.
Los abismados hombres de negocio
medían en pulgadas la madera del norte.
Nadie oyó mis palabras, y era justo:
yo venía del Sur en caballos y églogas.
13. Y descubrí en mi alma: “Todavía no es tiempo:
no es el año ni el siglo ni la edad.
La niñez de la Patria jugará todavía
más allá de tu muerte y la de todos
los herreros que truenan junto al río”.
14. La Patria no ha de ser para nosotros
una madre de pechos reventones;
ni tampoco una hermana paralela en el tiempo
de la flor y la fruta;
ni siquiera una novia que nos pide la sangre
de un clavel o una herida.
15. Yo la vi talonear los caballos australes,
niña y pintando el orbe de sus juegos.
La Patria no ha de ser para nosotros
nada más que una hija y un miedo inevitable,
y un dolor que se lleva en el costado
sin palabra ni grito.
16. Por eso, nunca más hablaré de la
Patria.
Recomenzar
Fratelli Tutti, n 77-79
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que
esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de
corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones.
Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy
estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser
otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de
acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia,
sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes
e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque
muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los
violentos, de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y
la mentira. Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus
juegos de poder. Alimentemos lo bueno y pongámonos al servicio del bien.

Es posible comenzar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local,


hasta el último rincón de la patria y del mundo, con el mismo cuidado que el
viajero de Samaría tuvo por cada llaga del herido. Busquemos a otros y
hagámonos cargo de la realidad que nos corresponde sin miedo al dolor o a la
impotencia, porque allí está todo lo bueno que Dios ha sembrado en el corazón del
ser humano. Las dificultades que parecen enormes son la oportunidad para crecer,
y no la excusa para la tristeza inerte que favorece el sometimiento. Pero no lo
hagamos solos, individualmente. El samaritano buscó a un hospedero que pudiera
cuidar de aquel hombre, como nosotros estamos invitados a convocar y
encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas
individualidades; recordemos que «el todo es más que la parte, y también es más
que la mera suma de ellas».[60]  Renunciemos a la mezquindad y al resentimiento
de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el
dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y
mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a
nosotros mismos y a los demás.

El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos ni


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atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano.
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