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Isaac Morales Fernández

VÓRTICES
SECRETOS
Isaac Morales Fernández

VÓRTICES
SECRETOS
Edición electrónica del autor
Realizada en Crello.com
Caracas. Marzo, 2021
Isaac Morales Fernández
Vórtices secretos, 2021

Edición, diseño y corrección: el autor


Correo: isaaczozobra@gmail.com
Depósito Legal: MI2021000194
ISBN: 978-980-18-1754-3
A Bethsy Caridad
I want you so bad
it’s driving me mad
it’s driving me mad

The Beatles: I want you (she’s so heavy)


1

La alarma había sonado durante un minuto exacto hasta

desesperanzadamente detenerse por sí sola. Jonathan se dio cuenta de que

había fabricado su propio infierno, y aunque no sabía cómo ni cuándo lo había

hecho, tenía la certeza de que hacía ya mucho tiempo vivía de manera abisal.

Cuando se halló anímicamente inmerso allí, lo único que pudo hacer fue mirar

hacia arriba, como en un segundo intento místico de la humanidad, tratando

de ver aunque fuese por dónde había caído, tratando de entender cómo había

caído, pero era tan difícil incluso mover la cabeza y alzar los ojos hacia ese

tiznado cielo acusador...

Sin embargo, la tragedia de Jonathan debe contarse con cuidado y sin frases

fáciles. El mismo mes en que comenzó la locura, con la muerte del señor Rojas,

sus familiares se mudaron al octavo piso del edificio Tahoma, Urbanización

Vista Encantada, cambiando su vieja casa pegada al suelo por una nueva casa

pegada al techo de la posterior y al piso de la superior. Encierro y no-importa.

El día de la mudanza sólo una niña les prestó atención. El edificio Tahoma era

un bloque encerrado de esos en los que las escaleras no tienen vista hacia

afuera y la única manera de contactar con el exterior es por el balcón de cada

apartamento, pero asomarse al balcón significaba ver sólo otro edificio, y


estirar un poco la mirada hacia un lado era ver otro edificio y así por el otro

lado... sólo altas otredades de concreto. Déborah Manrique de Rojas sabía que

no duraría mucho en esa “pocilga burguesa” como ella le llamaba al edificio.

Jamás leyó nada de política. Cada quien puede reírse. Déborah aún hoy

recuerda el día que sucedió la tragedia y cómo los policías se lo habían

contado: Jonathan tenía puesta la canción I want you (she’s so heavy) de los
Beatles a todo volumen, lo cual le reafirmó la reacción totalmente en contra de

cualquier cosa que tuviera que ver con el rock (desde las malas conductas

hasta los supuestos mensajes subliminales satánicos). Y estaba feliz de su

lugarcomún. Entonces, y aún un poco ahora, era espiritista, y creía fielmente en

todo lo que tuviera que ver con llamar a los espíritus, en la magia blanca, en

que el mal se rechazaba con sesiones espiritistas en las que todos unían sus

manos en señal de fe por el más allá, lo cual funcionaría como una especie de

talismán y cosas así. Cabe destacar que había llegado allí luego de pasar por

Católica, Testigo de Jehová y Mormón. También llegó a tener un breve

paréntesis Hare Krishna. Déborah era madre de Jonathan Rojas y Mehmet

Rojas, o debería decir que es madre de Mehmet pero no de Jonathan, ya que

ella, al final, renegó de ser su madre y lo envió directo a lo más profundo de los

infiernos, donde fuera, pero que no regresara, y nunca en una sesión espiritista

cedió a llamarlo, ni a él ni a nadie.

Sebastián Fonseca, su “compañero de siempre” (¡desde hacía tres años!) de

conferencias naturistas y espiritistas, le insistió siempre, y aún le insiste, en que

podría llamarlo para perdonarlo, pero ella se niega rotundamente. Incluso lo

considera peor que su padre, su verdadero padre.

yo admiraba de Jonathan su gusto por la astronomía...

y él hablaba siempre del zodíaco...

él era Géminis...

sí...

y Conejo en el Chino...

y le encantaban los Beatles...

ya no hablemos de eso...

bueno...
Déborah sabía que no podía luchar contra la intensa actividad de su cerebro,

pero, de todas maneras, se enfrentaba a ella con ímpetu. Como si alguna vez lo

hubiera dominado (a su cerebro). Una vez, meses adelante, llegará a decir que

ningún desorden severo alimenticio era tan severo comparado con la

antropofagia. Aunque realmente dirá “antrofopagia” y Sebastián la corregirá, si

ella es aún espiritista.

no me veas así, Sebastián...

bueno, Déborah. Es que estás muy enfrascada en lo mismo, siempre... Ya

han pasado varios meses...

no es enfrascada, tú no sabes lo que es esto, Sebastián...

Sebastián respirará, exhalará, mirará el techo del cafetín del geriátrico que

estará ubicado en lo alto de una montaña entre el Caracas y los Valles del Tuy.

El ventilador de techo girará solemnemente y sin airear nada. Luz blanca

opaca. Observará la carretera que pasa allá abajo y a lo lejos del elevado

recinto de ladrillos.

bueno, en eso sí tienes razón, Déborah...

El día que se mudaron, un aire extraño se respiraba hasta en las tuberías,

como si todos los gases de las cloacas se hubiesen liberado y penetrado al

edificio. Ariadna los veía y los veía, y a Jonathan le causó una sensación

extraña, como la imagen de un gnomo que te observa misteriosamente y ni

siquiera le brota la idea de esconderse detrás de un árbol –o una baranda– al

menos para disimular.

No mucho tiempo había pasado desde que el señor Rojas, (“que Satanás lo

tenga ensu paila”), había muerto por una “incisión craneal” (todo esto es humor
negro de Déborah, no del narrador): se le había metido en la cabeza que su

vida debía consistir en arriesgarse todo el tiempo, y arriesgando su vida, murió

bajo un enorme alud de hielo en el lado más inclinado del Pico Bolívar, en un

viaje que hacía con otros compañeros suyos, excursionistas todos, tan amantes

del mundo que este los mató. Asunto carente de toda lógica... para Déborah; el

narrador se abstiene de opinar. El señor Rojas había tenido muchos éxitos en

su vida como alpinista profesional y se ganaba la vida en grandes

competencias, ganando algo de dinero estampándose publicidad en la ropa.

Mientras más montañas subía, su récord iba aumentando cada vez, y aunque

estuvo muy cerca de romper el récord nacional, nunca lo logró, pese a sus

enormes esfuerzos.

El día en que el señor Rojas murió junto con sus tres compañeros, escalando

uno de los picos nevados más altos de la Cordillera Andina, en el estado

Mérida, Venezuela, toda su familia lo veía por televisión, ansiosos y

enamorados de su señor atleta Rojas, quien había logrado tantas y tantas

metas y esta parecía ser sólo una más de todas las que había acabado, quien

se daba el lujo de aparecer en un canal de televisión por cable especializado en

deportes, en el espacio de noticias regionales del domingo a las siete de la

mañana cuando nadie veía televisión. Déborah siempre le había dicho que no

podría dedicarse a eso toda su vida, que cuando pasara los cincuenta debería

comenzar a buscar otro oficio más cercano a su casa, algo que no lo

mantuviera en esos extenuantes viajes por el mundo, que tenía ya cuarenta y

seis años y no había podido escalar aún el Salto Ángel porque no había

comenzado a practicar dicho deporte extremo sino desde los veintitrés años,

cuando se vio despedido por tercera vez de un empleo estúpido y alienante

pegando bolsas plásticas, cuando la mayoría de sus conocidos habían

empezado a los dieciocho, incluso la chica, Sasha, había comenzado a los

quince. Déborah dice que era realmente un absoluto vago. Que cada bolsa que
que armaba era una representación de sí mismo. Al señor Rojas se le revolvía

el estómago de la rabia, pero aguantaba tragándose su miserable pero

insustituible desayuno.

Pero Déborah tampoco quiere hablar del señor Rojas. No quiere ni nombrarlo

porque, para ella, su muerte es culpa de él mismo. Él tampoco merece ser

llamado en una sesión espiritista. Allí, en el fondo de un helado charco

merideño, quedó su cadáver durante siete días antes de ser encontrado.

Déborah no quiere recordarlo. Los cuatro cuerpos habían caído en un pequeño

pozo que comenzaba a deshelarse porque estaba muchos metros más abajo

que el Pico Bolívar. Sólo el señor Rojas, casualmente, o causalmente según la

caída, se había estrellado justamente en la parte más honda del pozo, que

tenía unos dos metros de profundidad. Los cuerpos de los otros tres estaban

hacia las orillas, con algunos pedazos de hielo incrustados en la piel. Con

tantos golpes, partiduras de huesos, sangre brotada y manchas de cualquier

cosa que era difícil reconocerlos, aunque no estaban irreconocibles. El señor

Rojas sí estaba irreconocible. Se había ahogado luego de la gran cantidad de

golpes que había recibido en la caída por el precipicio y, además, tenía hielo

dentro de su cuerpo porque, según las experticias hechas en la trágica escena,

cuando ellos cayeron, ese pozo estaba cubierto con una costra dura de hielo

que la caída de los cuatro cuerpos quebró al instante. El señor Rojas estaba

irreconocible, golpeado, hinchado... Déborah no quiere recordarlo. El narrador

casi se va en vómito visualizándolo.

La señora Déborah, viuda de Rojas, vio todo por televisión. La maravilla de los

medios de comunicación sin recato, sin disimulo, que perseguían el recorrido

de la escalada del grupo alpinista con deseos de ir a las olimpiadas de invierno

anuales en Alaska. Habían perdido de repente el rastro de los atletas, en medio

de la densa niebla que no permitía ver nada. Específicamente , ese día la nube
fría y húmeda de invierno estaba tan espesa que, a un metro apenas, no se

divisaba la cara de la otra persona. Un niño de cachetes agrietados de frío, con

su burro, y una hermosa periodista rubia especializada en deportes, chocaron

de frente y se cayeron pero de la risa porque no se vieron a tiempo. De

repente, un muy fuerte viento sopló, y sólo se escuchó un crujido en el vacío de

la niebla, donde el Pico Bolívar parecía haber dejado de existir para otorgarle

existencia sólo a un silencio sarcástico y una blancura de muerte. Y los medios

de comunicación extasiados pusieron la toma en un ranking de las escenas

más violentas de la primera década del siglo XXI en la televisión venezolana...

¡Que cagada! Déborah no quiere recordarlo.

es que apenas me lo nombras, me evocas todo eso...

está bien, Déborah... Sé que te cuesta...

Pero Déborah no podía dejar de recordar. Sólo nombrar al señor Rojas,

evocaba en ella todos los recuerdos. La omnipresencia de la trágica muerte de

su esposo le provocaba catástrofes secretas en su inconsciente. Y venir a dar a

un geriátrico que quedaba casi en la cima de una montaña... era la maldita

circunstancia de la montaña por todas partes. Tanto que ella se lo había dicho.

tanto que se lo dije...

Pero el señor Rojas era insistente, terco, empecinado casi hasta lo heroico, e

iluso muchas veces en su heroicidad. En su insistencia tardía por querer tratar

de establecer un récord, no había hallado sino su muerte. En su lápida,

Georgina, la hija de su primer matrimonio, decidía lo que se escribiría:

AQUÍ YACE ARMANDO ROJAS, EJEMPLO DE LOS ATLETAS VENEZOLANOS, Y QUE

PARA SIEMPRE ESTARÁ ESCALANDO TODAS LAS MONTAÑAS DEL MUNDO Y

SUPERANDO SUS PROPIOS RÉCORDS. Sus hijos.


Lo de “sus hijos” era una ironía. La redacción era enteramente de Georgina, hija

única del señor Rojas con su primera esposa, Georgina también, con quien

había durado dieciocho años de casado, la edad de la hija, y en cuyo último

año, Déborah, diez años mayor que él, por fin divorciada de su alemán primer

marido que la abandonó, Testigo de Jehová en ese entonces, trabajadora de

oficios hogareños, lo había cautivado a pesar de sus movimientos

involuntarios.

Lo de su muerte era una ironía. Para Déborah siempre, la muerte de Armando

Rojas fue culpa de él, y él nunca había superado sus propios récords, sino los

récords de otros que ya habían superado los récords de otros, y estos a su vez

los de otros, y así sucesivamente hasta el primer escalador de montañas de la

historia (esto es humor gris del narrador, no de Déborah). Pero Déborah no

quiere recordar más la muerte de Armando, los noticieros amarillistas...

en noticias de última hora el grupo alpinista oso frontino ha perdido contacto con

la estación radial este es un avance de su noticiero del mediodía el grupo de

alpinistas oso frontino que estuviera entrenando en buenas tardes y buen provecho

el grupo oso frontino de alpinistas que escalaba el pico bolívar el grupo de

alpinistas oso frontino ha perdido contacto totalmente con la estación de radio de

mucuchíes en información de última hora la niebla ha despejado después de tres

días de penumbra total aún no se sabe nada acerca del grupo oso frontino y se

presume la este es su noticiero estelar la asociación venezolana de defensa civil se

ha sumado a la búsqueda y rescate de extra han sido hallados los cuatro cuerpos

del grupo alpinista oso frontino sólo una de ellos está con vida aún pero se haya en

estado de coma. Armando Rojas, Rubén Barrios, Sasha Paredes y Cristina Fuentes,

esta última la única sobreviviente, fueron encontrados esta tarde a las tres de la

tarde en...
¡Que no quería recordarlo! Definitivamente, Déborah no quiere oírse. Luego de

terminar de ayudar en lo muy poco que pudo con la que ahora ella

consideraba su última “mudanza”, salió a encontrarse con Sebastián en el

cafetín para distraerse, pero poco le funciona la estrategia de olvido porque

muy pocas cosas no le hacen recordar a cada momento. Sentarse a hablar con

Sebastián de espiritismo y fenómenos paranormales, es una de las pocas cosas

que la hacen olvidar tantas muertes.

¿qué quieres comer hoy?

¿te parece si nada?

¿qué te pasa?

¿por qué preguntas?

¿por qué no quieres comer?

¿por qué no comes tú tranquilo? Yo me voy a tomar un café nada más...

¿café?

¿sí? ¿qué? ¿no puedo? ¿cuál es tu preguntadera?

no, está bien...

Una conversación casi idéntica tuvieron meses después, en el geriátrico, la cual

continuó así:

no es preguntadera, es que estás rara...

tú sabes, Sebastián... primero mudada a ese edificio... ahora aquí en un

geriátrico... no es lo mismo... Creo que hubiera preferido la pocilga burguesa...

caramba, que agradecida...

Sebastián le había conseguido el cupo en el geriátrico para que no se quedara

sola en su apartamento. Era originalmente sólo para inmigrantes europeos –

Sebastián era hijo de portugueses–, pero más de un adulto mayor criollo

estaba aceptado ahí.


¿y para qué querías que fuera lo mismo? ¿Para seguir recordando?

cállate, Sebastián. Tú no comprendes. No me sirve de nada todo lo que sé.

¿todo lo que sabes? –ni siquiera Sebastián tenía tanta soberbia, porque su

soberbia se basaba en la sabionda ausencia total de soberbia.

sí... lo que hemos aprendido juntos de parapsicología y eso... de nada...

tienes que cuidarte mucho, Déborah. Te veo mal. Y ahora peor.

es este lugar, Sebastián. No quiero vivir aquí.

¿pero, por qué?

no sé, no sé... no es un mal lugar... es algo en el aire, la brisa... atienden bien,

pero...

¿quieres que hagamos una sesión aquí a ver qué es? Puede ser un...

no, no, Sebastián. No es por nada de eso... bueno, no sé. Quizás sí.

¿por qué no me cuentas tu llegada? A lo mejor fue algo que viste y...

no sé, vale... no sé...

intenta recordar algo de cuando llegaste...

no hay nada. Todo lo contrario. Las enfermeras son muy buenas. Por cierto,

me pregunto qué será de la niña...

¿qué niña?

Ariadna... pobrecita...

vamos, Déborah. No me cambies la conversación. Cuéntame tu llegada

aquí... Exprésate...

Déborah tuvo que contarle todo su día de llegada al geriátrico a Sebastián

intentando entender qué era lo que pasaba. Lo que pasaba era que Déborah

no quería decirle a Sebastián que realmente nunca quiso dejar su vieja casa

donde había vivido con su segundo esposo y sus dos hijos, ahora muertos los

tres. Muchos recuerdos tenía en las paredes, en las ventanas, en el patio, en el

baño, y sin embargo sus mayores y mejores recuerdos estaban en la antigua

casa, que habían vendido ya y donde todas sus memorias estarían siendo
invadidas por los nuevos dueños. Ahora sentía que todo lo había perdido

realmente allá. Ella quería olvidarse de Armando, pero no quería olvidarlo.

Estaba en su poder aprender a vivir sin él, pero no podía vivir sin él. Y pensaba

en sus hijos, en Mehmet y Jonathan, y hubiera deseado que ellos no siguieran

el ejemplo de él –el de morir estúpidamente–, pero siempre aspiró a que

fueran tan buenos como él, y no como el irresponsable de su verdadero padre,

ese alemán de nombre Mehmet también, que al nacer Jonathan, dos años

después de Mehmet, se había regresado a Alemania para no volver nunca más

ni saber nada de él. El divorcio en esas condiciones le costó carísimo. En esa

nostalgia estuvo enfrascada todo el tiempo, incluso mucho después de la triste

muerte de Mehmet, mucho después de la locura de Jonathan, mucho después

de aquella canción sonando a todo volumen y escuchándose en todos los

edificios en derredor, incluso en ese otro apartamento, por supuesto. El equipo

de sonido tenía un par de cornetas de medio metro de alto, y el volumen era

atroz, y I want you (she’s so heavy) era más atroz aún...


2

El hijo mayor de Déborah, Mehmet, medía un metro setenta y tres y pesaba

doscientos treinta y tres kilos. Lo suficientemente gordo como para tener que

entrar de lado por la puerta, por casi cualquier puerta, menos por su puerta

preferida: la del cine, y no sólo porque era su mayor fijación, sino ahora

también porque en la taquilla trabajaba Lili, hermosa pelirroja (era pintado y se

le podían notar las raíces negras, sólo que Mehmet nunca se las vio), cara de

ignorancia extrema, aparatos dentales interesantes, cierto mal carácter y una

inenvidiable voz dormilona y jactanciosa. Toda una modelo.

¿cómo te llamas?

¿disculpe?

¿cómo te llamas?

Lili

mm...

Dos días después.

disculpa, ¿cómo me dijiste que te llamabas?, ¿Lili?

sí... (qué fastidio...)


eres muy bonita...

señor, hay gente detrás de usted...

¿ah? ¡Ah!... perdón...

Cuatro semanas después de haber seguido así:


hola, Lili...

ho–(bostezo, arqueo de la ceja derecha, rascado tres veces del lado derecho de

la mandíbula con el dedo anular de la mano izquierda)la...

Pero lo cierto fue que después –y tal vez a causa– de lo que le pasó a Mehmet,

Jonathan enloqueció, o al menos Déborah lo pensaba así. Sebastián había

notado que Jonathan realmente quería a su hermano, puesto que se le notaba

profundamente afectado, pero Déborah no lo veía así.

Mehmet hubiera sido un muchacho trabajador de no ser porque a los diez

años un doctor le dijo que no podía trabajar debido a su exagerada contextura

física y su debilitado corazón (de tanta comida y televisión), y que tratara de

conseguirse una ayuda monetaria de otra índole, un beneficio del seguro social

o algo así. Debido a esto, Mehmet consiguió que una institución benéfica del

estado le diera una entrada de dinero mensual debido a su “extraña

enfermedad”, pero él lo gastaba enteramente en más comida y películas de

vhs, más comida y películas de vcd y más comida y películas de dvd, sin

prestarle atención en absoluto a las preocupaciones de su madre. Se podría

decir que si hubiera vivido solo no hubiera gastado en ningún tipo de muebles

ni otra cosa. Quizás sólo la nevera para que las bebidas se mantuvieran frías.

Mehmet era de los que podía comerse, a los quince años, sólo en el desayuno,

una pizza familiar entera con un litro de refresco. La vez más sorprendente que

Déborah recuerda de su hijo y sus enormes comidas fue cuando almorzó dos

pollos en brasas enteros, un litro de jugo de patilla, un envase de helado de

medio kilo y una bolsa completa de uvas. Tenía entonces dieciocho años. Lo

cierto es que parte del problema era que Mehmet sufría de hambre perenne,

eterna. Le habían explicado que era algo glandular y tiroidal a la vez, pero no lo

entendía muy bien , ni Déborah tampoco . Andaba comiendo todo el día :


desayuno, postre, merienda, entremés, almuerzo, postre, merienda, merienda,

merienda, entremés, cena, postre, merienda: ese era su itinerario. Las

meriendas de la tarde, con absoluta seguridad, se las pasaba viendo una

película en el cine. Y normalmente consistía en un kilo de cotufas y un litro de

refresco. Incluso tenía por costumbre, durante las noches, pararse hasta dos y

tres veces para consumir algo de la alacena o de la nevera, ya fuera una galleta

o un pedazo de queso.

Con el cine, Mehmet era casi igual de sorprendente. De sesenta películas que

llegaban a la cartelera al mes, él veía un aproximado de cincuenta en el cine.

Las otras diez las veía en su casa en el televisor. Cuando por alguna razón le

faltaba alguna por ver, se proponía firmemente no dejar de verla antes de que

terminara el año, y de hecho, lograba su cometido en el mes siguiente. De

cualquier forma, muy pocas veces se le quedaba alguna retrasada. De manera

que el beneficio monetario era más bien el puente hacia todas las tentaciones.

Nunca compraba remedios, ni mucho menos hacía dieta. Cierta vez que

escuchó hablar en televisión del capitalismo, dijo sentirse reflejado como si se

tratara de una obra de teatro y se echó a reír al lado de su mamá...

yo amé a Mehmet así como él era...

está bien, Déborah... pero eso no significa que...

tú no comprendes, Sebastián...

En el colegio y en el liceo, Mehmet sí que había sido el propio hazmerreír.

Usaba lentes porque tenía astigmatismo, y sus compañeros le decían que no

tenía problemas para alejarse los textos de lectura porque con apoyarse las

manos en la barriga era suficiente. En más de una oportunidad, Mehmet

golpeó a algún muchacho, con un knock-out superefectivo que aprendió viendo

películas de acción física, desde Rocky I, hasta la fastidiosísima Rocky Balboa.


Esto hizo que Déborah tuviera que ir repetidas veces al plantel a firmar algunas

actas. Sin embargo, una vez, un muchacho con malas intenciones más allá de la

maliciosidad natural de un niño, agarró un bate de béisbol y, luego de hacer

enojar a Mehmet con mofas, le asestó un solemne batazo en la boca del

estómago cuando este se aproximó a golpearlo. Mehmet cayó sin aire y se

retorcía como un indefenso monstruo en el suelo, sin poder pronunciar sílaba

alguna, ante el asombro de los transeúntes (pues fue al salir de su escuela, en

sexto grado), y mientras el pequeño malhechor, que no era estudiante, huía a

carcajadas con otros dos amigachos que no se reían tanto. Lo siguiente fue de

suponer. Una señora mayor y un hombre preocupado que vendía helados a los

jovencitos se acercaron rápidamente y asistieron a Mehmet, hasta que el

obeso pequeño recuperó el habla, el color y el alma. Al niño que le había dado

el batazo, Mehmet empezó a temerle, y cada vez que salía del colegio salía con

un buen compañero de esos que son pésimos alumnos en el colegio pero

justicieros cuando alguien cometía una injusticia. Mehmet, pues, tenía como su

propio “padrino” a cierto repitiente del sexto grado. Ese batazo dejó

perennemente una marca anímica en el siempre nerd Mehmet. El siempre

ñoño Mehmet.

<< – Jonathan, Mehmet, párense que hoy tienen curso de primera


comunión. – Jonathan, Mehmet, sálganse de esa piscina ya, se van a resfriar.
– Jonathan, Mehmet, ¡¿qué hacen los rosarios que les compré en el suelo del
cuarto?! – Jonathan, Mehmet, métanse para la casa qué ya es tarde. –
Jonathan, Mehmet, quédense ahí viendo el televisor tranquilos que estoy
ocupada. – Jonathan, Mehmet, mañana domingo vamos a misa... Yo sé que
a ustedes no le gusta, pero... uno tiene que creer en Dios...>>

Con el pasar de los meses, se convirtió en un ser huraño con todos sus

compañeros de clase, excepto con el peor alumno, su mejor amigo, su

“padrino”. Su Huckleberry personal, como le decía un maestro bromeando.

Pero esa amistad se acabaría pronto, pues el muchacho terminó por hacerse

un ladrón, y Mehmet, más por miedo que por convicción, nunca lo acompañó

en sus robos. El muchacho dejó de estudiar, pero Mehmet siguió y no lo vio


más nunca. La vida de Mehmet siguió y su contextura física siguió

aumentando. En el liceo Mehmet tuvo mejor suerte. En el segundo año, otro

par de muchachos de un grado superior quisieron jugar con él, burlándose de

su obesidad, diciendo tonterías sobre su seguramente diminuto pene, entre

otras cosas. Mehmet, quien había aprendido a defenderse gracias a su viejo

amigo de la primaria, y había ganado también bastante estatura entre los trece

y catorce años, le impactó un fuerte manotazo en el pecho al más alto de los

dos rufianes, lanzándolo un metro para atrás, provocándole una aparatosa

caída entre las piernas de unas muchachas que conversaban de espaldas al

pleito. Una de las muchachas, la más morena, quiso defender al tumbado

diciéndole cualquier cantidad de barbaridades al gordo, gordísimo Mehmet, a

lo que él, frío, seco y realmente obstinado le contestó:

puta

Ese fue uno de los recuerdos más vivos de Mehmet hasta el final de su vida. La

muchacha se le fue encima a Mehmet para cachetearlo pero él logró sostenerle

las manos y tranquilizarla luego de apretarle duramente las muñecas. A todas

estas, el segundo muchacho realmente se metió en la pelea al ver que Mehmet

maltrataba las muñecas de la morena, pero Mehmet se lo quitó de enfrente

con un golpe tan duro en los testículos que el muchacho sólo cayó privado de

todo movimiento y boca abajo en el suelo, con lágrimas gruesas y una voz de

cuerda rota de violín desvencijado. Allí mismo, aparecieron un par de

profesores y la treintena de muchachos que observaban morbosamente la

pelea, se dispersaron lentamente y sin dejar de mirar. Mehmet, los dos

rufianes y las dos muchachas (la segunda no había hecho absolutamente nada

salvo gritarle) fueron llevados a dirección de inmediato. Lo que recibió de parte

de la directora y de los dos profesores fue un sermón que, incluso al final de su

vida, Mehmet lo recuerdará como una idiotez. Maldita escuela pública. Maldito

liceo privado... Había sido la misma cagada.


¿tú no ves que tú eres muy grandote, Mehmet?

¿cómo le vas a hacer eso a ese par de muchachos flaquitos y a esta niña?

¡a la mujer ni con el pétalo de una rosa!

a este casi le paras el corazón y a este casi lo dejas sin familia...

¡y a mí me lastimó mis brazos!

eso no se hace, Mehmet... Un muchacho de excelentes notas como tú...

hay que ser pacientes como Cristo...

(El del par de lugarescomunes eran del imbécil profesor de historia que no

hacía sino mandarles a investigar cualquier cosa y apenas se las medio corregía

y le colocaba quince a todos indistintamente. Todos lo amaban.)

¿Por qué Mehmet había callado y no se había defendido? Tal vez si hubiera

hablado, usando la célebre frase “ellos empezaron” se habría ahorrado tanta

incomodidad... habría podido evitar que lo hicieran firmar un acta en la cual

“prometía” no volverse a “meter” con los dos muchachos, tres años mayores

que él y casi bachilleres. Esa misma tarde le pidió a Déborah que lo cambiara

de liceo. Ella nunca supo por qué Mehmet le había pedido eso, pero lo cierto

fue que Mehmet no fue más al liceo y perdió el resto del año mientras Déborah

intentaba conseguirle cupo en otro liceo privado, que por entonces podía

pagar con lo que ganaba planchando y lavando ropa ajena. Por ese tiempo ya

se había casado legalmente hacía poco con Armando Rojas, que la había

enloquecido de amor al punto de querer agregárselo como apellido a sus dos

hijos. Los trátimes legales fueron tremendos, pero logró su cometido: antes

eran Manrique solamente, ahora eran, supuestamente, Rojas Manrique.

En esa época, Mehmet cambió. El otro liceo le parecía idéntico, así que no tenía

amigos, nunca intentó aproximarse a una mujer, su promedio de notas se hizo

sumamente bajo, tanto que al final quedó apenas por encima de la mínima
aprobatoria, nunca más se defendió de las burlas, ni de sus hábitos de

comida... ¡sus hábitos de comida!... Sus hábitos de comida se hicieron tan

exagerados que parecían inverosímiles, de realismo mágico, de niño con rabito

de cochino. Siempre deprimido, Mehmet no se interesó por estudiar ninguna

carrera universitaria. Se jactaba con decir que era mucho más inteligente y

sabía más cosas que cualquier otro “bachiburro”. A los diecinueve años, ingresó

a trabajar en una fábrica de cables, en la cual tenía que halar metros y metros y

confirmar cifras, cantidades, transportar datos... y su salud comenzó a fallar. El

diagnóstico que nunca entendió totalmente, le indicaba que si seguía

trabajando en algo que requiriera esfuerzo físico, o algo que afectara sus

emociones, o algo que le exigiera mucha atención, podría sufrir un ataque al

corazón y quedar paralítico, tal vez parapléjico, o tal vez morir. Fue cuando por

fin, al menos, entendió la gravedad de la enfermedad que le habían

diagnosticado pocos años atrás y que seguía siendo inentendible para él. En

vista de esto, Mehmet quedó para siempre como un holgazán en su casa. Sólo

ver películas y comer. No había dieta que le sirviera porque todos aseguraban

que era un problema “biopsíquico”. Se apasionó por las películas tal vez porque

no tenía más nada que hacer, los videojuegos no le convenían, y era un

solitario empedernido. Así se comportó Mehmet durante todo el resto de su

vida. Como había perdido por su mayoría de edad la ayuda benéfica que tenía

desde preadolescente, consiguió otra ayuda monetaria de otra institución

benéfica del estado gracias a Ernesto, el jefe del sindicato de la fábrica de

cables, un alma piadosa de entre sus compañeros de trabajo que conocía muy

bien el funcionamiento de esas y otras diligencias en el gobierno. Mehmet

recibió la ayuda agradecido y, desde entonces, recibía otra vez, mensualmente,

un dinero cuyo monto era un poco superior a tres sueldos mínimos, y con eso

sentía que le bastaba y le sobraba para su comida y sus películas...


3

Jonathan gusta de quedarse muy quieto bajo la regadera, levanta un poco la

cabeza y deja que el agua le caiga directo a la cara. El líquido, al caer por los

lados de su cara, crea una especie de cortina sónica que él imagina como una

cascada que lo protege del ruido exterior. En su atormentada mente sólo oye

algo parecido a una lluvia interna que quisiera y no quisiera que cesara y no

cesara. Entonces, me imagino que piensa en cómo ha sido creado un monstruo

de tal magnitud.

¿Cómo he creado un monstruo de tal magnitud? He leído una frase trágica que

dice “preferiría haber parido un nido de serpientes”. ¿Por qué no parí un nido

de serpientes? ¿Por qué no pude yo haber creado un nido de palomas?

Pléyades. No sé porqué me gusta tanto esa constelación. Creo que por ser esa

la que noto con más facilidad. En instantes quisiera no sentir estas cosas que

siento ni pensar estas cosas que pienso, pero es imposible negarme.

Jonathan, perplejo de sí mismo, ya no resiste las ganas de acudir a su

encuentro, al encuentro consigo mismo, al encuentro con su lado más oscuro y

secreto. Quisiera violar a quien ama con la misma fuerza que ella lo desprecia

sutilmente, como quien se deshace de un mosquito impertinente rondando


una oreja. El agua se torna más fría de repente y el cúmulo de agua se

amontona junto al de pensares desordenados. La que ha considerado su

última conversación con Ariadna, y todo lo que ha vivido en este día tan

extraño, por calles desconocidas, lo han dejado con una depresión más fuerte

aún.
<<No me defiendo. Sí me defiendo. No. Bueno, está bien. ¿Qué está bien?
Bah, no importa. En mis repetitivas idas y venidas a Caracas, desde mi
escandaloso e ingrato pueblo Santa Teresa del Tuy (lo amo aunque mal
pague, no se confundan), tuve muchas de las visiones (no piensen en
Aristóteles en este momento, por favor, tengan un mínimo de respeto hacia
mi persona), que aparecen en esta ¿novela? (al menos estoy seguro de que
no es una “nivola”, y de Jorge Enrique Adoum para abajo que se me callen
toditos, bichitos). Una anciana con la que muchas veces coincidí, y que
lanzaba los brazos o la cabeza para un lado o para el otro, como
corrientazos locos, como un hipocampos recibiendo pinchazos de erizos
bajo el lustroso y caliente viento del autobús a toda marcha (viaje, autobús,
carretera solitaria, siluetas...), una cosa rarísima. La señora tenía unos
sesenta años, era morena, se notaba que era muy humilde, con el cabello
todo encanecido (alambres en explosión a pesar de)... Ahora la recuerdo
con un largo vestido como una bata blanca de grandes flores negras y unas
sandalias. Ese era todo su atuendo... Definitivamente andaba de medio luto
todo el tiempo. Una vez ella quiso preguntarme algo, creo que era la hora o
cualquier otra tontería, y yo de bobo se la dije sin atreverme a preguntarle
lo que quería saber: ¿qué enfermedad padece usted, señora?... Lo digo en
serio. Coño, no se rían. Es en serio. Jamás le hubiera preguntado cosas
soeces como: ¿qué le pasa, señora, le pica ese culo?... No soy de esos. De
verdad me angustiaba y casi atormentaba realmente verla. Prefería mirar
para otro lado ¡aunque su presencia inaudita tres puestos más delante del
otro lado del autobús me halara los ojos como con cañas de pescar!
¡Malditos ojos, los ojos son dos putas! ¡En ese tiempo yo aún no era miope!
¡Menos mal que ya no tengo la vista perfecta de la juventud, fuera tan
entrépito que ya me hubiera graduado! Y bueno, ya. Más nunca la he visto.
¿Para qué quiero verla? Los paseos en autobús no son como los pinta Jack
Kerouak. Ni mucho menos el Magycal mistery tour... Un viaje en autobús se
parece más a un dolor de estómago: no mata a nadie pero es una ladilla
crónica. Un tipo disfrazado de conejo sólo se ve en Disney y en los
videoclips, claps de clops, diría Rafmuñ... De manera pues que Déborah fue
el primer fantasma que se me apareció. No necesité sesión espiritista para
eso...>>

¿Por qué no puedo abrir los ojos de frente a la lluvia que me cae de la

regadera? Los ojos deberían ser más resistentes, deberían ser ambos de duro

cristal o de un impasible metal transparente, pero no... los ojos son esta cosa

débil, frágil, delicada y despreocupada. A los ojos no les importa lo que siente

quien los porta, y menos aún les importa lo que sufre quien los porta. Mis ojos

debieran no haber visto jamás esa perdición de otro mundo, esa belleza

enloquecedora. No sé maldecir el amor, no sé cómo no dejarme llevar

inconscientemente por él. No quisiera dejarme llevar inconscientemente por

nada ni nadie. Pero estos ojos, ¡estos ojos! Estos ojos míos son dos putas, dos

regaladas, no hay nada a lo que se nieguen, no discriminan ni editan imágenes.

Así vea de reojo, grabo todo lo que veo. ¿Será que ver es la verdadera

maldición que nos mandó Dios? De seguro si Eva no hubiera visto la manzana

no se la hubiera comido, aunque de no haber visto el árbol de seguro se lo


hubiera tropezado estúpidamente, y hubiera sido hasta mejor. La Biblia

relataría el mítico hematoma en la frente de Eva. La raza humana se

caracterizaría por tener un cuerno incipiente sobre las cejas. Pero no. Gracias a

estos ojos he mordido la manzana, y tal parece que no me quedaré tranquilo

hasta que Selenia haga y se deje hacer lo que esa sierpe manzanera me dijo

que hiciera.

Selenia... Maldita hermosura del más allá, ya parezco un poeta necio de esos

que recitan cualquier cosa en cualquier sitio. ¿Por qué te vi, Selenia? Más me

convendría haberme arrancado los ojos al verte. Yo no quiero esta locura, pero

no puedo apartarla de mí. Maldíceme los ojos, Selenia, yo no debí nunca

fijarme en ti, pero ya es muy tarde. Tienes que ser para mí.

Jonathan se reprende y se exalta en su amor propio. Piensa en el dios que le

mandó semejante empecinamiento y se burla de sí mismo porque realmente

nunca le ha prestado atención, confundido hasta lo incognoscible por las

diferentes religiones en el historial de fes de su madre. ¿Por qué?, se pregunta

abismalmente. Una corriente íntima lo arroja a las profundidades de su franca

insensatez: no hay ningún dios pendiente de él. Y lo que es peor: Ariadna ha

enloquecido. Tal vez la hice irremediablemente loca.

sí, y tú mismo me has hecho esto

no pude evitarlo, Jonathan, ojalá pudieras disculparme

hay algunos que se rebelan y...

no te rebeles, Jonathan, por favor. Perdóname por colocarte esta mujer en el

camino

... matan a quien los nombra...


no quiero hacer otro de esos experimentos vanguardistas de personajes

que se adueñan de su historia y hacen lo que les da la gana. Tú,

lamentablemente, no puedes hacer lo que te da la gana, porque si no, la

imaginación me matará...

tienes razón. Al menos me hubieras convertido en un verdadero monstruo,

un mutante extraño con ojos de hierro infundible, de un metal alienígena, de

dureza imperturbable. ¿No te atrae la ciencia ficción?... Ni siquiera puedo ver

de frente a la lluvia. Vivo una dura agonía.

tenía que extraerte de allí, Jonathan. Si supieras cuantas cosas haces pasar

por mi mente. Yo he llorado por ti...

temo que puedo intuirlo.

no es el sino fatal de los griegos, Jonathan. Es sólo que no puedes endurecer

los ojos. No puedes no dejarte llevar por el rojo de la manzana, en condiciones

como la tuya, no podemos negarnos a esa intensa vorágine asesina que nos

transporta a nuestro peor lado. Aquí es donde aflorará el infierno. No estoy en

tu lugar y no sé si lamentarlo o alegrarme. Dime qué piensas...

esta tarde lo haré. Iré para allá y le diré... le diré que toda esta situación me

ha hecho sentir...

ojalá no tuviera que decir más nada. No vale la pena, pero no queda

remedio. Yo también tengo ojos sin resistencia alguna. Sólo tú puedes

salvarme. Te entrego mis ojos.

esta lluvia es como un bombardeo incesante, así como también lo es la

abominable hermosura de Selenia. A lo mejor ante los ojos de cualquier otro es

una más del montón, puedo estar seguro de eso, pero para mí es como un

paraíso. El paraíso que llevó al infierno a Francesco Petrarca... los ojos de

Laura...

a lo mejor el infierno y el paraíso son tan opuestos que son iguales. Los

extremos se rozan casi genitalmente. ¿qué será de mí mañana?


ni siquiera sé qué será de mí. Algo huele a podrido hasta en la calle más

recóndita de esta ciudad, en esta urbanización en lo más alto de la ciudad. Ahí,

justamente, es un hedor que se distribuye en todos las distancias a la redonda.

Y yo no pude evitar la hipnosis. Estamos maldecidos por nuestros ojos.

los ojos nos pierden.

un remolino que nos arroja hasta el cálido interior de una cloaca, y allí, en

los recovecos secretos de la ciudad, el último destino de los cigarros arrojados

cerca de las aceras, nacen las ratas como un sarpullido estelar, como miles de

erupciones volcánicas. Y las ratas son diminutos monstruos que crecen y luego

se multiplican, y cuando se multiplican comienza a parecer que más bien se

reproducen dividiéndose, y cada cantidad se dobla, el infinito se dobla y los dos

extremos del universo se tocan: y allí viene la perdición, la peste...

estamos perdidos.

hemos avanzado tan alto, que ya dejamos el cielo atrás, abajo y en lo

profundo, y de allí no saldrá jamás otra vez. Pero el cielo está escondido detrás

de las puertas del infierno, así que hay que descender rapsódicamente

es una teoría que puedo comprender.

disculpa, pero es la verdad. Todo es parte de un mismo proceso.

ha sido bueno hablar contigo.

lo bueno de las almas podridas, es que disfrutan con mayor felicidad los

tenues momentos de sosiego y pureza.

tú me hiciste de alma podrida.

sí... creo...

pero te comprendo. Nadie puede, realmente, culpar a sus padres de las

insanías propias. Te cedo la palabra... Sólo soy un arrastrado. Después de todo

¿quién se va a creer que un personaje se rebela? ¿A estas alturas de la historia?

¿Después de Unamuno, Borges, Cortázar, Néstor Sánchez, Bolaño, Adoum,

Ramón Bravo? Qué va. Ni los niños, ya eso lo han visto millones de veces por

televisión. Al de la comiquita, Torivio (el de The ox tales), se le rebeló una gallina

lanzando el libreto al suelo... y eso sólo dio risa, más nada. Yo era un niño
entonces, qué íbamos a saber yo y mis contemporáneos de Unamuno.

Absolutamente nada. Unamuno me sirvió recientemente para comprender al

simpático buey Torivio y su gallina.

Jonathan cierra la regadera pero aún se siente impuro, además de creerse loco

por estar hablando solo en la tina. Cada quien puede reírse. Jonathan sabe que

es un problema que no se podrá quitar tan fácilmente. Abre la puerta del baño

y sale al mundo de nuevo. De nuevo en el mundo, al salir del baño, recuerda y

visualiza situaciones similares, como una muy típica en la que veía a su mamá

viendo televisión. Recuerda precisamente haber observado otro de los

movimientos involuntarios de su pobre madre enferma. Déborah lanza un

brazo hacia adelante al tiempo que acerca la cabeza al hombro del mismo

brazo. Recordar eso arroja otro velo de tristeza en el ánimo de Jonathan.

Aquella vez sintió que quería a su madre, pero con una bondad infinita le

hubiera gustado matarla para que no sufriera más, aunque tampoco quiere

convertirse en un asesino. Jonathan pensaba que quizá el verdadero tabú de

las sociedades sea la manera en que cada persona imagina sus mejores

asesinatos, a quien ama o a quien odia, y no el sexo. El sexo ha sido siempre

muy claro: todo el mundo sabe cómo se hace, aunque sea teóricamente. Todo

el mundo sabe cuáles son los huecos que se pueden penetrar, las ociosamente

hermosas morbosidades que se pueden inventar y hasta libros se han escrito

desde muy antiguo, como el Kama Sutra, leído y curioseado por Jonathan

cuando tenía diez años, tomado furtivamente de la biblioteca de su madre en

su período Hare Krishna. Todo el mundo sabe qué es el sexo. No es tabú ni

jamás lo ha sido, es más bien humorístico, y el humor es lo que ha crecido

desproporcionadamente. Jonathan es un ejemplo de ello. Lo que más se niega

a pensar, lo que más le horroriza de sí mismo es que de vez en cuando... más

bien muy a menudo, imagina mil y un maneras de acabar con la pesada e

insostenible agonía de su pobre madre viuda, con un hijo muerto, y ahora lejos

de su casa.
<< – Jonathan, Mehmet, mañana domingo vamos al culto. Acuéstense
temprano. – Jonathan, Mehmet, ya es tarde, apaguen ese televisor. –
Jonathan, Mehmet, vayan a bañarse que han estado todo el día en el patio
llenándose de tierra. – Jonathan, dile a tu maestra que eso de donar sangre
es un pecado, la sangre es sagrada. Ella no tiene derecho a hablarles de eso
en clase. Y tú, Mehmet, si en el liceo te hablan de eso, ya sabes... >>

Déborah, de joven, antes de la fuga de su hermana Fedora, jamás se hubiera

imaginado que su vida se convertiría en algo tan extraño, y Jonathan lo sabe.

Su abuela Eleonora acariciaba siempre a su hija menor Déborah, y la quería

tanto. Por eso cada vez que alguien le acarició la cabeza a Déborah (sólo dos

veces en toda su vida después de la muerte de Eleonora), ella se sentía capaz

de seguir viviendo, con sus cicatrices endurecidas, y el deseo de aferrarse a la

vida que tuvo su madre hasta el último momento. Ahora, “pobre Déborah”

(frase estupidísima atribuida a Sebastián, afortunadamente nunca dicha en voz

alta), tener que soportar que su esposo fuera tan loco como para montarse en

un sitio tan alto y dejarse caer como un clavadista sobre hielo. Déborah

hubiera preferido, quizás, un simple hombre de negocios, hasta un obrero

hediondo de edificios mal construidos hubiera sido preferible, no un falso

héroe, héroe a costa de falsos triunfos.

Así se le viene la concentración a Jonathan: cientos de maneras de curar

definitivamente a su madre, pero ninguna alivia el dolor de él; y la única cura, la

que halló Mehmet, parece estar definitivamente vedada para Jonathan.


4

Jonathan regresaba de su trabajo de contador, y, como estaba haciéndose ya

costumbre, traía a Ariadna a su lado. La pequeña repetía de vez en cuando una

frase que Jonathan no terminaba de entender.

objects in mirror are closer than they appear

objects in mirror are closer than they appear

objects in mirror are closer than they appear

objects in mirror are closer than they appear

¿qué es eso que repites tanto, Ariadna?

objects in mirror are closer than they appear. ¿No te has fijado?

no. ¿En qué?

mira. –Ariadna le señala el retrovisor de su lado– Objects in mirror are closer

than they appear

ah... como yo no sé nada de inglés, no sabía que eso se pronunciaba así.

¿Qué significa?

objects in mirror are closer than they appear

¿qué significa?

i told you, objects in mirror are closer than they appear

Jonathan comprendió: Ariadna tenía otro de esos ataques medio

esquizofrénicos, de los que pronto la llevarían al psiquiátrico infantil.

háblame en castellano, Ariadna. –ya Jonathan más o menos sabía cómo

regresarla.
i don’t speak espanol.

tú sabes que sí. Tú eres venezolana y hablas español, no “espanol”.

¿en serio?

sí... óyete...

¡ay, verdad! Bueno... ¿Qué me decías?

nada. Ya estamos llegando.

Jonathan se puso a ver el retrovisor de su puerta, tratando de entender que era

lo que decía el letrero en el vidrio, apenas reconoció que objects debía ser

“objetos”, in era “en”, ... y de repente, oyó un grito de “¡No!” que sólo podía ser

de Selenia, seguido y casi simultáneo de un grito de alerta “¡Cuidado, Jonathan!”

de Ariadna. Jonathan frenó de golpe, miró hacia delante y vio a Selenia en la

acera llorando y acercándose lentamente a algo en el caucho delantero

derecho del carro. Ariadna se asomó y luego abrió la puerta viendo hacia el

mismo sitio. Jonathan, que no terminaba de entender, se bajó del auto y

caminó hacia allí, donde el cuerpo de un pequeño perro puddle blanco yacía

inmóvil con la cabeza bajo el caucho, y a lo largo, detrás de él, la correa amarilla

de metro y medio de largo. Selenia lloraba y Jonathan ya no sabía qué hacer.

¡me mataste mi perro! ¡Me mataste a Catire! ¡Me lo mataste!

Selenia... yo... disculpa... no lo vi...

Sucedió que el perro, recién regalado un día antes por su novio Mario, se le

había soltado repentinamente. Jonathan, que no vio nada, sólo le quedó

montarse otra vez en el carro y echar lentamente para atrás. De inmediato,

Ariadna, profundamente seria y afectada, recogió el diminuto cadáver

ensangrentado del pavimento. El cráneo aplanado con cosas orgánicas que le

brotaban como un estallido volcánico fue demasiado para Selenia, quien

caminó de espaldas en pleno llanto. Jonathan se bajó y fue a ver, para dirigirse

luego a Selenia.
discúlpame, Selenia... no lo vi...

¡por supuesto que lo viste! ¡Te daba tiempo de frenar! ¡Te daba tiempo de

frenar!

estaba distraído... no lo vi venir...

Ariadna se acercó muy lentamente por detrás de Jonathan para llevarle Catire a

Selenia. Ella no lo quiso ni tocar, ni ver.

¡lo hiciste a propósito!

¡¿qué?! ¿a propósito? No, Selenia, por favor... no creas eso, fue un

accidente...

¡lo hiciste a propósito, ¡verdad?! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡¿Cómo es posible que me

hayas matado a mi perro, vale?! ¡Eres un maldito loco! ¡Te odio!

Jonathan no contestó nada. Ahora no sabía si sentir rabia o tristeza, compasión

o enorgullecimiento. Había sido un accidente, pero de repente parecía bueno

hacer sufrir a la mujer que amaba, sobre todo por decirle ahora que lo odiaba,

sobre todo porque ella ni siquiera recordaba su nombre. Jonathan consideró

que Selenia junto a él obtendría sólo felicidad, pero que por no estar con él, ese

sufrimiento era justo lo que se merecía, por ingrata o por lo que fuera. De

repente vio a su amada como una hermosa imbécil. Tal vez una relación con

ella se parecería más una imagen de Fragonard que a una verdadera vida. Pero

ese detalle no le importó, sobre todo porque Jonathan no tiene idea de quién

diablos es Fragonard. “Yo me mataría por ti. Yo te mataría por mí”, pensó.

Selenia entró corriendo a su edificio y Jonathan al suyo luego de cerrar el auto,

que dejó mal estacionado. Ariadna quedó sola en medio de la calle, igualmente

solitaria. Era la una de la tarde. El sol cegaba a Ariadna y hacía brillar el carmesí

de la sangre . Sacó de su morral escolar una bolsa plástica, la misma en la que


había llevado su comida preparada por su madre, y allí metió, con cierta

dificultad, el inerte cuerpo destrozado. Sus manos, su ropa y sus zapatos se

mancharon de rojo. Tuvo aún la extraña pero comprensible decisión de

recoger los pedazos del perro que habían quedado regados. Algunos vecinos,

que oyeron los gritos de Selenia, se asomaron por la ventana. Vieron la

discusión, la disculpa y el levantamiento del cadáver, sin embargo, ninguno se

atrevió a meterse en el asunto. Sabían, por chismes, de la enfermedad de la

niña, de la “loca” Ariadna, que había “perdido el hilo” de la lógica.

sí..., tal vez lo hice a propósito. ¿Y? Esto y muchas cosas más te mereces por

no amarme, amada imbécil...

La niña caminó hacia la acera de enfrente, la de su edificio, y fue hacia los

jardines del mismo en la parte de atrás. Con sus propias manos y ayudándose

con un palo, lastimándose y ensuciándose de tierra y grama también, comenzó

a abrir una fosa para el perro muerto. Cavando allí la encontró Selenia. Había

ido a buscar una pala y una bolsa negra de basura para enterrar a su perro.

Cuando salió a la acera y vio que sólo quedaba la mancha en el suelo, desde

arriba un vecino le había gritado “¡Ariadna se lo llevó para atrás del edificio!”

Quedó por un momento paralizada al ver lo que hacía la niña y luego

reaccionó.
<<Ariadna es la de Teseo, obviamente, pero recontextualizada (lo siento, la
palabra “extrapolada” también es una palabrota) y con un Teseo que tiene
mucha más edad que ella y que, por supuesto, tendrá otro tipo de
enfermedades mentales, pero no es un pedófilo en lo absoluto. Ella es el
único lado realmente humano de Jonathan. Aparte de recontextualizada y
reducida a niña, tenía que hacerla loca (ya sabrán: la gritona, la del parque,
etcétera...). No sé por qué, sólo sé que el personaje, para poder moldearlo
como quería (¿estás tú también en la regadera?) tenía que volverla loca. Allí
se me apareció como una revelación (reverberación) que esta novela no era
un policial de un enfermo que se vuelve literalmente loco por una
desconocida top model instructora de pasarela en las afueras de Caracas,
en una urbanización imaginaria (mujerones así sí he visto, en general, y por
montones. En Venezuela estamos acostumbrados) (también estamos
acostumbrados a las urbanizaciones imaginarias, pero sobre todo, a
urbanizaciones con nombres cursis). Las escenas de la observación
empecinada de la estrella de Mérope se me ocurrieron antes que las muy
ociosas del espionaje edificio a edificio con un telescopio. Estas, Jonathan
me las pedía a gritos (sigue en tu regadera) . Aquí sí pueden reírse, ociosos .
Así, Jonathan, al igual que su padre, era un Sísifo también, pero con
desenlace (entonces no es un Sísifo, idiota. Claro que sí, porque yo lo digo.
Ah, bueno, jódete. Tú eres el que va a pasar pena). En fin, a Ariadna la vi una
vez (mentira. ¡Ni media vez!). Realmente era una niña genio con problemas
de esquizofrenia, sólo que, para convertirla en monstruo de novela, le quité
edad y una fuerte justificación para esa monstruosidad (¿Sabían que la edad
más joven a la que se han manifestado casos de esquizofrenia en el mundo
es a los once años? Imagínense como está el mundo de loco). Cabe destacar
que con la ayuda de ciertos recortes de revista que una vez hicimos un
grupo de estudiantes de teatro para un ejercicio de dramaturgia, me topé
con una gran cantidad de imágenes de niñas en fotografías muy locas. Una
gritaba cubriéndose los oídos y apretando los ojos. Otra lucía como la
escena de la foto en el parque mecánico... etcétera (Cfr. suprascripto). En
medio de todo esto surgió la escena del scrabble (adoro este aburrido
juego, por lo general nosotros adoramos las cosas aburridas) con todo y su
víctima.>>

Ariadna, ¿qué haces?

enterrando a Catire...

pero, niña, no... no lo hagas. Dame...

no se preocupe, señora.

no, Ariadna. No puedes enterrar a mi perrito. Ve a tu casa, por favor. Suelta

eso.

no se preocupe, señora. Ya estoy terminando.

Ariadna, por favor. Hazme caso. Ve a tu casa tranquila. Yo me encargo de

esto.

pero...

te lo suplico, Ariadna. Por favor. Mírate como estás toda manchada. Anda.

Vete a tu casa.

Ariadna vaciló aún mientras Selenia recogía la bolsa del suelo y tapaba

apresuradamente el pequeño hueco que a la chica apenas le había dado

tiempo de iniciar. La mujer llevó a la niña hasta la puerta de su edificio y le

volvió a pedir que se fuera a su casa rápidamente, se lavara muy bien y botara

esa ropa. Ariadna se había quedado muda, y asintió lentamente con la cabeza.

La pequeña obedeció y Selenia caminó calle arriba, hacia el final de la

Urbanización Vista Encantada, donde sólo había el acantilado abarrotado de

monte tras la plazoleta central.


5

El suplicio de Jonathan comenzó la noche en que llegaron a su nueva casa.

Después de acomodar los muebles de la sala y Mehmet se acostara en su

cuarto a ver televisión, estando Déborah ya dormida del cansancio, Jonathan

sacó su telescopio con cuidado. Lo había comprado hacía ya unos cinco años y,

aunque lucía obsoleto al lado de las innovaciones que veía a menudo en la

tienda del centro comercial, le había dado muchas satisfacciones. Había

logrado terminar de entender la ubicación de muchas constelaciones que

antes no estaba seguro de saber. Se ayudaba siempre de un libro de Ciencias

de la Tierra muy viejo, de cuando su mamá estudiaba quinto año de

bachillerato en el liceo, mismo libro que usaron su hermano y él en su

momento. El libro tenía a dos páginas llenas, el mapa celeste. Le gustaba ver a

Sirio, con esa pequeña estrella a su diestra, como si fueran madre e hija, Sirio A

y Sirio B, como Dios y Jesucristo, como un hombre y su mujer, fiel, más

pequeña y, por lo tanto, capaz de ver las imperfecciones de él, como toda

pareja “normal”, como un hombre y su sombra.

Le gustaba también observar la constelación de su signo, Géminis, con Cástor y

Pólux siempre destacadas. Pero la constelación que más cautivaba su atención,

que más lo hechizaba, sin duda, era Pléyades, el simpático cúmulo de estrellas
con forma de sartén. Le gustaba tanto que incluso había investigado sobre el

mito de ellas, las hijas del titán Atlas que, huyendo del cazador Orión, pidieron

auxilio a Zeus y éste las convirtió en palomas, las cuales volaron hasta el cielo y

se fijaron en el firmamento, quedando a salvo para siempre. En especial, la

menos rutilante,Mérope,lo cautivaba con más fuerza. Se le veía tan difícilmente


a simple vista y tan tímida en comparación con sus seis hermanas, que

enamoraba con una nobleza extraña. Era como enamorarse de la niña más fea

pero más tierna de sus seis hermanas preciosas. Jonathan leyó que, de hecho,

sus seis hermanas habían sido amantes de algunos dioses, y sólo ella tuvo que

conformarse con el amor de un mortal, que no la trató del todo bien, que era

más bien un bruto: Sísifo.

Esa noche observó especialmente a Mérope, para saber qué tal se veía desde

este lado de la ciudad. Como los balcones del edificio Tahoma, y de toda la

urbanización, eran más bien sellados, con tan sólo el ventanal abriendo la

pared, y como el edificio de enfrente y todos los demás fuesen de la misma

altura (veinte pisos), tuvo que colocar el telescopio casi vertical, y de suerte que

logró ver su constelación preferida, pues en unas horas más, cuando se viera

otra parte del cielo, ya no se vería. Se dedicó entonces a mover el telescopio a

lo largo de la zanja de firmamento posible entre los cuatro edificios. Estando

así, bajó el telescopio hasta cuarenta grados y se encontró con el ventanal del

penthouse del edificio de la izquierda, en la parte alta de la urbanización Vista

Encantada. No quería ver eso, pero no pudo evitar la curiosidad. Acomodó el

foco de manera de no ver sólo la lámpara de techo de ese apartamento y le

redujo el zoom hasta tener una visión completa del balcón. Una señora con

rollos en la cabeza pasó de un lado a otro llevando un plato. Más atrás le siguió

un señor más anciano a paso lentísimo que echó una mirada al balcón.

Jonathan sintió que el viejo lo veía y apartó su ojo del telescopio y pudo

cerciorarse de que estaban muy lejos como para que lo vieran con suficiente

“definición”. Además, la oscuridad lo protegía. Volvió a mirar y observó a la

mujer de rollos regresando con lo que Jonathan corroboró no ser un plato sino

una ponchera con agua llevada con cuidado a la altura del pecho.
<<También recuerdo esa construcción en lo alto de un cerro (en los Valles
del Tuy sólo hay cerros, gente y chismes. Más nada) justo después de “yo
poseo una montaña pequeña” y “Así como se resquebraja el árbol
desconocido”, yendo de aquí (estoy en casa, obvio, y el pobre árbol ya ni
existe; además, ahora uso el ferrocarril) para allá (el puente, el puente, puto
frío en 12 grados a las seis y brisas de la mañana decembrina, los libros
viejos, ¡Ferlinghetti en inglés!, el chivúo de la entrada, los cepillados más
caros del mundo, el arco, Belinda Álvarez, ¿cómo olvidarla?, ¿cómo sé que
eran exactamente 12 grados? Porque ya no existe el barómetro electrónico
gigante de la Zona Rental de Plaza Venezuela). Era de ladrillos, allá en lo alto
se ve aún, imponente a pesar de la distancia. Sólo mucho tiempo después, y
a su vez hace mucho tiempo, me enteré de que era un ancianato. Me
contaron muchas cosas (chismes, los chismes son cosas, casi palpables en
todo el estado Miranda, parecen sacados de un capítulo sobre el
materialismo de un libro de Georges Politzer): se llama Fundación Geriátrico
Virgen de la Candelaria. Ni se crean que les hago publicidad (y si lo creen,
que me paguen los carajos esos). Investigué exactamente qué era, pero
preferí guiarme por los chismes porque, para empezar, esto no es ni
remotamente una novela histórica de lanzas coloradas con el negro
Cisneros como último realista, ni del realismo socialista soviético. Esto es
sólo una novela sobre un idiota que se vuelve loco, que nunca se ha
enamorado y de repente se enamora pero cuando ya está loco. O sea, es un
loco que se vuelve loco. No se rían que no es un simple juego de palabras.
Es un loco que empeora, pues. Bueno, y para terminar, porque si la obra es
de ficción, es el chisme lo que la nutre, no la veracidad. Así que no les digo
“no sean chismosos”, sino “no sean veraces”. Por supuesto que preocupa
aquello de que cuando la ficción no imita a la realidad, tiene a suceder lo
contrario, que la realidad imite a la ficción. De ser así, alego que Jonathan es
simplemente una metáfora “con patas” (aunque sean imaginarias). La
construcción existe, pero como las once ollas de oro que le regaló el rey de
los feacios a Odiseo.>>

Aburrido, Jonathan bajó el cilindro y observó el siguiente balcón. Salvo una

pared blanca y un ventilador de techo, cuya sombra lenta pincelaba

dinámicamente la estancia, a compases exactos, no había nada interesante.

Siguió bajando así el telescopio de apartamento en apartamento. Vio de todo,

incluso una pareja teniendo sexo en el sofá marrón de su sala. Allí, en ese sexto

piso, la morbosidad lo detuvo. Lo que tenía justo en frente eran las vibrantes

nalgas palidísimas de un hombre fláccido apenas tocadas por dos manos de

uñas mal pintadas de rosado, y debajo, la cabellera castaña con un ojo cerrado

y un seno espichado con movimientos de hula-hula, y hacia abajo las cuatro

piernas erráticas. Era un patético monstruo de dos espaldas.

La visión había dejado casi estupefacto a Jonathan. Ya casi ni recordaba como

se veía una pareja teniendo sexo. Las películas pornográficas lo habían

aburrido hace casi cinco años, cuando prefirió utilizar sus noches en ver los
astros con su nuevo telescopio, cosa que ya quería hacer desde hacía más

tiempo. Era la época en que creía que estaba en capacidad de hacer que su

vida valiera la pena, se tornara interesante. Era la época en que se había

convencido de que ya estaba muy viejo para la gracia y era hora de

enamorarse en serio y dejarse de muchachadas, tal vez casarse, procrear.

Tenía entonces veintisiete años y comenzó a dudar de su inmortalidad. Nunca

leyó aquel poema de Roque Dalton. Pero estos cinco años pasaron y no había

logrado nada de eso. Además ahora, con su padre muerto, consideraba que su

madre y su hermano enfermo dependerían de él en adelante, y eso le

impediría planear un futuro “conyugal”. Por ello, tuvo ganas ahora de regresar

a su viejo pasatiempo, por lo que observó toda la relación sexual hasta que los

amantes terminaron. Jonathan concluyó que ahora tenía dos pasatiempos con

una misma herramienta. Uno, ver las estrellas; el segundo, husmear

morbosamente la vida ajena. ¿Cuánta gente y cuántas cosas podría ver ahora

sin ser visto? Ahora más que nunca, adoraba su telescopio que le había

costado tantos sacrificios comprar.

<<En La novena puerta de Roman Polanski, Jonathan Corso, seducido por la


belleza hasta el fondo del infierno. Muy ilustrado, pero muy imbécil. El
antihéroe perfecto del umbral de siglos, personificado por el inentendible
de Johnny Depp. Muy buen actor pero con pésimas películas. Cruzando sus
datos con estudios sobre ciertas enfermedades mentales, me topé entonces
con una niña loca. Así pues que, del supuesto protagonista de esta historia,
Jonathan, no tengo más nada que decir sino esto. ¿Qué creían, cretinos?
(Cfr. Cierta película titulada Powder, de 1995, sobre un adolescente
extremadamente albino y extraño que se suicida convirtiéndose en
relámpago, o digamos, en energía einsteniana, el apeirón tal vez).>>

Terminada la escena erótica, Jonathan apuntó su telescopio erráticamente

hacia el edificio de enfrente, en Roraima, y lo que vio dos pisos más abajo fue el

inicio del suplicio final para Jonathan, esa misma primera noche en que

llegaron a su nuevo apartamento.


6

Los padres de Ariadna, al ver que la niña mostraba especial interés y simpatía

por Jonathan, decidieron ir a conocerlos a él y a su familia cuando ya tenían

aproximadamente una semana viviendo en el edificio, un sábado a las diez de

la mañana. Él se presentó como Rolando Zabala y presentó a su esposa

Yolanda Fuentes, padres de Ariadna. Déborah recordó de inmediato a cuál niña

se referían y, con toda cordialidad, los invitó a pasar. Enseguida los visitantes se

dieron cuenta de que la anciana tenía unos movimientos raros. Se vieron las

caras extrañados y guardaron silencio. Déborah los convidó a sentarse en el

recibo. Les contó que habían decidido mudarse de su antigua casa porque ella

había enviudado y ya no soportaba vivir en la misma casa de siempre. Quería

superarlo y la idea que ella y sus hijos compartieron fue la de mudarse. Habían

visto el alquiler del apartamento por periódico y decidieron venirse, mientras

habían alquilado su casa a la familia de una conocida de Déborah. El

matrimonio lamentó la pérdida de la señora. Déborah les adelantó que, antes

que nada, disculparan su enfermedad psicomotora, que últimamente estaba

un poco mejor pero que por temporadas, y según ciertas emociones fuertes,

como la pérdida de su esposo, se le ponía peor. Dicho esto, pegó el hombro

izquierdo del lóbulo de su oreja y siguió conversando normalmente. La pareja

entendió, aunque les incomodaba ver el espectáculo relampagueante de


movimientos sorpresivos e involuntarios de Déborah. La anciana,

acostumbrada a que la vieran con lástima, se paró mientras les ofrecía café.

Mientras lo hacía salió la enorme mole de Mehmet por el pasillo que conducía

a los cuartos, rozando los brazos de las paredes. Rolando y Yolanda no lo

habían visto , y no pudieron evitar el gesto de muda expectación que pusieron


(por no decir la cara de culo –esto es humor negro de Mehmet–) al ver la

gigantesca masa que se les aproximaba.

este es mi hijo mayor, Mehmet

Para completar, tenía ese nombre rarísimo, que ellos entendieron como

“Meme”, y supusieron que se trataba de un apodo familiar. De repente,

Rolando y Yolanda, acostumbrados a una vida simple, a una cotidianidad

cotidiana, se sintieron como si hubieran entrado en la casa de los locos

Addams.

mucho gusto

La voz de Mehmet, salida de una caja toráxica equivalente a cuatro veces la de

Rolando (u ocho veces la de Yolanda) arropó por medio segundo a todo sonido

cercano o lejano. Extendió su mano, semejante a un oso de peluche de veinte

por veinticinco centímetros, y Rolando, que de por sí era de manos grandes de

hombre trabajador, venezolano recio, cuyos dedos cerrados abarcaban todo el

diámetro de una botella de cerveza tamaño normal, sintió que le daba la mano

a un gigante mitológico.

mamá, voy al cine

Dijo Mehmet luego de decir su nombre viendo a la señora Zabala con mucho

respeto y apenas tocándole la mano, la cual se sintió aún peor que la de su

esposo. Luego dijo “con permiso”, y salió por la puerta, de lado, rozando sin

complicaciones la barriga y las nalgas del marco de la puerta.

él siempre va al cine. Le encanta. Tengan.


No pudieron negarse a afirmar con total convicción que el café sabía muy bien.

Por fin un punto positivo tenía la familia. Nada que ver con las familias

normales que tenían ellos. Él, reparador de electrodomésticos, oficio aprendido

de su papá, con local propio en la parte baja de la ciudad, es decir, al otro lado

de esta. Sus padres vivían en un apartamento sencillo cerca del lugar de

trabajo de él. Tenía tres hermanos y dos hermanas, siendo seis en total, él el

mayor. Dos de sus hermanos eran muy jóvenes todavía, de veinte y veintiún

años, y vivían con sus padres aún, estudiaban juntos el segundo año de una

carrera universitaria de la que sus padres decían que era “sin importancia y sin

remuneración adecuada”: Música. Luego seguía una de sus hermanas, de

veinticuatro años, que estudiaba Administración Empresarial como carrera

técnica en un instituto universitario y ya iba por la mitad de la carrera, teniendo

año y medio de excelentes éxitos académicos... el orgullo de papá y mamá.

Luego, su otro hermano, de veintiséis años, trabajaba como técnico en una

compañía de teléfonos celulares y era un “coco” con las computadoras. Le

seguía su otra hermana, de veintinueve años, casada con un tipo que a nadie

de la familia Zabala le caía bien porque era el típico chofer de autobuses

maleducado, grotesco, grosero, machista... y una lista suspensiva de defectos.

Y él, Rolando mismo, de treinta y dos años, el único que había seguido la

“profesión” de su papá.

Ella, Yolanda, simplemente, ama de casa, de veintiocho años. Había comenzado

estudios universitarios de psicología, pero luego los abandonó. Tenía dos

hermanas solamente, una de ellas, de igual nombre que Ariadna, por quien le

pusieron así a la niña. Esa era la mayor, de veintinueve años, y también se

dedicaba simplemente a las labores hogareñas, pero la menor, Leandra, de

veintisiete, era abogada, casada con un juez, con un solo hijo supermimado y

malcriadísimo, y vivían en una quinta con vista panorámica en uno de los

mejores sectores de Caracas . A esta no la veía desde hacía meses , pues


demostraba poco o ningún interés por lo que le pasara a sus hermanas. Los

padres de Yolanda se habían divorciado siendo las tres unas niñas menores de

quince años, y actualmente, la madre vivía sola y el padre vivía con su tercer

matrimonio y tres hijos nuevos, de entre doce y quince años, sus tres medio

hermanos, a los que apenas trataba porque cuando quiso juntarlos con

Ariadna mostraron ciertas malas mañas, muy sexuales, que no le gustaron.

La conversación se prolongó durante dos horas. Jonathan se asomó, saludó,

salió a buscar el periódico, tardó un rato, pues había adquirido la costumbre de

quedarse hablando con el señor Augusto, el dueño del kiosco, que nunca

dejaba de llevar la batuta en cualquier conversación, con gente de cualquier

edad, sin distingo de credo, raza o sexo... mucho menos de política. Desde que

Jonathan se uniera a su madre en el atender la visita, las palabras no habían

cesado de pronunciarse desde las cuatro bocas involucradas.

El tema más álgido, hacia las once y media de la mañana, fue la enfermedad

mental de Ariadna. A los seis años, estudiando primer grado en la escuela,

todos comenzaron a notar como la niña aprendía absolutamente todo con

vertiginosa rapidez. Aprendió a sumar, restar, multiplicar y dividir mientras la

mayoría de sus compañeros no terminaban de entender las sumas de dos

cifras. Aprendió a leer con una fluidez de adulto cuando tenía siete años, en

segundo grado, así que la adelantaron al tercer grado. En tercer grado no

estaba bien aún. Su nivel estaba aún muy por encima de los mejores. Había

memorizado todos los estados de Venezuela con sus municipios, todas las

banderas del mundo, la ubicación geográfica de los países... Por esto, la

maestra que la iba a recibir en cuarto grado, que ya sabía la historia, la mandó

directo hacia la maestra de quinto grado. Así pues, tenía ocho años y cursaba

un grado en el que era la menor en edad por una diferencia de dos años y

medio con la menor alumna del salón . Estando Ariadna estudiando quinto
grado, comenzó a mostrar síntomas extraños, y quien se los notó fue su

maestra, Alejandra Pérez.

<< – Jonathan, Mehmet, yo sé que ustedes dirán que yo estoy loca, pero,
tengan. Este es el Libro del Mormón... Es lo que leeremos ahora... Dios nos
ha guiado poco a poco a su camino... hemos desacertado, pero ahora sí
hemos encontrado la vía correcta hacia él... – ¡Jonathan, bájale el volumen a
ese escándalo! ¡Yo no sé de dónde sacaste esos gustos musicales! –
¡Mehmet, ya apaga ese televisor, no! ¡¿No tienen tarea del liceo ninguno de
los dos, no joda?!>>

Algo parecido a la esquizofrenia atacó a la pequeña Ariadna antes que a

cualquier otra persona. El caso más joven de una persona con esquizofrenia

que se conocía, dijeron los médicos, era de un paciente de quince años, pero

Ariadna tenía ocho apenas, y se lo atribuyeron a su capacidad de “genio” o niña

prodigio. Pésima combinación. La maestra Alejandra fue quien por primera vez

vio a Ariadna quedarse sumamente quieta durante largos ratos, con la mirada

perdida, sin atender a sus llamados, y cuando por fin reaccionó, parecía no

entender nada de lo que su maestra le decía. Rolando contó que su familia

tenía antecedentes de problemas mentales. De hecho, un hermano menor

suyo había muerto cuando apenas eran niños porque tenía alucinaciones, y a

causa de una de ellas, se lanzó al vacío de la azotea del edificio donde vivían.

Los doctores le habían dicho que la esquizofrenia es causada por razones tanto

biológicas, psicológicas y culturales. Ellos le comentaron a los doctores que

habían descubierto a tres primos de ella haciéndole morbosidades que

prefirieron no especificar, y los doctores respondieron que era muy probable

que esa situación estuviese dándose desde mucho antes que ellos se dieran

cuenta. Eso los horrorizó, así que nunca más visitaron a esa parte de la familia.

También le contaron a Déborah cómo estando Ariadna aprendiendo a hablar

entre los dos y tres años de edad, a sus padres les dio una gripe tan fuerte que

a ella le derivó en neumonía y a él en una ronquera prolongada por más de un

mes, y los doctores dijeron que eso puedo haberla afectado también. Y cuando

preguntaron por qué le daba por hablar en inglés y cómo lo había aprendido
tan joven y autodidácticamente, y los doctores preguntaron si alguno de ellos

dos tenía por costumbre ver televisión por cable de canales estadounidenses,

de esos con series interminables, unas tras otras, subtituladas, y la respuesta

fue afirmativa por parte de ambos, para el arrepentimiento de ellos. Se sentían

culpables por esto más que por todo lo demás. Además de todo eso, Ariadna

era asmática, precisamente por herencia de su madre, y no podían darle los

psicofármacos requeridos para una niña de ocho años y con esas afecciones.

El relato desmigajó el ánimo de Déborah. Lo que jamás entenderán Rolando y

Yolanda, será esa frase que repetirá la niña a cada rato, y siempre cuatro veces.

Objects in mirror are closer than they appear

Objects in mirror are closer than they appear

Objects in mirror are closer than they appear

Objects in mirror are closer than they appear

¿qué será eso? ¿Qué disparate será ese?

Ese día se forjó una amistosa relación vecinal. Rolando y Yolanda vieron que su

hija no era la única “medio loca” de la urbanización. Y Déborah les habló hasta

de Eleonora.
7

Eleonora Ruiz, o “Eleanora Rigby”, como le decían sus amigos bromeando con

ella, era la madre de Déborah. Había muerto hacía treinta años por un

larguísimo y traumático cáncer, y Déborah no pudo evitar recordarla, por una

mano desconocida pero profundamente conmovida que acarició su cabeza

canosa de tristes memorias, al día siguiente de la locura de Jonathan. Eleonora

era sumamente cariñosa con la menor de sus dos hijas Déborah, pues la

mayor, Fedora, se había ido de su casa apenas de catorce años con un

motorizado maleante y vago de los barrios hacinados de Caracas, y junto a él,

había abortado a dos hijos (por fumar, beber y drogarse estando embarazada)

y tenía líos con la policía por tráfico de drogas. Los chismes le llegaban a

Déborah desde cualquier amistad medianamente cercana o algún conocido de

su juventud con el que se encontraba esporádicamente.

En ese entonces, Jonathan tenía apenas dos meses de nacido, y Mehmet dos

años de edad. La muerte de Eleonora afectó tanto a Déborah que no pudo

seguir amamantando al bebé y las continuas crisis de nervios que sufría por la

agonía y final muerte de su madre, la hicieron caer hospitalizada en una clínica.

Intentó por diferentes medios de contactar a su hermana, a quien no veía

desde hacía dieciséis años, pero fue en vano. Su único apoyo era Mehmet
Mann, su esposo alemán que se había radicado en Venezuela dejando toda su

familia en Alemania por venir a trabajar en cierta trasnacional de automóviles,

lo cual le sirvió de excusa para casarse con la latina más excitante que había

encontrado.
La Déborah joven era una mujer muy atractiva, de anchas caderas y ancho

busto, un poco regordeta, de piernas y brazos muy carnosos, pero de rostro

muy bien definido, piel morena clara y un bonito cabello ondulado castaño que

dejaba caer sobre sus hombros luego de algún cintillo, que siempre los usaba.

Las medicinas tan fuertes que recibió Déborah, muchas veces en exceso,

tenían un efecto secundario que Mehmet Mann, quien pagaba de sus holgadas

ganancias millones de bolívares en niñeras y hospitalización en clínica privada,

parecía no estar capacitado para soportar. Los primeros ataques de espasmos

musculares que sufrió Déborah, le sucedieron precisamente estando aún

hospitalizada. Mehmet Mann seguía pagando millones de bolívares por

hospitalización en la convalecencia de Déborah, y nada que la daban de alta.

Cuando los mismos doctores de la clínica recomendaron que Déborah debía

ser vista ahora por otro especialista para que analizara su caso de desequilibrio

psicomotor, Mehmet Mann comenzó a sentirse cobarde y, peor aún, pobre

económicamente. Así, su reacción fue, en menos de una semana de exámenes

a Déborah, tomar el primer vuelo que pudo a Alemania, sin explicarle nada a

su esposa, y largarse para no volver nunca más. Dejó apenas dos millones más

pagos para que la atendieran hasta darla de alta pronto y ni siquiera pasó

despidiéndose de sus dos hijos.

Déborah fue dada de alta, sin que se le dieran mayores explicaciones en ese

sentido tampoco, a los tres días de haber perdido a su esposo para siempre.

Entendió con profunda amargura y tristeza lo que le sucedía y, agitando

continuamente la cabeza de un lado a otro y moviendo ambos brazos

alternada y erráticamente, se fue a buscar a sus hijos y se empeñó en criarlos y

formarlos sola, sin padre, sin tía y sin abuelos (el padre de Déborah había

muerto hacía algunos otros años atrás ) . Poco tiempo después , Déborah
Déborah empezó a ganar algo de dinero trabajando en su casa. Planchaba,

lavaba, cocinaba, cosía, hacía de todo para vender, hasta helados, y poder

comprar los útiles escolares a sus hijos.

<<De Mehmet muchos discuten su posible identidad. Algunos creen que se


trata de mi alter ego. Otros creen que fue moldeado sobre la silueta del
poeta Leonardo Ruíz. La verdad es que lo construí yo. Tal vez por eso,
porque no vino de la realidad, es el único que merece la fortuna de morir de
amor, como ese maduro personaje de El amor en los tiempos del cólera.
Mehmet y Lili son los clásicos enamorados, porque para que fueran
realmente enamorados, debían ser clásicos. Podrían preguntarme ¿y qué
pasó con Lili luego de la muerte de Mehmet? Eso es un vacío en la novela,
un error... (Sí, claro, Onetti me proteja de ustedes, zánganos de la literatura).
¿Es que no ven que si Lili no aparece más no es tanto porque no importa
como porque, para los fines estéticos de la novela, ella muere también?
Desaparece “físicamente” Mehmet, y asimismo, pronto desaparece
“físicamente” (aunque no necesariamente narrando su hipotética muerte).
En todo caso, Mehmet, es el más “humano” de su familia.>>

Estudiando ellos los primeros grados de la educación secundaria, Déborah

conoció a Armando Rojas, un hombre maduro, diez años más joven que ella,

que tenía un espíritu juvenil envidiable. Armando se ganaba la vida en una

profesión que Déborah nunca pensó que tuviera tantos adeptos: alpinismo. Se

conocieron precisamente porque él se hizo cliente asiduo de ella para todo.

Ella le lavaba, le planchaba, le cocinaba, le cosía... Y bromas y chistes

confidentes con frases como “lo que nos falta es casarnos”, terminaron

realmente casándose cuando Mehmet y Jonathan ya estaban en últimos años

de secundaria. Armando tenía un matrimonio ya en trámites de divorcio y una

hija que acababa de cumplir diecisiete años (un año mayor de Mehmet)

llamada Georgina. La madre de Georgina, habiendo amado lo atlético de su

esposo Armando, había terminado por despreciarlo precisamente por no tener

un trabajo serio y estable, y andar más pendiente de escalar montañas con su

amiga Sasha que de atender su casa. Armando tampoco soportaba más a su

esposa.

Lo primero que acordaron Déborah y Armando al unirse fue que él no se

entrometería en la crianza de los hijos de ella , ni ella en la crianza de la hija de


la hija de él (¡de todas maneras la madre de Georgina no lo habría permitido!).

En eso estaban de acuerdo. Ahora, Déborah Manrique de Rojas, era una mujer

casada, aún con cierto atractivo a pesar de las cuatro décadas de vida, con dos

hijos “bien educados” y un esposo que era considerado, según los canales

deportivos y sus noticieros, como un ejemplo a seguir para todos los atletas

venezolanos, que aún a sus treinta y seis años, tenía la agilidad, destreza y

empeño de un atleta con la mitad de su edad.

Déborah siguió así atendiéndolo, olvidando para siempre todos los fiados que

le había hecho, y con la conciencia y aceptación de que Armando pasaría

mucho tiempo fuera de casa por su actividad deportiva. Esto le permitió

cumplir con el más importante acuerdo al que llegaron los nuevos esposos:

Armando jamás se entrometió en la crianza de Jonathan y Mehmet, mucho

menos tomando en cuenta que ya ambos eran adolescentes a poco de

convertirse en mayores de edad. Aunque no podía evitar, por algunas cosas

que veía en el tratamiento de Déborah para con sus hijos, el aconsejarla lejos

de la vista de ellos, para que Déborah no se sintiera desautorizada: “deja a esos

muchachos crecer...”
8

Déborah siempre mantuvo a Mehmet y a Jonathan muy apegados a ella.

Jonathan recuerda que ni siquiera había podido tener una simple novia de

adolescente porque su madre siempre estaba encimándosele de cualquier

manera. Mehmet, dos años mayor que Jonathan, como fue siempre solitario y

poco atractivo para las muchachas por su gruesísima contextura, aceptaba su

abúlica vida como un zombi, pero Jonathan siempre pensó que podría

conquistar una mujer alguna vez. Sin embargo, era exacerbadamente tímido a

la hora de mostrar sus sentimientos. Constantemente pensaba en la

posibilidad de que una preciosura se enamorara locamente de él y lo raptara y

lo alejara y lo sacara de su realidad y lo pervirtiera y se lo llevara hasta un

infierno lujurioso y excitante. Por supuesto, nada de esto estuvo siquiera cerca

de suceder jamás. Más de una vez intentó cruzar miradas con chicas atractivas,

especialmente con aquellas que fueran de muy baja estatura (eran las que más

le gustaban), pero cuando estas lo miraban a él, Jonathan enseguida se

transformaba de nuevo en el niño tímido, cabizbajo, hierático... toda una

estatua. Muchas veces llegó a realmente interesarse en compañeras de clase,

en conocidas de los trabajos que efímeramente conseguía. En el colegio, cierta

vez debió soportar varias semanas, heroicamente, las pesadas bromas de sus

compañeros de clase, quienes encompinchados con Natalia Fajardo, la niña


más coqueta y sinvergüenza del quinto grado, se burlaron de él haciéndole

creer que ella estaba interesada en él, insinuándosele infantilmente sólo para

pedirle que regalara algunos pocos bolívares que le servían a ella para alguna

chuchería. El episodio fue superado cuando Jonathan se dio cuenta de que, por

décima vez, se había quedado sin tiquet estudiantil por regalárselo a ella.
Él, simplemente, no le habló más, no salía al recreo para no topársela, y, al salir

de clases se escabullía de su vista a toda velocidad.

Jonathan era técnico superior universitario en contaduría, pero sólo conseguía

empleos como contratado, nunca fijo. Claudia Bandres fue una de esas

compañeras de clases. Estudió con él los últimos dos años del instituto

universitario. Era una muchacha blanca, de un metro sesenta, muy delgada,

pero escandalosamente alegre y coqueta con todos sus compañeros. Incluso a

él llego tratarlo con mucho cariño, pero es que ella era naturalmente así.

Durante dos años, el corazón de Jonathan fue de Claudia Bandres, pero nunca

llegó ni a insinuárselo. Se recriminaba a sí mismo, “cobarde, cobarde, cobarde,

cobarde ...” y al día siguiente caía en lo mismo. Cada vez que quiso hacer

evaluaciones en el mismo grupo que ella, al menos para verla más de cerca y

más seguido, ella ya se había reunido con cualquiera que la ayudara a aprobar

sin tener que esforzarse mucho. Cuando se graduaron, al final del acto, cuando

ya todo era más bien una fiesta en la que Jonathan se sentía espantosamente

fuera de lugar, quiso acercarse definitivamente a Claudia para decirle, aunque

fuera “espero volver a verte”, pero Claudia estaba tan alegre, con unos cuantos

tragos de más, bailando entre la sudorosa y agitada muchedumbre aún juvenil,

que Jonathan sintió ganas de irse y lanzarse al río, morir largamente ahogado,

castigándose por su majestual pendejada. La imaginó emputecida entre todos

esos hombres, ahora excompañeros de clase, los más bochincheros, a los que

tanto odió, la imaginó haciéndole sexo oral a todos al mismo tiempo,

recibiendo el semen de todos ellos al mismo tiempo en su cara, bebiéndoselo,

fornicando vez tras vez, durante horas... justo como en las películas

pornográficas. Salió horrorizado de sí mismo, odiando a la chica que tanto

había amado por las más estúpidas razones, obstinado, con una decisión

inconsciente planteada de manera irrevocable. Fue hasta donde estaba su

madre sentada, afuera del local, con otros padres, madres y profesores, en una

mesa medianamente decente, y le dijo al oído: “vamonós”.


Déborah se despidió aliviada, pues tenía ganas de irse desde hacía rato porque

le dolían los pies y no lo había ocultado. De hecho, no fue ella quien sacó a su

hijo de la fiesta porque sus acompañantes de mesa estaban tratando de

convencerla de que su hijo era un muchacho muy serio, que casi no se divertía,

que era bueno que compartiera con sus amigos a quienes ya no iba a ver más,

y que además de eso ya estaba en edad adulta, veintidós años, y tenía derecho

de ser un joven independiente... Dio igual. Se fueron.

<<Tenía el triángulo hecho: Una vieja loca que abordó un tema que me
preocupa mucho, y es el de la búsqueda religiosa desordenada que tienen
muchas personas. Un hombre loco que de fracaso en fracaso, no soporta
otro fracaso más, ahora en el amor, y por ello es llevado hasta el asesinato y
la antropofagia. Una niña loca que empieza a creerse que es una madre
típica gringa con un hijo loco. El cuadro lo completó una enormidad de
hombre cuyo nombre demasiado alemán (no se me ocurrió otro) merecía y
a la vez me daba una tremenda explicación y antecedente para la novela.
Mehmet es hijo de un alemán. Eso me ayudó a imaginar toda una historia
para Déborah que me llevó hasta su niñez y su hermana “liberada”, y me dio
una conexión tremenda entre las caricias de su madre en la infancia, hasta
las caricias de una oficial de policía desconocida intentando consolarla.
¿Quiere decir que ninguno de sus dos maridos, ni el alemán ni el alpinista, la
acariciaron en la cabeza jamás? He ahí una triste imagen de cierto tipo de
mujer moderna: la que no pega una en el amor y se topa o con coños de
madre como el Mehmet padre, o con inútiles soñadores de cosas
imposibles, como Armando.>>

Desde ese momento, Jonathan supo que si quería desahogarse y desquitarse

por lo sufrido con Claudia Bandres, era hora de que comenzara a interesarse

más compenetradamente por la pornografía. Sintió que lo necesitaba. A pesar

de todo este sufrimiento, sólo el último realmente fuerte de Jonathan, ya que

las que conoció en el trabajo sólo pudo medio tratarlas por poco tiempo, él

nunca le dijo nada a nadie sobre sus desamores. Ni su madre, ni su padrastro,

ni su hermano supieron nunca que Jonathan se enamoraba solo a cada rato y

de vez en cuando compraba pornografía o pagaba a prostitutas que apenas

tocaba. Antes de Claudia, cinco o seis veces, y después de Claudia, hasta antes

de conocer a Selenia, unas treinta veces. Algunos hombres que lo conocían

habían llegado a creer que Jonathan era homosexual, o tal vez un enfermo

terminal, o incluso una persona con un leve retardo mental, debido a que a

veces Jonathan tartamudeaba como un disléxico. No es que lo fuera, es sólo


que nunca sabía qué decir, ni cómo decir, ni cuándo decir... y eso que siempre

sabía a quién decir, pero no podía hacerlo, y cuando lo hacía, le costaba tanto

como mover una galaxia.

Por supuesto que Jonathan y Mehmet tampoco se mantenían ley de hielo.

Hasta se podría decir que eran buenos hermanos. A veces conversaban sobre

cualquier cosa (menos sobre amor). Hablaban sobre todo cuando Déborah no

estaba cerca, no les gustaba ser escuchados por ella, sobre todo porque uno

de los temas favoritos de ellos era hablar sobre las películas eróticas que

Jonathan veía para complacer a Mehmet, quien, como todo un hermano

mayor, le decía “no veas pornos nada más, te vas a volver loco, mira cine

erótico por lo menos, que no es tan monótono y tiene trama”. El problema es

que Jonathan era muy monótono, y él lo sabía. Mehmet también lo era un

poco, pero Jonathan era aún más monótono que él. El tipo más aburrido que

puedan imaginarse. Jonathan siempre desayunaba exactamente lo mismo:

arepa y media con mantequilla y queso y café con leche. Siempre almorzaba lo

que su madre, y él mismo a veces, preparaba para llevarse al trabajo, y así

había sido desde siempre. Siempre iba por las mismas calles, entraba a los

mismos lugares de compra. Una vez tardó semana y media sin entrar a una

panadería porque habían cerrado aquella a la que él era asiduo cliente, y no

terminaba de decidirse por otra. Se bañaba siempre a las mismas horas, las

seis de la mañana y las seis de la tarde. No se interesaba por ningún trabajo

que no pudiera ajustarse a su horario de baño y de almuerzo, y mucho menos

llegó a aceptar jamás un trabajo que incluyera salir de casa los fines de

semana. Su automóvil, un Maverick marrón que había comprado de segunda

mano con algunos ahorros logrados bajo penurias financieras, estaba pulcro y

como nuevo. Cuidaba su carro tanto como a sus estrictos horarios. Cuando se

le averiaba algo, aprovechaba las mañanas de los sábados para buscarle el

repuesto y los domingos para ponérselo . Había aprendido un poco de


mecánica a través de su padrastro. Cuando era necesario llevar el carro a un

taller, lo llevaba el domingo casi al mediodía y lo buscaba el sábado siguiente a

primera hora. Ya su mecánico de siempre, Jorge, se había acostumbrado a este

particular cliente, de manera que no le fallaba.

Por todas estas razones, aquella tarde del sábado cuando Mehmet el triste le

dijo a Jonathan el loco “tengo que hablar contigo algo secreto”, Jonathan notó

que Mehmet no era el mismo. Una cosa desconocida le había alterado la

personalidad. Nunca una conversación entre ellos dos había necesitado un

aviso con cara de advertencia, sus conversaciones siempre surgieron

espontánea y casi accidentalmente. Apenas Déborah se acostó a tomar una

pequeña siesta, Mehmet llamó a Jonathan. Le pidió que se sentara en el sofá

frente a él (¡no a su lado, Jonathan estaba atónito! -¡Carajo! -pensó), y el enorme

gordo de doscientos treinta y tres kilos comenzó a hablarle sin parar...

MEHMET: Jonathan tú sabes que cuando yo estaba chamo yo pensaba que

tú ibas a tener mucha más suerte que yo para eso de las chicas y todo el

cuento me conformaba con saber que como era y todavía soy muy gordo

nunca una chica se iba a interesar en mí así que para qué iba yo a hacer un

esfuerzo en tratar de conquistar a una además creo que para siempre me

quedó la imagen de las muchachas feas las únicas que eran capaces de

sentarse conmigo a hacer las tareas las bonitas yo sabía que sólo querían

utilizarme y nunca hice tareas con ninguna de ellas aunque me gustaran

mucho físicamente nunca me enamoré de nadie porque todas aquellas

mujeres me daban igual me eran indiferentes en el fondo pero creo que ahora

he conocido a alguien que creo que realmente me llama la atención y quería

que tú fueras el primero en saberlo porque tú eres mi único hermano y yo

nunca he hablado abiertamente con más nadie sino contigo y creo que a ti te

ha pasado igual conmigo ( Mehmet se queda esperando una respuesta de


Jonathan quien sólo atina a arquear las cejas, balbucear “umjú” y ver hacia abajo)

la muchacha se llama Lili la conocí en la taquilla del cine hace unos meses y

apenas había podido hablarle hasta la semana pasada cuando la invité en su

día libre a ver una película ahí mismo La vida es bella del cine italiano ganadora

del Oscar y la vi llorar de emoción por la película y de repente me parecieron

estúpidos todos esos recuerdos amargos que tengo del pasado excepto la

muerte de papá por supuesto Lili es pelirroja blanca delgada usa aparatos

dentales pero yo creo que no los necesita tenía mucho tiempo tratando de

acercármele supongo que no es fácil para una muchacha aceptar una cita con

una mole como yo pero lo cierto es que ayer cuando la vi en la taquilla me

saludó tan dulcemente hola Mehmet sonreída y en vez de comprarle el ticket

para entrar me quedé hablando con ella por dos horas resulta que trabaja en

las tardes en el cine pero en las mañanas estudia en la universidad y a qué no

adivinas qué estudia estudia artes en la central con aspiraciones de tomar la

mención de cine pero apenas va por el segundo semestre yo le dije que a mí

me hubiera encantado estudiar esa carrera universitaria pero bueno le

expliqué que no podía me dijo que yo le llamaba la atención porque notó como

soy adicto al cine adicto en el buen sentido que a ella le gustaría tener la

paciencia que tengo yo para ver tantas películas buenas regulares y malas y yo

me atreví a interrumpirla y a decirle eres muy bonita y me dijo gracias guapo

como dicen en las películas españolas convirtió un piropo en un chiste ¿no es

maravilloso? (Jonathan apenas puede asentir lentamente con la cabeza mientras

hace puchero de sabio orquestado con cejas arqueadas otra vez) lo malo fue

cuando fuimos a intercambiar números yo anoté el suyo pero le dije que no

tenía teléfono celular y cuando terminé de hablar con ella fui a ver precios de

celulares así que compré este sencillito y barato ayer no le vayas a decir nada a

mi mamá y hemos estado mandándonos mensajes desde anoche estoy

contento hermano estoy contento nunca había sentido estas taquicardias estos

tartamudeos como los tuyos sudo frío cuando estoy con ella el otro día hasta la
preocupé pero creo que se dio cuenta de que estaba emocionado por ella al

principio me trataba con mucha distancia casi odiosa pero había algo en ella

que me atraía y finalmente no quiero ser cursi Jonathan pero creo que el

destino me la puso enfrente hermano es un regalo del destino es una

oportunidad para cambiar mi vida drásticamente creo que de repente estoy

obstinado de tener esta gordura tú sabes que esa enfermedad que yo tengo es

prácticamente autoinducida lo admito chico lo admito pero es porque he vivido

muy triste Jonathan muy triste tú lo sabes mejor que nadie para eso eres mi

único hermano (Jonathan balbucea apenas audible un “está bien” mientras asiente

tenuemente con la cabeza arqueando las cejas y haciendo puchero de sabio)

bueno Jonathan el asunto es que no me he atrevido a decirle lo que siento pero

después de todo lo que hemos conversado creo que me envalentoné un poco y

tengo muchas ganas de decírselo mañana mismo que vamos a ir a ver otra

película tal vez mañana sí le diga Jonathan le voy a decir que estoy muy

enamorado de ella que no sé ni cómo fue que también existe el amor a

primera vista bueno no sé si pueda decir que el hecho de que ella me llamara

la atención desde el principio eso ya sea amor por supuesto que a primera

vista hay una curiosidad un simple llamar la atención una atracción una

curiosidad pero por algo Jonathan por algo desde que la vi ahí me llamó la

atención y era por esto porque el destino me la puso en el camino para

enamorarme hasta se me ha bajado la tensión cuando he intentado

preguntarle si quiere ser mi novia pero ahora que hemos conversado más

seguido creo que sí se lo voy a decir Jonathan sí se lo voy a decir y si se hace mi

novia en unos poquitos meses le estoy pidiendo matrimonio y sabes qué voy a

hacer un esfuerzo por rebajar un poco porque no quiero que vayan a decir que

ella es novia de o se casó con un monstruo es que eso es lo que soy Jonathan

pero ella me rescató hasta me cambió el nombre me preguntó si podía

llamarme Memo en vez de Mehmet porque no me ve como un alemán y

prefiere llamarme Memo como apócope de Mehmet sólo para no tener que
pronunciar la “t” al final y porque le sobra la “h” y porque así me llama con

cariño ese es mi nombre de cariño “Memo” ¿qué dices, pues? ¿qué te parece?

Dime algo (Jonathan ve hacia abajo hace otro puchero de sabio niega con la

cabeza porque no sabe qué decir se reclina en el sillón ve hacia el ventanal piensa

en Selenia entiende a su hermano finalmente regresa la mirada al suelo se rasca el

occipital derecho abre los brazos desesperado y desesperando a su hermano y

medio dice “está bien”) ¿y tú no te has enamorado? cuando estábamos en el

liceo llegué a escuchar comentarios o más bien chismes de que al parecer tú

gustabas de algunas muchachas pero nunca lo decías la verdad es que nunca

hemos tenido novia pero eso no quiere decir que tú nunca te hayas

enamorado vamos dime la verdad que soy tu hermano

JONATHAN: Bueno, Mehmet la verdad es que creo que sí... Vive en el edificio

de enfrente. Pero... todavía no sé cómo se llama.

Falso, ya lo sabía, pero mientras contestaba, de repente, sintió que algo hueco

se había abierto entre él y su hermano, como si se lo hubieran alterado

genéticamente, estaba contento por él pero defraudado porque eso sólo

intensificaba su soledad. Oía un ruido sordo como de estática, una interrupción

en la señal que el alma debía enviar al cuerpo. Si Mehmet se alejaba de él sólo

le iba a quedar su madre, y muy en el fondo, Jonathan no quería a Déborah.

Jonathan ya no soportaba a su madre. Había tolerado un poco más a su

padrastro, más aún a Mehmet, pero en la última escala de sus quereres estaba

Déborah. Ahora, al parecer, Selenia estaba de primera, luego su padre muerto

y de último Déborah y Mehmet. Le gustaba hacer escalafones con sus

quereres. Primer lugar, segundo lugar, tercer lugar. Sólo había alguien que

empezaba a subir esos escalafones de sus quereres: la pequeña y demente

Ariadna. Se dio cuento de que necesitaba agarrarle cariño a esa niña porque

ahora no se sentía parte de ninguna familia. A lo lejos se escuchaba algún

avión zanjando el espacio.


9

Ariadna constantemente sufría dolores de cabeza que le servían para no tener

que hacer los oficios caseros que sus padres le pedían que hiciera, tales como

cambiarle el agua a la pequeña tortuga Tuti que tenían por mascota, vestir su

cama, limpiar el vidrio de la ventana de su cuarto, entre otras cosas menores.

Llamando la atención de esta manera, había logrado conquistar

accidentalmente a Antonio Camacho, un preadolescente de once años que

realmente gustaba de ella pero jamás se lo había dicho a nadie. La amistad

entre ambos niños comenzó a nacer cuando, en la escuela, a Ariadna le dolía la

cabeza de verdad y la maestra la enviaba con alguien (siempre era Antonio

quien se ofrecía a acompañarla, y se lo permitían por ser el más grande del

salón) a la oficina de la directora en busca del botiquín de primeros auxilios,

donde siempre tenían, por supuesto, analgésicos pediátricos, entre muchas

otras cosas. Pero a Ariadna sólo le importaba pasar buenos ratos con él

jugando al scrabble, su juego favorito. Antonio, vivía en la misma urbanización

pero en otro edificio, el Sabrina, que quedaba al lado derecho de la entrada a

Vista Encantada, siendo el primer edificio de los diecisiete que eran en total. Él

también había aprendido a enfrentarse a la personalidad angloparlante que de

repente se le disparaba a Ariadna. Por ello no le incomodaba en absoluto ir

todos los sábados a pasarse horas con ella en el pasillo jugando,


atravesándosele en el paso a todo vecino que pasara por allí obligatoriamente.

De todas maneras también los vecinos estaban acostumbrados a los raros

comportamientos de Ariadna y todos le tenían aprecio.

ARIADNA: Well, te dije que te ganaría


ANTONIO: Ay, no vayas a empezar con tu pedantería (coloca la palabra

“nariz” armada con la “n” de “banana” que había puesto ella, con el único problema

que la ha puesto con “s” al final.)

ARIADNA: Look! What is that palabra?

ANTONIO: Ay, ya se te empezó a olvidar el castellano otra vez. ¿No sabes

qué significa “narís”?

ARIADNA: No. I don’t know that word.

ANTONIO: ¡¿Qué?! No me hables totalmente en inglés que no te entiendo.

No seas tan lucida.

ARIADNA: I mean... I... Yo... no conozco esa palabra

ANTONIO: Ay, Adriana no te hagas la gafa. ¿No sabes que es la nariz? (se lo

dice señalándose la suya.)

ARIADNA: What? “Nor is”? What that’s supposed to mean?

ANTONIO: ¡La nariz, la nariz! ¡¿No entiendes?! (se la señala efusivamente.) ¡De

dónde salen los mocos cuando uno estornuda o se los saca con el dedo (se

mete el dedo.)

ARIADNA: Please, don’t be angry, and don’t be so disgusting.

ANTONIO: Ay, Ariadna, por favor... no te pongas inglesa otra vez. ¡Habla

español! !es-pa-ñol! ¡E-ñe, e-ñe!

ARIADNA: Let me look en el diccionario.

ANTONIO: Sabes que si pones en duda una palabra y la encuentras en el

diccionario vas a perder tu turno. Esas son las reglas.

ARIADNA: Conozco las rules.

ANTONIO: Bueno... (cruza los brazos en actitud retadora.)

ARIADNA: I don’t la encuentro.

ANTONIO: ¿Ah? ¿La encuentras o no la encuentras?

ARIADNA: No. No la encuentro.

ANTONIO: Dámelo acá.

ARIADNA: Take it. Búscala y when you la encuentres me la show me, right?
ANTONIO: (Encuentra la palabra pero se da cuenta de que la ha puesto

erróneamente, y ante la imposibilidad de mostrarle el diccionario porque igual no

podrá dejar la palabra, accede rendido.) Ya va... No entiendo. (Una última

ocurrencia es buscar si la palabra “narís” existe.)

ARIADNA: You’re a tramposo, chico. Pierdes tu turno.

ANTONIO: Ya va. Déjame...

ARIADNA: Apúrate.

ANTONIO: (Cierra el libro, rendido.) Bueno. It’s OK, como dirías tú. (Retira sus

letras.)

ARIADNA: Eres un bad loser. Como...

ANTONIO: ¿Un qué?

ARIADNA: Un... mal perdedor. Como te voy ganando por sixty points,

entonces quieres alcanzarme así sea with trampa. And, besides, on the “Triple

tanto de word” little square!

ANTONIO: Ya, ya... deja el fastidio. Ya ni te entiendo. Déjame jugar otra.

ARIADNA: (Sarcástica.) Oh... rules are not the rules now? Ok. Pero piensa. No

seas lazy... perezoso.

En ese momento fue Jonathan quien pasó. Se dirigía, como todas las mañanas

sabatinas, a comprar el periódico en el kiosko del señor Augusto. Últimamente

siempre había tratado de hacer coincidir su salida con la de Selenia, y esta era

una de esas ocasiones. Quería decirle que lamentaba lo del perro, ahora

abrazaba la idea de que ese hecho más bien pudiera unirlos en una franca y

larga conversación que los acercara y se pudieran hacer amigos aunque fuese.

Fue distraído de sus pensamientos cuando Ariadna lo advirtió con gran

emoción.

¡Jonathan!
El hombre fue sorprendido por el abrazo enérgico que le propinó la niña al

verlo.

hola, Ariadna... ¿Jugando con tu amiguito?

yes

¿y a qué juegan?

scrabble, ¿no conoces este juego?

no...

ven y te enseño

no, Ariadna, ya va. Tengo que ir a comprar el periódico. (Intentó zafarse de

los brazos de Ariadna)

¿para qué?

pues, para leerlo

¿y para qué lo vas a leer?

ah, pues, Ariadna. ¿Y para qué lee uno el periódico? Pues, para enterarse de

las cosas que pasan... Déjame ir a...

¿cuáles cosas que pasan?

ay, Ariadna, después te la das de sabelotodo –intervino Antonio con

ofuscación- ¡Pues de los políticos, de los crímenes, de la situación del país!

¿y eso para qué sirve?

mi niña, estás excepcionalmente preguntona hoy... -le dijo Jonathan con

cariño- Déjame ir a comprar el periódico y vengo y te contesto todo lo que

quieras, ¿sí?...

¡y juegas con nosotros un ratico!

pero si yo no sé jugar eso

¡yo te enseño!

bueno, está bien...

sí, señor Jonathan –intervino Antonio-. Es un juego para grandes también.

Armando palabras...
okey...

además hoy es sábado, no tienes que ir a trabajar...

sí, sí, está bien... Ya vengo, pues...

Jonathan corrió escaleras abajo. En el último escalón para llegar a planta baja

se resbaló y cayó sentado en el suelo. Consternado pero concentrado en su

tarea, se incorporó de inmediato sobándose un poco la cadera, caminó con

torpe velocidad y salió por fin. Precisamente Selenia estaba saliendo también.

Se imaginó que al final de la conversación con Selenia podría decirle que la

amaba por sobre todas las cosas, y Selenia posiblemente le diría el típico

“déjame pensarlo”, que tantas alas de esperanza le da a los tristes corazones.

Pero la realidad estaba muy lejos de toda esa cursilería barata. Selenia, apenas

lo notó, apuró el paso para que Jonathan no la alcanzara. Jonathan aceleró el

paso también. Selenia aceleró más y, en consecuencia, Jonathan también.

Jonathan quería llamarla por su hermoso nombre para que ella se detuviera.

Seguramente Selenia no había notado que él venía detrás de ella a pocos

metros. Seguramente Selenia estaba esperando una sincera y emotiva disculpa

de parte de él. Eso creía el pobre de Jonathan. Selenia no quería ni tan siquiera

presentirlo. Saber que él la estaba persiguiendo otra vez le parecía una idea

horrorosa. Como siempre, muy poca gente caminaba por la urbanización a esa

y a casi cualquier hora. Apenas se le cruzaron una pareja ancianos trotando y

ni se percataron de la situación. Selenia ya casi arrancaba a correr asustada por

Jonathan. A Jonathan se le dificultaba acelerar más el paso por el dolor de la

cadera recién aporreada. Empezó a cojear y su velocidad empezó a disminuir.

Selenia notó de reojo que ya había dejado atrás a su perseguidor y cruzó al

lado del primer edificio de la urbanización, el Argenta, rumbo a la parada de las

busetas, desapareciendo de la vista de Jonathan, quien tuvo que conformarse

con sentarse en un banquillo de la plazoleta a descansar su dolor. De nuevo se

llenó de tristeza, rabia y frustración . Él se dio cuenta que Selenia lo había visto
de reojo y había huido de él. Gruñó y le dio un golpe fuerte con la mano abierta

a la madera del banquillo. Luego de respirar hondo se incorporó y se devolvió

para tomar la vía hacia el kiosco, que quedaba entre los edificios Urbina y

Amazonia.

buenos días, señor Augusto

buenos días...

El dueño del kiosco, Augusto Cañizares, era un señor de setenta y ocho años,

muy suspicaz y observador. Él no conocía a Selenia, pues ella no tenía la

costumbre de comprar el periódico. Apenas iba a veces cuando ella ya sabía

que periódico traería algo de su interés, una colección, un álbum, un obsequio

o una noticia de sí misma y su trabajo en la pasarela, y aunque era muy

atractiva, el señor Augusto no la había retenido en el recuerdo de su vastedad

de clientes. Pero sí notaba que Jonathan nunca llegaba con la misma emoción.

A veces lo notaba agradable y conversador, a veces a acompañado por la

adorable loquita de Ariadna, pero también a veces lo notaba excesivamente

serio, abstraído, parco al hablar, muy al contrario de otras veces que llegaba

francamente parlanchín (¡Yo no sé nada de política, yo lo que sé es que si no

trabajo, no como! Y Augusto Cañizares le respondía: ¡Ese es el argumento de

los esclavos! Y Jonathan se encogía de hombros en señal de absoluto

desinterés). Ese día llegó triste, descorazonado, caminaba casi por inercia, sin

interés ni energía.

¿qué le pasa, joven?

nada. Tenga

<<La Voz. Sucesos. Página 3. Tres muertos y siete heridos, incluyendo un


niño de siete años, dejó tiroteo en el El Cartanal. Simón Puertas, Carlos
Sánchez y Juan Sánchez fueron identificados tras ser asesinados de seis
disparos cada uno la medianoche del sábado en el sector 3 de El Cartanal
cuando estaba en una fiesta, desde un automóvil en marcha pasaron
disparando. Las víctimas estaban en el sector visitando a un primo que
cumplía años. En el patio delantero de la casa había otros familiares y
vecinos, de los cuales al menos siete resultaron heridos de bala en las
piernas, brazos, abdomen, etc. Juan Puertas, cumpleañero dueño de la casa
herido, contó que los tripulantes del auto huyeron a toda velocidad. Las
víctimas fueron trasladadas hasta el Hospital de Ocumare del Tuy, donde
ingresaron los tres ya fallecidos más los heridos. Puertas dijo desconocer el
móvil del triple asesinato, porque aunque no hay indicios que hagan
sospechar que los tres hombres pudieran haber tenido algún problema con
alguien. Los tres fallecidos eran, respectivamente, mecánico, jardinero y
vigilante, y en total dejan seis niños huérfanos. Las víctimas hicieron un
llamado al gobierno nacional para que frene la violencia que impera en el
estado Miranda. / “Farándula. Página 18. Film de la "dama de hierro". Meryl
Streep será la Thatcher. Este lunes presentó cartel de promociones de la
esperada película de la ex primera ministra británica. La actriz Meryl Streep
presentó este lunes en Londres un cartel que promociona la película en la
que interpreta a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, que
una crítica ya ha calificado como "excelente". Cuando los detalles del guión
se hicieron públicos hace más de un año, los hijos de Thatcher fueron
citados por la prensa diciendo estar "horrorizados" ante la perspectiva.
También surgieron dudas sobre si una actriz estadounidense debería
interpretar a una de las figuras más relevantes de la política británica. The
Iron Lady (La dama de hierro), que llega a los cines británicos el 6 de enero,
muestra a Thatcher recordando los altibajos de su carrera y el precio
personal que tuvo que pagar por el poder. Streep acudió a la sesión de
fotos realizada con el telón de fondo del Parlamento británico, y estuvo
acompañada de la directora Phyllida Lloyd, que también trabajó con Streep
en el musical Mamma Mia!. La película probablemente sea un tema
candente en los medios de comunicación británicos en las próximas
semanas, ya que la ex dirigente conservadora sigue siendo un personaje
divisivo, reverenciado y odiado por la opinión pública. Streep, ganadora de
dos Oscar y una de las actrices más respetadas de Hollywood, dijo al Daily
Mail que interpretar a Thatcher fue el papel más importante de su carrera.
"Fue un privilegio interpretarla, realmente lo fue", dijo la actriz de 62 años.
"Fue una de esas películas raras, raras donde estuve agradecida de ser
actriz y agradecida del privilegio de poder mirar a una vida con profunda
empatía", añadió. Streep agregó que aunque no estaba de acuerdo con
muchas de las políticas de Thatcher pero sentía que "ella creía en ellas y
procedían de una convicción honesta". El corresponsal de espectáculos del
diario de derecha Baz Bamigboye calificó la interpretación de Streep de
"excelente". "Es una actuación de dimensiones altísimas y establece un
nuevo estándar para la actuación, una interpretación ardiente que aborda
las fuerzas mayores que moldearon la vida de la señora T", escribió, usando
una abreviatura común para referirse a Thatcher” (disculpen, no se puede
maquillar la mierda).>>

Pagó su periódico y se fue sin ir leyéndolo, como hacía otras veces que

atravesaba la calle sin ver a los lados por ir con los ojos fijos en el papel.

Decidió subir por el lento ascensor, ya sin ningún apuro. Al llegar arriba y abrir,

había olvidado por completo a Ariadna y a su amigo.

¡sí te tardaste! –le gritó Ariadna apenas lo vio

una pregunta, señor Jonathan, ¿por qué usted baja corriendo por las

escaleras y sube lentísimo por el ascensor?


porque me canso...

Cuando Jonathan intentó seguir hacia su casa, fue detenido en seco por el

grito de su nombre pronunciado por Ariadna.

¡Jonathan! ¡Dijiste que ibas a jugar con nosotros!

ahorita no puedo, mi niña. No me siento muy bien... Me caí y me aporreé

eres como todos los adultos: dices una cosa y haces otra

Jonathan siguió su paso lento, entró a su casa, lanzó el periódico en la mesa,

fue directo hasta su cuarto y se acostó.


10

Viernes al mediodía. En el cafetín acostumbrado, Déborah Manrique y

Sebastián Fonseca tienen otra de esas conversaciones.

<<Los objetos en el espejo están más cerca de lo que parece. Esa frase es
extraña. Una traducción más correcta debería ser: “la muerte está más
cerca de lo que parece”, o “la verdad la tienes en la cara, imbécil”, o incluso
“abre los ojos, maldito huevón, te estás muriendo”. De manera pues que esa
frase es mucho más que un avisito en el retrovisor del carro.>>

Jonathan acompaña a Rolando y Yolanda junto a Ariadna, al parque de

diversiones que han puesto temporalmente en la ciudad.

Las acciones transcurren simultáneamente. Las inacciones también.

Déborah le cuenta a Sebastián que, sorprendentemente, por vez primera, su

hijo mayor, el gordo Mehmet, tiene novia. Qué bueno. Ya era hora. Pero él no

se lo ha dicho. ¿Y quién es? Bueno, no creo que ya sea su novia, pero sí creo

que la está cortejando y parece que ella se deja. ¿Cómo lo sabes si no te lo ha

dicho? Bueno, porque desde hace una semana está cuidando más su imagen,

su aseo personal, hasta parece estar comiendo menos. Y creo que la chica

trabaja en el cine. ¡Caramba! ¿Y en qué películas ha trabajado? No, quiero decir

que trabaja en la sala de cine. Ah, okey...

Rolando le comenta a Yolanda que le parece tan extraño ver que su hija se

relacione tan amistosamente con un adulto tan serio e introvertido como

Jonathan. Yolanda piensa lo mismo, pero lo mejor para un niño como Antonio

Camacho es no relacionarse tanto con una niña de enfermedad mental tan


severa como la de Ariadna. Hace ya algunas semanas que Rolando y Yolanda

hablaron con los padres de Antonio para explicarle este asunto, recomendado

por los mismos doctores de la niña. Antonio está por cumplir doce años y a

veces tiende a imitar algunas conductas de Ariadna, y eso no es bueno.

Mientras hablan, Jonathan saluda con ambas manos en alto a Ariadna cada vez

que esta pasa frente a él en el carrusel, montada en un elefante rosado con

sombrerito y alas.

Sebastián comenta. Lo importante es que la chica de verdad quiera y respete a

Mehmet, y si le puede ayudar a mejorar su salud, mejor. Ella debe quererlo tal

y por lo que él es, no por como luce, ante todo Mehmet es un muchacho de

buen corazón aunque un poco perdido en la vida porque le hace falta un poco

de espiritualidad... Déborah asiente. Sebastián se hincha de sabiduría barata.

Mehmet siempre ha sabido cuidarse solo a pesar de su enfermedad

biopsíquica. Como si Déborah no tuviera la suya propia, y lo admite sobre todo

cuando un brazo se le alza flexionado hacia atrás como queriendo golpear a

alguien pegado a su oreja derecha. Y el brazo vuelve inmediatamente a su

posición original, posado sobre la mesa.

Ariadna pide a sus padres que le permitan a Jonathan acompañarla en la

rueda. Ellos asienten. Hay un raro magnetismo sagrado entre Jonathan y

Ariadna, un imán cósmico. Por supuesto que asienten, sobre todo porque

muchas veces han hablado con Jonathan, siempre con esa apariencia de nerd

meditabundo y un poco errático que inspira más que confianza, lástima. Y allá

van.

Lo importante para Déborah es que Mehmet está mejorando en su actitud y su

carácter. Ya no es para nada un adolescente que al enamorarse se envalentona

y se pone en contra de todo el mundo . Ahora es un adulto de treinta y cuatro


años y considera que enamorarse ahora puede significar su salvación. No sabe

cuál salvación será realmente, o de qué se salvará, ¿de sí mismo?, ¿de su

enfermedad?, ¿de su rara familia? Ahora Mehmet está más pendiente de su

casa, de su madre. Su alienación consabida parece estar disminuyendo.

Sebastián está de acuerdo consigo mismo y con los costosos libros de Deepak

Chopra.

Jonathan y Ariadna pueden ver buena parte de la ciudad desde lo alto de la

rueda. Ver todo desde arriba da a veces sensación de omnipotencia, pero

también de insignificancia. Jonathan se siente insignificante y Ariadna se siente

omnipotente. Esta diferencia inversamente proporcional los complementa y los

une. Uno es adulto, la otra es niña. Uno es hombre, la otra es mujer. Uno está

loco y lo sabe. La otra está loca y no lo sabe. Él sabe que ella está loca, más loca

que él. Ella no sabe que él está por volverse loco, más loco que ella. Qué bonita

se ve Caracas con El Ávila desde aquí. Qué bonita se ve la autopista, muy

diferente a cuando se está dentro de ella. Igual que la ciudad, igual que la

montaña. Eso conversan. Los objetos en el espejo están más cerca de lo que

parecen.

Pero Déborah destaca otra cosa que la preocupa por otro lado: Jonathan. Se ha

vuelto más taciturno. Muy pocas veces habla, y cuando lo hace se le oye un

poco amargado. Él siempre ha sido el más responsable de los dos. Desde que

murió su padre, es él quien con nos ha mantenido. Pero ahora está raro. Casi

no come tampoco. Y lo más extraño es que, dentro de todo esto, también he

notado que está un poco cercano a Mehmet. Como si los papeles se estuvieran

intercambiando y están haciéndose ese mudo relevo de cordura por locura.

Sebastián dice que a Jonathan también le falta espiritualidad, aunque también

es un muchacho de buen corazón, que también le falta enamorarse. Sebastián

tan sabio siempre se da cuenta de que Jonathan no está enamorado.


Los misterios del amor son más grandes que los misterios de la muerte, según

Oscar Wilde citado por The Smashing Pumpkins (nota de narrador).

En la rueda, en lo alto, Ariadna empieza a hablar en disparate. Jonathan la

observa confundido y preocupado. Es como si se le pasara un interruptor de

corriente de apagado a encendido. Se le enciende la alucinación. It’s so

beautiful up here. I created all of this beauty in the world specially for you,

Jonathan. And remember, objects in the mirror are closer than they appear. For

that reason... Jonathan interrumpe a Ariadna. Ariadna, no me hables en inglés

que no entiendo. Tú hablas castellano. Vamos. No, I don’t speak castellano.

Claro que sí. You’re lying. El resto de la tanda de vueltas en la rueda fue así.

Jonathan tratando de hacer volver a Ariadna. Cada vez se le hizo más difícil.

Afortunadamente para él, terminó.

Déborah le cuenta a Sebastián que Jonathan dura horas en el telescopio.

(Jonathan cada vez que su mamá se le acerca, él levanta el telescopio para

hacer creer que está viendo hacia arriba. Son segundos valiosos que pierde de

observar a Selenia en su ir y venir por la casa en ropa ligera). Bueno, pero me

parece que no es malo que Jonathan se entretenga en eso. Es muy bonito ver

las estrellas (dice Sebastián). Tranquilízate. Lo que debes hacer es tratar de

hablar con él. La comunicación es lo más importante en una familia. Eso

siempre lo digo en mis charlas y tú lo sabes.

Frente a Déborah, Sebastián se siente omnipotente.

Frente a Sebastián, Déborah se siente insignificante.

Para Sebastián, Déborah nunca podrá llegar a la sabiduría.

Para Déborah, ella nunca podrá alcanzar a Sebastián en sabiduría.


Sin embargo, como Sebastián le ha dicho que para un hombre es muy difícil

entender a una mujer en todo, eso le permite a ella tomarse a veces la licencia

de decirle: “es que tú no sabes lo que es esto”. Y él le contestaba con toda su

sabiduría barata: “Bueno, en eso sí tienes razón”.

Jonathan deja a Ariadna un momento con su madre por petición de Rolando.

Rolando pide a Jonathan que lo acompañe a comprar cotufas y refrescos.

Rolando quiere hablar con Jonathan porque lo ha notado más preocupado por

Ariadna de lo normal. Durante el camino de regreso hacia sus padres, Ariadna

había recuperado el castellano, pero sus padres habían notado dese su

banquito que Jonathan tenía rato tratando de hacerla volver. ¿Cómo se portó

Ariadna en la rueda? Al inicio, bien, pero después empezó otra vez a hablar en

inglés y a repetir esa frase. Sí, yo también he oído esa frase que ella repite,

pero no entiendo qué es. Yo tampoco. Jonathan, yo quiero agradecerte por lo

bien que te has portado con nosotros. (Rolando tenía la misma edad que

Jonathan). Con Ariadna, sobre todo, por supuesto. Creo que tu compañía es lo

único que la alegra un poco y la hace simplemente divertirse. Bueno, a mí

también me preocupa mucho Ariadna.

Luego de las cotufas y los refrescos que todos comparten, Ariadna quiere ir al

gusano mecánico, una montaña rusa pequeña especial para niños. Rolando le

dice que ya es el último del día. Ella dice que está bien, pero que se apuren.

También quiere montarse con Jonathan. Jonathan le dice que está muy viejo

para la gracia. Que el gusano es para niños solamente. El operador de la

máquina interviene y le dice que si a la niña le da miedo, él puede acompañarla

dada su contextura delgada. Ariadna insiste entonces y Jonathan accede

rendido. Se ve desproporcionado y fuera de lugar pero, al fin y al cabo, lo hace

por ella. Por esa niña loca con la cual él se siente tan identificado y cercano. El

viaje en gusano mecánico dura siete minutos. Ariadna nota que no es tan
divertido como ella pensaba, y pensando, precisamente, esta vez va pensativa.

A Jonathan le extraña pero sabe que debe seguirle el juego a todo lo que ella

haga o diga, así que si ella no habla, él tampoco –cosa que no le cuesta mucho.

Déborah y Sebastián terminan su capuccino con galletas. Sebastián pide la

cuenta y paga. Se van. Déborah concluye que su vida está dando un giro

inimaginable. Sebastián supone que con el relato de Déborah puede escribir

un libro de autoayuda.

Al terminar el gusano mecánico, Ariadna se emociona al ver que un fotógrafo

anda cerca. Pide a sus padres tomarse fotos. Consienten con emoción también.

Primero un foto de padre, madre e hija. Ellos dos abrazados, de espaldas al

gusano, y la pequeña Ariadna delante de ellos dos. ¡Otra!, exclama Ariadna.

Como era de suponerse, pide una foto con Jonathan. Él se para rígido, casi

tímido, casi estoico, mientras ella lo abraza como si se tratara de un hermano

mayor para jugar. ¡Y ahora una yo sola!, exclama Ariadna omnipotente. La niña

pequeña de la primera foto, y la preadolescente traviesa de la segunda foto,

nada tienen que ver con la tercera foto, que quedará para siempre entre los

recuerdos extraños de Rolando y Yolanda, y los recuerdos perturbadores de

Jonathan.

<<– ¡Jonathan!, ¿qué haces tú con ese libro? El Kama Sutra no es lo que tú
crees. Es un libro sagrado de Krishna. – Mehmet, tú no puedes trabajar con
esa condición... – Jonathan, Mehmet, sólo espero que ninguno de los dos
vaya a salirme con que a los treinta años les va a gustar el alpinismo
también, jajaja... Sería lo peor, sin duda, jajaja... >>

Ariadna, con su suéter azul y rojo de diseños hindúes y su blue jean, se para en

la plataforma que hay para entrar al gusano mecánico. Al fondo el colorido

primer vagón de la máquina estacionada. Se apoya sobre el pie izquierdo,

relajando la pierna derecha. Sus dedos pulgares los ha colgado de las trabillas

frontales de su pantalón . Ha bajado un poco la cara , sin dejar de mirar


fijamente, casi seductoramente, más bien con una potencia misteriosa y

enigmática, hacia la cámara, y su cabello castaño cae libremente sobre sus

hombros, tapándole parcialmente todo el perfil derecho de su rostro. Más

sorprendente aún es que se ha quitado los zapatos deportivos y está descalza.

¡Esta foto es para Antonio! Sus padres y Jonathan quedan mudos. El fotógrafo

también está sorprendido, pero lo toma a broma. ¡Muchacha, que actitud!

¡Sirves para el modelaje! Le dice a Rolando el precio, este paga casi sin poder

dejar de ver abismado la última foto. Ve al rostro a su mujer quien sólo suelta

un largo y forzoso parpadeo para mirar y moverse hacia la dirección por la cual

deben irse ya. Jonathan ni se atreve a mirar la foto. Está tan perturbado que le

provoca salir corriendo y lanzarse por el puente más cercano. Ariadna está

contenta.
11

Jonathan no quiso volver a entrar en su casa ese día. Estacionó su carro en el

edificio y prefirió caminar hasta la parte más alta de la urbanización Vista

Encantada. Caminó hacia el rincón izquierdo, donde estaba una concha

acústica que los habitantes de allí casi nunca usaban a menos que fuera para

celebrar algún día de las madres o del niño, y muy raras veces para un

concierto, preferiblemente de joropo llanero. En unos bancos frente a la

concha acústica se sentó contemplando el resto de la ciudad que yacía allá

abajo, cubierta de un halo gris y un ruido turbio. No había nadie cerca. Cada

varios minutos pasaba alguien paseando un perro o un coche infantil por la

acera, a unos quince metros de él. Lejanía. No-importa. Poca brisa y mucho sol.

Eran las cuatro de la tarde. La imagen de la fotografía no salía de la mente de

Jonathan. De repente, a la media hora aproximadamente, entraron al área

frente a la concha acústica cinco muchachos a practicar bret dance. Siempre lo

hacían y no era la primera vez que ellos y el hombre de treinta y dos años se

veían. Incluso se saludaron cortésmente. Pusieron su música entre pop y hip-

hop a todo el volumen que el mediano radio podía y comenzaron su práctica.

Unos más torpes que otros. A Jonathan le fastidió. Espero un rato a ver si podía

tolerarlo, pero en menos de siete minutos ya estaba largándose de allí. Quiso ir

a la plazoleta que quedaba al fondo central de la urbanización, entre los

edificios Yolanda y Olguín. Pasó por frente al Yolanda y desde allí vio en la

plazoleta a varios muchachos sentados conversando y tomando cerveza.

Prefirió regresarse y sintió curiosidad por conocer otros edificios de la

urbanización por dentro. Justo frente a la entrada al área de la concha acústica

cruzó a la izquierda, y así entró al edificio Eritrea, el que quedaba justo al


frente, pero de lado, a la concha acústica, el último de los del lado izquierdo de

la urbanización. Subió por las escaleras para conocer todos los pisos, este

edificio sí tenía unas diminutas ventanillas de ventilación por los pasillos al final

de cada escalera, y por allí observaba el paisaje. Deseaba haberse mudado a

un apartamento que tuviera esa agradable vista. No se encontró con nadie ni

por las escaleras ni por los pisos. Subió las veinte escaleras del edificio llegando

extenuado a arriba, pero en el pent-house no había ventanillas. Bajó de nuevo y

en el piso diecinueve se asomó nostálgicamente para ver, de nuevo, la ciudad

cubierta de ruido gris. En ese momento escuchó que en el interior de uno de

los apartamentos un niño lloraba y una madre lo regañaba. Prefirió agarrar el

ascensor y bajar. Sentía que huía de algo pero no sabía de qué, como si ya para

él cualquier cosa que hiciera fuera espiar. Se acordó de la maldita Selenia otra

vez. En el piso nueve la puerta del ascensor se abrió y una mujer de unos

cuarenta y cinco años, de no mucha belleza pero muy bien arreglada, preguntó

¿Va bajando? Él afirmó tímidamente y ella entró. El cuerpo de la mujer era

historia separada de su rostro: estaba muy bien tallado a pesar de la edad y

Jonathan no pudo evitar verla detalladamente. Sintió de repente deseos de

sobrepasarse con ella agarrándole con potente confianza una nalga. Como si

quisiera ensayar con la mujer lo que le haría a Selenia. Eso sería violarla, pensó.

Y le gustó la idea. Pero lo que imaginaba no era realmente violación. Imaginaba

que al él sobrepasarse así con ella, la mujer le agradecería el gesto

regresándose a su casa e invitándolo a tener sexo durante el resto del día.

Detallando su cabello pensó en agarrarle la cabeza y traer su boca a la de él, y

deseaba que al hacerlo la mujer le retribuyera recorriendo con la lengua toda

su boca, y luego apretara el botón de parar el ascensor para tener sexo allí

mismo. Casi lo hizo. El músculo de su antebrazo derecho se tensó y Jonathan

movió los dedos como practicando un arpegio de arpa. En ese momento el

ascensor se abrió en planta baja y la mujer salió. Jonathan se quedó

momentáneamente en el ascensor hasta que despertó de su ensoñación


morbosa, y salió rápidamente antes de que el aparato se cerrara de nuevo.

Regresó a la acera cuando ya había perdido de vista a la mujer.

Uganda era el siguiente edificio, a la izquierda del anterior, y más abajo. Es que

toda la urbanización quedaba en subida. Entró en el Uganda, pero no subió

sino que se sentó en la escalera de la entrada. Estaba definitivamente cansado.

Se recostó de la baranda del jardín frontal del edificio, quedándose allí varios

minutos, observando fijamente y por primera vez desde ese ángulo el edificio

Roraima, ubicado al otro lado de la calle, al lado derecho del edificio que tenía

en frente, el Omara. Deseoso, veía las ventanas del apartamento de Selenia.

Recordaba el desgraciado accidente con el perro, hacía ya poco más de una

semana. Ariadna bajándose del auto, el retroceso en medio de la turbación, los

gritos de Selenia, la confusión, el cuerpo deformado en las manos de Ariadna,

Selenia llorando, Ariadna llena de sangre, Selenia corriendo desesperada y

resignada sobre sus pasos, Ariadna llena de sangre y tierra, Selenia trastocada,

Ariadna trastornada, el perro dislocado, y la maldita mancha en el suelo. La

maldita mancha en el suelo. El perro más pequeño que la mancha. La

maldición propinada por Selenia. La palabra "odio" dirigida expresamente

hacia él por los labios de la mujer amada, a la que repentinamente,

relampagueantemente, sentía odiar con la misma fuerza que la amaba, como a

su madre Déborah, como a su hermano Mehmet... Y pensó ¿me mataría por ti?,

¿te mataría por mí?, esta es mi disyuntiva, ¿qué haré primero? Era inútil toda

pretensión de adivinarlo. Y detrás de todo, los ojos.

Se levantó de nuevo y siguió bajando por la calle, pasó frente a su edificio

Tahoma. Aún no quería regresar. Hacía apenas un rato había dejado allí a

Ariadna con sus padres. Apresuró el paso no fuera a ser que justo en ese

momento salieran su madre o su hermano. Siguió bajando y pasó frente al

edificio Arcadia . Allí también se sentó en la pequeña escalera de cinco


escalones de la entrada. Volvió a observar el balcón de Selenia desde este

nuevo ángulo. Quitó la mirada. La dirigió hacia la otra plazoleta de la

urbanización, la que quedaba en la entrada al conjunto de edificios, entre los

edificios Argenta (a la orilla de la carretera) adelante, y Enriqueta detrás,

edificio que a su vez quedaba justo delante del Arcadia. A su vez, entre el

Arcadia y el Argenta, en sentido diagonal (la urbanización tenía forma ovoidal

con una fila de cuatro edificios en el medio, de los cuales el segundo, desde la

entrada, entre el Enriqueta y el Omara, era el Roraima) estaba el Normanda.

Así, la plazoleta delantera quedaba no sólo entre el Argenta y el Enriqueta, sino

también entre el Normanda y el Sabrina, que era que quedaba al otro lado,

siguiendo la diagonal para subir por la otra calle de la urbanización. Jonathan

se paró y caminó hacia la plazoleta, que se veía un poco más solitaria que la del

final, cruzando la calle, en la curva entre el Enriqueta y el Normanda. La

plazoleta realmente no estaba tan sola. Cuatro niñas jugando a saltar la cuerda

estaban allí. Un hombre salía del edificio Argenta y se dirigía hacia su carro en

el estacionamiento de la plazoleta. Jonathan de todas maneras se sentó en un

banco distante de las niñas y la observaba recostado cómodamente,

imaginando a Ariadna entre ellas. Las vio por algunos minutos y luego escuchó

que lo llamaban desde la calle a su derecha. Era Rolando, quien iba con

Yolanda y con Ariadna a pie, pues no tenían carro. Jonathan fue hasta ellos

extrañado.

Jonathan, tú has sido muy bueno con nuestra niña

has sido como un hermano mayor o un tío –aportó Yolanda

Rolando respiró profundo, bajó la mirada un segundo y luego vio a los ojos a

Jonathan.

la estamos llevando de urgencia. Queremos internarla


¿internarla cómo?

ya lo hemos hablado con el psiquiatra y nos había recomendado hacerlo

tú sabes que hoy estuvo muy rara, y ahora esto: no quiere hablar

A Jonathan le había extrañado que la niña no lo saludara como siempre lo

hacía. Se notaba molesta y nadie sabía por qué.

pero ella venía normal cuando veníamos ahorita de regreso

sí, Jonathan. Pero fue al llegar a casa...

de repente nos dijo que éramos unos malos padres y se quedó callada

Yolanda trataba de no llorar y Rolando, aunque un poco más duro, también se

le notaba que estaba a punto de estallar de tristeza.

después te informaremos, Jonathan. Muchas gracias por tu apoyo

okey. Lo que ustedes digan...

podrás visitarla cuando quieras... -le dijo ya yéndose, Yolanda

okey. Gracias...

Jonathan no supo decir otra cosa. Ver a Ariadna en esa nueva actitud que

nunca antes había mostrado, por lo menos delante de él, lo sentía como el

final, el acabose de algo muy grande y frágil a la vez. Rolando y Yolanda

siguieron hacia la salida de la urbanización, donde quedaba la parada de los

autobuses, y Jonathan los vio bajar. Cuando desaparecieron de su vista se

regresó hacia la plazoleta. Las niñas seguían jugando, turnándose. Esta vez no

quiso sentarse y prefirió seguir caminando. Estaba reamente afectado.

Atravesó la otra entrada, entre el Enriqueta y el Sabina y llegó hasta la acera

frente al edificio Ivana. Sentía que huía de nuevo no sabía de qué. Siguió la

subida y llegó al frente del edificio Amazonia (que quedaba al otro lado de la
segunda calle y frente al Roraima), cerca del kiosco de periódicos del señor

Augusto Cañizares.

Cañizares era un anciano de setenta y ocho años que era toda una

personalidad en la urbanización. Muy enérgico a pesar de su edad, pero

también tosía todo el tiempo, conversaba todo el tiempo, vociferaba todo el

tiempo, discutía de política todo el tiempo a favor del gobierno (pues la

mayoría de los que vivía en esa urbanización de clase mediaalta eran todo lo

contrario en ese sentido), se reía todo el tiempo, bromaba con todos todo el

tiempo, llamaba la atención de todos todo el tiempo. Pero también era un viejo

con costumbre de aconsejar con gran afecto a todos. A pesar de las diferencias

políticas con muchos, se la llevaba bien con la gran mayoría. Jonathan había

adquirido la costumbre de ir a comprarle el periódico los sábados, y a veces le

seguía la conversación por mera cortesía. Preparó una respuesta para salir del

paso cuando no quería ser interrumpido en su deambular: “conociendo bien la

urbanización”, en caso de que se lo encontrara y le preguntara. Pero a esa hora

de la tarde ya el kiosco estaba cerrado. Jonathan sintió alivio de no tener que

encontrarse con un personaje tan pintoresco en ese momento. Caminó

apresuradamente y fue hasta detrás del kiosco, donde normalmente los viejos

de la urbanización se sentaban a conversar en las mañanas, y allí, aprovechó la

soledad. Si al otro lado de la urbanización había un barranco, de este otro lado

estaba la montaña. Se levantó del banco. No hallaba qué hacer. Caminó hacia

el pie de la montaña, a unos diez metros de donde estaba. Allí se sentó en la

cuneta del desagüe, de frente a la montaña, como castigado, de espaldas al

mundo, y reventó en llanto durante largo rato.

<<Postmodernidad. Los nuevos libros. Ref.: sugeridos de la ópera rock


Jesucristo Superestrella. Donde una pieza de la partitura hace plantear a los
actores que siempre quisieron ser apostóles para así lograr la trascendencia
histórica y social. Al escribir los textos sagrados: I - Al caer las torres de
Nueva York, caen los paradigmas de una cultura. Cae el deber ser de la
Norma (10 mandamientos - Paradigma del dólar – In god we trust – in good
we’re truth – filosofía – Kant – Derecho natural – Derecho canónigo). O sea,
cae la filosofía, madre de todas las ciencias, pero no la Norma en sí misma.
II - Como se negó al que trae la Norma en el Derecho Natural (Positivismo –
Escuela de Viena – Filosofía – negar la verdad para confirmarla). Al
andrógino, criminal, príncipe de Egipto, Moisés. Se desnuda la humanidad
igual como se describe al citado príncipe, tal como si estuviera en Vida (culto
a la belleza y el intestino, Homero, La Ilíada, Arte). III - Debido a que gracias
al Derecho Natural, la humanidad sólo conoce una igualdad, que es la
jurídica, para que en base a esta igualdad tengan un líder político para un
“libre” opinar, expresar, pensar, vivir... En una pseudodemocracia
representativa... Se desnuda ante la pirámide 2000 de vidrio en París (Arte –
Homero – La Ilíada – culto a la belleza y al intestino, La Ilíada otra vez, La
Eneida, La “Odiseada”... Biblias de antiguos pueblos paganos; Grecia, Roma),
(Fundamentos de Arte Moderno, Cibernética, Física del plasma, “Una
humanidad esclavizada por más de 2000 años”, sembrando yuca cual
campesino judío. Demostración: Psicoanálisis, etc... y no me da mi gana de
cerrar el paréntesis porque así lo escribió el famoso loco Nelson Loreto de
la UCV, y él conoció a Ariadna Zabala.>>

Desahogado pero destruido, regresó a su casa después las seis y media de la

tarde. Para su alivio, no se había encontrado con nadie conocido. Mehmet

estaba en el cine. Déborah tomaba una siesta. Jonathan prendió el televisor sin

ningún interés, y allí estuvo pasando canales hasta las ocho de la noche,

cuando regresó su hermano mayor. Déborah se había levantado media hora

antes y preparaba una cena sencilla. Le había preguntado a Jonathan a qué

hora había llegado y él había respondido que a las siete. Eso fue lo único que

conversaron durante ese lapso de tiempo. Al rato ella avisó que se dispondría a

hacer la cena y Jonathan no había respondido. Ni siquiera había quitado la cara

de la pantalla para ver a su madre. Así, al llegar Mehmet, Jonathan se fue a su

cuarto a dormir sin cenar, como un niño castigado de nuevo. A Déborah no le

extrañó su actitud. Mehmet lo notó un poco extraño, diferente, pero no le dio

mucha importancia. Déborah agitó el codo y luego el hombro derecho.

El sábado muy temprano, a las siete de la mañana, Jonathan fue a visitar a

Ariadna. Él sabía que ella, simplemente, era ya una niña loca, pero él creía que

tal vez, en medio de su demencia, la niña podría recordarlo aún y oírlo como

una buena amiga. Quería creer eso. No soportaba el recuerdo de la tarde

anterior cuando ella ni siquiera lo había mirado. En el sanatorio, fue el primer

visitante en llegar y esperó hasta que se hicieran las ocho mientras cada pocos

minutos llegaba otra persona a esperar la hora de visita. Finalmente, cuando


estuvo frente a Ariadna, ella, que cargaba una revista en la mano, lo vio con

emoción y le gritó contentísima, como si lo llamara por su nombre, y

abriéndole los brazos de par en par de alegría:

objects in mirror are closer than they appear! ¿Cómo estás?

¿Ese era acaso su nuevo nombre?


12

Te quiero. Te quiero tan enfermizamente. Te quiero. Te quiero tan

enfermizamente, y me está conduciendo hacia la locura, me está conduciendo

hacia la locura. Ese mundo reflejado al revés que se ve en el espejo está más

cerca de lo que parece.

I’m on a highway to hell!!! Highway to hell!!!

Ariadna, ¿qué canción es esa que estás cantando?

highway to hell!!!

¡niña! ¿Qué cosas son esas?

Yolanda y Roberto deben afrontar, como siempre, las locuras cada vez más

recurrentes de su hija, tratar de calmarla y hacerla volver a hablar español.

En el mismo edificio, Déborah estira el brazo derecho hacia el lado y hace guiño

involuntario al tiempo que acerca fugazmente el hombro a la oreja. Se da

vuelta en la cama y sigue intentando dormirse a las nueve de la noche.

En el mismo momento, Mehmet ha pautado su primera cita con Lili, por fin.

Verán la función de las nueve de la noche de la película 21 gramos porque a

ella se la han recomendado mucho en la universidad, y Mehmet también ha

visto buenos comentarios.

A las nueve de la noche, también, acaban de llegar luego de varias horas de

viaje , los padres de Selenia , Teodoro y Aura , y el novio de Selenia , Mario


Hernández. La visita era esperadísima por Selenia, Jonathan lo sabe porque ella

los recibió a los tres con un gran abrazo. Jonathan has estado espiando el

apartamento de Selenia desde la oscuridad del balcón y ha visto todo, incluso

el beso en la boca que se han dado Selenia y Mario al saludarse. Jonathan logra

entender casi todo sólo viendo los gestos. Por ejemplo, cuando todo indica que

la señora Aura busca algo a ras del suelo y es interrumpida por alguna mala

noticia que les cae mal a los tres, Jonathan sabe de qué están hablando: del

perro. Mario consuela a Selenia con un abrazo y ella apoya su mejilla en el

hombro de él, quien le acaricia los cabellos. También Jonathan logra entender

que se han referido a él de mala manera. Supone que, al menos, Selenia ha

hablado con cierto afecto de Ariadna.

Mehmet supone que Lili quiere ver la película. Es decir, que ha venido a ver la

película, no ha distraerse con él. Mehmet supone que, como a ella le guste el

cine como profesión, lo que quiere de él es que le dé su visión o su opinión de

21 gramos al salir de la película, tal vez por eso ella misma le ha dicho, justo

antes de entrar, que al salir le gustaría pasar comiendo algo rápido, sin mucho

lujo. Él está dispuesto a cumplir con lo que Lili le pida o necesite de él, por eso

se concentra en prestarle atención a la película. Sólo un par de veces él mueve

un poco la cabeza y los ojos para ver a Lili, pero como Lili está atenta a la

película, él vuelve sus ojos a la pantalla para no molestarla.

ese tal Jonathan es un tipo rarísimo. Siempre me está viendo. Se mudó ahí

no hace mucho, pero me da mala espina. Cuando él está comprando el

periódico, yo prefiero no ir al kiosco. Y yo creo que él se ha dado cuenta, y

entonces como que se le quita lo mudo y tarda largos minutos, casi una hora o

hasta más, hablando con el señor del kiosco.

¿cómo que “se le quita lo mudo”?


Nadie en la casa sospecha, efectivamente, que Jonathan no sólo está viendo

siempre a Selenia, sino que ese “siempre” incluye espionajes telescópicos en la

oscuridad de su balcón.

bueno porque el tipo habla muy poco. Apenas me dice cosas como “hola,

preciosa”, “hola, linda”, “hola, bella”, y se me queda viendo como si quisiera

decirme algo más, pero no me dice nada. Y todo con una cortesía de conde

Drácula. Sólo una vez me dijo algo más, cuando me mató a Catire. ¡Ah! Y

también cuando se me presentó en el kiosco la primera vez. No me acuerdo

bien de su nombre, creo que es Johnny.

¿y si lo denuncias?

¿pero qué le voy a denunciar? No me ha hecho nada.

yo creo que ese tal “Johnny” sólo es un mirón entonces. Sólo te “bucea”

es que es algo más que “bucear”... “buzos” son los atrevidos en la calle que le

dicen cosas a una. Este, según entiendo, sólo saluda.

bueno, pero si el “Johnny” sólo saluda, no entiendo cuál es la alharaca. Si se

te queda viendo, bueno... a lo mejor siemplemente también te “bucea” pero es

respetuoso y no te dice nada por respeto.

yo también creo eso.

¡ay!... No sé. A mí me sigue causando desconfianza. No sé cómo los papás de

Ariadna la dejan andar con él. Hasta pederasta será...

¡ay, Sele! Pero no exageres. Ni siquiera lo conoces bien y tienes todas esas

conjeturas. ¿Ariadna es la niña que es medio superdotada del edificio de

enfrente?

sí, papá. Pero eso de “superdotada” yo creo que se le está convirtiendo un

poquito en loquera. Y con esa junta, tú me dirás...

¿por qué, pues? A lo mejor sólo le afectó mucho ver al perrito así todo

desfigurado. Es una niña. ¿Qué edad tendrá, diez, once?


no sé. Sé que está en sexto grado porque estudia con otro muchachito que

vive aquíen la urbanización también, pero él se ve mayor que ella.

pero la cosa es que los papás de la niña confían en él, y él a veces la lleva al

colegio y la trae, porque el colegio queda cerca de donde él trabaja, y además,

la niña, también dices, que lo adora como otro papá, así que no entiendo tu

angustia. Olvídate de ese carajo y listo. Vive tu vida.

ay, Mario, no sé... Sólo espero que no sea que me “levanté” a un psicópata,

jajaja...

Mehmet no comprende mucho la película. Está más acostumbrado al cine

comercial poco exigente. Supone que Lili, entonces, es más inteligente que él.

Idea que se le afianza cuando él, tratando de impresionarla, le dice “esta

película me hace recordar a Eterno resplandor de una mente desenfocada, la que

es con Jim Carrey, y a Premonición con Sandra Bullock”, y ella le contesta casi

automáticamente “¡Que va! ¡Nada que ver! ¡Con ninguna de las dos! ¡Esto es

otra cosa!”. Mehmet se queda atónito y extrañadísimo. Supone que no es lo

mismo ver cine todo el tiempo que verlo y estudiarlo, y además trabajar en una

taquilla de cine. Acaba de convertir a Lili no sólo en el principal foco de su

amor, sino ahora en el principal foco de su admiración y respeto. Lili es una

intelectual, y él nunca se lo imaginó. Él es sólo un nerd, un ñoño estudioso

mientras fue estudiante, sólo eso. En la pantalla, Paul Rivers (Sean Penn) y

Christina Peck (Naomi Watts), se están besando en la casa del personaje de la

actriz.

<< - Jonathan, Mehmet. He descubierto que la verdad está en el


espiritismo... todas las demás religiones están equivocadas... El maestro
Sebastián me ha abierto los ojos... Yo sé que ustedes son dos personas
adultas ya y no puedo obligarlos a que me sigan otra vez... Sólo no me digan
nada...>>

Jonathan observa detenidamente a Mario. Es alto, tal vez más alto que él. Es

moreno y usa el cabello muy corto , casi al ras. Tiene algunas canas, por lo que
Jonathan le supone tal vez un poco mayor que él, tal vez llegando a sus

cuarenta. Por la ropa que usa, camisa gris a rayas y de manga larga con

pantalones de lino azul oscuro, supone que tiene una posición acomodada y

tiene un buen trabajo de oficinista, tal vez un cargo alto en una empresa. De

repente, no entiende por qué no se han casado, pero le parece muy bien que

así sea. Jonathan piensa en qué puede hacer para sacar a ese hombre de la

vida de Selenia. Le acompleja que el novio de Selenia tenga mejor situación

económica que él. Sus padres también parecen gente de clase media alta.

Jonathan sabe que no es pobre, que ciertamente si tiene para comprar carro,

casa, apartamento y telescopio no es porque sea pobre. Tiene un trabajo

medianamente estable que detesta pero lo tiene, así sea sólo como

contratado. Jonathan desearía haberse preparado en otra carrera universitaria

o haberse preocupado más por mantenerse y ascender en un trabajo. Tendría

ahora algo mejor que ofrecerle a Selenia en cuanto a condición económica.

¿Pero en qué está pensando Jonathan? ¿En formar un hogar y tener hijos con

Selenia? Jonathan lo piensa mejor. No. Jonathan piensa que lo único que quiere

con Selenia es tener sexo todos los días, en un idilio erótico, un paraíso eterno

de lujuria y fornicación, donde no importe nada que tenga que ver con clase

social ni dinero ni ninguna de esas cosas. Un mundo alejado de todo

movimiento. Un mundo imposible. Allí, sólo él y Selenia podrían olvidarse de

todo y recordar sólo que están hechos el uno para el otro y que tener sexo es

la primera necesidad del ser humano enamorado. En algún otro cuarto están

los padres de Selenia, seguro cambiándose de ropas, poniéndose algo cómodo.

En el cuarto de Selenia, el hombre se cambia de ropa también. Jonathan piensa

que si a los padres no les importa que él se cambie de ropa en el cuarto de su

hija, debe ser que ya están comprometidos, o simplemente aceptan la relación

abierta de su hija y ese hombre. ¿O será que ya están casados pero por alguna

razón no viven juntos? No. No puede ser. Ella no usa anillo de compromiso. Y

los portarretratos que están en la sala están todos de espaldas al punto de


vista de Jonathan, en una mesa central de vidrio. Jonathan quisiera saber más

de lo que supone, pero repentinamente reflexiona que nadie puede saber más

de lo que supone, y esa es una verdad que se enfatiza cuando, a las diez de la

noche, las luces se apagan y Jonathan ya no puede ver nada. Jonathan decide

irse a la cama. Luego de dos noches casi exactamente iguales, Jonathan decide

no ir a trabajar para quedarse espiando el apartamento de Selenia todo el día,

logrando colocarse de tal manera, detrás de algunas plantas balcón, que no se

le puede ver desde el edificio de enfrente. Sin embargo, no hay nadie despierto

en la casa a las siete de la mañana. Luego de desayunar, a eso de las nueve,

aparecen los padres de Selenia en la sala y se sientan a conversar frente al

televisor. A los cinco minutos aparece Selenia y, un minuto después de ella, el

novio. Todos se sientan a conversar. Déborah le pregunta a Jonathan qué tanto

ve por la ventana, y él le responde que sólo entrepitea un poco la vida ajena.

El aire acondicionado del cine ha enfriado las delgadas manos de Lili. Mehmet

lo sabe porque es sorprendido por cinco yemas de finos dedos que le han

tocado la mejilla para halarlo muy sutilmente. Lili lo trae hacia ella. Mehmet no

sabe qué sucede hasta que los labios de Lili han tocado los suyos... y los siguen

tocando... ahora se mueven. La humedad fluye. Mehmet ahora entiende todo.

Ha decidido cambiar definitivamente. Es hora de cambiar su vida para siempre.

Mientras Lili lo besa apasionada y lentamente, él piensa que la ama y hará lo

que sea necesario para hacerla feliz hasta el último día de sus vidas. Luego de

largos y majestuosos segundos:

casémonos, Lili...

(sonrisa burlona y tierna a la vez) loquito... vamos con calma...

Durante el resto de la película, Lili estará recostada totalmente de Mehmet,

hasta acurrucarse en su costilla. Al terminar la película:


¿somos novios?

(besándolo tiernamente) ¿qué tú crees, osito bobito?

¿“osito bobito”?

¿ves sólo cine y no comiquitas? (la mirada amorosa lo enmudece)

Vámonos... Llévame a comer un perro caliente que por aquí cerca.

¿Sabes? Yo soy bastante rústica y poco fina, je-je. ¿Tú no te quieres

comer un perro caliente también?

yo te acompaño, Lili... pero creo que no tengo hambre.

(¡!) okey... Después me acompañas hasta la parada de taxis, ¿sí? Y

listo. Y mañana nos vemos y hablamos mejor y más temprano. ¿Te

parece?

lo que tú digas...

(sonrisa tierna y burlona a la vez, brazos menudos que se abrazan a un solo

antebrazo gruesísimo. Mehmet no lo puede creer aún, y avanzan...)


13

Mehmet llega a su casa a las once. Nadie está despierto ya. Se dirige al

cuarto de Jonathan y le toca la puerta.

Jonathan ¿se puede?

sí... Estoy despierto. Pasa.

Jonathan, es sólo para decirte una cosa: creo que tengo novia por

primera vez en mi vida.

Jonathan se incorpora de la cama como si hubiera recibido una mala

noticia.

¿en serio?

sólo eso quería decirte, Jonathan... Ahorita sólo quiero acostarme en

mi cama. Me siento muy emocionado y cansado a la vez. Mañana te

cuento... ¿quién lo diría? –dice ya marchándose a su cuarto–.

Jonathan quedó atónito, sentado en la cama con un pie en el piso y el

otro aún sobre la cama. Nunca pensó que su hermano, a quién él hasta

hace unos poquísimos días veía como un simple enfermo, incluso un

enfermo casi terminal, hubiera conseguido pareja. Mehmet, que nunca

conoció a una mujer de cerca, ni siquiera a una prostituta para conocer

las carnes lujuriosas, ni siquiera una noviecilla inocente en la temprana

adolescencia, ¡nada!
¿por qué le das esa suerte a Mehmet y a mí no?

Mehmet no es un hombre con suerte, Jonathan. Ciertamente, es un hombre

enfermo.

¿y yo no lo soy también?

es diferente

¿en qué? ¿en qué yo estoy loco y él no?

tú no estás loco. Es diferente. Lo que haces y harás, siempre sabrás qué es.

Ariadna es la loca, no tú.

hazme loco de una vez, entonces, para no tener que pensar más en Selenia.

Ella me tiene al borde de la locura.

ahí está la diferencia. Los locos realmente dementes hace son loqueras, los

locos como tú, que no son dementes, hacen locuras.

bueno, no me importan las diferencias, sólo hazme loco... ¡ya! ¡Por favor!

no puedo, Jonathan.

¿pero, por qué?

eso no está diseñado para ti...

¿y qué me importa a mí el diseño? ¿De qué diseño hablas?

eso es algo que no puedo discutir contigo. Lo lamento. Y esta discusión

termina aquí ahora mismo.

<<Parte Médico. Nombre completo del paciente: Ariadna Andreína Zabala


Fuentes. Nacionalidad: venezolana. Cédula de Identidad: no posee. Edad: 8
años. Contextura: delgada. Estatura: 1 metro 5 centímetros. Peso: 24
kilogramos. Diagnóstico: Esquizofrenia indiferenciada, presentada por
diferentes síntomas en diferentes momentos de la afección, desde los
típicos de la catatonia parcial hasta los de la hebefrenia, impulsada por un
coeficiente intelectual muy elevado. Antecedentes familiares por vía paterna
de problemas mentales asociados a la esquizofrenia temprana y suicidio
accidental. Posible detonante para la enfermedad acoso sexual infantil,
afecciones respiratorias familiares severas en la primera infancia, por lo que
se recomienda precaución con los psicofármacos a suministrar. Síntoma
más agudo: alienación con extraña conducta angloparlante. Se remite a la
paciente al área infantil del HPC para su tratamiento y estudio. Se trata del
caso más atípico conocido.>>
Jonathan, finalmente en posición horizontal, se duerme pensando en todo lo

que le sucede. Mehmet enamorado y correspondido por primera vez en su

vida. Selenia con una pareja tormentosamente –para él- estable. Y él, solo, en la

oscuridad de un cuarto imbécil, en una cama idiota, con un estúpido

sentimiento de soledad, maldiciendo los amores que se muestran

sarcásticamente a su alrededor pero más aún maldiciendo al amor mismo, a

ese ente, a ese concepto, a esa idea... el maldito e ingrato amor, ese a quien

todos los poetas le cantan pero a todo mundo destruye...

A las dos de mañana lo despertó Déborah, alarmada.

párate, Jonathan. Párate rápido

¿qué pasa, mamá?

ven que a Mehmet le pasa algo

Déborah salió del cuarto sin dar más explicaciones. Jonathan se paró

extrañado y fue hacia el cuarto de Mehmet. Allí estaba él, tirado en la cama

como un gran titán agonizante, agarrado con ambas manos de Déborah,

tratando de decir cosas que eran poco entendibles para Déborah, pero que

Jonathan comenzó a entender desde el mismo momento en que se sentó al

lado de su hermano.

¿pero dime qué es lo sientes, hijo?

el pecho... el pecho... mucho...

llama a una ambulancia, Jonathan...

voy...

Jonathan se paró corriendo a la sala, prendió la luz y agarró el teléfono. Marcó

el número y esperó . El hospital no tenía ambulancias disponibles en el


momento. Tendrían que esperar al menos un par de horas porque todas las

ambulancias estaban en operativos diferentes. Le dieron los números de otros

hospitales y en tres de ellos le respondieron lo mismo. En el cuarto hospital al

que llamó le dijeron que quedaba una ambulancia disponible, pero cuando

Jonathan específico que se trataba de paciente de gran obesidad y tamaño, le

dijeron que la ambulancia que estaba disponible era, más bien, la más

pequeña, y no podría darle cabida a hombre obeso de más de ciento ochenta

kilos. Jonathan los maldijo, le pidieron calma y que buscarían otra posibilidad,

pero Jonathan les colgó el teléfono para disponerse a marcar otro número.

Justo en ese momento oyó el llamado entrecortado y lloroso y Déborah...

¡Jona... than...!

¡ya va, mamá! Déjame llamar a otra parte...

se me muere, Jonathan, se está muriendo...

Jonathan soltó un momento el teléfono y fue corriendo al cuarto. Por fin

prendió la luz y vio que Mehmet sangraba por la nariz, no se movía, tirado en la

cama y Déborah apenas podía abrazarlo, no levantarlo.

¡me dijo que tenía novia, Jonathan! Que tú le dijeras, que tú sabías... ¿qué es

lo que sabes, Jonathan? ¿Me lo mató una mujer? Él no podía recibir emociones

fuertes, los médicos siempre lo han dicho...

Déborah siguió llorando, ahora callada, abrazada a su hijo muerto. Jonathan

avanzó hacia su hermano, lo palpó, y notó que ya su corazón no latía y que,

además, había orinado toda la cama.

mi hijo... mi hijo... -susurraba Déborah.


Jonathan se paró de nuevo, con una tristeza infinita y se dirigió de nuevo al

teléfono. Llamó a un número de un hospital diferente e informó que había

muerto su hermano de doscientos treinta y tres kilos, y necesitaban sacarlo de

la casa. El resto, es de suponer.

Los días siguientes a la muerte de Mehmet, Sebastián fue quien, por colaborar

con su amiga Déborah, ayudó en la mayoría de las diligencias referidas al

cementerio y ese tipo de cosas. Por varios días, Jonathan estuvo trabajando

muy mal. Sacaba mal todas las cuentas, no se concentraba, pensaba todo el día

en Mehmet y en Selenia como dos fuerzas que lo halaban hacia un abismo

insuperable. Sebastián le sugirió la idea Déborah de que se fuera a un asilo

para ancianos, sólo para distraerse y para que no estuviera en la misma casa

donde había muerto su hijo. Si bien ella pudo mudarse de la casa donde vivió

con su primer marido, para no tener que recordarlo después de que se

despareciera para siempre; y de la casa de su segundo marido, para no tener

que recordarlo después de muerto en cada rincón, ahora no tenía dinero ni

capacidad de concentración para mudarse otra vez, y a tan poco tiempo de

haber llegado al edificio Tahoma, un edificio y una urbanización, Vista

Encantada, que ahora en su vejez le traería para siempre los peores recuerdos,

recuerdos que le causarían ahora los peores espasmos musculares

involuntarios. De hecho, su problema psicomotor estaría ahora peor que

nunca.

Los últimos días que Déborah estuvo en el apartamento, preparando sus cosas

para irse al geriátrico, Jonathan casi no dijo ni una palabra, se dedicaba a

colocar música a todo volumen para matar la tristeza. Pero también, Sebastián

ahora los visitaba todos los días, y eso a Jonathan le molestaba, pero nunca

decía nada Finalmente Déborah no soportó el comportamiento de Jonathan y

se mudó al geriátrico donde Sebastián le había conseguido espacio , que


quedaba a una o dos horas de Caracas, así que Jonathan tuvo que conformarse

con regresar todos los días a su apartamento, que ahora odiaba. Muerto su

padre, muerto su hermano, su madre en el geriátrico, y ya ni su pequeña amiga

Ariadna, una especie de hija que nunca tuvo, estaba en el edificio, sólo le

quedó ver a Selenia por el telescopio. La primera noche que estuvo sólo en la

casa, no comió nada. Regresó a las siete del trabajo, después de haber sido

regañado y corregido decenas de veces por sus jefes, y a las ocho se sentó en

el balcón a espiar a la mujer. Pero Selenia todas las noches hacía lo mismo,

excepto, casualmente, la segunda noche que Jonathan estuvo solo en su casa.

Selenia llevó a tres amigas a su casa y estuvieron conversando, riéndose a

carcajadas y tomando vino en la sala durante casi toda la noche. Y así se

mantuvo Jonathan espiando a Selenia todo ese rato, hasta que a las cuatro y

media de la mañana, Selenia y sus amigas se acostaron a dormir, ya bastante

ebrias, en la sala, con las luces prendidas. Era viernes. Sábado y domingo,

Jonathan lo dedicó enteramente a ver a Selenia. El lunes, Déborah vino al

apartamento a buscar algunas cosas suyas para llevárselas. Jonatham tenía de

nuevo la misma canción a todo volumen. Las únicas palabras que cruzaron

Déborah y Jonathan fueron:

no tienes el más mínimo respeto por tu hermano que murió en esta misma

casa... pasado mañana vengo por mis últimas cosas... Y por cierto ¿tú no tenías

que ir a trabajar hoy?

no.

eso es lo que te falta ahora. Perder el empleo por estar teniendo ese

comportamiento de loco. No piensas en tu madre.

Dicho esto, Déborah se fue llorando tras un portazo.


Jonathan habló solo, en voz alta:

mañana visitaré a Ariadna...


14

ARIADNA: Mira. Me gusta leer con el libro al revés. Me divierte mucho.

Obsérvame:

La revista era de temas paranormales, estaba en inglés y se llamaba Beyond

Behind Below. Comenzó a leer un artículo sobre ovnis con las letras patas arriba

y las imágenes de cabeza. Leyó un largo párrafo interminable para Jonathan, el

pobre melancólico y desesperado, casi tan loco como la pequeña Ariadna, que

apenas tenía una semana internada. Una vez que ella terminó de leer, observó

a Jonathan con la mirada más vaga y misteriosa de lo normal, esperando una

respuesta, y hubo un silencio angustiante. Ella esperaba que él la felicitara,

pero como él no lo hizo, sino que se quedó absorto y sin palabras, la cara de la

pequeña demonia se tornó cruel y le dijo de improviso, como si se hubiera

transformado en un extraterrestre malvado de película infantil:

ARIADNA: Estoy por encima de ti

JONATHAN: ¿Qué...? Estás alucinando otra vez Ariadna... –contestó

trastornado–

ARIADNA: Tú también... estoy por encima de ti. Hago cosas que tú no eres

capaz de hacer. Me tienes envidia... –y como con magia negra, apareció una

hermosa sonrisa en ella– Pero igual eres mi mejor amigo. Recuerda: “Objects in

mirror are closer than they appear”

JONATHAN: No comiences a hablar en inglés por favor, Ariadna... no hoy...


ARIADNA: ¡I am above you! –gritó como un villano de comiquitas– ¡I do things

that you just can’t do! –y volvió a callar esperando una respuesta– ¡Answer!

JONATHAN: Ariadna... Mañana iré a declararle mi amor a Selenia otra vez... y

esta vez será en serio...

ARIADNA: –cantando al ritmo de una canción de salta–la–cuerda– She doesn’t

love you! She doesn’t love you! Nobody loves you! Nobody loves you! We all

hate you! We all hate you! Because you’re mad! Because you’re mad! –y

deteniendo la melodía– God, it would be a nice song...

JONATHAN: Le pondré I want you de los Beatles. Estoy seguro que ya la conoce

porque la he puesto muchas veces. Ella sabe que siempre la pongo para ella. Es

nuestra canción.

ARIADNA: She doesn’t love you, he doesn’t love you, it doesn’t love you, I

doesn’t love you, we doesn’t love you, they doesn’t love you, you doesn’t love

you, everybody doesn’t love you... It’s wrong said but it’s well understood...

JONATHAN: Iré allá y le diré que le dedico esta canción... Y que la amo... con

locura...

ARIADNA: I’ll go there and tell this song is for her... –y luego gritó

estruendosamente– Where’s my guitar? Where’s my guitar? I want my fucking

guitar!!! I’m gonna break my fucking guitar on your brains!!! Because I love

you...

JONATHAN: Ariadna... cálmate...

Jonathan no soportó la situación y comenzó a llorar desconsoladamente

sentado en la silla y con la cabeza hundida entre sus brazos, sobre sus piernas.

Ariadna lo vio y se quedó callada viéndolo con lástima. Lo abrazó sin soltar la

revista. Los casi níveos brazos de Ariadna se montaron sobre la espalda

encorvada de Jonathan, y ella apoyó su cachete sobre el cabello de él.


ARIADNA: ¡I am above you! –gritó como un villano de comiquitas– ¡I do things

that you just can’t do! –y volvió a callar esperando una respuesta– ¡Answer!

JONATHAN: Ariadna... Mañana iré a declararle mi amor a Selenia otra vez... y

esta vez será en serio...

ARIADNA: –cantando al ritmo de una canción de salta–la–cuerda– She doesn’t

love you! She doesn’t love you! Nobody loves you! Nobody loves you! We all

hate you! We all hate you! Because you’re mad! Because you’re mad! –y

deteniendo la melodía– God, it would be a nice song...

JONATHAN: Le pondré I want you de los Beatles. Estoy seguro que ya la conoce

porque la he puesto muchas veces. Ella sabe que siempre la pongo para ella. Es

nuestra canción.

ARIADNA: She doesn’t love you, he doesn’t love you, it doesn’t love you, I

doesn’t love you, we doesn’t love you, they doesn’t love you, you doesn’t love

you, everybody doesn’t love you... It’s wrong said but it’s well understood...

JONATHAN: Iré allá y le diré que le dedico esta canción... Y que la amo... con

locura...

ARIADNA: I’ll go there and tell this song is for her... –y luego gritó

estruendosamente– Where’s my guitar? Where’s my guitar? I want my fucking

guitar!!! I’m gonna break my fucking guitar on your brains!!! Because I love

you...

JONATHAN: Ariadna... cálmate...

Jonathan no soportó la situación y comenzó a llorar desconsoladamente

sentado en la silla y con la cabeza hundida entre sus brazos, sobre sus piernas.

Ariadna lo vio y se quedó callada viéndolo con lástima. Lo abrazó sin soltar la

revista. Los casi níveos brazos de Ariadna se montaron sobre la espalda

encorvada de Jonathan, y ella apoyó su cachete sobre el cabello de él.


ARIADNA: You’re my child... you’re my little child and I love you... You’re crazy

but I love you so much... so much... You’re so small, so little, so minuscule, but

so big to me, so important... you’re enormous to me, like a giant.... A giant

mammoth... a giant and colossal mammoth... But you burned the string...

JONATHAN: –reincorporándose y abrazándola, apoyando su mandíbula sobre

los cabellos de la pequeña– ¿Por qué tenía que ser así? Maldita sea que no

puedo tener una vida normal... Tú serías una hermosa hija para mí, Ariadna. Y

Selenia sería tu madre. Y los tres viviríamos en lo alto de una montaña,

disfrutando el panorama, la brisa, el cielo nocturno... ¡El cielo nocturno!

ARIADNA: See? See? You’re bigger than me. You’re a big, big man.

JONATHAN: Eso lo entiendo... un hombre grande... Pero me siento tan

pequeño. Me siento como esos personajes de las películas que son reducidos a

sólo milímetros de tamaño y quedan en medio del jardín de grama, y todo lo

ven inmensamente grande... insoportablemente grande. ¿Sabes qué Ariadna...?

Yo también me estoy volviendo loco. Lo sé. Pienso cosas horribles... Imagino

que cuando estoy con Selenia le voy a hacer daño... mucho daño... no te

imaginas... si no me corresponde... e imagino que cuando le haga daño a ella le

va a gustar...

ARIADNA: Nobody loves you, but I do. Everybody hate you, but I don’t. It’s

mathematical.

JONATHAN: Tal vez cuando esté con ella y su desprecio me haga hervir de

frustración, me voy a portar como el peor de los patanes. Yo no le quiero hacer

daño... pero creo que en el fondo, lo que quiero es matarla. Si la mato acabo

todo el sufrimiento... Es parecido a lo que siento por mi mamá. ¿Te imaginas

que la matara en un arranque de locura?

ARIADNA: Objects in mirror are closer than they appear. I’ll compose a song with

that title. Haven’t you seen my guitar? I can’t find it...

JONATHAN: ¿Y si me dice que me acepta finalmente? Envejeceré con ella,

Ariadna, y te seguiré visitando... y cuando mejores te irás a vivir con nosotros. Y


seremos felices, como esas películas de los tiempos de antes que veía mi

mamá... Y le llevaremos flores a Mehmet...

ARIADNA: Would you like a song with that title and the lyrics I was singing? I’ll

dedicate it to you, be sure. Would be a ballad... a sad, sad ballad... a pathetic

but beautiful ballad...

JONATHAN: Ariadna... Me tengo que ir antes de que vengan tu papá y tu mamá.

ARIADNA: You’re a great company for me. –dijo mientras Jonathan se levantaba

con cuidado– Please, come back always here.

JONATHAN: Si tenemos suerte, vendré el sábado que viene otra vez, mi niña. Y

traeré un sabroso dulce con fresas y chantilly. ¿Te gustaría?

ARIADNA: –mirándolo con la cara arrugada– Sorry. I think we are not

communicating each other. You must learn to speak. You’re so young...

JONATHAN: Bueno, yo sé que sí te gustaría. Adiós, Ariadna... ojalá que hasta

luego...

ARIADNA: ¡Beware! Of the Alien-nation... ¡Beware! Of the truth that they seek... ¡No

fear!...

<<Cfr.: Tv shows with artificial clapping public scenes from Oliver Stone’s
1994 film Natural born killers... Ah, disculpen... bueno... Pueden leer La
sombra del farallón de Henri Corbin >>

¿por qué sientes que te estás despidiendo Jonathan?

me estoy despidiendo.

sabes a qué me refiero...

porque ya no puedo entenderme con ella de ninguna manera. No quiero

tener que aprender inglés para esto. Para esto no...

dale un beso en la frente entonces... y vete...

está bien. (Beso). Y que pase lo que sea. Ya no me importa nada, excepto el

amor de Selenia. Soy capaz de matar y morir por ella.


¿quién está más loco entre tú y Ariadna?

no es una competencia. Estamos igual de locos y cada loco con su tema.

¿refrán utilitario?

no. Verdad revelada.

¿lugarcomún?

no. Pocilga burguesa.

¿y los Beatles?

no. Con ellos no te metas.

¿con el rock?

depende.

¿de qué?

de la pocilga burguesa.

¿del apartamento?

no. Del aparataje de aparente apartamiento.


15

Jonathan salió justo antes de que llegaran los padres de Ariadna y se fue con el

alma destruida. Sentía que todo se le acababa, que todo perdía sentido, valor.

La tristeza y larabia se lo carcomían como ratas al papel viejo, y se desmigajaba

rápidamente. Los pasos le pesaban y, sin embargo, no quiso tomar el autobús,

sino que se fue a pie hasta perderse en una parte de la ciudad que para nada

conocía. No era la primera vez que estaba en esa situación, pero

definitivamente nunca había aprendido a cuidarse de perderse en medio de

una ciudad. Todo era desconocido y, para colmo, estaba en la parte más

humilde y pobre de la ciudad, donde la basura se amontonaba en casi todas las

esquinas, el ruido del tráfico y el humo eran atormentantes, las aceras estaban

atestadas de buhoneros que gritaban, se atravesaban en su camino, lo

empujaban accidentalmente aunque parecía que era adrede, los vendedores

de discos compactos estaban por todos lados con todos los equipos de sonido

a todo volumen, y sólo entendibles cuando pasaba justo en frente de alguno.

Habían minusválidos tirados en el suelo extendiendo la mano pidiendo

limosnas, agitando las monedas en un perol plástico, entre esos una mujer que

le faltaba un pierna y estaba con dos niñas sucias y feas como dos engendros,

tostadas por el enloquecedor sol. Charcos de agua oscura y fétida brotados de

las alcantarillas cada vez que iba a atravesar una calle, y estaban salteados de

cartones, bolsas, botellas, latas, hierbas ennegrecidas y marchitas, colillas. Le

llamó la atención una inyectadora. Un muchacho pasó corriendo por su lado

derecho, le gritaron “¡Agárrelo, es un ladrón!”. En efecto llevaba una cartera de

mujer, pero él estaba absorto. Nunca lo habían asaltado en su vida y mucho

menos había estado tan cerca de un asalto. La gente le reprochó sin conocerlo.
¡No lo conocían y sin embargo lo juzgaban cobarde, quedado, dormido, mala

persona, no te interesan los demás sino tú mismo! ¿Qué significaba eso? De

repente sospechó que era verdad, pero que no tenía nada de malo para él. Sí.

A él le interesaba él nada más. Él y Selenia. Lo demás podía destruirse a su

alrededor. A él no le importaba el mundo, sólo quería aliviar su sufrimiento sea

como fuere, no se iba a distraer en alcanzar al chicuelo quinceañero corriendo

con una cartera arrebatada. Egoísmo nomeimporta. Ahora sí diremos: quien se

ría sabrá reírse de sí mismo, supongo. Creía que ninguna suerte era tan mala

como la de él, así que por qué no iba todo el mundo a consolarlo en vez de

acusarlo. Sin pensar, como un reflejo, repentinamente balbuceó a la presunta

robada:

JONATHAN: ¿Y yo que iba a saber que era un ladrón? Ni que yo fuera adivino.

MUJER ROBADA: ¿Un muchacho te pasa corriendo con un cartera, te gritan que

lo agarres y tú no sabes qué pasa? Tú estás mal, m’ijito. Cuidado y te violan y

tampoco te das cuenta, no joda...

Y la mujer se fue trotando rabiosa, pero los tacones baratos y su enorme

trasero le impedían correr realmente para tratar de alcanzar al ladrón. Un

pipote de basura ardía en llamas por allí cerca por la travesura de algún vago.

En una vereda, un grupo de personas vestidas de rojo la mayoría, sentadas

organizadamente bajo un toldo rojo con letreros del Presidente Chávez,

escuchaba a alguien hablando por micrófono sobre la alienación y la conciencia

de clase. Jonathan siguió distraído y se decidió a tomar el autobús. Lamentó no

cargar el carro ese día, ya que se le había averiado la transmisión y lo había

mandado al taller. Su situación económica estaba definitivamente venida a

menos ahora que estaba sin trabajo de nuevo. Una vez subido al autobús,

pagado el pasaje y sentado totalmente solo, con la mirada fija en todo lo que

iba pasando por la ventanilla, recordó que llevaba viendo a Selenia hacía tres
meses. Le había detallado muchas partes de su cuerpo. Pero allí, en el bus,

tuvo un encuentro de esos que quedan en la memoria para siempre por

accidente, con una muchacha que sin ningún motivo se dispuso a explicarle

desde el asiento contiguo que estaba sumamente cansada por el calor, tener

que trabajar de día y estudiar de noche, tener que atender a su mamá

enferma, pues vivía sola con ella luego de que sus padres se divorciaran hacía

varios años... y mientras contaba su largo periplo vivencial, Jonathan la veía

atentamente, pasillo de por medio, sin prestarle real atención, distraído

siempre:

JONATHAN (pensando): Le vi el lunar en la mano. Lo tenía en el dedo meñique,

en la primera falange, muy cerca del nudillo y bastante pronunciado hacia la

derecha, viendo la mano de frente, es decir, a la izquierda de ella. Era de un

marrón chocolate hermoso, era un lunar hecho para ser besado y alabado. El

típico lunar de los que le dan, con un simple toque cromático, una belleza

trascendental a lo que aparenta ser una simple mano. La pincelada caprichosa

de un dios libidinoso. De inmediato pensé: es un lunar igual al mío; pero como

esta chica me habla sin parar, pensé que sería de mala educación interrumpirla

para decirle semejante tontería: “tienes un lunar igual al mío”, a lo que ella, con

lo parlanchina que es, contestará “a lo mejor somos familia, mi apellido es

Fagúndez, ¿y el tuyo?” o “este lo heredé de mi mamá” o “no es un lunar, sino

una mancha de un lapicero de esos aromáticos que salen ahora” o en el peor

de los casos “no es un lunar, es que, cocinando me cayó una gota de aceite de

Mercal”. Y seguirá hablando sin parar de los riesgos de la cocina. Pero, de

repente, una duda me impide seguir oyendo los movimientos de sus manos...

¿De verdad yo tengo ese lunar? No lo puedo recordar. ¡No me acuerdo de mis

propios lunares! ¿Acaso mío? Disimuladamente giro mi mano derecha, que

entrelaza los dedos con la izquierda, hasta ver mi mano por arriba y descubrir

que, en efecto, yo no tengo tal lunar. Yo no tengo ningún lunar en mis manos...
Me siento perdido. ¿Pero por qué pensé que yo tenía ese lunar igual y en el

mismo lugar que el de ella? ¿Dónde he visto yo un lunar igual a ese y en el

mismo sitio?

No tardé en recordarlo: en Selenia. Selenia tenía un lunar idéntico ¿Pero cómo

fui capaz de confundir mi mano con la de Selenia? Me di cuenta entonces de mi

transfiguración. En algún momento de mi reciente vida había comenzado a

confundir mi cuerpo con el de Selenia, esa muchacha que prácticamente no

conocía pero a quien le había detallado cada parte de su cuerpo, cada parte de

su casa visible desde la mía, cada objeto allí encontrado... Tanto la había

detallado, casi hasta lo inconsciente. Yo me confundía a mi mismo con ella,

como si fuésemos uno en vez de dos, sin que ella lo supiera.

La muchacha logró sacarme de mis pensamientos. Es obvio que algunas situaciones

son como una extraña obra de teatro para mí, o como el guión de una extraña

película.

MUCHACHA PARLANCHINA: “Ay, seguro ya lo aburrí con mi habladera. Yo soy

así. Lo que pasa es que en mi familia, que es muy pequeña por cierto, todos

hablan muy poco. Mi mamá de hecho, casi ni habla. Y yo apodé a mi tío Carlos

“El Monosilábico”. Entonces yo salí al revés, en compensación, ja-ja... Salí

parlanchina. Bueno, disculpe, pero aquí me bajo. Hasta luego, señor, un

placer...

HOMBRE ATORMENTADO, ES DECIR, JONATHAN: Un placer... (y pensó) ¿Un

placer?

Y la muchacha se bajó del autobús dejando a Jonathan en una desorientación total.

Se había pasado su parada sin darse cuenta, y la principal razón, por supuesto, era
que no estaba acostumbrado a andar en transporte público por esos lados de la

ciudad.

Se bajó inmediatamente y vio que la parlanchina no iba muy lejos, sintió ganas de

alcanzarla y proponerle sexo, pero iba apurada y en dirección contraria a la que él

debía tomar, la de regreso, así que comenzó a andar por la solitaria acera. Ya eran

casi las seis de la tarde.

JONATHAN: (pensando) ¿En qué momento le vi yo ese lunar a Selenia? Recuerdo

cuando vi su cicatriz antigua en el omóplato, sus poquísimas pecas alrededor

del cuello, sus distintos cambios de uñas semanales, incluso cuando, cierta vez,

durante los primeros días, cuando ella dejara su carnet de identificación del

trabajo sobre la cama, pude enterarme de su nombre: Selenia... Después se lo

pregunté en el kiosco para que no supiera que ya yo conocía su nombre...

Recuerdo ese día claramente, pero no recuerdo el momento en que vi ese

lunar. Sólo sé que lo vi en su mano.

Esa noche, luego de un día extraño, y como ya tenía unos tres meses haciéndolo,

volvió a espiarla. Se estaba bañando y lo notó por la luz prendida del baño, cuya

ventana no daba hacia el edificio Tahoma, de manera que Jonathan veía la luz por

debajo y por un lado de su puerta semicerrada. En poco más de siete minutos, ella

salió. Su mano derecha, y por supuesto, su meñique quedaron de frente a él,

agudizó la visión del telescopio y redescubrió el lunar. Enseguida recordó que se lo

vio un día que ella estaba rasurándose las piernas y, mientras admiraba sus

delicados movimientos con la afeitadora rosada en la mano, sin darse cuenta, le

estaba viendo al mismo tiempo el lunar. Efectivamente, lo había visto de manera

inconsciente... sus ojos eran dos putas... tuvo que masturbarse idiotamente otra

vez...
<<Oración espiritista para los recién fallecidos: Dios Todopoderoso, ¡que
vuestra misericordia se extienda sobre el alma de Armando Rojas, que
acabáis de llamar a Vos! ¡Que las pruebas que ha sufrido –“será la de escalar
esas malditas montañas porque yo le preparaba su comida todos los días al
loco ese”, pensó Déborah horrorizada y orgullosa de sí misma– en esta vida
le sean tomadas en cuenta, y nuestras oraciones puedan aliviar y abreviar
las penas que tenga aún que sufrir como Espíritu! –“¡que no le pongan de
castigo subir una montaña todos los días, porque va a estar encantadísimo
el bruto ese!”, volvió a interrumpirse Déborah la concentración. Y todos
siguieron tomados de las manos, con los ojos cerrados, los rostros alzados
por un rato más. Señor Todopoderoso, ¡que vuestra misericordia se
extienda sobre nuestros hermanos que acaban de dejar la Tierra! ¡Que
vuestra luz resplandezca a sus ojos! ¡Sacadles de las tinieblas, abridles los
ojos y los oídos! –“Sí, porque la cabeza ya se la abrió aquí en la Tierra, por no
hacerme caso. ¡Tanto que se lo dije!”– ¡Que vuestros Espíritus les rodeen y
les hagan oír las palabras de paz y de esperanza! Sigamos orando por el
alma de Armando Rojas, difunto esposo de nuestra hermana Déborah. Y
Déborah ya más bien empezaba a desear que terminara esa sesión de una
buena vez por todas, pero Sebastián: ¡Dignáos, oh, Dios mío, acoger
favorablemente la oración que os dirigimos por el Espíritu de Armando
Rojas, hacedle entrever vuestras divinas luces y que le sea fácil el camino de
la felicidad eterna! ¡Permitid que los buenos Espíritus le lleven nuestras
palabras y nuestros pensamientos! ¿Deseas continuar la reflexión de la
oración, Déborah? No, así está bien. Gracias, Sebastián. (¿Qué más quieres,
no joda? Terminemos con esto de una buena vez). Así rezó nuestro
hermano Allan Kardec, inspirado por Dios y por el Maestro Bordeaux (¡por
fin!), en el Evangelio según el espiritismo.>>

Jonathan no esperaría otro día para ir a ver a Selenia. Lo haría mañana mismo

en la mañana, sin importar lo que pasara.


16

Esa misma primera noche en que llegaron a su nueva casa, comenzó el suplicio

de Jonathan. Luego de observar a una pareja teniendo sexo en el sofá de la

sala de su casa, Jonathan siguió husmeando los balcones de los edificios.

Finalmente, cuando ya terminaba de entrometerse en las vidas ajenas,

habiendo visto todo el edificio de enfrente desde el piso más alto donde podía

ver, hasta los de más abajo, apuntó su telescopio al piso seis, el equivalente a

dos pisos más abajo del suyo, y allí, en ese sexto piso del edificio Roraima, no

en el balcón sino en un cuarto (pues el resto del apartamento ya tenía las luces

apagadas), vio a la mujer más atractiva y excitante que había visto jamás. Era

cerca de la media noche y Mehmet y Déborah dormían.

La mujer estaba desnuda en su cuarto, se notaba que acababa de salir de la

ducha. Se estaba rasurando las piernas delicadamente, aún con el paño

colocado sobre los genitales, cayendo de lado a lado de sus caderas posadas.

Era casi delgada, con un cuerpo muy bien cuidado, sin llegar tampoco a lo

escultural, simplemente era un cuerpo naturalmente hermoso. Su piel era

blanca, pero no pálida, con algunas pocas pecas en la parte superior de la

espalda y los hombros. Sus muslos eran gruesos y firmes, como tallados

mágicamente con la suavidad del pelaje de una cría de ave. Él le veía su lado

izquierdo, y precisamente era el muslo izquierdo el que estaba levantado

mientras ella rasuraba esa pantorrilla. La pantorrilla era firme, pronunciada,

pero no tanto. Era carnosa y espléndida. Más abajo, el pie, era un pie menudo,

de una feminidad plena y absoluta, con las uñas ligeramente matizadas de un

color rosado muy claro. La pierna entera fue suficiente para causarle una
erección a Jonathan. La mano que laboraba, era mano sutilmente tersa, con

dedos finos muy lejos de ser huesudos, más aún de ser regordetes, y las uñas

estaban combinadas con las de los pies, sin ser demasiado adornadas. Luego

detalló el torso inclinado, las costillas y el delicado pliegue de piel, la raíz del

seno izquierdo que pronto sería visto en su esplendor. El cabello, castaño, ni

muy claro ni muy oscuro, estaba unido todo sobre su hombro derecho y caía

hacia el frente, mientras la cara, concentrada en el afeitar, miraba hacia abajo.

Luego la mujer terminó su labor y bajó la pierna. Allí Jonathan observó el resto.

La mujer recogió el paño de su regazo para llevarlo hasta el cabello y así

terminar de secarlo (ya habría rasurado su otra pierna), y el hombre en el

telescopio pudo ver los senos hermosos, erigidos como dos globos de agua

recién llenados, y un pezón (el otro estaba cubierto por el paño secando

cabello) de color beige claro, ligeramente pronunciado, que parecía haber sido

jamás exigido por boca alguna. Seguidamente, el paño fue puesto a un lado y,

de la misma cama, la mujer tomó su pantaleta blanca con bordados y se

levantó para ponérsela. Por un segundo apenas Jonathan observó su pubis,

delicada, hermosa y totalmente rasurado. De inmediato la mujer tomó de la

cama también un baby-doll morado, colocándose primero la parte de abajo y

luego la de arriba, cubriendo así sus senos. Dio un último acomodo a su cabello

liso, peinándolo con facilidad de frente a un espejo que Jonathan no podía ver,

luego avanzó un par de pasos hacia su derecha, fuera del rango de visión del

espía, y la luz se apagó.

Minutos más tarde, en el baño, Jonathan se masturbó como un empedernido,

pero luego, cuando se acostó a dormir, realmente no pudo hacerlo. Se

mantuvo pensando en la mujer durante horas. Cuando repentinamente lo

despertó su alarma para ir a trabajar, se dio cuenta de que había dormido sólo

hora y media, de cuatro y media a seis, pero así mismo tuvo que ducharse y

salir a su oficina . En los días venideros , durante más de una semana , estuvo
Jonathan todas las noches, desde las once aproximadamente, luego de que su

madre y su hermano se dormían, espiando morbosamente el apartamento del

lado derecho del piso seis del edificio Roraima. Se aprendió de memoria el

ritual de antes de dormir de la mujer. Siempre se bañaba a la misma hora,

rasuraba sus piernas, secaba y peinaba su cabello, se ponía su ropa de dormir

y apagaba la luz. Algunas veces sólo rompía el ritual alguna llamada telefónica

que la interrumpía a mitad de proceso, así que agarraba su celular, lo colocaba

en su oreja derecha, sostenido por su hombro, mientras seguía rasurándose

con mucha más lentitud y sin prestar toda la atención. Las llamadas casi

siempre eran amenas, eso podía notarlo Jonathan, y siempre terminaba con un

beso que ella aparentemente hacía sonar por el auricular. Algunas veces

también interrumpía su ritual, el hecho de que olvidara hacer algo, como

guardar sus objetos personales en su cartera, o apagar alguna luz de la casa

como la cocina, el baño, la sala u otro de los cuartos, o simplemente pasarle

llave a su puerta. Fue en uno de esos descuidos, habiendo dejado la mujer sus

objetos personales regados en la cama, que Jonathan, usando al máximo los

recursos de su telescopio, pudo leer el nombre de la mujer en un carnet de

trabajo suelto sobre la cama. Selenia Iraima Vivas Antonelli. Trabajaba como

supervisora en una agencia de modelaje, y a juzgar por el número de su cédula,

reflejado en el carnet, debía ser sólo un par de años menor de Jonathan. En la

foto, Selenia aparecía holgadamente preciosa, con una sonrisa de comercial

publicitario, y el cabello teñido de un color un poco más claro que el castaño

cobrizo que tenía ahora.

Al cabo de una semana y media de estar viviendo en la urbanización Vista

Encantada, Jonathan comenzó a pasar todas las mañanas, antes de ir al

trabajo, por el kiosco de Augusto Cañizares para comprar el periódico. En una

de esas se topó con el hombre que había visto teniendo sexo con la mujer en el

edificio ubicado más alto de la urbanización . Esquivó su mirada por pura


vergüenza de haberlo visto desnudo. Definitivamente no era lo mismo ver

pornografía que haber visto esa intimidad. Así mismo, en otra de esas se topó

precisamente con Selenia. El viejo Augusto había notado de inmediato, desde

el primer día que le vendió el periódico, que era nuevo en la urbanización. Esto

había motivado muchas conversaciones, en las que por cada mil palabras de

Augusto, Jonathan pronunciaba diez. Cuando Selenia se apareció en el kiosco,

Jonathan enmudeció por completo. Augusto, dada su naturaleza, no evitó las

cortesías.

señorita, como está usted

hola, don Augusto, buenos días. Deme lo de siempre.

con gusto. Y mire, conozca a este nuevo vecino que tenemos en la

urbanización

hola, mucho gusto... Selenia.

hola. Jonathan... (¡Jonathan, suelta la mano de Selenia y deja mirarla tan

fijamente a los ojos, coño!)

En pocas oportunidades posteriores, Jonathan logró coincidir de nuevo con

Selenia en el kiosco, y siempre que trató de entablar conversación con ella,

tartamudeó, balbuceó la mitad de algún piropo, la miró con demasiado

empeñó, hasta incomodarla, y la tuteó con demasiada confianza. Por estas

razones, Selenia comenzó a desconfiar de ese hombre desconocido, de

apariencia demasiado arreglada y un poco anticuada. El día que se sintió

perseguida por él, quien trató de alcanzarla antes de llegar al kiosco, ella,

desesperada, caminó hasta la parada de autobuses y se montó en el primero

que apareció sin saber ni a dónde iba. Así, ella no volvió a acudir al kiosco y

Jonathan tuvo que conformarse, durantelas últimas cuatro semanas, con

espiarla en las noches y cada vez que tenía oportunidad... Un día atropelló a un

perro que le habían regalado a ella el día anterior, tal vez por su cumpleaños, y
esa fue la penúltima vez que pudo hablarle y verla cara a cara. Lo que ocurrió

ese día detonó el agravamiento definitivo de Ariadna. Simultáneamente,

Mehmet sentía volver a nacer, lástima que para morir enseguida. La última vez

que Jonathan pudo hablarle y verla cara a cara, a Selenia, ocurrió alrededor de

una semana después de esto.


17

A las diez de la mañana, justo antes de que Déborah llegara al apartamento,

comenzó a sonar I want you (she’s so heavy). Jonathan estaba decidido a hacer

cualquierJonathan estaba decidido a hacer cualquier cosa para obtener a

Selenia. Sentía que su día había sido como una mala obra de teatro. Pensaba

“iré allá y le diré que le dedico esta canción”... Otra vez, nunca se lo he dicho,

pero ahora lo sabrá. Bajó por las escaleras, pues en la pantalla superior vio que

el ascensor iba subiendo hacia el piso dieciocho y no quiso esperar a que

regresara. Jonathan bajó sumamente veloz, saltando los escalones de dos en

dos a través de los solitarios pasillos. Llegó abajo en tan sólo un minuto y salió

del edificio. La canción se oía perfectamente. Ya por su cerebro no pasaba

Ariadna. Sólo al pisar un charco se dio cuenta de que había salido descalzo,

pero poco le importó. Bajó la acera, atravesó el rayado de peatones sin darse

cuenta de que el pavimento estaba ardiendo de calor. Echó la última bocanada

a un cigarro y lo lanzó por la alcantarilla de la cuneta. La calle estaba tan sola y

silenciosa, que Jonathan pudo escuchar la salpicadura de la colilla en las

profundas y estancadas aguas negras, como cuando se lanza una moneda a

una gruta santa. Entró el edificio y tomó el ascensor hasta el sexto piso y, al

salir, notó que apenas iban casi dos minutos de canción. Sin esperar nada tocó

a la puerta de Selenia. El corazón le latía como la más apocalíptica percusión

divina, casi al mismo ritmo de la segunda estrofa que ya lograba oírse. En eso,

Déborah llegó en taxi y subió al apartamento, encontrándose con un escándalo

que no sabía cómo apagar. Se conformó con encerrarse en su cuarto mientras

pensaba en Jonathan como su peor hijo, como castigo de Dios, aunque

realmente las lágrimas brotaban más por él que por el fallecido Mehmet , de
quien recordaba sus raras últimas palabras: “tranquila, mamá, ya conquisté a

Lili, que era lo importante, sólo falta que Jonathan conquiste a la muchacha de

enfrente”, justo antes de hacer una última convulsión y morir. Los pocos

segundos que tardó Selenia en abrir se le hicieron intensamente agudos e

interminables a Jonathan. Por fin ella abrió la puerta y sin quitar la cadenilla de

seguridad:

Johnny... –saludó con naturalidad pero extrañada–

es Jonathan...

ah, perdón... Jonathan...

hola, Selenia...

¿qué pasa? –dijo al notarlo extenuado y extasiado en ella como siempre

déjame pasar, por favor

Ella no accedió, pero tampoco supo qué responderle. Estaba extrañada y

asustada, notando la actitud nerviosa de Jonathan. En su pensamiento, maldijo

el día que lo había conocido.

Selenia... yo... yo... estoy enamorado de ti...

¿enamorado?... –el fastidio, mezclado con temor, era vaho en su voz

me gustas mucho, Selenia, me vuelves loco, me tienes mal... ¿estás oyendo

esa canción?

sí... ¿eres tú quien siempre la pone, entonces...?

sí... yo... eh... no aguanto. Selenia, si no me besas ahora siento que me voy a

morir

pero, mire, Jonathan, yo no puedo hacer eso... ¡¿Qué le pasa?! ¡¿Usted no

recuerda que yo lo odio?! ¡Ya le he dicho que...!

¡ya sé qué mierda me has dicho! ¡No me interesa! Sólo un beso, Selenia, no

hagas esto... amo tu cuerpo, tus ojos... ¡Dios, tus ojos! Tus ojos son como dos

vórtices para mí... me podría perder en ellos...


(silencio, mirada cabizbaja de turbación absoluta, Selenia intenta volver a cerrar la

puerta)

¡maldita sea, bésame!

Jonathan empujó furiosamente la puerta con todo y Selenia haciendo a la

cadenilla romperse en un estallido. Entró, cerró tras de sí de un fuerte portazo

e intentó besarla mientras ella se negaba y forcejeaba.

¡Pero... suélteme!

A medida que Selenia se negaba con más fuerza, Jonathan se iba

descontrolando cada vez más. Aún se oía la última lírica de la canción: it’s

driving me mad, it’s driving me mad. Yeeeeaaaahhhh!!! Embrutecido por el

forcejeo, Jonathan arrojó a Selenia por encima de una lámpara de pata, la cual

cayó sobre una la mesa de centro, que despidió varios trozos de vidrio y

madera, de las cuales una muy aguda se clavó en medio de la planta del pie

derecho de Jonathan. Haciéndolo sangrar, pero el melancólicamente

enloquecido hombre no le dio importancia porque observó por fin los

portarretratos que hasta ese momento habían estado en la mesa. No había

fotos matrimoniales, pero sí fotos amorosas con Mario. Selenia se hallaba muy

débil. Jonathan rasgó la bata de Selenia con todo y pantaleta, dejándola

totalmente desnuda, y mientras la golpeaba con toda su furia, la violaba.

Jonathan sólo oía el largísimo final de la canción. Ambos lloraban. En dos

minutos, Selenia estaba ultrajada totalmente, y en un último ataque

inexplicable, como si un ente superior le dictara una orden fatídica, Jonathan le

pegó un fuerte golpe en la frente con un candelabro judío de adorno que

encontró a mano, matándola instantáneamente. Allí, Jonathan sintió arder su

herida en el pie y se sentó junto a la muerta, llorando aún e intentando sacarse

la astilla con cuidado . No sabía por qué lloraba , y ni siquiera sabía cuándo
había empezado a hacerlo... ¿llorar? ¿Algo que no hacía jamás por ninguna

razón, ni cuando murió su padre?

La canción terminó y todo se hizo silencio. Mente perdida. No-importa. Había

programado el equipo de sonido para que sonara sólo esa canción una vez y

nada más. Había pensado que, al terminar la canción, estaría con Selenia

besándose en el silencio casi nocturno de un mediodía dominguero.

Contemplando su estupidez, se durmió al lado de su amada. Los cabellos de la

muerta daban con la boca de él, mientras otro mechón estaba en la boca de

ella, como si se besaran desde la distancia. Realmente Jonathan no sabía que

había matado a Selenia, la creyó dormida y desmayada por el inentendible

golpe que le había asestado en la cabeza. Incapaz de reconocer su propia

fuerza, no sabía que le había dado tan potentemente, que la infeliz mujer

hermosa ya no vivía con él en el mundo.

Jonathan soñó con ella caminando de estrella en estrella, como una niña

mimada y amada, de felicidad infinita. Jamás pasó por su sueño una imagen

del rechazo de ella. Soñaba lo que quería soñar, aunque pareciera imposible.

No cabía en su mente la idea de que Selenia, tan bella como lo inimaginable, no

podía ser para él. O por lo menos, ya no. Él la había matado y no lo sabía. Ella

había sido asesinada por él y ella no lo sabía, estaba, acaso, exiliada del

mundo. Atardeció.

Deborah había notado la puerta del apartamento abierta. Molesta, la cerró...

“ese muchacho descuidado, aquí asaltan y roban y él ni pendiente... ¿dónde

estará?” Cerrada la puerta, y terminada la fastidiosísima canción, se dispuso a

cocinarle almuerzo. Después de todo, era su hijo y quería hablar con él a

manera de despedida . Sacó un paquete de pasta larga y comenzó a cocerla. Se


dio cuenta de que extrañaba hacer las cuatro arepas de Mehmet, pero ya no

importaba, ya ella lo había aceptado. “tranquila, mamá...”

Eran cerca de las siete cuando Jonathan despertó en medio de la urbanización

siempre solitaria. Un carro se oía pasar cada cinco minutos, quizás cada diez,

esporádicamente. Algunos niños jugaban ruidosamente en alguna parte

cercana. Jonathan vio todo igual como lo dejó. La sala destrozada y Selenia, a

oscuras, sobre un pequeño charco de sangre oscura también, a su lado. Su

lado oscuro. Sintió algo pegajoso en las partes de su cuerpo que daban con el

suelo, cerca de ella, en su mejilla, su brazo, su pierna y su pie derechos. Se

sentó precipitadamente y observó el líquido rojo que resplandecía con la luz

del edificio Tahoma a través de la ventana. Un olor desconocido totalmente

para él. Se dio cuenta, por primera vez, de todo. Instintivamente, cerró las

cortinas del mirador de la sala, a través del cual tantas veces había espiado a

Selenia. Se paró y prendió la luz. Ya conocía el lugar del interruptor de luz que

tantas veces había visto en esa sala. Vio así el charco. Notó su mano bañada en

sangre, por algún impulso imposible, sintió el deseo de beber de ella. Saboreó

la sangre de su mano y, con su mente enajenada, se imaginó que ese era el

verdadero sabor de Selenia. Sabía a salada y espesa sangre, pero para él, sabía

a Selenia, al cuerpo de Selenia, al alma de Selenia, a la esencia de Selenia. No

sabía ni qué demonios estaba haciendo. Parecía no tener conciencia en lo

absoluto, simplemente saboreó y saboreó, como degustando una sopa estelar,

un caldo primigenio. Así, una vez llevado por una fuerza infrahumana, se

arrodilló ante el cuerpo en bandeja de sangre. Estaba casi de bruces y la volteó.

Le quitó el cabello de la cara con suavidad y la observó, detallándola. Tan

muda, quieta, angelical, hermosa, hermosamente bañada en sangre. Como un

perro, como un cerbero excitado, comenzó a besar y lamer delicadamente la

mejilla de la muerta. Se le hacía agua la boca. Lamió la cara de la fallecida

preciosura hasta quitarle toda la sangre. Él estaba ido, idiotizado.


Absorto, recogió a Selenia del suelo y la llevó hasta la cama, la que tantas veces

había visto desde su telescopio. La acostó con lentitud y al verla allí,

eróticamente colocada, como una diosa inerte, tan dispuesta, y sintió una

deliciosa erección. Violó esta vez un cuerpo muerto. Le hizo el amor y le

eyaculó en su interior. Fue la experiencia más insospechadamente gloriosa que

jamás hubiera podido imaginar. Todo era extraño y sin sentido. Se sentía

sumergido en el más profundo infierno y no podía salir... de repente, no quería

salir. Era tormentoso disfrutar así. En el fondo, realmente, no disfrutaba nada

de lo que hacía, pero su cuerpo era su cuerpo y ahora se sentía su propio

esclavo. Estaba llorando de nuevo y, más extraño aún, no se daba cuenta de lo

que hacía. Terminado y extasiado en la nada, se quitó de encima de ella y

observó su vagina rebosante con cuidado. Parecía una misteriosa boca babosa

de algún ser mitológico. Una gran melancolía lo movía como un autómata de

sus desafueros. Sabía que estaba haciendo algo raro e inaudito, pero era

incapaz de reconocerlo y emprender la retirada. Selenia era ahora todo un

cuerpo untado de sangre endurecida como escamas, y en su región púbica,

estaba esa mezcla extraña y asquerosa de sangre coagulada, semen y sudor de

él.

Preso totalmente de su demencia, Jonathan acercó su boca al clítoris muerto,

por un momento pensó en el sexo oral y lo hizo. Lamió y chupó los labios

vaginales y, como un impulso latente, salido de su cloaca espiritual, los mordió.

Mordió suavemente y luego con mucha firmeza, es decir, comenzó a comer de

la carne de Selenia. Era como si algún vórtice secreto se lo tragara,

ordenándole devorar la carne de la muerta como si de una res se tratara. Era

inhumano. Era raro comer carne cruda, pero se sentía malamente bien comer

carne de la mujer más hermosa del mundo, la mujer que más amaba... la

amaba mucho más que a cualquier otra cosa, incluyendo su madre o la

memoria de su hermano o de su padre . Jonathan estaba ya totalmente loco .


Sin embargo, aún pasaban por su mente destellos de luz que preguntaban

“¿qué estás haciendo?”, “estás comiendo carne humana”, “eso no se hace”, “eso

es canibalismo, antropofagia”, “estás comiendo y acabando con lo que más

amas”, “mataste a quien amas”, “estás loco”, “¿estás loco?” Pero de nada servía

que su fugaz y remoto razonamiento gritara esas débiles cosas. Seguía

comiendo. Devoró toda la región púbica de la fenecida mujer. La sangre

recorría toda la cara de Jonathan y todo un gran círculo viscoso y maldito en la

sábana. Terminado con toda la región púbica, procedió hasta los senos,

comiéndose los dos pezones, y repentinamente un fogonazo de conciencia

producido por el sonido de la alarma de un pequeño reloj digital en la mesita

de noche lo abrumó a tal extremo que, por fin, lloró con todas sus fuerzas. La

alarma indicaba la hora de Selenia de bañarse para acostarse a dormir.

Jonathan abrazó desconsoladamente el cuerpo de la muerta, siguió llorando

ruidosa y copiosamente, y su razonamiento por fin concluyó: “estás loco”.

De un salto, se lanzó fuera de la cama hasta la pared de la ventana, de la gran

ventana a través de la cual había visto tantas veces a Selenia desnudarse y

vestirse, vestirse y desnudarse... Se recostó horrorizado de sí mismo y de lo

que veía. No podía creerlo, no podía creérselo. Se sentía sumido en el infierno

y quería salir, pero no sabía cómo. Se sentía preso y humillado ante un dios en

el cual nunca había creído realmente hasta que, ahora, le tenía extremo miedo,

pánico. En eso, levantó la vista y vio las estrellas más allá de la azotea del

edificio de enfrente, del edifico en que él vivía. En lo profundo de su vista

rutilaban distintas luces, quietas y vibrantes, pulsantes, como marcas en su

alma negra, como huecos al vacío a través de los cuales entraban diminutos e

inexplicables haces de luz que lo acusaban.

¿qué hice? –susurró. Quería oírse para cerciorarse de que él y su situación

eran reales.
Mientras tanto, Deborah, en el geriátrico otra vez –había esperado a Jonathan

hasta la una de la tarde– comía una simple pera fileteada por alguna

enfermera, sin apetito realmente. Comenzaba a preocuparse por el paradero

de Jonathan, pues él nunca salía así tan improvisadamente, olvidando cerrar la

puerta y dejando música a todo volumen puesta. Y eso aunado a que no la

había llamado pese a la nota que ella le dejó en la mesa, la inquietaba un poco

más. Pero trataba de hacerse la dura, no quería preocuparse por su

irresponsable hijo. Y lo peor de todo es que precisamente cuando estaba en

ese tipo de situaciones es que sus afección psicomotora se agudizaba

indetenible e incontrolablemente.

Su hijo quedó estupefacto de repente al ver las estrellas. La luna iluminaba

como una espía descarada justo al borde del edificio. Adentrándose la noche,

la luna se elevaba y su reflejo recorría casi todas las estancias. Sentía que ahora

él era el observado y espiado. El rostro desgraciado de Jonathan, cubierto de

una viscosa y reseca solución de distintas sustancias orgánicas, era iluminado

de repente por la juez luz de la luna. Y le ocurrió lo peor: empezó a pensar, a

sentir lo que había hecho. Casi sentía que hablaba con las estrellas y con la

luna y que éstas lo acusaban severamente. Jonathan se sentía culpable de

todas las desgracias del mundo además de la suya y la de Selenia, por primera

vez sentía cualquier muerte, cualquier accidente, cualquier tragedia, sentía que

todas eran culpa suya. Todas las culpas eran suyas. Y no dejaba de llorar y de

odiarse. Pensó en suicidarse, pero ya no tenía fuerzas ni para eso, además

sentía el deseo de castigarse con su propia vida enajenada y anormal, quería

morir pero no se mataría porque se consideraba indigno de decidir incluso

sobre su propia muerte. Hubiera deseado que se le apareciera Dios en persona

y lo fulminara con un potente rayo eléctrico. Quería que viniera alguien y lo

matara despiadadamente, justo como él había asesinado a Selenia, la única

mujer que él realmente había amado alguna vez . . . lo único que él realmente
había amado alguna vez. ¿La había amado? Pensaba que no había sido amor,

sino una insensata y desequilibrada obsesión... ¿pero acaso no era eso el amor:

querer tener a la persona amada fuera como fuese? No. El amor podía ser

destructivo, pero no a tal grado de perversidad. Ese término “obsesión” era

totalmente desconocido para él. Y ahora el término “amor” también, y recién se

daba cuenta. ¿Qué demonios podía saber él de un sentimiento que nunca

había tenido hacia nada ni nadie? Él no amaba ni a su madre. Se dio cuenta de

que prefería a su madre muerta antes que tener que volverla a ver. Descubrió

que esas ideas que había tenido de matar a su madre para que no sufriera

más, eran lo más insólito del mundo. No tenían nada que ver con el amor, éste

no podía ser o significar sacrificio del otro, sino de uno mismo. En todo caso,

“obsesión” o “amor” parecían ahora palabras estúpidas inventadas para cubrir

innecesariamente algún espacio de la realidad. Esperaba que cualquier dios le

lanzara una rayo desde el cielo y lo fulminara instantáneamente, que su cuerpo

se desintegrara con la potencia del relámpago y así, sumido en un incendio de

luz blanca azulosa, desaparecer para siempre, con todo y cuerpo, un cuerpo

indigno de ser sepultado o cremado, un cuerpo indigno de existir. Deseó que

se borrara de la mente de todos el hecho de que él había existido alguna vez.

La alarma había sonado durante un minuto exacto hasta

desesperanzadamente detenerse por sí sola. Jonathan se dio cuenta de que

había fabricado su propio infierno, y aunque no sabía cómo ni cuándo lo había

hecho, tenía la certeza de que hacía ya mucho tiempo vivía infernalmente, y su

reciente canibalismo era sólo la máxima expresión de su locura, su llegadero

final. Había vivido toda su vida así y ahora sólo vivía una continuación, la página

siguiente de un averno que, hasta ahora, no había visto de frente. Y la tristeza y

la melancolía lo atiborraban de pensares y lamentos. Pero sentía que no valía

la pena nada de esto. ¿Para qué pensar o lamentarse?, ya había hecho lo peor:

comerse a su amor , matándolo a dentelladas , creyendo llegar así a conocerlo


absolutamente. ¿Por qué había creído que así llegaría a la misma esencia de

Selenia? ¿Acaso se había vuelto demente y ahora regresaba para darse cuenta

de su negra obra?

Pensando así, con la mirada fija en las estrellas y en la luna, permaneció

durante un largo rato. Horas infinitas, horas de un quieto desasosiego

desquiciante. El matiz oscuro de la noche se fue tornando cada vez más hacia

el azul. Amanecía absurdamente... Cuando el sol le dio durante breves minutos

en la cara, comenzó a llorar levemente.


18

Esposado y tan sumiso como un anciano desvalido, Jonathan fue sacado del

edificio Roraima por dos policías consternados. Su rostro denotaba que ellos (o

quizá otros) acababan de darle duros golpes en la cara y aún estaba llorando.

Lo acostaron en la acera revisándolo (se notaba que lo hacían por segunda vez,

sólo por si acaso). A lo largo de sus manos y antebrazos, así como de la nariz

hasta el cuello, la sangre pegada como escamas olía horrorosamente, según se

sabía por la reacción de algunos oficiales más jóvenes. En conjunto habían tres

patrullas y unos quince policías, además de una patrulla grande tipo “perrera”.

Así lo veía la gente desde los edificios en las decenas de balcones. Temprano,

Déborah le había pedido a Sebastián que la llevara al apartamento de nuevo

para hablar con Jonathan, y mientras seguía esperándolo, observaba también,

pero su fuerte miopía, y a la altura de ocho pisos, le impedía darse cuenta de

que esa humana mancha hedionda era su propio hijo. Tan sólo llegaba el ruido

de las sirenas y uno que otro grito fuerte de algún policía. La escena se

mantuvo así durante casi tres cuartos de hora, cuando la puerta del edificio se

abrió de nuevo para sacar un cuerpo cubierto, muerto, que por encima de la

bolsa negra parecía estar hueco, y que fue llevado hasta el interior de la

ambulancia que acababa de llegar sin la sirena activada. De pronto, detrás del

cuerpo cargado por cuatro paramédicos, salieron un par de oficiales vestidos

de civil, con corbatas y camisas arremangadas, y fueron directo hasta el edificio

de enfrente, el Tahoma. Una manguera de agua también fue extraída desde el

Roraima y , con un fuerte chorro de agua, lavaron al antropófago, quien se dejó


sin problemas. Los vecinos sintieron un pequeño pánico al ver a los detectives

en compañía de tres policías uniformados tras ellos, entrando a su edificio.

Mientras tanto, el cuerpo muerto estaba metido en la ambulancia y el criminal,

mojado y sin camisa, era introducido como un pelele en la “perrera”. De

inmediato, la patrulla y la ambulancia se fueron. Ocho pisos arriba en el

Tahoma, tocaban fuertemente en la puerta del apartamento.

¡señora Manrique! Abra la puerta, por favor. Es la policía.

Déborah, quien esperaba inocentemente que se hijo “estuviera bien”, que

nunca hubiera sospechado de él nada fuera de lo normal, nunca entendió

exactamente lo que esa gente, le dijo una vez que entraron la sala de su casa.

O tal vez lo entendió, pero no cabía en su imaginación tierna de libros de

autoayuda. Lo que le dijeron luego en la comisaría tampoco fue muy claro.

Alguna mujer policía le comentó de pasada, con comprensión y una mano en

su hombro “debe ser algo tan difícil para usted, señora”, y luego se alejó, como

si quisiera ir rápidamente a hablar con alguien. Allí pasó Déborah la noche.

Quería ver a su hijo, pero, realmente, no quería ni que le hablaran más de él. Le

consiguieron una cama cómoda en un cuartito del enorme cuartel, le dijeron

que su casa estaba siendo revisada, a lo que ella respondió “dígales que

Sebastián no sabe nada, y que no le digan nada todavía”... y el hombro derecho

se le batió hacia delante impulsando un estirón de dedos.

<<Señor, Dios de misericordia, no rechacéis a este criminal que acaba de


dejar la tierra; la justicia ha podido condenarle, pero no por esto se salva de
vuestra justicia, si su corazón no se ha conmovido por un sincero
remordimiento. Quitadle la venda que le oculta la gravedad de sus faltas.
¡Que con su arrepentimiento encuentre gracia ante vos, y que se alivien los
sufrimientos de su alma! ¡Que nuestras oraciones y la intervención de los
buenos Espíritus puedan darle la esperanza y consuelo! Inspiradle el deseo
de reparar sus malas acciones en una nueva existencia, y dadle fuerza para
que no sucumba en las nuevas luchas que emprenderá. ¡Señor, ten piedad
de él! “¿Y para qué carajo me das este papelito, Sebastián? Ya te dije que no
quiero orar por...” ¡Sabemos, Dios mío, la suerte reservada a los que violan
vuestras leyes acortando voluntariamente . . . “¡Ay!, no voy a seguir leyendo
esta ladilla. ¡Pero, Déborah! ¡Que no, te dije! ¿Quieres que me caiga mal el
café? ¿Pero por qué te pones así, hermana? ¿Y tú para qué me traes esto si
te dije que no quería? ¿Pero y tienes que ponerte así porque deseo tu paz
interior? ¿Qué paz interior ni que ocho cuartos? ¿Cómo que qué paz interior,
Déborah, acaso olvidas...? Bueno, Sebastián, ¿y cuál carajo es tu
preguntadera? No, nada... Está bien...¿Y una para los enfermos, por ti
misma? ¡No, coño ‘e la madre, no joda, maldita sea! ¡Pero, Déborah, no te
vayas...!>>

No pudo dormir, por más cómoda que estuvo. Observó el techo

interminablemente, el platico con comida que apenas probó reposado en la

mesa, el ventilador siempre de un lado al otro como un condenado. Y sus más

recientes recuerdos comenzaban a atormentarla. A las siete de la mañana,

cuando el detective abrió la puerta del cuartucho, Déborah estaba sentada en

la cama, con los codos apoyados en los muslos y las manos medio entrelazadas

al frente en constantes movimientos lentos, como si se las lavara

cuidadosamente. La luz artificial de afuera le iluminó todo el lado derecho

mientras sólo divisaba la silueta de aquel hombre, que enseguida prendió la luz

del cuarto, en el suiche a la izquierda de él. El detective respiró profundamente

y luego habló.

venga, señora Manrique. Ya puede hablar con él. –y caminando, le dijo- ¿Por

qué no nos dijo que estaba recién recluida en un geriátrico...?

Y, como una explosión, la pobre vieja sin felicidad comenzó a llorar

aparatosamente al tiempo que echaba su medio cuerpo sobre la cama de

nuevo, cubriéndose erráticamente la cara.

¡ay, Dios mío! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué pecado tan feo hice? ¡Ay, mi Dios!

¡Qué castigo! ¡Jesucristo!

El detective, apurado, llamó a alguien detrás de él, cerró la puerta y se sentó al

lado de Déborah.
cálmese un poquito, señora Manrique...

De inmediato entró la oficial que había palmeado su hombro la noche anterior,

con un vaso de agua y una pequeña pastilla blanca. La oficial tenía los ojos

húmedos y brillantes y, con la voz cortada, le habló muy cerca y calmada a

Déborah.

tómese esta agüita de valeriana con pastillita para el dolor de cabeza,

señora. Ande... ¿sí?

ponla ahí. –dijo el detective señalando la mesa– Ahorita se la damos.

La oficial obedeció, se sentó al otro lado Déborah, y comenzó a acariciarle los

cenicientos y ásperos cabellos. Déborah comenzó a calmarse un poco y notó

que no recibía una caricia desde que había muerto su madre hacía treinta años,

Doña Eleonora. Así, se le revolvieron los más tristes, pero ya aceptados hace

décadas, recuerdos de su vida.

El detective ya le había averiguado toda la vida a Déborah. Por ello, no sólo ya

sabían de su historia completa, sino que también ya habían contactado a

Sebastián para que viniera a calmar a su vieja amiga. Fue imposible no

explicarle todo.

Deborah no quiso hablar con Jonathan. No quiso verlo otra vez, y ese día se fue

con Sebastián para el geriátrico, a sabiendas de estar terminando de condenar

a su hijo menor. Para ella, ya no tenía familia, la había perdido toda, y si lo más

valioso para ella era la familia, ¿qué haría ahora que ya no la tenía? Su madre

muerta hacía tanto tiempo, su hermana delincuente, un primer esposo que la

abandonó, su segundo esposo muerto por su propia terquedad, su hijo mayor

muerto porque su salud no aguantó el amor , y su otro hijo . . . antropófago . . .


asesino... después de haber parecido ser el mejor ejemplar de su familia llena

de anormalidades, como ella y su descontrol psicomotor que provocaba la

mirada curiosa de todos por donde pasaba. Si lo más valioso para ella era Dios,

¿por qué Él se había ensañado así con ella, destruyendo horrorosamente toda

su familia, como si no hubiera bastado sólo con causarle la muerte a ella

misma?

<<Ref.: Job y la Respuesta a Job de Jung.>>

¿Y por qué a otras personas les iba tan bien en la vida y ella no podía ser una

de aquellas? Para Déborah todo había perdido su valor. Siguió recibiendo las

sesiones espiritistas con Sebastián durante un par de años, más porque él se lo

pedía que porque ella realmente quisiera. Al principio, antes de la demencia de

Jonathan, ella se preocupaba por hacer contacto con su madre o con su hijo

Mehmet, o por ayudar a sus compañeros de creencia, pero ahora eso se había

acabado. Sólo le quedaba la amistad de Sebastián, cuyas visitas también se

fueron haciendo cada vez más distantes, puesto que él, casi siempre, quería

sermonearla hablándole del perdón, de la piedad, de la comprensión... y ella

finalmente un día le dijo “como si esas cosas pudieran curar o tan siquiera

alivianar los dolores más profundos del alma.” Y por primera vez dijo que

verdadera sabiduría aprendida a palos: “No sabemos nada”.

Jonathan balbuceó todo lo que había hecho. En ocasiones lo susurró con tantos

detalles que el mismo interrogador se veía obligado a decirle que obviara esas

partes del relato. Fue puesto preso de inmediato porque pidió que no se le

hiciera juicio.

es innecesario. Quiero ser castigado. Sólo así aprenderé algo. Quiero cadena

perpetua. Si es posible encierro incomunicado...


la pena mayor es de treinta años. En Venezuela no existe cadena perpetua.

no importa, estoy loco y pronto lo estaré más. Habrá que encerrarme para

siempre

Así fue. A las dos semanas de estar en la cárcel había sido violado unas cinco

veces por unos tipos repletos de musculatura, las bocas llenas de groserías y

las miradas llenas de odio. Uno le preguntó si era verdad que era antropófago y

se había comido a una mujer, porque lo veía demasiado tranquilo, y así, retado

por los otros malhechores, le metió su pene en la boca, y luego aquellos

hicieron lo mismo. Luego fue golpeado hasta el cansancio (de ellos), dejándolo

tirado inmóvil y desmayado en el suelo. Al día siguiente, los policías lo dejaron

encerrado en una celda para él solo y no lo volvieron a sacar, aunque

comenzaron a atenderlo mejor, dada su excesiva buena conducta, lo que él

prefería llamar su “suicida buena conducta”. Le daban mejores comidas, que él

apenas probaba; le dieron la mejor cama, y él se dormía en cualquier lugar de

la celda, negándose a usarla. Cuando tenía un mes allí, pidió algo para escribir y

se lo concedieron. Los guardias lo veían escribir y escribir indeteniblemente y,

en ese sentido, lo admiraban. Hasta que un día, después de dos semanas de

escribir sin parar, se clavó el lápiz repetidas veces en el muslo y la rodilla de la

pierna derecha. Le quitaron el lápiz y le dieron un marcador punta gruesa, le

hicieron curetaje y vendaron la ensangrentada y agujereada pierna. Ahora

cojeaba todo el tiempo. Seguía escribiendo. Hasta que un día lo vieron

amarrando una punta de la sábana a la ventanilla y el otro extremo enrollado

alrededor de su cuello, pero por más que lo intentó no pudo suicidarse porque

la ventanilla estaba justo a la altura de su cabeza. Le quitaron las sábanas y le

dejaron sólo la almohada. Siguió escribiendo entonces y pidió que le trajeran

su telescopio que había dejado en su casa. Los oficiales, que ya le tenían

piedad, una piedad que no habían sentido jamás por ningún reo, ni tan siquiera

por ninguna persona , accedieron , y esa misma tarde lo tenía en su celda . Se


pasaba largas horas viendo por el telescopio y otras largas horas escribiendo.

Hasta que un día un guardia le preguntó:

¿qué tanto escribes?

una novela

¿una novela? ¿De televisión?

no, o bueno, tal vez

¿y de qué trata?

de mí

me lo imaginé. ¿Y qué cuentas?

mis vidas y mis muertes

¿cómo es eso?

mis experiencias, mi crimen, mi esperanza de morir...

¿tu esperanza de morir?

sí. Esa es mi esperanza. Para mí, mi esperanza es morir... ¿Y para usted?

¿para mí? –el policía se sintió hueco de repente– Mi esperanza es... no sé...

vivir mejor... seguir teniendo plata para mantenerme mejor a mí y a mi familia...

eso no es una esperanza. Eso es un capricho.

ah, no. Eso no se lo permito. –el policía se puso a la defensiva, aunque de

repente se sintió totalmente desarmado de palabras ante ese hombre

misterioso que era Jonathan– Mi esperanza es mi esperanza y tus ganas de

matarte son tus ganas de matarte.

¿y si toda tu familia muriera ahora y te arruinaras monetariamente, cuál

sería tu esperanza?

¡zape! Déjate de inventos, bichito. Sigue escribiendo tu mariquera y déjame

quieto.

Y se fue de allí apurado.


Luego de esto, Jonathan fue confinado al manicomio, justo como él quería. En

el manicomio se sentiría más libre y, al día siguiente de estar allí, comenzó a

comerse a sí mismo. Lo encontraron de repente con la piel de los tres dedos

del medio de una mano arrancados, la boca y la ropa recubiertos de sangre y

los huesos de las falanges a la intemperie. Fue una visión tan terrible que dos

enfermeras se desmayaron. Le inyectaron un tranquilizante poderoso y algún

tiempo después sintió que despertaba de un letargo milenario. Lo tenían

amarrado con camisa de fuerza. Lo encerraron sin posibilidad de salir

nuevamente. Un par de enfermeros entraron a darle comida. No tenía idea de

cuánto tiempo había pasado, se negó a comer casi rotundamente. Apenas

bebió agua. Vomitó dos o tres veces; y así estuvo por una semana o un mes,

había perdido la idea del tiempo por completo. Los últimos días, ya no comía

absolutamente nada, ni tomaba agua. Sus manos vendadas le dolían

intensamente. Le habían amputado los dedos no sabía ni cuándo. Sentía

constantes puyazos y comezón. El recuerdo de toda su vida parecía ahora una

lectura que hubiese hecho en algún libro extraño y horroroso, borrado casi por

completo de su cerebro intencionalmente, hace muchísimo tiempo, o sólo

segundos. Le enloqueció más aún darse cuenta de que su vida había sido una

estúpida y maldita novela, a ratos trágica y a ratos grotesca. Sentía lástima,

rabia y asco hacia sí mismo. Ya sabía que lo único que aspiraba era morir, y

ansiaba la muerte con todas sus fuerzas, casi inmóvil en el suelo de su

acolchado cautiverio, incomunicado con el exterior.

Un día apareció en su celda un tipo vestido de blanco, calvo y con profundos

lentes de miopía aguda, con una carpeta y un bolígrafo en la mano. Era yo.

Había averiguado casi todo sobre su vida. Comencé a hacerle unas preguntas

que él no terminó de entender jamás. En un momento en que por fin

aparentemente me cansé, Jonathan balbuceó algo:


¿me regalaría su carpeta y su lapicero?

no puedo. No me lo permiten. Pero puedes decirme para qué lo quieres.

Jonathan no respondió a nada de lo que le pregunté. Se quedó inmóvil y en

silencio de nuevo, así que me tuve que ir de ahí sin poder escribir nada. Por fin

un día, o una noche, Jonathan no lo sabía porque no tenía ventanas en su

celda, tan sólo una monótona y cilíndrica luz blanca, sintió que la tan esperada

muerte le llegaba, como un espectro frío que restregaba su incorporeidad en la

espalda del debilitado hombre.

Al mismo tiempo, en otro sanatorio, el infantil, Ariadna decía en una pesadilla

delirante y escandalosa: objects in mirror are closer than they appear!, objects in

mirror are closer than they appear Dos enfermeras entraron corriendo

angustiadas a atenderla.

<<Vórtices secretos. Ojos. Imán de la locura. Más allá, debajo, detrás, oculto.
Una gruesa capa de cloroformo adorna mi vida. Un alemán. Dos alemanes.
Una huella mal dejada sobre mi hermano que se proyectó sobre mí. Un ave
agorera ronda mi encierro. Altivez en la estupidez. No se puede juzgar lo
que no se conoce. Yo no sé de lo que hablo, aunque siempre hablo de
Selenia. No. De Mérope. O de ambas. ¿Quién voy siendo? Pregunta
acertada. Las preguntas más acertadas no tienen respuesta. Las respuestas
más acertadas, no necesitan de preguntas. ¿Quién fui? Alguien que nunca
supo que era la sociedad. No se me puede decir antisocial, sino asocial. Con
razón me volví nada, menos que polvo, sólo cicatrices. Cicatrices de polvo. El
mundo pasó por mí, pero yo no pasé por el mundo. O al revés. Encierro. No
importa. Clave de la dolencia: apatía.>>

Al día siguiente, Déborah recibía en sus manos el manuscrito polvoriento,

manchado de sangre, de su hijo. Lo último que había dejado como recuerdo. El

título rezaba Vórtices secretos, pero ella prefirió echar inmediatamente a la

basura ese último recuerdo de su hijo menor –yo lo recogí de la basura–, y

nunca en una sesión espiritista cedió a llamarlo, ni a él ni a nadie.

***
Isaac Morales Fernández
Venezuela, 1980. Escritor y editor.

Autor de los libros de poesía Glosario de


una vida (2002), Rapsodia del descendido
(2007), Recuperarse (2009) y la plaquette
Pórtico a la eutanasia (2014).

Asimismo, ha publicado narrativa breve:


Ecofábulas (2014), Proshibridades (2015) y
Mauricio y unos rumores (2019) con el cual
obtuvo en 2017 Mención Honorífica en la
I Bienal de Narrativa "Cecilio Acosta" de
Los Teques, capital del estado Miranda.

También ganó en 2019 la VII Bienal de


Narrativa "Félix Armando Núñez" del Estado
Monagas, en el renglón Novela con
Zozobra, en actual proceso de publicación
por Monte Ávila Editores Latinoamericana,
y en 2020 logró el 1er Premio Nacional de
Cuentos de la Universidad de Los Andes
Núcleo Trujillo con el texto Migraña.

En 2021 publicó el libro de literatura


transgenérica Balada rock, con Sultana del
Lago Editores.

Vórtices secretos es su primera novela,


escrita entre 2006 y 2014.

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