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“La pasión de Juana de Arco parece un

documento histórico de una época en la que el


cine aún no existía”.
– Jean Cocteau

Los ojos de Juana no son los de una mujer: son


los de una santa. Ella no está mirando a los
sacerdotes que la juzgan. Su mirada traspasa los
cuerpos de esos hombres de Dios devenidos en
jueces y se dirige a un punto indefinido, más
allá del sitio en que yace prisionera, más allá de
Rouen, más allá de Francia, más allá de este
mundo. En perpetuo estado de éxtasis místico,
pareciera no importarle ya las cosas de los

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