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Por ejemplo: San Juan Gabriel Perboyre, sacerdote francés de fines del

siglo pasado, que fuera canonizado por Juan Pablo II...desde los doce años Dios
puso en su alma el deseo de ser misionero en China; y fue tan fiel a esta
vocación, que Dios le concedió también la gracia de ser mártir en China. Dice
muy hermosamente en una de sus conferencias espirituales: “No hay más que
una cosa necesaria, Jesucristo. Meditemos sin cesar este tema, que es
inagotable. Nuestro señor nos dijo: “Yo soy el camino” pero ¿qué camino? El
camino de la humildad, del amor, de la obediencia, de la penitencia, de la
mortificación, de la perfección, de la felicidad, de la gloria. Si queremos ser
santos, si queremos llegar a la felicidad y gloria celeste, es preciso de todo
punto que vayamos por este camino. Pero, para no perdernos, necesitamos una
antorcha que nos ilumine. Pues bien, él nos servirá de antorcha, puesto que él es
la verdad y declara que quien le sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida.
Necesitamos, además, fuerzas para sostenernos en este camino y
perseverar en él. Jesús será nuestra fuerza. Él quiso convertírsenos en alimento
dándosenos en la Eucaristía, y de ahí que nos diga “Yo soy la Vida”. En el
crucifijo, el Evangelio y la Eucaristía encontramos cuanto podemos desear. No
hay Camino, Verdad, ni Vida otra alguna. A él sólo nos debemos adherir, a él
solo estudiar, a él recurrir una y otra vez.
No hay más que una cosa necesaria, nos dice nuestro Señor en el
Evangelio ¿pero cual es esta sola y necesaria cosa? Imitarle...Tengamos los
ojos siempre fijos en Jesucristo...Comencemos de nuevo cada día.”

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