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Dieciocho años de oración para obtener en su gracia.

Aunque lo que pedimos a Dios no nos sea concedido con la presteza que
desearíamos, no desmayemos por ello ni desconfiemos de la misericordia
divina. Santa Mónica (387) rezó largos años a Dios para la conversión de
su hijo Agustín, que andaba por caminos harto distantes de los que guían al
Cielo. A pesar de las oraciones de la madre, el hijo persistía en sus
extravíos y licencias. Pasaron años y años, y la anhelada conversión no
llegaba. En su desconsuelo, Santa Mónica acudió a un Obispo y le expuso
sus pesares y zozobras. El Obispo le habló de esta manera: “Consuélate,
buena mujer, y cobra valor; que un hijo por el que una madre como tú reza
y se afana tanto, no puede perderse”. Así fueen verdad, pues convirtióse
Agustín andando el tiempo y fue uno de los más famosos y esclarecidos
Padres de la Iglesia. Santa Mónica había rogado a Dios por él más de diez y
ocho años. A lo mejor, el Altísimo difiere largo tiempo el acceder a
nuestras súplicas, quizá para poner a prueba nuestra paciencia, o bien
porque, a menudo, la rápida consecución de nuestros deseos reportaría más
daños que ventajas. Dios sabrá, en su sabiduría y su justicia infinitas,
darnos lo que nos convenga y cuando nos convenga.
(Spirago, Catecismo en ejemplos, t. IV, Ed. Políglota, 2ª Ed., Barcelona,
1940, pp. 283, 287, 288 )
 

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