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De la Muerte Negra al Renacimiento

10 de noviembre de 2015 Publicado por


Esteban Galisteo Gámez
Es habitual que en las exposiciones sobre el Renacimiento no se haga mención a la epidemia
de peste que asoló a Europa y parte de Asia entre 1347 y 1400. Desde este punto de vista,
tales exposiciones resultan poco convincentes, pues nos hablan de un gran cambio cultural y
sociológico, que afecta a todos los ámbitos de la vida, y colocan la causa de tan drástico
cambio en una serie de ideas recuperadas de la antigüedad, como si las ideas por sí mismas
fueran suficientes para cambiar algo.

La Muerte Negra causó el Renacimiento

La peste negra, peste bubónica o «Muerte Negra» dio al traste con buena parte de las almas
de Europa, entre uno y dos tercios de la población pereció, y no lo hizo limpiamente. Causó
gran sufrimiento y cambió el mundo como pocos acontecimientos lo han hecho nunca. Asesinó
a la cultura medieval y dio a luz a la cultura renacentista y moderna. En efecto, defenderé que
muchos de los elementos característicos de la cultura renacentista y moderna tienen su origen
último en los cambios sociológicos y de mentalidad que supuso una catástrofe de tales
dimensiones. Desde este punto de vista, toda exposición del Renacimiento y de la Modernidad
que no tenga en cuenta la caída del mundo medieval a manos de una pequeña
bacteria, yersinia pestis, es insuficiente, fantasiosa, parcial y sesgada.

La peste y el antropocentrismo

Una de las características más definitorias del Renacimiento es el antropocentrismo, esto es,
un punto de vista metafísica, epistemológica y ética que sitúa al ser humano en el centro de la
reflexión filosófica, en particular, y de la cultura, en general. Se suele explicar el
antropocentrismo como una consecuencia del estudio de los clásicos grecolatinos, algo que no
es consistente, si tenemos en cuenta que a los clásicos grecolatinos se les estaba estudiando
desde siempre. Unas veces a unos, otras a otros, otras a todos y en diferentes culturas: la
cristiana y la islámica. Cualquiera que lea cualquier manual de filosofía medieval podrá dar
cuenta de ello.

Algo más importante, aparte de leer a Aristóteles, Platón, Plotino, Galeno, etc., tuvo que
ocurrir para que de ser Dios el centro de todo, pasarse a serlo el ser humano y, en última
instancia, el propio individuo.

La epidemia de peste fue la que preparó el terreno para que estas ideas se fueran asentando
en las mentes de los supervivientes y en las de sus descendientes. Obviamente, dicha visión
del mundo no apareció de la noche a la mañana, sin embargo, lo acontecido durante la terrible
epidemia causó que se impusiera con el devenir de los años. A este respecto, se pueden
señalar dos hechos que llevaron al nacimiento del antropocentrismo:

1. La ausencia de auxilio por parte de la Iglesia. Tradicionalmente, la Iglesia se había encargado
de auxiliar a los enfermos. De hecho, la teología era parte integral de la formación del médico
medieval. Dios era omnipresente en la vida de aquellas gentes. El caso es que la Iglesia
pronto se mostró inútil, en primer lugar, y cruel, en segundo lugar. Se mostró inútil porque ni
frailes, ni monjas ni galenos con formación teológica eran capaces de hacer nada por la
enfermedad. Y más tarde se mostró cruel con sus fieles, porque los sacerdotes y las monjas,
salvo en contadas excepciones, se negaron a asistir espiritualmente a la gente, por miedo al
contagio. Un franciscano siciliano de la época dijo: «ni siquiera los sacerdotes quieren acudir a
escuchar confesión» y el Obispo de Inglaterra permitió a los laicos darse la confesión unos a
otros y para los que morían solos sin recibir la extremaunción dijo que la fe bastaría.

2. El instinto de supervivencia y la soledad literal del individuo. Con el desplazamiento de Dios
que suponen los anteriores puntos, llegó aparejado el nacimiento de la individualidad,
marcada por el instinto de supervivencia: fue común el abandono de los enfermos por parte de
las personas sanas, sin importar los vínculos existentes entre ellos. Solo importaba salvarse a
uno mismo. Igualmente, muchas personas perdieron a todos sus familiares, bien a causa de la
enfermedad, a causa del pillaje que se extendió o por abandono. Dos testimonios se pueden
citar al respecto: por un lado, uno que da cuenta de como fue generalizado el hecho de que
cada cual pensó en salvarse a sí mismo por encima de todo lo demás. Así, Agnolo di Tura, un
cronista de Siena, dice:

«El padre abandona al hijo, la mujer al marido, un hermano a otro, porque esta plaga parecía
comunicarse con el aliento y la vista. Y así morían. Y no se podía encontrar a nadie que
enterrase a los muertos ni por amistad ni por dinero».

Además de las palabras de este cronista, nos encontramos en el Decamerón cómo la gente
medieval empezó a experimentar una soledad, en sentido literal, causada por la epidemia:

«Cuando retornamos a nuestras casas (no sé si a vosotras os ocurre lo que a mí) no hallamos
en ella, de una numerosa familia, sino alguna criada».
Así se expresa Pampinea, uno de los personajes creados por Boccaccio. Lo que pone de
manifiesto es que el sujeto medieval no estaba acostumbrado a estar en soledad: era una
cultura en la que el centro era la comunidad y no el individuo. Pampinea se expresa, en 1350,
con miedo y pesadumbre por su soledad recién descubierta. Más tarde, Descartes hará gala de
una soledad connatural al yo. Desde esta perspectiva, la soledad de Pampinea es la semilla del
solipsismo cartesiano.

La crisis de la ciencia medieval

Si hubo un acontecimiento que puso en entredicho a la ciencia medieval, comenzando a


erosionarla, este fue la epidemia de peste negra. Lo que sabían los doctos al respecto, era lo
que sabía todo el mundo: que la enfermedad se contagiaba a causa del contacto con los
enfermos y con sus cosas, pero ni se sabía el cómo ni el porqué. Por supuesto, los galenos de la
época, una mezcla de teólogos y astrólogos, tampoco sabían curarla ni aliviar los males ni
evitar el contagio, incluido el suyo propio. Tan solo, que se sepa, Guy de Chuliac evitó que el
Papa Clemente VI se contagiara, aislándolo completamente y rodeándolo de unas fogatas que
alejaron a las pulgas de su estancia debido al calor. El galeno, obviamente, no sabía muy bien
lo que estaba haciendo pero, con todo, evitó que el Papa se contagiara.

A este respecto, se expresa Boccaccio en el Decamerón:

«Para curar tal enfermedad no parecían servir ni consejos médicos ni mérito de medicina
alguna, bien porque la naturaleza del mal no lo consintiera, o bien porque a la ignorancia de
los medicamentos (cuyo nombre, aparte del de los hombres de ciencia, había, entre hombres y
mujeres carentes de todo conocimiento de medicina, héchose grandísimo) se escapase el
origen del daño y el modo de atajarlo».

Esta cita pone de manifiesto, por un lado, que se hicieron populares los nombres de los
medicamentos inútiles para la peste, y, por otro, el nombre de «los hombres de ciencia».
Ambos resultaron inútiles para curar la enfermedad y esta fue la causa sociológica, desde mi
punto de vista, de la posterior suspicacia hacia la tradición y la autoridad. Las mentes de estas
gentes y de sus descendientes, fraguadas por esta tragedia, fueron las que dieron cabida al
cuestionamiento de la tradición que nos encontramos posteriormente, por ejemplo, en
Descartes.

De este modo, si los sabios habían demostrado cuán ignorantes era en el campo de la
medicina, ¿por qué iban a estar más acertados al hablar de los distantes astros, del
movimiento de los planetas o de Dios?

La naturaleza como motivo y objeto de estudio

Una de las características del Renacimiento, y posteriormente de la modernidad, es el giro de


la mirada del hombre hacia la naturaleza, acercándose, de facto, a ella. En el arte está
constantemente representada, como el escenario en el que todo transcurre. Casualmente,
mientras estas ideas solo florecían en las mentes de cuatro intelectuales, la peste negra causó
el fenómeno sociológico que convertiría esto en una característica definitoria de la cultura
posterior. La epidemia provocó un éxodo masivo al campo, quedándose abandonadas las
ciudades, las cuales fueron vistos como auténticos campos de la muerte. La ciudad se convirtió
en sinónimo de podredumbre, muerte, suciedad, malos olores, tristeza y llanto, mientras que
en el campo, a pesar de que también se sufría la epidemia, esto era menos común.

Sobre ello nos vuelve a ilustrar Giovanni Boccaccio a través de Pampinea:

«Vayamos a residir honradamente en las quintas campesinas que todas poseemos en


abundancia, para entregarnos allí a todas las fiestas, regocijos y placeres de que podamos
gozar sin traspasar los límites de la razón (…) Todo ello es allí harto más hermoso de ver que
los muros desiertos de nuestra ciudad. Además, es el aire más fresco, y hay mayor plétora de
las cosas que en estos tiempos se necesitan, y menor es el número de las tribulaciones. Por lo
cual, aunque mueran los labradores como acá los ciudadanos, no es tanto el enojo como en la
ciudad, por ser más escasos los edificios y los habitantes».

La exaltación de la naturaleza, tan característica del Renacimiento, no pudo llegar a esa


categoría de no haber sido porque, de hecho, durante la epidemia el campo, la naturaleza, era
preferible a la ciudad. Es más, Boccaccio insiste en el malestar literal que viven las gentes en
Florencia, malestar este que obliga a los ciudadanos que no se han abandonado a los extremos
del abandono de sus asuntos y de la ley:

«Muchas otras gentes llevaban una vida intermedia (…) usando, según su apetito, las cosas en
cantidad suficiente y no encerrándose, mas andando con flores en las manos unos, con hierbas
aromáticas otros y algunos con diversos estilos de especias. Llevábanse a la nariz de vez en
cuando estas cosas, creyendo óptimo confortar el cerebro con tales aromas, para combatir el
aire, fétido y cargado de los hedores de los cadáveres, de la enfermedad y de los
medicamentos».

Se extrae de aquí que durante la epidemia, la naturaleza fue la principal vía de escape de las
gentes que la sufrieron, ya huyendo al campo, ya trayendo su aroma a la ciudad para evitar los
malos olores causados por la enfermedad.

Pero, es más, la naturaleza se objetiva de un modo nunca antes visto, adquiriendo entidad
propia. Es más, las enfermedades se naturalizan y adquieren un carácter substantivo. Si
observamos los textos de Boccaccio citados, nos daremos cuenta que se refiere a la peste y a
su propia naturaleza en no pocas ocasiones, llegando a admirarse de su destructivo poder.

La peste y la producción: reformas, oportunismo y nuevas tecnologías

La enfermedad fue menguando, aunque no rápidamente, y sus efectos se hicieron notar a


nivel económico y social: la mano de obra disminuyó en sumo grado; por otra parte, durante
los momentos más virulentos de la epidemia, las gentes se abandonaron, dejando en muchos
casos de cultivar los campos y de cuidar el ganado. En las ciudades los artesanos hicieron igual,
así como clérigos, funcionarios, soldados, etc.

Sin embargo, la escasez de mano de obra, a causa de la gran mortandad, tuvo una repercusión
sin igual. Aparte de que hubo diversas revueltas, entre los años 1348 y 1351, en varias
ciudades, en las que se exigía una disminución de la jornada laboral y un aumento de los
salarios, que en París se consiguió en 1351, y de que una multitud de tierras y casas quedaron
sin dueño, se dio una movilidad social impensable en épocas precedentes. Herencias,
apropiación de propiedades sin dueño, matrimonios de conveniencia y tutores legales que
disponían de las herencias de mujeres e infantes, dieron a luz a una burguesía egoísta,
usurpadora, oportunista y cruel, sobre cuyas espaldas se fraguó el orden social posterior, el
cual supuso el fin de la sociedad feudal.

Por otra parte, la misma escasez de mano de obra provocó un interés por la técnica y por la
ingeniería: se requerían procedimientos y máquinas que ocuparan el lugar de la mano de obra
fallecida a causa de la enfermedad y que tardaría en recuperarse, teniendo en cuenta que
hasta el siglo XVII hubo sucesivos brotes de peste, especialmente durante los primeros 60 años
desde la epidemia de 1347. Así, nos encontramos con el xilógrafo, precedente de la imprenta y
la imprenta misma, que podía producir libros en sustitución de la escasez de copistas; el
arcabuz, un arma que podía portar un solo hombre, las carabelas, embarcaciones que no
necesitan remeros, etc.

La peste y el Renacimiento en Europa

La Muerte Negra llegó a Europa a través de Italia, por cuyas ciudades se extendió y desde ellas
al resto de Europa. Por su parte, el Renacimiento tuvo su origen en Italia, en Florencia
principalmente, ciudad que, tal y como relata Boccaccio, sufrió especialmente la epidemia. No
obstante, este movimiento cultural también surgió en otras ciudades europeas, lo que
comúnmente se suele utilizar como objeción a que la epidemia causara el Renacimiento. Sin
embargo, mi punto de vista es que esto, lejos de ser una objeción, es un argumento a favor,
sobre todo si tenemos en cuenta que la peste negra azotó por igual a las ciudades en las que
posteriormente surgió dicho movimiento cultural. Las reacciones de las gentes y su conducta
durante la epidemia fue muy similar en todas las ciudades a las que esta azotó. Desde esta
perspectiva, no es de extrañar que el Renacimiento cuajara tan bien en las gentes que habían
padecido la epidemia dentro y fuera de Italia. Tanto es así, que sin estos fundamentos
sociológicos e impersonales, dicho movimiento cultural no hubiera tenido lugar.

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