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La investigación social: un fenómeno social total que estudia fenómenos sociales

totales.

Marina Requena i Mora

Explicaba Jesús Ibáñez, en 1986, que el carácter reductivo de los datos, que nos aporta
la encuesta, sólo la hacen apta para captar la superficie de las situaciones que estudia:
extensión y distribución del consumo de marcas, o adhesión o rechazo a los
estereotipos ideológicos de mayor circulación (De Lucas, 1995). Esto es, situaciones o
comportamientos verbales aprendidos, casi desprovistos por completo de toda
participación afectiva personal y en los que los sujetos concretos, con sus conflictos, no
están puestos en juego. Desde esta incapacidad para ir más allá de la costra superficial
racionalizada de los comportamientos, en la que las contradicciones se neutralizan y se
ocultan, la encuesta, no puede hacer más que describir las situaciones que observa, sin
aprehender la tendencia de la estructura de fondo en la que ‘anidan los conflictos’. Sus
límites, concluía Ibáñez (1986), son la superficie más manifiesta y el corto plazo.
Además, las encuestas, tienen un sesgo conservador; tienden a reproducir la ideología
dominante sobre la cuestión investigada.
Frente a estas limitaciones, de la encuesta estadística, Ibáñez proponía estudiar los
fenómenos en profundidad, esto es desde una perspectiva de totalidad. En términos
que pueden asociarse fácilmente con el concepto de hecho social total (teorizado por
Mauss en su célebre obra Ensayo del don). De esta manera, Ibáñez (1986) afirmaba:
“cada fenómeno social es la expresión particular, pero unitaria, de la vida social”. Su
estudio nos pone siempre en presencia de dos totalidades, únicas estructuras
significantes de cualquier fenómeno social, la totalidad histórica que es la sociedad, la
totalidad biográfica y personal que es cada individuo. Dos totalidades cuya ‘ley
estructural y genética’ hay que comprender y desvelar. Sólo desde este doble enfoque
— subrayaba Ibáñez (1986) — podremos captar el sentido objetivo y subjetivo del
fenómeno.
Creo que estas consideraciones, fueron el sustrato de la corriente que hemos
convenido en denominar “Cualitativismo crítico de Madrid”. A la vez, estas
consideraciones, han sido la base que me ha permitido reflexionar sobre los procesos
de investigación social ‘total’ que hoy trato de compartir aquí.
En las clases de sociología en la Universitat de València tuvimos la suerte de aprender a
investigar, con la ayuda de diversas profesoras, que bebieron y ampliaron el legado del
cualitativismo crítico, entre ellas: Pura Duart, Maria Poveda, Xambó, Antonio Santos,
Marques…pero, sobre todo, Manolo Rodríguez. Con él cursamos las asignaturas de
métodos y técnicas.
En estas asignaturas elaboramos nuestras primeras pequeñas, locales y humildes
investigaciones sociales que nos permitieron reflexionar sobre la importancia de
“devolverle la palabra a los sujetos”. Pero, sobre todo, en este aprendizaje y formación
como investigadoras hay algo que no podemos pasar por alto. Nosotras, aprendimos a
investigar de una manera muy artesanal.
Cómo definía Marx (1971) la artesanía es una actividad formadora. De este modo,
Marx, cargaba el acento en qué el yo y las relaciones sociales se desarrollaban a través
de la producción de las cosas. Pero aprender de la producción de cosas, nos recuerda
Sennet, “requiere preocuparse por las calidades de las telas o el modo concreto de
preparar un pescado; buenos vestidos o alimentos muy cocinados” (Sennett 2009:19).
Esto, sigue argumentando Sennet, “puede habilitarnos para imaginar categorías más
anchas de ‘lo bueno” (Sennett 2009:19). La gente puede aprender de sí mismo a través
de las cosas que produce.
En nuestras investigaciones, todos los procesos pasaban por nuestras manos. Desde
los diseños muestrales, la captación, el trabajo de campo, la transcripción, las
elaboraciones de modestos marcos teóricos y los análisis e interpretaciones. Análisis
en los que, gracias a los procesos de transcripción, y como he reflexionado en otros
lugares— de manera acertada o no—, se dotaba de vida al corpus de textos y,
finalmente, eran los propios sujetos investigados, en voz en off, quienes nos hablaban
de sus vidas y desentrañaban los sentidos ocultos de sus discursos.
Con las transcripciones aprendimos que el saber reflexivo de la escucha concreta,
como sostiene Ortí (2012), entraña la respetuosa ética de la alteridad y ayuda a la
comprensión de todas las razones y contextos ideológicos.
En suma, aprendimos a investigar en un modus opernadi que hoy parece estar en vías
de extinción. Y es que, siguiendo el imperativo de la rentabilidad que predomina en el
entrono neoliberal actual, los grupos investigadores, han tendido a externalizar
muchas partes que componen el todo de la investigación social. Olvidando, de esta
manera, que no sólo los fenómenos sociales son fenómenos sociales totales sino que
también lo son las investigaciones sociales. Cada parte de la investigación (diseño
muestral, captación, trabajo de campo, transcripción, análisis, marco teórico…) es la
expresión particular, pero unitaria, del todo que la compone. Y hasta aquí la primera
parte.
La segunda reflexión que venía a contar hoy aquí, tiene que ver tanto con concebir la
investigación social como un todo, como con estudiar los fenómenos sociales como
fenómenos sociales totales.
Está introversión proviene por un tema que, bajo mi punto de vista, ha quedado
olvidado o enterrado, como bien dice Luis Enrique Alonso, por la brillantez del análisis
sociológico de los discursos.
Dentro de nuestras investigaciones sociales artesanales hay algunas cuestiones básicas
que nos permiten articular el yo biográfico con la sociedad. Es decir, nos permiten
captar los fenómenos sociales como fenómenos sociales totales.
Mi incapacidad para explicar esta vinculación de manera teórica me hace recurrir a un
ejemplo concreto, clave en mi proceso de investigación, que me permite ilustrar esta
cuestión.
La última investigación en la que participe trataba de analizar los discursos
medioambientales en el Delta del Ebro y la Albufera de València. Algunas estancias en
la Universidad Autónoma de Madrid, junto con mi gran amigo y maestro Luis Enrique
Alonso, me permitieron captar una cuestión básica. Y es que nunca podría entender los
discursos medioambientales de los agricultores si antes no entendía los procesos
sociohistóricos que caracterizaba a este colectivo social. Luis Enrique me enseño a
entender que los discursos sociales no se pueden entender sin comprender las lógicas
prácticas y los habitus (en el sentido que le dio Bourdieu a este término) de los actores
que los emiten. Por todo ello, fue crucial entender la sociología agraria y entender los
procesos de modernización que subsumieron la agricultura al capital …entender la
totalidad histórica del tópico a investigar.
No obstante, hubo algo más que me hizo comprender las lógicas prácticas de los
actores; algo que me permitió captar el vinculo entre la totalidad biográfica y la
totalidad histórica del fenómeno social que estaba investigando, esto es, el medio
ambiente. Para mí fue clave estar con los agricultores, sus familias y la gente que
habitaba en los pueblos que yo estudiaba. Entrar en sus casas, ver como viven,
entender sus pautas de consumo, analizar sus estilos de vida y su yo en los procesos de
modernización.
Mi tópico a investigar, el medio ambiente, tiende a investigarse desde las ciudades,
donde están los centros de investigación y las Universidades. Desde estos lugares, el
medio ambiente, se convierte y traduce en prácticas que los urbanitas podemos
realizar diariamente como el reciclaje. Desde esta óptica entendemos que los
agricultores son gente que contamina la tierra para ganar dinero. Sin atender al resto
de especificidades ni biográficas ni históricas y mucho menos cotidianas.
Debemos recordar que hay una parte de la sociología medioambiental que basa sus
estudios empíricos en encuestas. A través de este instrumento, algunos gurús de esta
disciplina, como Catton y Dunlap, nos explican que las personas jóvenes, con
residencia en medio urbano, alto nivel de estudios e ideología política liberal (frente a
la conservadora) son los que representan una asociación positiva respecto al medio
ambiente. Otros de estos gurús, como Buttel y Flinn, van más allá y se aventuran a
reflexionar sobre el devenir de la conciencia medioambiental. Bajo su punto de vista,
paulatinamente, los rurales, con empleo en el sector primario, viejos, de clase baja,
con bajos niveles de educación... igualarán su preocupación por los problemas
medioambientales con respecto al resto de grupos. Todas estas investigaciones se
aúnan bajo el paraguas de tener una concepción del medio ambiente como un valor
postmaterial. Teoría que tiene una visón dicotómica y maniquea de los procesos de
modernización. Considera, dichos procesos, como unas dinámicas reductorament
lineales y evolutivas que enfrentan de forma relativamente dicotómica las estructuras
tradicionales, valoradas de forma negativa, como algo ya pasado, como algo a superar,
y las estructuras más "modernas", valoradas más positivamente como algo a
desarrollar de forma "unilateral". Como se sabe, la tesis post-materialista, al uso de
The Silent Revolution (1977), sostiene que las prioridades valorativas de las sociedades
occidentales, que habían alcanzado un alto grado de desarrollo económico y de
satisfacción de las necesidades materiales, se estaban desplazando desde el bienestar
material y la seguridad personal hacia la preocupación por la calidad de vida y la
satisfacción de necesidades post-materiales de autorrealización; esta cuestión se
reflejaba en una mayor preocupación por los problemas medioambientales, y aún más
en los sectores sociales más 'materialmente' satisfechos. De esta manera, el medio
ambiente era considerado como un valor post-material. Desde esta perspectiva
estudiar los discursos medioambientales en poblaciones rurales, significaba otorgarle a
los sujetos que allí vivan el papel de agentes incultos y contaminadores que pronto
verían la luz que trae la modernización.
Sentada en una casa de pueblo, sin apenas luz eléctrica, sin calefacción…mirando al
sujeto investigado y preguntándole si hacía algo para cuidar el medioambiente…como
por ejemplo reciclar, pude comprender la importancia que tenía realizar el trabajo de
campo. Días más tarde, repase mis otras entrevistas. Pensé en las casas en las que
había estado. Estuve en una en la que encontré a una mujer repuntado y fabricando la
ropa de su familia. Apenas había luz y tampoco había calefacción. Recuerdo que era un
día lluvioso y húmedo. También pasaron por mi cabeza las imágenes de muchas de las
casas de los pueblos de Sant Jaume d’Enveja, Deltebre y l’Aldea. Muchas de estas casas
estaban provistas de un pequeño trozo de tierra en el que los habitantes producían su
propia cosecha. Algunos de estos trozos de tierra tenían también un par de cabras
merodeando en su interior. Pensé en los mercados locales de los pueblos en los que
estuve. Eran mercados llenos de gente con sus carros de compra consumiendo
productos locales. En suma, pude entender la importancia que tenía realizar el trabajo
de campo para entender los fenómenos sociales como fenómenos sociales totales.
Pude entender la importancia de comprender la presencia del el yo biográfico y el
lugar de este en la sociedad.
No obstante, gracias a otros planteamientos que provienen de la ecología política,
sabemos que el medio ambiente no es un valor postmaterial, por el contrario, es una
de las cosas más materiales que hay. Y que, como plantea Martinez Alier, no es cierto
que nos estemos desmaterializando, de hecho nuestras sociedades “modernas”,
dependen, cada vez más, de un consumo material de energía.
Además, gracias al cualtitativismo crítico y el cuadrado M de Ortí, sabemos que los
procesos de modernización no son dicotómicos. Ortí observó que el proceso de
modernización significaba una dinámica de cambio social mucho más compleja que la
dicotomía "antes-ahora", "comunidad-sociedad", "grupo-individuo", "malo-bueno".
Para Ortí; la modernización es un conjunto de procesos en los que, de forma
simultánea, coexisten conflictivamente elementos de los planos que analíticamente las
citadas tradiciones sociológicas habían señalado como pertenecientes, ya sea bien al
"orden tradicional", o bien al "orden de la modernidad ", de la misma forma que estos
órdenes están cargados de ambivalencias valorativas, lejos de las dicotomías malo /
bueno. De esta manera, el proceso de modernización, más que las propias categorías
de tradición y modernidad, puede ser recuperado para la investigación social de una
forma más matizada que en el planteamiento tradicional, al tiempo que exige un
"análisis de la situación concreta" para observar alrededor de qué dimensiones se
concreta el citado proceso de modernización y con qué carga axiológica están
connotadas sus dimensiones constitutivas. En este sentido, de acuerdo con Ibáñez
(1991): "(...) la relación entre el mundo rural y el mundo urbano está regulada por la
lucha de clases: los que viven en los pueblos son clase oprimida, los que viven en la
ciudad clase dominante (...). La ciudad es una fábrica de mierda: receptora de
alimentos, emisora de excrementos. El campo, por lo contrario, emisor de alimentos y
receptor de excrementos "(Ibáñez, 1991: 96-98).
Todos estos argumentos teóricos y empíricos me ayudaron a enriquecer esta visión
que me dio la realización del trabajo de campo. En los hábitats rurales también había
menos consumo de energía. Su estilo de vida heredaba comportamientos y pautas de
un modo de vida anterior. La modernización y la conciencia medioambiental, lejos de
lo que pronosticaron nuestros gurús de la sociología ambiental, no iban de la mano.
Y, dejando a un lado las divagaciones que hago del ejemplo sacado a relucir, hoy sólo
quería resaltar la importancia que tienen el hecho de concebir la investigación social
como investigación social total y cómo, esta manera de concebir la investigación, nos
ayuda a estudiar y a comprender los fenómenos sociales, como fenómenos sociales
totales. La realización del trabajo de campo, la transcripción y, en general, realizar cada
uno de los pasos que componen el todo de la investigación, nos ayuda a entender y
vincular la totalidad histórica que es la sociedad con la totalidad biográfica y personal
que es cada individuo.
Fetichizar y convertir en mercancía cada uno de estos pasos de la investigación social,
tanto el trabajo de campo como la transcripción, supone alienarla de parte de su
contexto social e histórico. Y supone romper parte del vínculo que une el yo biográfico
con la totalidad histórica. Además, como cualquier mercancía, cuando la transcripción
y el trabajo de campo se externalizan y se sacan del contexto de la investigación social,
pasan por el mismo proceso que cualquier objeto que muda a mercancía. De este
modo las mercancías en lugar de revelarnos las condiciones sociales en las que han
sido producidas, las ocultan y se presentan ante las personas como si su valor surgiera
de dentro de ellas. Para entender este fenómeno, sostiene Marx (1984), que hay que ir
a las neblinosas comarcas del mundo religioso donde los dioses aparecen dotados de
vida propia, como seres autónomos dotados de atributos que, en realidad, han sido
investidos por la sociedad.
El corpus discursivo de las investigaciones se ha creado solo, la voz ha pasado a
escribirse de manera autónoma en las páginas en blanco, el texto ha tomado,
autónomamente, el lugar de la palabra. La transcripción pasa a tener vida propia. Una
vez la transcripción muda a mercancía sucede que deja de haber relación entre el
trabajo que hacen las personas y lo que crean con ese trabajo, es decir el corpus de
textos. El corpus de textos es considerado como un dato primario…pero haciendo una
analogía con el mito de la caverna de Platón, la transcripción como mercancía, nos
muestra los discursos como sombras proyectadas en la pared.
Para el caso del trabajo de campo, las personas y sus discursos sociales se aíslan de los
contextos sociales en los que son producidos. Las lógicas prácticas de los sujetos no se
comprenden y son analizadas e interpretadas a partir de las propias lógicas prácticas
de las investigadoras y no desde el contexto en el que se producen.
En suma, nuestras investigaciones sociales dejan de ser totales y los fenómenos
sociales totales se estudian tan sólo como si fuesen fenómenos sociales.

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