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Literatura del sicariato: La realidad de una sociedad ambivalente

Carlos Mario Losada Plaza

Literatura Colombiana

Mag. Alejandro Arango Agudelo

Literatura Colombiana
Facultad de Artes y Humanidades, Universidad de Caldas
2021
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Literatura del sicariato: La realidad de una sociedad ambivalente


En la década de los 80 aparece la figura de una sociedad colmada de violencia, drogas,

prostitución y demás óbices que conlleva el fenómeno del narcotráfico. Es en este punto donde

aparece la efigie del sicario, una personificación de diferentes cuestiones y características que

socavan todos los cimientos de una sociedad pero que a su vez, inundan pensamientos y

percepciones que conllevan a transformar o crear visiones de cambio. Por lo tanto, este texto se

acondiciona como una crítica cultural que busca exhibir el fenómeno del sicariato y reflejar a

grandes trazos las líneas del pensamiento de la sociedad colombiana y su paraje en la literatura.

El sicariato ha permanecido como un ente que ha desbordado los límites socioculturales y esto

conlleva a que termine por transformar; crear, visibilizar y se finalmente se yuxtaponga. El

principio de este corpus está orientado a presentar la figura del sicario y su trascendencia; lo que

conlleva a la caracterización como animal social. En una segunda escena se hará un recorrido por

las diferentes producciones de arte creadas alrededor del sicariato; desestructurándolas,

analizándolas y tratando de llevarlas al mayor punto de interpretación junto con sus diferentes

vértices. Finalmente se hará un ultimo análisis de lo que ha significado el sicariato y de cómo su

impronta ha socavado la sociedad colombiana.

Durante el conflicto bipartidista en los años cuarenta y cincuenta se gestaría la figura del

pájaro, antecesor del sicario, hombres dispuestos a asesinar y desplazar ingentes por encargo a

cambio de beneficios lucrativos. Mas tarde, la gestación del narcotráfico, la actuación

sanguinaria por parte del estado y grupos emergentes darían el origen a la subcultura del

sicariato. Esto desembocó a que a lo largo y ancho del país siempre perseverasen factores y

fenómenos sociológicos asociados al narcotráfico, los mismos que han llevado a la decadencia de

no solo una generación sino de toda una memoria histórica. Es por esto como varios individuos
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han tomado posturas vociferantes para visibilizar las diferentes complejidades con ayuda del arte

y una acérrima convicción cultural predisponer una misión orientada a educar un país sin

memoria, una sociedad que olvida y vive de modo imperturbable en el caos. El fenómeno social

del sicariato inició a analizarse con severidad a finales de los años 80 y principios de los 90, pues

durante estos años Colombia atravesaba la dura realidad del narcotráfico y las secuelas de este

tras la muerte de Pablo Emilio Escobar Gaviria; el mayor promotor del sicariato y narcotráfico

en Colombia. Durante este tiempo se examinan diferentes vertientes, entre los que se destacan las

dimensiones psicosociales que posee el sicario. De acuerdo a lo anterior, hay autores que

resaltan:

Las explicaciones del origen de los sicarios se enfocan en la falta de adaptación a normas,

pérdida de valores familiares, drogas, alcohol y delincuencia, que promueven la

agresividad y aniquilan el miedo. Este era el diagnóstico de psiquiatras, terapeutas y

jerarcas de la Iglesia católica en Medellín. (Pontón, 2009, p. 68)

Es preciso decir que el fenómeno del sicariato no se ancla a un solo individuo u

estructura, pues el sicariato trasciende a convertirse en un pequeño brazo de algo más entramado

que posee más poder y enaltecen su labor para luego usarlos como “carne de cañón” en guerras

simultaneas que mantienen las diferentes estructuras delictivas. El sicario constituye una serie de

diferentes características y transformaciones tanto implantadas como generadas constantemente

por las difíciles situaciones que se viven en las grandes metrópolis, pues la culpa no podría

recaer únicamente en el individuo quien incurre en el delito porque su problemática transciende a

un olvido por parte del estado y de la sociedad misma.

El sicario es el compendio de una violencia que no se hace inteligible: en el sicariato se

encuentran la violencia política con la violencia social, aquéllas que las ciencias sociales
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quisieron tratar como separables con la fórmula de «violencia negociable» y «violencia

no negociable»; allí se encuentran también el narcotráfico con el paramilitarismo, la

ausencia del Estado con el capitalismo salvaje de la globalización. Confluyen en él las

cegueras de una sociedad en la que la violencia política ha sido un medio legitimado para

acceder al poder y que creyó que la violencia social era culpa de los pobres. El sicario es

la herencia de una sociedad normalizada cuyas elites se ocuparon de lo político y lo

económico, dejando lo social en manos de las obras de caridad. (Walde, 2001, p. 224)

Es así como el sicario es caracterizado por ser un adolescente que trasciende una vida

difícil y es usado por estructuras más grandes que su mundo; pues vive una vida fragmentada

donde su padre abandona a su madre junto con sus numerosos hermanos y todo esto sumado a

una amplia marginalidad. El sicario es un individuo iletrado, ya que no ha asistido a la escuela y

si ha asistido nunca superó los primeros años de escolaridad. Finalmente el sicario no encuentra

sentido a la educación y la abandona, pues existen asuntos de mayor importancia como el de

contribuir en el sostenimiento económico de su familia, entre otras razones. El principio de su

vida como individuo social está formado con sus semejantes los cuales poseen experiencia en la

criminalidad y son los encargados de seducir con objetos de consumo que les otorgan un estatus

y reconocimiento dentro de su círculo social. Estos elementos, los mismos que le conceden

desgracia y felicidad se transfiguran en su símbolo, su auxilio dentro de una penuria socio

ideológica que le agobian. De esta manera, a causa de una asimilación de culturas diferentes y la

reminiscencia de un pasado rural, el sicario podría categorizarse como un individuo híbrido en lo

profundo de una cultura y sociedad ya mezclada. En este orden de ideas Correa menciona que:

“Sus distintivos usuales son una motocicleta –en representación de la sociedad de consumo– y

las insignias religiosas como escapularios y estampillas –que revelan una relación especial con lo
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divino– (Correa, 2007, p. 98). Por otro lado, la supremacía de su “profesión” le concede el

tránsito a la sociedad de consumo, la tipificación y cierto dominio de la vida impropia lo lleva a

alejarse de la anomia y a la continua marginación. Es así como el sicario forma parte de la

sociedad de consumo, la misma que lo desecha y lo acoge, lo que lo lleva a un falso sentido de

anhelar la aceptación de ese otro excluyente, buscando siempre asemejarse. Conforme a lo

anterior, Correa afirma que: “Frente a estos personajes la principal reacción de la sociedad es el

rechazo e incluso el odio, que puede manifestarse mediante el temor, el silencio, la indiferencia o

el deseo de exterminio (limpieza social)” (Correa, 2007, p. 98). Es así como el sicario es no es

únicamente una expresión de atraso, de miseria y de un olvido casi total por parte del Estado,

también es su vez una muestra de una visión epicureista de la vida, la consumición y la

drogadicción.

La posición del sicario frente a una sociedad que lo olvida y lo desecha lo lleva a crear

una nueva subcultura que comprende a una disposición desde y contra la "invisibilidad" por parte

de todo orden jurídico institucional. Seguido a la creación de un nuevo saber se instauran a su

vez una cadena de nuevos valores, normas, lenguajes, emblemas y artículos de consumo. El

sicario por ende es un individuo materializado en el hoy y en el hacer de su vida comprende el

beneficio de su familia, pues sus visiones están sintetizadas en lo efímero, lo bondadoso, lo

ausente de si mismo y el olvido.

Ellos son el resultado de una sociedad fragmentada al extremo, donde se evidencia la

ausencia de una ley social y un Estado que se ocupe de sus ciudadanos. Sus deseos de

figuración en el mapa social les conduce a construir un (sub)mundo que impacta al resto

del país pero que, a su vez, interroga la legitimidad de dicho Estado. Estos muchachos

incorporan el sentido efímero de la vida propio de nuestra época, vivir el instante de


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manera acelerada. Ni el pasado ni el futuro existen, llevando la sociedad de consumo al

extremo ya que convierten la vida en objeto de transacción. De ahí su actitud ante el

futuro y su desprecio a la muerte. (Nolla, 2002, p. 108-109)

Otro aspecto para resaltar en esta categorización es la ambigüedad con respecto a los

valores, pues el sicario es una figura violenta del individuo que es capaz de trasgredir diferentes

propiedades para reafirmarse como sujeto digno de observación. Siguiendo en este

razonamiento, el sicario se mantiene en medio de una disyuntiva vívida entre la muerte y una

convicción pía de la vida; pues para el sicario no es necesario cargar con el peso de consciencia

que conlleva la muerte del otro sujeto, ya que este peso radica es en quien ejecuta la orden. Es de

esta manera como este individuo tergiversa los valores direccionándolos hacia otra visión de la

vida. Otro aspecto para resaltar es la trasformación que el sicario concede al mal, pues lo

direcciona a convertirlo en un acto solemne de benevolencia, amor y caridad. El sicario fija su

actuar sobre tres aspectos en particular: el primero; es el amor incondicional hacia su madre y

seres queridos; pues este sentimiento se transforma en un valor preponderante en justificar su

actuar. El segundo aspecto; se sitúa en apreciar su profesión como herramienta que lo converge

en juez o dios frente al otro, le concede el factor de importancia a su vida y de ser un inquisidor

de la maldad humana. Por último, el sicario supone su actuar como única herramienta para huir

de la miseria intelectual y social en la cual se ve inmerso.

La culpa se atempera en el sicario que se confiesa, y considera que es malo matar

personas buenas, pero no cuando son malas; de la misma forma que se siente culpable por

matar a 10 personas y no por el simple hecho de matar. La culpa se difiere, quien paga

por asesinar es el responsable, no el que ejecuta el homicidio. (Pontón, 2009, p.68)


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Por otro lado, es junto a estos aspectos que el sicario se convierte en un ser efímero; que

ligado a estructuras criminales acarrean un cataclismo a la visión social que no se percibe a

simple vista. El sicario está situado dentro de un gran tablero de ajedrez y es en este tablero

donde es usado como peón para satisfacer objetivos de organizaciones más grandes.

Llegados a este punto, el fenómeno social del sicariato transciende todo tipo de fronteras

y se impregna casi que en cada creación humana; la literatura no ha sido ajena a esta

trasmutación y se ha direccionado a presentar la sicaresca como una visualización de lo

subrepticio. Este tipo de literatura ha contado con diversos escritores quienes por medio de las

letras transforman el fenómeno del sicario en un género de gran impacto. Unos de los muchos

exponentes que contiene la sicaresca son: Fernando Vallejo, Mario Bahamón Dussan, Arturo

Alape, Gustavo Bolívar Moreno, Andrés López López, entre otros. Estos escritores integran

aspectos que ofrecen identidad e impacto a la sicaresca y la llevan a entenderse como género.

Entre los puntos reiterativos que se exhiben en la sicaresca se encuentran: El lenguaje del

parlache, el canon del sicario y la aparición de un letrado que juega el papel de traductor o de un

Caronte que une las dos realidades para ofrecer coherencia. Teniendo en cuenta los autores y las

características mencionadas anteriormente se hará una observación de los tres tópicos que

configuran pilares de alta importancia en la sicaresca.

El lenguaje del Parlache

El parlache fue un argot que se divulgó a lo largo y ando del país pero que dio sus inicios

en Medellín durante los años 80s y 90s. El lenguaje del parlache surge como herramienta de

defensa de las organizaciones criminales, pues debido al punto álgido que herramientas que le

ofrecieran ventajas sobre la ley. El parlache es más que una herramienta, pues surge como

ruptura lingüística entre una sociedad fragmentada y segregaría entre sí. El parlache también le
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ofrece cierto grado de estatus a la marginalidad pues se comprende como una identidad que lo

lleva a ser visibilizado frente al resto de la sociedad. Ese factor babélico es el encargado de dar

originalidad e impacto al lenguaje del parlache.

la función social de esta variante lingüística, coincidiendo la mayoría en el papel de

exclusión social que cumple, viéndolo desde su doble faceta: exclusión del resto de la

sociedad hacia quienes lo practican en su vida cotidiana y exclusión de estos grupos al

resto de la sociedad que no pertenece a su mundo. Es precisamente esta categoría la que

ha permitido que el parlache haya intervenido la vida social, cultural y literaria del país al

plasmar en él todo un universo y forma específica de ver y enfrentar el mundo. (Vásquez,

2015, p. 1)

Fernando Vallejo con su éxito La Virgen de los Sicario (1994) logró materializar de la

mejor manera el lenguaje del parlache y le dio cabida con tanta firmeza que genera el

reconocimiento y distinción del parlache como habilidad lingüística que se ha esparcido a lo

largo de toda la sociedad. La Virgen de los Sicarios narra la historia de una relación homosexual

entre un hombre mayor con jóvenes sicarios, en su novela Vallejo lanza una critica mordaz

contra las instituciones tradicionales, el clero, la política, el estado, la familia, etc. Su obra es una

representación del pensamiento del escritor pero a su vez podría representar una bitácora

biográfica de su vida luego de su regreso del exterior. A lo largo de la novela el narrador letrado

no solo imbuye lo tradicional con lo atípico sino que muestra una posición escéptica frente a la

crueldad, pues el narrador ve como un imposible la pasividad de la sociedad. Las características

que Vallejo ofrece al hombre mayor constituyen una visión sistematizadora de lo que significa el

parlache para la sociedad marginal, pero también sirve para dar una perspectiva critica de las

características que adquiere el espacio local en los diferentes contextos sociales. El personaje
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también pretende mantener una distancia pero en ocasiones le es imposible debido a la rudeza

fijadora del sicariato, pues le es imposible no dejarse sumergir.

El Canon del Sicario

El modelo del sicario está situado de diferentes perspectivas en la literatura pero existe

una que ha sido la de mayor impacto debido a su duplicidad, pues el personaje en el que gira la

novela se trata de una mujer, de bajos recursos y que incurre en el sicariato y el narcotráfico

como manera de sobrevivir. Rosario Tigeras (1999) de Jorge Franco narra la historia de

Rosario, una mujer de las comunas de Medellín que logra acceder a un bienestar económico

gracias a la prostitución para los nuevos “duros” del narcotráfico. Rosario conoce a dos jóvenes

burgueses llamados Antonio y Emilio con los cuales comparte diversas aventuras, tanto

amorosas como violentas. Finalmente Rosario intenta salir de la prostitución haciéndose

narcotraficante lo la lleva a desaparecer por un largo tiempo. Luego de su regreso unos sicarios

le disparan en una discoteca donde se encontraba y Emilio es quien la socorre llevándola al

hospital; mientras se esperan noticias de Rosario Antonio nos narra la historia.

El personaje de Rosario posee principios propios en visión de un modelo de sicario:

constituye a una persona ligada a lo efímero, a un personaje ligado y con sed de pertenecer a una

sociedad de consumo, posee además una doble condición erótica-violenta, una infancia difícil

debido a la marginalidad y a la precariedad social en la que se encuentra y funciona como espejo

para apreciar la fractura social. Uno de los mayores logros es exponer como el narcotráfico

atraviesa las diversas esferas sociales y que quienes sufren las mayores repercusiones son los

pobres.

El Narrador y Visión del Mundo


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La constante aparición de un personaje letrado dentro de las novelas del sicariato

comprende la función de Caronte, pues debido a tan amplia la brecha social es importante

siempre que exista un traductor o guía que ofrezca entendimiento frente a nuevos cambios

socioculturales. El personaje letrado critica y se sumerge en el fenómeno del sicariato,

ofreciendo nuevos rayos de luz en una realidad lóbrega de la sociedad. En el caso de la obra El

Pelaíto que no duró nada de Víctor Gaviria, el individuo que cumple la función de narrador y

mediador constituye la voz de un narrador homodiegético que le cuenta la historia de él y su

hermano sicario a un narratario de otra condición social. La voz que se aprecia en el Pelaíto es

una voz propia y autentica del parlache. Esta visión logra ver a la marginalidad desde adentro,

con un amplio impacto de la percepción violenta, miseria marginal, una obligación en el contexto

social lóbrego y sobre todo el olvido estatal hacia las sociedades marginales. El Pelaíto es la

única novela que posee de lleno la afinidad axiológica, lingüística y social entre el narrador y el

mundo marginal de las comunas. El personaje del narrador constituye al escritor mismo, pues

es una personificación de si mismo y de cómo se aprecia la problemática social desde otro punto

vista diferente. Poco a poco el narrador se ve sumergido en el lenguaje del parlache, costumbre y

demás, pues para este le es imposible apartarse de la realidad ausente a la que se enfrenta. Es así

como el narrador termina por convertirse en víctima del fenómeno del sicariato, pues se le es

absorbido por algo contrario a sus principios lo que lo lleva a cuestionarse de las afinidades

acérrimas que se creen poseer.

A lo largo del texto se ha evidenciado la sistematización de las problemáticas ausentes a

las que se ve sometida la sociedad colombiana. También, se evidencia una transformación de un

fenómeno social en el nacimiento de un mensaje hacia las problemáticas acarreadas debidas al

narcotráfico y evidencian a su vez, que siempre donde haya oscuridad habrá luz y es solo el
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hombre quien posee el poder para cambiar esos recónditos lóbregos de la sociedad. El análisis de

esta fenómeno evidencia que la problemática no recae sobre unos “ignorantes” sino que el

dilema recae en una serie de enraizados de problemas estructurales, políticos, sociales y

culturales.

Sin duda el narcotráfico ha constituido uno de los obstáculos más grandes para avanzar

como sociedad; pues no solo ha desestructurado la sociedad colombiana sino que ha

estigmatizado a todo un país con respecto al resto de civilizaciones. A pesar de todos estos

altibajos aun existen individuos dispuestos a ayudar y transformar las realidades difíciles que

viven las grandes metrópolis, pues al final la gloria solo será de ellos y mientras exista fe en la

humanidad habrá quienes hablen por aquellos que no poseen voz. El narcotráfico afectó y

transformó a toda una sociedad, pero aun así, seguirán existiendo cosas que hacen de Colombia

una sociedad transformadora de realidades.


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Referencias
Pontón, D. (2009). Sicariato y crimen organizado: temporalidades y espacialidades. URVIO:
Revista Latinoamericana de Estudios de Seguridad, (8), 10-19.

Correa, Á. A. R. El sicariato en la literatura colombiana: Aproximación desde algunas novelas.

Nolla, M. V. (2002). (Sub) culturas y narrativas:(Re) presentación literaria del Sicariato en La


Virgen de los Sicarios. Cuadernos de Literatura, 8(15), 106-114.

Von der Walde, E. (2001). La novela de sicarios y la violencia en Colombia. Iberoamericana


(2001-), 1(3), 27-40.

Montoya, J. C. R. (2006). La p(s)icaresca: ¿Un género literario nacido en


Medellín? Escritos, 14(32), 279-298.

Vásquez, U. J. EL PARLACHE: LENGUAJE SEGREDADO Y SEGREGARIO.

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