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¡QUE CANSANCIO!
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¡QUE CANSANCIO!
Historias de carne y hueso
de un Latino en la USA

Por : Sergio Navarro

Impreso en Mark V press - Abril 2005

Que Cansancio - Historias de carne y hueso de un Latino en la USA 5


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Mark 5 Press
140 NE 32 Court - Oakland Park, FL. 33334 - USA

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Con especial cariño a los que han saboreado

la mierda, pero con todo mi respeto y aprecio

a aquellos que se la han comido de verdad.


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Que los miedos jamás sean más grandes los sueños.


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INDICE

I. MI DIOS LES PAGUE


(AGRADECIMIENTOS) . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13

II. MIS MEMORIAS ANTES


DE QUE SE ME OLVIDEN… O… . . . . . . . . . . .15

III. A QUIEN CORRESPONDA . . . . . . . . . . . . . . . .16

IV. UBIQUÉMONOS: GLOSARIO AMERICANO . . . .17

V. A TIRAR PERIÓDICOS A LAS 3 DE LA MAÑANA . .23

VI. A LAVAR CARROS COMPADRE . . . . . . . . . . . . .29

VII. LA MUGRE, LA INMUNDICIA Y LOS LATINOS . .37

VIII. AGENTE DE BIENES RAÍCES:


A LIMPIAR CASAS SE DIJO . . . . . . . . . . . . . . . .46

IX. TRAGEDIA DE UN BODEGUERO . . . . . . . . . . .54

X. VIDA – REFLEXIÓN POST-BODEGA . . . . . . . . .62

XI. EL MUGROSO MUNDO DE LOS TAPETES Y YO .64

XII. Y DE PAPELES ¿QUÉ?


(APÉNDICE DE UN ASILADO EN TRÁMITE) . . . .72

XIII. AHÍ LES QUEDA PA´QUE LO PIENSEN . . . . . . .84

EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .87
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I
MI DIOS LES PAGUE
Como en todas las obras literarias, y al principio de las mismas, se
dan agradecimientos, pues no podía ser yo la excepción. El presen-
te material jamás hubiera existido si no fuera por la presencia y par-
ticipación majestuosa de los personajes que a continuación enumero
y agradezco:

Le doy gracias a la basura, a la mugre, al polvero, a los carros sucios,


a las casas abandonadas, a la pereza de la gente de prepararse su ali-
mento obligándose a pedir a domicilio, o a salir a comer y ensuciar
platos y vajillas en los restaurantes; le doy gracias a la jartera que le
da a estos humanos trastear y cargar muebles pesados; a los que com-
pran y leen la prensa en vez de oír radio sin ningún esfuerzo y com-
plicación; doy gracias a los ignorantes que van a los conciertos con
boletas numeradas pero que toca subir con ellos cientos de escalas para
mostrarles su asiento asignado una y otra vez; les agradezco a las seño-
ras indecisas que hacen pintar o despintar sus casas 4 y 5 veces hasta
que dan con el color aproximado; gracias por igual al desgaste de los
materiales de las puertas, techos, pisos, tuberías y ventanas; a los árbo-
les, las plantas, la grama y la maleza que crecen por si solas sin pie-
dad y sin control, para poder aserrarlos, podarlos y motilarlos con
frecuencia; gracias a los sitios de comercio que no tienen sillas para
sus empleados, evitándoles a los asalariados el desgaste y el roce de
su ropa con los asientos al estar de pie todos los días; gracias a la gente

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que adora y exige que su periódico esté en su puerta a las 5.30 de la


madrugada, así lo lean a las 10 o simplemente no lo lean; gracias a
la abundancia de niños que asisten a fiestas por montones y hay que
cuidarlos por horas para evitar que se fracturen o se maten haciendo
todo tipo de locuras; gracias a la ley de la gravedad, que obliga a que
todo lo que suba, baje y caiga, y estando allí, en el suelo, tengamos
que agacharnos para recogerlo y botarlo; gracias a que podemos hacer
gestos con la cara y con las manos para comunicarnos con la gente,
evitando así tener que hablar en ese idioma tan molesto de aquí, el
Inglés; gracias a la extensión de la tierra y de la Florida que nos pro-
vee de eternos recorridos desde donde sea hasta donde sea; gracias por
los parqueaderos monumentales que no dejan ningún coche sin su lugar,
y así luego caminar cuadras y cuadras para llegar al destino deseado;
gracias a que hay gente indelicada que obliga que contraten personal
de seguridad para cuidar en las noches stand con computadores en un
show; gracias al cariño desenfrenado de las fans por sus artistas, que
en los conciertos logran que uno prácticamente se desnuque evitan-
do que suban al escenario; gracias a los tapetes que permiten que la
gente los pise y los ensucie sin temor de maltratar el suelo.

Agradezco inmensamente al aparato digestivo, que obliga en muchas


ocasiones a los clientes a hacer sus devoluciones líquidas y sólidas en
los baños de las estaciones de gasolina, o en cualquier sitio en gene-
ral, para así cada vez tener que asear dichos íntimos sitios y dejarlos
presentables para el siguiente comensal.

En fin, gracias a los que me faltan, pues si sigo, la lista sería más
extensa que el libro mismo. Al único que no le agradecemos, es a
Bin Laden, el hombre más buscado del planeta, que tras su horroro-
sa demostración de odio, nos complicó aún más la vida a los inmi-
grantes latinos que llegamos, estamos llegando o van a llegar a este
extraño país, sin importar si fue por tierra, mar, aire, o por el oscu-
ro y terrible hueco.

En todo caso y de Nuevo lo reitero, que Mi Dios les pague. Sin


ustedes no habría podido ganarme ni un solo billetito verde.

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II
MIS MEMORIAS
(ANTES DE QUE SE ME OLVIDEN...O…)

2000 - Hasta que pueda…

Las manos bloqueadas y la mente libre, azul, despejada, afligida,


sonriente, derramando un sin fin de sentimientos y vivencias que quie-
ren ser traslados al papel, para que de una manera articulada y racio-
nal (aunque también irracional en las mejores ocasiones), el lector
perciba lo que este ser, este humano, este proyecto de escritor inte-
rior, quiere a ustedes compartirles y aportar.

En este momento, -el de la trascripción-, cuando el cerebro dicta


y la mano no le iguala en velocidad su ritmo desbocado, incógnita
se me hace el saber cuantos capítulos contendrá este compendio lite-
rario de mi vida y como diablos será su desarrollo.

Quiero volar en el texto y navegar en las imágenes; las buenas, las


que duelen, las que vuelven a doler (y como duelen) y las de la USA,
las del norte, las que tocan la fibra profunda del cuerpo y rayan el
alma, a esas principalmente que aun no encuentro donde ubicarlas
porque no sé si ameritan un libro, un atlas, unas líneas o un suspi-
ro; a esas con ímpetu, con amor, con miedo, con risas, con pasión,
con cansancio, a esas... antes de que se me olviden... o que me depor-
ten si no me otorgan el asilo…

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III
A QUIEN CORRESPONDA
¿Piensa usted venirse a vivir a la USA y del todo? ¿Es usted un inmi-
grante radicado en los Estados Unidos y desde hace rato está persi-
guiendo el sueño Americano? ¿Tiene usted un trabajito de medio
pelo en su país, estable pero con unos ingresos que le producen más
ansiedad que calma y siente quizás que si se va para la Usa, conse-
guirá un trabajo de pelo completo? ¿Conoce usted a alguien que esté
a punto de hacer maletas para desplazarse a Norte América para ini-
ciar una mejor vida? ¿Está indeciso y no sabe si quedarse y luchar allá
en su patria con esa inseguridad y violencia tan tremenda o ensayar
y correr el riesgo aquí? ¿Está usted loco, cree estarlo, o los que lo
rodean le aseguran que lo está?

Pues si contestó afirmativamente a cualquiera de los anteriores inte-


rrogantes, este libro, esta suma de vivencias lo ayudará a vislumbrar
un posible y agotador futuro; le servirá como consuelo, si descubre
que lo que yo aquí narro, usted ya lo vivió en su vida propia o en la
de sus familiares y amigos; lo apoyará para discernir quien es el que
alberga la locura, o en su defecto, lo alertará y ubicará dentro de un
contexto real y complejo de lo que es trabajar y vivir en los Esclavos
Unidos, como se conoce este país, ayudándole a que tome finalmen-
te la decisión si no la ha tomado ya, siendo usted como me lo ima-
gino, un inmigrante típico de “No English, No papers, Nobody”.

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IV
UBIQUÉMONOS:
GLOSARIO DE LA VIDA AMERICANA
Bienvenidos a los EUA my friend, es decir, prepárese porque usted
vivirá En Un Acelere que jamás imaginó. Bajo la lupa del idioma
extranjero, no es muy lejana su equivalencia ya que usted oirá segu-
ramente al llegar - Welcome to The U.S.A., leáse como Unlimmited
Sense of Anxiety e interprétese como sensación de ansiedad ilimita-
da; Usted Sufrirá Aquí; usted no volverá a dormir como antes, usted
no volverá a trabajar como antes, no vestirá como antes, no estará
tan limpio como antes, no comerá como antes, no descansará como
antes, usted en sí nunca será el mismo de antes. La ansiedad será su
nuevo cónyuge y el acelere se convertirá en su nueva vestidura.
Incondicionalmente donde quiera que vayas tu, el, nosotros, ellos y
todos los que decidan aventurarse en esta vecindad del norte, pade-
cerán en Mayor o aun Mayor escala estas curiosas sensaciones.

He descubierto en estas tierras, que múltiples canciones, términos,


frases y modismos han tenido su origen, inspirados en el desarrollo
de actividades laborales y de la vida cotidiana. Algunos casos típicos
con toda certeza pudieron haber ocurrido o nacido así, o pudieron
ser concluidos por seres como el autor y sus amigos en los primeros
pasos por este país.

Este glosario no lo encontrará en orden alfabético, y no sé si estaré

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violando alguna norma o ley al respecto, pero este, mi glosario, lo


leerá en el orden en que se me fueron presentando dichos descubri-
mientos y situaciones; así que si usted es muy afiebrado por el a, b,
c, d… le voy pidiendo disculpas, pues por ahora se jodió.

Sueño americano: Desde temprana edad, por mis oídos


empezaron a circular frases donde se incluían o sugerían las
bondades del sueño americano. ¿Que sería esto? ¿Acaso allí
se cumplían todas las aspiraciones y deseos de los hombres?
¿Las ambiciones más intensas se convertían en realidad en
América? ¿En los Estados Unidos, el grande del norte? Se escu-
chaban rumores con acento mexicano y Latino. La radio y
la televisión hacían frecuente mención del suculento platillo,
invitando subliminalmente al campesino, al que poco o
medianamente tenía, a emigrar al norte, a luchar y a encon-
trar lo propio, lo merecido.

Esa fijación, la del sueño, permaneció en mi mente por lar-


gos años tratando de ser comprendida, y es ahora, luego de
transcurrir estos meses, donde mi grupo cercano y yo, per-
sonalmente, a cabalidad hemos comprendido su significado.
No es mi propia conclusión; es la de todo un pueblo de ami-
gos y visitantes.

El Sueño Americano es un estado del cuerpo. Es básicamen-


te una somnolencia profunda y unas ganas de dormir perma-
nentes, motivadas por el descomunal cansancio generado por
las características de las labores ejecutadas por los nuevos aquí
arribados. Mis amigos, para mí, el sueño americano, ya se
me cumplió; es más, este sujeto me persigue por donde quie-
ra que vaya. El sueño americano lo siento en el carro, en la
casa, en el trabajo, en las mañanas y en las cortas noches, en
las reuniones, cuando estoy solo, cuando estoy acompañado,
en fin, este sueño americano no es cuestión de hacer una sies-
ta. Necesita dormir de verdad.

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Dieta Balanceada: Es curioso el apogeo reinante en cuan-


to a la modificación en las costumbres alimenticias existen-
tes. Este país no es lejano frente a esta modernización. Se
escuchan fórmulas mágicas, combinaciones jamás sospecha-
das, recetas para el consumo del número ideal de calorías, según
el espécimen, su edad y su peso, con el fin de mejorar el ren-
dimiento y el desempeño del humano, según su alimentación.
A nuestra llegada, rápidamente fuimos imbuidos, llevados casi
sin darnos cuenta, a formar parte de las nuevas estadísticas
y las nuevas formas de alimentarse. Quizás fue desde el pri-
mer trabajo formal en que me desempeñé, y en conjunto
con mi esposa, que decidimos, o es más, nos vimos obli-
gados por las circunstancias, a acogernos a un plan riguro-
so de dieta balanceada.

Considerando el apuro mañanero, las distancias entre el hábi-


tat y los lejanos sitios de trabajo, era imperativo en nuestro
caso, preparar alimentos de toda clase o comprarlos en el cami-
no dependiendo del itinerario, para ser ingeridos durante el
desplazamiento vehicular. El balanceo de la dieta o el equi-
librio llamémoslo mejor, consistía básicamente en desayunar,
almorzar o cenar en el auto, sin dejar caer comida en él, ni
derramar líquidos sobre los tapetes y asientos, mientras se con-
ducía a 100 kph por el ‘express way’. La dieta es práctica-
mente igual para el que conduce y para el copiloto, con la
diferencia, de que la del primero es un poco más equilibra-
da, dado que sólo puede utilizar una mano para solventar su
alimento. Son funciones claras del copiloto, estar súper
atento y presto a recibir lo que el conductor lleve en su mano
derecha, cuando una situación vial de emergencia lo ameri-
te. Tener el termo del café con la boquilla abierta y en su
sitio, la salsa de tomate para las papitas, junto a la palanca,
la gaseosa y su pitillo al alcance, las servilletas para despejar
los excesos en el rostro, donde siempre, y finalmente y con
rapidez lograr que el sándwich y la hamburguesa estén desen-
vueltos sólo hasta la mitad para evitar el vertimiento de su

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contenido en sitios indebidos y ajenos al estómago. Como con-


clusión, y dependiendo estrictamente de lo balanceada y
equilibrada que sea su dieta y la de su copiloto, deberá impe-
rativamente incluir en ella, en la dieta, productos para la lim-
pieza del auto, tales como ambientadores, desengrasadores de
cojines, y quitamanchas para tapetes y asientos.

Dust in the Wind (Polvo en el viento): - Canción - Década


de los 70, posiblemente compuesta en un verano mientras
el autor lijaba un techo de proporciones descomunales tre-
pado en una escalera, lijadora eléctrica en mano, la cabe-
za en alto, en una mansión ubicada en Miami Beach. Cabe
anotar que el autor hubiera añadido una estrofa adicional,
siendo allí más explícito en cuanto a los efectos del polvo
en el viento y su recorrido alegre por los ojos, la boca, las
orejas y el cuerpo del propio autor y de su coro acompa-
ñante. La canción finaliza con una tonada melancólica segui-
da por una tos seca y profunda acompasada por un par de
estridentes estornudos.

Se me acabó la fuerza de mi mano izquierda: - Canción


- Ranchera popular Mexicana. Con toda seguridad fue ins-
pirada en un sitio muy similar al anterior. Esta tonada a
su vez, tiene aires de la sierra, pero de la sierra eléctrica usada
para cortar decenas de ramas de un pino que la naturaleza
frondosamente dotó, y que a los dueños de casa y a sus veci-
nos con desdén estorbó. Se desconoce porque el autor solo
incluyó la pérdida de energía en la mano izquierda y no en
ambas extremidades, ya que las posiciones adquiridas col-
gando de una rama para cortar otra más y cargando una
sierra de 15 kilogramos de peso, bien lo hubiera amerita-
do. Podrán ahora entonces asimilar, y con toda seguridad
entender, el por qué de ciertos estribillos en las rancheras
mexicanas, donde su comienzo o final incluyen las dicien-
tes palabras Ay... Ay.... Ayaay...

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Por el trabajo no se preocupe. Aquí tenemos espacio para todos.


Ingenieros de Sistemas, comerciantes, Banqueros, administradores, con-
tadores, Abogados, médicos, tecnólogos, bachilleres e inclusive seres
humanos como usted o como yo. Las labores o la profesión que desem-
peñó en su vida anterior - antes de su desplazamiento - requerirán
de terapias hipnóticas de regresión para lograr revivirlas o ejecutar-
las en este territorio, al menos en el comienzo. (Si usted se descuida,
dicho comienzo puede variar en elongación entre 6 meses y 25 años
según lo he podido corroborar).

El inglés no es necesario para nada. Está demostrado y usted podrá


comprobarlo cada momento cuando se encuentre compatriotas de ori-
gen Mexicano y de ahí pa’ bajo, que llevan más de 15 unidades anua-
les disfrutando de las generosidades de este gigante norteño, donde
su vocabulario anglosajón no asciende a más de 12 miserables pala-
bras. Si usted además osa preguntarle al sujeto, ¿Cómo así que lleva
más de 10 años en este país y no habla inglés? y el mismo sujeto se
sonroja, se le brotan las venas y en fracciones de segundo se trasfor-
ma y le manda un zurdazo a su mentón, sin mediar palabra alguna,
no se extrañe compañero, bienvenido a los Estados Unidos. Siga
hablando español. Millones de indocumentados no pueden estar equi-
vocados.

Hay más actividad sexual en el Vaticano. Aquí, en la USA, el sexo


no es importante. La vida de pareja alcanzará unos niveles tan eleva-
dos que esta tradicional actividad tan controvertida pasa a un plano
astral. Es decir, sólo si usted tiene la capacidad de desdoblarse y salir-
se de su propio cuerpo podrá practicarlo.

Después de jornadas de 15 o 16 horas diarias donde usted tuvo opor-


tunidad de ejercitar músculos que jamás sospechó que existieran, hasta
que el dolor en ellos le demuestra lo contrario, y llega usted a la casa
minutos antes que su esposa, la cual también se hallaba desempeñan-
do por igual sus quehaceres para lograr el sustento, y usted entra al
baño para desocupar la vejiga que por horas no tuvo oportunidad de
descargar, y en ese instante, usted agarra al pequeño individuo que

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está entre sus piernas, con la mano y mirándolo a la cara le pregun-


ta: ¿vos a que viniste a este país? Y él, encogiéndose un poco más aun
le dirá sin parpadear: Pues a orinar mí hermano; o ¿qué cree? Para
que gastar energías en esas actividades sexuales, sabiendo que las puede
guardar, las energías, para el día siguiente derrochándolas cargando
equipo pesado, lavando carros, recogiendo basura, pintando edificios,
limpiando casas, vigilando conciertos, cuidando niños en los parques,
manejando cientos de millas, empujando aspiradoras, cargando tape-
tes, vendiendo mercancía, repartiendo periódicos, cortando árboles,
podando estadios, desocupando contenedores, repartiendo pizzas, lavan-
do loza, lijando techos, haciendo trasteos y tantas otras opciones vigo-
rosas que nos brinda este país, ¿cree usted que hay espacio para algo
más? Forget it.

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V
A TIRAR PERIÓDICOS A LAS 3 DE LA MAÑANA
Fue mi primer día en la USA de la nueva era de mi Segunda vida.
Llegamos de Colombia mi esposa y yo a casa de mis cuñados. Casi
dos años sin vernos generó grandes expectativas y emociones.
Superlativo encuentro, lágrimas, besos, abrazos, narraciones, pero eso
sí, acostada a las 10.30 p.m. pero sin demora y en un par de horitas
más, levantarme con mi cuña para vivir en un rato mas, lo que él,
Ivancito, mi cuñado querido, por más de 12 meses había experimen-
tado sin detenerse a reposar.

A las 2.30 de la madrugada, con los ojos pegados del lagañero


y que yo sentía que apenas hacía minutos acababa de cerrar, ya
enfilábamos camino por las solas carreteras para dirigirnos a
nuestro destino laboral, - Las instalaciones del rotativo floridiano
Sun Sentinel.

La misión, que ya por más de un año el cercano familiar había deci-


dido aceptar, a cambio de recibir una contraprestación material, con-
sistía en separar, intercalar, enrollar, embolsar, almacenar (en el autito
propio), y lo mas crucial, distribuir y entregar diariamente en las dife-
rentes direcciones indicadas, cuatrocientos (400) ejemplares matuti-
nos antes de que rayara la luz del sol.

Llegamos al recinto a las 2.45 de mi primer amanecer. Ya en el

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parqueo se notaba la creciente actividad. Camiones descargando,


amanecidos deambulando. Adentro, mi cuñado, el periodista oficial
(pues yo sólo era su ayudante y aprendiz) se saludaba alegre con dece-
nas de corresponsales enviados por agencies de diversas nacionalida-
des. Latinos en su totalidad, indocumentados en igual cantidad por
regla general. Que geográfica casualidad.

Ahora sí, a reventar inglés con el supervisor de turno. Hi, Hello


le decía Iván, y hasta aquí no mas el dialogo bilingüe campeón, por-
que a partir de allí y hasta cuatro horas después, no habría ni un
Segundo de paz, ni sería necesario abrir la boca, a no ser con excep-
ción para dejar escapar un suspiro o expeler un sonido digno del esfuer-
zo al manipular los elementos con los que laborar.

Cada corresponsal poseía un cubículo armado en Madera sin pin-


tar, su toneladita de periódicos para intercalar, es decir colocar en orden
las secciones a, b, c, d, e, f….. y vaya que por un pelo se les queda
cortito el abecedario a estos gringos derrochadores de papel. Una vez
puestas en su lugar, las hijuemil fracciones del matinal, se procedía a
enrollar el ejemplar. Tocaba presionadito, apretadito y sobre todo,
¡ligerito papito que faltan 250 más! Seguía entonces la condoniza-
ción del matutino, es decir el embolsamiento del rollo en su chuspa
plástica de rigor, para lograr que este, el diario, conservara su forma
y su presentación protegiéndose de las inclemencias casi tropicales que
se presentaban con regularidad en más de un amanecer. Se sobre entien-
de que la protección era sólo para el preciado ejemplar y no para el
periodista o lanzador…

345…395,396..399, 400 pufff. Por fin. Ahora a empacar los espe-


ciales, o sea la prensa para los suscriptores que les gustaba que su ejem-
plar llegara a sus pies, pero con una etiqueta adherida resaltando su
nombre y dirección.

El vagón para transportar el material, yacía a nuestra diestra, listo


a prestar su servicio de intermediario del acarreo, desde aquí, de la
mesa de trabajo, hasta el lugar de trasbordo manual, en el parquea-

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dero donde una hora atrás habíamos estacionado el vehículo para cum-
plir a cabalidad nuestra enmienda cultural.

Luego de arrastrar el vagón con la rueda chueca por toda la insta-


lación, acomodamos al llegar, 200 ejemplares en el maletero y la posta
restante en los asientos y el piso de atrás.

El libro, el fólder empresarial, en cuyo interior reposaba la ruta y


señalización de todas las moradas, viviendas y sitios donde se debía
entregar para este sábado en cuestión, ya había sido delegado y
actualizado por el supervisor con antelación.

¡Ahora sí mi querido Iván, hágale a lo que vinimos y a lo que usted


bien sabe hacer, que yo aquí estoy listo y muerto del sueño para apren-
der! Con qué clase de Taxista me había montado yo. Lo único fami-
liar para mí de todo aquello, pues era Iván, y eso que estaba
cambiadito, porque de resto, es decir para las direcciones, y para el
manipuleo no distinguía ni mierda.

Ventanillas abajo, fue la primera instrucción del avezado conduc-


tor, comunicador social y lanzador. Llegamos a la zona requerida.
En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, este hombre, mi gran
cuñado, manejaba el timón, pasaba páginas de su manual para ubi-
car la dirección exacta de la repartición, porque eso si y para que se
me concentre en la lectura, había casas de semanal suscripción, las
había de Lunes y miércoles, Viernes y sábados, sólo los domingos,
Martes y Jueves, y eso que sin incluir las cancelaciones y las nuevas
suscripciones; es decir esto de memoria no lo hacía ni Mandrake, pero
si muy bien mi súper pariente Iván. ¡Que fue aquello señoras y seño-
res! Sin darme cuenta, este superman boleaba periódicos a dos
manos, o sea a dos ventanillas, con el carro andando, pasando pági-
nas en su control y sin perder el sentido de orientación.

Los matutinos tenían que ser lanzados con gran precisión. Debían
caer justo en el sitio especificado en el manual del suscriptor. (Portal
de la casa, entrada al garaje o antejardín), porque sino este craso error,

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se convertiría en “complain,” es decir descuento y castigo monetario


por parte del patrón en el salario semanal asignado al Journalista en
cuestión.

Mis primeros lanzamientos fueron dignos de ponerse a llorar. El


periódico al lanzarlo se negaba a salir del automóvil. Me golpeaba con
el techo, con el paral, y en varias dolorosas ocasiones con la cabeza
del conductor. Los que milagrosamente lograban abandonar el
carruaje, aterrizaban mal, por lo que implicaba parar, salir del coche,
recoger el matutino y arrojarlo esta vez a su debido lugar. Con cer-
tera convicción, digo que grandes beisbolistas y peloteros de este país,
ejercitaron sus brazos en miles de amaneceres ejerciendo esta dura pro-
fesión.

Llevamos 200 entregas. Parada. Salga del auto, abra el baúl y sur-
tamos de Nuevo la despensa y el mostrador. El sol amenaza con salir.
Si aparece ese verdugo antes de darle de baja a la montaña que tene-
mos atrás, el hermano de mi esposa corre peligro de perder su con-
tratación, por estar adiestrando a este torpe escritor.

Que barbaridad. Las 5 a.m. ya. Estamos como ´colgaitos´ mi her-


mano. Entra entonces mi pariente a hacer gala de su valía y cono-
cimiento geográfico acelerando a millón la distribución. Estos
déjenmelos a mí, me decía él: toca subir a este condominio, sin ascen-
sor eso sí, a los pisos cuarto y quinto para arrojar un buchado más.

Entre tire y tire, aparecían las direcciones que requerían lanzar ejem-
plar marcado para el dueño tal o pascual. El mismo periódico, la misma
información, la misma bolsita, pero con un adhesivo que hacía único
a su suscriptor. Si se lanzaba uno de estos con etiqueta equivocada,
tenga entonces Iván su “complain”; diferente modalidad pero casti-
go patronal igual.

La claridad se perfila en el horizonte, y en el asiento de atrás se vis-


lumbra que habrá que redoblar esfuerzos para culminar. Quisiéramos
ser dioses, para evitar la salida del sol. Que angustiosos momentos

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los finales (y los iniciales por supuesto también), pero en estos últi-
mos, luchando contra el movimiento de la tierra que peleaba por hacer
asomar ya a nuestro astro rey, y nosotros con ese afán… que desfa-
chatez.

Lo logramos mi hermano. Cayó el último ejemplar y el mono bri-


llante perezosamente salió.

6.14 a.m. Ahora y al fin de la maratón, un merecido café en algu-


na estación de gasolina de la región. El periodista, a continuación,
luego de este merecido break, se dirige con el perplejo y soñoliento
aprendiz impulsador de noticias, derechito al hogar. Ducha, desa-
yuno, siesta de 12 minutos y agarre de nuevo el carruaje para enfilar
baterías al trabajo normal en su carpintería habitual y cumplir con
su horario de 8.30 a 5 de la tarde. La distancia que lo separa de su
diurna labor, será el único tiempo del cuál dispondrá para que su
cuerpo, sus brazos y manos en especial, puedan reponerse del esfuer-
zo soportado en este y en los anteriores trescientos y tantos amane-
ceres más, preparándose así, para las horas siguientes no propiamente
de meditación.

Los calambres, los dolores en las manos, en los dedos, la artritis gene-
rada por el periodismo Norteamericano no tiene igual. La única y
tradicional forma de mitigar tal dolor, es cuando éste, el producido
por flexionar los dedos cientos de veces para enrollar el ilustrado papel,
es superado por otro mayor, pero esta vez localizado en la cintura y
espalda, causado por las largas jornadas de permanencia en erguida
e incómoda posición, manipulando herramientas que quizás el padre
putativo de Jesús no imaginó nunca operar en su carpintería en Belén.

Gracias a Dios mañana es domingo, pensaba Iván, y el periodismo


no puede parar. La labor dominical asignada al principio de los tiem-
pos por nuestro señor, como día de descanso y reflexión, no fue toma-
da como tal en este alocado país. La levantada y por ende las horas
de sueño se encogían a dos. El volumen para arrojar es casi el doble
de un día normal. La artística tarea de enrollar estos colchones de

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titánico grosor era un castigo supremo, pues cada ejemplar sin exa-
gerar, equivalía al anchor de un directorio telefónico de cualquier ciu-
dad capital.

Los dedos adoloridos de flexionar no podían reposar, y para aca-


bar de ajustar, la torrencial lluvia de aquella madrugada al Sun
Sentinel poco o nada habría de importar. Doble bolsa plástica para
cada dominical, fue la orden superior, no vaya y se vengan a mojar.
Para el agotado lanzador, una capuchita extra sería su único y adicio-
nal implemento laboral.

Ventanillas abajo sin temor. La lluvia arrecia sin compasión mojan-


do y castigando con sus goteras que caen a millón y el Sun Sentinel
presta a cabalidad su gestión. También es recompensa dominical, el
surtir y cargar en dos oportunidades el vehículo en la bodega devol-
viéndose de donde uno esté sin importar la lejanía, dada la cantidad
de suscripciones y el monstruoso volumen de cada ejemplar.

El cansancio, el dolor en las extremidades, el coche emparamado


en su interior así como el cuerpo y alma del lanzador culminan ago-
tados su misión.

Más de 12 meses en esta rutina sin stop. De lunes a diciembre por


igual. Felicitaciones don Iván. El amor a la familia y la amplia nece-
sidad, ponen a prueba el tesón de los terrícolas que dan su vida por
conquistar una mejor en este Nuevo país.

El aprendiz pasó la prueba, pero solo un amanecer por estas lides


desfiló.

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VI
A LAVAR CARROS COMPADRE
Una vida en un día de un hombre en la Usa

El día comienza como es natural para una persona normal del pro-
medio poblacional que tiene que pensar en el sustento de su familia,
es decir con el sonido o llamémoslo mejor, con la sirena que es como
se siente a esa hora de la madrugada, la señal que producen esos relo-
jitos electrónicos de correas plásticas que suele colocar la gente en su
mesita de noche, o en el suelo como es nuestro caso, ya que no tene-
mos mesita de noche.

En solo un instante pasa el cuerpo y el alma del estado alfa de repo-


so absoluto a un estado de grito de la esposa “muévete asqueroso que
nos cogió la noche”.

Todo parece indicar que el día será tan normal como los anteriores.

Luego del protocolo y ritual del baño y el agua caliente que des-
pués de 11 años volvimos a tener, el cuerpo adquiere las energías que
perdió con el infarto de la mañanera sirena.

Desayuno eso sí, no se preocupe que tiempo no hay.


Afortunadamente las distancias en este país son muy cortas y luego
de caminar (trotar) los 80 metros para llegar desde el apartamento al

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ascensor; la cuadra y medía para llegar al parqueadero, abrir el auti-


to, salir del barrio respetando las 25 MPH (y uno con ese afán...) y
de allí llevar a mi linda esposita a su lugar de trabajo en el downtown
(32 kilómetros al sur), utilizando la famosa interestatal I95, que no
obstante sus 5 carriles a ambos lados, se hacen unos trancones que
ni la música de meditación oriental que se escucha en esos momen-
tos, logra amainar esa cosa interior que produce el pensar que se va
a llegar tarde.

Una vez arrojada del carro (mi esposa) se procede hacer el U-turn
léase vuelta en U, y diríjase gracias a Dios por el mismo sitio que venía
pero esta vez 64 Kilómetros al norte, para sin mayor demora llegar
con mi uniforme azul a la estación de gasolina de la Exxon conoci-
da multinacional.

Siendo las 7.57 a.m. (ufff ) el hombre se acerca al computador y


presiona las teclas del punch in (o a marcar tarjeta como en nuestra
tierra). Esos 3 minutos que me separan de las 8.00 a.m. serán los más
apacibles del día.

La bomba (gas station pa’ que le vamos jalando al inglés por pare-
jo ustedes y yo) abre sus puertas, mejor dicho, no las cierra por-
que es 24 horas.

Es una estación sencilla; recuerdan ustedes cuando uno alegremen-


te visitaba la finca de un familiar o amigo, y montando a caballo se
llegaba a una colina, donde el dueño orgullosamente y después de
estar en silencio por unos instantes decía: “Todo lo que se alcanza a
ver desde aquí, es mío” - pues en la Exxon ocurre lo mismo; podrán
así calcular su tamaño. Esta obra goza de 18 islas con surtidores para
que los automóviles tomen su alimento, distribuidas en un espacio
muy cómodo y amplio a los ojos de los clientes, pero no para el que
las tiene que limpiar. Con decirles que para ir de la número 1 a la
18, se podría ir uno en moto y para uno ir del “carwash” al surtidor
número 1, tranquilamente se podría coger un taxi y uno no lo coge
no es por la plata, sino que por allí no pasa ni medio. El lavadero

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propiamente queda en la parte posterior de la estación formando una


U, donde por un extremo llegan los clientes solicitando el servicio,
y al otro extremo se entrega el carro como nuevecito, quedando uno
como un viejecito del cansancio dado el voleo. Al interior de la U,
está la sede administrativa donde se encuentra el supermercado, la
delicattesen y los baños.

A ver como les digo, mi cargo allí es como una gerencia integral
de servicio orientado al carwash. Es decir mientras no existan carros
para lavar, brillar y secar, la gama de actividades alternas es variadí-
sima, es más, llevo un mes allí y estoy escribiendo mis funciones alter-
nas y les cuento que hasta ahora llevo una cantidad inimaginable.

Por ejemplo, les doy algunas apreciaciones, pero de nuevo insisto


en que si no hay vehículos para ejecutar la labor principal, o en sus
intermedios, a uno le asignan misiones como estas:

Recoger las basuritas de los alrededores de la grama. Esto en colom-


biano equivale a irse para la finca que mencionamos párrafos arriba
dejando el perímetro de sus montañas impecables. En la bomba cari-
ñosamente le dicen a uno - hoy te tocó ir a hacer aseo a la pradera...

Limpiar los vidrios del túnel del carwash - Otra faena que no le
quita a uno más de 55 minutos sin parar ya que son 16 láminas vítre-
as del tamaño de la puerta de un garaje cada una.

Podar el jardincito de las afueras o su equivalente de talar un bos-


que como diríamos al sur.

- Cambiar las bolsas de basura y vaciar las canecas. Exactamente


14 canecas situadas estratégicamente y esparcidas por doquier pa’ que
la caminada valga la pena y lograr así recoger la basura representati-
va de 2 barrios enteros.

- Surtir las neveras con bolsas de hielo. Después de sudar como


caballos, el patrón en cualquier momento, hace llamados por parejas

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y con pala en mano, ir al cuarto frío para llenar 30 bolsas con hielo
y desplazarlas a las neveras del delicatessen de la estación. Con estos
cambios de temperatura tan brutales, no me explico como no me torcí
ni me morí de un modo permanente. Esta faena se repetía sin impor-
tar la hora del día o el calor que tuviera el cuerpo. ¡El hielo para los
clientes no podía faltar!

- Aseo de los baños públicos. Cuatro veces por semana y a veces


6, tocaba desarrollar esta asquerosa y diarreica labor, que según ellos,
los esclavistas, era tan digna como cualquier otra. Me armaba hasta
los dientes de trapos, desinfectantes en todas sus versiones liquidas
o en aerosol, escobillones, guantes, y sobre todo me armaba de un
valor para estar dispuesto a enfrentar a todo tipo de maloliente ene-
migo que se pudiera presentar. Me paraba frente a la puerta, mira-
ba a los lados para prevenir el ingreso de un intruso y cagón más.
Ponía todo mi arsenal en el suelo. Me calaba los guantes para evi-
tar contactos directos con el adversario, máscara para nariz y boca;
cuatro minutos de ejercicios de respiración, para estar oxigenado el
cuerpo y la mente al por mayor antes de entrar. El balde me lo
cuelgo en el hombro, en cada mano un atomizador con mis dedos
puestos en los gatillos listos para encarar lo que se venga. A la una,
a las dos y a las tres…De una patada voladora abro la puerta y como
Rambo, por todos lados empiezo a disparar. Al techo, a los costa-
dos, al piso, al lavamanos, a la taza, las puertas, media vuelta y atrás.
Dos minutos después de esta balacera de la desinfección, la densa
niebla generada por los aerosoles no me dejan ver ni respirar. Me
retiro con la misma velocidad que entré. Espero fuera del antro un
corto minuto. Valor, coja aire mi hermano y ahora si, a rematar
los sobrevivientes. Trapos, agua, y Clorox en mano para impeca-
bilizar el lugar. Que es esto por Dios… Apenas empezaba a disi-
parse la neblina cuando vislumbro la caneca medio vacía donde se
deben depositar los papeles de baño y toallas usadas. En sus alre-
dedores y en el suelo, yacen muchas mas que en su interior. Lo único
que concluyo, podría jurar, es que ninguno de estos cagones que
visitaron el lugar, en su puta vida jugó al basket ball. Que punte-
ría tan asquerosa para no encestar un papel en su correspondiente

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lugar. A patadas y con el palo de escoba, los amontono para ence-


rrarlos en una bolsa con los demás desechos tóxicos del recinto. La
gente se orina por los bordes, en el piso, en la tapa, cerca y fuera
de la taza, y ni modo de hablar de los que no sólo van a orinar sino
a hacer lo que en casa no tuvieron tiempo de lograr. Suelto el baño
con intención de despedir lo que allí habitaba, pero no. El nivel
del agua y lo que en ella flota, rápidamente y en espiral empieza a
subir y a girar. Cuando este remolino de cosas indescriptibles se
halla a punto del derrame, debo actuar con agilidad y prontitud.
En veloz contorsión alcanzo un soco y lo meto con precisión para
presionar y empujar todos los seres malolientes que orbitan con len-
titud amenazante la letrina, evitando así una tragedia ecológica en
la estación. Es mi obligación conseguir que la garganta del sanita-
rio se desatore para que pueda ingerir toda esa porquería con sere-
nidad. A escasos segundos del colapso, el nivel comienza a descender
y escucho con alivio el sonido como de gárgaras que producen estos
bichos cuando hacen su correcta y acuosa ingestión. Ahora si, a
secar los excedentes, a brillar las paredes y espejos, a impecabilizar
el sentadero por dentro y por fuera, a ordenar y dejar listos pape-
les, toallas y caneca de basura vacía y en su lugar. Pasan así, entre
olores a frambuesa del ambientador, orines de usuario sin puntería
y recuerdos de una mala digestión, otros 50 minutos de mi antihi-
giénica y casi diaria labor. Salgo a respirar, a cambiar de ambien-
te para en 20 segundos estar ejecutando mi labor principal.

En fin así sucesiva y paralelamente a otras tareas diversas que entre-


tienen al artista se van pasando las horas, pero ahora otra alarma suena,
esta vez es la de un carro que sale del túnel. Las parejas de emplea-
dos están establecidas para atacar la salida de los vehículos. El jefe
con cronómetro en mano se pasea “from time to time” vigilante para
que no pase de 9 minutos el aseo de un carro (no importa su tama-
ño). Nuestras armas, un limpiavidrios y 3 trapos; 2 para el auto y llan-
tas y uno especial para los vidrios.

De una manera sincronizada la pareja le hace un trabajo inicial de


secado a doble brazo a velocidad de aspas de ventilador. Trompa, techo,

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laterales, entrepuertas, baúl, rines (enseguidita hablamos con calma


de esos condenados), llantas y vidrios externos. Quedan entonces 3
minutos para los vidrios internos, echarle vinilo a los asientos delan-
teros y al tablero y por último rociar las llantas con un aceite que da
un brillo especial. El carro sequito y uno queda emparamado del sudor,
pero fresco que ahí vienen otros carritos más. El día de mi debut,
nos tocaron 115 vehículos para 4 parejas. Afortunadamente el hora-
rio es muy cómodo y hay tiempo para todos. De 8 a.m. a 7 p.m.,
con una hora de almuerzo que esta es la fecha en que no hemos podi-
do saber cuándo nos toca. Mi récord de alimentación lo he ido mejo-
rando y creo que ocupo entre el cuarto y quinto puesto en el grupo.
Para almorzar normalmente el tiempo varía entre 7 y 12 minutos y
para la digestión he tenido desde fracciones de segundo, es decir con
el último bocado en la boca masticándolo y agachado limpiando unas
llantas grasosas, hasta 4 minutos que es algo glorificante que casi sien-
to que hasta hacer la siesta podría.

He aprendido que para hacer la digestión no es necesario reposar


o salir a dar un corto paseo caminando, sino que es suficiente con
secar y limpiar una Dogde Ram 150 de doble cabina en 6 minutos.

Cuando por mera casualidad le entran a uno ganas de devolverle a


este país lo poco que se ha tenido tiempo de ingerir, es placentero
salir como un rayo para el baño que queda justo detrás del carwash.
Los compresores gracias a Dios quedan allí y con este oído que el señor
nos dio, se logra diferenciar el sonido que emiten las mangueras de
presión al entrar un carro al túnel. Para cuando este sonido se ha dis-
tinguido, ya el pantalón debe estar abajo, y el estómago eso sí, debe
estar ya ejerciendo una presión de 100 psi sobre los intestinos para
que el parto se acelere y se puedan aprovechar los 40 segundos
siguientes antes de que silben los motores de los grandes secadores
de aire, que es la última señal que indica que el coche sale del túnel
y uno como chofer lo debe terminar de extraer para estacionarlo y
obtener su secado y acabado. Para dicha señal, ya el usuario debe tener
recortado los 3 (máximo 4) piezas de papel higiénico con los cuales
deberá hacerse el barrido exitoso de los sobrantes en la cola, dejan-

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do así los últimos 15 segundos para subirse todo lo que estaba abajo,
meter la camiseta, secarse la cara del sudor de la fuerza que se hizo y
el atroz calor que se soportó, salir corriendo con una sonrisa y los 3
trapos en el hombro a montarse al Lexus que justo en ese instante
asoma su trompita por los rieles eléctricos fuera del túnel. Ha sido
aquí donde he descubierto que es increíble el desperdicio de tiempo
y el desgaste que yo solía utilizar en el baño leyendo la prensa o con-
dorito durante 55 minutos, sabiendo que en ese tiempo alcanzaría a
secar 12 automóviles y 4 Vans.

Hay momentos del día en que estoy seguro que cuando Jesucristo
dijo “Te ganaras el pan con el sudor de tu frente...”, el hombre esta-
ba dirigiéndose a un grupo de inmigrantes latinos que tenían inten-
ción de trabajar en los Estados Unidos. Adicionalmente le faltó
agregar con el sudor de tu frente, tus brazos, tus piernas y tu culo.

En la Exxon todo hay que hacerlo rapidísimo y bien hecho. Si usted


no tiene nada que hacer, la idea es que lo haga también lo más rápi-
do que pueda, para que si lo ven, vean que usted no hace nada pero
lo esta haciendo ligerísimo. Obviamente estos momentos no los hemos
conocido todavía pero ya estamos advertidos.

Las horas, el cansancio, los carros y las gotas de sudor van transcu-
rriendo hasta darse con el suelo.

Ahora si, retomemos lo prometido y profundicemos algo sobre los


rines y los vidrios interiores traseros de los automóviles. En cuanto
a los primeros, estamos montando un sindicato frente a los rines de
los BMW, y sin temor podríamos asegurar que el diseñador es un com-
pleto desgraciado y desalmado que jamás imaginó que estas piezas
circulares se iban a ensuciar, como si los carritos fueran a rodar sobre
tapetes o a estar expuestos en museos. Hay unos rines que tienen
tantos agujeros que parecen un toldillo para zancudos; los dedos se
chocan y se atrancan en sus intrincadas redes provocando lesiones meno-
res y dobladuras como las que ocurren a veces jugando basket cuan-
do el baloncito se va directo hacia un dedo extendido. Es casi un placer

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ver como la grasa y la mugre se amontonan por doquier en esos rines


y lo triste es que el dedo no cabe por doquier, al menos en estado
ileso. Trabajar y cumplir con los 9 minutos en estos vehículos es todo
un reto, y eso que las últimas estadísticas dadas por el manager sugie-
ren que la marca debe regularse a 3 minutos. (Está loco de remate el
maldito).

En cuanto a lo segundo, los vidrios traseros, hay algunos vehícu-


los que para limpiarlos en su parte interna, requiere que el sujeto sea
contorsionista de profesión, o que al menos tenga un familiar cercano
dedicado a tal lid. De todos modos entre secar dicha ventana y lograr
salir del vehículo sin quedar lesionado, he aprendido 17 nuevas posi-
ciones que en el mundo de lo sexual han sido de cuantiosa valía.

El oído se acostumbra tanto, que particularmente en el edificio donde


vivo, los ascensores producen un sonido de viento similar al que se
oye a la salida del túnel, obligándome en ocasiones en las noches a
pararme de un sobresalto de la cama, coger un trapo y salir a buscar
para secar un carro. Es más, desde hace un mes ya no uso pañuelo,
sino un trapo para limpiar vidrios y ya no uso loción sino windex.

El día concluye y para descansar hay que entrar todos los equipos,
organizar y dejar preparado todo para la faena siguiente, acercarse al
computer, presionar el punch out, buscar el autito y manejar 50 minu-
tos para llegar a casa, tomar un baño y caer desmayado para esperar
nuevamente el melodioso sonido del reloj al amanecer.

Por ahora cortamos porque ya vienen más coches...y que Dios los
perdone porque yo no puedo.3

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VII
LA MUGRE, LA INMUNDICIA Y LOS LATINOS
Esta vez la cita fue para los tres amigos. René, mi pana, Olguita
su esposa, y el presente narrador, fuimos requeridos con urgencia
por la compañía MBI, de la cual nunca conocimos el significado de
sus siglas, pero si las intenciones del tipo de labor para ejecutar.

Sitio de encuentro, el Miami Convention Center, equivalente al


Corferias de Bogotá, al Palacio de exposiciones de Medellín o de cual-
quier ciudad capital. La fecha, la más caliente del mes de Agosto; la
hora de inicio las 10 de la mañana con jornada proyectada de 12 a
14 horas diarias por los próximos cinco días, duración total del even-
to que en el alba siguiente se inauguraba.

Estamos hablando del Home Show, uno de los certámenes más reco-
nocidos en el que se dan cita anual en la Florida más de 500 expo-
sitores, representantes máximos de las líneas de hogar, construcción
y decoración.

El atavío, el atuendo sugerido por los patrones, para nosotros los


peones en el show, serían Jeans, camiseticas livianas y tenis de cual-
quier color. Todo parecía indicar que esta nueva aventura laboral,
adquiría matices de típico paseo veraniego y de folklore.

Llegamos puntuales. En el pabellón C, a 7 cuadras del sitio donde

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pudimos dejar el carro parqueado. (Ya empezó la caminadera, y no


hemos iniciado, pensábamos los tres). Allí estaba él, Joaquín, nues-
tro Costarricense supervisor, para velar por la pulcritud total del even-
to. Que alegría; esta feria prometía ser inolvidable. Acceso gratis;
podríamos deambular visitando expositores y quizás hasta nos sobra-
ría tiempito para derrochar en algún antojito o dos.

Que ingenuidad la de estos seres humanos que bien dispuestos se


hallaban a devengar un merecido jornal.

Nos plasmó Joaquín, en el pecho, unos sellitos blancos que nos hacia
merecedores del libre albedrío en cuanto a entrar y salir del centro
de convenciones, indicándonos que lo siguiéramos a continuación.
Pasamos la puerta de acceso para los expositores y empleados, junto
a un muelle de concreto, sitio ideado para que los grandes camiones
cargados, descargaran todo lo que el público 24 horas después,
podría apreciar en máximo esplendor, de un modo limpio, organi-
zado y muy bien estructurado.

Entramos al lugar. Era un sitio inmenso, descomunal. Había cua-


tro grandes secciones que habían sido unificadas para tal show, abar-
cando un área de 20.000 m2, que innumerables veces sin saberlo
todavía, íbamos a recorrer.

Caminamos con el súper (visor) por unas rampas ya en el interior,


llegando a una bodega donde MBI, nuestra empresa, almacenaba los
implementos de trabajo, los útiles de oficina que iríamos a utilizar.

Cada persona salió con su higiénica dotación. Una escoba grande,


una pequeñita (que dolor de espalda prometía), un recogedor de basu-
ras y bolsas negras utilizadas para tal gestión. Como extra, a cada
individuo se le asignaba un vehículo, para que en una forma rodan-
te acumulara los desechos del show. Los carritos, eran unos vagones
en forma de bañera, de dos metros de largo por uno cuarenta de ancho
y un metro veinte de profundidad. Su color, gris, su olor indescrip-
tible en el papel.

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No hubo necesidad ni de mirarnos, ni de tener una bolita de cris-


tal, para observar el devenir que nos atropellaría a continuación.

Durante todo ese día, y la noche restante, expositores y empresa-


rios debían desempacar sus traídos, armar y decorar sus stands, y noso-
tros mientras, debíamos vigilar que por ningún sitio acumulaciones
de basura interfiriera con su laborar; cajas, cajitas, cartones, tablas,
tablones, guacales, plásticos, cintas, papeles, periódicos, icopores y demás
sin demora tendríamos que retirar.

Los tres inmigrantes de la narración, y otros 2 más, con escoba, esco-


bita, recogedor en mano, pusimos pie al asunto empujando nues-
tros vagones para iniciar la mugrienta labor.

Para ubicarlos mejor, imaginemos este centro de convenciones, como


si fuera el downtown o centro de cualquier población. Para nuestro
caso, 12 avenidas y cuatro calles formando una cuadricula tradicio-
nal, donde a lado y lado de cada vía, se alzaban locales con fin comer-
cial. Las avenidas, numeradas en el techo del palacio, en pendones
colgantes que las identificaban con clara numeración 100, 200,
300…hasta la última marcada con 1200.

Como olvidarlo. Nos asignaron los pasillos 700, 800 y 900 respec-
tivamente. Una gran avenida para impecabilizar por las próximas 14
horas y por 4 días en tirón.

A lado y lado de estos pasajes, se hallaban estos infelices generado-


res de basura, o expositores, como técnica e irónicamente se les cono-
ce en la región.

La logística de los quehaceres para realizar podríamos desmenuzar-


la así: Dedíquese usted, nos decía Joaco, a recorrer su pasillo en sus
180 metros de extensión, estando atento que en su permanente deam-
bular, deberá ir amontonando los escombros hallados en su andar,
en pequeñas montañitas, para que cuando termine cada uno de sus
loops (ir de sur a norte por su línea recogiendo las sobras del lado

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izquierdo, llegar al fondo y retornar en inverso sentido pero amon-


tonando las del costado derecho), al llegar al otro extremo, tome su
vagón, previamente allí dejado por usted, y acto seguido y sin impor-
tar si lo que usted tiene entre sus piernas es un pene o una vagina -
como diría mi sobrino el menor-, sea hembra o sea varón, se dedique
a fuerza bruta, a pasar todas las montañitas de basura que por el suelo
dejó, a su cochecito recolector.

Había que ver cómo nos dábamos esas miradas de terneros huér-
fanos entre los tres. Cuando había algo o muy grande o muy pesa-
do, es decir casi siempre, René o yo, o los dos, salíamos al rescate de
su esposita y súper amiga de este, su escritor-recolector, para prestar
nuestra colaboración.

A las dos horas de haberse iniciado este calvario, nos provocaba coger
a escobazos no a la basura, sino a los expositores de la mugre, del desor-
den y la suciedad; parecían magos, haciendo aparecer de la nada, entre
giro y giro de nuestro pesado caminar, cajas y escombros sin piedad
para ser desalojados por nosotros una vez más.

Cuando los vagoncitos estaban repletos de suvenires en su interior,


no vayan a creer que estos por si solos se desocupaban y regresaban
limpios a continuar prestando su función. No, no, no. Para eso habí-
amos venido al mundo el súper René, su esposa y yo. Para empujar
esos condenados hasta el matadero municipal. Nos tocaba arrastrar-
los, a estos cochecitos intermediarios de la limpieza, por unos cuan-
tos pasillos más, y filarlos frente al paredón, para desocuparlos uno
a uno en los compresores hidráulicos de basura que allí nos aguarda-
ban como sin prestarnos atención.

Por turnos tomábamos el volante de los basureros rodantes. Fuerza,


empuje compadre y corra con el cochecito para que con la velocidad
alcanzada, en el instante último antes de tocar el primer comparti-
miento metálico del compactador, tropezara este con un desnivel, pro-
vocando que el infeliz hiciera una flexión, diera media vuelta en el
aire y quedando en suspensión, vomitara el contenido recolectado con

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tanto sudor; lo que la fuerza de gravedad y el impulso no sacaban del


vagón, a mano o con palos y maderos entre el René y yo terminába-
mos la misión.

Luego de cuatro o cinco vagonazos, el compartimiento se llenaba


y entraba en funcionamiento el famoso compactador. Se presiona-
ba un botón rojo para permitir que la hidráulica de la máquina ini-
ciara su aplastante labor; con igual prontitud el auxiliar de operaciones,
es decir, el René o yo, nos alternábamos para saltar, brincar, patear y
empujar la mercancía, la materia prima, el basurero que se negaba a
ser presurizado e impulsado hacia un contenedor mayor.

Esta faena rutinaria de caminar, recoger, barrer, empujar, cargar, botar


y brincar era dantesca. Ya para las horas de la noche, el cuerpo y sus
partes no daban más. Ajustamos la cuota de horas exigidas, camina-
mos las cuadras que nos separaban del transporte y sin decir más nos
dirigimos a la casa para reposar.

Afortunadamente en el segundo día, la hora de inicio convenida


con el patrón era a las 6 del amanecer. Con la siesta nocturna que
escasamente pudimos hacer, completamente recuperados ya de la cami-
nata espacial y de los esfuerzos realizados el día y la noche anterior,
allí estábamos de nuevo los tres, sacando ánimos de donde nadie podría
encontrar.

El camello para los días segundo y siguientes, tenía una ligera varia-
ción. Tocaba entonces con el mismo equipo de oficina asignado el
día anterior, caminar esta vez por absolutamente toda el área del show,
vigilantes, atentos, con la escoba y recogedor en mano, prestos a levan-
tar o limpiar cualquier suciedad.

Cada 20 metros se instalaron grandes canecas de basura, o puntos


de recolección, para que todo lo sobrante fuera cayendo allí, guiado
por nuestras manos y pies. Cada barril iba forrado con su respecti-
va bolsa plástica, y no requiere ningún esfuerzo el lector, para adivi-
nar quien era su colocador.

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Cualquier ejemplar de estos que viéramos rebosante de inmundi-


cia, debería ser por nosotros cerrado, anudado, retirado del lugar y
dirigido donde estratégicamente teníamos estacionados nuestros
vagones como en el día anterior, para arrojar la negra bolsa en su inte-
rior y retornar a colocar una limpia en su lugar.

El show fue oficialmente inaugurado. Primero expositores y algu-


nos visitantes. Fueron pasando las horas y el recinto albergaba mon-
tones ya.

Es difícil describir lo que siente un subgerente bancario, un geren-


te de ventas de almacén, un ingeniero de sistemas ex-director comer-
cial, una gerente zonal de Telecom, un gerente de Texaco, un secretario
de gobierno y miles de latinos más, deambulando por este gran cen-
tro de convención, con su escobita, recogedor y 4 bolsas plásticas de
repuesto colgando del bolsillo de atrás.

Ningún trabajo es una deshonra o un deshonor, pero después de


haber vivido otros de algún rango y alcurnia en nuestra vida ante-
rior, el shock, el fuetazo sufrido en el interior con un tan drástico cam-
bio de actividad, es digno de resaltar.

Así uno se forre el cerebro con ideas de que en este país nadie lo
conoce, que todos los latinos e inmigrantes ejecutivos en su vida ante-
rior, ejercieron actividades como las enumeradas en estas crónicas por
montón, no evitan que se le arrugue a uno el alma y el corazón.

Ver gente bien vestida, admirando, señalando, comprando, cerran-


do ventas, solicitando representaciones, abriendo nuevos mercados,
planeando exportaciones, concretando nuevas concesiones, imaginan-
do líneas alternas, vislumbrando tendencias, buscando disminuir
costos en la producción, y mientras tanto el inmigrante ahí, al pie,
esperando que a un gringo pendejo se le caiga su vaso de whisky al
piso, para en veloz carrera con escoba y recogedor, limpiar y secar el
sector, es una situación que requiere altísimo coraje interior.

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La tendencia a sentirnos inferiores, pequeños, ratonescos, con


nuestra pinta de aseadores, crecía a medida que giraba el reloj. La
cabeza se negaba a levantar; la nuca gacha y el ojo puesto en lo de
abajo, en el polvo, por temor a un cara a cara con esa multitud, donde
fácilmente podrían encontrarse unos ojos de un amigo, pariente leja-
no o compañero de antaño labor.

Por esto era preferible observar sólo a la tierra; de las rodillas de los
caminantes para abajo, los zapatos, los pies, los tobillos, el tapete…
sería esta nuestra especialidad ocular.

De nuevo la noche llega y con ella se acrecienta el dolor; camine,


recoja, empuje, desocupe, arrastre lo sucio del vagón al compactador,
brinque, salte y regrese al salón; hora tras hora se va diezmando el
grupo de limpiadores de aquel centro de convención.

Por fin, el día llega a su ocaso laboral. Usamos como es de espe-


rar, la puerta de atrás del show. 52 minutos de conducción para lle-
gar al hogar sumidos en una profunda reflexión. Casi en estado de
coma, nos quitamos volando al llegar los zapatos, para dejar así a los
pies descansar.

Las manos y pies de nuestra femenina acompañante, para estas altu-


ras, después de ejecutar tan vigorosa y varonil acción por dos días ya,
estaban totalmente destruidas; se reventaban llenas de ampollas y grie-
tas con sangre, como lamentándose al mundo de su dura y nueva fun-
ción. Fue necesario vendarle uno por uno los dedos, los de arriba y
los de abajo, para protegerlos de la faena que les esperaba mañana y
pasado también.

Para el tercero y cuarto día, los cuerpos de los tres son entes ya.
Robots autómatas que pierden el habla y la energía interior. Nuestras
neuronas se adormecen; solo se requiere músculo y resistencia para
culminar la gestión.

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Aparece el quinto día. El último, el más fuerte. El peor. Se acaba


el show, y nosotros, o lo que queda de nosotros, debemos como con-
clusión, dejar impecable el centro de convención, preparándolo para
la futura utilización en otro show o evento más.

Esta vez la jornada se robusteció en horas a 17. La temperatura


era salvaje; como se había cerrado el sitio al publico ya, no era nece-
sario encender la refrigeración, pues era un costo alto, y consideran-
do que pocos obreros quedábamos sumergidos en el gran salón, y que
seguramente, pensarían ellos – los blancos- estábamos acostumbra-
dos a semejante sofocación. Las camisetas transparentaban el alma
por el excesivo sudor. El basurero era universal, infinito. El grandí-
simo salón, sin los stand, se veía desconsolador.

De pared a pared había miles de objetos dejados por visitantes y


expositores por igual. La sorpresa fue que en adición a la recolec-
ción, era obligación arrancar los kilómetros de cintas adhesivas, que
previamente al inicio del show, se habían colocado en el suelo, con
el fin de numerar, y demarcar las áreas para los 500 stands y sus sitios
de circulación. Estas cintas daban las coordenadas donde se debían
instalar los tapetes, para sobre ellos montar el show. Ni siquiera cuan-
do fuimos bebes, gateamos tanto por los suelos. La diferencia radi-
cal, era que en aquella época, papás y familia nos aplaudían y besaban
por nuestro esfuerzo en el cuadrúpedo desplazamiento. Aquí en cam-
bio nos tocaba alzar la cabeza para ubicar el final de la cinta para des-
pegar, localizar la siguiente punta y continuar, vigilados no por
ningún papá, sino por el supervisor, que nos arreaba para no inte-
rrumpir la labor.

En medio del pegote, la mugre y el sudor, transcurrieron las horas


hasta el final. Doce de la noche del quinto día. Fin de la emisión.

De los tres seres que iniciamos tal hazaña, parecíamos uno y medio
ya. Cordial despedida nos lanza Joaquín el supervisor, quien de una
vez nos programa en siete días para el siguiente show.

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Damos gracias al Creador e igualmente le otorgamos su perdón.


Hubo trabajo, sudor y muchísimo calor. Esperamos con ansias los
cheques de remuneración para tratar de que nos mitigue el intenso
dolor; Manos, piernas, pies, rodillas, cintura, brazos, hombros y
espalda resumían los sitios del cuerpo que más requerían recuperación.

De nuevo y con rapidez, el sueño americano invade por completo


a estos sujetos de los pelos de arriba hasta los pies, mientras sin pala-
bras regresamos esa noche al hogar. Ellos, René y Olguita, llegarían
a ver a su hija dormida por supuesto ya, y yo, por mi parte a mi espo-
sa que en el mismo estado horizontal se hallaba rendida de esperar.

Mañana será otro día y sabrá el putas que suerte nos deparará.

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VIII
AGENTE DE BIENES RAÍCES:
A LIMPIAR CASAS SE DIJO
Una llamada en la noche. Un familiar me recomendó en una ofi-
cina del Real State o corredores de finca raíz para que suene más popu-
lar. Entrevista telefónica en Inglés. Luisa era su nombre. Hablé en
español al escucharla, pero me salió Italiana la patrona, o sea que me
dije, retomemos el dialecto anglosajón. A 8 dolarcitos la hora, con
rutina diaria de 9am a 5 p.m., sesenta minutos para lonchar… ajá,
todo parece indicar que el trabajo de oficina que ansiaba volver a expe-
rimentar desde el último similar ejercido en mi Antigua Colombia,
a una noche de distancia, me prestaba a iniciar.

La frase que culminó aquella comunicación, fue una curiosa pre-


gunta que ella lanzó: ¿Tiene usted guantes? No… le dije después de
meditar unos instantes. Pues entonces mañana nos vemos y acto segui-
do colgó el auricular.

¿A qué diablos se refería con esa interrogación? ¿Así serían de pul-


cros en esas instalaciones? ¿Guantes para manejar el computador? ¿Para
digitar? ¿Para saludar estrechando la mano de los clientes? ¡Qué leja-
no estaba yo de la realidad! Pronto estaría resuelto el acertijo inicial.

Como en la entidad solicitaban dos varones de gustosa presenta-


ción, me comuniqué de inmediato con René, mi amigo, que para ese

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entonces gozaba de amplia y angustiante disponibilidad laboral,


invitándolo a participar del festín.

Muy de mañana, estábamos frente a la puerta de nuestro futuro.


Impecables, ropa limpia, cabello lavado, afeitado y con rica fragancia
corporal. En la oficina nos recibió Valerie, la secretaria Americana que
rondaba los cuarenta y tantos ya. Minutos después aparece un gran-
dulón, desorganizado, sucio mas bien, de cuya boca salió un castiga-
do español, concluyendo así que seguramente de Cuba y por balsa llegó.

En un mar de dudas y en simultaneidad, llega la Luisa, la baby, el


sol de la compañía; hubo miradas de atracción. Es casada, con críos,
pero el trabajo promete que nos la llevaremos bien. La rubia le entre-
ga a Cuba luego de cortés saludo, unos papeles, un radio, un peque-
ño maletín y unos guantes, aunque nosotros de todos modos habíamos
llevado unos por precaución.

¡Vámonos ya! fue lo más claro que pudimos escuchar. Afuera esta-
ba listo el camión de la empresa de bien raíz, en el que deberíamos
subir y junto con José, el cubano muchachón, dirigirnos quien sabe
Dios a dónde y para qué.

Nos arrellanamos en el asiento delantero con el folclórico e isleño


conductor. Su radio, el del camión, a todo vapor, señalizado en la
estación Sol 95 de la FM en el dial, dejando escapar una algarabía
tal, que dificultaba aun más, el tratar de entender las instrucciones e
ilustraciones que a los gritos, este provinciano nos intentaba dar. Que
jaqueca prometía la lucha por sobrepasar con la voz, los decibeles de
la emisora de salsa, rumba y ruido de carácter costeñón. A este man
no se le entendía pero nada. Realmente uno no sabía si estaba, hablan-
do, tosiendo o estornudando; todo lo hacía con tal similitud que pro-
metía ser una mas, en la lista de dificultades para enfrentar.

Con los tímpanos golpeados y luego de 35 minutos de transpor-


tación, llegamos a la primera dirección. Era este un barrio donde pre-
dominaba la gente de fuerte color. Había grupos de oscuros ejemplares,

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rondando por el frente, la diagonal y la esquina de atrás donde se encon-


traba la casita donde haríamos nuestro debut en el mundo del true-
que y del bien raíz.

Poco a poco nos fuimos enterando de esta nueva y sucia realidad


laboral que se avecinaba. De las ventas, el trabajo en oficina, de la
nueva vida como corredores de finca raíz, de la manipulación del com-
puter y el Internet, de las cenas y buffets para convencer a vendedo-
res y compradores, cerrar la venta y obtener así la gruesa comisión,
Olvídese papá. Aquí vinimos fue a dejar esta vivienda, y de ahora
en adelante muchas más, en su estado natural; así como la entregó
el constructor a su propietario inicial años atrás. Impecable.

La gente compra viviendas; pide créditos a los bancos y entidades


financieras; la deuda va creciendo y la úlcera también. La mensua-
lidad sube y el ingreso baja, dando así nacimiento al proceso mora-
torio. Este mesecito no alcanzó pa’ la cuotita, este que viene tampoco,
y así al tercero o cuarto ya, los inquilinos blancos o negros no impor-
tando su color, son expulsados de su querido hábitat sin mediar nin-
guna consideración.

Los bancos y usureros a continuación, rematan el bien, la propie-


dad, que a estas instancias y debido al abandono cruel, se encuentra
invadida de toda suerte de fauna roedora, voladora y trepadora tanto
en su interior como exterior. Los jardines, patios delanteros y trase-
ros, llenos de maleza, basuras, escombros y desperdicios depositados
allí por toda la vecindad, que al ver el rancho vacío, lo convierten en
basurero, metedero y cagadero municipal. ¿Y todo esto para qué? Se
preguntarán-, pues para que este par de limpios y desconcertados agen-
tes del bien raíz, usen sus guantes, - ya entendimos el porqué – se
dediquen a revivir el lugar; a convertirlo en un sitio pulcro, limpio,
pintado, motilado, podado, barrido, trapeado, fumigado, esteriliza-
do y reconstruido a la perfección, para que ellos, la baby y su espo-
so, procedan a ofrecer ahora si la higiénica mansión, a otro ingenuo
comprador y moroso potencial, permitiendo así que en unos meses
mas, este par de latinos o unos semejantes quizás, repitan con dolor

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el aseador y desgastador ciclo anterior generado por los mismos moti-


vos de iliquidez evaluados párrafos ha.

No sabíamos que era peor. La encomienda laboral o el vecindario


para vigilar. Nos sentíamos como bichos raros nadando en aguas de
raro proceder; los lugareños nos escudriñaban en retadora y provo-
cativa actitud.

El cubanito poseía la llave maestra para invadir con legalidad la pro-


piedad. Las tareas asignadas por la baby para allí efectuar, abarcaban
diversas ramas, campos y profesiones de la ciencia, donde sólo noso-
tros, los del sur, con nuestros amplios conocimientos y con certero
criterio sabríamos superar; son estas algunas de las labores que den-
tro de aquellos quisiera resaltar:

En Zoología y Medicina forense Animal: Evacuar y hacer el levan-


tamiento de dos cadavéricas ratas muertas y un ratoncillo de la sala
de estar. Cucarachas de diversa raza, telarañas, grillos, insectos y un
hormiguero monumental del patio de atrás.

En Bacteriología: Retirar la materia fecal esparcida y abandonada


con minutos de anterioridad, por un oscuro vecino, que sin darnos
cuenta traspasó la propiedad. La materia, la fecal, la proyectó sobre
una acumulación de vidrios rotos que de modo igual tendríamos que
despejar. El hombre ese se nos había cagado en la casa, y en nuestras
propias narices, como presentándonos su opinión sobre el mundo o
sobre nuestra labor o procedencia quizás.

En Agricultura: Desyerbar a machetazo limpio la circunvalación del


hogar, tupida de gruesa maleza, matorrales, troncos y ramas de árbo-
les que adornaban el lugar.

En ebanistería: cortar y colocar tablones en 6 ventanas y dos puertas,


destrozadas por los habitantes del sector, para cubrir las entradas y evi-
tar que la pocilga se continúe utilizando como tal. (Festines, orgías, tran-
sacciones de ilegal proceder y otro tanto más de sanitario carácter).

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Control Natal: Despachar a escobazos vestigios de algunos orgas-


mos del ayer. Cauchitos abandonados por doquier; elementos pro-
filácticos que frenaron la procreación de un indeseable vecino más,
y que al parecer era el principal uso dado a esta morada desde su desam-
parada soledad.

Mudanzas y trasteos: todo lo que hubiera en su interior y exterior,


en el de la casa, debía desaparecer. Muebles, hornos, neveras en pési-
mo estado, tapetes humedecidos, vajillas, ropa vieja, cortinas, herra-
mientas, en adición a toda la porquería lanzada por la vecindad.

Farmacología y narcóticos: estar súper atentos y no nos fueran a


involucrar en las transacciones que allí dentro y afuera veíamos rea-
lizar. Compra venta de drogas sin cuartel.

El camión de la compañía, además de albergar en su interior todo


tipo de herramientas y maquinaria necesaria para cumplir la poco geren-
cial labor, debía estar preparado (por nosotros claro está) para reci-
bir y almacenar todos los sobrantes, deshechos y desperdicios de carácter
orgánico y artificial descritos en los párrafos que acaba de visualizar.

Ya a las cinco de la tarde, añorando la hora de regresar, con el can-


sancio no podíamos avanzar un paso más. Nuestras vestiduras impe-
cables al iniciar el jornal, al igual que nuestro aroma corporal, habían
sufrido una metamorfosis digna para Kafka analizar.

Nos subimos al camión los tres. El cubano en su rol de jefe camu-


flado era el de menos aflicción. René, mi parsero, y yo, no necesitá-
bamos ni podíamos hablar. La emisora y el volumen no habían
cambiado en lo absoluto a la hora de retornar. A nos ser por la ropa
manchada, las rasgaduras en las manos y brazos causadas por tantas
ramas con espinas y desperdicios transportar, el hueco del zapato (y
del pie) por un clavo sin precaución pisar, los dolores de la espalda
y otros sitios mas, la gente diría sin temor, allí van dos corredores
de finca raíz más.

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El show debe seguir, y el dinero en la casa para pagar las cuentas


no debe faltar. Allí estábamos de nuevo los tres. Era el segundo día
galopando en el camión. Cuba no para de hablar; ya para ese enton-
ces, muchos rasgos de su personalidad nos causaban diversión; par-
ticularmente ese muchachón, tenía una debilidad más allá de lo
hormonal tradicional para un tipo de su edad, 27 años a lo más.
Aprovechándose de la altura del vehículo, es decir, del camión, este
inmigrante tenía una aguda, penetrante e intrapiernosa lateral visión,
que la usaba permanentemente para detectar en las carreteras, duran-
te nuestra movilización, en autos vecinos que viajaran en la misma
dirección, vecinas, damas, nenas que tuvieran excitante o provocati-
va posición; las veíamos, señaladas por él, con minifaldas, shorts, pan-
talón, vestidos con o sin aberturas para mucho su pesar. Piernas cortas,
largas, gruesas, delgadas, espectaculares, peludas, para vomitar, para
soñar, escotes, caras, cuerpos y cuerpos por montón. Curiosamente
mas de un par de tentadoras piernas ameritaron un tantito de perse-
cución y retardo en el cumplimiento de nuestra principal labor.

El sexo para este cubano era su vida, su misión. Todo lo que habla-
ba se concentraba de la cintura para abajo. Según sus comentarios,
concluimos René y yo, al escuchar sus historias de pasión, pero con
sus ojos siempre atentos a la sensual casualidad vehicular, que nues-
tras lindas espositas eran los únicos ejemplares femeninos del sur de
la Florida que con el hombre este, no habían brincado con anterio-
ridad en su colchón.

El camión se hallaba repleto de todos los escombros, muebles, basu-


ra y demás recolectada con un esfuerzo enorme el día anterior. En
las órdenes escritas recibidas a primera hora de ese nuevo sol, apare-
cía la palabra “Landfill” como principal instrucción.

¿Landfill? Lo leí una y otra vez. ¿Sería una finca? ¿Sería un parque
de diversiones? ¿Una pista de autos de carreras? ¿Una zona forestal?
Todos los interrogantes se mantendrían en suspenso mientras gozá-
bamos de la acostumbrada dieta balanceada, pero esta vez desplazán-

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donos en un camión. De los cinco sentidos con que Nuestro Señor


nos dotó, el olfato fue el primero en sugerirnos lo que se vendría a
continuación.

El chofer se detuvo en una pequeña estación, donde nuestro carrua-


je fue sometido a chequeo de peso y contenido de carga. Al frente,
en el horizonte cercano, se alzaba la montaña de mierda más grande
que mis ojos (segundo sentido) han podido apreciar. De allí en ade-
lante los sentidos restantes, entrarían rápidamente en acción según
su especializada función.

La finca, el parque, la famosa pista que creíamos ir a visitar, se resu-


mió en dos palabras: Relleno sanitario, Basurero municipal o Mierdero
Floridiano que creo, sería la mejor descripción.

El olor era insoportable ya. A medida que ascendíamos en espiral


serpenteando por el polvoriento camino en el camión, llegamos a la
cúspide de la colina, de la montaña que por años habían ido cons-
truyendo a base de la acumulación del desperdicio de toda la ciudad.
Grúas y bulldozers trabajando para tal fin. Pequeños tubos de esca-
pe se hallaban por doquier. Eran los respiraderos de la tierra, pues-
tos por el hombre, para que estos gases tóxicos generados por tan puerca
combinación, salieran a la luz, y nosotros, al respirar nos enterára-
mos de la química asquerosa que se generaba bajo nuestros pies, qui-
zás como única alternativa de que el planeta se rebelase, compartiendo
con los humanos su dolor.

Alguien le hizo una señal a nuestro conductor, dando el visto bueno


para proceder a la sucia evacuación. Abrimos las puertas, nosotros nos
bajamos pero entró el olor y el impacto fue mayor. Prácticamente el
último bocado de la dieta se encontraba aún sin digerir, pues acabába-
mos de desayunar. Es aquí donde el tercero, el sentido del gusto, hace
unas arqueadas tratando de hacerse respetar. Queríamos vomitar sobre
el olor. Pero no. Valor que debemos continuar. El sentido del tacto com-
pletó la actuación. Guantes a sus puestos, o sea a calarnos en nuestras
manos y arre mi doctor. A desocupar este maldingo camión.

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Salimos por fin, con el camión livianito ya, a respirar de nuevo el


aire tradicional, el que cotidianamente hace que deambulemos por
este mundo casi sin pensar. Aprendimos a valorar lo simple, lo eté-
reo, lo menor; pero esta dicha poco habría de durar. El siguiente pape-
lito, con las instrucciones que debíamos seguir, apuntaba a una nueva
morada, donde seguramente no habría mucha diferencia con las con-
diciones experimentadas en la anterior.

Para el siguiente día el cubano no apareció. El chofer elegido sería


el que narra, pues no había más opción. En mi vida jamás había mane-
jado camión alguno. Lo más grande que tuve oportunidad de con-
ducir, fue una camioneta Renault 12 de un amigo años ha, pero ante
la baby, mi jefe, tenia que demostrar confianza y aplomo, sugirién-
dole que si algo sabía hacer yo en la vida, era manejar tracto mulas
y muchísimo mas grandes que el de su empresa. Ya de conductor,
presto a mirar las piernas de mis vecinas como me había alecciona-
do mi capacitador, me dirigí a recoger a mi ayudante, es decir el René.
Estaba el amigo tomando clases de inglés, fui hasta su colegio y lo
saqué de allí para meterlo al camión, y aventurarnos ahora sí, los dos
colombianos con todas las instrucciones y papelitos de la baby en esta
nueva tarea limpiadora.

Sin decirle a René, oré en silencio para que la manejada saliera bien,
y por ningún motivo le rogaba a la virgencita me fuera a tocar reversar.
Aparentemente durante mi plegaria, María, la Virgen, pues como que
había salido a lonchar, porque mi rezo fue ignorado con toda precisión.
La angustia de la retrocedida se comparaba con el vértigo y los nervios
de desplazarse por la interestatal a 130 Km por hora en este camión que
me parecía más ancho que las líneas divisorias de los 5 carriles permi-
tidos en esta autopista. Del susto no pude ver ni una sola pierna, ni un
escote provocador, ni distractor femenino alguno durante toda la misión.

Gracias al cielo y de pronto a mi pericia de aprendiz de camione-


ro, la fortuna nos acompañó y en estado ileso retornamos como agen-
tes de bien raíz especializados en limpieza y en conducción.

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IX
TRAGEDIA DE UN BODEGUERO
Un nuevo trabajo para la colección. René mi amigo, mi compañe-
ro de aventuras en esta vida y en la anterior, y yo, fuimos deposita-
dos por nuestras esposas en lo que sería para todos y especialmente
para él, una experiencia aterradora, enfrentándonos a este nuevo reto
que ese día empezábamos, como bulteadores, en una bodega mayo-
rista para importación y exportación.

Nuestra labor asignada, era el movimiento a pulso, de cajas, caji-


tas y cajotas que oscilaban en peso de 5 a 25 libras la unidad. La can-
tidad diaria para movilizar era ilimitada por lo que mencionar siquiera
un número de aproximación sería absurdo en su totalidad. Cada uno
fue asignado a una bodega diferente, situadas a unos 100 metros de
distancia entre sí. Realmente la única distinción era la ubicación, ya
que en cuanto a comodidades, gozaban de las mismas cinco estrellas
hoteleras de tradición. Baño estrecho, oscuro, mal oliente, retirado,
de aseo poco frecuente; temperatura confortable para morir por des-
hidratación en solo unas horas de labor; la ventilación, similar a la
existente en el bolsillo interno de una chaqueta; luz poca, pero tra-
bajo eso sí, por montones.

Las cajas y cajitas para movilizar provenían o se despachaban en con-


tenedores que luego se montan en camiones y trailers de los que pulu-
lan en las carreteras de este país. Si a uno al verlos rodando por las

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autopistas le parecen grandes, en la bodega se veían descomunales.


Para ser sinceros, nos daba lo mismo cargarlos o descargarlos. 400
cajitas de 5 libras, 200 de 12, 180 de 14 ... ayudaban a que el día
transcurriera desgastando los músculos y las horas, pero sobre todo
los primeros; alzando, halando, empujando, armando o desarmando
montañas de mercancía para con nuestro esfuerzo ayudar a impulsar
la economía personal de nuestro oriental y exigente patrón. Tal como
reza el adagio popular, la esclavitud no fue abolida, se modificó por
8 horas diarias o más según el caso. Puntualmente, el día que ini-
ciamos faena, nos inauguraron con 16 horas, y eso que nos escabu-
llimos porque nos requerían para un par más.

En los 30 minutos autorizados para el almuerzo, me arrastré a la


bodega de my friend. Allí, al vernos casi no nos reconocimos. No
parecía que hubieran pasado 4 horas sino 4 años experimentando nece-
sidades. Pálidos, mugrosos, sudorosos y temblorosos del ejercicio bru-
tal ejecutado, sin alientos casi para alimentarnos, decidimos buscar
par cartones para echarnos en el suelo y disfrutar así de otra de las
múltiples comodidades del lugar. Más bajo sentíamos que no podí-
amos caer. No sabíamos si llorar o reír o todas las anteriores; el reloj
caminaba y la media hora galopó aceleradamente.

El próximo encuentro fue en la noche ya, esperando que nuestras


consortes vinieran al rescate de estos 2 cuerpos ajetreados y descom-
puestos. Rayaba la medianoche cuando aparecieron las nenas en medio
de un torrencial aguacero. Al supervisor le dijimos que nos aguarda-
ra un tantico no más, mientras las dejábamos en la casa y regresába-
mos. ¡Las bolasss! Ni lo sueñen, fue el comentario al unísono de nuestras
queridas. Renegaron y sufrieron de vernos trabajar en un sitio como
aquel. Fue prohibido entonces el retorno... al menos por aquella noche.

Afortunadamente y luego de dormir plácidamente por un poco más


de 3 horas en esa madrugada, se levanta uno como recién dejado caer
de un edificio de 20 pisos. Es decir, vuelto mierda. Hágale papá. Pa’
la ducha, pal carro, dieta balanceada, 30 millitas de recorrido y córra-
le que la entrada es a las 7.30 a.m.

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El segundo día no tuvo mucha variación. El polvo, la oscuridad y


las cajas seguían allí, ansiosas esperando el bíceps hinchado y adolo-
rido que las empezara a desplazar. Yo (el narrador) dije ¡no más! al
tercer día según las escrituras. Mi amigo, René, por desgracia con-
tinuó, como promesa interna y con la idea de ajustar unos viles cen-
tavos para contribuir al duro sustento familiar de aquellos primeros
meses en la vida en la Usa.

Los hilos del destino se fueron tejiendo para que aquel día, previo
a su renuncia planeada para el siguiente, ocurriera lo que ocurrió. La
suerte estaba echada y se requerirían nueve meses para asimilar lo que
a continuación se engendró.

5.30 de la tarde. Como de costumbre las esposas prestas a recoger


al cansado cuerpo del amigo (pues yo me encontraba participando
de un curso obligatorio obtenido por una infracción de tránsito come-
tida días atrás). Mientras, René adentro, en la bodega utilizando las
últimas fuerzas de ese día, subido en una escalera esperando los minu-
tos para concluir una jornada más. Fue entonces quizás por la ener-
gía (o por su ausencia) que mezclándose con el destino que en cruel
complicidad, hicieron perder el equilibrio de mi amigo, para hacer-
lo caer y estrellarse estrepitosamente contra el duro y sucio pavimen-
to. El suelo frío, la mirada perdida, y la respiración, esa que solemos
practicar como un acto reflejo desapercibido, se fue amalgamando con
un intenso dolor en el costado y una imposibilidad ascendente y esca-
brosa para lograr que el aire cotidiano entrara y saliera de sus pulmo-
nes con la regularidad que por casi 40 años había bombeado con tanta
naturalidad. El pulso se aceleró. Las voces se convirtieron en gritos,
y las sugerencias de ayuda en órdenes imperiosas.

Mientras, mi esposa y su esposa, esperando en el parqueo la alegre


salida del querido ser. De pronto unas manos se agitan en la distan-
cia. Será que nos están saludando decían ellas; retornemos cortésmen-
te el saludo manual. Alguien llega hasta allí y suelta las duras
palabras que nadie en la vida desearía oír: “Su esposo se acaba de
accidentar”. De allí en adelante, la velocidad de los eventos, de las

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ambulancias, de los paramédicos, los compañeros, se tiñeron con un


matiz de angustia y dolor. Ella corre. Lo ve. Quiere verlo y saber como
está en realidad.

Camillas, hombres con atuendos médicos, ruido, preguntas rápi-


das, incertidumbre, llanto, más angustia, urgencias, ambulancia
veloz, traslado en helicóptero a la sala de resucitación del Jackson
Memorial Hospital. Todo pasó en minutos. La vida por su mente pasa-
ba igual. La conciencia iba y volvía. Cada vez se demoraba más en
regresar. El paramédico actúa. Una rápida incisión con bisturí en el
costado para evitar un viaje sin retorno le hace un doctor; el pulmón
presto a colapsar luchaba por robarse un poco de oxígeno para entre-
garle a su cuerpo y poder continuar...

Sólo dos horas después me enteré de lo acontecido. No me expli-


caron bien la situación. Corrí al hospital a encontrarme con todas
las caras de amigos y familia que ya pedían al cielo misericordia
para con este ser. Está en el salón de resucitación me enteré. Con
escuchar ese solo nombre se me estremeció el espíritu. Todos sus
allegados por turnos fuimos a verlo. Yo entré al llegar con su espo-
sa. Ella no se derrumbaba pero hacía unos esfuerzos enormes por
resistir el embate del destino. Entramos. Allí estaba él. Acostado,
conectado a no sé cuantas máquinas que emitían señales y soni-
dos electrónicos que sólo los galenos interpretaban. Yo sólo lo mira-
ba a él, respirando con una penosa dificultad inenarrable por
cierto. Cada inhalación era un suplicio que golpeaba la paradoja
de la vida. Era imperativo respirar, pero mientras más se esforza-
ba, más angustioso era el proceso; en esa lucha trataba de robarle
al aire el aliento que lo mantuviera en esta tierra. En un instante
de lucidez que aun no recuerda, apretando mi mano me dijo: “Cuida
a mis niñas por favor” refiriéndose a su esposa e hija. No se como
hice para no descomponerme. Estando él nublado por el dolor,
los sedantes, la ausencia de vida por momentos, saca fuerzas de algún
rincón de su alma para pensar y preocuparse por los suyos. En mí
recorrido por este planeta, particularmente, este, ha sido uno de
los momentos más emotivos por los que he pasado, comparable con

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lo que sentí al ver morir a mi madre en un hospital similar casi 10


años atrás.

¡Qué pasaría por su mente en esos momentos dolorosos! El peli-


gro inminente de muerte por sus seis costillas rotas y el pulmón per-
forado por una astilla de sus propios huesos, era la idea que a todos
los presentes nos devanaba los sesos. Todos lo pensaban, nadie lo decía.
¿Qué ocurriría si muriese? ¿Podría respirar bien de nuevo? ¿Quedaría
con una lesión permanente? ¿Su familia? ¿El trabajo? La incapaci-
dad física y lo económico combinados con la situación de ilegalidad
temporal en este país, ayudaba notablemente a la congestión mental
de los concurrentes.

No sé cuantas horas pasaron, pero nos reportaron que había sali-


do de cuidados intensivos; la posibilidad de que viviera y se recupe-
rara crecía con fortuna. Nadie se pudo quedar a acompañarlo.
Aquella misma madrugada nos devolvimos a nuestra casa con su espo-
sa e hija, y él, él se quedó solo acompañado de sus censores, sus líqui-
dos, sus cables y sus sedantes administrados por las venas. Quizás en
esos momentos su mente volaba libre sin enterarse de dónde estaba,
ni qué había ocurrido, ni menos el imaginarse el duro proceso que
le esperaba a partir de su próximo despertar.

A partir de la mañana siguiente, el sufrimiento físico se convirtió


en su compañero permanente. El solo moverse le producía punzadas
insoportables. Puso a prueba su umbral del dolor. De allí en adelan-
te y por muchas semanas, el hombre no podría ni dormir, ni reír, ni
toser, ni estornudar, ni ejecutar ninguna actividad corporal termina-
da en “ar”.

Lo visitábamos todos. Él gemía, lloraba, gritaba tirado en su cama


de hospital conectado a mangueras y sondas que tenían que pene-
trar orificios que nadie imaginaría tendrían esa función. A su lado,
en la misma habitación, separado por una cortina de claro color,
un paciente con cáncer terminal se fue convirtiendo en su cama-
rada y motor de recuperación. La hora de visita terminaba y noso-

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tros continuábamos la vida que nos tocaba. Joyería mi esposa, cole-


gio su hija, variados empleos de aseo profundo para su agotada espo-
sa y labores de músculo y pocas neuronas para mí también por igual.
El resto de amigos a lo suyo: Pizzería, construcción, ventas, y mil más.

El quinto día se distinguió por ser dado de alta en el hospital. Salimos


con entusiasmo, con precaución, con alegría e incertidumbre tam-
bién, para instalarnos de nuevo en la casa adaptándonos de nuevo al
regreso del dolorido amigo. Las noches se convirtieron en odiseas
completas para tratar de acomodar su maltrecho cuerpo a la hora de
dormir. Añoraba él poder estar y reposar en paz en posición hori-
zontal. Valoraba la salud inmensamente. Daría lo que fuera por estar
bien de nuevo. La salud, aquella fuerza impulsadora de poderes des-
comunales que lamentablemente y en múltiples ocasiones, solo logra-
mos darle su justo mérito en el momento que la perdemos o la vemos
amenazada y en peligro de ser arrebatada.

Un día más, y la rutina se iniciaba para nosotros los saludables, los


empleados, los rebuscadores en este suelo norteño. Uno a uno nos
íbamos despidiendo del amigo, del padre y del esposo respectivamen-
te. Se quedaba vacío, sombrío con una mueca de dolor, aunque se
despedía siempre con una sonrisa que en instantes se convertiría en
caudaloso llanto, pues bien sabía lo que le esperaba. Diez o doce horas
en compañía de su dolor y de esa soledad inquisidora que combina-
da con la incapacidad laboral de generar ingresos para sostener su fami-
lia, lo consumían por dentro. No podía estudiar, ni leer ni concentrarse
en algo productivo. El desespero caminaba a pasos agigantados por
su vida. El duro ciclo se repetía día tras día. Noche tras noche.

La hija lloraba por su descontento escolar y su desadaptación a la


nueva cultura y sus compañeras y compañeros de color serio y de ideas
de avanzadas que le hacían vivir amargas experiencias lejos de su
Colombia y sus amigos; la esposa sacrificando sus manos, sus pies y
su salud para conseguir unos billetes; mi esposa llorando por sus con-
frontaciones y humillaciones en su joyería, y yo en la misma situa-
ción al rebusque diario, y él, allí, meditando, arrancándose los pelos

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y tiñéndose más de blanco su cabello tratando de explicarse una y


otra vez lo sucedido y esforzándose por verle un escape al laberinto.

El calendario continuó caminando, a la incapacidad se le iban qui-


tando lentamente las dos primeras letras; en las noches ya lograba dor-
mir algunos minutos en algo de paz; en los días hacía sus ejercicios
para fortalecer el agujereado pulmón que ya a estas alturas recupera-
ba su forma original, y en cuanto a su mente, seguía el martirio que a
la fecha y entre otras de las tantas tonterías materiales que nos desve-
lan, se encontraba la deuda que rondaba los 35.000 dólares ... Si señor,
que el hospital reclamaba por las atenciones prestadas al salvarle la vida
y hospedar a mi amigo en sus instalaciones por casi una semana.

Esa cifra era ridícula comparada con el valor de la vida misma, con
el valor de un pulmón o unas costillas aunque rotas, pero que, las
facturas no se podían pagar con esas divagaciones. De la empresa
(la bodega) como era de esperarse, jamás preguntaron por el emple-
ado y amigo, por sus necesidades, sus angustias, inquietudes terrena-
les, materiales o espirituales, ni siquiera se les oyó el ofrecimiento para
pagar el taxi cuando salió del hospital.

Hubo consenso. Sería menester demandar a la compañía infeliz.


Lo inmediato sería contactar alguien ducho en leyes relacionadas con
accidentes de trabajo. La tarea nada fácil resultó. Gracias a Dios, y
con esa gran tranquilidad que produce el saberse indocumentado e
ilegal, los temores de un parto acelerado de este país del norte, eran
una situación que diezmaba a cualquiera. Por fortuna y después de
muchas negativas, un abogado accedió y tomó el caso en considera-
ción. Todo esto dio pie al fortalecimiento y esclarecimiento una vez
más del sueño americano. Hubo conocidos que daban por hecho el
resultado positivo del pleito. René sería el nuevo dueño de esa com-
pañía (la bodega otra vez); habría vehículos nuevos para todos los que
lo visitamos en el hospital; con el botín conseguido saldríamos todos
de este país a radicarnos donde mejor nos cayera en gana. Los quin-
ce años de la pequeña hija, serían inolvidables en un crucero por las
islas griegas. La finca tendría una piscina enorme y cuartos con Jacuzzi

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y gimnasio. Era increíble todo lo que podríamos hacer con esa mere-
cida fortuna. Las apuestas subían y bajaban. Los sueños se acerca-
ban y se alejaban.

Los meses pasaron y a la final la justicia falló a favor del desvalido.


Se logró la cancelación de la deuda hospitalaria y unos centavos extras
que no dieron para el sueño de ninguno, pero que igualmente fue-
ron humildemente recibidos y aceptados por el doliente.

De todo esta episodio casi mortal, vivido unos meses atrás, surgen
estas líneas que por fortuna se escriben y leen con rapidez, pero que
nunca, nunca jamás podrán representar y expresar el sentimiento, el
dolor, la angustia, el desespero, la impotencia, el miedo, la soledad,
la reflexión, la valoración y la asimilación que este suceso generó espe-
cialmente en mi amigo y en nosotros aunque de un modo diferente
pero que con igual intensidad tuvimos que sobrellevar.

Damos gracias de que has vuelto con nosotros René. Ahora ya hemos
crecido un poco más.

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X
VIDA - (REFLEXIÓN POST BODEGA)
El día era gris. ¿Qué otro color se podría esperar?

Sonaron tres golpes en la puerta. Él sabía que hoy llegaría posible-


mente. Lo presentía. No la ansiaba, pero la esperaba. Mientras baja-
ba los altos escalones que lo distanciaban de la puerta, su vida y sus
años serpentearon con detalle en su imaginación. Cada grada que
descendía se convertía en un universo de recuerdos

Inició con su madre. Imagen de ternura, amor, entrega y bondad


absoluta. Sintió sus ojos, su mirada, sus palabras siempre de aliento
y fe. Una lágrima incontenible resbaló por su pálida mejilla. Luego
fue su padre; símbolo de fortaleza, tenacidad y la voluntad; su amor
y comprensión constantemente se le antojaron infinitos en su pro-
genitor. Cuanta admiración y pasión sentía por el también.

Un sudor frío lo acarició por su rostro mientras continuaba con su


lento descenso.

Se amalgamaron entonces imágenes y sensaciones del abuelo, ser


su único y apreciado hermano…también la familia con los seres más
queridos. Que hermosos recuerdos resucitaban a cada instante que
su cuerpo transcurría los maderos. Aventuras de infancia y juven-
tud. Vuelos, locuras volcadas en experiencias que miles de conclusio-

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nes le impartieron en su actual existir; amores de paso y verdaderos


del alma que jamás podrían concluir; amistades entrañables que
parecían imperturbables se derrumbaban curiosamente por triviali-
dades del espacio y de la forma, dando génesis a otras antiguas y nue-
vas también, que solidificaban resumiendo en esencia los elementos
con los que siempre se podría contar. Sueños cumplidos a la perfec-
ción, algunos; muchos inconclusos tal vez y cientos, quizás miles, laten-
tes, esperando el momento de nacer, moldeándose apenas para ser
conquistados en franca lid. Cómo podría alguien vivir sin sueños,
se preguntaba en cada escalón. No habría vida, no habría cielo, ni
lágrimas que dieran paso a una sonrisa fugaz.

En su manto cálido, en el de sus sueños, abrigaba tiernamente y


por igual lugares y personas de sus entrañas que cada vez más se redu-
cían pero más se enriquecían, y a su mujer que era su vida también
desde diez peldaños atrás.

La puerta estaba cerca ya, casi al alcance de sus manos. El sudor


frío había desaparecido. La suma de sus memorias, la alegría de lo
vivido y lo por vivir; las mil batallas ganadas y perdidas en los cam-
pos de la mente, lo espiritual, lo terrenal y del corazón por igual, habí-
an convertido su ser en lo que era hoy; su existencia la habían
estructurado los escalones recorridos hasta ese preciso instante. El
camino estaba trazado y era menester seguir su sendero. La vitali-
dad y la energía llegaban de nuevo, navegando y embriagando dul-
cemente todos los rincones de su cuerpo; sus poros respiraban ya la
paz, el equilibrio volvía a su sitio. Su semblante cambió. Cualquiera
hubiera percibido la transformación. El mismo la sintió. Regresó a
su ser, a su misión.

Tomó un último aire, pié firme y decidido para el eslabón final;


frente erguida, mirada profunda irradiando luz; extendió su mano y
giró la perilla del portón y con firmeza la haló y abrió. El cielo azul
lo distrajo por un momento. Bajó la mirada y allí estaba ella…la muer-
te…que en voz queda le susurró…No era a tu puerta a la que venía
a golpear…

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XI
EL MUGROSO MUNDO DE LOS TAPETES Y YO

La bodega era como una cualquiera de las que se encuentran al sur


de este país, de este estado, y de esta ciudad, la capital del sol; sus
medidas, las de la bodega, básicamente así: 40 metros de frente, 60
de fondo y 12 de alto. El trabajo, el de Carpetologist (Tapetólogo o
Alfombrólogo como le diríamos 900 kilómetros al sur de aquí), como
cualquier otro trabajo de los que hay para los ingenieros, tecnólogos,
profesionales, desplazados, varados y aventureros inmigrantes que lle-
gan de otros lares por puñados.

El calor, el polvo, las comodidades, los ratones (y que variedad seño-


res), las cucarachas y la ventilación, diríamos que son equivalentes a
las que se encuentran por doquier en la misma zona; Los estantes,
los anaqueles donde se almacenan los rollos de tapetes que varían en
longitud de 3 a 30 metros con un ancho estándar de 3 metros, se ase-
mejan a la estructura y organización de una biblioteca, solo que allí
cada libro correspondería a un tapete (carpet) cuyo peso fluctúa entre
12 y 150 kilogramos.

Las funciones, almacenar, aspirar, lavar, desmanchar, descurtir,


secar, pegar, recortar, parchar, unir, enrollar, desenrollar y medir
cada pieza de alfombra antes y después de enviarlas a shows, even-
tos o presentaciones en hoteles, centros de convenciones y teatros
a la Florida o estados vecinos, para en tales sitios, ser dulcemen-

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te extendidas por los suelos y a su vez ser pisoteadas por miles de


transeúntes que jamás imaginarán el sudor, el calor, el esfuerzo,
las quemaduras, las cortadas y los madrazos lanzados y vividos por
el autor, para que ellos, los caminantes, desapercibidamente y des-
pués de estar impecables ellas, las alfombras, las vuelvan mierda
de nuevo, componen en resumen el repertorio de nuestros coti-
dianos quehaceres. Las metas, exigencias diarias de la jefatura, alcan-
zan el promedio de 800 m2 de tapete aspirado, lavado, secado y
enrollado, por día. Hasta el sol de hoy en estos 14 meses, estos
pies han pateado y recorrido tras una aspiradora y con la mirada
perdida no en el horizonte sino en el suelo peludo y generalmen-
te mugroso, aproximadamente 1700 polvorientos kilómetros. Es
como realizar el camino de Santiago de la Compostela en Europa
pero variando el paisaje.

Los empleados para esta función: -2 —si señor, uno y dos. Tal como
lo oye; o sea un tecnólogo empírico en sistemas Colombiano que tenía
mas problemas que un libro de álgebra de Baldor y el ingeniero antio-
queño que esto escribe y por supuesto, nuestro supervisor al que ni
siquiera lo cuento debido a la nulidad de su aporte físico a nuestra
causa, pero que ya en su momento, le daremos al desgraciado su mere-
cido verbo en la presente narración.

Normalmente la primera actividad realizada a las 8 de la mañana


posterior a lo ya discutido sobre el desplazamiento y la dieta balan-
ceada en un capítulo anterior, es la ingestión de un fuerte café cuba-
no, bien calientito eso sí, para que el cuerpo, desde su interior, vaya
adquiriendo la temperatura de 34 grados (92 F) que ya a esa hora la
bodega ostenta con generosidad prometiendo con certeza el acerca-
miento a lo que sabiamente denominaríamos un proceso de ambien-
tación al infierno por venir. El sudor galopa por el cuerpo, recorriendo
toda suerte de intrincados recorridos para concentrarse principalmen-
te en la cara, las axilas, los pantaloncillos y lo que haya debajo de ellos.

Extender un rollo de 30 metros en una de las pistas, como quien


desenvuelve un papel higiénico, halándolo de su extremo, usando todas

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las fuerzas del mundo pero destinándolas a un fin bien diferente del
ejercido en los cuartos de baño, es una labor titánica para esa hora
de la mañana y en general para cualquier hora de la vida. Las panto-
rrillas, las piernas y los brazos se adaptan a estirones a lo que será otro
día, en la vida de un carpetologist en la Usa.

Los tapetes que extendemos en la bodega, después de llegar de las


ferias, son como una enciclopedia ilustrada para un ávido lector mun-
dano. Iniciemos por ejemplo, con las alfombras provenientes de
eventos relacionados con el mundo gastronómico, donde puede uno
hallar elementos insospechados. Aclaremos que una vez terminados
los shows, se levantan los escenarios y los tapetes son enrollados por
sujetos que no vienen al caso, para sin demora ser retornados a nues-
tro caluroso antro y allí entonces, en el instante mismo posterior a
la desenrollada, plácidamente descubrir los suvenires en ellos alma-
cenados u olvidados a propósito o no por expositores y caminantes.

Comida pisoteada y adherida a los pelos del carpet como si fuera


la piel de tu piel; chicles de variados colores, colombinas con sus pali-
tos respectivos en un grado de pegote indescriptible, huellas de grasa,
gotas y manchas provenientes de vaya a saber Dios que mierda fue;
palomitas de maíz aplastadas, salsas para todos los gustos; piecitas óseas
y huesitos provenientes del reino animal en sus 3 géneros de aire, mar
y tierra, es decir, ganado vacuno, peces y aves que perecieron en forma
apanada, al gratín, o al ajillo a manos o mejor dicho a bocas de los
transeúntes que los deglutían desprevenidamente mientras disfruta-
ban del show sin sospechar que cada descuido, cada mordisco, donde
la mitad del manjar entraba al estomago y lo restante aterrizaba estre-
pitosamente en el suelo, se convertiría en parte del diario vivir, del
diario sudar de un carpetologist, que para el caso esto transcribe.

Es por eso que encarecidamente les ruego, cuando planeen visitar


una feria, un show, un evento donde con toda seguridad por el suelo
observará mullidos y limpios tapetes, por favor acuérdese de mí; antes
de salir de su casa con su familia y sus hijos, COMA y no me joda.
Recuerde que consumir alimentos dentro de los shows de forma ani-

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malezca, remembrando la infancia, donde uno se comía una cuarta


parte y el resto se diseminaba en 2 metros a la redonda y en ocasio-
nes más lejos aun, dependiendo de la pataleta, se convertirá inevita-
blemente en un atentado contra los casi seres humanos como este
redactor, que desempeñan esta ecológica y rutinaria labor.

Continuando con nuestro diario ritual, una vez clasificado el ali-


mento y arrojado fuera del tapete hacia sus costados (lo que salga a
escobazos en primera instancia), se ubica el autor tras la aspiradora
en el punto de partida. Dicha máquina es tal y cual lo que uno podría
intuir. Azul, grande, pesada, incomoda, diseñada posiblemente por
un familiar del inventor de los rines de los BMW mencionados en
“Una vida en un día de un hombre en un car wash” en capítulo ante-
rior. Para un carpet de 30 metros el usuario realiza 5 serpenteados
recorridos de ida y vuelta, dado el anchor del tapete y el estrechor de
la máquina. (Apunte pues que ahí van 150 metros de caminata).
Posteriormente se utiliza el instrumento para champutear (echar el
champú)el tapete y tratar de quitarle las asquerosidades que la aspi
no logró digerir. Este utensilio lo denominamos el potro salvaje. Es
una especie de T, donde en la base yace un motor adherido a un cepi-
llo de 50 cm. de diámetro que gira a altas revoluciones. Si a uno lo
coge malparado al encenderlo, el que da las revoluciones es el usua-
rio que en ocasiones termina en el suelo a punto de ser arrollado por
la cabría máquina. Implica este ejercicio recorrer 7 veces la longitud
del tapete. Siga sumando que ahí le dimos otros 210 metros. Minutos
después se utiliza la siguiente del repertorio del aseo, que cariñosa-
mente la bautizamos la mamadora. Esta se dedica siempre y cuando
uno la empuje, a succionar todos los excesos líquidos y algunos sóli-
dos de menor calado dejados sobre el tapete en el proceso anterior.
Requiere también 9 giros de caminata. Vamos llegando a los 1000
metros de desplazamiento en solo un tapete mi hermano. Una vez
limpia y sequita, se procede a enrollarla utilizando las manos al prin-
cipio para dar el primer giro, y luego los pies, para patear la occisa
formando un rollo que hasta la fecha ha logrado finiquitar 4 pares
de zapatos sin contar los callos y deformaciones en dedos y empei-
ne. Finalmente se ata con dos cuerdas en sus extremos para evitar

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que se desenrolle; con un montacargas se ubica en un pequeño coche


donde estará rodeada de otras 8 semejantes antes de ser izada en un
camión para dirigirla a su puerto final. Esto transcurre hora tras hora
y día tras día. El cuerpo y la cabeza gacha mirando el obstáculo, la
mancha, el corte, el pegote, desgastan el cuello, la espalda, las pier-
nas y principalmente... el alma.

Nuestro supervisor, un sujeto cincuentón de origen Jamaiquino bau-


tizado con un nombre que fue su perdición, “ Delanno” (nada que
ver con Franklin Delanno el presidente) y cuya pronunciación es tal
cual como la leyó, ha ocasionado verdaderamente el devanarme los
sesos entre aspirada y aspirada (de los tapetes), pensando en los horro-
res que debió vivir en su infancia, la época escolar, su paso por el mundo
de la política, de los trabajos, el amor, y las bodegas donde por asun-
tos del destino fuera rodeado por latinos o people de habla hispana
que asimilaran el pronunciado de su nombre. Calculo que a lo largo
de impecabilizar unos 20.000 pies de alfombra, obtuve las siguien-
tes frases que de algún modo causaron, causan o pudieron causar incon-
gruencias paradójicas y dudas en el que las formulara durante su
convivencia con Delanno. Por ejemplo:
Yo estudié al lado del ano.
Cuentan que su madre vivía encima del ano (por necio)
Cuando se hizo candidato a la junta escolar, se escuchaban estos gri-
tos: “Arriba del ano” y sus opositores cantaban “Abajo del ano”
Tengo un grave problema del ano, le decía un amigo...
Me muero de las ganas del ano, pero me queda muy difícil hacer ese
viaje ahora, le decía su cuñada.
Me siento destrozada del ano, le decía su amigo luego de un acciden-
te de trabajo.
La próxima vez te agarro del ano; a mí no me vas a engañar más le
decía su profesora.
Me estoy poniendo muy mala del ano, le dijo su tía luego de comer-
se 2 litros de helado.
Ya no doy más del ano, le decía su amigo luego de patinar toda la
mañana.
Con el poder del ano, todo será posible en la empresa.

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Que olor tan raro el que se siente del ano.


Por último esto es todo lo que pude sacar del ano y llegamos al fin...
del ano.

De todos modos, lo de menos es su nombre. Lo increíble era el modo


como se ganaba la vida a nuestra costa. Se sentaba en una silla fren-
te a las pistas de enrolle y desenrolle para con su mirada vigilarnos
las largas jornadas. Nosotros caminando y deambulando como perros
perdidos, empujando las máquinas, aspirando, limpiando y ejecutan-
do las 20 tareas más, mientras a él se le pasaba la existencia contan-
do las horas y totalizando en su corto cerebro el monto que devengaría
en el día por su injusta labor. No leía, no trataba de aprender espa-
ñol con nuestro apoyo, no aportaba, solo criticaba a empleados y due-
ños de la compañía. Esa era su misión, y al pie de la letra la cumplía.
Super visar, super estar, super disfrutar, super güevón...

Nuestros camaradas de trabajo, aunque eso sería casi como darles


un título de la nobleza, vienen en su mayoría de tribus jamaiquinas
de color serio; con toda seguridad sus ancestros les heredaron y trans-
mitieron poderes de brujería y ocultismo ya que dentro de las miles
de cosas increíbles que pueden hacer (en horas laborales quiero decir),
desearía resaltar las siguientes que fueron comprobadas una y otra vez:

Expertos en desapariciones: Una vez que se presenta un trabajo difí-


cil o inclusive aunque sea fácil, desaparecen mágicamente. Es incre-
íble cómo se puede apreciar que tal desaparición siempre dura
exactamente lo mismo que lo que tarda el imbecil en concluir la labor
que el desaparecido esquivó; en ocasiones incluso, logran aparecer a
los pocos minutos de finalizada la tarea por el mismo pelotudo indo-
cumentado mencionado.

Simultaneidad de eventos (Desdoblamiento): como estar la


misma persona en dos sitios al mismo tiempo, por ejemplo trabajan-
do en la bodega y comprando cositas en un Shopping mall a 30 millas
al norte, es otra de sus actividades favoritas. Lo impactante de esto
es que como la empresa paga por horas, el empleado permanece tra-

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bajando en la empresa aunque físicamente uno no lo vea ganándose


su merecido salario. Lo que he descubierto luego de muchos estu-
dios, es que parece ser que si por el cuerpo de uno no corre sangre
jamaiquina, la capacidad de desdoblarse y poder estar en dos sitios
en simultaneidad es prácticamente imposible.

Conversión de 10 en 50: Cuando milagrosamente no están hacien-


do desapariciones o desdoblamientos, y accidentalmente a uno de ellos
se le asigna una tarea para ser ejecutada en una hora (la paga es de
10 la hora para simplificar los cálculos), es asombroso ver la creati-
vidad y la eficiencia lograda por estos seres, analizando casi como sin
esfuerzo se reúnen 5 de ellos para hacer dicha actividad en los mis-
mos 60 minutos programados, y en ocasiones unas cuantos más, logran-
do así un botín de 50 dolaretes y no de solo 10. Que orgullo para
el dueño de la empresa poseer empleados tan eficientes.

Detención del tiempo: Los breaks (los descansos) que nos otorgan
cada 2 horas y que para nosotros duran solo 15 minutos, para ellos,
los de la isla, el tiempo se detiene y juegan casi a su antojo con él.
Hasta la fecha no he podido descubrir si es que son los relojes espe-
ciales que ellos usan y que solo se consiguen en Jamaica, o es su poder
de concentración grupal, la telequinesis o una combinación de todo
lo anterior, lo que hace posible que un cuarto de hora para un escri-
tor como yo, sea convertido en 34 minutos para ellos, llegando a récords
de 65 minutos como lo hemos visto en el maestro de maestros, que
es nuestro más veterano compañero en el arte de esquivar con todo
éxito las actividades laborales pero sin dejar de devengar.

Me detengo a reposar ahora si, a tomar impulso y a refrescarme. El


verano está encima de nuevo y la faena que nos espera es fuerte en
realidad. Sigo y seguimos todos contando los días para conseguir nues-
tra legal documentación y poder así pisar con firmeza estas tierras y
estos tapetes, retomando de algún modo (sobre todo en todos los aspec-
tos), el tipo de existencia que tuvimos en nuestra vida anterior.

Bien me lo dijo una pitonisa antes de llegar a este país, en la bola

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de cristal y en las cartas que me leyó, augurándome un futuro pro-


metedor. “Le serán extendidas las alfombras rojas de la vida a sus pies,
para facilitar su caminar” - con firmeza me advirtió - ¡y así fue! Lo
que no me explicó la gitana esa, era que las tendría que aspirar, lavar,
secar y volver a enrollar.

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XII
¿Y DE PAPELES QUÉ?
(APÉNDICE DE UN ASILADO EN TRÁMITE)

Los párrafos que encontrará a continuación, no son una guía para


solicitar asilo político, y mucho menos una guía para aprender a sobre-
llevar el estrés que este duro proceso conlleva; estas líneas son sim-
plemente un recuento de lo que un colombiano, hablando por miles
que viven lo mismo, experimentó y continua experimentando hasta
la fecha de cierre de este ejemplar. (Junio 2002).

Llegamos huyendo de Colombia. De su locura, de su violencia de


su incertidumbre laboral y económica. El norte, la USA, se asocia con
porvenir, con progreso, con tranquilidad, con disciplina y eso preci-
samente fue lo que vinimos a buscar.

Para habitar aquí, en la USA, es necesario poseer documentos que le


permitan al sujeto trabajar y residir, a no ser que a uno le sobre la for-
tuna y pueda ir derrochando por doquier, y por doquier era precisa-
mente donde no podíamos estar; ese caso obviamente no era el nuestro.

Para empezar, si usted desea trabajar en actividades como las ana-


lizadas en este compendio, no requiere de documentación alguna para
ejercer, como largamente todo el mundo en general y yo en lo par-
ticular he podido comprobar, pero la idea no es vivir en la clandes-
tinidad ni dedicarse a destruir el cuerpo y a olvidarse del cerebro, sino

72 Historias de carne y hueso de un Latino en la USA - Que Cansancio


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luchar por conseguir una vida mejor que la que violentamente nos
ofrece nuestro pueblo colombiano. Simultáneamente a todos los epi-
sodios que usted conmigo aquí vivió a lo largo de esta lectura, no
crea que no me invadían otros cuantos motivos de angustia y ansie-
dad extrema. Estar legal en este país, en el sentido laboral y de per-
manencia, al igual que para mi esposa, amigos y familiares, era uno
de mis principales objetivos al ingresar a EUA. Doy gracias que no
tuve que arrastrarme por el hueco utilizando los famosos coyotes meji-
canos, como miles lo han hecho ya y miles mas continuarán inten-
tándolo sin parar. Sé que lo que narro aquí, en nada se asemeja a las
penas y dolores que deben pasar estos valientes seres que al no tener
más oportunidad, arriesgan lo poco que les queda y su vida también,
para cruzar por el agujero buscando un futuro mejor que posiblemen-
te será peor.

Nos estamparon en el aeropuerto al llegar, a mi esposa y a mí, un


sellito que nos habilitaba para deambular libremente por este terru-
ño por 6 meses a partir de Abril 28 del 2000, día del aterrizaje en
nuestra segunda vida.

Contactamos un abogado por recomendación de un colega del


mundo de la construcción, que hombro con hombro trabajó por unos
meses con mis cuñados, hasta que un día la suerte no le sonrió más.
Desde un andamio en la altura cayó. Entró en coma profundo y a
los pocos días falleció. Fue un golpe terrible para mis familiares, ya
que habían entablado gran amistad con ese colombiano con el que
nunca mas volverían a pintar, serruchar o martillar.

La única y triste herencia que nos dejó y sin saberlo, fue la recomen-
dación del abogado ese, colombiano también por desgracia, con el
que meses después penas enormes iríamos a soportar…

Cómo me le va Doctor, le dijimos al llegar, planteándole nuestra


situación y deseos migratorios, al hombre de leyes que con todos sus
diplomas sabiamente en el futuro cercano nos iba a sorprender. Mire
mijo, me decía. Ni se le ocurra solicitar el asilo político, y mucho

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menos ir a tramitarlo a través de la Iglesia de Miami, que se dice esta


apoyando y orientando a los colombianos recién llegados. Es todo
un montaje y una farsa disfrazada con carácter celestial, aseguraba el
letrado doctor. Lo que usted necesita y yo perfectamente lo puedo
asesorar, decía el asqueroso, es tramitar una visa H1B, (nada que ver
con el sida compañero, así que fresco), para profesionales como usted.
Tengo una empresa, que es mi cliente también, la cual tiene unos
cupos disponibles y están buscando a alguien con un perfil cercano
al que usted me presenta acá. ¡Que fue esto pelaos! Que alegría. Sería
un trámite de meses según él, pero nuestro futuro y estabilidad esta-
rían garantizados. A mi esposa le otorgarían visa de acompañante y
más adelante, nos aseguraba, lograríamos aplicar para la residencia
definitiva en este país generador de sueños y de dolores corporales.

Como el tiempo iba caminando, solicitamos una extensión de per-


manencia, estimando que inmigración nos concediera 6 meses más.
Conocidos, parientes y amigos fuimos recomendando por igual,
como si nos estuvieran dando comisión, para que resolvieran sus difi-
cultades ante los americanos luchando y pagándole al leguleyo tal.
La mas versada era mi cuñada, la principal intermediaria entre ese
baboso, que para los comienzos lo catalogamos como el divino
Salvador, y nosotros como los corderitos que derecho al desnucade-
ro nos enfilábamos ya.

Pasaban los meses y la verborrea con que nos bombardeaba este come-
diante de las leyes, cada que nos reportábamos para solicitar avances
de nuestra situación, nos dejaba en un grado de tranquilidad abso-
luta, así no le entendiéramos ni mierda de toda la terminología y for-
mularios que nos ponía a diligenciar. Luego de cada visita llamábamos
a la cuñadita, a ver si ella en términos más colombianos nos lograba
explicar exactamente en que íbamos del proceso; pero que va, podía
más la confianza que la claridad. A la hermanita de mi esposa, tam-
poco se le entendían muy bien los avances, aunque hacía enormes
esfuerzos intentándolo y se lo agradecemos de corazón, pero de
todos modos más serenos si volvíamos a quedar. Paciencia era lo único
que nos pedía ese canalla y se la estábamos ofreciendo por toneladas.

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Siendo la primera semana de Junio del 2001, 7 meses después del


contacto inicial, mientras veíamos una novela de gran éxito nacional
que para la fecha ya habían importado para la Usa, y cuyo argumen-
to versaba sobre una tal Betty que no era muy bonita sino todo lo
contrario, interrumpieron de pronto la programación, para dar un
avance informativo que sería ampliado en el noticiero de las once de
la noche. ¡Qué fue aquello por Dios!.

La foto de nuestro representante legal, el abogado de mierda ese


salió estampado en mitad de la televisión, seguido por un mensaje
aterrador. ¿Conoce usted a este Señor? Es un estafador que se hace
pasar por abogado de inmigración. Si usted ha tenido contactos con
él, o le ha dado dinero para sus trámites de legalización, denúncielo
al teléfono que presentamos a continuación…

La mudez, el paro cardíaco y respiratorio no se hicieron esperar. Mi


esposa y yo entramos en shock; mis cuñados no lo podían creer; los
amigos empezaron a llorar y los conocidos a aullar. De doscientos
mil abogados que hay en la Florida, ¿cómo explicarnos esta perra
suerte que nos hizo elegir a esta rata de alcantarilla? ¿Cómo podría-
mos rectificar y validar mas información sobre el roedor ese, si la
persona inicial que lo recomendó en el cielo se encontraba ya?
Seguramente se estaría revolcando en su tumba luchando por regre-
sar a este mundo para arreglar cuentas, al enterarse del rollo tan tre-
mendo en el que inocentemente nos metió.

Qué dolor. Qué angustia. Qué pena tan grande. La sangre de tu


sangre traicionándose por unos asquerosos billetes verdes. Tristemente
dicen que no hay como un colombiano para tumbar a otro colom-
biano. No es nada alejado de la cruda realidad. Este repugnante suje-
to, que nació en nuestra misma tierra muy a mi pesar y al de todos
los implicados, burló nuestro futuro, jugó suciamente con nuestras
ilusiones más profundas de obtener en este país la legalidad para tra-
bajar y poder vivir. El dinero que nos robó, aunque considerable en
cantidad, pasaba a un segundo lugar. Para solicitar asilo político que
fue nuestra inicial intención, el gobierno americano otorga 12 meses

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contados a partir de la fecha de ingreso a este país, como plazo máxi-


mo para presentar tal solicitud, a no ser que a uno lo cobijen un par
de excepciones que la misma ley acepta como justa causa. Dado que
este infeliz nos convenció y nos involucró en un proceso imaginario,
pues jamás, supimos después, había iniciado trámite alguno; el tiem-
po furioso transcurrió y la dura noticia que vimos en televisión en el
catorceavo mes de nuestro arribo a gringolandia se dio a conocer. La
zozobra de las siguientes semanas fue indescriptible. Temíamos
denunciarlo por miedo a represalias de su cochina parte, o que él a
su vez nos denunciara ante inmigración y se nos tornara la situación
en algo peor. Mi cuñada fue la que más sufrió.

Ante tal desesperación, retomamos el camino de la iglesia que algu-


nos colombianos conocidos habían recorrido con éxito ya, y de la que
el doctor de la farsa con perversa malicia nos alejó. Asistimos a dos
conferencias de 5 horas cada una, donde el sacerdote esloveno encar-
gado de la congregación, en un muy buen español, nos documentó
profundamente en el tema de la solicitud de asilos y refugios. Para
el caso nuestro y en particular por habernos excedido del año permi-
tido, nos aseguró que tendríamos que ser muy fuertes y estar dispues-
tos a luchar un proceso que se remitiría casi con toda seguridad a la
corte de inmigración, donde iniciaríamos un vía crucis legal que varios
años podría tardar, período durante el cual no podríamos abandonar
el suelo americano.

Nos decidimos. Vamos a luchar. Iniciamos por fin los tramites que
el cuatrero ese debió comenzar cuando estábamos en período de gra-
cia. Teníamos todo listo. Los documentos exigidos y la defensa que
a nuestro modo de ver eran razonables, del por qué nos habíamos
excedido del plazo otorgado. Esta vez el papeleo si fue real. No hubo
más engaños ni trabas verbales o documentales. La claridad que el
cerdo ese no nos dio, nos la brindaron aquí, en la iglesia, con toda
la transparencia que necesitábamos.

Para solicitar asilo, debe diligenciarse un formulario específico para


tal fin que consta de más de 60 preguntas. Debe anexarse fotogra-

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fías, copias del pasaporte, la visa y el permiso de estadía otorgado al


pisar tierra americana. También se incluye un documento escrito que
narre el historial o la situación explicando el por qué se esta huyen-
do de Colombia. Por último y como parte crucial, se tiene que pre-
sentar una entrevista física, personal y en inglés para lo cual se debe
contratar un traductor, con un oficial de inmigración. Dicha entre-
vista es del tipo careo policíaco. Fuerte, profunda, y extensa donde
el oficial valida y profundiza en todos los puntos que considere per-
tinentes a lo presentado con antelación en el papel.

Corrían los primeros días del mes de Septiembre del 2001. Todo
listo para remitir los formularios y documentos exigidos. En la igle-
sia nos dijeron, sólo falta que ustedes, mi esposa y yo, firmen y colo-
quen las huellas en todos los documentos por ellos traducidos al inglés.
El destino cruzó a Bin laden y los ataques del doloroso e inolvidable
11 de Septiembre con nuestra tramitación. A cruzar los dedos y a
esperar que la xenofobia gringa no tome partido extra en esta situa-
ción que justo estábamos prestos a comenzar.

Inmigración contestó. Por correo el 16 de Octubre obtuvimos la


cita para efectuar la dura entrevista el día 1 de Noviembre. Casi dos
meses después de los crudos atentados terroristas. Llegó el día seña-
lado. La noche previa hubo más intranquilidad que las 14 anterio-
res. Entendí perfectamente y junto con mi esposa y nuestros amigos
que en trámite similar se hallaban, la definición de ansiedad, estrés
y diarrea en su máxima expresión.

5.30 a.m. Baño rápido, corbatilla saco y pantalón; algo de café para
los nervios, al coche y 30 millas hasta llegar al parqueadero del edi-
ficio de inmigración. Llegamos con dos horas de antelación. Otro
café más negro que el anterior. La fila de colombianos era pequeña
pero el nerviosismo era grande. Se olía por doquier. Con gran ali-
vio vimos llegar a nuestra traductora, que trató de calmarnos un poco
más. Al edificio solo podríamos ingresar 45 minutos antes de la cita
programada para las 10.30 de la mañana. Repaso mental de todos
los eventos, fechas, situaciones, nombres, barrios, estudios, prácticas

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y demás. El dolor estomacal nunca lo había tenido igual. Por las


dos semanas previas estuve aventurándome en los cuartos de baño
para dedicarme a ejecutar el proceso inverso a tomar los alimentos.
Era más lo que le devolvía al mundo que lo mi agitado cuerpo asi-
milaba. Entramos. Nos requisaron y luego nos autorizaron a entrar
al recinto donde debíamos esperar junto con otros 80 compatriotas
a lo más, que el oficial que nos iba a entrevistar, llamara el numero
asignado a nuestro caso.

Sonó el 2770. Nos salió gringo del todo el entrevistador. Ojos azu-
les, penetrantes inquisidores. Nos miró e hizo que lo siguiéramos por
un laberinto de puertas hasta alcanzar su oficina particular. Era amplia.
Iluminada. Iluminadísima diría yo. Como para poder ver hasta lo que
no se pudiera ver. Un asiento para el traductor, otro para mí, y mi
esposa se sentaría justo a mi espalda. Me encomendé a mi madre, a
los santos que conozco y a los que no. Fuerza, serenidad, mirada firme,
no como en los tapetes y el aseo mirando al suelo. No. Aquí era al
ojo azul, a la cabeza del gringo. A no tartamudear. El hombre al fren-
te empieza a hablar, nuestra asesora a traducir y nosotros a iniciar esta
dura prueba. La tranquilidad se apoderó de mí, adquirí la fuerza que
necesitaba y comenzó lo que 10 meses atrás debió comenzar.

El azulejo este, no me quitaba la mirada y yo igual. Todo lo con-


testé sereno y con firmeza. Trató de cambiarme fechas, eventos y tér-
minos para analizar mi reacción, pero no me dejé envolver. Pasaron
los 70 minutos, quizás de los más larguitos de mi historia, y nos dijo
al final: en 15 días vengan aquí por su respuesta. Es posible, y esto
por lo de los 12 meses, que su caso se remita a un juez de inmigra-
ción que tiene mucho más poder que yo, nos dijo el americano al
finalizar.

Que alivio. Salimos a la vida de nuevo. Terminó la temida entre-


vista. Nuestros cuerpos flotaban ya. Dormimos con placer por 14
días más y la idera al baño se normalizó. Para Noviembre 16 debe-
ríamos presentarnos a reclamar el resultado. Llegamos esta vez con
90 minutos de antelación. Que espera tan brutal. La úlcera no se

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reventó o porque Dios es muy grande o porque todavía el estómago


sabía en sus adentros que faltaban más difíciles momentos y el cuero
tenía que resistir. Guardábamos algo de esperanza pero sabíamos que
el agravante del año intervendría con rigor. Así fue. Nos entrega-
ron unos documentos para firmar y la triste noticia de la negación y
la remisión de nuestro caso a la corte de inmigración. La causal, pues
la discutida ya. Gracias detestable abogado por esta cadena de obs-
táculos y agonías que se nos vienen a continuación. Mi esposa y yo
enmudecimos al ver el triste resultado. Contuvimos el llanto pero solo
mientras desalojábamos el edificio de inmigración. Las palabras del
sacerdote de la iglesia se hicieron realidad. A prepararnos interior-
mente para enfrentar este largo proceso migro-legal.

Dios mío. Corte. Y no del cabello o de las uñas como era en la anti-
güedad. La Corte gringa. Que horror. Aunque la negación en pri-
mera instancia de nuestro asilo es un trámite que no involucra
absolutamente nada relacionado con el mundo criminal, y conside-
rando las explicaciones dadas en el glosario americano de este ejem-
plar, de todos modos sienten uno extraños escalofríos y dolores al
imaginarse lo que será ese trajín.

La presentación de carácter obligatorio en la Corte, fue progra-


mada para Diciembre 26. La noche buena que se aproximaba para
celebrar el nacimiento del niño Dios, se convertiría en una noche
mala, muy mala para la digestión estomacal. De nuevo la cita era
a las 10.30 en la mañana. Tendría tiempo de ir a la bodega de los
tapetes media horita a trabajar, antes de salir para el downtown.
Me vestí normal para ir a jornalear; jean, camiseta, y mis zapatos
despintados y acabados por tanto tapete patear para enrollar. En
el carro coloqué mi muda para poderme disfrazar de ciudadano
decente de saco y corbata para presentarme con mi esposa ante la
Corte y el juez. La hora se acercaba. Salí de tapetelandia y con
mi cónyuge me dirigí a buscar parqueadero para llegar con tiem-
po extra a consumir un par de cafés más. Dentro del auto y ya en
el parqueo, inicié la metamorfosis de atuendo obreril a posible ciu-
dadano encorbatado y asilado. Con algunas contorsiones de las

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aprendidas limpiando vidrios en los interiores de los autos en el


car wash, logré quitarme los pantalones sin hacer mucho escánda-
lo, al igual que la camiseta para velozmente ser reemplazados por
los sugeridos para la Corte. Corbata a la moda, y por ultimo los
zapatos. Mierda… se me quedaron en mi casa en el afán. Todo
un ejecutivo ya, pero con los zapatos que traía de tapetiar, con punta
de hierro reforzada, cafecitos (y mi pantalón era Negro) rallados y
despintados a más no poder. Y ahora qué, gritamos entre llanto y
risa nerviosa mi esposa y el oso mayor como me sentía en aquel
instante. Eran las 9.30. Nos quedaba una hora. De repente mi espo-
sa se acuerda que a pocas cuadras de allí había un local de venta
de calzado. Corrimos hasta el sitio, pero lo abrían a las 10.
Esperamos en la puerta. Cuando por fin autorizaron la entrada al
público, salí volando a la sección caballeros a comprar el primer
ejemplar que hiciera mejor juego con mi facha cortesana. Ufff. Un
descanso al menos, en cuanto al efecto visual que podríamos cau-
sar en el juez luciendo como debe ser.

Llegó la hora. Es un edificio viejo en el centro de Miami. Son 11


pisos donde se encuentran las salas de Cortes para atender a sujetos como
el que esto les está reportando. Después de requisas y de presentar nues-
tros documentos, un guardia del noveno piso nos mostró el camino
para ingresar. Entramos. Era un salón mediano, con bancos en Madera
a lado y lado del corredor central, como se ve en las películas; a mitad
del salón, una baranda de baja altura con puerta de madera también
separaba al pueblo de los notables. Del otro lado se encontraban escri-
torios para el fiscal, la escribana, el traductor oficial y otro para los impli-
cados en el caso jurídico migratorio a tratar. Al fondo, en el altar, tal
vez a un metro con veinte de altura por encima de todos en la corte,
se hallaba el ser supremo, el omnipotente, el señor juez vestido con su
toga negra y su martillo para golpear y dejarse sentir aun más. A su
espalda, un circulo metálico gigante grabado con la bandera Americana,
circunvalado por un texto alusivo a la justicia de este país.

Ustedes allá abajo y yo aquí subido en este pedestal, tengo el futu-


ro vuestro en mis manos razonaría él. A los pocos minutos de estu-

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diado el recinto, nos llamaron al estrado. Su señoría, el juez de ape-


llido Chapas, originario no de Wisconsin ni de Baltimore podría apos-
tar, sino más bien de Tijuana o Guadalajara pero que por haber nacido
aquí, mostraba con su dura mirada que ya sus orígenes de padres o
abuelos que llegaron muchos años atrás buscando una oportunidad,
se habían diluido en medio de tanta americanidad. Nos miraba con
intención de hacernos sentir inferiores, pequeños, inmigrantes can-
didatos a la deportación si le daba por negarnos el asilo que con tan-
tas ansias habíamos venido a solicitar. Es innegable. Nos trató
despectivamente. Debido a que nuestra solicitud se presentó por enci-
ma del plazo permitido por la ley por las razones de estafa previa-
mente expuestas, éramos firmes candidatos a la partida forzada con
dolor de la USA, a no ser que en el proceso que se iniciaba a conti-
nuación, nuestras razones de peso lo convencieran de lo contrario.
El estado puede proveerles un abogado o ustedes pueden conseguir
uno con sus propios recursos, para que se presenten aquí en la corte
nuevamente el día 27 de Marzo a las 8.30 de la mañana con su abo-
gado. Si no han conseguido ninguno, se defenderán ustedes mis-
mos puntualizo con una sarcástica mueca el hombre de la toga negra.
Tienen que comparecer con obligatoriedad. Si no se presentan, auto-
máticamente perderán sus derechos y serán enrutados directamente
a la deportación.

Salimos por fin del salón. Temblando, recordando esos ojos cla-
ros y una sonrisa camuflada que reflejaba su alto poder. A buscar
abogado, pero esta vez con muchísima precaución, no fuera y nos
volvieran a engañar. Tres mil trescientos dólares y unos días des-
pués, un excelente doctor toma nuestro caso en representación.
Verificamos con lupa su reputación. De origen Puertorriqueño con
fluido español y perfecto inglés. Al aceptar el reto nos resaltó: de
los 21 jueces que tiene la corte de inmigración, a ustedes les asig-
naron uno de los 3 jueces que en el medio se conocen por su áspe-
ra dureza y falta de consideración. ¿Qué más buenas noticias iríamos
a recibir? Pues ni modo. A luchar se dijo. A conseguir más prue-
bas y volver a comenzar.

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Se fue vertiginosamente acercando la fecha de Marzo 27. Esta vez


el citatorio fue para las 8.30 de la mañana, en el mismo edificio, en
la misma corte, con el mismo juez. Quedamos en vernos 30 minu-
tos antes con nuestro representante para aclarar algunos puntos antes
del enfrentamiento corporal. Siendo las 7, ya nos apurábamos el segun-
do café en la sala de espera. Esta vez, en cuanto al atuendo, nada se
me olvidó. Los minutos empezaron a caminar, o más bien a volar.
8.10 a.m., y nada de nuestro hombre. Le marcamos a la oficina y al
celular, pero solo las tradicionales maquinas de mierda contestaban
y pitaban para que uno dejara su mensaje. 8.22 a.m. Donde se habrá
metido este cabrón. El mar de nervios era ya un temporal infernal.
Con terror le dije a mi esposa: subamos ya. Nos tocará enfrentar esto
a nosotros solos sin defensor. Tomamos resueltos el elevador. La requi-
sa igual a la de la primera vez. Entramos al recinto legal. Las mismas
bancas, los escritorios iguales, los mismos citados y algo de publico mas,
pero la angustia eso sí, muchísimo mayor. El pulso a millón, la ulce-
ra lista para reventar. Nos llamaron al estrado. Claridad arriba y aprie-
te abajo mi amigo. Justo cuando nos estábamos sentando después de
habernos todos puesto de pies como acto solemne por la entrada triun-
fal de su majestad que había tenido lugar con 30 segundos de antela-
ción, entró sonriendo nuestro abogado salvador. Fue simultaneo el deseo
de abrazarlo y besarlo, pero también el de estrangularlo y arrancarle las
güevas por ponernos a sufrir de ese modo tan garrafal.

Protocolo de presentación y términos en ingles, que nos iban tra-


duciendo a su vez. Los ojos azules, profundos, el martillo amena-
zante, su mirada y su jactancia la misma de 3 meses atrás. Nuestro
abogado se presento como representante elegido, se verificó cierta infor-
mación personal. Todavía no se daría inicio al juicio en sí. Esta cita
era básicamente para calendarizar el próximo evento a ejecutar e incluir
los datos del abogado defensor. Por correo sería reportada la fecha
siguiente para esta vez si dar comienzo a la defensa real. Pasaron 20
minutos y todo finalizó. Se acabó el tormento pero solo de un modo
temporal. Salimos con ganas de vomitar. El nivel de estrés que habí-
amos soportado aquellos días y esa mañana en particular se reflejaba
claramente en la palidez de nuestros cuerpos y rostros.

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A partir de allí, de nuevo a aguardar. Por fortuna este extraño país


reparte por igual rejo y zanahoria. Nos habían dado látigo suficien-
temente ya y nos tocaba entonces saborear un poco la rica zanaho-
ria. Por llevar en trámite nuestro caso más de 150 días, la ley cobija
al inmigrante. Es decir, si este plazo se vence, se adquiere el derecho
de aplicar por un permiso de trabajo y un número de seguro social
totalmente legales y con validez de 12 meses, renovables a su venci-
miento si el caso se encuentra sin veredicto final. Los ansiados docu-
mentos, aunque de carácter temporal, los recibimos en Mayo de 2002,
o sea alrededor de 270 días después de haber presentado nuestra soli-
citud y dos años después de haber pisado los EUA. No quiere esto
decir, que con estos papeles en la mano, los empleos ahora si llove-
rán desde todas las gerencias y cargos ejecutivos disponibles y vacan-
tes en el país, pero si implica el sentir una gigantesca tranquilidad el
adquirir un estatus temporal valido y el estar habilitado para traba-
jar en una forma completamente legal.

La próxima cita para la corte se nos informó, para Agosto 22 del


2002. De aquí en adelante, me será imposible avanzar más en la tras-
cripción. El calendario apenas revela los primeros días de Junio, por
lo que esta historia y este texto quedaran con un sabor de incertidum-
bre y profunda esperanza. Desearía con el alma finiquitar esta obra
ya para gritarle al mundo que el asilo nos lo ganamos por fin.
Quisiera aullar pero no puedo. Quizás cuando alguien recorra estas
líneas ese tiempo haya transcurrido ya. Ojalá la suerte nos acompa-
ñe y a todos los que estamos en esta lucha, para poder terminar mis
memorias con un final feliz, dejando salir este tumulto de vivencias
que llevan 24 meses anudándose en la garganta esperando la ansia-
da culminación.

Amigo mío, a pesar de los pesares, este país es del putas!! Cualquiera
de nosotros se lo puede garantizar.

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XIII
AHÍ LES QUEDA PA´QUE LO PIENSEN…
Otro amanecer. Es Martes, pero por el cansancio parece Diciembre
ya. De todos modos no importa si es Navidad, año Nuevo, Viernes
santo o 4 de Julio. Hay que trabajar y damos gracias por poder algu-
na labor realizar.

El día promete otra lucha sin cuartel entre la química y el ser, es


decir, entre la aspirina y el dolor muscular; entre los callicidas, cla-
vos y juanetes y las malformaciones en los pies; la crema caliente, el
parche león y el padecimiento lumbar; entre la Mylanta, el peptobis-
mol y la angustia de ajustar los verdes para pagar las cuentas del mes;
entre los calmantes y el temor de saber si habrá trabajo en el siguien-
te amanecer; entre los súper vitamínicos y la energía que huye del cuer-
po por no querer desgastarse físicamente más; entre el antisolar y las
quemaduras por el sol al motilar una plantación; entre el prozac, el
evadine y la lucha titánica por vivir en la irrealidad; entre la cafeína
y este sueño americano tan salvaje que no disminuye jamás; y la últi-
ma, la más olorosa y la peor, entre el Imodium y la diarrea por saber
si hoy nos cogerán los de inmigración.

Esto no es un lamento norteño. Es una realidad corporal. Se escu-


cha con demasiada frecuencia que no se debe trabajar duramente, sino
inteligentemente para triunfar; pues bien, con toda humildad le pido
al Altísimo, al Creador de cielo y tierra si es que lo hay, nos conceda tal

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don. El de la inteligencia. Te pido señor cacumen para socorrer a 20


millones de Latinos que estamos luchando aquí, para que por favor nos
muestres como hacer para no finiquitar con nuestros cuerpos antes de
tiempo, trabajando como mulas, no como las del narcotráfico, sino como
las de carga y carga bien pesada my friend. Para que nos orientes y nos
ayudes a escapar del sendero del músculo, de la vereda de la fuerza bruta,
de la trocha del sudor y nos enrutes con certeza en el camino de la neu-
rona, en el trayecto del pensamiento, en el Tao de la sagacidad; y de una
vez aprovechando que estoy implorando este don, haz el esfuerzo señor,
nos colabores también con un empujoncito en la consecución del asilo
ante la corte de inmigración por fin.

La búsqueda del ansiado papel, el documento definitivo que nos acre-


dite como un humano legal en este país, hace parte de este loco bino-
mio de la supervivencia y el trabajo forzado en la clandestinidad. Me
siento agotado, pero sacaré fuerzas de cualquier lugar, así como lo han
hecho mi esposa, mis amigos, mi familia y montones más. No crean
ustedes que todo ha sido angustia y ansiedad. Se ha experimentado todo
un abanico de situaciones que nos ha engrandecido con severidad. La
intención de estas letras era mostrarles el alma y el cuerpo de un Latino
que dejó su país no importa el porqué; que fue paisa (Colombiano de
la zona cafetera) por casualidad, pero que representa a cientos de miles
más, en sus andanzas y persecución de un futuro más tranquilo y pro-
metedor en este norte cada vez más complejo ya.

Por ahora concluyan ustedes, lo que es la experiencia de visitar con


carácter de vivir de un modo permanente, a este, el país más grande
y poderoso de la tierra, siendo usted un peregrino típico como ya lo
mencioné de ¨no papers, no english, nobody¨.

Podéis ir… o venir en paz… si después de leer esto de veras os


animáis.

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Finalizado en la USA, a Inicios de Junio del año dos


del Nuevo milenio de mi Segunda vida.

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EPILOGO (Nota del autor post edición)


Septiembre 2003. El asilo fue otorgado luego de incontables acon-
tecimientos, dos citas extras en corte, otro abogado que nos abando-
nó y engaño y unas cuantos dolaretes mas. La felicidad de escuchar
a un Juez en la corte, certificando que lo tan ansiado ha sido otorga-
do por fin (Junio 26/2003), es algo que nunca será fácil de olvidar.

NOTAS SOBRE EL AUTOR


Sergio Navarro hizo su primera aparición en este mundo, como todos,
al nacer, con llanto intenso, luego de una palmada recibida en el tra-
sero, a manos de un ginecólogo en una clínica en Medellín, Colombia
en 1962.

Sagitario, de espíritu viajero y aventurero, con la mirada puesta en


el cielo pero con los pies en la tierra, amante de las montañas y los
mares, los amigos, la lectura, la música y el vino. Buscador de expe-
riencias y vivencias como el resto de los mortales, combinando el llan-
to temprano, la alegría, la disciplina, el estudio y los paisajes. De bases
sólidas y profundas obtenidas de una familia y unos padres de tena-
cidad y ejemplo supremo.

Como parte de su misión en el planeta, el trasladar al papel estas


profundas experiencias recopiladas en este ejemplar, hacen parte de
su legado a la historia de si mismo y de los que en un momento de
su vida hacen un alto en el camino, y deciden cambiar radicalmen-
te su curso.

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Este libro se terminó de imprimir


en el mes de Marzo de 2005 en
Mark V Press, 140 NE 32 Court,
Oakland Park, Florida 33334.

Impreso en USA - Printed in USA.

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