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TRABAJO DE SÍNTESIS SOBRE:

Intersubjetividad.

Fernán López Patiño

Trabajo presentado a:
Pbro. Hugo Armando Gálvez.

SEMINARIO MAYOR ARQUIDIOCESANO


NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO
MANIZALES
2020
1. Introducción.
El problema del otro, también llamado el problema de la intersubjetividad o como se denomina
en la modernidad el problema de la alteridad; ha generado cuestionamientos a lo largo del
desarrollo del pensamiento humano, gestando a su vez por parte de grandes pensadores de la
historia conceptos, variados para algunos, similares para otros, pero en cuyos resultados
convergen todos los argumentos en una coincidencia irrefutable dentro de la corriente filosófica:
“¡Como si uno no debiese siempre fatalmente buscar a otro porque tiene necesidad de él; como si
otro no pudiese siempre ofrecérseme porque tiene necesidad de mí! (Alteridad. Un recorrido
filosófico p. 5) El reconocimiento del otro, hace parte inherente al ser humano, permitiéndole no
sólo su crecimiento como persona única en el mundo, sino también como miembro de una
saciedad en la que se manifiesta su particularidad.
2. Definición del concepto.
El hombre es ser en el mundo que se relaciona con los demás, por lo que la filosofía del siglo XX
ha acentuado la dimensión intersubjetiva del hombre, su relación con el mundo es constitutiva y
fundamental porque de ella brotan todas las demás relaciones, lo que lo introduce en su
interacción con los demás. No es cierto que el hombre está solo; se encuentra siempre en
situación y en relación con el otro.
Todo hombre es uno, individual, intransferible; sin embargo hay en él un profundo afán de
convivencia con los demás. El fundamento de toda relación social se encuentra en la apertura al
otro, una apertura constitutiva y a la vez neutra. No se determina si está abierto hacia el bien o
hacia el mal. El robar a otro o sonreírle implica, anteriormente al hecho, una apertura hacia él. En
la base de ambas acciones sociales o antisociales se encuentra la apertura como raíz común. (El
hombre, espíritu encarnado. P. 241, 242)
“Queramos o no, en el fondo de cada hombre palpita un sentimiento de forzosa solidaridad con
los demás, como una vaga conciencia de identidad esencial que no sentimos hacia una planta o un
peñasco”. (El genio de la guerra. Ortega y Gasset, vol. II, p 202)
Si el hombre fuese un ser solo, que accidentalmente se encuentra en convivencia con los demás,
los cambios sociales no se harían sentir en él; pero en cuanto es social en su constitución
intrínseca, es transformado en su forma particular. (El hombre, espíritu encarnado. P. 243)
“El reconocimiento de los demás es necesario porque gracias a él sabemos mucha cosas sobre
nosotros mismos; pero no es definitivo, porque los otros hombres no pueden penetrar en la
intimidad salvo que uno mismo se las muestre. Lo que realmente somos o lleguemos a ser
depende, en último término, del juicio de Dios, con quien el hombre puede tener también una
relación personal.” (Fil. Del conocimiento, p. 128)

3. El tema en la historia de la filosofía.


El recorrido histórico-filosófico sobre la intersubjetividad es bastante documentado, pues,
cualquier postulado antropológico necesariamente debe contemplar la realidad del hombre en
relación con los demás. A continuación se mencionarán algunos pensadores representativos de la
historia y su perspectiva sobre las distintas formas de entender al otro.
Platón: (Conservación de los valores) El hecho de que A haya perjudicado a B, no debe afectar
nunca el trato de B hacia A, pues la injusticia de A hacia B no constituye un motivo suficiente
para B trate a A de manera distinta. No se trata de que se conserven intactas las maneras sino los
valores. (Alt. Un Rec. Fil. p. 36)
Aristóteles: (La amistad) La amistad virtud implica la conciencia de que uno “no está completo
por sí mismo”. Y sólo cuando el otro es percibido como amigo, como el álter ego del yo, uno
puede ejercer de modo confiable la cualidad de ser sí mismo.
La amistad procura el bien del otro y en esto difiere de la benevolencia, que también lo desea,
pero no lo procura. (Alt. Un Rec. Fil. p. 46)
También Aristóteles afirma que el hombre es un animal político, puesto que vive en sociedades
organizadas, a diferencia de los animales es un ser racional, con capacidad para reflexionar y
discernir, ser consciente de su existencia y de la de sus pares, con capacidad de distinguir entre lo
bueno y lo malo. La razón en este sentido, empuja al hombre a buscar lo justo, lo virtuoso, lo
bueno, en suma la felicidad. Pero para ello, para formarse y realizarse plenamente, el hombre
necesita de los otros, necesita vivir en sociedad.
San Agustín: (La Caridad) La relación exacta con el otro se revela desde la caridad: “Nadie hay
en el género humano a quien no se le deba la caridad, si no por mutua correspondencia, por la
comunidad social de naturaleza”. “La amistad alcanza a todos los que tienen derecho al amor y la
caridad, aunque se incline con mayor facilidad a unos que a otros”. (Alt. Un Rec. Fil. p. 64)
Immanuel Kant: (Leyes universales de conducta) Hacer el bien, es decir, ayudar a otros
hombres necesitados a ser felices según las propias capacidades y sin esperar nada a cambio, es
un deber de todo hombre: porque cada uno se encuentra necesitado, desea que los demás lo
ayuden. Gracias al principio del amor mutuo, los seres razonables son llevados a relacionarse
continuamente, y gracias al respeto que se deben recíprocamente, a mantenerse distanciados unos
de otros. El amor atrae, el respeto separa. (Alt. Un Rec. Fil. p. 74, 75)
Adicional, plantea Kant la idea del imperativo categórico, que consiste en el acto que se lleva a
cabo por el hecho de ser considerado necesario, sin que existan más motivos para ser llevado a
cabo que dicha consideración. a través de él se pretende hacer siempre lo correcto, o sentirnos
mal por no hacerlo. El imperativo categórico pretende tratar a la humanidad como fin y no como
medio para alcanzar algo.
Ortega y Gasset: (La circunstancia y la sensibilidad) Los ojos nos muestran más del otro porque
son miradas, actos que vienen de dentro como pocos. Nosotros captamos esa mirada desde el
fondo de nuestro ser y practicamos una y otra vez un intento de interpretación, deseando darle
nuestra vida y recibir la suya. (Alt. Un Rec. Fil. p. 121)
Cuando la proximidad llega a una fuerte dosis, la llamamos intimidad. El otro se hace próximo e
inconfundible, se hace único. (Alt. Un Rec. Fil. p. 125)
Jean Paul Sartre: (Conciencia de lo común) Es el filósofo por excelencia del lado “oscuro de la
alteridad”. “por el mundo aprendo que formo parte de un nosotros y ese nosotros me indica que
soy un cualquiera: cada escaparate, cada vitrina, me devuelven mi imagen como una
trascendencia indiferenciada. (Alt. Un Rec. Fil. p. 148)
Para Sartre existen dos tipos de ser. El ser en sí y el ser para sí; el primero es aquello que se nos
presenta, el ser de las cosas externas. No solo debemos incluir en esta categoría a las cosas
distintas al hombre sino también su cuerpo. El pasado, la situación y, sobre todo la muerte,
reducen al hombre a un mero ser en sí.
El ser para sí, es el ser de la conciencia, este ser pasa tres momentos distintos en el tiempo, y es
ese tercer momento el que tiene que ver con el tema en cuestión, pues se le reconoce como ser
para otro. Es el ser para sí quien nos coloca ante la necesidad de hecho que es la existencia ajena.
Tal como nos lanzó afuera hacia el en sí, deberá entregarnos el para otro... En lo más profundo de
mí mismo, debo encontrar no razones de creer en el prójimo, sino al prójimo mismo como no
siendo yo. (Sartre, J.P., el ser y la nada, Editorial Losada, Buenos aires, 1972, p. 327)
Emmanuel Lévinas: (La ética) El encuentro con el otro y la posibilidad de reconocerlo como tal
y no tan sólo como un objeto del deseo, dependen de una revelación: el acontecimiento ético que
supera los límites de la totalidad. (Alt. Un Rec. Fil. p. 165)

4. Desarrollo del tema.


Hegel: dialéctica del señor y el siervo.
Para Hegel todo lo que existe es la manifestación de la única realidad a la que llama espíritu, y
éste se despliega generándolo todo. Este proceso de desarrollo es regido por las normas de la
dialéctica. La dialéctica comprende siempre tres momentos: tesis, antítesis y síntesis; las dos
primeras siempre están en contradicción, lo que lleva a la generación de la tercera que resuelve la
oposición generada.
Siguiendo esta línea de pensamiento Hegel postula la dialéctica del amo y el esclavo, que está
constituida por una serie de fases de la conciencia que da origen a mencionada trilogía y con ella
a la historia de la humanidad.
El yo originario no tiene receptividad para el mundo, por lo que se enfrenta a diversas formas que
tiene frente a sí: algo o alguien le puede despertar curiosidad, interés, amor etc. o por el contrario
podría no ocurrirle ninguna de ellas, y las cosas del mundo parecerle vacías de ser.
Según Hegel en esta fase de la conciencia lo único que parece real es el propio yo que se
descubre como emperador de un deseo; como el mundo le parece vacío de ser, toda su energía se
concentra en sí mismo, surgiéndole la necesidad de apropiarse de lo exterior para no quedar
vacío, identificándose con lo que le es contrario. (este primitivismo se manifiesta en la niñez y
algún tipo de personas que no hubiesen desarrollado la conciencia) Es también el caso del don
Juan, que consuma la seducción y pierde el interés por su conquista, de manera que la apetencia
hace que todo su mundo sea trivial o carente de significado, apareciendo el yo como una infinitud
vacía.
El suyo es un mundo destrozado, devorado por la apetencia. De este modo, el proyectarse al
exterior ha quedado disuelto, retornando al principio, y vuelve a ser una conciencia queriendo
relacionarse, y es cuando su autoconciencia que colisiona con otra se halla duplicada: se pierde a
sí misma pues se encuentra como otra esencia, se ve a sí mismo como otro.
El reconocimiento se desplaza entonces a los extremos: uno se convierte en lo reconocido y el
otro en lo que reconoce, por ello, “cada cual tiende a la muerte del otro” (es decir, a la negación
de su existencia) las dos autoconciencias se comprueban a sí mismas la una a la otra mediante la
lucha a vida o muerte. Uno llega a ser para sí con el reconocimiento del otro, y no sólo su
reconocimiento, sino también su dominio, surgiendo así la dialéctica del amo y el esclavo. El
niño que domina y el que es dominado, el machismo, la esclavitud, etc. Con el tiempo la relación
amo-esclavo llega a su fin. El esclavo se fatiga y desespera, más aún cobra conciencia de sí
rompiendo sus ataduras, construyendo interiormente una vida ideal. También el amo advierte que
va perdiendo autoridad, fuerza o dominio; que la clase débil se torna poderosa y el esclavo se
hace más consciente. (Alt. Un Rec. Fil. Págs. 80 al 91)

Lo interpersonal: Nosotros, tú y yo.


Es el conjunto de las relaciones que el yo personal establece libre y responsablemente con los
otros hombres. Dichas relaciones forman la convivencia, para la cual es necesario ir más allá del
altruismo básico y obrar hacia otro, del que recibimos una respuesta, dando origen a una nueva
realidad: el nosotros. Yo y tú juntos formando una nueva realidad. El nosotros es la primera
forma de relaciones concretas con el otro, y por tanto, la primera relación interpersonal.
En la relación interpersonal el vínculo de unión es el amor. Se construye así una relación fuerte e
íntima donde el genuino altruismo crece sin dificultad. El yo se abre al prójimo afirmando, al
mismo tiempo, la propia objetividad frente al tú. En la relación interpersonal el altruismo, en vez
de vaciar nuestra persona proyectándola hacia el exterior, la interioriza y perfecciona llegando a
ser consciente de los propios valores personales. (El hombre, espíritu encarnado. P. 246)
Descartes pensaba que los sentimientos enturbiaban las ideas, las hacían perder claridad y
distinción. Hume pensaba que los sentimientos eran como las ideas, esencialmente confusos, y la
razón sería la facultad por la que el hombre vive en zozobra, porque intenta, sin éxito, enderezar
la confusión; puede sistematizar, hasta donde le es posible, lo que conoce con oscuridad. Esta
visión cambió con Rousseau: el sentimiento se convirtió en portador de un saber sobre sí mismo,
restaurador de la pureza original del hombre salvaje -un sabio natural. El sentimiento como saber
del corazón, nos hermana con la naturaleza y con los demás hombres. (Alt. Un Rec. Fil. p. 23)

Formas fundamentales de intersubjetividad.


Las relaciones interpersonales entre los seres humanos adquieren diversas formas, las cuales
apuntan a reconocer al hombre como un ser con los demás y para los demás, distinguiremos a
continuación cinco de ellas.
El amor: Es el reconocimiento de la presencia del otro en nuestra vida y un deseo de promocionar
su existencia para que crezca y se plenifique. Existen diversos modos de vivir este vínculo de
amor; el amor conyugal, el amor de familia, el amor de amistad y el amor de caridad u oblativo,
este último es que brindamos a cualquier persona por el solo hecho de ser persona, aún sin
conocerla.
La justicia: se entiende como la necesidad de que cada persona tenga lo necesario para vivir
dignamente. No debe confundirse con igualdad; “dar a todos lo mismo”. Más bien consiste en dar
a cada uno lo que necesita según su situación, por tanto además de igualdad debe incluir la
equidad.
El conflicto: Aparecen cuando los intereses y deseos de las personas chocan por sus diferencias,
por sus modos de concretarlos o porque quieren apropiarse de lo mismo. El conflicto termina
siendo un modo necesario de vincularse particularmente, por los mecanismos utilizados para la
solución de los mismos.
La indiferencia: Consiste al tratar al otro en tercera persona. El empleado, el chofer, etc. en
muchas ocasiones solo vemos a los demás utilitariamente, una indiferencia que elimina lo
humano del vínculo intersubjetivo. Aunque hay profesiones que requieren cierta indiferencia, en
el buen sentido para desempeñar bien su trabajo con imparcialidad y equilibrio.
El poder: Se define como el vínculo mediante el cual alguien está sujeto y otro impone normas,
es una relación asimétrica, pero resulta positiva en cuanto se busca el crecimiento y pleno
desarrollo del oro. De modo contrario resulta negativa cuando el vínculo genere opresión y
desconocimiento del valor de la dignidad del otro.

Actualidad del problema.


En la filosofía clásica y medieval el conocimiento de otro como persona no se planteó
expresamente porque no era un problema. Conocemos a los demás porque se manifiestan como lo
que son. Si la naturaleza es un principio intrínseco de operaciones, basta reconocer esas
operaciones como actos humanos para saber que quienes los realizan poseen la naturaleza
humana. (Filosofía del conocimiento, p. 117)
Por el contrario en la actualidad, cada uno es ahora lo que manifiesta. Ahora las definiciones no
pueden referirse a notas esenciales, sino a las manifestaciones internas o externas. No puede
decirse, por tanto, de alguien, que es hombre si no cumple unas condiciones. Para unos lo
determinante es la autoconciencia, para otros el uso de la razón y la libertad, etc.
Aunque pueda parecer que estas doctrinas no tienen especial relevancia, están en la base de
algunas justificaciones del “positivismo jurídico”: la norma no puede basarse en una supuesta ley
natural, inexistente al no haber naturaleza común, sino en el consenso de los ciudadanos o en la
autoridad del legislador. También la corriente jurídica conocida como “iusnaturalismo
racionalista” parte de supuestos parecidos: lo único común a todos es la razón, no la naturaleza, y
sólo quien tiene la capacidad para defender sus derechos puede ser sujeto de ellos.
El reconocimiento del otro como persona supone la capacidad de conocer la verdad y de
aceptarla. Pero esto no basta. Además es preciso tener una concepción no naturalista de la
persona y el reconocimiento de su dignidad, es decir el reconocimiento de que todo hombre es un
sujeto potencialmente moral, capaz de conocer las cosas como son, no en función de las propias
necesidades o intereses, y de tratarlas de acuerdo con su naturaleza. (Fil. Del conocimiento, p.
119)

5. Aporte personal.
La aplicación de los conceptos relativos a la intersubjetividad, implica grandes retos personales
para un desarrollo coherente de la vida pastoral, el reconocimiento del otro con sus diferencias
conceptuales y físicas, debe ir acompañado de la imparcialidad, la apertura y la acogida propios
del evangelio, permitiendo la transmisión adecuada del mensaje cristiano, enriqueciendo además
el propio conocimiento sobre la diversidad ideológica y cultural de las personas.
De la misma manera, la comprensión y aplicación de las concepciones estudiadas en este campo
de aprendizaje, permite aportar un mejoramiento a la sociedad, no solo con la vivencia de los
mismos, sino con el ejemplo transmitido a quienes comparten nuestro entorno mediante la
práctica de la tolerancia y el respeto con todos los miembros de la comunidad, conservando desde
luego, el criterio propio que nos identifica y que determinan nuestra identidad cristiana, pero
abiertos siempre a comprender nuevos conceptos y posturas frente a distintos temas postulados
por el otro.
La aceptación por aquellos que piensan distinto a nosotros es el reto más grande que exige la
intersubjetividad, la vivencia de dicho concepto se caracteriza principalmente por la tolerancia,
siempre y cuando los comportamientos del otro no atenten contra la dignidad de ningún ser
humano o cualquier elemento de la naturaleza que merezca respeto, en cuyo caso, estamos
llamados a buscar mecanismos que garanticen una convivencia armónica para todos.
Otro aspecto de gran importancia en torno a la intersubjetividad es el aprovechamiento de la
apertura del nosotros, para fortalecer nuestro crecimiento personal, ello se logra mediante la
evaluación del comportamiento, tanto de las demás personas como el propio, mediante la
reflexión, herramienta que nos brinda una crítica objetiva de cualquier problemática social o
interpersonal.
Finalmente, es necesario reconocer que la modernidad ha traído consigo, para muchos miembros
de la sociedad, un fenómeno de desplazamiento del otro por el afecto y la protección de los
animales, es verdad como ya se mencionó, que cualquier elemento de la naturaleza merece
respeto y admiración, pero no deberá nunca ser sobrepuesto frente a la dignidad y el respeto del
ser humano; ya lo mencionaba al inicio del documento: “en el fondo de cada hombre palpita un
sentimiento de forzosa solidaridad con los demás, como una vaga conciencia de identidad
esencial que no sentimos hacia una planta o un peñasco”, pero esta concepción a tomado un tinte
utópico frente a las nuevas concepciones de la sociedad, que en muchos casos manifiesta un
desprecio por los demás. Es aquí donde estamos llamados a crear conciencia acerca de la
importancia de reconocer al otro como complemento indispensable del yo, y que entre ambos,
formamos una de las palabras más hermosas del diccionario: “el nosotros”.

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