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SUEÑOS DE CUARENTENA #2

Es un día normal, tal vez un fin de semana al medio día. Estoy caminando por
las calles de una enorme ciudad, una ciudad de fechas pasadas, la misma
metrópolis de los trenes e iglesias con carteleras provocativas andantes, sujetas a
mujeres vestidas en lencería fina. Un lugar para perderse y jamás volver.

Mis pasos me dirigían a las inmediaciones de un enorme mercado, las plazas


de concreto y piedra ancestral donde cientos de personas se aglomeraban para
comprar con bastante libertad, buscando siempre el mejor producto al menor
precio. Continúe y bajé por unas escaleras hasta el nivel inferior miré hacia
arriba y pude verlo, el diseño de esta parte del mercado me recordaba un poco a
una zona de sacrificio precolombina; roca tallada, juegos astronómicos y sangre.
Justo en el medio de ambas escaleras, un carnicero limpiaba las partes de una res
para colgarlas desde un gancho y ponerlas en exhibición. Sin embargo, volví a
mirar en derredor y noté que todos los demás actuaban con bastante naturalidad.
En efecto, las incontables canastas de verduras y hortalizas, cajas de frutos,
lácteos y gramíneas, con sus respectivos dueños y compradores, le acreían a esta
escena un nuevo concepto. Un aire más actual y menos tétrico.

Salí de allí y fui a prisa hasta alcanzar un gran supermercado moderno. No


tenía un rótulo pero lograba distinguir—algunas formas blancas donde
seguramente iban las letras y un nombre por supuesto.—Entré al lugar sin tener
siquiera una moneda en el bolsillo, atraído por una poderosa fuerza instigadora.

Camino por varios pasillos olisqueando las estanterías de víveres y suministros


de limpieza. Paso por mis manos una bolsa de pasas y otra de avellanas. Tomo
una esponja para sentir su áspera superficie e imaginarme la arena del mar. Fue
entonces que mis bolsillos se inflaron y aparecieron entre ellos unos billetes de
mediana denominación, más una lista de compras que recordé, debía llevar a
casa. Estaba al fin entendiendo porqué estaba allí.

Con un carrito, fui recorriendo más pasillos, más y más profundo, parecía un
dédalo sin fin. Habían zonas para el bricolaje y otro para los amantes de la pesca.
Casetas de perros, latas de comida y productos de aseo; todas las vanidades que
los dueños de mascotas pudiesen desear. Poco a poco iba llenando el carrito con
productos de estas zonas. Había ropa de cualquier tipo, talla y color, calzado a
montones; también un sitio para electrodomésticos y ventas de equipos
computacionales y de entretenimiento, al cual no entré porque temía no traer
suficiente dinero. Nunca miré la lista que traía, aun así, mis manos fueron
escogiendo cuanto quisieron y pudieron, y nadie las detuvo.

Aunque el lugar era espacioso y completo, no transitaban muchas personas,


había uno que otro comprador y tres ayudantes que periódicamente pasaban de
largo mirando. A veces, veía a varias mujeres aglomerarse en las esquinas para
pelearse y saquear todo de las estanterías que, desde luego, seguirían por el
extenso laberinto a quien sabe dónde.

Al volver, sentí un nudo en el estómago. ¡El carro estaba a reventar!

Saqué el dinero. Pusieron en bolsas el contenido del carrito. Bolsa, tras bolsa,
mis dedos repasaban nerviosos una y otra vez los bordes de los billetes. Los
entregué y hasta cambio de vuelta me dieron.

Dejé las bolsas recostadas en el suelo porque eran muchas y necesitaba ayuda.
Dejé a un ayudante al cuidado. Salí a buscar una camioneta y la noche había
caído ya.

¿Es en serio?

Mire los autos circular en las calles y ninguna era una camioneta de tarifa.
Me preocupé por unos minutos, pero por fin avisté una y entonces a mis espaldas
estallaron unos disparos.

Volví agachado a mirar y mis pies lo único que hicieron fueron erguirse y
correr en busca de las bolsas en vez de buscar refugio.

Cuando entré las bolsas seguían en su lugar, pero con nadie vigilándolas y lo
que antes era un laberinto sin fin ahora no eran más que cientos de estanterías
vacías bajo la luz artificial de lámparas flourescentes y pasillos fantasmas.
Sonámbulo caminé en shock mirando absolutamente nada. A lo lejos divisé a un
hombre tumbado sobre las baldosas blancas manchadas de sangre y corrí en su
ayuda. Algo eterno. Al llegar solo encontré la sangre y por una ventana el sol
estaba saliendo en el horizonte. No podía creerlo. Ahora temiendo lo peor, salí
del lugar siguiendo un rastro de mis propias huellas lo más pronto posible para
tomar las bolsas y huir sin mirar atrás.

Unas luces de un patrullero me detuvieron y mi historia se terminó allí.

Dr. Nameß

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