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Séptimo encuentro con la Virgen

Pedro Acuña Meza


Ficción
Estaba exhorto mirando como el mar se iba tragando el sol
aquella tarde de julio. Ahí estaba, sentado frente al mar,
sintiendo como la brisa se estrellaba en mi rostro, mientras
mi esposa jugueteaba feliz con las olas y la arena de aquella
solitaria playa de mi costa. Las gaviotas partían a sus nidos y
los alcatraces se despedían en busca de los manglares para
pasar la noche. La luna se empezaba a asomar por entre las
coquetas palmeras y un lucero celoso, parecía no dejarla
sola en ningún momento.
De pronto volví a sentir aquel aroma característico de Ella,
de la Virgen, a rosas esparcidas empapadas de rocío; sabía
que estaba muy cerca; la percibía tal como ella me había
enseñado a hacerlo. Fue un instante en que el tiempo se
detuvo: las aves quedaron detenidas en su vuelo; las
palmeras dejaron de moverse; las olas de aquel mar
quedaron como congeladas y mi esposa, que corría en
aquella playa, se quedó quieta, como suspendida en el aire.
–¿María, estás aquí? - pregunté. “Si”-contestó. “Hace rato
estoy a tu lado, observando como disfrutas todas estas
maravillas que nuestro Padre a dispuesto para todos”.
Ahí estaba élla; bella y radiante; sonriente y tierna. La
sensación que yo sentí en ese momento fue de tranquilidad
y paz. Bajé mi cabeza y pregunté: - “Porqué me escoges a
mi, María? –“No, no sólo a ti; yo los escojo a todos, sólo que
tú si puedes verme y sentirme”-. Dime señora, en que
puedo ser útil”-Volví a preguntar muy suavemente,
mientras una extraña energía irradiaba por todo mi cuerpo.
–“Deseo que le cuentes a todos, que no pierdan la fe; que
no pierdan la esperanza; que disfruten todas las
bendiciones que hemos puesto a disposición de todos; que
se preocupen por vivir y ser felices. Cuéntales que el mayor
secreto para alcanzar la felicidad es agradecer siempre;
agradecer, agradecer, agradecer y llenarse cada día de
disposición para seguir y vivir con alegría detrás de los
sueños y planes que cada uno se ha trazado. Siempre hacer
el bien y dejar fluir la bondad y la solidaridad. Pregona eso
como el Secreto mejor guardado que deseaba revelar a
todos. Soy luz de paz y amor, siempre portadora de buenas
noticias. Pregónalo-“.
Dicho esto, todo se volvió a la normalidad; las aves
continuaron su vuelo; las olas continuaron con su incesante
golpeteo en las piedras; las palmeras volvieron a ser
movidas por el viento y mi esposa continuó su trajinar en la
playa; todo volvió a la normalidad, en un instante.
María ya no estaba, sólo quedó aquel intenso olor a rosas y
la sensación de su rostro resplandeciente en mis ojos. Mi
esposa se acercó corriendo hacia mí y preguntó, inoscente:
-“Si sientes ese olor a rosas que trae el mar, serán las algas
que huelen así”?. Cómo explicarle lo que acababa de
suceder?. Todo aquello fue tan rápido como siempre la
Señora lo hace.
Observé la arena a donde élla estuvo a mi lado y sólo
quedaban unas tenues huellas que ya empezaban a borrase
con la brisa que soplaba sobre la playa.
Me quedó una inmensa paz en mi alma y en mi corazón
luego de su partida. Dije en voz alta: -“Si Señora, así lo haré.
–“Que dijiste-? Preguntó mi esposa, mientras se limpiaba la
arena de sus pies. Guardé silencio, la abracé y lloré, talvez
de incertidumbre por no poderle compartir lo que me
acababa de pasar, quizá no me creería; sin embargo, si mi
esposa pudo sentir el aroma a rosas de la presencia de la
Virgen María, quizá en el próximo encuentro, también
pueda verla.

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