Ficción Estaba exhorto mirando como el mar se iba tragando el sol aquella tarde de julio. Ahí estaba, sentado frente al mar, sintiendo como la brisa se estrellaba en mi rostro, mientras mi esposa jugueteaba feliz con las olas y la arena de aquella solitaria playa de mi costa. Las gaviotas partían a sus nidos y los alcatraces se despedían en busca de los manglares para pasar la noche. La luna se empezaba a asomar por entre las coquetas palmeras y un lucero celoso, parecía no dejarla sola en ningún momento. De pronto volví a sentir aquel aroma característico de Ella, de la Virgen, a rosas esparcidas empapadas de rocío; sabía que estaba muy cerca; la percibía tal como ella me había enseñado a hacerlo. Fue un instante en que el tiempo se detuvo: las aves quedaron detenidas en su vuelo; las palmeras dejaron de moverse; las olas de aquel mar quedaron como congeladas y mi esposa, que corría en aquella playa, se quedó quieta, como suspendida en el aire. –¿María, estás aquí? - pregunté. “Si”-contestó. “Hace rato estoy a tu lado, observando como disfrutas todas estas maravillas que nuestro Padre a dispuesto para todos”. Ahí estaba élla; bella y radiante; sonriente y tierna. La sensación que yo sentí en ese momento fue de tranquilidad y paz. Bajé mi cabeza y pregunté: - “Porqué me escoges a mi, María? –“No, no sólo a ti; yo los escojo a todos, sólo que tú si puedes verme y sentirme”-. Dime señora, en que puedo ser útil”-Volví a preguntar muy suavemente, mientras una extraña energía irradiaba por todo mi cuerpo. –“Deseo que le cuentes a todos, que no pierdan la fe; que no pierdan la esperanza; que disfruten todas las bendiciones que hemos puesto a disposición de todos; que se preocupen por vivir y ser felices. Cuéntales que el mayor secreto para alcanzar la felicidad es agradecer siempre; agradecer, agradecer, agradecer y llenarse cada día de disposición para seguir y vivir con alegría detrás de los sueños y planes que cada uno se ha trazado. Siempre hacer el bien y dejar fluir la bondad y la solidaridad. Pregona eso como el Secreto mejor guardado que deseaba revelar a todos. Soy luz de paz y amor, siempre portadora de buenas noticias. Pregónalo-“. Dicho esto, todo se volvió a la normalidad; las aves continuaron su vuelo; las olas continuaron con su incesante golpeteo en las piedras; las palmeras volvieron a ser movidas por el viento y mi esposa continuó su trajinar en la playa; todo volvió a la normalidad, en un instante. María ya no estaba, sólo quedó aquel intenso olor a rosas y la sensación de su rostro resplandeciente en mis ojos. Mi esposa se acercó corriendo hacia mí y preguntó, inoscente: -“Si sientes ese olor a rosas que trae el mar, serán las algas que huelen así”?. Cómo explicarle lo que acababa de suceder?. Todo aquello fue tan rápido como siempre la Señora lo hace. Observé la arena a donde élla estuvo a mi lado y sólo quedaban unas tenues huellas que ya empezaban a borrase con la brisa que soplaba sobre la playa. Me quedó una inmensa paz en mi alma y en mi corazón luego de su partida. Dije en voz alta: -“Si Señora, así lo haré. –“Que dijiste-? Preguntó mi esposa, mientras se limpiaba la arena de sus pies. Guardé silencio, la abracé y lloré, talvez de incertidumbre por no poderle compartir lo que me acababa de pasar, quizá no me creería; sin embargo, si mi esposa pudo sentir el aroma a rosas de la presencia de la Virgen María, quizá en el próximo encuentro, también pueda verla.