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2
MODERADORA:
Moni
TRADUCTORAS:
Valentine Rose *~ Vero ~*
Janira Marie.Ang
Daniela Agrafojo Pau_07
Val_17 becky_abc2
Miry GPE Sandry
3 CORRECTORAS:
Mire Mery St. Clair
Val_17 Jadasa
Miry Sandry
Laurita Pi Janira
Dannygonzal Fany
REVISIÓN FINAL:
Mery St. Clair
DISEÑO:
Yessy
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
4 Capítulo 9
Capítulo 10
Agradecimientos
Sobre el Autor
América Mason, una atrevida estudiante de la Universidad Estatal del
Este, está enamorada de un Maddox, Shepley Maddox. A diferencia de su
primo, Shepley es más un amante que un peleador, pero un viaje a la casa de
sus padres en Wichita, Kansas podría significar dar el siguiente paso o el
final de todo.
5
Traducido por Valentine Rose & Janira
Corregido por Mire
Shepley
—Deja de ser un marica —dijo Travis, golpeándome en el brazo.
Fruncí el ceño y eché un vistazo alrededor para ver quién escuchó. La
mayoría de mis compañeros de primer año estaban al alcance del oído,
pasándonos con dirección a la cafetería de la Universidad Estatal del Este para
orientación. Reconocí varios rostros de la secundaria Eakins, pero habían incluso
6 más que no reconocí, como por ejemplo el de las dos chicas que iban caminando
juntas: una vistiendo un chaleco de punto y una trenza castaña, la otra con cabello
rubio ondulado y pantalones cortos. Echó un vistazo en mi dirección por medio
segundo y luego continuó, como si fuera un objeto inerte.
Travis levantó sus manos, una gruesa pulsera de cuero en su muñeca
izquierda. Quería arrancársela y golpearlo con ella.
—¡Lo lamento, Shepley Maddox! —gritó mi nombre mientras miraba a
nuestro alrededor, pareciendo más como un robot o un muy mal actor.
Inclinándose a mí, susurró—:‖Olvidé‖que‖ya‖no‖tengo‖que‖llamarte‖así…‖al‖menos,‖
no aquí en el campus.
—O en cualquier parte, imbécil. ¿Por qué siquiera viniste si vas a actuar
como un idiota? —pregunté.
Con sus nudillos, Travis le dio un golpecito al borde inferior del ala de mi
gorra de béisbol, casi botándola antes de agarrarla. —Recuerdo la orientación de
mi primer año. No puedo creer que ya pasó un año. Es tan raro, joder. —Sacando
un encendedor de su bolsillo, prendió un cigarrillo y soltó una nube de humo gris.
Un par de chicas merodeando cerca suspiraron de amor, e intenté no
vomitar.
—Joder, eres tan raro. Gracias por mostrarme el camino. Ahora vete de aquí.
—Hola, Travis —saludó una chica desde el otro lado de la acera.
Travis la miró, asintiendo, y luego me dio un fuerte codazo. —Nos vemos,
primo. Mientras tú escuchas mierda aburrida, yo voy a estar profundamente
enterrado en esa morena.
Travis saludó a la chica, quien sea que fuera. La había visto en algunos
sótanos de algunos campus el año pasado cuando fui con Travis a sus peleas en El
Círculo, pero desconocía su nombre. Pude verla interactuar con Travis y supe todo
lo necesario. Ya se encontraba dominada.
El total semanal de Travis disminuyó un poco desde su primer año, pero no
por mucho. Nunca lo confesó, pero podía darme cuenta que se sentía aburrido por
la escasez de desafíos de parte del sexo opuesto. Esperaba conocer a alguna chica
que Travis no hubiese recostado en nuestro sofá.
Las pesadas puertas necesitaron más que un simple tirón, y luego entré,
sintiendo un alivio instantáneo por el aire acondicionado. Mesas rectangulares
estaban juntan, desde un lado al otro, creando cinco hileras separadas
estratégicamente en áreas para ir y venir, y para acceder a la línea de comida y al
mostrador de ensaladas. Una solitaria mesa redonda se encontraba en una esquina,
7 y allí se hallaba la rubia con su amiga y un extravagante tipo con pelo rubio parado
en las puntas, que parecía haberse estrellado en una pared en el nacimiento de su
pelo.
Darius Washington estaba sentado al final de las hileras de las mesas,
bastante cerca de la mesa redonda, por lo que esperé a que él me viera. Una vez
que miró en mi dirección, me hizo un gesto con la mano justo como esperé, y me le
uní, sintiéndome muy avivado por el hecho de estar a menos de tres metros de la
rubia. No miré hacia atrás. Travis era un arrogante hijo de puta la mayoría del
tiempo, pero estar a su alrededor significaba conseguir lecciones gratis sobre cómo
conseguir la atención de una chica.
Lección número uno: Persigue, pero no corras.
Darius saludó a la gente de la mesa redonda.
Le hice un gesto. —¿Los conoces?
Sacudió su cabeza. —Solo a Finch. Lo conocí ayer cuando me mudé a la
residencia. Es graciosísimo.
—¿Y a las chicas?
—No, pero son sexys. Ambas.
—Necesito presentarme con la rubia.
—Finch parece ser amigo de ella. Han estado hablando desde que se
sentaron. Veré que puedo hacer.
Coloqué firmemente mi mano en su hombro, dando un vistazo hacia atrás.
Ella encontró mi mirada, sonrió, y la alejó.
Mantén la calma, Shep. No lo arruines.
Esperar que algo tan extremadamente aburrido como orientación terminara
fue incluso peor, debido a la anticipación de conocer a esa chica. De vez en cuando,
podía escucharla reírse. Me prometí que no miraría, pero fallé varias veces. Era
preciosa, con unos ojos verdes y largo cabello ondulado, como si acabase de estar
en la playa y dejó que se secara al natural. Cuanto más me esforzaba por escuchar
su voz, más ridículo me sentía, pero había algo en ella, incluso desde el primer
vistazo, me tenía planeando formas para impresionarla o hacerla reír. Haría lo que
sea para que me prestara atención, inclusive por cinco minutos.
Una vez que nos dieron nuestros paquetes, y el plano del campus, menús y
reglas fueron explicados hasta el cansancio, el decano de estudiantes, el Sr.
Johnson, nos permitió irnos.
—Espera a que salgamos —dije.
8 Darius asintió. —Tranquilo. Yo me encargo. Al igual que en los viejos
tiempos.
—En los viejos tiempos perseguíamos a chicas de secundarias. Ella, sin
duda, no es una chica de secundaria. Probablemente ni siquiera lo fue cuando
asistía a la secundaria —dije, siguiendo a Darius—. Es confiada. También parece
experimentada.
—Nah, hermano. A mí me parece una buena chica.
—No hablaba de ese tipo de experiencia —gruñí.
Darius soltó una carcajada. —Cálmate. Ni siquiera la has conocido. Tienes
que ser cauteloso. ¿Recuerdas a Anya? Terminaste todo involucrado con ella, y
pensamos que ibas a morir.
—Hola, cabrón —dijo Travis desde debajo de un árbol con sombra, casi a
noventa metros de distancia de la entrada. Soltó la última nube de humo y lo arrojó
al suelo, pisándolo con su bota. Tenía la sonrisa satisfecha de un hombre luego de
un orgasmo.
—¿Cómo? —dije, escéptico.
—Su residencia es la de allá —dijo, asintiendo hacia Morgan Hall.
—Darius va a presentarme con una chica —dije—.‖ Tan‖ solo…‖ quédate‖
callado.
Travis enarcó una ceja y luego asintió. —Por supuesto, cariño.
—Lo digo en serio —dije, observándolo. Metí mis manos en los bolsillos de
mis vaqueros, e inhalé profundamente, observando a Darius conversar con Finch.
La morena ya se había ido, pero gracias a Dios, su amiga parecía interesada
en quedarse.
—Deja de moverte —dijo Travis—. Luces como si fueras a mearte en los
pantalones.
—Cállate —siseé.
Darius apuntó en mi dirección, y Finch y la rubia nos miraron a Travis y a
mí.
—Mierda —dije, mirando a mi primo—. Háblame. Parecemos acosadores.
—Eres tan adorable —dijo Travis—. Será amor a primera vista.
—¿Est{n…‖est{n‖viniendo‖hacia‖ac{?‖—pregunté. Mi corazón se sentía como
9 si fuera arañar mi caja torácica, y sentí una repentina urgencia de golpear el trasero
de Travis por ser tan poco serio.
Travis ojeó por su visión periférica. —Sí.
—¿En serio? —dije, intentando contener mi sonrisa. Una hilera de sudor se
escapó del nacimiento de mi cabello, y lo sequé con rapidez.
Travis sacudió su cabeza. —Voy a golpearte en las pelotas. Ya estás
enloqueciendo por esta chica, y ni siquiera la has conocido.
—Hola —saludó Darius.
Giré y me di cuenta de la mano que me tendió para chocar las cinco y
saludarnos.
—Él es Finch —informó Darius—. Vive al lado de mi cuarto.
—Hola —saludó Finch, sacudiendo mi mano con una sonrisa coqueta.
—Me llamo América —dijo la rubia, tendiéndome su mano—. La
orientación fue horrible. Menos mal somos de primer año una vez.
Era incluso más hermosa de cerca. Sus ojos brillaban, su cabello
resplandecía bajo el sol, y sus largas piernas parecían el paraíso en aquellos
pantalones cortos blancos y deshilachados. Era casi igual de alta que yo, incluso
usando sandalias, y la forma de su boca cuando hablaba, con sus labios carnosos,
era demasiado sexy.
Tomé su mano y la sacudí una vez. —¿América?
Sonrió. —Vale, anda. Haz un chiste pervertido. Los he escuchado todos.
—¿Has‖ escuchado‖ el‖ que‖ dice:‖ “Me‖ gustaría‖ follarte‖ por‖ la‖ libertad”?‖ —
preguntó Travis.
Le di un codazo, intentando mantener la seriedad.
América notó mi gesto. —De hecho, sí.
—Así‖que…‖¿aceptar{s‖mi‖oferta?‖—bromeó Travis.
—No —respondió América sin dudar.
Sí. Es perfecta.
—¿Y qué hay de mi primo? —preguntó Travis, empujándome tan fuerte que
me tambaleé.
—Venga —dije, casi rogando—. Discúlpalo —le dije a América—. No lo
sacamos mucho a pasear.
10 —Ya veo por qué. ¿De verdad es tu primo?
—Trato de no contárselo a la gente, pero sí.
Le dio un vistazo a Travis, y luego regresó su atención a mí. —Entonces,
¿vas a decirme cómo te llamas?
—Shepley. Maddox —agregué por si acaso.
—¿Qué harás más tarde, Shepley?
—¿Qué haré yo más tarde? —pregunté.
Travis me dio un empujoncito con su brazo.
Lo aparté de mí. —¡No me jodas más!
América soltó una risita. —Sí, tú. Sin duda no le pediré una cita a tu primo.
—¿Por qué no? —preguntó Travis, simulando estar insultado.
—Porque no salgo con niños de dos años.
Darius soltó una carcajada y Travis sonrió, sin imputarse. Se comportaba
como un imbécil a propósito para hacerme lucir como un príncipe encantador. El
perfecto compañero.
—¿Tienes auto? —preguntó.
—Sí —respondí.
—Recógeme frente a Morgan Hall a las seis.
—Sí…‖sí,‖eso‖haré.‖Nos‖vemos‖—dije.
Ya se encontraba despidiéndose con Finch y alejándose.
—Mierda —suspiré—. Creo que estoy enamorado.
Travis suspiró, y con una palmada, agarró mi nuca. —Por supuesto que lo
estás. Vámonos.
11
América
Pasto recién cortado, asfalto ardiendo en el sol, y los gases del tubo de
escape, son los olores que me recuerdan al momento en que Shepley Maddox salió
del Charger negro clásico y corrió por los escalones del Morgan Hall hacia donde
yo me encontraba de pie.
Sus ojos escanearon mi largo vestido azul claro, y sonrió. —Luces genial.
No, más que genial. Luces como si debiera dar lo mejor de mí.
—Tú luces más o menos —dije, notando su camiseta y lo que parecían sus
mejores pantalones. Me incliné—. Pero hueles increíble.
Las mejillas se le sonrojaron lo suficiente para notarse a través de la piel
bronceada, y me ofreció una sonrisa conocedora. —Ya me han dicho que luzco más
o menos. Eso no me disuadirá de cenar contigo.
—¿Te lo han dicho?
Asintió
12 —Mentían. Al igual que yo. —Lo pasé, bajando los escalones.
Shelpley se apresuró a pasarme, llegando a la manija de la puerta del lado
del pasajero antes que yo. Tiró de ella, abriéndola con un solo movimiento.
—Gracias —dije, sentándome en el asiento del pasajero.
El cuero se sentía frío contra mi piel. El interior había sido recién limpiado y
aspirado, y olía a ambientador.
Cuando se sentó y se volvió hacia mí, no pude evitar sonreír. Su entusiasmo
era‖adorable.‖Los‖chicos‖en‖Kansas‖no‖eran‖tan…‖entusiastas.
Por el tono dorado de su piel y los brazos musculosos y sólidos que se
abultaban cada vez que los movía, decidí que debió haber trabajado afuera todo el
verano, tal vez embalando heno o cargando algo pesado. Sus ojos marrones
verdosos prácticamente brillaban y el cabello oscuro, no tan corto como el de
Travis, fue iluminado por el sol, recordándome el color caramelo caliente de Abby.
—Iba a llevarte a un restaurante italiano aquí, en la ciudad, pero afuera está
lo‖ suficientemente‖ fresco‖ para…‖ yo…‖ yo‖ solo‖ quería‖ pasar‖ el‖ rato‖ y‖ llegar‖ a‖
conocerte sin ser interrumpidos por un mesero. Así que, hice esto —dijo, haciendo
un gesto con la cabeza hacia el asiento trasero—. Espero que esté bien.
Me tensé, volviéndome lentamente para ver de lo que estaba hablando. En
medio del asiento, asegurado con un cinturón de seguridad, se encontraba una
cesta tejida, oculta bajo una manta gruesa doblada.
—¿Un día de campo? —dije, incapaz de ocultar la sorpresa y alegría en mi
voz.
Él respiró, aliviado. —Sí, ¿está bien?
Me di la vuelta en el asiento, rebotando una vez que miré hacia adelante. —
Ya veremos.
Shepley nos condujo a un pastizal privado al sur de la ciudad. Aparcó en un
camino estrecho de grava y salió el tiempo suficiente para desbloquear la verja y
abrirla. El motor del Charger rugió mientras conducía por dos líneas paralelas de
suelo sin hojas en medio de hectáreas de pasto crecido.
—Has usado mucho el camino ¿eh?
—Esta tierra pertenece a mis abuelos. Hay un estanque en el fondo, donde
Travis y yo solíamos ir a pescar todo el tiempo.
—¿Solían?
13 Se encogió de hombros. —Éramos los más pequeños. Ambos perdimos a
nuestros dos pares de abuelos en el tiempo en que nos hallábamos en la escuela
media. Además de encontrarnos ocupados con los deportes y clases en la
secundaria, no se sentía bien pescar aquí sin el abuelo.
—Lo siento —dije. Aún tenía a todos mis abuelos, y no podía imaginar
perder a ninguno—. ¿Dos pares? Quieres decir, ¿tres pares? —dije, pensando en
voz alta—. Oh Dios, lo siento. Eso fue grosero.
—No,‖no…‖es‖una‖pregunta‖v{lida.‖Me‖la‖hacen‖un‖montón.‖Somos‖primos‖
por partida doble. Nuestros papás son hermanos, y nuestras mamás hermanas. Lo
sé. Extraño. ¿No?
—No, en realidad, es bastante genial.
Después que alcanzamos una pequeña colina. Aparcó el Charger bajo la
sombra de un árbol a nueve metros de un estanque de cinco hectáreas. El calor del
verano contribuyó al crecimiento de las plantas y nenúfares, y el agua se hallaba
hermosa, surcándose por la briza ligera.
Shepley me abrió la puerta, y salí al pasto recién cortado. Mientras miraba
alrededor, se metió en el asiento trasero, reapareciendo con la cesta y la manta. Sus
brazos se hallaban libres de cualquier tatuaje, a diferencia de su muy entintado
primo. Me preguntaba si tendría alguno bajo la camiseta. Entonces, tuve el
repentino impulso de quitarle la ropa para encontrar la respuesta.
Extendió la manta multicolor con un movimiento, y la dejó perfectamente
en el suelo.
—¿Qué? —preguntó—.‖¿Es…?
—No,‖ es‖ genial.‖ Solo…‖ esa‖ manta‖ es‖ tan hermosa. No creo que debería
sentarme en ella. Parece bastante nueva. —La tela seguía nueva y tenía pliegues
donde fue doblada.
Shepley hinchó el pecho. —Mi mamá la hizo. Hizo docenas. Me hizo esta
cuando me gradué. Es una réplica. —Sus mejillas se sonrojaron.
—¿De qué?
Tan pronto como hice la pregunta, hizo una mueca.
Traté de no sonreír. —¿Es una versión más grande de tu mantita de la
infancia, no es así?
Cerró los ojos y asintió. —Sí.
1
Blank es manta en inglés.
Shepley sonrió y abrió la cesta, sacando un plato cubierto de queso y
galletas, luego una botella de vino y dos copas de champán de plástico.
Reprimí la risa, y Shepley rió.
—¿Qué? —preguntó.
—Es‖solo…‖esta‖es‖la‖cita‖m{s‖linda‖que‖he‖tenido.
Sirvió el vino. —¿Eso es algo bueno?
Esparcí el queso Brie en la galleta y le di una mordida, asintiendo, y luego
tomé un pequeño sorbo de vino para bajarlo. —Definitivamente tienes una A por
esfuerzo.
—Bien. No quiero que sea tan linda para ser puesto en la zona de amigos —
dijo, casi para sí.
Lamí la galleta y el vino de mis labios, mirándolo. El aire entre nosotros
cambió.‖Era‖m{s‖denso…‖eléctrico.‖Mi‖incline‖hacia‖él,‖quien‖hizo‖un‖intento‖fallido‖
de ocultar la sorpresa y la emoción de sus ojos.
—¿Puedo besarte? —pregunté.
18
Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Val_17
Shepley
América se veía como un ángel, presionando el teléfono contra su oreja,
lágrimas resplandecientes bajando por su rostro. A pesar de que no eran lágrimas
felices, aun así era hermosa.
Golpeó la pantalla y sostuvo su teléfono en el espacio entre sus piernas
cruzadas. La gruesa carcasa rosada yacía en la palma de su elegante mano y su
19 larga falda verde oliva, recordándome nuestra primera cita, la cual resultó ser el
primer‖ día‖ que‖ nos‖ conocimos…‖ junto‖ con‖ algunas‖ otras‖ primeras‖ veces.‖ La amé
entonces, pero la amaba todavía más ahora, siete meses y una ruptura después,
incluso con marcas de rímel y los ojos inyectados en sangre.
—Están casados. —Dejó salir una risa ahogada y se limpió la nariz.
—Lo escuché. ¿Supongo que el Honda está en el aeropuerto? Puedo llevarte
y después seguirte al apartamento. ¿Cuándo aterriza su vuelo?
Sollozó, molestándose consigo misma. —¿Por qué estoy llorando? ¿Qué
sucede conmigo? Ni siquiera estoy sorprendida. ¡Nada de lo que hacen puede
sorprenderme ya!
—Hace dos días, pensamos que estaban muertos. Ahora, Abby es la esposa
de‖Travis…‖y‖tú‖acabas‖de‖conocer‖a‖mis‖padres.‖Ha‖sido‖un‖gran‖fin‖de‖semana,‖
nena. No te castigues.
Toqué su mano, y pareció relajarse, pero no duró mucho antes de que se
tensara.
—Estás emparentado con ella —dijo—. Sólo soy la amiga. Todos están
emparentados excepto yo. Soy una intrusa.
Puse mi brazo alrededor de su cuello y la atraje hacia mi pecho, besando su
cabello. —Serás parte de la familia muy pronto.
Me alejó, otro molesto pensamiento flotando alrededor de su linda cabecita.
—Son recién casados, Shep.
—¿Y?
—Piénsalo. No van a querer un compañero de cuarto.
Fruncí el ceño. ¿Qué demonios voy a hacer?
Tan pronto como la respuesta apareció en mi mente, sonreí. —Mare.
—¿Sí?
—Deberíamos conseguir un apartamento.
Negó con la cabeza. —Ya hablamos sobre eso.
—Lo sé. Quiero hablarlo de nuevo. La fuga de Travis y Abby es la excusa
perfecta.
—¿En serio?
Asentí.
20 La observé pacientemente mientras las posibilidades nadaban detrás de sus
ojos, las esquinas de sus labios curvándose más a cada segundo.
—Es‖emocionante‖pensar‖en‖eso,‖pero‖en‖realidad…
—Será perfecto —dije.
—Deana me odiará aún más.
—Mi mamá no te odia.
Me miró con incertidumbre. —¿Estás seguro?
—Conozco a mi mamá. Le gustas. Mucho.
—Entonces hagámoslo.
Me senté con incredulidad por un momento y luego la alcancé. Era casi
irreal, el hecho de que todo el fin de semana estuvo en el hogar donde crecí, y
ahora, se encontraba sentada en mi cama. Desde el día en que nos conocimos, me
sentí como si la realidad hubiera sido alterada. Milagros como América
simplemente no me pasaban a mí. No sólo tenía mi pasado y mi increíble presente
entrelazados, sino que América Mason acababa de aceptar dar el siguiente paso
conmigo. Llamarlo un gran fin de semana sería un eufemismo.
—Voy a tener que encontrar un empleo —dije, tratando de recuperar el
aliento—. Tengo un poco de dinero ahorrado de las luchas, pero considerando el
incendio, no veo ninguna pelea ocurriendo en algún momento pronto, si es que
vuelven a ocurrir alguna vez.
América sacudió la cabeza. —No querría que fueras de todos modos, no
después de la otra noche. Es demasiado peligroso, Shep. Vamos a estar yendo a
funerales por semanas.
Como una bomba, sus palabras alejaron toda la emoción de nuestra
discusión.
—No quiero pensar en eso.
—¿No tienes una reunión mañana?
Asentí. —Vamos a juntar algo de dinero para las familias y hacer algo en
casa en honor a Derek, Spencer, y Royce. Todavía no puedo creer que se hayan ido.
Aun no lo he asimilado, supongo.
América se mordió el labio y luego puso su mano en la mía. —Estoy tan
contenta de que no estuvieras ahí. —Negó con la cabeza—. Puede que sea egoísta,
22 Pasó casi un año desde que me mudé, y mi dormitorio era casi el mismo. Mi
vieja computadora todavía acumulaba polvo sobre el pequeño escritorio de
madera en la esquina, los mismos libros se encontraban en las estanterías, y dos
incómodas fotos de la graduación se encontraban metidas en portarretratos baratos
sobre la mesita de noche. Las únicas cosas faltantes eran fotos y periódicos
recortados de mis días de fútbol que solía colgar en las paredes grises. Se sentía
como si la secundaria hubiera pasado hace toda una vida. Cualquier vida sin
América se sentía como un universo alternativo. El incendio y el matrimonio de
Travis solidificaron de alguna manera mis sentimientos por ella.
Una calidez se apoderó de mí, lo que solo pasaba cuando ella se encontraba
cerca. —Entonces, supongo que eso significa que somos los próximos —dije sin
pensarlo.
—¿Los próximos en qué? —El reconocimiento empujó sus cejas hasta la
línea de su cabello, y se puso de pie—. Shepley Walker Maddox, mantén tus
diamantes para ti mismo. No me encuentro cerca de estar lista para casarme. Solo
juguemos a la casita y seamos felices, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dije, levantando las manos—. No quise decir pronto. Solo
dije próximos.
Se sentó. —Está bien. Sólo para que quede claro, tengo que planear la
segunda boda de Travis y Abby, y no tengo tiempo para otra.
—¿Segunda boda?
—Ella me lo debe. Hicimos una promesa hace mucho tiempo de que
seríamos las damas de honor de la otra. Va a tener una despedida de soltera real y
una boda real, y va a dejarme planearla. Toda. Es mía —dijo, sin un indicio de
sonrisa en sus labios.
—Entendido.
Lanzó sus brazos alrededor de mi cuello, su cabello sofocándome. Enterré
mi cara más profundamente en sus mechones dorados, dándole la bienvenida a la
asfixia si eso significaba estar cerca de ella.
—Tu cuarto está realmente limpio, y también tu habitación en el
apartamento —susurró—. No soy una loca de la limpieza.
—Lo sé.
—Podrías hartarte de mí.
—No es posible.
—¿Me amarás para siempre?
América
Me sequé el sudor por encima de mi labio superior con el dorso de una
mano, bajando la parte superior de mi enorme sombrero con la otra. Al otro lado
de las palmeras y arbustos florales de todos los brillantes colores imaginables, se
encontraban Taylor y Falyn sentados en una mesa en Bleuwater.
Me quité mis enormes gafas de sol negras y entrecerré los ojos, viéndolos
27 discutir. La segunda boda en la isla perfecta que me tomó la mayor parte del año
planear, y los chicos Maddox la arruinaban.
—Jesús. —Suspiré—. ¿Ahora qué pasa?
Shepley me agarró la mano, mirando en la misma dirección hasta que
encontró el problema. —Oh. No se ven felices en absoluto.
—Thomas y Liis también están peleando. Los únicos que se llevan bien son
Trent y Cami, y Tyler y Ellie, pero Ellie nunca se enoja.
—Tyler‖y‖Ellie‖no‖est{n‖realmente…‖juntos‖—dijo Shepley.
—¿Por qué todo el mundo sigue diciendo eso? Están juntos. Simplemente no
dicen que están juntos.
—Ha sido así durante mucho tiempo, Mare.
—Lo sé. Ya es suficiente.
Shepley puso mi espalda contra su pecho y acarició mi cuello. —Nos
olvidaste.
—¿Eh?
—Te olvidaste de nombrarnos. Nos llevamos bien.
Hice una pausa. Planificar, organizar y asegurarme de que todo fluyera sin
problemas me mantuvo ocupada. Aparte de la recepción en Sails, apenas y vi a
Shepley. Pero él no se quejó ni una vez.
Toqué su mejilla. —Siempre nos llevamos bien.
Shepley ofreció una media sonrisa. —Travis oficialmente se ha casado dos
veces antes que el resto de nosotros.
—Trenton no se queda atrás.
—No sabes eso.
—Se hallan comprometidos, cariño. Estoy bastante segura.
—No han fijado fecha.
Alisé mi pareo negro y tiré de Shepley hacia la playa. —¿No lo apruebas?
Se encogió de hombros. —No lo sé. Es raro. Ella salió con Thomas primero.
Simplemente no haces eso.
—Bueno, lo hizo. Y si no lo hubiera hecho, Trent no estaría tan feliz. —Me
detuve en el borde de la arena, apuntando a un pequeño grupo de Maddoxs
28 reunidos a la orilla del agua.
Travis se encontraba sentado en un sillón blanco de plástico, fumando un
cigarrillo y mirando fijamente el océano. Trenton y Camille se hallaban a pocos
metros de él, mirándolo con expresiones preocupadas.
Mi estómago se hundió. —Oh, no. Oh, mierda.
—Ahora voy —dijo Shepley, soltando mi mano para caminar hacia Travis.
—Arréglalo.‖ No‖ me‖ importa‖ lo‖ que‖ tengas‖ que‖ decir‖ o‖ hacer…‖ sólo‖
arréglalo. No pueden pelear en su luna de miel.
Shepley me hizo un gesto, haciéndome saber que tenía todo bajo control.
Sus zapatos movían la arena mientras avanzaba hacia donde se encontraba su
primo. Travis parecía devastado. No podía imaginar lo que pudo ocurrir entre la
felicidad conyugal de la noche anterior y esta mañana.
Shepley se sentó con los pies plantados entre su silla y la de Travis, y
aplaudió. Travis no se movió. No reconoció a Shepley. Simplemente se quedó
mirando el agua.
—Esto es malo —susurré.
—¿Qué es malo? —preguntó Abby, sobresaltándome—. Vaya. ¿Estás
saltarina esta mañana? ¿Qué miras? ¿Dónde está Shep? —Estiró el cuello para
mirar más allá de mí hacia la playa.
—Joder —susurró—. Eso se ve mal. ¿Shepley y tú pelearon?
Me di la vuelta. —No. Shepley fue a averiguar qué le pasa a Trav. ¿Lo
hicieron? ¿Pelear, quiero decir?
Abby negó con la cabeza. —No. Estoy bastante segura de que nadie le
llamaría‖pelear‖a‖lo‖que‖me‖hizo‖toda‖la‖noche.‖Combate‖cuerpo‖a‖cuerpo‖tal‖vez…
—¿Te dijo algo esta mañana?
—Se fue antes de que me despertara.
—Ahora,‖él…‖¡se‖ve‖así!‖—dije, señalándolo—. ¿Qué diablos pasó?
—¿Por qué gritas?
—¡No grito! —Tomé una respiración—.‖ Quiero‖ decir…‖ lo‖ siento.‖ Todo‖ el‖
mundo está enojado. No quiero personas enojadas en esta boda. Quiero que la
gente sea feliz.
América
—Feliz aniversario para ti —canté, entregándole a Abby una tarjeta y una
pequeña caja blanca con un lazo azul.
Miró su reloj y luego se secó los ojos. —Me gustó mucho más nuestro
primer aniversario.
—Probablemente porque lo planeé, estábamos en Saint Thomas, y todo fue
35 perfecto.
Abby me lanzó una mirada.
—O porque Travis estaba de hecho presente —dije, tratando de ocultar el
odio en mi voz.
Travis viajaba mucho por trabajo, y aunque Abby parecía entender,
ciertamente yo no. Trabajaba a tiempo parcial como entrenador personal después
de sus clases, pero en algún momento, el propietario le pidió que viajara por
ventas o... no estaba muy segura. Era un salario mucho mejor, pero siempre de
último minuto, y él nunca decía que no.
—No me des esa mirada, Mare. Se encuentra en camino ahora mismo. No
puede evitar que su vuelo se retrasara.
—Pudo no viajar cruzando la mitad del país tan cerca de su aniversario. Deja
de defenderlo. Es indignante.
—¿Para quién?
—¡Para mí! La que tiene que verte llorar sobre la tarjeta de aniversario que
escribió antes de irse porque sabía que existía una buena posibilidad de que se lo
perdiera. ¡Debería estar aquí!
Abby sorbió por la nariz y suspiró. —No quería perdérselo, Mare. Se siente
mal por eso. No lo hagas peor.
—Bien —dije—. Pero no te dejaré aquí sola. Me quedaré hasta que él llegue.
Abby me abrazó, apoyé la barbilla sobre su hombro, mirando alrededor del
oscuro apartamento. Se veía tan diferente de cuando entré por primera vez por la
puerta de nuestro primer año. Travis insistió en que Abby personalizara el espacio
a su gusto después de que Shepley se mudara, poco después de que se casaran. En
lugar de los señalamientos de calle y de los carteles de cerveza, las paredes se
encontraban adornadas con pinturas, fotos de la boda y fotos familiares con Toto.
Había lámparas, mesas y decoración de cerámica.
Me giré de nuevo para mirar los platos llenos de comida fría en la pequeña
mesa de comedor. La vela se consumió a gotas secas de cera que casi tocaban la
madera reciclada.
—La cena huele bien. Me aseguraré de frotarme en ella.
Shepley me envió un mensaje, y tecleé una rápida respuesta.
—¿Shep? —preguntó Abby.
38 Abby frunció la nariz. —¿El FPO? ¿Te refieres a ese pequeño aeropuerto en
las afueras de la ciudad? —Ella miró a Travis—. ¿Un avión charter? ¿Cuánto te
costó?
Travis la miró, sacudiendo la cabeza. —No importa. Solo tenía que llegar
aquí. —Luego me miró—. Gracias por estar con ella, Mare.
Asentí. —Por supuesto. —Me puse de pie, sonriendo hacia Shepley—. Te
seguiré a casa.
Shepley abrió la puerta. —Después de ti, nena.
Les dije adiós a Travis y a Abby con la mano, no es que lo notaran mientras
él prácticamente le comía el rostro a ella.
Shepley sostuvo mi mano mientras bajábamos las escaleras a nuestros
coches. El Charger brillaba como nuevo, estacionado al lado de mi rayado y sucio
Honda rojo. Abrió la puerta, y el olor a humo asaltó mi nariz.
Agité la mano frente a mi rostro. —Qué asco. Si amas tanto a tu auto, ¿por
qué dejas que Travis fume en él?
Se encogió de hombros. —No lo sé. Nunca pregunta.
Sonreí. —¿Qué haría Travis si, algún día, dejas de permitirle salirse con la
suya todo el tiempo?
Shepley me besó en la comisura de la boca. —No lo sé. ¿Tú qué harías?
Parpadeé.
La expresión de Shepley se convirtió en horror. —Oh, mierda. Eso solo salió.
No quise decirlo de la forma en que sonó.
Aferré mis llaves en mi mano. —Está bien. Te veré en casa.
—Nena —comenzó.
Pero ya me encontraba a mitad de rodear el Honda.
Me senté en el desgastado asiento del conductor de mi destartalado y
pequeño auto, encendiéndolo a pesar de que quería sentarme ahí por un tiempo y
llorar. Shepley retrocedió, y lo seguí.
No estaba segura de qué era peor, escuchar la verdad no deseada o ver el
miedo en sus ojos después de que la dijo. Shepley se sentía como un felpudo para
todos los que amaba, incluyéndome.
39
Shepley
Entré en el lugar de estacionamiento cubierto junto al Honda de América y
suspiré. El volante chirrió mientras mis nudillos blancos se retorcían de un lado al
otro. La mirada de antes en el rostro de América, cuando hablé sin pensar, no era
como nada que vi antes. Si dije algo estúpido, la ira sería evidente en su mirada.
Pero no la hice enojar. Esto era peor. Sin querer, le hice daño, cortándola
profundamente.
Vivíamos a tres edificios de distancia de Travis y Abby. Nuestro edificio
tenía menos estudiantes universitarios y más parejas jóvenes y familias pequeñas.
El aparcamiento se encontraba lleno, los otros inquilinos ya se hallaban en casa y
en la cama.
América bajó de su auto. La puerta del auto chirrió mientras la empujaba
para cerrarla. Caminó hacia la acera, sin ninguna emoción en su rostro. Aprendí a
mantener la calma durante una discusión, pero América era emocional, y cualquier
esfuerzo por enmascarar sus sentimientos nunca era algo bueno.
40 Crecer con mis primos resultó ser un gran recurso para manejar a alguien
tan tenaz como América, pero enamorarse de una mujer que era segura de sí
misma y fuerte, a veces requería luchar contra mis propias inseguridades y
debilidades.
Esperó a que bajara del Charger, y luego caminamos hacia nuestro
apartamento de abajo juntos. Permaneció en silencio, y eso solo me puso más
nervioso.
—No tuve tiempo de lavar los platos antes de ir a casa de Abby —dijo ella,
entrando en la cocina. Rodeó la barra de desayuno y luego se congeló.
—Los lavé antes de ir a recoger a Travis.
No se dio la vuelta. —Pero dije que los lavaría.
Mierda. —Está bien, nena. No tomó mucho tiempo.
—Entonces supongo que debí tener tiempo para hacerlo antes de irme.
¡Mierda! —Eso no es lo que quise decir. No me molestó.
—A mí tampoco, por eso dije que los lavaría. —Lanzó su bolso en la barra y
desapareció por el pasillo.
Pude escuchar sus pasos entrar en nuestra habitación, y la puerta del baño
cerrándose de golpe.
Me senté en el sofá, cubriéndome el rostro con las manos. Desde hacía
algunos meses, nuestra relación no era muy buena. No estaba seguro de si era
porque no se sentía contenta por vivir conmigo o si no era feliz conmigo. De
cualquier manera, eso no auguraba nada bueno para nuestro futuro. No había
nada que me aterrara más.
—¿Shep? —Una voz suave llamó desde el pasillo.
Me giré, viendo a América salir desde la oscuridad a la sala en penumbras.
—Estás en lo correcto. Soy agobiante, y espero que me dejes salirme con la
mía todo el tiempo. Si no lo haces, hago una rabieta. No puedo seguir haciéndote
eso.
Mi sangre se heló. Cuando se sentó a mi lado, instintivamente me alejé,
temeroso del dolor que me causaría cuando dijera las palabras que más temía. —
Mare, te amo. Lo que sea que pienses, detente.
—Lo siento —comenzó.
41 —Detente, demonios.
—Lo haré mejor —dijo, con lágrimas brillando en sus ojos—. No te mereces
eso.
—Espera. ¿Qué?
—Ya me escuchaste —dijo, luciendo avergonzada.
Desapareció de nuevo en el pasillo, y me levanté, siguiéndola. Abrí la puerta
de nuestra habitación oscura. Solo una pequeña porción de la luz salía del cuarto
de baño, revelando la cama hecha y las mesitas de noche llenas de revistas de
chismes, libros de texto y fotos en blanco y negro de nosotros. América se quitó la
ropa, una pieza a la vez, dejando cada una como un camino hacia la ducha, antes
de hacer correr el agua.
La imaginé de pie fuera de la cortina, inclinándose hacia dentro, las suaves
curvas de su cuerpo, cambiando lentamente con cada movimiento. La entrepierna
de mis pantalones instantáneamente se resistió contra el bulto detrás de la
mezclilla. Llevé la mano hacia ahí y me reajusté, caminando hacia la puerta
rodeada de dura luz fluorescente.
La puerta crujió cuando la empujé para abrirla. América ya se hallaba detrás
de la cortina, pero podía escuchar el agua cayendo sobre ella con golpes fuertes en
el suelo de la bañera.
—¿Mare? —dije. Mi polla rogaba que me desnudara y entrara en la ducha
detrás de ella, pero sabía que ella no estaría de humor—. No fue mi intención. Lo
que dije antes solo salió. No eres una tirana. Eres terca, franca y de carácter fuerte,
y estoy enamorado de todas esas cosas. Son parte de lo que te hace ser tú.
—Es diferente. —Su voz apenas escuchándose a través de la cortina y el
sonido del zumbido del agua corriendo por las tuberías.
—¿Qué es diferente? —pregunté, inmediatamente reflexionando si era el
sexo. Luego maldije a la voz de dieciséis años de edad en mi cabeza que dejó salir
semejante estupidez infantil.
—Eres diferente. Somos diferentes.
Suspiré, dejando que la cabeza cayera hacia adelante. Esto se ponía peor, no
mejor. —¿Eso es malo?
—Se siente de esa manera.
—¿Cómo puedo arreglarlo?
América me miró desde detrás de la cortina, solo un hermoso ojo esmeralda
mirándome. El agua corría por su frente y nariz, goteando desde el final. —Nos
42 mudamos juntos.
Tragué saliva. —¿Eres infeliz?
Negó con la cabeza, pero eso solo alivió parcialmente mi ansiedad. —Tú
eres infeliz.
—Mare —exhalé—. No, no lo soy. Nada sobre estar contigo podría hacerme
infeliz.
Su ojo inmediatamente se encubrió, y lo cerró, haciendo que lágrimas
saladas se mezclaran con el agua cayendo sobre su rostro. —Puedo verlo. Puedo
decirlo. Solo que no sé por qué.
Hice a un lado la cortina, y dio un paso atrás tanto como pudo, viendo
meter un pie dentro y luego el otro, incluso aunque estaba completamente vestido.
—¿Qué haces? —preguntó.
Envolví mis brazos a su alrededor, sintiendo el agua derramarse por encima
de mi cabeza, empapando mi camisa.
—Donde quiera que estés, estaré ahí contigo. No quiero estar en algún lugar
en el que no estés.
La besé, y gimió en mis brazos. No era propio de ella mostrar su lado más
suave. Normalmente, si estaba herida o triste, se enojaba.
—No sé por qué ha sido diferente, pero te quiero igual. En realidad, más.
—¿Entonces por qué...? —Se interrumpió, perdiendo el impulso.
—¿Por qué, qué?
Negó con la cabeza. —Siento lo de los platos.
—Nena —dije, poniendo mi dedo bajo su barbilla y levantándola
suavemente hasta que me miró—. Qué se jodan los platos.
América levantó mi camisa, y la sacó por encima de mi cabeza, dejándola
caer al suelo con un sonido de chapoteo. Luego, desabrochó el cinturón, mientras
que su lengua se movió a lo largo de mi cuello. Ya estaba desnuda, así que no tenía
nada que hacer, más que dejar que me desnudara. Eso era extrañamente excitante.
Tan pronto como mi cremallera estaba abajo, América se arrodilló frente a
mí, bajando mis pantalones con ella. Me quité las zapatillas, y los lanzó hacia
afuera de la bañera antes de hacer lo mismo con mis pantalones. Levantó la mano,
curvando sus dedos hasta que estuvieron cómodamente entre mi piel y la cintura
de mis bóxeres, y los deslizó hacia abajo, tirando con cuidado sobre mi erección.
Una vez que golpearon contra las baldosas fuera de la cortina, América tomó toda
América
Mis dedos de los pies brillaban bajo el sol, recién pintados de color rosa. Se
movieron mientras yo disfrutaba la fina capa de sudor en mi piel y el baile de calor
del pavimento que rodeaba el agua turquesa. Estaba segura de que ardía bajo los
rayos brillantes, pero me quedé en las tablillas blancas de plástico de mi sillón, feliz
de disfrutar de la vitamina D, incluso con las pequeñas mierdas del apartamento
404B chapoteando como paganos.
45
Mis gafas de sol cayeron por décima vez, las gotas saladas de sudor en el
puente de mi nariz hacían que se deslizaran por ahí como una barra de
mantequilla derretida.
Abby‖ levantó‖ la‖ botella‖ de‖ agua.‖ ―Brindis por tener el mismo día de
descanso.
Levanté la mía y toqué la suya. ―Voy a beber por eso.
Las dos tomamos de nuestras bebidas, y sentí el deslizamiento del líquido
frío por mi garganta. Puse la botella a mi lado, pero se resbaló de mi mano y rodó
debajo de mi silla.
―Maldita sea ―dije, en protesta, pero sin moverme. Hacía demasiado calor
para hacerlo. Hacía demasiado calor para hacer otra cosa además de permanecer
en el aire acondicionado o acostarse al lado de la piscina, de forma intermitente
deslizándonos en el agua antes de que combustionáramos espontáneamente.
―¿A qué hora sale Travis del trabajo? ―pregunté.
―A‖las‖cinco ―suspiró.
―¿Cuándo se va de la ciudad otra vez?
―No por dos semanas, a menos que algo surja.
―Eres‖muy‖paciente‖sobre‖eso.
―¿Acerca de qué? ¿Él ganándose la vida? Es lo que es ―dijo.
Me giré sobre mi estómago y la miré, mi mejilla contra las tablillas. ―¿No te
preocupa?
Abby bajó las gafas y me miró por encima de ellas. ―¿Debería?
―Nada. Soy estúpida. Ignórame.
―Creo‖ que‖ el‖ sol‖ te‖ est{‖ fritando el cerebro ―dijo Abby, subiéndose las
gafas. Se recostó contra su tumbona, y su cuerpo se relajó.
―Se lo dije.
No la miré, pero podía sentirla observándome.
―¿Le dijiste qué a quién? ―preguntó.
―Shep.‖Le‖dije,‖bueno‖m{s o menos, que estaba lista.
―¿Por qué no le dices a ciencia cierta, directamente, que lo estás?
Suspiré. ―También‖podría‖pedírselo yo misma.
50
Shepley
―Gracias, Janice. Te lo agradezco. ―Toqué el botón rojo y puse el teléfono
en la cama.
Janice me amó desde el momento en que entré a su oficina para la
entrevista. Lo que comenzó como un trabajo de recados se convirtió en uno
administrativo, y luego de alguna manera terminé en el departamento de gestión
de patrimonios. Janice tenía la esperanza de que me quedara después de
graduarme de la universidad, prometiéndome promociones y oportunidades en
abundancia, pero mi corazón no estaba en ello.
Me quedé mirando el cajón casi vacío de mi mesita de noche. Ahí es donde
está mi corazón.
Una vez que la luz de la pantalla de mi teléfono celular desapareció, la
oscuridad de la habitación me rodeó. El sol de la tarde de verano se coló por los
lados de las cortinas, creando sombras tenues en las paredes.
54
Traducido por Valentine Rose & Janira
Corregido por Mery St. Clar
América
Shepley metió mi última maleta al asiento trasero del Charger, resoplando
mientras luchaba para lograr que entrara. Una vez lograda la hazaña, levantó su
mochila del concreto y la arrojó detrás de su asiento. Besé su mejilla y asintió,
levantando el cuello de su camiseta para secar el sudor de su frente. Ni siquiera
amanecía todavía, y ya hacía calor.
58 —Oye,‖mira.‖En‖la‖puerta‖de‖ese‖camión‖dice‖O’Fallon,‖Missouri‖—dijo—. Al
igual que la Falyn de Taylor.
—Creo que se escribe diferente.
—Ya…‖—se calló, incapaz de seguir fingiendo.
Por segunda vez, hojeé mi revista, fingiendo leer y a ratos viendo los árboles
y campos de trigos a lo largo de la ruta 36. Shepley no soltó mi mano, y le daba un
apretón de vez en cuando. Recé que no se debiera a que sopesaba dejarme contra
aguantar mi mierda.
Cuando pasamos Chillicothe, Missouri, noté una señal de salida hacia
Trenton. —Eh. Mira. ¿Deberíamos jugar un juego? ¿Encontrar todos los miembros
de la familia Maddox? Creo que hay un pueblo llamado Cameron, al norte de
Kansas. Opino que cuenta como Cami.
—Claro. ¿Ya podemos contar tu nombre?
—Ja-ja —dije.
Pese a que ambos nos sentíamos desesperados por aligerar el ambiente,
todavía era incómodo. Aún no era parte de la familia Maddox, no en verdad. Lo
más probable es que ya haya perdido mi oportunidad.
Cuando alcanzamos la circunvalación de Kansas, el cielo se abrió, llenando
el auto con el aroma de la llubia, el asfalto mojado, y el intenso hedor del
estruendo. Había esperado que las horas estando en el auto nos obligasen a
comunicarnos, conversando lo que no podíamos decir, pero allí me encontraba. La
chica que se enorgullecía de ser una bocanas le aterrorizaba sacar un tema
incómodo.
Cállate la boca, Mare. Nunca te perdonará si le pides matrimonio incluso si él quiere
hacerlo.
Tal vez ya… no quiere hacerlo.
El constante golpeteó de la lluvia contra el Charger comenzó a ser irritante.
Conforme pasamos entre tormentas, el limpiaparabrisas pasó de deslizarse
lentamente a arrastrarse furiosamente a lo largo del vidrio para intentar mantener
al límite el aguacero. Shepley hablaba de temas triviales –sobre la lluvia, por
supuesto, y el próximo año escolar–, pero se quedaba en la zona de temas seguros,
cuidadoso de no acercarse al borde de ningún tema serio.
—Topeka —anunció Shepley como si no existiera una señal allá arriba con
grandes letras blancas.
59 —Vamos bien. Detengámonos en un restaurante. Me aburrió la comida de
gasolinera.
—Vale —concordó—. Busca en tu teléfono algo que esté en la ruta.
—Gator’s‖ Bar‖ and‖ Grill‖ —dije en voz alta. Estaba tercera en la lista, pero
tenía una puntuación de dos estrellas y medias—. Una reseña dice que no vayamos
allá luego de oscurecer. Qué interesante. ¿Crees que habrá vampiros?
Shepley soltó una carcajada, echándole un vistazo al reloj arriba de la radio.
—Son un poco más de mediodía. Creo que estaremos a salvo.
—Está a cinco kilómetros —dije—, justo al lado de la autopista de peaje.
—¿Cuál? Por la interestatal 70 vira hacia la 35.
—La 70.
Shepley asintió, satisfecho. —Gator’s‖ser{.‖
Justo‖ como‖ lo‖ prometido,‖ Gator’s‖ se‖ encontraba‖ justo‖ donde‖ dijeron‖ a‖ casi‖
cinco kilómetros de distancia. Shepley escogió un lugar en el estacionamiento y
apagó el motor por primera en casi cuatro horas. Salí al estacionamiento de
concreto, mis huesos y músculos sintiéndose atrofiados.
Shepley se estiró en su lado del auto, agachándose y luego parándose,
estirando sus brazos sobre su pecho. —No puede ser bueno estar sentado tanto
tiempo. No sé cómo lo hace la gente con un trabajo de escritorio.
—Tú tienes un trabajo de escritorio —dije con una sonrisa.
—De medio tiempo. Si fueran cuarenta o cincuenta horas a la semana, me
volvería loco.
—Entonces, ¿no seguirás en el banco? —pregunté, sorprendida—. Pensé que
te gustaba trabajar allí.
—Gestión de patrimonios es un buen lugar, pero sabes que no me quedaré
allí.
—No. No lo has mencionado.
—Sí,‖sí‖lo‖hice.‖Fue…‖oh.‖Se‖lo‖dije‖a‖Cami.‖
—¿A Cami?
—Fue la vez pasada que fui con Trenton a The Red. Sabes cuánto hablo
cuando estoy ebrio.
65
Traducido por Pau_07 y *~Vero~*
Corregido por Jadasa
Shepley
El volante del Charger gimió cuando lo giré con ambas manos. La lluvia caía
de un cielo azul oscuro, asaltando el parabrisas tan fuerte que América casi tenía
que gritar por encima del ruido. Decía mil palabras por minuto, y todo se veía
borroso. No se encontraba histérica, sino emocionada. No estaba histérico. Sentía
una puta furia profunda y pura. La adrenalina seguía bombeando a través de mis
venas, haciendo que mi cabeza palpitara como si fuera a explotar. Ese sentimiento
era exactamente el por qué no perdía la paciencia. Me dejaría sintiéndome
66 enfermo, descontrolado, culpable, todo lo que no quería sentir.
A medida que los kilómetros pasaban y escapábamos de Topeka, la voz de
América captó mi atención.
Extendió su mano para tocar la mía. —¿Cariño? ¿Me escuchaste? Puede que
quieras reducir la velocidad. La lluvia está cayendo tan fuerte que las carreteras
comienzan a ponerse resbaladizas.
No tenía miedo, pero podía oír la inquietud en su voz. Mi pie se levantó
medio centímetro del pedal del acelerador, y me calmé, liberando la tensión de mi
pierna y luego del resto de mi cuerpo.
—Lo lamento —dije entre dientes.
América apretó mi mano. —¿Qué sucedió?
Me encogí de hombros. —Lo perdí.
—Siento que estoy en el coche con Travis, en lugar de con mi novio.
Respiré profundamente. —No ocurrirá de nuevo.
Por el rabillo de mi ojo, vi su rostro retorcerse.
—¿Aún me amas?
Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago, y tosí una vez,
intentando recuperar el aliento. —¿Qué?
Sus ojos se nublaron. —¿Aún me amas? ¿Es porque dije que no?
—Tú... ¿quieres hablar de esto ahora? Quiero decir... por supuesto que te
amo. Lo sabes, Mare. No puedo creer que acabarás de preguntarme eso.
Secó una lágrima que escapó por su mejilla y miró por la ventana. El clima
afuera reflejaba la tormenta en sus ojos. —No sé qué sucedió.
Sentí un nudo en mi garganta, ahogando cualquier respuesta que podría
haber tenido. Las palabras no venían a mí. Alternaba entre mirarla con confusión y
a la carretera.
—Te amo. —Cerró sus delgados dedos elegantes en un puño y los apoyó
debajo de su mentón, su codo sobre el reposabrazos de la puerta—. He querido
hablar contigo acerca de la manera en que han estado las cosas entre nosotros
últimamente, pero me sentía asustada... y...‖no‖sabía‖qué‖decir.‖Y…
—¿América? ¿Este es un... esto es como un viaje de despedida?
Se dio la vuelta hacia mí. —Dímelo tú.
67 No me di cuenta que tensé mis dientes hasta que me comenzó a dolerme la
mandíbula. Cerré fuertemente mis ojos y luego parpadeé un par de veces,
intentando concentrarme en la carretera, manteniendo el Charger entre las líneas
blancas y amarillas. Quería detenerme para hablar, pero con la fuerte lluvia y la
visibilidad a distancia limitada, sabía que sería demasiado peligroso. No correría el
riesgo con el amor de mi vida dentro del coche, ni siquiera si en ese momento ella
no creía serlo.
—Nosotros no hablamos —dijo—. ¿Cuándo dejamos de hablar?
—¿Cuando empezamos a amarnos tanto que nos asustaba mucho
arriesgarnos? Al menos, así fue para mí, o lo es —dije.
Decir la verdad en voz alta era tan aterrador como a la vez, un alivio. Había
estado guardando eso tanto tiempo que decirlo me hizo sentir un poco más ligero,
pero el no saber cómo reaccionaría hizo que desease poder guardarlo de nuevo.
Pero esto era lo que ella quería, hablar, la verdad; y tenía razón. Era el
momento. El silencio nos arruinó. En lugar de disfrutar de nuestro nuevo capítulo
juntos, fui persistente en el por qué no, el todavía no, y en el cuándo. Fui impaciente, y
eso me envenenó. ¿Amaba la idea de nosotros más de lo que la amaba? Eso ni
siquiera tenía sentido.
—Jesús, lo lamento, Mare —dije bruscamente.
Vaciló. —¿Por qué?
Mi cara se contrajo en disgusto. —Por la manera en que he estado actuando.
Por ocultarte cosas. Por ser impaciente.
—¿Qué me has estado ocultado?
Se veía tan nerviosa. Rompió mi corazón.
Estiré su mano hacia mis labios y besé sus nudillos. Giró hacia mí,
levantando una pierna y pegando su rodilla al pecho. Necesitaba algo más a que
aferrarse, preparándose para mi respuesta. Las ventanas salpicadas de lluvia
comenzaban a empañarse, calmándola. Era lo más hermoso y triste que alguna vez
vi. Era fuerte y confiada, y la reduje a la chica de grandes ojos preocupada a mi
lado.
—Te amo, y quiero estar contigo para siempre.
—¿Pero? —animó.
—Sin peros. Eso es todo.
—Estás mintiendo —dijo.
71
América
Empapada y congelándome, levanté mi temblorosa mano para apuntar
hacia el dedo azul colgando de las nubes. Alguien me empujó, pasándome, casi
tirándome, y vi a un hombre corriendo hacia el puente, abrazando a una niña con
coletas y sandalias blancas.
La autopista de peaje llevaba a un puente sobre la autopista 170. El parque
de casas rodantes se encontraba debajo a un costado, y una estación de servicio se
hallaba al otro lado, solo medio kilómetro de distancia.
Shepley me tendió la mano. —Deberíamos irnos.
—¿A dónde?
—Al puente.
—Si pasa sobre el puente, seremos succionados —dije, mis dientes
comenzando a rechinar. No estaba segura de sí era porque tenía frío o me sentía
aterrorizada—. ¡La estación de servicio es el lugar más seguro!
72 —Está más cerca que Emporia. Con suerte, no nos alcanzará.
Más gente corría por delante de nosotros hacia la intersección,
desapareciendo a medida que descendían por la colina para ocultarse bajo el
puente. Un camión pisó los frenos en medio de la autopista de peaje, y segundos
más tarde, una camioneta chocó contra el camión. Un crujido fuerte de metal y
vidrio fue silenciado por el viento creado por el tornado, que aumentaba. En
cuanto me di la vuelta, unos pocos segundos, aumentó de tamaño.
Shepley me hizo señas para que espere mientras corría hacia los restos. Se
asomó, retrocedió unos pasos, y luego se apresuró para ver al conductor del
camión. Sus hombros caídos. Todos murieron.
—¡No puedes quedarte aquí! —dijo una mujer, tirando de mi brazo.
Sostenía la mano de un niño, de unos diez años de edad. El blanco de sus
ojos destacaba sobre su piel morena.
—¡Mamá! —dijo, tironeándola.
—¡Va a pasar justo por aquí! ¡Tienes que encontrar un refugio! —dijo la
madre de nuevo, apresurándose hacia la estación de servicio con su hijo.
Shepley regresó junto a mí, tomando mi mano. —Tenemos que irnos —dijo,
dándose la vuelta para ver a decenas de personas corriendo hacia nosotros desde
sus vehículos estacionados.
Asentí, y comenzamos a correr. La lluvia escocía mi rostro, soplando
horizontalmente en lugar de hacia el suelo, por lo que era difícil ver.
Shepley miró hacia atrás. —¡Vamos! —dijo.
Corrimos a través de dos carriles y luego nos detuvimos al otro lado de la
hierba en el medio. El tráfico era escaso, pero aún se movía en ambas direcciones.
Nos detuvimos por un momento, y luego Shepley me estiró de nuevo hacia
delante, a través de los dos carriles de tráfico en sentido contrario y luego por la
rampa hacia la gasolinera. Un cartel alto decía Flying J. La gente corría desde el
estacionamiento hacia el puente.
Shepley se detuvo, y mi pecho se sentía pesado.
—¿A dónde vas? —le preguntó Shepley a nadie en particular.
Un hombre, sosteniendo la mano de una niña con la edad de estar en la
escuela primaria pasó corriendo junto a nosotros, señaló hacia delante. —¡Esta
76 Las luces rojas y azules se reflejaban en el asfalto mojado, y miré por encima
de mi hombro para ver un coche patrulla detenerse detrás de mí. Un oficial saltó y
corrió alrededor, arrodillándose junto a mí, y colocó una mano sobre mi espalda.
Grabado en una tarjeta de identificación de bronce pegada en el bolsillo delantero
de su camisa, Reyes. Inclinó su sombrero de fieltro azul, y la estrella de bronce fija
en la parte de adelante decía Patrulla de Caminos de Kansas.
—¿Estás herida? —Reyes extendió sus brazos gruesos, envolviendo una
manta de lana sobre mis hombros.
No me di cuenta de lo fría que me encontraba hasta que el dulce alivio del
calor se filtró en mi piel.
El oficial se cernía sobre mí, más grande que Travis. Se quitó el sombrero,
revelando un cuero cabelludo bien afeitado. Su expresión era grave, ya sea por si
se refería que lo de estar o no. Dos líneas profundas separaban sus tupidas cejas
negras, y sus ojos se agudizaron mientras bajaba su mirada sobre mí.
Negué con mi cabeza.
—¿Es su coche?
—De mi novio. Nos refugiamos debajo del puente.
Reyes miró a su alrededor. —Bueno, eso fue estúpido. ¿Dónde está él?
—No lo sé. —Cuando dije las palabras en voz alta, un nuevo dolor me
atravesó, y me derrumbé, apenas deteniéndome cuando mis palmas tocaron la
carretera mojada.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando la mochila en mis brazos.
—Su... es suya. Me la entregó antes de que...
Un pitido sonó, y luego Reyes habló—: Dos-diecinueve a la base H. Dos-
diecinueve a la base G. Cambio.
—Dos-diecinueve, adelante —dijo la voz de una mujer a través del altavoz.
Su tono era plano, para nada abrumado.
—He encontrado a un grupo de personas que se refugiaron bajo la carretera
cincuenta y la intersección con la I treinta y cinco. —Echó un vistazo a la zona,
viendo a los heridos esparcidos arriba y abajo de la autopista de peaje—. El
tornado pasó por aquí. Diez-cuarenta-nueve a esta ubicación. Vamos a necesitar
ayuda médica. Tantos como pueden enviar.
—Entendido, dos-diecinueve. Las ambulancias son enviadas a su ubicación.
—Diez-cuatro —dijo Reyes, volviendo su atención hacia mí.
77 Negué con la cabeza. —No puedo ir a ninguna parte. Tengo que buscarlo.
Podría estar herido.
—Podría. Pero no puedes buscarlo hasta que te revisen. —Reyes hizo un
gesto hacia mi antebrazo.
Una herida de cinco centímetros había abierto mi piel, y la sangre se
mezclaba con la lluvia, un torrente carmesí desde la herida hasta el asfalto.
—Oh, Jesús —dije, sosteniendo mi brazo—. Ni siquiera sé cómo sucedió.
Pero... no puedo irme. Está aquí afuera en alguna parte.
—Te estás yendo. Puedes regresar —dijo Reyes—. Ahora mismo, no puedes
ayudarlo.
—Regresará aquí. Al coche.
Reyes asintió. —¿Es un chico inteligente?
—Es jodidamente brillante.
Reyes me dio una pequeña sonrisa. Suavizó su mirada intimidante. —
Entonces, el hospital es el segundo lugar en el que buscará.
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Sandry
América
Toqué el vendaje en mi brazo, la piel alrededor de él aun rosada e irritada
por ser limpiada y cosida. Me sentía más cómoda con la ropa quirúrgica azul claro
que la enfermera me dio para cambiarme que con mi camiseta de tirantes fría y
pantalones cortos ajustados. Había estado sentada en la sala de espera de
emergencias durante una hora, todavía sosteniendo la manta de lana de Reyes,
tratando de pensar en cómo le diría a Jack y Deana lo que le sucedió a su hijo—no
78 es que pudiera, de todas formas. Las líneas telefónicas se encontraban fuera de
servicio.
El hospital se había convertido en un flujo constante de muerte, heridos y
pérdida. Una docena o más de niños fueron traídos, cubiertos en lodo pero sin un
rasguño. De lo que podía decir, se encontraban separados de sus padres. Dos veces
ese número de padres había llegado, buscando a sus hijos perdidos.
La sala de espera se convirtió en un caos, y terminé de pie contra la pared,
insegura de lo que estaba esperando. Una mujer bien corpulenta se sentó a unos
metros de distancia abrazando a cuatro niños, todas sus caras sucias con tierra y
lágrimas. La mujer llevaba una brillante camiseta verde que decía Primera
Guardería de Niños en una estilografía infantil. Me estremecí, sabiendo que los niños
a los que sostenía eran solo unos pocos de los preciosos a los que cuidaba.
Mis pies empezaron a caminar fatigosamente hacia la puerta, pero una
mano me acunó el hombro. Por medio segundo, un alivio y una alegría
abrumadora me inundaron como una marea. Mis ojos se llenaron de lágrimas
antes de siquiera darme la vuelta. Incluso aunque Reyes era una imagen
bienvenida, la decepción de que no fuera Shepley me envió al borde.
Ahogué un sollozo mientras mis rodillas se doblaban, y Reyes me ayudó a
llegar al suelo.
—¡Eh! —dijo—. Cuidado, señorita. Tranquila. —Sus gruesos brazos eran tan
grandes como mi cabeza, y tenía un ceño fruncido profundo y permanente entre
las cejas. Era incluso más profundo ahora que observaba mi estado mental cayendo
en espiral.
—Pensé que eras él —dije una vez que me recuperé, si era posible después
de esa devastación, otra vez.
—¿Shepley? —preguntó.
—¿Lo encontraste?
Reyes dudó, pero luego meneó la cabeza. —No todavía. Pero a ti te he
encontrado dos veces, así que puedo encontrarlo a él una vez.
No estaba segura de sí podía sentirme más desesperanzada. Emporia había
sido golpeada duro. Una muralla completa del hospital fue arrasada, aislamiento y
vidrio esparcidos por el suelo. Los coches en el estacionamiento se hallaban
atascados unos sobre otros. Uno se encontraba en las ramas de un árbol. Miles de
personas se hallaban sin electricidad, ni agua potable, y eran los afortunados.
Cientos estaban sin hogar, y docenas se encontraban perdidos.
capaz de dormir.
No podía sonreír, pero quería hacerlo. —Gracias.
Se movió inquieto, incómodo con el agradecimiento. —Sí. La camioneta está
por aquí —dijo, señalando el estacionamiento.
Deslicé la mochila de Shepley por mis hombros y entonces seguí a Reyes al
exterior, bajo el cielo tormentoso. Mi cabello todavía estaba húmedo, así que lo
retorcí y lo até en un moño, alejándolo de la cara. Mis pies se deslizaban contra las
suelas mojadas de mis sandalias, los dedos de mis pies ya doliendo por el aire
congelado.
—¿De dónde eres? —preguntó Reyes, presionando el mando de las llaves en
el llavero.
Ambos nos acomodamos en nuestros asientos. La tela de los asientos se
sentía cálida y suave.
—Crecí en Wichita, pero voy a la universidad en Eakins, Illinois.
—Oh, ¿un Estado del Este?
2
FEMA: sigla de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias.
Asentí.
—Mi hermano fue a la universidad ahí. El mundo es pequeño.
—Dios, estos asientos son como si estuvieran hechos de espuma visco
elástica y terciopelo. —Suspiré, inclinándome hacia atrás.
Reyes hizo una mueca. —Has estado incómoda mucho tiempo. Son más
como relleno de toallitas y tweed.
Se me escapó una risa por la nariz, pero no pude formar una sonrisa.
Sus ojos se suavizaron. —Vamos a encontrarlo, América.
—Si él no me encuentra primero.
81
Shepley
La lluvia salpicaba mis párpados, haciéndome despertar. Parpadeé,
cubriéndome los ojos con la mano, y mi hombro instantáneamente se quejó…‖
luego mi espalda…‖ y‖ luego‖ todo‖ lo‖ dem{s.‖ Me‖ empujé hasta ponerme derecho,
encontrándome sentado en un campo de plantas verdes. Supuse que era soya.
Escombros era todo lo que me rodeaba—todo desde ropa, juguetes a pedazos de
madera. Cincuenta metros más adelante, una luz destellaba del metal retorcido de
una bicicleta. Hice una mueca.
Mi hombro se sentía rígido cuando intenté estirarlo, y gemí cuando la
puntada se trasformó en fuego a través de mi brazo. La camiseta que una vez fue
blanca estaba manchada con lodo mezclado con carmesí en el sitio del dolor.
Estiré el cuello con mis dedos para ver un sucio desastre de una laceración
que abarcaba quince centímetros justo desde encima de mi corazón hasta el borde
de mi hombro izquierdo. Cuando me moví, un extraño objeto se movió con él,
apuñalándome desde el interior. Toqué la piel, aspirando aire a través de mis
82 dientes. Dolía como un hijo de puta, pero lo que sea que se deslizó para abrir mi
piel todavía se encontraba ahí.
Con los dientes apretados, abrí la piel con los dedos. Podía ver capas de piel
y músculo, y luego algo más, pero no era hueso. Era un pedazo de madera café, de
cerca de tres centímetros de espesor. Usando los dedos como pinzas, los hundí,
gritando mientras pescaba la gran astilla de mi hombro. El sonido chapoteante de
sangre y tejido combinado con la incomodidad hizo que mi cabeza flotara, pero un
centímetro a la vez, extraje la estaca y la dejé caer al suelo. Me recosté hacia atrás,
mirando el cielo lluvioso, esperando que el mareo y las náuseas disminuyeran, aun
tratando de atravesar mis últimos recuerdos.
Mi sangre se heló. América.
Me tambaleé hasta ponerme de pie, sosteniendo el brazo izquierdo contra
mi costado. —¿Mare? —grité—¡América! —Giré en círculo, buscando la cabina de
peaje, escuchando los neumáticos zumbando en el asfalto.
Solo pude escuchar el cantar de las aves y una ligera briza soplando a través
del campo de soya.
Los rayos del sol caían en forma de cascada desde el cielo a mi derecha,
ayudándome a conseguir mi rumbo. Era media tarde, lo que significaba que me
encontraba de frente al sur. No tenía ni idea de en qué dirección fui arrojado.
Levanté la mirada, recordando las últimas palabras a América. Me sentí
siendo arrojado, y había querido que ella no lo viera. Pensé que sería de lo último
que podría protegerla. Entonces, fui lanzado al aire. La sensación fue difícil de
procesar, quizás algo como paracaidismo pero a través de una lluvia de estrellas.
Fui bombardeado con lo que se sentían pequeñas rocas, y al momento siguiente,
una bicicleta me golpeó con fuerza las piernas y espalda. Entonces, golpeé la tierra.
Parpadeé, sintiendo el pánico elevarse por mi garganta. La caseta de peaje se
encontraba frente a mí o detrás. No sabía cómo ubicarme yo mismo, mucho menos
a mi novia.
—¡América! —grité de nuevo, aterrado de que ella hubiera sido arrastrada
también.
Podía estar yaciendo a seis metros de mí o todavía metida en la grieta de la
pasarela.
Decidí simplemente caminar al sur, con la esperanza de que una vez que
alcanzara alguna especie de camino, sería capaz de determinar cuán lejos me
hallaba del último lugar en el que vi a mi novia. La soya rozaba mis vaqueros
mojados. Mi ropa colgaba pesada por la espesa capa de lodo, y mis zapatos eran
83 como dos bloques de hormigón. Mi cabello estaba embarrado con grava húmeda y
suciedad, así como mi cara.
Mientras me aproximaba al borde del campo, vi un gran pedazo de hojalata
con las palabras Emporia Sand & Gravel. Cuando subí una pequeña colina, vi lo que
quedaba de la compañía, las pilas de materiales esparcidos por el viento—el
mismo viento que me llevó al menos quinientos metros desde donde me había
refugiado.
Mis pies golpeaban la tierra y arena empapadas de lluvia, sobre los grandes
pedazos de marcos de madera y metal que una vez fueron grandes edificios. Las
camionetas fueron volcadas a más de cientos metros.
Me congelé cuando llegué a un grupo de árboles. Un hombre se encontraba
torcido en las ramas, cada orificio relleno con gravilla. Me tragué la bilis que subía
por mi garganta. Extendí la mano, apenas capaz de tocar la suela de sus botas.
—¿Señor? —dije, apenas capaz de hablar más alto que un susurro. Nunca
había visto algo tan espantoso.
Su pie osciló, sin vida.
Me cubrí la boca y continué caminando, llamando el nombre de América.
Ella está bien. Sé que lo está. Está esperándome. Las palabras se convirtieron en un
mantra, una oración, a medida que cruzaba el campo solo, caminando través del
lodo y el pasto, hasta que vi las luces rojas y azules de un vehículo de emergencia.
Con renovada energía, corrí hacia el caos, confiando en Dios que no solo
encontraría a América, sino que también la encontraría ilesa. Estaría tan
preocupada por mí, por lo que la urgencia de calmar sus temores era tan fuerte
como la necesidad de encontrarla a salvo.
Tres ambulancias se encontraban estacionadas junto a la caseta de peaje, y
corrí a la más cercana, viendo a los paramédicos cargar a una joven mujer. Viendo
que no era América, el alivio me inundó.
El paramédico me echó una mirada y luego dos veces, girando hacia mí. —
Eh. ¿Estás herido?
—Mi hombro —dije—. Me saqué una astilla del tamaño de un lapicero.
Miré alrededor mientras él evaluaba mi herida.
—Sí, eso va a necesitar puntos. Probablemente grapas. Definitivamente
necesitas limpiarlo.
Sacudí la cabeza. —¿Has visto a una bonita chica rubia, cerca de los veinte,
84 como así de alta? —pregunté, manteniendo mi mano a la altura de los ojos.
—He visto a un montón de chicas rubias, amigo.
—Ella no es solamente rubia. Es hermosa, como épicamente bella.
Se encogió de hombros.
—Su nombre es América —dije.
Presionó los labios en una dura línea y luego meneó la cabeza. —¿Novia?
—Caímos de la caseta y hacia una zanja. Nos refugiamos bajo una pasarela,
pero no estoy seguro de donde estoy.
—¿Charger Vintage? —preguntó.
—¿Sí?
—Debe haber sido esa pasarela —dijo el paramédico, asintiendo hacia el
oeste—. Porque tu coche está a unos trecientos metros en esa dirección.
—¿Has visto a una linda rubia esperando cerca?
Sacudió la cabeza.
—Gracias —dije, dirigiéndome hacia la pasarela.
—Nadie está por ahí. Todos los que se refugiaron en la pasarela están en el
hospital o en la tienda de la Cruz Roja.
Lentamente me di la vuelta, frustrado.
—De verdad necesita limpiar y coser eso, señor. Y todavía tenemos el clima
viniendo. Déjeme llevarlo al hospital.
Miré alrededor y luego asentí. —Gracias.
—¿Cuál es tu nombre? —Cerró las puertas traseras y luego golpeó una
puerta con el costado de su puño dos veces.
La ambulancia avanzó y giró en ciento ochenta antes de dirigirse hacia
Emporia con las luces y sirenas encendidas.
—Uh…‖ese‖era‖nuestro‖transporte.
—No, este es tu transporte —dijo, mostrándome una SUV rojo y blanco. En
la puerta se leía Bombero Jefe—. Entra.
Cuando subió tras el volante, me dio una mirada. —¿Fuiste arrastrado, no?
¿Cuán lejos crees que fue?
88
Traducido por Pau_07 & becky_abc2
Corregido por Sandry
América
Reyes atendía a una abuela y a su nieto adolescente quienes habían salido
de los escombros de su hogar, una caravana de doble remolque. Reyes había
estado patrullando arriba y abajo de las carreteras y caminos dentro de un radio de
tres kilómetros de donde me había recogido, pero no se había cruzado con Shepley
o con cualquier persona que lo hubiera visto. Estaba enfadada porque ni siquiera
tenía una foto de él. Todas se hallaban en mi teléfono, y mi teléfono se estaba
ahogando en algún lugar del río. La batería tenía un solo dígito cuando revisé la
89 hora, por lo que probablemente se encontraba muerto.
Describir a Shepley parecía difícil. Pelo castaño y corto, ojos color avellana,
alto, bien parecido, atlético, de un metro ochenta y sin marcas distintivas, hizo que
mi descripción de él fuera bastante vaga a pesar de que era todo lo contrario. Por
primera vez, me hubiera gustado que fuera un gigante tatuado como Travis.
Travis. Apuesto a que él y Abby se preocuparon mucho.
Volví al Cruiser y me senté en el asiento del pasajero.
—¿Has tenido suerte? —dijo Reyes.
Negué con la cabeza.
—La señora Tipton tampoco ha visto a Shepley.
—Gracias por preguntar. ¿Están bien?
—Un poco golpeados, pero vivirán. A la señora Tipton le falta su terrier,
jefe. —Sus palabras eran huecas, pero escribió todo en su portapapeles.
—Eso es horrible.
Reyes asintió, continuando sus notas.
—Con todo esto ocurriendo, ¿y van a ayudarla a encontrar a su perro? —
pregunté.
Reyes me miró. —Sus nietos la visitan dos veces al año. Ese perro es la única
cosa entre ella y la soledad. Así que, sí, voy a ayudarla. No puedo hacer mucho,
pero voy a hacer lo que pueda.
—Eso es agradable de tu parte.
—Es mi trabajo —dijo, continuando con sus garabatos.
—¿La patrulla de carretera ayuda con animales perdidos?
Él me miró. —Hoy en día, sí.
Alcé la barbilla, negándome a dejar que su tamaño e intimidante expresión
llegaran a mí. —¿Estás seguro de que no hay manera de conseguir llamar?
—Puedo llevarte de nuevo a la sede.
Recorrí el desastre que había quedado del parque de casas rodantes. —
Después del anochecer. Tenemos que seguir buscando.
Reyes asintió, apagando las luces y poniendo de la caja de cambios a
primera. —Sí, señora.
Llegamos de nuevo a la autopista de peaje, y por segunda vez, Reyes
90 condujo hacia el paso elevado para consultar con la tripulación de emergencia en la
escena para ver si habían visto a Shepley.
—Gracias de nuevo. Por todo.
—¿Cómo está tu brazo? —preguntó, mirando a escondidas sobre mi
vendaje.
—Dolorido.
—Puedo imaginarlo.
—¿Tienes familia aquí? —pregunté.
—Sí, la tengo. —Su mandíbula cincelada bailó bajo su piel, incómodo con la
pregunta personal.
No parecía querer elaborar la respuesta, así que por supuesto, yo no podía
parar allí.
—¿Están de acuerdo?
Después de un segundo de vacilación, habló—: Las extraño. Mi esposa se
encontraba un poco alterada.
—¿Las?
—Una nueva niña pequeña en casa.
—¿Cómo de nueva?
—Tres semanas.
—Apuesto a que te preocupaste.
—Aterrorizado —dijo, mirando hacia adelante—. Ya vi cómo se
encontraban. Un poco de daños en el techo. Daños por granizo en el nuevo
monovolumen.
—Oh no. Lo siento.
—No era nuevo. Sólo nuevo para nosotros. Pero nada importante.
—Bueno —dije—. Me alegro. —Miré el reloj de la radio, sintiendo mis cejas
levantándose—. Ya han pasado dos horas. —Cerré los ojos—. Este viaje se suponía
que era el viaje. He estado lanzando indirectas a diestro y siniestro.
—¿Para qué?
—Para que me pregunte... para que me proponga matrimonio.
—Oh. —Frunció el ceño—. ¿Cuánto tiempo habéis estado juntos?
—Casi tres años.
91 Él resopló. —Yo se lo pregunté a Alexandra después de tres meses.
—¿Dijo que sí?
Alzó una ceja.
—Yo no lo hice —dije, quitando barro seco fuera de mis manos—. Él me
preguntó antes.
—Ouch.
—Dos veces.
Toda la cara de Reyes se comprimió. —Brutal.
—Su primo y mi mejor amiga se casaron. Se fugaron después de un horrible
accidente‖en‖la‖universidad,‖y‖yo…
—¿El incendio?
—Sí... ¿has oído hablar de él?
—Mi hermano es la alma mater, ¿recuerdas?
—Cierto
—Por lo tanto, ¿se casaron? ¿Y les fue mal?
—No.
—¿Pero fue un impedimento para casarte con el hombre que amas?
—Bueno, cuando lo pones de esa manera...
—¿Cómo lo pusiste tú?
—Su compañero de cuarto, Travis, se casó. Así, en un primer momento,
como que se propuso en el último momento, con la esperanza de que nuestros
padres‖nos‖dejaran‖vivir‖juntos.‖Mis‖padres‖no‖estaban‖de‖acuerdo…‖en‖absoluto.‖
Pero no quería casarme sólo para manipular una situación, como Travis y Abby.
Travis también es su primo, y Abby es mi mejor amiga. —Miré a Reyes para ver su
expresión—. Lo sé. Es complicado.
—Sólo un poco.
—Luego me preguntó tres meses más tarde, y me sentía como si estuviera
solo preguntando porque Travis y Abby se casaron. Shep admira a Travis.
Simplemente no me encontraba lista.
—Lo suficientemente justo.
—Ahora —Dejé escapar un largo suspiro—, estoy lista, pero él no me lo va a
proponer. Está hablando acerca de ser un reclutador de fútbol.
92 —¿Y?
—Por lo tanto, se irá por durante una buena parte del año. —Negué con la
cabeza, rascándome las uñas sucias—. Me temo que vamos a separarnos.
—Reclutador, ¿eh? Interesante. —Se movió en su asiento, preparándose
para lo que iba a decir a continuación—. ¿Qué hay en la bolsa?
Me encogí de hombros, mirando hacia abajo a la mochila en mi regazo. —
Sus cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
—No lo sé. Un cepillo de dientes y el valor de un fin de semana en ropa.
Íbamos a visitar a mis padres.
—¿Querías que se propusiera en casa de tus padres? —Una vez más, su ceja
se arqueó.
Le lancé una mirada. —¿Y? Esto se está empezando a sentir menos como
una conversación y más como un interrogatorio.
—Tengo curiosidad por qué esa bolsa es tan importante. Era la única cosa
además de ustedes dos que estaba fuera del coche. Te la entregó a ti antes de que
saliera volando desde el paso elevado. Esa es una bolsa importante.
—¿A dónde quieres ir a parar?
—Sólo quiero asegurarme de que no estoy transportando drogas en mi
Crusier.
Mi boca se abrió y cerró.
—¿Te he ofendido? —preguntó Reyes a pesar de que claramente no fue
afectado por mi reacción.
—Shepley no está en las drogas. Apenas bebe. Compra una cerveza y cuida
a los demás toda la noche.
—¿Qué hay de ti?
—¡No!
No estaba convencido. —No tienes que consumir drogas para venderlas.
Los mejores comerciantes no lo hacen.
—No somos narcotraficantes o contrabandistas o como sea el término legal.
Reyes aparcó al lado del Charger inundado. El agua y los residuos
chapoteaban en las ventanas abiertas. —Eso va a costar mucho de reparar. ¿Cómo
93 va a pagarlo?
—Él y su padre comparten un amor por los coches viejos.
—¿Proyecto de restauración por el vínculo de padre-hijo? ¿Todo pagado con
el dinero de papá?
—No tienen la necesidad de vincularse. Es muy cercano a sus padres. Era un
buen chico, y es un mejor hombre. Sí, ellos tienen dinero, pero él tiene un trabajo.
Se mantiene a sí mismo.
Reyes me miró. No era más que... masivo. Aun así, yo no tenía nada que
ocultar, y no iba a dejar que me intimidara.
—Trabaja en un banco —espeté—. ¿De verdad crees que estoy escondiendo
drogas en esta bolsa?
—Te has estado aferrando a ella como si estuviera hecha de oro.
—¡Es de él! ¡Es lo único que tengo de él, además de ese coche inundado! —
Las lágrimas ardían en mis ojos mientras la realización de lo que acababa de decir
formaba un nudo en mi garganta.
Reyes esperó.
Apreté los labios y luego halé la cremallera, tirando de ella hasta que se
abrió. Saqué lo primero que agarré, lo cual fue una de las camisas de Shepley. Era
su favorita, una camiseta gris oscura de Eastern State. La sostuve contra mi pecho,
descomponiéndome al instante.
—América... no... No llores. —Reyes se veía medio indignado y medio
incómodo, tratando de mirar a otro lado excepto a mí—. Esto es incómodo.
Saqué otra camisa y luego un par de pantalones cortos. Mientras los
desenrollaba, una pequeña caja cayó de nuevo en la mochila.
—¿Qué fue eso? —dijo Reyes en un tono acusatorio.
Cavé en la bolsa y saqué la caja, sosteniéndola con una enorme sonrisa. —Es
el... este es el anillo que compró. Lo trajo. —Inhalé en una respiración entrecortada,
mi expresión desmoronándose—. Iba a proponerse.
Reyes sonrió. —Gracias.
—¿Por qué? —dije, abriendo la caja.
—Por no transportar drogas. Habría odiado arrestarte.
—Eres un idiota —dije, limpiándome los ojos.
—Lo sé. —Bajó la ventanilla para hacerle señas a otro oficial.
94 Con la ayuda de la Guardia Nacional, la autopista de peaje había sido
despejada, y el tráfico funcionaba sin problemas de nuevo, pero cuando el sol
comenzó su descenso, otro conjunto de nubes oscuras comenzaron a formarse en el
horizonte.
—Eso se ve como una mala señal —dije.
—Creo que ya hemos experimentado malas señales.
Fruncí el ceño, sintiéndome impaciente. —Tenemos que encontrar a Shepley
antes de que oscurezca
—Trabajando en ello. —Asintió con la cabeza a un oficial que se
aproximaba—. ¡Landers!
—¿Cómo te va? —dijo Landers.
Con él de pie junto a la ventana de Reyes, incluso en un cruiser, me sentí
como si estuviéramos siendo detenidos, y que en cualquier minuto, Landers le
preguntaría a Reyes si sabía lo rápido que iba.
—Traigo a una niña en mi coch…
—¿Una niña? —susurré.
Suspiró. —Traigo a una mujer joven en el coche que está buscando a su
novio. Se refugiaron bajo ese puente cuando el tornado los alcanzó.
Landers se inclinó, dándome una mirada cuando había terminado. —Ella
tiene suerte. No todos lo lograron.
—¿Cómo quién? —pregunté, doblándome lo suficiente como para tener una
mejor vista.
—No estoy seguro. ¿Puedes creer que un hombre fue arrojado un cuarto de
milla y corrió todo el camino de vuelta a la autopista de peaje, en busca de alguien?
Estaba cubierto de barro. Parecía una barra de chocolate derretida.
—¿Se hallaba solo? ¿Recuerdas su nombre? —pregunté.
Landers negó con la cabeza, todavía riéndose de su propia broma. —Algo
extraño.
—¿Shepley? —preguntó Reyes.
—Tal vez —dijo Landers.
—¿Estaba herido? ¿Qué llevaba puesto? ¿Tiene más de veinte años? ¿Ojos
color avellana?
—Espere, espere, espere, señora. Ha sido un largo día —dijo Landers,
poniéndose de pie.
95 Todo lo que podía ver de él era su sección media.
Reyes lo miró—. Vamos, Justin. Ha estado buscando durante horas. Lo vio
siendo atrapado por un maldito tornado.
—Él tenía una laceración significativa en el hombro, pero va a vivir si el jefe
de bomberos logra conseguir que se deje curar. Se encontraba empeñado en
encontrar a su, uhm... ¿Cómo la llamó? Épica hermosa novia. —Landers hizo una
pausa y luego se inclinó hacia abajo—. ¿América?
Mis ojos se abrieron, y mi boca se abrió en una sonrisa enorme. —¡Sí! ¡Ese es
mi nombre! ¿Él estaba aquí? ¿Buscándome? ¿Sabe dónde se fue?
—Para el hospital... para buscarte —dijo Landers, inclinando su sombrero—.
Buena suerte, señora.
—¡Reyes! —dije, agarrando su brazo.
Él asintió con la cabeza mientras encendía las luces, y luego arrojó el
engranaje al camino. Rebotamos cuando el cruiser cruzó la mediana, y luego Reyes
presionó un pie en el acelerador, disparándonos por la autopista hacia Emporia... y
hacia Shepley.
Shepley
La enfermera negó con la cabeza, frotando un corte en mi oreja con un
algodón. —Tienes suerte. —Parpadeó sus largas pestañas y luego buscó detrás de
suyo algo situado en la bandeja de plata al lado de mi camilla.
Urgencias se encontraba lleno. Las habitaciones estaban disponibles sólo
para los casos más urgentes. El caos se había creado en la sala de espera, y yo había
esperado más de una hora antes de que una enfermera llamara mi nombre y me
acompañara hasta una camilla en la sala donde había esperado durante otra hora.
—No puedo creer que fueras a salir de aquí.
—Se está haciendo tarde. Tengo que encontrar a América antes de que
anochezca.
La enfermera sonrió. Ella era una pequeña cosa. Había pensado que era una
recién ingresada de la escuela de enfermería hasta que abrió la boca. Me recordó
mucho a América, confiada, fuerte y aceptaría el cero por ciento de mierda que
96 alguien pudiera darle.
—Te lo dije. Mira —dijo—. América está en el sistema, lo que significa que
ha sido vista aquí. Probablemente te esté buscando. Quédate quieto. Volverá.
Fruncí el ceño. —Eso no me hace sentir mejor. —Miré su insignia—. Brandi.
Ella sonrío. —No, pero vas a conseguir que las heridas se enrojezcan.
Mantenlas limpias y secas. Vas a tener un mordisco sobre la oreja.
—Fabuloso —murmuré.
—Tú eres el que se refugió debajo de un puente. ¿No sabes nada? Eso es
peor que estar de pie en un campo abierto. Cuando un tornado pasa sobre un
puente, aumenta la velocidad del viento.
—¿Te enseñan eso en la escuela de enfermería? —pregunté.
—Esto es Tornado Alley. Si no sabes las reglas ya, podrás aprenderlas
después de la primera temporada de tornados.
—Puedo ver por qué.
Ella exhaló una risa. —Considera la oreja con derechos de fanfarronear. No
muchas personas pueden decir que han hecho un viaje en un tornado y vivieron
para contarlo.
—No creo que vayan a estar impresionados por una oreja astillada.
—Si deseas una cicatriz retorcida, tendrás una —dijo, señalando mi hombro.
Miré hacia el vendaje blanco y la cinta en mi hombro y luego detrás de mí
hacia la puerta. —Si ella no está aquí en quince minutos, voy a salir a buscarla.
—No puedo tener tus documentos listos en...
—Quince minutos —dije.
Se sorprendió por mi demanda. —Escucha, princesa, si no lo has notado,
estoy ocupada. Ella va a estar aquí. Tenemos otra tormenta que viene de todas las
formas, y...
Me puse rígido. —¿Qué? ¿Cuándo?
Se encogió de hombros, mirando a la televisión montada en la sala de
espera. Personas de todas las edades, todos empapados con agua de lluvia, sucia,
estaban asustados, envueltos en mantas de lana emitidas del hospital. Comenzaron
a desplazarse alrededor de la pantalla. Un meteorólogo se hallaba de pie delante
de un radar en movimiento unos cuantos centímetros a la vez. Una gran mancha
roja rodeada de amarillo y verde se arrastró hasta los límites de la ciudad de
Emporia, y luego volvió a empezar, atrapada en un bucle.
100
Traducido por becky_abc2
Corregido por Janira
América
—¿Cuánto falta? —pregunté.
—Tres kilómetros menos que la última vez que preguntaste —se quejó
Reyes.
Reyes conducía rápido, pero no lo suficiente. El hecho de saber que Shepley
se hallaba en el hospital, lastimado, me hacía sentir como si pudiera saltar del
101 coche y correr más rápido que lo que íbamos. Habíamos salido de la caseta de
peaje a una carretera con una estrecha franja de casas que, de alguna manera, se
libraron del tornado.
Bajé la ventanilla, y descansé la barbilla sobre mi mano, dejando que el aire
chocara contra mi cara. Cerré los ojos, imaginando la cara de Shepley cuando
entrara por la puerta.
—Landers dijo que se hallaba bastante golpeado. Debes prepararte para eso
—dijo.
—Se encuentra bien. Eso es todo lo que me importa.
—Solamente no quiero que te pongas mal.
—¿Por qué? —Me volví hacia él—. Pensé que eras un soldado rudo, sin
emociones.
—Lo soy —dijo, retorciéndose en el asiento—. Eso no significa que quiera
verte llorar de nuevo.
—¿Tú esposa no llora?
—No —dijo, sin dudarlo.
—¿Nunca?
—No le doy ninguna razón para hacerlo.
Me senté bien. —Apuesto a que llora. Probablemente, solo no lo demuestra.
Todo el mundo llora.
—Nunca la he visto llorar. Se rió mucho cuando nació Maya.
Sonreí. —Maya. Es linda.
Enormes gotas de lluvia comenzaron a salpicar en el parabrisas, lo que hizo
que encendiera los limpiaparabrisas. Comenzaron una cadencia, de un lado a otro
a través del vidrio, que hizo eco con cada latido de mi corazón.
Una comisura de su boca se elevó. —Es linda. Tiene la cabeza llena de
cabello negro. Nació viéndose como si llevara un peluquín. Estuvo de color
amarillo brillante la primera semana. Pensé que tenía un buen bronceado natural...
como yo. —Sonrió—. Pero resultó ser ictericia. La llevamos al médico y luego al
laboratorio. Le pincharon el talón con una aguja y le apretaron el pie para extraer
una muestra de sangre. Alexandra no derramó ni una lágrima. Yo lloré tanto como
Maya. ¿Crees que soy duro? No has conocido a mi esposa.
—¿El día de su boda?
102 —No.
—¿Cuándo se enteró que se encontraba embarazada?
—No.
Pensé en ello durante un momento. —¿Ni siquiera lágrimas de felicidad?
Negó.
—¿Qué pasa con las mujeres a las que detienes? ¿Dejas que se vayan si
lloriquean?
—El llanto me hace sentir incómodo —dijo sencillamente—. No me gusta.
—Qué bueno que te casaste con una mujer que no llora.
—Soy afortunado. Muy, muy afortunado. Ella no es demasiado sentimental.
—No suena como si fuera emocional, en absoluto. —bromeé.
—No te encuentras muy lejos de la verdad —se rió—. Al principio, no me
hallaba seguro de si me gustaba. Me llevó dos años, y un montón de horas en el
gimnasio, reunir valor para invitarla a salir. No creía poder amar a nadie más que a
Alexandra, hasta hace un par de semanas.
—¿Cuándo Maya nació?
Asintió.
Sonreí. —Estaba equivocada. No eres un idiota.
Un tono estridente llegó por la radio, y la operadora comenzó a recitar un
informe meteorológico.
—¿Otro tornado? —pregunté.
Entonces las sirenas comenzaron a sonar.
—El Servicio Meteorológico Nacional reporta un tornado en los límites de la ciudad
de Emporia —dijo la operadora con un tono de voz monótona—. Todas las unidades
han sido avisadas, un tornado está tocando tierra.
—¿Cómo se encuentra tan tranquila? —pregunté, mirando hacia el cielo.
Nubes oscuras se arremolinaban por encima de nosotros.
Reyes desaceleró, mirando hacia arriba. —Es Delores. Es su trabajo
mantener la calma, pero además, nada sacude a esa mujer. Ha hecho esto desde
antes que yo naciera.
La voz de Delores llegó por la radio de nuevo. —Todas las unidades han sido
avisadas, el tornado tocó el suelo, ahora viaja hacia el norte y noreste. La ubicación actual es
Prairie Street y Avenida Sur.
103 Delores continuó repitiendo el informe, mientras Reyes fruncía el ceño, y
comenzaba a mirar el cielo frenéticamente.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Nos encontramos a una cuadra al norte de ese lugar.
Shepley
El viento soplaba junto con la lluvia, empapando el azulejo y derribando las
sillas. Varios hombres con insignias del hospital corrieron con un gran pedazo de
madera, martillos y clavos, y luego se pusieron a trabajar cubriendo los cristales
rotos. Algunos otros barrieron los pedazos brillantes de cristal que había
esparcidos por el suelo.
El jefe de bomberos se puso de pie y comenzó a caminar hacia donde los
hombres de mantenimiento trabajaban. Justo cuando empezó a charlar con uno de
los hombres, miró por la ventana. Luego se volvió sobre los talones y gritó—:
¡Todo el mundo, muévanse!
Agarró a una mujer y saltó mientras un coche compacto perforaba la
madera y las ventanas restantes, deteniéndose de lado en medio de la sala de
espera.
Después de unos segundos de un aturdido silencio, gemidos y gritos
llenaron la habitación. Brandi volteó hacia mí a los niños que sostenía, y corrió
104 hacia el coche, checando a los trabajadores y algunos pacientes que fueron
atropellados.
Colocó la palma en la frente de un hombre, con sangre saliendo a
borbotones por la cara. —¡Necesito una camilla!
El jefe se movió y luego me miró con ojos confundidos.
—¿Se encuentras bien? —le pregunté, abrazando a los niños.
Asintió y luego ayudó a levantarse a la mujer que sacó del camino.
—Gracias —dijo ella, mirando a su alrededor con deslumbramiento.
El jefe se asomó por el agujero en la pared que creó el coche. —Lo atravesó.
Dio un paso hacia los cuerpos fracturados alrededor del coche, pero se
detuvo cuando su radio se encendió.
Una voz profunda se abrió paso mientras un hombre hablaba—: Dos
diecinueve a Base G.
—Base G. Adelante —habló la operadora.
El jefe de bomberos agarro la radio. Podía oír el pánico disfrazado en la voz
del oficial.
—Oficial caído en la carretera Cincuenta y Sherman. Mi patrulla se volcó.
Múltiples muertes y lesiones en esta área, incluyéndome a mí. Solicitud de diez cuarenta y
nueve para esta ubicación. Cambio. —dijo, gruñendo la última palabra.
—¿Qué tan herido te encuentras, Reyes? —dijo la operadora.
El jefe me miró. —Tengo que ir.
—No me encuentro seguro —dijo el oficial—. Traía una mujer joven al hospital.
Se encuentra inconsciente. Creo que su pierna quedó atrapada. Vamos a necesitar equipo de
rescate.
—Copiado, dos diecinueve.
—¿Delores? —dijo Reyes—. Se informó que su novio se hallaba en Newman
Regional con el jefe de bomberos. ¿Puede llamar por radio al hospital para notificar?
—Diez cuatro, Reyes. Resiste. Tenemos unidades en el camino.
Agarré el brazo del jefe. —Es ella. América se encuentra con ese policía.
—Base G es la patrulla de caminos del peaje. Se encuentra con un policía
estatal.
105 —No importa con quién se encuentra. Se halla herida y atrapada allí. Él no
puede ayudarla.
Se apartó de mí, pero apreté mi agarre en su brazo.
—Por favor —dije—. Llévame allí.
Hizo una mueca, ya en contra de la idea. —Por los sonidos, van a tener que
cortar para sacarla de la patrulla. Eso podría llevar horas. Se encuentra
inconsciente. Ni siquiera sabrá que te encuentras allí y, probablemente, estorbarás.
Tragué saliva y mire alrededor mientras pensaba. El jefe sacó las llaves del
bolsillo.
—Sólo... —Suspiré—. No tiene que llevarme. Sólo dígame dónde se
encuentra, voy a caminar.
—¿Vas a caminar? —dijo con incredulidad—. Está oscuro. No hay
electricidad, lo que significa que no hay farolas. No hay luna debido a las nubes.
—¡Tengo que hacer algo! —grité.
—Soy el jefe de bomberos. Hay un oficial caído. Voy a supervisar la
extracción y...
—Se lo ruego —dije, demasiado cansado para luchar—. No puedo
quedarme aquí. Está inconsciente, podría hallarse herida, y se asustará cuando
despierte. Tengo que estar allí.
El jefe pensó por unos segundos y luego suspiró. —De acuerdo. Pero
quédate fuera del maldito camino.
Asentí, siguiéndolo cuando se volvió hacia el estacionamiento. Seguía
lloviendo, por lo que me preocupé aún más. ¿Qué pasa si el coche se volcó en una
cuneta de drenaje, como el Charger? ¿Y si se hallaba bajo el agua?
El jefe encendió las luces y sirenas mientras sacaba la camioneta del
aparcamiento del hospital. Cables de electricidad y ramas se hallaban caídas por
todas partes, ya que fueron golpeados por vehículos de todas las formas y
tamaños. Incluso había un bote tirado de lado en el medio de la calle. Las familias
se dirigían al hospital a pie, y trabajadores de la ciudad iban a toda marcha,
tratando de remover los escombros de la entrada del hospital.
—Dios mío —susurró el jefe, mirando a nuestro alrededor con asombro—.
Golpeados dos veces en el mismo día. ¿Quién hubiera pensado?
—Yo no —dije—. Lo veo en vivo y directo, y sigo sin creerlo.
106 Giró hacia el sur, en dirección a Reyes y América.
—¿Qué tan lejos queda, donde dijo Reyes que se hallaban?
—Seis cuadras, tal vez. No me encuentro seguro de ser los primeros en la
escena o no, pero...
—No lo somos —le dije, viendo ya luces intermitentes.
Manejó unas cuantas cuadras más y luego se detuvo a un lado de la
carretera. Los primeros en responder ya bloqueaban la carretera, y los bomberos se
amontonaban alrededor de la patrulla volcada.
Corrí hacia el vehículo. Me detuve al principio hasta que Jefe dio la orden.
Caí de rodillas al lado de la patrulla, junto a un paramédico. El vehículo se
encontraba aplastado en algunos puntos, rodeado por escombros y con todas las
ventanas hechas añicos.
—¿Mare? —grité, presionando mi rostro contra la tierra húmeda.
La mitad del coche seguía en la calle, y la otra mitad, el lado de América, en
la hierba.
Ondas rubias salían de la pequeña abertura que alguna vez fue la ventanilla
del pasajero. Los largos mechones se encontraban empapados por la lluvia, teñidos
de rosa en una pequeña parte.
Mi respiración se detuvo, y me miré por encima del hombro a los
paramédicos. —¡Está sangrando!
—Trabajamos en ello. Vas a tener que moverte en un segundo, para poder
comenzar a sacarla.
Asentí. —¿Mare? —dije una vez más, alcanzándola.
No me hallaba seguro de qué tocaba, pero podía sentir su suave piel.
Todavía se encontraba caliente
—¡Cuidado! —dijo el médico.
—¿América? ¿Puedes oírme? Soy Shep. Me encuentro aquí.
—¿Shepley? —Una pequeña voz vino desde el vehículo.
El paramédico me sacó del camino. —¡Se encuentra despierta! —le gritó a su
compañero.
América
—Es precioso —dije, mirando alrededor del nuevo hogar de Travis y
Abby—. ¿Dijiste cuatro habitaciones?
Abby asintió. —Dos abajo, dos arriba.
Alcé la barbilla, mirando las escaleras. Se encontraban alienadas por blancos
pernos de madera y cubiertas por una nueva alfombra extendida de color gris
110 topo. Los suelos de madera estaban brillantes, y los muebles nuevos, las alfombras
y la decoración fueron colocados perfectamente.
—Parece sacado directamente de la revista Hogar y Jardín —dije, sacudiendo
la cabeza con asombro.
Abby miró alrededor con una sonrisa, susurrando y asintiendo. —Hemos
ahorrado durante un tiempo. Quería que fuera perfecta. Al igual que Trav.
Di vueltas al anillo de boda alrededor de mi dedo. —Lo es. Te ves cansada.
—Mudarte y organizar todo te hará eso —dijo entrando a la sala de estar.
Se sentó en la otomana, y yo me senté en el sofá. Fue la segunda cosa que
Travis compró desde que conoció a Abby.
—Le va a encantar cuando llegue a casa —dije—. Deberán llegar pronto.
Miró su reloj, retorciendo distraídamente una larga hebra de cabello
acaramelado. —De hecho, en cualquier minuto. Recuérdame darle las gracias a
Shepley por recogerlo en el aeropuerto. Sé que no le gusta dejarte sola estos días.
Bajé la mirada, pasando mi palma por el vientre redondo. —Sabes que haría
cualquier cosa por ti y Travis.
Abby descansó la barbilla en su puño y negó con la cabeza. —Es difícil creer
que‖el‖tuyo‖ser{‖el‖cuarto‖nieto‖de‖Jim.‖Olive,‖Hollis,‖Hadley,‖y‖ahora…‖
—Todavía no lo voy a decir —dije con una sonrisa.
—¡Vamos! ¡Me está matando no saberlo! Solo dime el sexo.
Negué con la cabeza, y Abby se rió, solo medio frustrada con mi secreto.
—Sigue siendo nuestro secreto, al menos durante tres semanas más.
Abby se quedó quieta. —¿Tienes miedo?
Sacudí la cabeza. —Para ser sincera, espero no ser una hinchada incubadora
andante.
Abby inclinó la cabeza, con simpatía. Se acercó al final de la mesa para
enderezar un marco de una foto en blanco y negro de sus votos renovados en St.
Thomas.
Me toqué el vientre, presionado la parte en la que el bebé se estiraba contra
mis costillas. —En unos seis meses, tendrás que mover tus cosas frágiles un poco
más arriba.
Fin
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Something Beautiful es mi decimoséptima obra publicada. Hace apenas seis
años, me senté a escribir Providence, y la vida es tan diferente, de la manera más
maravillosa. El abrumador apoyo y la lealtad de mis lectores han jugado un papel
importante permitiéndome escribir diecisiete novelas y novelas cortas en seis años,
y por eso, ustedes tienen mi más sincero agradecimiento.
Gracias a mi querida amiga Deanna Pyles, que me ayudó a moldear
Something Beautiful desde la primera página. Nunca sabrás lo mucho que aprecio tu
116 emoción y entusiasmo.
Un agradecimiento especial a Sarah Hansen, Murphy Hopkins, Elaine
Hudson York, y Kelli Spear por ayudarme a empaquetar el ARC de Something
Beautiful a tiempo para Las Vegas. Me encontraba segura de que mi idea de último
momento iba a desmoronarse, pero dejé lo que hacía y trabajé hasta tarde bajo una
enorme presión para que esto sucediera. Han hecho felices a un centenar de
lectores. ¡Gracias no es suficiente!
Como siempre, gracias a mi esposo e hijos por su infinita paciencia y apoyo.
No es tan fácil como parece tener una esposa y madre que trabaja en casa, pero
tener que fingir que no está ahí. Hemos perfeccionado nuestro proceso, y los amo
aún más de lo que las palabras pueden decir por hacer funcionar mi horario
extraño. No podría hacer esto sin ustedes. No me gustaría.
Jamie McGuire nació en Tulsa, Oklahoma. Asistió a la Universidad Central
de Oklahoma, y al Centro de Tecnología Autry donde se graduó con un título en
radiografía.
Jamie allanó el camino para el género New Adult, con el bestseller
internacional de Beautiful Disaster. Su siguiente novela, Walking Disaster, debutó en
el # 1 en el New York Times, Usa Today, y en las listas de los más vendidos del Wall
Street Journal. Beautiful Oblivion, libro de una de las series de los hermanos Maddox,
117 también encabezó la lista de bestsellers del New York Times, que debutó en el # 1.
En 2015, los libros dos y tres de la serie de los hermanos Maddox, Beautiful
Redemption y Beautiful Sacrifice, respectivamente, también encabezaron el New York
Times.
Novelas también escritas por Jamie McGuire incluyen: el thriller
apocalíptico y mejor libro distópico del año 2014 Utopya, Red Hill; la serie de
Providence, una trilogía romántica paranormal New Adult; Apolonia, un romance
de ciencia ficción; y varias novelas, entre ellas: A Beautiful Weeding, Among
Monsters, Happenstance: Serie de novelas, y Sins of the Innocent.
Jamie vive en Steamboat Springs, Colorado, con su marido, Jeff, y sus tres
hijos.
Encuentra a Jamie en www.jamiemcguire.com o en Facebook, Twitter, Tsu,
e Instagram.