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Anunciar la Fe católica a la cultura actual

Artículo de monseñor Alfredo H. Zecca, arzobispo de Tucumán, publicado el en diario La Gazata (2


de diciembre de 2012)

El Adviento que comenzamos nos recuerda que Jesucristo es “el Testigo fiel, el Primero que resucitó de
entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra […] El Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que
vendrá, el Todopoderoso” (Ap. 1,5.8). Aguardamos su retorno en el esplendor de su gloria, para llevar a
plenitud la salvación que inició con su nacimiento en la humildad de la carne (cf. Misal Romano, Prefacio
de I Domingo de Adviento). Entonces Dios será “todo en todo” (1 Cor.15, 2) llevando así todo lo creado a
la divinización.

La espera de ese acorde final de la gran sinfonía de la salvación nos urge a la evangelización, al anuncio
gozoso de la fe. El Santo Padre Benedicto XVI, en la Carta Apostólica Porta Fidei, nos ha convocado al
Año de la Fe que tuvo inicio el pasado 11 de Octubre en coincidencia con los 50 años de la apertura del
Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica y que terminará en
la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, el 24 de noviembre de 2013.
La “puerta de la fe” (cf. Hech 14,27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada
en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se
anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma (cf. Porta Fidei n.1). La fe es un camino
que conduce al encuentro con Cristo salvador, el único capaz de sacar al hombre del desierto y conducirlo
a la vida en plenitud. Camino para la Iglesia y camino para la humanidad, es decir, para cada hombre
llamado, en Jesucristo, a la salvación y a la glorificación de Dios.

Nuestra reflexión sobre la fe debe centrarse tanto en la adhesión a los contenidos recibidos por
Revelación, en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia y que se encuentran resumidos en el
Credo que recitamos cada domingo, como en el acto por el que creemos el cual, siendo plenamente
racional, se apoya, sin embargo, en nuestra absoluta confianza en el testimonio divino. Aunque está entre
los actos humanos que pertenecen al ámbito del conocimiento y que, en consecuencia, dicen relación a la
razón y a la verdad, la particularidad del acto de fe consiste en que el asentimiento racional se da sin que
la verdad se nos imponga. Ello hace que la fe sea un acto plenamente libre y, por lo mismo, meritorio y
que se base también en lo afectivo, más concretamente en la voluntad que se abre a Dios por el amor.

Sólo “cree” quien quiere creer. La fe se puede anunciar y testimoniar, pero nunca imponer. Su contenido
es el Misterio de Dios que siempre excederá nuestra humana capacidad de entender. Se “cree” en un
claro-oscuro que sólo será diáfano cuando alcancemos la visión de Dios, que es algo que no pertenece a
este mundo y a esta historia. Por ello dice acertadamente el poeta: “aunque es de noche la tiniebla veo/
oscuridad que tórnase penumbra/ veo sin ver porque la fe me alumbra/ y en esta noche luminosa creo”.

A lo largo de la historia, siguiendo el mandato de Jesús, la Iglesia nunca ha dejado de anunciar la fe y de


testimoniarla con la caridad; y es que verdad y caridad, caridad y verdad, siempre van juntas. Más aún,
sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. Sin verdad, la caridad cae en
mero sentimentalismo. Una cultura sin verdad es presa fácil de las emociones. “En la verdad, la caridad
refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez
<Agapé> y <Lógos>: Caridad y Verdad, Amor y Palabra” ( Benedicto XVI, Caritas in Veritate n. 3).

El anuncio gozoso de la fe, sin embargo, acontece hoy en un Occidente secularizado donde la
pertenencia a la Iglesia, al menos nominal, sigue siendo mayoritaria, pero en el que se verifica una ruptura
en la transmisión de la fe que hace que la misma haya dejado de ser un presupuesto obvio de la vida
común ( cf. “Porta Fidei” n.2). Ello no impide, claro está, que muchas personas, aún no teniendo fe,
busquen con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia (cf. “Porta Fidei” n.10).
Pero fuerza es reconocer que la fe está sometida, más que en el pasado, a una serie de interrogantes que
provienen de un cambio de mentalidad y de la reducción del ámbito de las certezas racionales al de los
logros científicos y tecnológicos (cf. “Porta Fidei” n.12). A ello contribuye también, a su modo, cierto
laicismo que concibe la fe como un acto puramente subjetivo e interior.

Pasados ya los sueños de un futuro mejor para la humanidad, característicos de la Ilustración, del
marxismo y de la revolución del ’68, con su optimismo respecto a la razón estamos, en esta era
postmoderna, a merced de la desconfianza ante la razón en un mundo desencantado y pragmático. El
supuesto “retorno de lo sagrado” a nuestra época, que algunos pensadores sostienen, – no podemos
engañarnos – no es un retorno a las prácticas religiosas tradicionales sino, por el contrario, en muchas
ocasiones, a una religiosidad más emotiva que doctrinal, sin referencia a un Dios personal y mucho
menos a la Iglesia.

Esto vale también, lamentablemente, para la Argentina, para el NOA y para Tucumán. La religiosidad
popular es un valor innegable. Pero se nos desafía a convertirla en convencida catequización y testimonio
de vida que se proyecten a la cultura entendida como estilo de vida personal y común.

El Año de la Fe no puede ser un año más. En la Arquidiócesis de Tucumán hemos decidido entregar, por
partes, miles de ejemplares del Compendio del “Catecismo de la Iglesia Católica”. Los católicos todos,
sacerdotes, religiosos, laicos, debemos ser protagonistas de una misión insoslayable: anunciar la fe de la
Iglesia a todos los hombres. Como Obispo convoco yo también, en comunión con el Santo Padre, a vivir
este Año de la Fe como un Año de la Evangelización Nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos y en su
expresión.

Mons. Alfredo H Zecca, arzobispo de Tucumán

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