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CONVERGENCIAS MODUS VIVENDI

INDIGNARSE ES COOL
Autor Juan Soto / 2021-02

De nueva cuenta, Juan Soto es contundente: “A diferencia de otras épocas,


pareciera ser que el requisito indispensable para ser cool, hoy día, es tener
una alta capacidad de indignación. No de crítica ni de argumentación. Y sí,
de individuos progresistas y cool están llenas las calles y las universidades
(los profesores no son la excepción). Pero la indignación es un sentimiento
cool que pone en evidencia la supuesta superioridad moral de quien la vive y
experimenta encarnizadamente”.

¿P
odemos ser todos cool? Si remitimos el significado de lo
cool a la moda podríamos decir rotundamente que no. Que
ser cool es asunto casi exclusivo de los “sabuesos de la
moda”. Pero más allá de la dictadura consumista todo
parece cambiar. Si lo cool es un conjunto de actitudes para
diferenciarse y tomar distancia de las formas de vida de la sociedad de masas,
entonces lo cool no está solamente en los atuendos. Es tanto el espejismo que
alimenta las ilusiones consumistas como la materialidad anhelada por las masas
idiotizadas por la publicidad. Es un elemento imprescindible de la ideología del
capitalismo consumista y una forma de ser. Y en tanto forma de ser, como signo
de diferenciación de la cultura de masas, tiene diversas maneras de manifestarse
en lo público y en lo privado. No obstante, es un intento de rebeldía domesticada.
Rebeldía que termina, las más de las veces, por convertirse en una práctica social
y cultural generalizada.

En las sociedades estratificadas, por ejemplo, la forma de hablar puede ser un


signo de distinción entre las clases. Si bien existen palabras o expresiones que
definen todo un argot cool, el asunto no se detiene ahí. El habla cool está definida
por un estilo particular que recurre a sonsonetes muy marcados en el tiempo y
espacio sociales. No es difícil identificar a todos aquellos que emplean el habla
como una herramienta para tratar de distinguirse de la masa, pues recurren a la
utilización de términos o expresiones de moda. ¿Ha escuchado decir a alguien
“holi” en vez de hola? ¿Conoce alguna persona que cada vez que se conmueve
con una situación de la vida cotidiana dice “¡ay, mi vida!”? ¿Ha hablado con
alguien que suele utilizar palabras en inglés de manera recurrente para expresarse
y, de paso, diferenciarse de la masa: “you know!? ¿Ha tenido que soportar a
quienes dicen “amorts”, “embriagación” o “nos vemos tipo 6”? Bueno, quizás no
necesariamente se haya relacionado con una persona cool, sino solamente con el
habla cool. O, más bien, con una persona que haya apelado a la forma del habla
para tratar de diferenciarse y parecer cool.

Pero para ser cool no basta con la utilización de determinadas palabras y


expresiones de moda. Se requiere de un sonsonete insoportable que acompañe al
“¿qué hay paps?”, “cero que ver”, “está pro”, “¿me captas?”, “súper nice”, “otro
nivel”, “la estás rompiendo”, etc., para que el habla cool complete su forma. Pero
ser una persona cool requiere algo más que recurrir a las formas del habla cool.
Para ser una persona cool hay que aspirar a una forma y a un estilo de vida que
gire alrededor de lo que el sociólogo estadounidense Thorstein Veblen denominó
“distinción odiosa”. Y hay que aprender a diferenciar y a preferir lo nuevo sobre
lo viejo. Y lo actual sobre lo antiguo. La mentalidad que embona muy bien con el
estilo de vida cool es de carácter individualista y hedonista. Esta mentalidad
valora, entre otras cosas, la búsqueda de experiencias nuevas, la exploración y la
expresión personal porque esto (al menos utópicamente) garantiza la aniquilación
del conformismo como estilo y forma de vida.

Si asumimos, como lo decía el filósofo parisino Guy Debord, que el capitalismo


consumista transforma las experiencias humanas en productos consumibles,
entonces la búsqueda de experiencias nuevas, la exploración y la expresión
personal (todas ellas elementos esenciales de la mentalidad cool) resultarían ser
no más que un intento de rebeldía condenado al fracaso. Un intento de renuncia al
conformismo por la vía consumista.

Buena parte de la industria del entretenimiento y la diversión se alimenta, hoy día,


de esta empobrecida mentalidad cool haciendo creer a la gente que pagando por
experiencias nuevas, por ejemplo, tendrán una vida más espiritual —digamos— y,
en consecuencia, menos materialista (porque eso es para las masas conformistas).
Así como los productos cool requieren de una mistificación inteligente para
venderse con éxito y una debilidad consumista pronunciada para poder ser
adquiridos (además del dinero), las experiencias cool también lo necesitan. La
diferencia es que en el caso de la experiencia se paga por un servicio y no por un
bien como en el caso de los productos cool. Esto, sin lugar a duda, ha reforzado el
individualismo y, de paso, el hedonismo. La satisfacción personal como proyecto
de la realización social.

La gente hoy día está dispuesta, por ejemplo, a pagar por: nadar con tiburones;
viajar al espacio; hacer un paseo en helicóptero o avioneta; visitar la zona de
exclusión de Chernobyl; comer en un restaurante submarino o suspendido en el
aire; hospedarse en un hotel flotante, submarino o de hielo; volar en parapente;
visitar una reserva de animales salvajes; tirarse en paracaídas; mirar las auroras
boreales; avistar luciérnagas; recorrer sitios abandonados como prisiones,
psiquiátricos y minas; visitar volcanes activos; conocer ciudades subterráneas…

La mentalidad cool tiene un rasgo característico y es que conduce, inevitable y


regularmente, a la despolitización, a la falta de compromiso social y al
conformismo. Si el proyecto de realización social coloca en el centro a la
satisfacción individual a través de la búsqueda de experiencias nuevas, de la
exploración y de la expresión personal bajo el manto del consumo, deviene no
más que en lógicas de distinción (no de ruptura). La mentalidad cool, parece, sólo
puede aspirar a conformarse con un cuestionamiento muy superficial del poder, ya
que sus prácticas de consumo son el propio combustible de su desmovilización
política y su falta de compromiso social. Sus prácticas consumistas son el reflejo
de una cómoda posición social y de un sistema de valores que enarbola la crítica
en el discurso, pero que aniquila en la práctica.

A decir de los canadienses [Joseph] Heath y [Andrew] Potter —autores de


Rebelarse vende: el negocio de la contracultura— el individuo cool se considera
radical y subversivo porque se niega a aceptar la manera habitual de hacer las
cosas, trastocando todo, menos el mismo capitalismo. Lo cual es equivalente a
repudiar el capitalismo discursivamente y sucumbir ante las ofertas de los centros
comerciales o algo por el estilo. “Hable bien de la izquierda política en una
plataforma publicitaria como Facebook” podría ser una consigna de la mentalidad
cool de nuestra época. “Defiéndala hasta que se le terminen sus huellas dactilares”
podría ser el complemento. “Permita que la plataforma extraiga sus datos mientras
trabaja gratis para ella sin darse cuenta” podría ser el corolario. El clictivismo,
dicho sea de paso, también es cool. Es el reflejo ideal del sentimiento que
enarbola la mentalidad cool: la indignación.

A diferencia de otras épocas, pareciera ser que el requisito indispensable para ser
cool, hoy día, es tener una alta capacidad de indignación. No de crítica ni de
argumentación. Y sí, de individuos progresistas y cool están llenas las calles y las
universidades (los profesores no son la excepción). Pero la indignación es un
sentimiento cool que pone en evidencia la supuesta superioridad moral de quien la
vive y experimenta encarnizadamente. Es un sentimiento que, desprovisto de
acción, desemboca en puro “nihilismo cool”, como le ha llamado el periodista
español Víctor Lenore [autor del libro Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de
una dominación cultural]. Es un sentimiento, pues, de enfado provocado por algo
que se considera injusto, ofensivo o perjudicial, pero en una sociedad donde la
corrección política es un requisito indispensable para pensar, hablar, escribir o
actuar es demasiado sencillo confundirla con la sensibilidad. Solo las personas
sensibles, siguiendo este razonamiento elemental, podrían acceder a la
indignación (y a la superioridad moral por supuesto). Una sociedad que se indigna
por casi todo es una sociedad cuya capacidad de discriminación es demasiado
baja. Es decir, una sociedad donde indignarse resulta ser cool.

Si desde la comodidad de su casa y a través de su teléfono inteligente o


computadora con conexión a internet de paga ha logrado obtener una buena
cantidad de likes por hacer pública su indignación en una plataforma publicitaria
como Facebook, ¡felicidades!: usted es un indignado cool.

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