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Las ideologías suelen constar de dos componentes: una representación del sistema, y un
programa de acción. La representación proporciona un punto de vista propio y particular sobre
la realidad vigente, observándola desde una determinada perspectiva compuesta por
emociones, percepciones, creencias, ideas y razonamientos, a partir del cual se le analiza y
compara con un sistema real o ideal alternativo, finalizando en un conjunto de juicios críticos y
de valor[1] que plantean un punto de vista superior a la realidad vigente. El programa de acción
tiene como objetivo acercar en lo posible el sistema real existente al sistema ideal pretendido.
Por su receptividad frente al cambio, hay ideologías que pretenden la conservación del sistema
—conservadoras—, su transformación radical y súbita —revolucionarias—, el cambio gradual —
reformistas—, o la readopción de un sistema previamente existente —restaurativas—.
Por su origen, alcance y propósito, las ideologías pueden desarrollarse gradualmente a través de
la observación, el diálogo, el ajuste mutuo y el consenso sobre lo que es considerado
socialmente correcto, desviado o dañino, o bien ser impuestas (incluso por medio de la
violencia) por un grupo dominante especialmente interesado en generar influencia, conducción
o control colectivo, sin distinción si este es un grupo social, una institución, o un movimiento
político, social, religioso o cultural o si su propósito se centra en promover el bien común o un
interés particular.
El término ideología fue formulado por Destutt de Tracy (Mémoire sur la faculté de penser, 1796),
y originalmente denominaba la ciencia que estudia las ideas, su carácter, origen y las leyes que las
rigen, así como las relaciones con los signos que las expresan.
Medio siglo más tarde, el concepto acoge su sentido final (actualmente vigente) al asociarse
con una perspectiva epistemológica, fundada por Karl Marx y Friedrich Engels en su obra La
ideología alemana (1845-1846), para quienes la ideología es el conjunto de principios que
explican el mundo en cada sociedad en función de sus modos de producción, relacionando los
conocimientos prácticos necesarios para la vida con el sistema de relaciones sociales; la
relación con la realidad es tan importante mantener esas relaciones sociales, y en los sistemas
sociales en los que se da alguna clase de explotación, evitar que los oprimidos perciban su
estado de opresión. En su célebre prólogo a su libro Contribución a la crítica de la economía
política Marx dice:
La ideología interviene y justifica dirigiendo los actos personales o colectivos de los grupos o
clases sociales, a cuyos intereses sirve. Pretende explicar la realidad de una forma asumible y
tranquilizadora, pero sin crítica, funcionando solo por consignas y lemas.
Ahora bien lo que ocasiona son falsas creencias que mantienen la interpretación o justificación
previa tal como estaba en el imaginario individual y colectivo, independientemente de las
circunstancias reales. Por ello suelen acabar produciendo una separación entre las ideas y su
práctica en la realidad, difícilmente asumible.
Del estudio de la ideología se encarga la sociología del conocimiento, cuyo presupuesto básico
es la tendencia humana a falsear la realidad en función del interés. Sigue el interés propio en las
maneras de ver el mundo en el grupo social al que se pertenece; maneras que varían
socialmente de un grupo humano a otro y dentro de sectores diferentes de la misma sociedad.
Interviene sobre el interés personal y cohesiona el grupo donde se asienta, porque construye
una identidad ficticia como forma de vivir y valorar una realidad construida al margen de ella
misma. De ahí que en la mayoría de los casos lleve a una superposición de discursos según el
grado de realidad y a la construcción de utopías.
El origen de la mayoría de las ideologías se encuentra en una corriente filosófica cuando asume
una versión muy simplificada y distorsionada, por falsa creencia, de la filosofía original. En este
sentido se produce, de forma general, un carácter insincero, cuando un pensamiento original se
convierte en «—ismo» (Platón → platonismo; Marx → marxismo; capital → capitalismo; anarquía
→ anarquismo; etc.).
Su origen se sitúa en el personal, de acuerdo con las necesidades que sustentan socialmente un
determinado pensamiento. Se separa y disocia de la realidad, porque la manipula en forma de
propio interés.
Los primeros filósofos que estudiaron la «ideología», los psicologistas franceses (Condillac,
Cabanis, Destutt de Tracy), situaron esa necesidad en el «yo interior», interpretado de diversas
formas (psicologismo y psicofisiologismo). El sujeto se opone a lo exterior, que se da como
suceso, puesto que requiere la reflexión individual. Estos filósofos franceses pretendían
estructurar una teoría sobre el materialismo primitivo de las sensaciones y de ahí su derivación
en emociones, pasiones y sentimientos. De manera que del hecho, del suceso o del
acontecimiento exteriores se pasa psicológicamente a la manera interior de captar las cosas y
apreciar estas categorías de la psicología personal.
Después del psicologismo de los franceses, se pasó, primeramente, a las formas filosóficas
propias y, posteriormente, a las relaciones económicas. El sentido más elaborado de ideología,
en el primer sentido, es el de Hegel y, en el segundo, de Marx.
Se consideró la ideología como una «escisión de la conciencia», que produce la alienación, bien
sea esta considerada como meramente dialéctica del pensamiento, en el idealismo de Hegel o
dialéctica material en el materialismo de Marx.
En el siglo XX, la ideología es considerada como problema de comunicación social. Para los
frankfurtianos, de manera especial para Habermas, la ideología expresa la violencia de la
dominación que distorsiona la comunicación. Este habla de la relación entre el conocimiento y
el interés. Esto produce una distorsión que es consecuencia de una razón instrumental, como
conocimiento interesado, y que es la responsable de la ciencia y la tecnología falsas como ejes
de la dominación social. Es pues necesaria una hermenéutica de la emancipación y liberación.
De la misma forma, Marcuse subraya este hecho en el seno de las clases sociales, en particular
políticamente dentro de los partidos y sindicatos.
Karl Mannheim y Max Scheler enmarcan la ideología en el marco de la sociología del saber. El
saber enmarcado dentro de la dominación política genera tal cúmulo de intereses que configura
la cosmovisión de los grupos sociales. No hay posibilidad de escapar a una ideología bien
construida. Todo gira a su alrededor. Mannheim distingue entre ideología parcial, de tipo
psicológico, e ideología total, de tipo social.
Sartre, por su parte, introduce una idea de «ideología» completamente diferente. Para Sartre la
ideología es fruto de un pensador «creador», capaz de generar un modo de ver la realidad.[3]
Por otro lado, Willard van Orman Quine trata la relación entre los objetos exteriores, de ahí fuera,
y los sujetos interiores, de ahí dentro. En otros términos, liga la ideología a un modo razonado de
considerar la ontología.[4]
A finales del siglo XX, sin embargo, se entra en una época de infravaloración de lo ideológico, de
la mano de las ideologías conservadoras, de forma que algunos han proclamado el ocaso de los
ídolos, como "El fin de las ideologías"[5] , incluso proclamando el triunfo del pensamiento único y
el "fin de la historia" o el "choque de civilizaciones".[6]
La ideología como falsa creencia debe estudiarse en términos de su lógica degradada, más que
en la filosofía de la que se deriva. Sin embargo, es difícil comprender cuándo y en qué términos
una filosofía pasa a ser ideología. Max Weber afirma que las filosofías se seleccionan primero
para ser ideologías después, pero no explica, cuándo, cómo ni por qué. Lo que sí puede
asegurarse es que existe una relación dialéctica, es decir, de discurso, entre ideas y necesidades
sociales, y que ambas son indispensables para configurar una ideología. Así nace el interés y las
necesidades sentidas por el cuerpo social (o un grupo de este); no obstante pueden fracasar por
no tener ideas claras que lo sustenten. Al igual que hay ideas que pueden pasar inadvertidas por
no ser relevantes para las necesidades sociales, se requiere una falsa creencia aparentemente
útil para que sea ideología.
Karl Marx plantea que la ideología dominante de una sociedad es parte integral de su superestructura.
Friedrich Engels define la ideología como "un proceso que se opera por el llamado pensador" pero "con una conciencia
falsa."[7]
El concepto marxista de ideología se suele datar en las obras La sagrada familia y La ideología
alemana como crítica de la filosofía idealista alemana posterior a Hegel. Esta crítica llegó a la
economía política burguesa en La miseria de la filosofía y más tarde El capital. aunque ya se
aprecia en Crítica de la filosofía del derecho de Hegel con la hipótesis de la "negación de la
filosofía como filosofía".[9]
Friedrich Engels explica que "las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven, permanecen
ignoradas para el ideólogo”. Sus ideas le parecen al ideólogo "como creación, sin buscar otra
fuente más alejada e independiente del pensamiento; para él, esto es la evidencia misma,
puesto que para él todos los actos, en cuanto les sirva de mediador el pensamiento, tienen
también en este su fundamento último". Estos impulsores incluyen tanto intereses subjetivos
oscuros como la constelación económica objetiva.[7]
Para Engels, la moral y la religión son ejemplos de ideologías. La moral siempre fue "una moral
de clase; o bien justificaba el dominio y los intereses de la clase dominante, o bien, en cuanto
que la clase oprimida se hizo lo suficientemente fuerte, representó la irritación de los oprimidos
contra aquel dominio y los intereses de dichos oprimidos, orientados al futuro".[11] El origen de
la forma ideológica de la religión es la impotencia del hombre hacia la naturaleza. El bajo nivel
de dominio de la naturaleza y la dependencia de eventos naturales desconocidos conducen a
prácticas religioso-mágicas para compensar el subdesarrollo económico, técnico y científico:
"Estas diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del hombre mismo, los espíritus,
las fuerzas mágicas, etc., se basan siempre en factores económicos de aspecto negativo; el
incipiente desarrollo económico del período prehistórico tiene, por complemento, y también en
parte por condición, e incluso por causa, las falsas ideas acerca de la naturaleza".[12]
El desarrollo de una ideología sigue una cierta lógica propia, se desarrolla "por medio de la
imaginación".[13] Así, "la filosofía de cada época tiene como premisa un determinado material
de ideas que le legan sus predecesores y del que arranca". Sin embargo, la economía "determina
el modo cómo se modifica y desarrolla el material de ideas preexistente" indirectamente, "ya que