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Capítulo I

Introducción

El nacimiento de la Sociedad Religiosa de los Amigos (llamada cuáqueros), es usualmente atribuido a


la predicación y ministerio de George Fox en Inglaterra (1624-1691). Verdaderamente, Fox se convirtió
en un instrumento poderoso en la mano del Señor para volver los corazones y abrir los ojos ciegos a la
verdadera naturaleza, luz y vida del cristianismo, pero el increíble despertar espiritual y recuperación
del verdadero cristianismo que tuvo lugar en el siglo XVII, no puede ser atribuido a la obra y enseñanza
de ningún hombre. A decir verdad, había muchos miles de creyentes en este momento de la historia
(procedentes de todas las creencias y antecedentes), que se habían desilusionado de las muchas sectas
centradas en el hombre y carentes de vida del cristianismo, y estaban clamando por la verdadera luz,
vida y justicia de Jesucristo. Muchos vagaban de lugar en lugar prestando oídos a pastores, sacerdotes y
eruditos, y con todo, seguían gimiendo bajo la carga de la contaminación interna y oscuridad espiritual,
anhelando el agua viva que fue prometida a Sus verdaderos discípulos. Al hallar lugar en estos corazones
para Su Palabra implantada, el Señor mismo levantó, reunió y purificó un pueblo para que Lo adorara en
Espíritu y Verdad, que testificara contra toda injusticia e idolatría, y que llamara al mundo de regreso al
cristianismo de los primeros apóstoles, al pacto eterno de vida y luz en el Señor Jesucristo.

No sólo George Fox, sino cientos de otros ministros fueron levantados por el Señor y enviados por todo
Europa, las colonias americanas y otros lugares, predicando el verdadero evangelio en la demostración
del Espíritu y poder. ¿Qué predicaban ellos? Predicaban el verdadero arrepentimiento de la naturaleza
del hombre oscura y corrupta, y de todas las obras muertas de la carne, “volviendo a los hombres de
las tinieblas a la luz, y del dominio de Satanás a Dios.” Predicaban a Cristo como la “Luz de la vida,” la
“verdadera Luz que alumbra a todos los hombres,” aparte de la cual nadie puede verdaderamente ver,
entender o experimentar las cosas del reino de Dios. En verdad, esta luz espiritual que “resplandece en
el corazón para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo,” es la única
manera de que el verdadero evangelio pueda ser distinguido de las opiniones, ideas y tradiciones muertas
de los hombres. Ellos predicaban la verdadera libertad del pecado y de las tinieblas, y la experiencia de la
victoria sobre la ley del pecado y muerte que reina en el hombre natural y carnal. No se contentaron con
solo poseer las muchas promesas de Dios sobre “limpiar el interior de la copa y el plato,” y de “purificar
la consciencia de obras muertas para servir al Dios vivo.” Más bien, aprendieron y tomaron la cruz de
Cristo, la cual es el poder de Dios para crucificar y someter al hombre de carne, y al poder del pecado
y muerte que reina en él. Fielmente se aferraron a la cruz como un salvavidas celestial, sabiendo que el
Segundo Hombre no podría reinar en poder y paz donde el primer hombre permaneciera sin crucificar.
Ellos predicaban a Cristo como la sustancia viva y el cumplimiento de todas las sombras y testimonios
del antiguo pacto. Y en la medida que Cristo era revelado y formado en sus corazones, experimentaban
la adoración en Espíritu y verdad en el nuevo (interno) templo de Dios, y el ministerio para el cuerpo del

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Señor que era resultado de Su vida en el interior.

Los primeros cuáqueros no se vieron a sí mismos como una nueva secta o denominación cristiana, sino
como el regreso al cristianismo primitivo de los apóstoles, después de la larga y oscura noche de la
“apostasía” del verdadero Espíritu y gloria del nuevo pacto. De hecho, por un tiempo, no tuvieron un
nombre formal para sí mismos y simplemente se llamaban entre sí “Amigos,” por las palabras de Jesús en
el evangelio de Juan, “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor.” Según el diario de George Fox, el nombre “cuáqueros” se
originó con un magistrado llamado Gervase Bennet. “Este magistrado Bennet,” dice Fox, “fue la primera
persona que nos llamó cuáqueros,1 porque les pedí que temblaran ante la Palabra del Señor.” De esta
manera, el nombre de cuáqueros comenzó como una manera de ridiculizar la amonestación de George
Fox, pero pronto se hizo ampliamente conocida y usada a la largo del mundo, y eventualmente fue
aceptada por la Sociedad de Amigos.

En mi opinión, la obra del Señor en y a través de los primeros cuáqueros del siglo XVII, fue en realidad un
regreso a la vida, luz, poder y pureza original que los primeros cristianos experimentaron y proclamaron
ser el evangelio de Jesucristo. Estos hombres y mujeres vieron al Señor, crecieron en Su vida y al igual
que su Señor, fueron odiados, calumniados y perseguidos por ello. No obstante, como sucede a menudo
con los movimientos genuinos del Espíritu de Dios, sus enseñanzas y prácticas fueron malentendidas,
corrompidas y burdamente tergiversadas por las sucesivas generaciones de los que llevaban su nombre.
Las doctrinas y tradiciones pueden ser transmitidas de una generación a la siguiente, pero la vida de
Cristo debe nacer y ser experimentada por cada alma individual. Así es que los cuáqueros de hoy tienen
poco o ningún parecido espiritual con sus antepasados. La vida y luz de Cristo que una vez reinaron en
los corazones hambrientos del siglo XVII han sido casi totalmente abandonadas, y la Sociedad de Amigos
de hoy es, escasamente, un cascarón de lo que alguna vez fue tal vez, el más grande despertar espiritual
desde Pentecostés.

Algunas Explicaciones y Aclaraciones

Incluso desde los primeros días de su sociedad, muchos de los principios y prácticas de los cuáqueros
habían sido muy malinterpretados y tergiversados. Y hoy, incluso, existen un montón de opiniones e
interpretaciones extrañas y falsas de la historia y teología de ellos. Antes de leer los diarios y escritos
disponibles en esta publicación, vehementemente les recomiendo leer la información que se proporciona
a continuación.

1 La palabra “cuáquero” es un anglicismo que proviene de la palabra inglesa Quaker, que significa temblar.

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Luz en el Interior

El concepto de luz espiritual brillando en el corazón o consciencia es tal vez el más conocido principio de
los cuáqueros. Tristemente, muy pocos hoy (incluso entre los que todavía llevan el nombre) entienden o
representan correctamente lo que los primeros Amigos enseñaban acerca de este tema esencial.

Cuando los primeros cuáqueros hablaban de esta luz, no se estaban refiriendo a algo que perteneciera al
hombre por naturaleza. Isaac Penington escribe:

El hombre está muerto en delitos y pecados por naturaleza; muy muerto, y su consciencia está
totalmente oscura. Entonces, lo que le da al hombre consciencia de su muerte y oscuridad tiene
que ser algo diferente a su propia naturaleza, es decir, tiene que ser la luz del Espíritu de Cristo
brillando en su oscuro corazón y en su consciencia.

El hombre es tinieblas (Efesios 5:8) y cuando Cristo viene a redimirlo, lo encuentra en tinieblas.
Cristo no halla luz en el hombre que exponga el pecado, por eso todos los descubrimientos de
pecado que son hechos en el corazón, son hechos mediante la luz de Cristo, no mediante alguna
luz de la naturaleza del hombre.

En otras palabras, el hombre natural no tiene absolutamente ninguna luz verdadera inherente en sí
mismo. No hay nada intrínsecamente bueno, verdadero o puro en el hombre en su condición caída. Por
tanto, no es la consciencia misma la que es o la que posee luz divina (como muchos erróneamente asu-
men). Pablo escribe: “Mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su
conciencia están corrompidas.” En cambio, Cristo la Luz, sembrado como una semilla en la consciencia,
es el que lleva al hombre al conocimiento de la verdad, y cuando esta se obedece, conduce a la salvación
del alma.

Además, han habido muchos tristes malentendidos y falsas conclusiones derivadas del uso de los
cuáqueros del término “universal,” en referencia a este don de luz. La palabra universal era usada por
ellos para establecer un contraste intencional con la idea predominante del momento, de que Dios ofrecía
el conocimiento salvador de Cristo sólo a unos pocos predestinados. Los cuáqueros rechazaban la idea
de la predestinación individual, e insistían en que Dios ofrecía vida a toda la humanidad a través de
una medida de Su luz o gracia, que testifica en el corazón contra el pecado, e invita al alma a encontrar
salvación en Cristo. Es la misericordiosa e interna invitación, la que es universal. Cuando es recibida,
seguida y obedecida, esta luz se vuelve la vida y salvación del alma. Cuando es rechazada, la misma luz se
vuelve condenación eterna para el hombre. (Ver Juan 3:19-21) Los primeros cuáqueros no proponían en
absoluto una reconciliación universal.

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Costumbres

Había varias costumbres aceptadas a mitad de los 1600, a las que los primeros Amigos no podían
conformarse. La vestimenta común del día era muy extravagante, llena de inútiles encajes, lazos, botones
ostentosos, pelucas empolvadas, etc. El saludo normal entre iguales involucraba, arrastrar el pie derecho
hacia atrás sobre el suelo, inclinarse mientras se quitaban el sombrero y halagarse unos a otros con títulos
como: “su Señoría,” “su Eminencia,” etc. Los primeros Amigos sentían que estas y otras costumbres
parecidas tendían hacia la vanidad, orgullo y “honor carnal que Dios pondría en el polvo,” y por tanto, no
practicaron estas cosas.

Reuniones Silenciosas

Tanto de su propia experiencia personal, como de los muchos lamentables sucesos en la historia de la
iglesia, los primeros cuáqueros entendieron bien la propensión de la carne no crucificada, a tratar de
guiar, gobernar y enseñar las cosas relacionadas con la adoración y servicio de Dios. El hombre natural
es extremadamente rápido a correr a doctrinas, opiniones, prácticas y tradiciones, empleando su propia
sabiduría carnal y habilidad en un intento de edificar la iglesia de Dios. Los Amigos vieron claramente,
que esta propensión crea un cristianismo falso que está en la voluntad y naturaleza caída del hombre, el
cual (como el rey Saúl) busca ofrecer al Señor lo mejor de lo que Él ya ha rechazado y condenado.

Los cuáqueros eran, por tanto, extremadamente cuidadosos y premeditados con respecto a esperar en el
Señor en el silencio de su carne y sentir Su Espíritu vivificador, antes de intentar orar, predicar, adorar,
animar o amonestar en sus reuniones. En palabras de Robert Barclay:

Con respecto a la adoración pública, juzgamos que es deber de todos congregarse diligentemente,
y cuando están reunidos, la gran labor tanto de uno como de todos debe ser esperar en Dios,
volviéndose de sus propios pensamientos e imaginaciones, para sentir la presencia del Señor y
conocer una verdadera “reunión en Su Nombre,” en la que Él está “en medio” según Su promesa. Y
cuando todos están así reunidos, y por tanto congregados internamente en sus espíritus así como
externamente en sus personas, se conoce el poder secreto y la virtud de vida que refrescan el alma,
y se siente el levantamiento de los movimientos y respiraciones puras del Espíritu de Dios. A partir
de Este, brotan palabras de declaración, oraciones o alabanzas, y se experimenta la adoración
aceptable, la cual edifica la Iglesia y es agradable para Dios. De esta manera ningún hombre limita
al Espíritu de Dios, ni saca sus propias cosas investigadas y reunidas, sino que todos presentan
aquello que el Señor pone en sus corazones, y lo dice, no en la voluntad y sabiduría del hombre,
sino “con demostración del Espíritu y de poder.”

Es importante aclarar que el silencio nunca fue una meta de las reuniones cuáqueras. El silencio de la
mente precipitada y carnal, y el humilde vuelco del corazón hacia el Señor eran medios para un fin, y

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una manera de evitar la sabiduría y religión del hombre, mientras esperaban que las influencias puras y
poderosas del Espíritu de Dios alimentaran y gobernaran Su propio cuerpo espiritual.

Perfección

Los primeros cuáqueros son a veces conocidos por su creencia de que los creyentes pueden llegar a ser
“perfectos,” incluso en este lado de la tumba. La palabra “perfectos” es una palabra que puede invitar
a mucha mala interpretación e imaginación, por lo que es importante entender exactamente qué creían
ellos con respecto a esto. Primero que nada, esta perfección no tiene que ver con arreglar o mejorar la
naturaleza pecaminosa del hombre. Esta naturaleza no está reparada, sino crucificada a través de la cruz
interna (el poder de Dios), para que el alma llegue progresivamente a ser libre de la ley del pecado y
muerte, y gobernada por la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús. Por lo tanto, el progreso y perfección
del alma se levantan del nacimiento y crecimiento de la Semilla de Cristo en el interior, y de su victoria
(grado a grado) sobre el cuerpo de muerte. Los primeros Amigos creían (y muchos experimentaban) que
el corazón podía ser unido y sometido a la Verdad viva de manera tal que no obedeciera las sugerencias
y tentaciones del maligno, dejara de pecar, y en este sentido fuera perfecto. No obstante, ellos siempre
fueron muy cuidadosos al insistir en los siguientes dos puntos: 1) Que este tipo de perfección siempre
permite un crecimiento espiritual continuo. Así como Cristo es ilimitado y eterno, nuestro crecimiento en
Él no conoce límites o restricciones. 2) Que siempre permanece la posibilidad de pecar donde el corazón
y la mente no presten diligente y vigilante atención al Señor.

Persecución Contra los Primeros Cuáqueros

Jesús les dijo a Sus discípulos: “Seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre,” y “Si el mundo os
aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.” El odio del mundo hacia los discípulos
de Cristo es raramente experimentado hoy, en parte por el predominio de un evangelio sin cruz y
amigable con la carne. No es común (al menos en el mundo occidental) que los creyentes en Jesucristo
sufran por gozar de una consciencia clara delante de Dios. Este, sin embargo, no era el caso cuando el
Señor levantó a la Sociedad de Amigos original. Los primeros cuáqueros eran despreciados, perseguidos,
calumniados, golpeados, encarcelados y asesinados, tanto por magistrados como por las varias sectas
cristianas de sus tiempos (protestantes y católicas). Los primeros Amigos vivieron en una época en la que
se les concedía muy poca libertad a los ciudadanos para creer y adorar como consideraran conveniente.
La iglesia de Inglaterra era dirigida por el estado, y multitud de leyes fueron hechas y aplicadas
ordenando ciertas creencias, lugares específicos de reunión y formas de adoración, prohibiendo todas las
demás. Debido a su negativa a conformarse a leyes que violaban sus consciencias ante los ojos de Dios,
los cuáqueros sufrieron crueles palizas y latigazos, largos encarcelamientos en prisiones frías e inmundas,

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amputaciones de orejas, destierros de sus países natales e incluso la muerte. Entre los años 1650-1690
las prisiones en Inglaterra estaban literalmente llenas de cuáqueros, que por causa de la consciencia, no
dejaban de reunirse a adorar a Dios en la forma que creían que Él requería de ellos. Tampoco se sentían
libres de asistir a otros cultos religiosos obligatorios, pagar diezmos obligatorios a los sacerdotes que los
perseguían, o jurar lealtad al gobierno en desacato al mandamiento de Cristo en Mateo 5:34-37, “No
juréis en ninguna manera... Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no.”

Acerca de Este Libro

Este libro es una serie de relatos autobiográficos tomados de los diarios y cartas de diez de los primeros
cuáqueros. Hay una sorprendente cantidad de estos documentos en existencia; los primeros Amigos
fueron escritores prolíficos y muy cuidadosos en la preservación de cualquier escritura que pudiera
resultar instructiva y alentadora para los futuros buscadores de la verdad. He escogido las historias de
estos diez individuos, no porque fueran necesariamente eminentes miembros de la Sociedad de Amigos,
sino porque sus escritos manifiestan una búsqueda incansable de la verdad, y relatan (con detalles útiles)
los pasos de sus viajes internos y el crecimiento espiritual por el cual llegaron a ser “vasijas de honor,
santificadas y útiles para el Amo.”

La mayoría de estas narraciones son extractos cortos tomados de publicaciones más extensas, cuyos
originales son muy recomendados y pueden ser encontrados en https://www.bibliotecadelosamigos.org.
Cada selección ha sido cuidadosamente modernizada y mínimamente editada, con la esperanza de
reintroducir las vidas y principios de estos notables hombres y mujeres al lector moderno.

—JASON R. HENDERSON
Julio, 2016

Capítulo II

La Vida de Stephen Crisp

[ 1628—1692 ]

¡Oh, todos ustedes santos y todos ustedes habitantes de la tierra, que el nombre de Jehová sea
famoso entre ustedes, porque no hay Dios como Él! ¡Qué Sus misericordias y juicios sean recordados y
registrados de generación en generación, pues Su bondad es infinita y Su amorosa generosidad inefable!

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Y aunque ningún hombre puede relatar plenamente Su amorosa generosidad extendida a él, aun así, que
todos los hombres testifiquen de Su bondad y declaren Sus misericordias, mediante las cuales Él está
atrayendo a los hijos de los hombres a Sí mismo, y ganando y reuniendo los esparcidos en el verdadero
reposo. Por tanto, bien dijo David: “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me
acordaré de las obras de Jehová; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus
obras, y hablaré de tus hechos.” (Salmos 77:10-12). ¿Quién puede sentir Su bondad y participar de Su
amor y no ser constreñido a testificar de Él?

En el dulce recuerdo de Sus múltiples e innumerables misericordias, me siento abrumado. Pues toda mi
vida ha sido una serie continua de misericordia y bondad, y en toda ella Él ha sido mi soporte. Cuando no
Lo conocía, Él estaba cerca de mí, sí; cuando me rebelaba contra Él, Él no cesaba de ser misericordioso.
Su pacto descansaba en Su Semilla Cristo, y por Su causa Él me perdonaba. Su longanimidad y paciencia
estaban extendidas hacia mí o habría sido cortado en los días de mi resistencia a Él. Pero sí, yo bien puedo
decir, que Él es un Dios clemente y misericordioso, magnánimo, paciente y lleno de compasión. ¡Qué Su
nombre sea proclamado hasta los confines de la tierra, y que los oídos de los impíos sean abiertos para
que oigan el sonido de Su alabanza!

Ciertamente el Señor ha tenido un ojo de tierna compasión hacia mí desde el día que me formó, y me
ha designado para Su alabanza y para que testifique de Su bondad. Porque desde que puedo recordar y
desde que soy capaz de entender, Él me hizo comprender que había algo en mí que no consentía ningún
mal, algo que permanecía en mi alma como un Testigo contra todo mal. Este me mostraba que yo no
debía mentir, ni robar, ni ser terco ni desobediente, sino que debía comportarme con mansedumbre y
tranquilidad, y además colocó la verdad delante de mí como algo mejor que la falsedad. Este mismo
Testigo, incluso en los días de mi infancia, me ministraba paz y denuedo cuando yo escuchaba Su
consejo. Sin embargo, había una naturaleza y semilla contrarias en mí que eran de este mundo y no de
Dios. Encontré que esa naturaleza se inclinaba hacia el mal, y hacia el camino y la manera de este mundo
malo, agradando la mente carnal, y comenzó a abrirse en mí un ojo que veía lo que era aceptable para el
hombre, en lugar de lo que era agradable para Dios.

Como este ojo era fortalecido a diario por varios objetos y ejemplos de vanidad, un deleite brotó en mí
hacia lo que era malo y mis sentidos se ejercitaron con vanidad, por lo que la Semilla pura era oprimida
y afligida día tras día, y comenzó a clamar contra mí. La condenación comenzó a ser agitada en mí, entró
miedo donde antes no había miedo y se perdió la inocencia pura. Luego, cuando en algún momento yo
hacía o hablaba algún mal, la Luz divina o Semilla pura en mí me lo manifestaba, y me mostraba que yo no
debía haberlo hecho. Yo sentía condenación y no sabía cómo escapar de ella. Entonces el espíritu maligno
que conduce a la transgresión, estaba listo para ayudar en ese tiempo de necesidad. A veces agitaba en
mí algo sutil para que alegara una razón por lo que había hecho, o alegara una provocación, o una buena
intención, o bien, para que negara o al menos mitigara la maldad de mi acto, y de esa manera detener la
boca del Testigo de Dios, y viera si podía escapar de Su condenación y procurar mi propia paz.

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¡Pero, ay, esa era una ayuda miserable! Pues la luz a menudo brillaba a través de todas esas pretensiones
y silenciaba mis razonamientos. Cuando yo no era más que un niño, ella me mostró, en un entendimiento
puro procedente de Dios, que no hay una buena razón para el mal, fueran cuales fueran las provocaciones,
tentaciones y ejemplos. Por tanto, con frecuencia era despojado de todos mi razonamientos y cubiertas,
pero luego, aprendía otra manera de aliviarme del juicio.

Cuando era muy pequeño, de unos siete u ocho años, cada vez que el juicio me alcanzaba por mi maldad,
yo aceptaba que era verdadero y correcto, y por tanto, concluía que debía hacer algo para agradar a Dios
de nuevo. Así fue como aprendí a orar y a llorar en secreto, y hacer pacto con Dios de que sería más
vigilante, y por un tiempo me sentía aliviado de mi peso. Sin embargo, esto también era acompañado
de muchas dudas y cuestionamientos, en cuanto a si mis maldades eran efectivamente borradas,
especialmente cuando veía que yo rápidamente era alcanzado por el mismo espíritu del mal, y llevado de
nuevo a los mismos malos pensamientos, palabras o actos. Pues el Testigo de Dios en mí clamaba incluso
entonces, que toda mi mente se entregara al Señor, y que yo Le sirviera con cada pensamiento, palabra y
obra. Yo en ese momento no sabía que ese Testigo puro era de Dios, pero lo que sí sabía era, que carecía
de poder para responder a Sus exigencias en mí que testificaban contra el mal. Y por eso estaba triste
día y noche.

Cuanto tenía unos nueve o diez años, busqué el poder de Dios con gran diligencia y sinceridad, con
fuertes clamores y lágrimas. Si yo hubiera poseído el mundo entero, lo habría regalado con tal de saber
cómo obtener poder sobre mis corrupciones. Y cuando veía el descuido de otros niños y su impureza, y
que ellos no pensaban en Dios (hasta dónde podía discernir), ni consideraban Sus reprensiones, aunque
eran mucho más malvados que yo en su hablar y actuar: “¡Señor,” pensaba yo, “¿qué será de estos?
...viendo cuán pesada es la mano que está sobre mí, y que no puedo encontrar ni la paz ni la seguridad de
Tu amor!”

Entonces el enemigo me tentaba a descansar y a estar tranquilo, insistiendo en que las cosas estaban
mejor en mí que en otros. Y de hecho, mi mente deseaba fuertemente crear una paz falsa para mí. Pero el
Testigo puro me seguía y no me dejaba solo, persiguiéndome noche y día. Él rompía mi paz más rápido
de lo que yo podía hacerla, pues mi mente estaba en mis propias obras y no podía ver más allá de mí. Yo
oía hablar de un Cristo y Salvador, pero yo realmente no lo conocía.

En ese tiempo yo prestaba mi oído a los muchos discursos y disputas de los tiempos, y a través de
ellas muchas ideas fueron dejadas en mi mente. A veces escuchaba a los hombres argumentar que Dios
no ve pecado en Su pueblo. “Entonces,” decía yo, “estoy seguro de que no soy uno de ellos, porque Él
claramente hace notar todas mis transgresiones.” En otros momentos escuchaba a los hombres hablar
de la elección y condenación de las personas antes de que el tiempo comenzara. Yo consideraba esto con
diligencia y pensaba, que si eso era así y podía encontrar señales y marcas de haber sido un alma elegida,
eso me traería paz y no sería tan zarandeado como lo había sido.

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Llegué a ser un muy diligente oyente y seguidor de los mejores ministros (como eran reconocidos), e iba
con tanta diligencia y alegría a leer y oír los sermones, como los otros niños iban a su juego y deportes.
Y cuando escuchaba a alguno hablar acerca del punto de la elección, y la manera en que un hombre
podía saber si era elegido, pues (en su sabiduría oscura) ellos a menudo daban señales de lo que era un
verdadero creyente y un alma elegida, entonces yo me probaba con la medida de ellos y me pesaba en su
balanza. Al hacerlo, algunas veces lograba reunir un poquito de paz para mí mismo, por encontrar en mí
cosas como las que ellos describían como señales, tales como un deseo contra el pecado, aborrecimiento
de mí mismo por el pecado, amor por los que eran considerados las mejores personas, el anhelo de ser
librado del pecado, etc.

¡Pero ay, aquí todavía estaba lo ciego guiando a mi pobre alma ciega! Esta no era la balanza del santuario,
por tanto, cuando yo lograba un poquito de paz y quietud, y deseaba sostenerla, ¡desgraciadamente
pronto era hecha añicos y quebrada otra vez! Porque cuando el Testigo puro de Dios se levantaba en mí,
por el que yo era pesado en la verdadera balanza, ¡hallaba que era demasiado liviano! Y entonces, una
angustia volvía a ser encendida en mí y un clamor empezaba a salir: “¡Oh, adónde iré y qué haré para
poder llegar a una condición estable, antes de irme de aquí y no ser visto más!”

En esta infeliz condición el pensamiento de muerte producía un temor tanto sobre el alma como sobre
el cuerpo. En realidad, a menudo se apoderaban de mí estremecimientos y horrores, al temer que yo
hubiera sido separado como una vasija de ira, y que por eso, debía llevar el hervor de fuego de Dios para
siempre. ¡Oh, esa palabra siempre con frecuencia me parecía terrible, pero no sabía cómo evitar esto!

En este momento empecé a percibir más claramente mi propia insuficiencia y falta de poder, pues vi que
no estaba en mis manos evitar el pecado. Yo sabía que la paga del pecado es muerte, por lo que llegué a
una gran crisis; a veces pensaba que era mejor abandonar la búsqueda, y otras, que si tenía que perecer,
mejor perecía buscando. Cuando era así, lo bueno obtenía la ventaja por un tiempo, y entonces buscaba,
oraba y gemía diligentemente, y con frecuencia encontraba los más recónditos campos e inusuales
parajes, y ahí derramaba mis quejas al Señor.

Cuando tenía cerca de doce años mi clamor general y constante era por poder, mediante el cual yo
pudiera vencer las corrupciones. Y aunque yo oía a los maestros de aquellos tiempos decir a diario que
nadie podía vivir sin pecado, y que la doctrina de la perfección era considerada un error peligroso, eso
no disminuía mi clamor (aunque ciertamente debilitaba mi creencia de obtenerlo, y hacía que a mis
oraciones les faltara fe y no tuvieran éxito). Pues yo sabía que sin el poder de Dios perecería, dijeran lo
que dijeran ellos, y que yo no podía considerarme salvo, mientras siguiera siendo cautivo de la naturaleza
corrupta y rebelde. Yo recordaba las palabras de Cristo: “Todo aquel que hace pecado, esclavo es del
pecado,” y de hecho, yo sabía que lo era.

En este horno de hierro yo me afanaba y me esforzaba arduamente, y nadie sabía de mis tristezas y

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gemidos, que a veces eran casi intolerables. De hecho, a menudo deseaba no haber nacido, o que mi fin
fuera como el de las bestias del campo, pues yo las consideraba felices por no tener una lucha tan amarga
como la que yo tenía, ni teníannque soportar lo que temía que sería mi porción en el más allá. Yo veía mi
miseria claramente, pero no veía la manera de escapar de ella.

Entonces pensé que sería mejor no guardar mi miseria para mí mismo, sino descubrirla a algunos que
fueran capaces de ayudarme. Pero en verdad puedo decir, que encontré que todos ellos eran míseros
consoladores, pues me aconsejaron que aplicara las promesas de Dios por fe y que extrajera consuelo de
las Escrituras. Me hablaron de la condición mencionada por el apóstol en el capítulo siete de Romanos,
y me dijeron que había sido así con él, a pesar de que había sido un siervo de Jesucristo. Por tanto, ellos
me ofrecieron esta y otras engañosas cubiertas (con las que ellos también se cubrían), sin considerar que
el apóstol había llamado a esto, un estado miserable y esclavo, como bien yo habría podido llamar al mío.
Pero estas cosas no encontraron más que un pequeño lugar en mí, pues mi herida permanecía sin sanar,
y Aquel que me había herido y era capaz de curarme, estaba cerca de mí, pero yo no Lo conocía.

Yo iba a tientas en esa oscura y sombría noche de tinieblas, buscando a los vivos entre los muertos,
como muchos otros hacían, pero estaba tan oscuro que no podíamos vernos. En cuanto a los sacerdotes y
profesantes de esos tiempos, la mayoría se jactaba de sus experiencias y celo, de su seguridad del amor de
Dios, y de cuánto consuelo disfrutaban por la meditación en los sufrimientos de Cristo por sus pecados,
etc. “¡Ay,” pensé, “yo puedo creer en estas cosas así como ellos, pero mi herida permanece fresca, y veo
que soy como uno de los crucificadores, en tanto viva en el pecado por el que Él murió!”

Mi alma anhelaba algún otro tipo de conocimiento de Él, además del que podía ser conseguido mediante
la lectura, porque yo veía que tanto los peores como los mejores podían alcanzar tal conocimiento. Por
tanto, no me atrevía a apoyarme en los sacerdotes como había hecho antes, y empecé a distanciarme un
tanto más de ellos en mi mente (aunque en ese momento no los dejé completamente). Luego comencé a
buscar las reuniones de los llamados Separatistas, para oír sus llamados ‘hombres dotados’, cuya doctrina
saboreaba más celo y fervor que la de la mayoría de los sacerdotes. Estos no me parecían tan codiciosos
por obtener ganancia por la predicación, aunque entonces, no podía ver cómo codiciaban la grandeza y
el aplauso de los hombres. Yo con frecuencia me sentía afectado con sus predicaciones, pero la anterior
atadura aún estaba sobre mí (y ellos todavía la fortalecían), a saber, el pensamiento de que si yo no había
sido elegido, no podía ser salvado, y nadie me podía decir a mi satisfacción, cómo podría saberlo. El
temor de esto muchas veces arruinaba mi alivio.

Luego comencé a darme cuenta del andar libertino de estos Separatistas, sí, incluso de los maestros
entre ellos. Vi que ellos no habían sido redimidos aún de las bromas tontas, de las palabras ociosas, de
la ira y pasión que a veces estallaban entre hermanos, y que resultaban en rupturas, cismas y deterioro
de sus iglesias, las que ellos a menudo construían y derribaban con sus propias manos. También vi cuán
inconsistentes eran, a veces dejaban entrar una doctrina, a veces otra, y a veces eran arrastrados por

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varios vientos, pero nunca oí una palabra de cómo podría obtener poder sobre el pecado. Yo tenía poder
sobre algunos pecados y lujurias, pero no sobre todo, y nada más me satisfaría.

Cuando estaba cerca de los diecisiete o dieciocho años de edad, comencé a buscar todavía más, y al
escuchar de un pueblo que exponía la muerte de Cristo como algo disponible para todos los hombres,
fui a oírlos. Después de un tiempo llegué a ver que entre ellos había más luz, y un entendimiento más
claro de las Escrituras. Fue así como empecé a familiarizarme con ellos y a frecuentar sus reuniones, y
poco a poco fui establecido en la creencia de que había un amado Hijo de esperanza, y un camino de
salvación preparado para todas las personas, y que nadie estaba excluido por decreto eterno (por nombre
o persona), sino únicamente por incredulidad y desobediencia.

Esto me ministró consuelo por un tiempo, y yo decidí creer, tener fe en Cristo y considerarme creyente,
pero hallé que era una obra difícil, es decir, demasiado difícil para mí, aunque muchas veces clamaba en
voz alta buscando ser ayudado en mi incredulidad. Cuando veía que el pecado prevalecía sobre mí decía:
“¡Ay, dónde está esa fe que purifica el corazón y da victoria? La mía no es así!” Entonces el Testigo puro
de Dios se levantaba y testificaba contra mí por mi pecado, y cuánto más se ampliaba mi entendimiento,
más agudo era mi juicio. En realidad, se hizo tan penetrante que no sabía cómo soportarlo tan bien como
lo había hecho en mi infancia. La naturaleza áspera y rebelde ya había crecido fuerte, y yo al estar en la
flor y fuerza de mi juventud, y viendo cómo otros gastaban el tiempo en placeres y vanidades, una lujuria
secreta y un deseo oculto se encendieron en mí, por participar en la copa de ellos.

Por un tiempo me deleité en el ingenio e inventos de los hombre de épocas anteriores que encontré en
libros. Estaba dedicado a la lectura, y reuní muchos dichos y frases de filósofos sabios y de eruditos, y
en parte obtuve el conocimiento de muchas edades que me precedieron. Yo pensaba que estas cosas eran
como un adorno que me hacían apto para el discurso y la compañía de los hombres sabios. Pero ¡ay!,
todo esto creció mientras mi yo permanecía sin crucificar, y todo lo que obtuve no fue sino sacrificado y
ofrecido para la obtención de una reputación propia, la cual debía ser enyugada por la cruz. No obstante,
todo esto sirvió para alimentar por un tiempo, mi incansable, escrutadora e inquisidora alma. Me topé
con muchas cosas que parecían darle vida a mi alma, y comencé a elogiarme a mí mismo por no haber
malgastado mi tiempo.

En ese entonces hallé en mí dos cosas que me atraían: Sentía una fuerte atracción y tentación hacia el
mundo, para que me entregara totalmente a los placeres, deleites y vanidades de este. Y sentía una fuerte
atracción hacia la piedad, vigilancia y seriedad. Y yo (¡pobre hombre!) no sabía qué hacer con respecto
a la religión. En realidad yo sentía una inclinación religiosa en mí como la que había tenido desde la
niñez, y habría estado muy contento de haber asumido alguna forma de profesión cristiana, pero estaba
muy desanimado, pues no encontraba ninguna que ofreciera lo que yo necesitaba, ya fuera en su vida o
doctrina, esto es: Poder sobre la corrupción; sin el cual yo sabía que toda religión sería en vano, y no
respondería al propósito por el que yo la tomaría.

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Por tanto, desistí de asumir cualquier forma particular de adoración, y continué en el agreste campo de
este mundo, vagando arriba y abajo, a veces con un tipo de profesantes y a veces con otro. Yo hacía una
inspección cuidadosa de las vidas y doctrinas de todo tipo, aunque debo confesar, que había dejado mi
propio jardín sin labrar, al punto que lo cubrió mucha maleza fastidiosa.

Comencé a perder la ternura de consciencia que había tenido, y comencé a sentir placer en la compañía
de los impíos. En muchas cosas llegué a ser como ellos, cautivado más que nunca por la risa y diversión.
A menudo cantaba cuando tenía motivos para dar alaridos y llorar, y caía en juegos y pasatiempos, y
presumía de la misericordia de Dios. Yo tenía la secreta creencia de que Dios un día manifestaría Su poder
y me sacaría de ese estado. Por tanto, con frecuencia me aterrorizaba correr muy adentro en la maldad,
como algunos otros hacían, y fui guardado de muchos males graves, con los que sí se tropezaron mis
compañeros. En esto fue manifestaba la infinita bondad del Señor, la cual, cuando llegué a ver con mi ojo
verdadero, me rompió el corazón. ¡Sí, mi corazón y mi alma alaban al Señor por Su misericordia, quien
me guardó cuando no lo conocía! Y a pesar de que las provocaciones y tentaciones que me acompañaban
eran muchas, fui preservado fuera de muchas abominaciones. De hecho, debo decir y admitir (como el
Señor le dijo a Abimelec), que fue el Señor el que me guardó.

Este rumbo de vida se prolongó por un tiempo, cerca de dos o tres años, hasta que me invadió un
cansancio. Muchas veces en medio de mi risa y ligereza, la mano del Señor se hacía pesada sobre mí,
Su justo juicio se encendía en mí y le ponía un alto a mi camino. Entonces yo me lamentaba en secreto
y a veces, me quejaba con otros de mi doloroso cautiverio y esclavitud al pecado. A menudo discutía y
les preguntaba a los que eran considerados cristianos experimentados, cómo podían ser alcanzadas la
paz y la seguridad. Algunos decían que mediante la lectura y aplicación de las promesas, pero yo había
intentado esta forma tan a menudo y por tanto tiempo, que en ese momento no tuvo ningún efecto y vi
que estaba en un estado diferente, al estado al que se le habían hecho las promesas. Otros decían que la
única forma era siendo obediente a los mandamientos y ordenanzas de Jesucristo, y conformarse a los
santos antiguos, caminando en el orden y comunión de la iglesia. Aquí, decían ellos, cada persona tenía
la fuerza de muchos y toda la iglesia estaba obligada a velar por cada miembro.

Escuché a estos consejeros y estuve dispuesto a hacer cualquier cosa, con tal de encontrar el poder.
Así que tomé la ordenanza (como ellos lo llamaban) del bautismo en agua, con la expectativa de haber
encontrado más poder que antes. Mi voluntad obró fuertemente para frenar y someter la parte liviana y
la naturaleza pecaminosa, y por un tiempo me esforcé para mantenerme en un mejor estado que antes.
No obstante, no sentía la virtud que podía santificarme y lavarme en verdad (pues mi mente vagaba
ampliamente), y lo que me guardaba no era la operación del amor puro de Dios en mi corazón, ni el
predominio de Su gracia en mí, sino la consideración de la reputación de mi religión y el temor de que
pareciera que había corrido y actuado en vano.

Estas cosas duraron por un tiempo, antes de que la tentación creciera demasiado fuerte para mi voluntad,

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y el diablo entrara en su propio terreno y prevaleciera sobre mí. De hecho, él me llevó cautivo al pecado y
al mal, y me arrastró de nuevo a vanas compañías, deportes, placeres estériles y pasatiempos. Entonces,
claramente vi que aún carecía de lo que me había faltado antes, y que sólo había asido una sombra y
cogido nada más que viento. Vi que mi bautismo fue incluso inferior al de Juan, quien efectivamente
bautizó con el bautismo de arrepentimiento que preparó el camino del Señor y enderezó Su senda. Pero
el mío falló en hacer incluso eso, por tanto, quedó aún más cortó que el bautismo de Cristo, quien bautiza
con el fuego que quema todo lo que es ofensivo a Dios y aflige a Su Santo Espíritu, y llena de un Espíritu
que no se deleita en nada que sea corrupto.

Vi que este bautismo era deficiente, y por lo tanto, una insatisfacción comenzó a crecer más en mí, tanto
de mí mismo como de mi camino. Entonces, les testificaba a los (así llamados) ancianos de la iglesia,
que Dios revocaría en breve toda nuestras adoraciones y religiones (que descansaban en cosas externas
y carnales), y daría a conocer un camino por encima de todas ellas, el cual permanecería para siempre.
Cuando ellos me preguntaban cual sería ese camino yo confesaba que no lo sabía, pero que esperaba ver
cuál sería.

En aquellos días muchos se ocupaban de hablar y conversar acerca de un pueblo llamado Cuáqueros. Yo
escuchaba sus conversaciones con gran atención, pero no oía nada bueno de ellos, solo cosas perjudiciales
y muchas mentiras perversas. Pero noté lo siguiente: Que ellos padecían pacientemente bajo muchas
burlas crueles y sufrimientos dolorosos. Yo auguraba que cuando el camino de Dios fuera manifestado,
seguramente sería odiado y perseguido, y pensaba que una vez que yo supiera que era verdad, nada
me disuadiría ni me asustaría de reconocerlo, ni de caminar en él. Pero al oír que ellos sostenían la
posibilidad de la perfección en esta vida, supe que esto era algo con lo que la sabiduría de la serpiente
antigua en mí no se uniría. Yo razonaba fuertemente contra esta doctrina en esa sabiduría oscura y caída,
en la que muchos todavía luchan por el pecado hoy. Ahora sé que estos no son mejores que las huestes de
Magog, que luchan contra el Cordero y Su inocente vida diciendo en sus corazones: “Gobierna en el cielo
si Tú quieres, pero en la tierra no tendrás lugar. No, ni un alma sobre la cual llevar dominio ni soberanía.”
(Compadezco a los miles que están peleando las batallas del diablo en este asunto, pero habiendo trabaja-
do fielmente con ellos en mi generación, ahora dejo a los que son testarudos y obstinados opositores.)

En esta misma sabiduría caída razoné contra la verdad en diversas formas (demasiadas para especificarlas
ahora), es decir, mientras estaba en la muerte y en el camino de destrucción. Sin embargo, todavía no
había visto un mensajero de esta verdad, y anhelaba mucho ver a uno. Deseaba noche y día que nuestros
territorios fueran visitados por ellos, como había oído que otros habían sido visitados. Por fin, hacia el
mes cuarto de 1655, el Señor envió a nuestro pueblo llamado Colchester, a Su siervo fiel y mensajero de
Su evangelio eterno, James Parnell. En el vigésimo séptimo año de mi edad, este joven vino en el nombre
y poder del Dios Altísimo, en el que volvió a muchos a la justicia, tanto aquí como en otros condados
antes, algunos de los cuales permanecen y muchos otros han muerto.

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Cuando vi a este hombre pensé en hacerle frente, porque no era más que un jovencito, y yo no conocía
el poder o Espíritu que estaba en él. Comencé a hacer preguntas y a buscar una discusión con él, pero
rápidamente sentí que el Espíritu de buen juicio estaba en él, pues el Testigo de Dios se levantó en mi
interior y testificó Su juicio, e indicó que yo debía reconocerlo como justo y verdadero. En el mismo
día y hora testifiqué, que todas nuestras varas de profesión cristiana serían devoradas por la vara de él
(aludiendo a la vara de Moisés y a los magos de Egipto), lo cual ya sucede, y ciertamente se cumplirá.
Más tarde, ese mismo día, fui a una reunión y lo oí declarar el evangelio eterno en el nombre y autoridad
del Señor, el cual no pude resistir con toda mi sabiduría y conocimiento; más bien, era constreñido a
reconocer y a confesar la verdad.

* * *

Nota del Editor

[Se dice de James Parnell que “era joven, pequeño de estatura y de pobre apariencia,” pero miles fueron
obligados a confesar que “hablaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.” Él fue convencido
de la verdad cuando sólo tenía catorce años, y se convirtió en un poderoso predicador y promotor del
evangelio a los dieciséis. Tras un debate con un sacerdote prominente, Parnell fue arrestado bajo los
falsos cargos de ser “una persona ociosa y desordenada,” y encarcelado en el Castillo de Colchester.
Ahí fue confinado a un pequeño hueco en la gruesa pared del castillo, a doce pies de altura del suelo.
Murió por enfermedad y malos tratos, después de diez meses de encarcelamiento, a la temprana edad de
diecinueve años. La siguiente carta de James Parnell fue dirigida a Stephen Crisp, probablemente poco
tiempo después del primer encuentro entre ellos y el convencimiento de Crisp.

Amigo,

Permanece y mantén tu mente hacia lo que te deja ver que tus enemigos están en tu propia casa. Tu imaginación
es un enemigo, tu sabiduría es un enemigo; eso que ha sido precioso para ti, ahora es tu mayor enemigo.
Por esa razón, debes sacrificar lo que has llamado precioso y entregarlo a la muerte, para que el Justo pueda
levantarse para vida, y la Semilla justa germinar para reinar en ti y ser tu Cabeza. De esta manera la cabeza de
la serpiente será herida. En tu medida, llegarás a entender esto mientras mores humilde en la Luz que manifiesta
tu condición, “porque la luz es lo que manifiesta todo.” (Efesios 5:13)

Deja que se mantenga abierto el ojo que el dios de este mundo ciega en los hijos del mundo. Porque por medio
de este ojo los hijos de la luz pueden ver a su enemigo, y conocer, resistir y negar al tentador. Establece una
constante vigilancia con ese ojo, y no permitas que el ojo necio salga a deambular, el cual arrastra a la mente
errante en pos de objetos visibles. Más bien, permanece firme en la guerra, sin darle lugar al enemigo o a
sus ilusiones, y conténtate con ser un necio, para que todos los pensamientos egoístas sean juzgados. Entonces
recibirás sabiduría de Aquel que la da generosamente y sin reproche, para discernir y conocer las estratagemas

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del enemigo. Pero tienes que saber, que es en la muerte a tu propia voluntad y a tu mente apresurada, que el don
de Dios es recibido. Por eso es dicho: “el que creyere, no se apresure.” (Isaías 28:16)

Por tanto, no te canses del yugo de la cruz, porque en la fe ‘el yugo es fácil’, la naturaleza impaciente es
crucificada y la paciencia tiene su obra perfecta. Así que permanece en la medida de Luz que ejercita tu mente
hacia Dios. No aspires nada, sino deja que tus pensamientos sean juzgados y que el poder de Dios obre, para
que Él sea visto como el todo. Sólo por este principio debes ser conducido y actuar, manteniendo en la cruz
la parte carnal y negando el yo, tanto en lo particular como en lo general. No consideres quien sea disgustado,
en tanto Dios sea complacido, porque así no le das ninguna oportunidad de ofensa a nadie. Y aunque hay
enemistad en el mundo, en tanto esto te lleve a caminar en fidelidad para con Dios, también te lleva a caminar
con una consciencia libre de ofensa para con los hombres. Por tanto, mantén tu mente en la Luz y no te
apresures a saber algo más allá de tu medida, porque así fue como Eva perdió su paraíso. Más bien, permanece
humilde en la voluntad de Dios y espera en Su enseñanza, para que Él sea tu Cabeza, y encontrarás el camino
de paz y habitarás en unidad con los fieles. Y aunque seas odiado por el mundo, con todo, en Dios tendrás paz
y bienestar.

—JAMES PARNELL

Después de la muerte de James Parnell, Stephen Crisp fue llamado a escribir un corto testimonio del
carácter y ministerio de Parnell, lo cual hizo en un espíritu que mostraba un precioso recuerdo de Parnell
como instrumento de Dios, mediante el cual, su largo deambular y cansada alma fue vuelta a la Verdad.
Hablando tiempo después de la gran obra del Señor en aquellos días, Crisp continúa diciendo:

Los bebés han sido Sus mensajeros y los niños Sus ministros, quienes en su inocencia han recibido la revelación
de Su Espíritu Santo, por quien las cosas profundas de Su ley y de Su glorioso evangelio de vida y salvación,
han sido revelados. Entre estos bebés, que llegaron a recibir el conocimiento de los misterios de Reino de Dios
mediante la operación de Su divino poder, estaba este noble niño, James Parnell. Él era una vasija de honor,
ciertamente, y estaba fortalecido en el poder y Espíritu de Emanuel, derribando y desolando muchas fortalezas
y torres de defensa, en las que el antiguo engañador se había fortificado con sus hijos. Se podría decir mucho
de este hombre, y en mi corazón vive un gran testimonio de su bendita vida, y del poder y sabiduría que
abundaban en él.]

De Regreso al Diario de Stephen Crisp

* * *

Al ver que mi sabiduría y mi razón eran superadas por la verdad, no pude contender más contra ella.
Entonces, aquí, al principio mismo de mi convencimiento, el enemigo de mi alma intentó matarme,

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tentándome a mantener la verdad en la misma parte en la que yo la había resistido anteriormente (en la
mente natural), y a defenderla con la misma sabiduría con la que yo la había resistido. De esta manera,
permanecí ajeno a la cruz que me tenía que crucificar, pero me sentí en libertad en el espíritu hablador
y argumentador, empleando mi ingenio y mis habilidades a favor de la verdad. Sin embargo, a pesar de
que ofrecí lo mejor que mi tierra podía presentar, pronto sentí que mi sacrificio no era aceptado y que
algo más era pedido. Había un clamor en mí que me llamaba a juicio, y la tierra que por mucho tiempo
había cubierto lo muerto empezó a ser movida, aunque no sacada aún de su lugar. Grandes fueron las
luchas de mis pensamientos, y un gran deseo de comprender la verdad en mi propio entendimiento fue
encendido en mí, como había sucedido con las doctrinas y principios de otras profesiones. Sin embargo,
todo mi esfuerzo fue para nada, porque el Señor había determinado la muerte sobre mi sabiduría. Por fin
vi que mi trabajo era en vano; en realidad, mientras trabajé en la oscuridad, no pude pescar nada en toda
la noche, ni tenía la guía de la luz.

Continué en este estado por uno o dos meses, pero luego una rápida espada fue esgrimida contra esa
mente sabia y entendida, y una mano poderosa dio la estocada. Y fui talado como un alto cedro que cae
de inmediato al suelo.

Entonces, ¡oh, el ay, la miseria y la calamidad que se abrieron sobre mí! Sí, incluso las puertas del infierno
y de la destrucción estaban abiertas, y me vi a punto de caer en su interior. Mi esperanza, mi fe y todo
lo demás huyeron de mí, y no quedó ningún soporte sobre el cual yo pudiera descansar. La lengua que
era como un río, ahora era un desierto seco; el ojo que deseaba verlo todo, ahora estaba tan ciego que
no podía ver nada con certeza, a excepción de mi presente estado desecho y miserable. Luego, clamé en
la amargura de mi alma: “¿En qué me ha beneficiado toda mi profesión cristiana? ¡Soy un pobre, ciego
y desnudo, que pensaba que había sido rico y que estaba bien adornado!” ¡Oh, entonces vi a la ramera
despojada y traída a la memoria delante de Dios! Vi que su juicio había llegado, y yo no sabía cómo
escapar del fuego de venganza que estalló luego. ¡Oh, cuán miserables eran mis noches y cuán tristes
eran mis días! Mis deleites se marchitaron, incluso en esposa, hijos y en todas las demás cosas, y la gloria
de todo el mundo pasó como un rollo que es quemado con fuego. De hecho, vi que no quedaba nada en
todo el mundo que me sirviera de consuelo. Mi sol perdió su luz, mi luna se oscureció y las estrellas de
mi senda cayeron. No veía cómo dirigir mi camino, y llegué a ser como alguien que es abandonado en un
absoluto desierto en medio de la noche más oscura.

Cuando vi lo que Dios había hecho (porque yo creía que esto era obra Suya), estuve pronto a clamar:
“¡Estoy abandonado para siempre, porque nunca ha habido una tristeza como la mía! Mi herida es
incurable y mi enfermedad nadie la puede sanar!” Por desgracia, ni mi lengua ni mi pluma pueden
expresar las tristezas de aquellos días, en los que me sentaba en silencio, temor y estupor, y me rodeaban
dolor y tinieblas. No conocía a nadie a quien pudiera presentar mi queja. Yo oía del gozo y de la salvación,
pero apenas podía pensar que alguna vez sería partícipe de estos pues yo todavía carecía de esa fe viva
que el apóstol describió como “el poder de Dios que levantó a Jesús,” quien es la verdadera Semilla, la

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que yo todavía sentía gimiendo en mí, buscando ser liberada de la carga del pecado y de la opresión de la
mente carnal.

Después de largos dolores (como de parto) y fuertes clamores, y muchas lágrimas y gemidos amargos,
encontré una pequeña esperanza brotando en mí, de que el Señor (en Su propio tiempo) haría germinar
Su Semilla, es decir, Su Semilla elegida, la Semilla de Su pacto, para que gobernara en mí. Esto me fue
dado en un momento en que la consciencia de mi propia indignidad me había abrumado tanto con pena
y angustia, que pensaba que yo no era digno de ningún consuelo. Entonces brotó en mí la esperanza de
la resurrección del Justo y fui enseñado a esperar en Dios, y a comer y a beber en temor y vigilancia,
mostrando la muerte del Señor hasta que Él viniera a vivir y a reinar en mí. Después esperé con la
esperanza de que Dios sería misericordioso conmigo. Había algo en mí que estaba ansioso de saber el
momento, cuánto tiempo tenía que esperar, pero también encontré un constante lloro en mí que llamaba
mi impaciencia a muerte.

En una ocasión, estando cansado de mis pensamientos en la reunión del pueblo del Señor, llegué a la
conclusión de que nadie era como yo, y que era en vano sentarme ahí con una mente tan errante como
la mía. Porque aunque me esforzaba por aquietarla, descubrí que no podía hacerlo como quería. Al fin,
decidí levantarme e irme, y mientras me iba, el Señor tronó a través de mí diciendo: “¡Eso que está
cansado debe morir!” Así que regresé a mi asiento y creyendo en Dios, esperé la muerte de esa parte que
estaba cansada de la obra de Dios. Me volví más diligente en busca de esa muerte, para saber cómo des-
pojarme del viejo hombre con sus obras, palabras e imaginaciones, sus modas y costumbres, su amistad
y sabiduría, y todo lo que le pertenecía. Entonces la cruz de Cristo fue puesta sobre mí y la llevé.

Cuando estuve dispuesto a tomar la cruz, descubrí que ella era lo que había buscado desde mi infancia,
a saber, el poder de Dios. Pues por medio de la cruz yo era crucificado al mundo y este a mí, algo que
ninguna otra cosa podía hacer. ¡Oh, qué contenta estaba mi alma cuando descubrí la manera de matar los
enemigos de ella! ¡Oh, el gozo secreto que estaba entonces en mí! Pues en medio de todos mis conflictos
y combates, tenía la confianza de que si tomaba la cruz obtendría la victoria, porque ella es el poder de
Dios para salvación a través de la fe. Y que así como la había hallado ser en algunas cosas, a su debido
tiempo la encontraría ser así en todas. Por tanto, el oprobio del evangelio se volvió júbilo para mí, aunque
en aquellos días era muy cruel y penoso para la carne y sangre. Sin embargo, desprecié la vergüenza por
el gozo que había sido puesto delante de mí, pues tenía la esperanza de que a su tiempo y si permanecía
fiel, participaría del gozo de Cristo. Esta era mi mayor preocupación noche y día, mantenerme muy bajo
y fuera de las obras de mi propia voluntad, para poder discernir la mente de Dios y hacerla, aunque fuera
una cruz muy grande para mí.

Con todo, el enemigo de mi alma me seguía de cerca y muy secretamente. Y al darse cuenta de cuán
dispuesto estaba yo a obedecer al Señor, luchó para colocarse en el asiento de Dios y moverse como un
ángel de luz, con el fin de traicionarme y conducirme a algo que se pareciera al servicio de Dios. Sí, me

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topé con muchos conflictos dolorosos antes de poder distinguir en todas las cosas, entre las operaciones
del verdadero Espíritu y poder, y eso que no era más que el espíritu de tinieblas transformado. Sin
embargo, en eso yo ya había probado, sin ninguna duda, el amor y la bondad de Dios, y confiaba en Él, y
le confié a Él el bienestar de mi alma en sencillez de corazón. Muchas y diarias fueron Sus liberaciones,
las cuales Él me dio a conocer más allá de todo relato o recuerdo humano. ¡Oh, alma mía, alaba al Señor
para siempre, porque Él cuidó de ti en tu infancia y te guardó en los días de tu angustia!

Cuánto más sentía y percibía el amor de Dios y Su bondad fluir sobre mí, más humillado estaba, y más
inclinado en mi mente a servirle a Él y a los más pequeños de Su pueblo entre quienes yo caminaba.
Cuando la Palabra de sabiduría empezó a brotar en mí y el conocimiento de Dios creció, me convertí en
un consejero para aquellos que eran tentados de la misma manera en que yo lo había sido. Sin embargo,
yo era mantenido tan bajo, que esperaba recibir a diario consejo de Dios y de los que estaban sobre mí
en el Señor, quienes estaban en Cristo antes que yo y contra quienes nunca me rebelé, ni fui obstinado.
Descubrí que cuánto más me mantenía en sujeción, más sujetados estaban los espíritus malos a mí, y
más capaz era de ayudar a los débiles y endebles. Por tanto, los ojos de muchos se posaron sobre mí,
como alguien en quien había una medida de consuelo y entendimiento.

En aquellos días la iglesia de Dios estaba creciendo y mi cuidado por ella también aumentaba día con
día, y se posó sobre mí el peso de las cosas relacionadas con la condición interna y externa de los Amigos
pobres. Habiendo sido llamado por el Señor y Su pueblo a cuidar al pobre y aliviar sus necesidades
cuando viera la ocasión, lo hice por muchos años fielmente, con diligencia y mucha ternura. Yo exhortaba
y reprendía al que era perezoso y animaba a los que eran diligentes, haciendo la distinción según la
sabiduría que Dios me había dado.

También continuaba prestando atención a mi propio estado y condición, buscando el honor que viene
sólo de Dios. Había un clamor en mí que me llamaba a mantener puesta mi armadura espiritual, porque
aún no habían sido puestos bajo mis pies todos mis enemigos. Por tanto, yo mantenía vigilancia, porque
no sabía dónde podría aparecer de nuevo mi enemigo, y después de un tiempo, encontré una vez más que
su aparición puede ser muy aguda, como en la ocasión que sigue.

Cerca del año 1659, a menudo sentía la abundancia del amor de Dios en mi corazón, y había un clamor
en mí de entregarme enteramente a Su voluntad, sin saber o prever lo que el Señor estaba intentando
hacer conmigo. Pero Su ojo veía más lejos que el mío. Su amor, ternura y compasión obraban tan pode-
rosamente en mí, que se extendían a todos los hombres sobre la faz de la tierra, por lo que era llevado a
clamar en espíritu: “¡Oh, que todos los hombres Te conozcan, y conozcan Tu bondad!” Una vez, mientras
esperaba en el Señor, Su Palabra se levantó en mí y me mandó a dejar y a separarme de mi querida esposa
e hijos, padre y madre, e ir a Escocia a dar testimonio de Su nombre, a esa nación orgullosa y profesante.
Cuando sucedió esto, me di cuenta de que no todos mis enemigos habían sido asesinados aún, porque los
esfuerzos, luchas, razonamientos y disputas contra el mandato de Dios con los que me encontré entonces,

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no se pueden expresar. ¡Oh, cuánto hubiera argumentado mi falta de capacidad, el cuidado de mi familia,
mi servicio en nuestra reunión particular y muchas más cosas, todo con tal de lograr ser liberado de hacer
esta única cosa que el Señor había puesto sobre mí, la que yo no había pensado, ni buscado!

Después de muchos razonamientos, y de muchos días y semanas por mi propia cuenta, pensé que sería
mejor hablar de mi preocupación a algunos de los ancianos y ministros fieles del evangelio eterno,
esperando secretamente que ellos me desanimaran de hacer esto. Pero, muy por el contrario, ellos me
animaron fuertemente y me instaron a ser fiel. Por tanto, al final me rendí al Señor y le di a conocer a
mi esposa el asunto, lo que hizo que comenzara una nueva prueba, ya que el enemigo obró fuertemente
en ella para detenerme. Pero mantuve mucha paciencia y tranquilidad, y fui y visité reuniones de Amigos
en Essex y parte de Suffolk, principalmente para verlos y despedirme de ellos. En algunas reuniones el
Señor me abría la boca con pocas palabras para el refrescamiento de los Amigos, pero yo prefería escoger
el silencio cada vez que podía.

El invierno se acercaba y algo en mí quería posponer mi viaje hasta el siguiente verano. Pero el Señor me
mostró que no debía ser en mi tiempo, sino en Su tiempo. Entonces yo quería ir por mar, pero el Señor me
resistió y mostró que no era a mi manera, sino a Su manera; y que si yo era obediente, Él estaría conmigo
y prosperaría mi viaje, de lo contrario, Su mano estaría contra mí. Por tanto, lo rendí todo y finalmente
obedecí con alegría. Cerca del final del séptimo mes salí y visité las iglesias de Cristo por el camino.

A medida que avanzaba en Lincolnshire y Yorkshire, rápidamente percibí que el Señor estaba conmigo,
más que en otras ocasiones, y mi viaje se volvió gozoso. Y aunque era débil, pobre y humilde, el Señor
me dio aceptación entre los ancianos de Su pueblo y mi testimonio era reconocido en todo lugar, y
muchas personas fueron convencidas de la verdad eterna. Entonces me maravillaba y decía: “¡Señor,
sólo a Ti te pertenece la gloria, pues Tú has obrado maravillas por amor de Tu nombre y por amor a Tu
Semilla santa!”

Llegué a Escocia en el noveno mes de ese año, y ese invierno viaje a pie de un lado para otro con mucha
alegría. Muchas estrecheces y dificultades me acompañaron, las cuales me abstengo de mencionar, pues
era el tiempo del movimiento de los ejércitos de Inglaterra y Escocia, con el que vino la revolución del
gobierno y el regreso del rey Carlos II a Inglaterra. Cerca del mes undécimo o duodécimo regresé a
Inglaterra y viajé al oeste a Westmoreland (parte de Lancashire), y luego al sur, y unos cinco o seis meses
después fui llevado a casa con mi esposa e hijos por la buena mano de Dios. En todo mi viaje estuve
dulcemente acompañado por la presencia del Señor, y Su poder llenó con frecuencia mi vasija terrenal e
hizo rebozar mi copa. ¡Alabado sea por siempre Su nombre!

En todo mi viaje, no me hizo falta ninguna cosa buena, pues así como mi cuidado al servir al Señor era
en sencillez, así era Su tierno cuidado sobre mí, supliéndome de todo lo que era necesario en mi viaje.
Sin embargo, desde el principio una secreta esperanza vivía en mí, de que cuando se cumpliera mi viaje,

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yo sería liberado de este tipo de servicio y tendría libertad de regresar a mi trabajo y a mi familia. No
obstante, resultó ser todo lo contrario, porque cuando había estado en casa por unos pocos días, me fue
puesto ir a Londres a visitar a los hermanos y a la iglesia de Dios ahí. Fui con mucho miedo y temor de
Dios a esa ciudad, y tras estar unos días ahí, partí de nuevo hacia el norte por mandato del Señor. De
hecho, adondequiera que iba encontraba que mi camino era prosperado, y diariamente recibía mucho
ánimo del Señor, quien bendecía mi trabajo de amor. Además de la paz y del gozo que sentía en mí
mismo, veía manifestado el resultado de mi trabajo y del laborioso esfuerzo de mi alma, porque muchos
fueron vueltos de las tinieblas a la luz, y del poder del diablo al poder de Dios. Aún así me acompañaban
pruebas, y una prisión vino a ser mi porción casi a doscientas millas de mi casa. Se respiraban grandes y
graves amenazas contra mí, y encontré que el mismo espíritu que obraba en los perseguidores, tanto en
la crueldad como en la sutileza de ellos, también se esforzaba por trabajar en mí.

Pero clamé al Señor y Él me ayudó, y mi fe no me falló. Cumplí mi servicio y mi testimonio, y al


final fui liberado de mi prisión (junto con varios miles más), por una proclamación pública del rey.
Entonces regresé a mi propia casa después de casi ocho meses de ausencia. Mi corazón estaba fijo en
servirle al Señor que había sido tan bueno conmigo, sin embargo, la esperanza de ser liberado de este
tipo de servicio continuó en mí por mucho tiempo, pues hallé que esta obra era cada día más grande
que antes. Muchos falsos espíritus se levantaron y se transformaron a semejanza de la verdad, aunque
eran enemigos de la vida de la verdad, que son los peores enemigos de todos. Vi que el enemigo de Sión,
al ser incapaz de prevalecer de otra manera, ahora estaba intentando una falsa pretensión de santidad
y obediencia, en busca de engañar y tentar al sencillo. Pero le pedí a Dios que me diera un corazón
entendido y de discernimiento, para comprender la trampa del enemigo y que yo pudiera ser de ayuda al
débil; y Él lo hizo.

Cuando vi que el fundamento era atacado por el enemigo, me volví celoso por el Señor y su casa, y
testificaba libremente contra los engaños ocultos del enemigo. Pero esto se convirtió en motivo de aún
más prueba y dolor, pues muchos que no podían ver la profundidad de las operaciones de Satanás,
juzgaban innecesario mi celo y fervor contra ese espíritu contradictorio. Pero en mansedumbre y
paciencia, el Señor me mantuvo fuera de la mente combativa y esforzada, porque yo no me atrevía a
atacar a los que yo sabía que eran mis compañeros siervos, sino únicamente a los que pretendían serlo
y de esa manera servían y promovían otro interés. A estos los herí a menudo con el arma que Dios me
había dado, y los que llegaron a amar el juicio, fueron sanados, pero muchos perecieron en su rebelión y
obstinación. De hecho, el Señor se levantó y derribó la obra del enemigo, abrió los ojos de muchos que
estaban en tinieblas, y ellos llegaron a ver el fin de lo que había sido el perturbador de Israel. Entonces la
paz, la unidad y el verdadero amor fueron restaurados en todas nuestras fronteras, mi gozo fue pleno y
mi copa rebosó con alabanzas y agradecimiento a Dios, quien había puesto Sus ojos sobre Su herencia y
Su pueblo, y los había liberado de las estratagemas del maligno.

Mi alma crecía cada día más en amor a Sión, y no había nada en todo el mundo tan deseable para mí,

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como la prosperidad del evangelio y el esparcimiento y publicación del nombre y la verdad del Señor
en toda la tierra. Este amor me constreñía a viajar con gran diligencia de un país a otro, para dar a
conocer lo que Dios había hecho a mi alma, y publicar el Día del Señor. Sí, el Día de redención (en el
que el cautiverio del Israel espiritual es devuelto al Señor) resultó ser de buenas noticias para muchos
que recibieron el informe y lo creyeron. Estos llegaron a contemplar la revelación del santo y poderoso
brazo de Dios, para satisfacción de sus almas. En la mayor parte de los lugares de Inglaterra adonde
viajé, encontré al Señor añadiendo diariamente a la iglesia los que estaban siendo salvos. Mi gozo
verdaderamente se incrementaba en esto, y comencé a estar más libremente rendido a la obra y servicio
de Dios, y al ministerio del evangelio.

Cerca de 1663 fui movido a cruzar el mar y visitar la semilla de Dios en los Países Bajos,1 lo que hice con
alegría. Aunque estaba en una tierra desconocida y con una lengua desconocida, yo declaraba la verdad
para el refrescamiento de muchos y para traer de vuelta a algunos del error; algunas veces a través de un
traductor, otras veces en mi propia lengua. Tras cumplir con esa visita, regresé en paz a Inglaterra.

Después de un tiempo, fui requerido de nuevo por Dios para ir al norte del país, y trabajé en la palabra y
doctrina con gran diligencia y fervor a lo largo de la costa marítima, y así hasta Newcastle y un poco más
allá. Siendo conducido por el Espíritu, regresé por un camino diferente, más al este, a través de la tierra,
y hallé a lo largo de todo mi viaje que la planta del renombre de Dios estaba floreciendo y creciendo. Las
reuniones eran grandes y los corazones de los Amigos estaba ensanchados en amor hacia mí, como el
mío hacia ellos.

Al regresar, se apoderó de mí un gran peso con respecto a la gran ciudad de Londres, más fuerte que
nunca. Subí lleno de fuerza y poder, y cuando el Señor abría mi boca y me daba la orden, yo los advertía
día tras día de las abominaciones y maldad que corrían entre ellos como un arroyo, y les declaraba que
los juicios de Dios se habían acercado y estaban sobre ellos por su gran maldad, los cuales se cumplieron
rápidamente después, tanto por guerra como por fuego, y muchas calamidades más.2 Después de esto,
alrededor de 1667, se me requirió de nuevo ir a Holanda, junto con mi estimado compañero Josiah Coale.
Viajamos de un lado a otro, visitamos las iglesias por cerca de tres meses y regresamos.

De nuevo fui al norte de Inglaterra, pues mi corazón se sentía muy atraído hacia la noble semilla de
Dios en aquellos lugares. El amor y la ternura de corazón que yo sentía hacia ellos, hizo que todos los
esfuerzos, trabajos y peligros fueran fáciles, porque aún veía las tiernas plantas del Padre celestial en una
condición próspera y creciente. Yo sentía la virtud de vida brotando en mí día a día, la cual me fue daba
para regar la herencia y jardín de Dios. Tan pronto como me sentí libre, regresé, sintiendo cada vez más

1 Los Países Bajos consistían en lo que hoy es Holanda, Bélgica, Luxemburgo, parte de Francia y Alemania.
2 Más notablemente: Una guerra que comenzó en 1665 entre los ingleses y los holandeses, y que terminó con una
victoria holandesa. La Plaga de Londres en 1665-1666 (en la que murieron entre 100.000 y 200.000 personas). El Gran
Incendio de Londres en 1666 que destruyó 13.200 casas y 87 iglesias parroquiales.

21
sobre mí el cuidado de la iglesia de Dios. Esto me obligaba a la diligencia y a ser tan rápido como pudiera,
para poder ser lo más útil que me fuera posible en mi generación, y mantenerme libre de la sangre de
todos los hombres, y hallé que no era una obra fácil ni leve.

Después de que regresé seguro, descubrí que la presencia y poder del Señor me seguían guiando de un
país a otro. Yo ya era obediente, no porque fuera obligado como antes, sino por una mente dispuesta, es-
timando Su servicio como libertad y sintiéndome libre de los cuidados de esta vida, pues había aprendido
a echar todo mis cuidados sobre Él. Después de uno o dos años de más viajes en Inglaterra, el Señor puso
sobre mí aún más peso y cuidado de los asuntos de Su pueblo en los Países Bajos, y hallé una inclinación
hacia ellos. Por lo tanto, en el año 1669 fui y visité las reuniones, establecí varias nuevas reuniones, y me
deleité al ver el buen orden y gobierno de los asuntos relacionados con la Verdad y los Amigos.

* * *

Stephen Crisp continuó un ministerio fiel y diligente en la Sociedad de Amigos hasta su muerte en 1692,
a los 64 años. Durante sus 35 años de ministerio, él fue conocido por todos como un obrero incansable,
un padre alentador en la iglesia, un escritor prolífero y un gran sufriente por causa de la verdad. Su diario
omite o pasa por alto algunas de sus pruebas más dolorosas, como si él deseara no llamar la atención
sobre sí mismo. Pero él soportó frecuentes abusos de los enemigos del evangelio, sufrió varias veces
encarcelamientos crueles, perdió dos esposas en el curso de su peregrinaje, y a todos sus hijos en la plaga
de 1665. A pesar de todo esto, Stephen Crisp se apoyó en el poderoso brazo del Señor y encontró que Su
gracia era suficiente en todo. En su lecho de muerte se le oyó decir: “Quiero que el Señor me libere de
este cuerpo fastidioso y doloroso. Con sólo que Él diga la palabra, será hecho. No veo una nube en mi
camino. Tengo la plena seguridad de mi paz con Dios en Cristo Jesús.”

Capítulo III

La Vida de John Richardson

[ 1667—1753 ]

No tenía más de trece años cuando murió mi padre, sin embargo, el Señor estaba obrando en mi
corazón por medio de Su luz, gracia y Espíritu Santo. Yo en ese entonces no conocía lo que inquietaba
interiormente mi mente, cuando algo malo prevalecía sobre el bien en mí, algo que sucedía a menudo
por no prestar atención al Espíritu de Dios en mi corazón. Yo deseaba tranquilidad y paz de alguna otra
manera, sin tener que tomar la cruz de Cristo contra mi propia voluntad corrupta, así que por un tiempo
me esforzaba (como sin duda hacen muchos) en regocijarme pisoteando al Testigo justo de Dios en mi

22
corazón,1 hasta que parecía que moría o desaparecía por un tiempo. Era entonces cuando me daba más
libertad, aunque no en las repugnantes maldades hacia las que muchos corrían, pues era preservado por
una inclinación religiosa. Yo buscaba a los profesantes del cristianismo y les hacía preguntas para mi
propia información y satisfacción, tratando de encontrar algo sobre lo cual fuera seguro descansar, o un
consuelo verdadero y sólido para mi pobre alma desconsolada y turbada. Sin embargo, tenía miedo de
ser engañado, o de tomar un falso descanso en algo que estuviera equivocado o no fuera seguro; dicho
temor era el gran amor y misericordia de Dios hacia mí.

Muchas veces busqué y pregunté entre los que sólo estaban en la letra escrita, en el patio exterior, donde
el velo permanece sobre el entendimiento, y el ojo de la mente no está verdaderamente abierto para
ver las cosas que están escondidas de todos los hombres de mente carnal. Por tanto, mi estado y mis
aflicciones estaban ocultas para estos, junto con las diversas obras engañosas de Satanás y las fuertes
tentaciones con las que me topaba. Estos guías ciegos no podían ver ni sabían cómo dirigirme hacia el
verdadero Pastor de Israel, al Dador de la ley que sale de Sión, que aparta la impiedad de Jacob y la
transgresión de Israel, pues tampoco habían experimentado verdaderamente en ellos, la liberación del
estado nublado, confuso y de tentación en el que yo me encontraba.

¡Oh, si las personas vinieran Al que tiene colirio para el ojo, con el que si el ojo fuera verdaderamente
ungido, vería las cosas tan claramente como son y no oscuramente, confundiendo árboles con hombres
y las cosas terrenales con las celestiales! ¡Ojalá compraran el oro que es tratado por el fuego de Aquel
que es llamado la Piedra Probada, elegida y preciosa, tendida en Sión como fundamento! Esta es Cristo,
en quien la verdadera iglesia cree y es edificada, y por tanto, enriquecida con Su amor, poder y virtud,
lo cual es mejor que el oro externo. De hecho, esta es la unción que la verdadera iglesia tiene y recibe de
Cristo, el Santo, y cuando esta se viste de Su justicia, pureza y santidad, su ropa es mejor que el lino fino
externo. ¡Oh, qué todos los habitantes de la tierra sean ungidos, enriquecidos y verdaderamente vestidos,
de manera que ya no sea encontrada ceguera o pobreza interna en los hijos de los hombres, ni sea más
vista la vergüenza de su desnudez! ¡Reciban y aprendan estas cosas, los que puedan, de Aquel que es el
Testigo fiel y verdadero, que siempre testifica contra el mal en el hombre, pero aboga ante el Padre para
el bien de los hombres en todo lo que dicen y piensan! Este es el Espíritu de Aquel que estaba muerto,
pero ahora vive, y que ya no debe ser conocido por los hijos de los hombres según la carne (como testificó
el apóstol), sino interna y espiritualmente.

Él es el único que abre el ojo ciego, destapa el oído sordo y penetra en el alma que ha estado nublada
y cautiva, encarcelada y equivocada, es decir, en un estado estéril, sin ver una manera de liberación, al
igual que Israel en la tierra de Egipto cuando el Señor Jehová envió a Moisés, un tipo vivo de Cristo, y
lo usó en esa gran obra de súplica y plagas contra el Faraón y los egipcios. Por un tiempo las cargas de
Israel fueron aumentadas y sus pruebas más amargas, hasta que su liberación fue cumplida en buena

1 Ver Apocalipsis 11:10

23
medida, cuando el primogénito del hombre y de la bestia fueron asesinados a lo largo y ancho de la
tierra de Egipto. La clara revelación que tuve en la luz de lo que se debe entender y recoger de esto es:
No la muerte del hombre exterior, no, sino la necesidad de ser despojados, o de que el cuerpo de pecado
de la carne muera, crucificando o matando al viejo hombre con sus obras. Y en cuanto a la bestia, que
toda la crueldad, lujuria y empuje, así como su inclinación a desgarrar, devorar y salvajismo deben ser
asesinados o eliminados. La corrupta o fuerte voluntad del hombre, junto con todo lo que es brutal, deben
ser asesinados antes de que el hombre pueda salir de debajo del poder del que es llamado, “príncipe de la
potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los corazones de los hijos de desobediencia.” Estas cosas
deben ser experimentadas antes de que los hijos de los hombres puedan salir correctamente calificados
para glorificar a Dios, y para seguir a Su amado Hijo, a quien Él ha designado como líder y comandante
de Su pueblo. Este es Aquel, como declaró Moisés, que debe ser escuchado en todas las cosas, so pena
de ser cortados del pueblo, de que sus nombres sean borrados del libro de la vida, o de ser privados del
consuelo de la santa presencia del Señor. ¡Lean esto, los que han oído y entendido lo que el Espíritu les
dice a las iglesias! Estas cosas las vi después de que el Testigo verdadero reviviera y se levantara en mí, y
brillara la luz que por un tiempo había estado desaparecida o había sido nublada.

Después de mucho buscar afuera, entre los que me habían probado ser médicos nulos y miserables
consejeros, me entregué a una vida solitaria y retirada, respirando tras el Señor y buscándolo en campos
y parajes apartados, suplicándole que me llevara al conocimiento salvador de Su verdad. ¡Bendito sea
el nombre del Señor ahora y para siempre, porque no lo había buscado por mucho tiempo con todo mi
corazón, antes de encontrarme con Su aparición interior en mí, en y por medio de Su Santo Espíritu, luz
y gracia! Pero cuando la verdadera luz empezó a brillar más claramente, y el Testigo vivo se levantó en mi
hombre interior, ¡oh, entonces empezó a aparecer mi condición perdida, confundida y miserable, y mis
conflictos y angustias fueron grandes e indescriptibles! Yo pensaba que ningún hombre sobre la faz de la
tierra estaba en una condición como la mía. Yo creía que no estaba listo para morir, pero tampoco sabía
cómo vivir. En la noche pensaba: “¡Ojalá fuera de mañana!,” y en la mañana: “¡Ojalá fuera de noche!”
Salía a caminar solo por los campos y otros lugares, en los que con fervientes súplicas derramaba mis
quejas y clamores delante del Señor, pidiéndole que mirara mi aflicción y las fuertes tentaciones bajo las
que estaba, y que reprendiera al adversario de mi alma y la librara. Yo creía que mi alma estaba en las
fauces del león devorador, entre los espíritus ardientes y bajo el peso de las montañas. ¡Lean y entiendan
las aflicciones de su hermano, ustedes que han llegado a través de grandes tribulaciones, y han lavado y
emblanquecido sus vestidos en la sangre del Cordero! Este es el principio de ese bautismo que salva, y del
lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo que el Señor derrama en abundancia
sobre los creyentes. Esta es la sangre que rociada en el corazón lo limpia de una mala consciencia, para
que los hijos de los hombres, así cambiados, sirvan al Dios vivo y verdadero. Esta es la vida que convierte
al mundo, es decir, a los que son convertidos. Esta es la virtud, la vida y la sangre que limpia los vestidos
de los santos, y que internamente lava de toda inmundicia, tanto de carne como de espíritu. Descubrí
que este era y es Aquel de quien es dicho: ‘Todas las cosas por Él fueron hechas, y Él es el Señor de todo.’

24
Ciertamente, el hombre debe ser siervo de Él, y todas las cosas en el hombre deben estar subordinadas
a Él, quien gobierna y comprende todas las cosas, y en quien todos los tipos y sombras terminan y están
cumplidos. ¡Lee esto, hija virgen, o iglesia limpia de Cristo, la Roca de tu fortaleza, cuyo Nombre es para
ti como precioso ungüento derramado, pues debido al sabor de Sus ungüentos las vírgenes Lo aman, y
están bajo la gran obligación de obedecer y seguir al Cordero de Dios, dondequiera que las guíe!

Aunque yo había visto muchas cosas y tenido varias revelaciones, mis pruebas seguían siendo grandes,
y las tentaciones en las que me encontraba en aquellos días eran muchas. Yo vivía lejos de Amigos y
reuniones, lo que hacía mis ejercicios más difíciles, como aparecerá más plenamente después. De hecho,
algunas de las pruebas que me encontré en el transcurso de mis viajes y peregrinaje en este valle de
lágrimas y problemas, no eran comunes, pero el Señor me ayudó a través de todas ellas. ¡Bendito sea Su
nombre para siempre!

Como resultado de eso, llegué a experimentar el cumplimiento de esa Escritura que dice: “Cuando hay
juicios del Señor en la tierra,” o en los corazones terrenales de los hombres, “los habitantes aprenden
justicia.” Había una aversión en mi naturaleza indómita hacia el pueblo que en desprecio era llamado
cuáqueros, y hacia el nombre mismo también. Y sin embargo, cuando la mano de aflicción del Señor
estaba sobre mí por mi desobediencia, y cuando (como Efraín y Judá) veía mi daño y mi herida en la
luz, me lamentaba y lloraba por esa Semilla justa de luz y gracia en mí, que yo había traspasado con mis
pecados y desobediencia. Aunque ese ministerio de condenación trabajaba adentro y era glorioso en ese
momento,2 mis problemas eran grandes, lo cual humillaba mi mente y me inclinaba a estar dispuesto a
negarme todo aquello que la luz me daba a conocer que era malo.

Yo estaba en gran angustia, y carecía de paz y seguridad del amor de Dios hacia mi alma. El peso de esto
humillaba grandemente mi mente, y no sabía de ningún llamamiento, pueblo, práctica o principio que
fuera lícito y correcto, que yo pudiera abrazar o al cual acogerme. Esto era seguramente, como el día de
las angustias de Jacob y los temores de David, y vi que ‘las inmundicias de Sión tenían que ser limpiadas
por el Espíritu de juicio y Espíritu de devastación.’ (Isaías 4:4) Este es el camino que libera y recupera
a los pobres hombres de la caída, y el camino por el que Dios restaura el reino de Su verdadero Israel.
¡Lean y entiendan los que puedan! Este fue el día de mi bautismo en el amor de Dios y en la verdadera
fe en Su amado Hijo, así como también, en la experiencia o participación con Él en Sus sufrimientos,
los cuales son inexpresables. Luego encontré que el ministerio había cambiado, porque lo que había sido
para muerte ahora era para vida. Sí, el ministerio de condenación era para el primer nacimiento, pero
cuando este había sido asesinado, y en gran medida clavado o sujetado a la cruz de Cristo (que es poder

2 En 2 Corintios 3 Pablo describe el antiguo pacto como “el ministerio de condenación,” y el nuevo pacto como “el
ministerio del Espíritu.” Los primeros Amigos creían, que así como un ministerio le dio paso al otro con la venida de
Cristo en el cumplimiento del tiempo, este mismo proceso o cambio ocurre en el corazón del creyente. En primer lugar,
la justa ley de Dios brilla como una luz sobre la naturaleza transgresora en el hombre y sus frutos. Luego, conforme la
raíz, las ramas y los frutos del hombre carnal son entregados a la muerte en la cruz, el ministerio del Espíritu viene a ser
progresivamente experimentado, en donde el Señor reina en creciente libertad en y sobre el corazón circuncidado.

25
de Dios), entonces lo bueno prevalecía sobre lo malo, y eliminaba el mal en la mente y en los miembros,
haciéndolo todo bueno y santo. En realidad, cuando el poder vivo del Señor y la Palabra consumidora
obran y prevalecen, traen todo a sujeción y hacen santo el corazón mismo o terreno en los hombres.

Como había una aversión en mí hacia el pueblo llamado en menosprecio, cuáqueros, y también hacia
sus estrictos hábitos de vida, conducta y sencillez de lenguaje, no aprendí de ellos ninguna de esas cosas.
Sino que cuando el Señor cambió mi corazón, también cambió mis pensamientos, palabras y maneras,
de modo que encontraba una aversión hacia el vicio, el pecado y la vanidad en mí, como la aversión que
había tenido antes hacia los caminos de la virtud. Habiendo gustado los terrores y juicios de Dios debido
al pecado, fui advertido a huir de las cosas que hacen que Cristo venga “no para traer paz sobre la tierra,
sino espada.” ¡Una espada en definitiva. Sí, Su Palabra que penetra y escruta en el corazón, y que es más
cortante que cualquier espada de dos filos, que penetra hasta partir la carne y el espíritu, las coyunturas
y los tuétanos!

Así llegué a ver y aborrecer el mal en mí, y cuando aquellos que habían sido mis compañeros en la vanidad
ahora me injuriaban, o se metían en mi camino, yo a menudo era movido a advertirles y a reprenderlos.
Habiendo gustado de los terrores del Señor por el pecado, no podía abstenerme de advertir a otros que
huyeran de las cosas por las que yo había sido juzgado. Entonces quedé claramente disuadido del hábito
de dar honor por medio del sombrero, o doblando la rodilla, del lenguaje corrupto, así como también de
las galas en la ropa,3 todo lo cual, para bien de mi consciencia y la paz de la misma, llegué a negar, a
tomar la cruz y a experimentar una gran paz al hacerlo.

Aunque la bendita verdad prevalecía así en mí, yo todavía no estaba exento de grandes conflictos de
espíritu, tentaciones y pruebas de diversa índole. Sin embargo, mi mente estaba rendida al Señor y mis
oraciones a Él eran fervientes. Ciertamente, Él me guardó y abrió mi entendimiento, pues yo tenía miedo
de ser engañado en algo, especialmente en las cosas relacionadas con mi salvación. Llegué a ser destetado
de todos mis compañeros y amados, con quienes me había deleitado. Todas las cosas en este mundo eran
poco para mí, pues mi mente había sido redimida del mundo, no sólo de la parte corrupta y maligna de
este, sino incluso de la parte lícita. Por tanto, me dediqué a buscar al Señor más, a esperar en Él hasta
sentir Su presencia y paz, a conocer Su voluntad y recibir poder para hacerla.

Cuando mi mente fue llevada a un estado de dependencia y de espera en el Señor, a permanecer en la luz,
y participar por experiencia y de manera discernible de Su amor y gracia (lo que me ayudó contra mis
debilidades), encontré que era suficiente para mí, en la medida que me mantuviera vuelto hacia esto en
todas mis pruebas y tentaciones. ¡Bendito sea Su nombre! Luego vi que todas las actuaciones externas en
materia de religión, no valen, ni hacen que el hombre sea aceptable para Dios, sino únicamente cuando el
corazón se rinde verdaderamente a Él, para que Él no sólo lo purgue de la contaminación, sino también lo

3 Ver la Introducción, página 4.

26
mantenga limpio a través de la morada de Su Santo Espíritu en él. Hasta donde recuerdo, vi claramente
estas cosas antes de mi décimo sexto año de vida.

Entre la muerte de mi padre y ese tiempo, fui libre de ir a cualquier grupo que quisiera. Como mi madre
nos daba gran libertad, comencé a asistir a las reuniones del pueblo del Señor llamado cuáqueros, tan
diligentemente como mis circunstancias me lo permitían. Mi madre era una mujer que gozaba de respeto
entre los que la conocían, porque era hacendosa y justa en los tratos concernientes a las cosas de este
mundo. Cuando mi padre murió ella quedó con cinco niños, siendo el más pequeño de unos tres años. Mi
padre dejó muy poco de los bienes de este mundo para criarnos, aunque mis padres siempre tuvieron lo
suficiente como para mantenerse por encima del desprecio, y que nadie perdiera nada por causa de ellos.
Fue así como me encontré bajo la necesidad de trabajar duro para mi propio sostén, para la ayuda de mi
madre y para la educación de mis hermanos, especialmente desde que mi única hermana muriera poco
después. Sin embargo, al ser dejados en una granja de pastoreo, parte de la cual estaba cultivada, nos fue
bien en cuanto a las cosas de este mundo.

No puedo dejar de mencionar algo que vino a ser una gran prueba para mí: Mi madre se casó con un
hombre celoso por el Presbiterio. Yo estaba muy en contra del matrimonio, y le dije a mi madre que yo
temía que ella tuviera demasiado puestos los ojos en lo que él tenía, pues desde el punto de vista de
este mundo, él era considerado rico. Y que si ella pensaba en aumentar nuestra herencia al casarse así,
la mano del Señor estaría contra ella, y una calamidad o plaga vendría incluso sobre lo que habíamos
conseguido a través de esfuerzo y trabajo duro. Pero que si nos manteníamos fieles a la verdad y nos
contentábamos con la condición del momento, el Señor nos bendeciría. Mi madre confesó, que en cuanto
a las comodidades mundanas, ella nunca había estado en mejores condiciones que en ese momento.
Debo escribir con gran cautela; ella era mi madre y una tierna madre conmigo, en ninguna forma
dispuesta a ofenderme. Ella prometió hasta donde se atrevió, a no casarse con alguien con quien yo no
estuviera satisfecho. Sin embargo, del proceder de ellos a partir de ese momento, en cuanto al cortejo y
matrimonio, fui completamente ignorante hasta que fue consumado. Y luego, cuando mi pobre madre ya
estaba casada, su clamor era: “Mi hijo, ¿cómo podré mirarlo a la cara otra vez? Esto será una aflicción
para él. Él nunca me ha desobedecido, porque si yo lo mandaba a ir, él corría, y si lo mandaba a hacer
algo, lo hacía con toda su fuerza;” más o menos en este sentido, como varios me contaron que la oyeron
decir. Tras el matrimonio, lo que teníamos fue mezclado con los bienes de mi padrastro. Con el tiempo,
mi madre murió, mi padrastro se volvió a casar, hizo su testamento y cuando murió, me dejo cinco
chelines como mi parte. Por lo que puedo recordar, este matrimonio ocurrió en mi décimo octavo año de
vida, y lo que yo había previsto acerca de la calamidad y la plaga, sucedió.

Regreso a mi relato con respecto a los problemas que me acompañaron mientras viví en la casa de mi
padrastro y mi madre. Después del matrimonio de ellos, nosotros y lo que teníamos fuimos llevados a la
casa de él, excepto parte del ganado que fue dejado en el campo. Tuve el presentimiento de que pasaría
por una gran prueba, y me sentí muy abatido con respecto al matrimonio y con luchas en mi mente con

27
respecto a mi propia condición; tenía tantos conflictos de espíritu que estaba a punto de la desesperación.
Si el Señor, en quien creía, no se hubiera levantado en Su poder para reprender al adversario de mi
alma, yo habría sido vencido y tragado en el día de dificultad y gran dolor, por las tentaciones que eran
arrojadas de la boca del dragón. Pero en un tiempo aceptable, el Dios de amor y piedad me vio y me
ayudó en mi angustia. Él, que oyó al pobre Ismael cuando clamaba debajo del arbusto, dándole alivio a él
y a su madre cuando habían sido sacados de la casa de Abraham, me vio en esta gran estrechez.

Cuando llegué a la casa de mi padrastro, encontré que él era un hombre muy dedicado a los deberes
religiosos, tales como dar gracias antes y después de las comidas. Pero yo no podía cumplir con ninguna
de esas cosas, a menos que evidentemente sintiera que el Espíritu de la Verdad estaba presente y abriendo
la boca y el corazón para poder hacer tales cosas. Porque yo había llegado a ver claramente que no se
podía realizar adoración verdadera y aceptable a Dios, a menos que fuera en Espíritu y en Verdad; que
nadie podía orar correctamente, a menos que el Espíritu le ayudara y enseñara cómo orar y qué orar, y
preparara correctamente la mente y la guiara en la realización de cada servicio que el Señor les pide a Sus
hijos. El primer día que llegué a la casa, al ser llamado a la mesa con todos, o con la mayoría de la familia,
pensé: “¿Con que a esto hemos llegado?” ¡Debo desagradar a mi padre celestial o a mi padre terrenal!”4
¡Oh, la espantosa y profunda prueba que estaba sobre mi espíritu! Porque los clamores que ascendían al
Señor en busca de ayuda y preservación para no ofenderlo a Él, eran fuertes. Mi padrastro estaba sentado
con su sombrero parcialmente quitado y sus ojos fijos en mí, como los míos estaban fijos en él con mucho
temor. Continuó dando gracias (como ellos lo llamaban) tanto o más tiempo que el que acostumbraba,
pero no dijo nada que oyéramos. Finalmente se puso de nuevo su sombrero para sorpresa de la familia, y
no me preguntó ni en ese momento, ni después, el porqué no me había quitado mi sombrero. Ni en todo
el tiempo que estuve con él (un poco más de un año), volvió a realizar esa ceremonia; así me ayudó el
Señor. ¡Qué Su nombre sea celebrado ahora y para siempre!

Mi padrastro parecía ser por edad, espíritu y entendimiento, más que un rival para mí (un pobre infeliz),
pero creo que el Señor, que hizo que una columna de nube le diera luz a Israel, llevara tinieblas sobre
los egipcios, y peleara contra ellos a favor de Israel, golpeó a mi pobre padrastro para que él no pudiera
levantarse contra el poder con el que Él me ayudaba. En verdad, no era mi obra, sino del Señor. ¡A Él
sean dados los atributos de alabanza, salvación y fuerza, ahora y para siempre!

Descubrí que mi padrastro estaba muy disgustado por mi asistencia a las reuniones, y yo no podía
encontrar una forma de apaciguar su disgusto, excepto quizás, siendo muy diligente en su negocio, para
el que yo trabajaba muy duro, incluso más allá de mis habilidades. Es casi increíble lo que mi pobre,
pequeño y débil cuerpo atravesó en aquellos días, pero nada ganó su amor. De hecho, cuanto más tiempo
estaba con él, más declinaba su amor hacia mí, aunque yo le decía que no se preocupara por mi salario

4 John Richardson se sintió obligado a mantener su sombrero puesto, para demostrarle a su padrastro que no podía
unirse a él en su oración formal y muerta.

28
porque lo dejaría a su discreción. Yo no podía ver qué tenía contra mí, excepto mi asistencia a las
reuniones; y eso era todo lo que él alegaba.

Cuando otras estrategias fallaron, él me ofreció un caballo con la condición de que fuera con él a su lugar
de adoración. Yo lo rechacé, por lo que me encontré con muchos semblantes desagradables y amargos a
mi regreso a pie de las reuniones (aunque yo siempre regresaba tan puntualmente como mi cuerpo era
capaz de hacerlo). En las mañanas del primer día mi padrastro solía enviarme a los campos, a una o dos
millas a pie, para que observara el ganado, los caballos y las ovejas, supongo que con la intención de
que me cansara y fuera incapaz de ir a las reuniones. Todo esto lo sobrellevé pacientemente, y que yo
recuerde, nunca me quejé de que fuera un maltrato. Entonces, después de sus encargos y para gran dolor
de mi pobre madre, yo tenía que caminar dos, tres, cuatro, cinco y a veces seis millas, para llegar a las
reuniones de los Amigos. Después de caminar rápido, o correr con mis zapatos debajo de mis brazos por
falta de tiempo, vi a muchos Amigos llorar cuando me veían entrar a la reunión con mucho calor y muy
sudado. No podían contener las lágrimas, siendo en parte sensibles de la difícil tarea que yo tenía que
soportar. Pero el gran poder del Señor me sostenía, y Él me daba (por decirlo así) pies de ciervo, y me
daba capacidad para pasar por estos ejercicios y soportar la carga en el calor del día de las pruebas, tanto
interna como externamente, las cuales eran muchas y variadas.

La última estrategia que mi padrastro usó para impedir que yo fuera a las reuniones fue la siguiente: Me
tomó en sus brazos con una gran muestra de amabilidad, y dijo que si yo era como un hijo para él, él
sería como un padre para mí, expresando también algo acerca de su falta de parientes cerca. Dijo algo en
el mismo sentido hacia mi hermano Daniel, quien era un jovencito inocente, sabio y limpio de espíritu.
Yo le respondí: “Si al hacer de mí tu hijo, tienes la intención de impedir que yo vaya a las reuniones,
u obligarme a ir contigo a las reuniones presbiterianas, o que yo haga algo que esté en contra de mi
consciencia, sobre ese fundamento no puedo ser tu hijo.” Y por las mismas razones también me negué a
ser su empleado, aunque ofreció contratarme y darme un salario si yo dejaba de ir a las reuniones. Así
que cuando él vio que ni los ceños fruncidos, ni las amenazas, ni las dificultades, ni las grandes promesas
de amabilidad pudieron prevalecer contra mí, me dijo franca y ásperamente que no podía permanecer
más tiempo en su casa. Inocentemente le respondí que si debía ser así, yo no podría evitarlo, pues nada
de lo que yo hiciera le daría a él contentamiento sin herir mi consciencia o la paz de mi mente, lo cual
yo valoraba por encima de todas las cosas mutables de este mundo. Mi pobre madre oyó mis súplicas y
cómo le ofrecí hacer lo máximo posible para él de noche o de día, como siempre lo había hecho, si él
estaba tranquilo y me daba su aprobación. Pero su respuesta fue que no debía quedarme en su casa.

Esto afligió tanto a mi madre que me vi forzado a dejar a mi padrastro, ir adonde ella estaba y esforzarme
por aliviar su gran tristeza diciéndole, que yo creía que si era fiel, el Señor me cuidaría para que no me
hiciera falta nada. Y para desahogarme completamente, le recordé que ella había entrado en un pacto de
matrimonio con su esposo, por lo que ella debía esforzarse en cumplirlo y entregarse fielmente en todo
como una esposa debe hacerlo con su esposo, dejarme, dejar todo lo demás, unirse a él y hacer su propia

29
vida tan tranquila como pudiera. También le dije que nunca me mandara nada de lo que mi padrastro no
estuviera enterado, porque no sería libre de recibirlo.

Escribo esto en parte, para que todo el que se case tenga especial cuidado de hacerlo con gran cautela,
bajo la debida consideración, y tras haber buscado diligentemente al Señor en esto. Todo debe ser hecho
en Su consejo, no sólo de nombre, sino en Su temor, verdaderamente, y entonces y sin ninguna duda
será para bien de ambos cónyuges. Porque estos, al estar unidos en yugo igual, no sólo serán verdaderos
colaboradores en todas las cosas que pertenecen a esta vida, sino especialmente, en las cosas que
pertenecen al mundo por venir y para el bien del alma inmortal. ¡Oh, cuán feliz y pacíficamente vivirán
juntos en el Señor, mientras se mantengan en lo que los unió!

Viene a mi mente un suceso notable que ocurrió de la siguiente manera: Mi padrastro, después de
regresar a casa de la reunión presbiteriana y como era su costumbre, puso a mi hermano a leer en voz
alta el texto de los sacerdotes. Ese día había sido de Daniel, cuando fue arrojado al foso de los leones
por no atender el decreto del rey. Contrario al mandato del rey, Daniel oró al Dios del cielo con sus
ventanas abiertas hacia Jerusalén, como solía hacerlo. Mientras mi hermano leía, mi padrastro hacía sus
observaciones y engrandecía a Daniel. Decía que el Espíritu de Dios estaba en él, pero que no había nadie
como él en nuestros días. Yo admití que Daniel había sido un hombre verdaderamente extraordinario,
pero que no estaba de acuerdo con él cuando afirmaba, que no había nadie dotado con una medida del
mismo Espíritu en nuestro día. Entonces le conté brevemente a mi padrastro de los muchos sufrimientos
de nuestros Amigos por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús, algunos de los cuales
eran pasados y otros presentes. Especialmente mencioné los grandes sufrimientos de nuestros queridos
Amigos en Nueva Inglaterra, donde se encontraron con duros encarcelamientos, crueles azotes, corte de
orejas y destierros si volvían a Nueva Inglaterra. También le mostré cómo habían matado a Marmaduke
Stevenson, William Robinson, William Leddra y a Mary Dyer, por ninguna otra causa que trabajar para
volver a las personas de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás al poder vivo de Dios; es decir, a Su
luz, gracia y Santo Espíritu en sus corazones. Y por trabajar para sacar a las personas de la persecución,
orgullo y toda obra y camino del mal, a vivir una vida de negación y humildad, en concordancia con
el cristianismo que profesaban.5 Que para este servicio habían sido llamados y por él habían sufrido
profundamente. Por tal razón yo deducía que algo del Espíritu de Dios había en el hombre de estos
días, como lo había habido en Daniel y en muchos otros antes, que los ayudó y sostuvo en sus grandes

5 Estos cuatro cuáqueros fueron llevados a la muerte en Boston en 1659, 1660 y 1661 por un gobierno puritano, que había
determinado que simplemente ser cuáquero, era una ofensa digna de destierro. En ese tiempo los Amigos sufrieron
grandemente bajo la persecución de los sacerdotes y magistrados de Nueva Inglaterra, pero más especialmente, a manos
del gobernador de Boston, el infame John Endecott. A muchos los encarcelaron, los pusieron en cepos, les cortaron las
orejas, los desnudaron hasta la cintura, los ataron a carretas y los azotaron de pueblo en pueblo antes de ser desterrados.
Regresar a Massachusetts Bay Colony (Colonia de la Bahía de Massachusetts) después de ser desterrados era una ofensa
capital. Para un relato más completo de estos sucesos ver, “The History of the Rise, Increase, and Progress of that
Christian People Called Quakers,” por William Sewel. (Historia del Levantamiento, Crecimiento y Progreso del Pueblo
Cristiano Llamado Cuáqueros).

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sufrimientos. Mi padrastro confesó que era cierto que algunos sufrían por el bien y otros por el mal.
Entonces dijo que él había vivido casi sesenta y cinco años, y aunque nos había oído hablar de la Semilla
o luz interior, no sabía qué era. Yo le respondí muy mansamente: “Si me escuchas, te diré lo que es,” y
lo hice con las siguientes palabras. “Cuando en algún momento has tenido la tentación de extender tu
mano para robar, o mentir para obtener ventaja, o jurar por alguna provocación, o permitir cualquier
obra o palabra mala, ¿acaso no has hallado algo en ti que te ha mostrado que no debes decirlo o hacerlo?
Y cuando le has prestado atención a eso y no has dicho ni hecho mal, ¿acaso no has hallado gran paz
y consuelo interior en tu mente? Pero si por el contrario, has dicho o hecho mal, ¿acaso no has hallado
gran intranquilidad y angustia de mente? Esta es la Semilla interior, luz o gracia que Dios ha puesto en
el hombre para ayudarlo y dirigirlo, lo que nosotros, el pueblo de Dios llamado cuáqueros, sostenemos
que está de acuerdo con las Santas Escrituras.” Entonces mi padrastro dio una palmada con sus manos y
confesó que eso era cierto.

Poco tiempo antes del matrimonio de mi madre, fui llevado a la obra pública del ministerio. Yo tenía
muchos argumentos con respecto a esto, pues era un joven de apenas dieciocho años y naturalmente
tartamudo, algo que no había podido superar aunque me había esforzado con todo lo que estaba en mi
poder como hombre; nada funcionó hasta que la Verdad me ayudó. Pero tras mis muchos conflictos,
dificultades y tentaciones, me encontré con la peor prueba que alguna vez haya enfrentado, y con el dolor
más penetrante en el que haya estado desde que llegué al conocimiento de la bendita Verdad, cuando por
argumentos, desobediencia e indisposición a cumplir con las demandas del Señor, Él en desagrado quitó
de mí el consuelo de Su santa presencia por varios meses seguidos. ¡Oh, las tribulaciones que encontré
en esa condición! No hay lengua capaz de expresar, ni criatura capaz de concebir la profundidad de la
punzante tristeza en la que yo estaba. Yo pensaba que mi estado era tan malo como el de Jonás, porque
si en verdad hay un infierno sobre la tierra, yo estaba en él. ¿Qué mayor infierno puede haber para un
alma vivificada y un entendimiento iluminado, que han gustado la bondad de Dios y en alguna medida
los poderes del mundo venidero, que ser privados de todo eso y creer que han caído de ese estado? Yo
escasamente podía creer que alguna vez se me concedería arrepentimiento, o sería restaurado al amor y
favor de Dios, pues encontré seco el río de vida que me había alegrado verdaderamente, tanto a mí como
a la ciudad de Dios.

Estando bajo la desazón del disgusto del Señor y participando en parte de los terrores de Su ira, pensaba:
“¡Oh, estoy seguro de que si las montañas y las colinas fueran pesadas en una balanza, no serían
suficientes contra el peso de mis dificultades y aflicciones!” Pero así como el Señor, mediante Sus juicios,
me había sacado en buen grado del vicio y de la vanidad de este mundo, en ese momento y por medio de
Sus juicios, me dio el querer rendirme a Sus demandas. En mi obediencia a él, empecé a sentir de nuevo
un poco del consuelo del amor y de la comunión del Espíritu del Señor en mí y en Su pueblo, quienes
eran partícipes de la misma comunión.

Volviendo al asunto de mi expulsión de la casa de mi padrastro, cuando vi que debía irme, pensé que era

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conveniente poner al tanto de esto a algunos muy dignos Amigos, para que no se hicieran especulaciones
indebidas sobre la Verdad, los Amigos o yo mismo, porque de ser así, ellos podrían contradecirlas. Por
tanto, se lo di a conocer a Sebastian Euethorp y al estimable ministro del evangelio, Benjamín Padley,
dos de los principales Amigos en la Reunión Mensual en Ellington. Estos hombres vinieron a la casa de
mi padrastro y le preguntaron la razón por la que yo debía irme, si él tenía algo contra mí en relación
al negocio para el que me había contratado, o si yo no era fiel y diligente en los asuntos a los que él me
enviaba. Él no sólo confesó que yo era fiel y diligente, sino que pensaba que nadie podría superarme.
Ellos dijeron: “Bien, entonces, ¿cuál es la razón del conflicto entre tú y tu hijastro? ¿Es acerca de su
asistencia a las reuniones?” Cuando ellos entendieron las razones de mi padrastro (lo que no era difícil),
le expresaron su compasión hacia mí por no tener más libertad. Y le sugirieron, que como yo era muy
diligente en su negocio, que tal vez si él me daba un poco más de libertad para ir a las reuniones, eso
sería un estímulo para mí. Antes esto, mi padrastro se ofendió y trató a estos buenos hombres con un
lenguaje rudo, y les preguntó qué tenían que ver ellos con él y conmigo. Entonces les ordenó salir de su
casa y ocuparse de sus propios asuntos y dijo, en resumen, que ahí ya no había lugar para mí. Los Amigos
se turbaron ante esto, especialmente por mi bien, y luego se preguntaron cómo había vivido yo tanto
tiempo con él. Pero Sebastian Euethorp me dijo, para mi gran consuelo, que mi padrastro no tenía nada
contra mí, excepto lo concerniente a la ley de mi Dios. Este es el sentido, si no las palabras, que estos
hombres sabios y buenos cruzaron entre ellos y mi padrastro, como más tarde me lo contaron, porque yo
no estaba ahí cuando ellos se reunieron.

Aunque yo le supliqué a mi padrastro que me dejara quedarme hasta que pudiera oír de un lugar de
trabajo, él no quiso, aunque realmente no era apto para ningún tipo de servicio al ser casi solo piel y
huesos, como dice el dicho, de modo que la mayoría de los que me conocían decían, que seguramente
me consumiría la tuberculosis. Pero resulta que debía irme y lo hice, aunque era débil, pobre y humilde
en cuerpo, mente, bolsillo y ropas; porque creo que no tenía más de doce peniques en mi bolsillo, y ropa
común y corriente en mi espalda. Así que me despedí solemnemente de la familia, con mi corazón lleno,
pero manteniéndome internamente vuelto hacia el Señor y bajo el gobierno de la Verdad. Se derramaron
muchas lágrimas cuando me fui, especialmente de parte de mi pobre madre. Mi padrastro dijo muy poco,
pero parecía maravillado de ver cuánto amor me manifestaban los otros miembros de la familia, y lo
mucho que deseaban que yo no tuviera que irme.

Salí a los grandes campos antes mencionados, donde había hecho muchas caminatas en solitario, pero
ninguna había sido como esta, porque esta vez no sabía adónde ir. Entonces pensé en Abraham, cuando
fue llamado a salir de Ur, en la tierra de los caldeos; pero había una diferencia entre nosotros: Que él
había sido llamado, yo había sido forzado a salir. Yo tenía muchos amigos, pero no me sentía libre de ir
a ellos, porque no creía que tuvieran algún trabajo para mí; ya que yo no era de una disposición atrevida,
sino más bien retraída y tímida. Mientras caminaba por los campos sin saber adónde ir o dónde recostar
mi cabeza, el sentido de mi débil condición me sobrecogió a tal grado, que parecía que mi camino

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estuviera cercado por todo lado, interna y externamente. Yo pensaba de mí mismo como un pelicano en
el desierto, o como un búho en regiones desoladas, y me parecía que no había otro hombre en toda la
tierra en mi misma condición. En la consciencia y consideración de mi estado de abandono, me sentí bajo
una gran opresión de espíritu y con mi corazón tan cargado que parecía una botella a punto de explotar.
Miré a mi alrededor para asegurarme que no había nadie cerca que pudiera ver mis lágrimas ni oír mis
clamores, y en la angustia y amargura de mi alma, derramé mis quejas, clamores y lágrimas delante del
Juez de toda la tierra. El Señor me consoló en mi deplorable estado, y me dijo, como si un hombre me
hubiera hablado: “Busca primero el reino de los cielos y su justicia, y todas estas cosas de las que tienes
necesidad, te serán dadas.” Entonces deseé que Él se complaciera en mostrarme un lugar adonde ir, y el
Señor abrió mi camino y me mostró la casa a la que debía ir y permanecer por un tiempo. Dije: “Buena
es la palabra del Señor.” Yo Le creí, y esto fue un gran medio para fijar mi mente y establecerla en la
Verdad, con plena intención de corazón de seguir al Señor y obedecer Sus requisitos, según me daba
conocimiento y habilidad.

Me fui a la casa de este Amigo en South Cliff, de nombre William Allon, y pronto me uní a él como
aprendiz de su oficio de tejedor. Después de unirme a él, encontré que este buen hombre me amaba, y
yo lo amé hasta el día de su muerte. Él a menudo decía que él y todo lo que le pertenecía había sido
bendecido por mi causa, porque él era muy pobre, pero creció considerablemente después que yo llegué
a vivir con él.

Tres cosas se interpusieron en mi camino para responder plenamente a los mandatos del Señor como
debía hacerlo. Primero, una dolorosa enfermedad se apoderó de mis piernas poco después de empezar
como aprendiz, la cual yo (y otros) pensaba que era mayormente ocasionada por el duro uso, y calores y
fríos en exceso, incluso desde mi infancia. La cojera me retuvo cerca de dos años, y eso me desanimó e
incapacitó mucho. El segundo estorbo eran mi pobres circunstancias en el mundo, las cuales muy pocos
conocían, porque el pensamiento común era que yo tenía padres ricos (lo que no estaba exento de cierta
verdad). Pocos sabían las dificultades que yo enfrentaba, sin embargo, si mi verdadero maestro religioso
se percataba de que había algo en mi mente con respecto a visitar alguna reunión o reuniones, decía:
“Toma mi yegua y haz tu camino, no estés intranquilo ni por la yegua ni por el negocio, y no te apresures.”
Tales actos de amabilidad hacían que a menudo me preguntara, cómo podría retribuirle suficientemente
y estar debidamente agradecido por su amor.

Yo era diligente en el negocio de mi maestro, no sirviendo al ojo, sino fielmente, creyendo que era bueno
y aceptable ante los ojos de Dios; y en esto tenía gran paz. Mi maestro nunca me reprochó por haber
hecho muy poco, sino por haber hecho demasiado, y a veces decía: “¡Creo que te vas a pegar al travesaño
del telar! Salgamos y caminemos por el campo y veamos cómo están las cosas ahí.” La sanidad de mi
pierna la atribuyo a la grande y buena providencia de Dios, porque poco tiempo después de entregarme
libre y alegremente a responder a lo que el Señor requiriera de mí, Él me sanó de la cojera.

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El tercer estorbo era mi tartamudez; yo clamaba al Señor creyendo que Él era capaz de quitar este
impedimento, como había detenido la violenta enfermedad de mi cuerpo. Varios hombres entendidos
habían dado su consejo y mostrado sus habilidades, todo lo cual probó ser ineficaz. Pero llegué a creer en
Jesucristo y a echarlo todo sobre Él, y tocar el borde de Su vestido, es decir, la más pequeña aparición de
Su bendita verdad y poder, en la que encontré verdadera virtud sanadora para mi alma, para mi cuerpo
y para mi lengua también, incluso para admiración mía. Entonces llegué a hablar claramente, no sólo
cuando daba el testimonio que el Señor me había mandado llevar, sino también cuando interactuaba
comúnmente con los hombres.

En aquellos días yo estaba bajo la dispensación de revelaciones y visiones, y por decirlo así, me vi en el
Monte Pisga, viendo hacia la Tierra Santa y hacia las cosas relacionadas con Dios y Su reino celestial. Vi
claramente la obra de Dios y la forma de sacar al hombre de la caída y separación, para llevarlo de nuevo a
Él y al estado celestial en Cristo, en tanto este le rinda verdadera obediencia a la dirección y operación de
Su bendita gracia y Espíritu Santo en el corazón. Pero bajo tales dispensaciones es de absoluta necesidad
que el hombre sea llevado a la verdadera negación del yo, a un estado de ánimo de total dependencia, y
a la entrega de su voluntad a la voluntad de Dios, diariamente sentado ‘en el polvo’ con respecto a los
movimientos y obras de la criatura. Porque todo lo que es obra del hombre no hace más que estorbar la
obra espiritual de Dios en el corazón. Nosotros debemos llegar a experimentar, verdaderamente, todos los
movimientos carnales y el funcionamiento de la voluntad y del espíritu propios del hombre silenciados,
a fin de que oigamos la suave y apacible voz de Dios. De hecho, Su voz no es oída en medio del ruido y la
prisa del mundo, ni cuando la mente está ocupada con cosas agradables a nuestras voluntades corruptas
y depravada naturaleza.

Aunque yo tenía visiones claras de muchas cosas celestiales, y en ocasiones disfrutaba también de la
consoladora presencia viva de Dios, todavía tenía la necesidad de ser más establecido en la inmutable
Verdad. En mi clamor al Señor hallé que Él se inclinaba hacia mí y oía mis clamores, y como dijo David,
“me sacó del lodo cenagoso y puso mis pies sobre una peña” que era más alta que yo, “enderezó mis pasos
y puso en mi boca cántico nuevo,” es decir, grandes alabanzas al Señor por toda Su tierna misericordia
hacia mí en esos tiempos de prueba. Estando, entonces, más crucificado al mundo y al espíritu de este,
experimenté que Su poder celestial y presencia viva, luz y gracia moraban con más constancia en mí.
Fui llevado a la quietud, y descubrí que era más agradable para mi condición mantenerme en silencio,
esperando en el Señor la renovación de la fuerza, para que así yo pudiera vencer todas las tentaciones y
pruebas con las que era tratado (que no eran pocas). Estas son cosas dignas de recordar y demostraron
ser grandes confirmaciones en la Verdad en aquellos días de tribulación y grandes pruebas. ¡Lean y crean,
los que puedan, porque son palabras fieles y verdaderas!

Después de que el Señor me sanara, me envió a la obra del ministerio, y el primer viaje que hice fue
hacia el sur a Lincolnshire, Nottinghamshire y a través de Coventry, y así a Warwick para ver a William
Dewsbury.6 Él me preguntó por la ruta que había seguido, y yo le hice un relato de los pueblos y lugares

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en particular por los que había pasado, mencionando que Coventry había sido el último y el peor. Pues
en Coventry, mientras hablaba en la reunión, algunas personas groseras me habían lanzado piedras con
gran violencia, que si el Señor les hubiera permitido golpearme, con toda seguridad me habrían hecho
daño. Pero mi fe en el Señor y la fuerza de la Verdad, sostuvieron mi mente por encima del temor de lo
que esos malvados me hubieran podido hacer. Después de que William escuchó mi relato, fijó sus ojos
en mí y me dijo: “Tienes que regresar a Coventry.” Yo estaba poco dispuesto por dos razones: Primero,
porque pensé que había acabado mi deber con esas personas. Segundo, porque pensaba que no era
seguro correr de regreso al peligro, a menos que estuviera convencido de que el Señor lo requería de mí.
Pero William estaba seguro y me dijo que debía ir, porque ahí había un servicio que yo debía cumplir.
Tras una deliberada consideración y búsqueda del Señor para conocer Su voluntad en este asunto, me
sentí libre para regresar. Y de hecho, descubrí que tenía algo que hacer ahí, porque se había dado un mal
entendido entre algunos Amigos en esa ciudad, y esta vez al dejarlos, quedaron mucho más unidos el uno
al otro que cuando me reuní con ellos la primera vez, para mi satisfacción.

Cuando regresé a casa después de esto y de todos mis viajes, procuré dedicarme (hasta donde mi débil
cuerpo fue capaz) al negocio, y a no perder mi tiempo en casa ni fuera de casa. Mi débil constitución física
no soportaba bien el oficio de tejedor, por tanto lo dejé contra mi voluntad y tomé el trabajo de relojero
(y muchas otras cosas) a fin de suplir mis necesidades. El Señor siempre me permitía quedarme en casa
tanto tiempo como me fuera necesario, para ponerme en condiciones de viajar, y luego me inclinaba a ir y
visitar Amigos. Omito muchas cosas porque no quiero alargar demasiado mi relato, pero viajé a través de
la mayor parte de Inglaterra cuatro veces, y dos por la mayor parte de Gales, entre el vigésimo y vigésimo
octavo año de edad.

Después de que el Señor abriera mi corazón, llegué, (en alguna medida) a entender las Sagradas
Escrituras, y a experimentar al Espíritu Santo en el que los santos escritores las habían escrito. También
sentía una medida de solidaridad con los espíritus y ejercicios de los justos mencionados en ellas. Yo me
deleitaba leyéndolas, y al tener buena memoria, podía lidiar mejor con la oposición de los sacerdotes y
profesantes de varias denominaciones, con quienes había tenido disputas y razonamientos en mis viajes,
tanto en Yorkshire como en otras partes. Sin embargo, a través de esas disputas y la mucha lectura, mi
mente llegó a estar demasiado ocupada en la letra escrita, y no tanto en el Espíritu y poder, como debía
ser. Debido a esto, me topé con una amable advertencia de parte del Señor. Oí la voz del Señor tan
claramente, como si alguien me hubiera hablado al oído externo diciendo: “Las aves del cielo anidan en
las ramas”; y esto me fue repetido. Así que busqué al Señor para que me mostrara cual era el significado
de esa voz que había oído. Entonces el Señor, el poderoso Dios, me mostró (en Su misericordioso amor)
que las Escrituras, las cuales fueron escritas según fueron movidos los hombres por el Espíritu Santo,

6 William Dewsbury (1621 — 1688) fue uno de los primeros ministros en la Sociedad de Amigos, y aunque pasó la
mayoría de su vida adulta encarcelado por el testimonio de Jesús, fue considerado por todos un pilar y anciano de la
casa de Dios.

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brotaron de la raíz viva, y aún así, que aquellos que descansan sólo en la letra y no se familiarizan, viven
y ministran desde el mismo Espíritu Santo, son externos, muertos, secos, livianos y necios.

Esta gentil advertencia fue de gran utilidad para mí, no en cuanto a hacerme declinar la lectura de las
Escrituras, sino para que yo no tuviera demasiada dependencia de ellas, y para prevenirme contra el
descuido de no esperar la ayuda del Espíritu Santo. Porque en verdad, el Espíritu es la raíz y la fuente
pura de todo ministerio correcto y vivo, el único que puede alcanzar el corazón y llevar la verdadera
evidencia a los creyentes de que este es de Dios; lo que la letra escrita no puede hacer por sí misma.
Deseo tiernamente que todos los interesados en la gran obra del ministerio, no sean sólo ministros de
la letra, sino del Espíritu también, y hablen en la demostración del Espíritu y poder. “Si alguno habla,
sea como los oráculos de Dios; si alguno ministra, sea como del poder que suministra Dios.”7 Este es el
último y perpetuo ministerio, el cual es según el orden de Melquisedec y no según el orden de Aarón. Este
ministerio es en Jesucristo, el Sumo Sacerdote, la única ofrenda que hace perfectos para siempre a todos
los que vienen a Él a través de las persuasiones del Padre. Él es el único Señor, y no hay más que una fe
en Él, y un bautismo verdadero y salvador en Él, o en la semejanza de Su muerte. Así como Cristo murió
por el pecado, así también nosotros podemos verdaderamente morir al pecado; así como Él fue levantado
por la gloria del Padre, así también nosotros podemos andar en novedad de vida. Él es el Sumo Sacerdote
celestial, santo, inocente, separado de los pecadores, el que fue tentado y sabe cómo socorrer a los que
son tentados. Él es el abogado ante el Padre, la propiciación por los pecados de todos, el verdadero guía
y consolador, el que conduce a toda verdad a los que lo obedecen y siguen; aunque para el mundo es un
amonestador, y un veloz testigo contra toda impiedad e injusticia de los hombres.

Mi escrito en este sentido, acerca de esta gentil advertencia del Señor con respecto a las aves y las ramas,
no tiene la menor intención ni de minimizar las Sagradas Escrituras, ni desanimar a nadie que las lea;
porque yo animo a todos los verdaderos cristianos a que sean más versados en ellas. Sin embargo, mi
consejo, amable lector, de tu bien intencionado y verdadero amigo, es que anheles y verdaderamente
vayas en pos del Señor en busca de una medida de Su santo y bendito Espíritu, quien es la única llave y el
mejor expositor para abrirlas y mostrártelas. Es por medio de este mismo Santo Espíritu que tu mente y
entendimiento llegan a ser preparados e iluminados. De hecho, la vasija completa debe ser llevada a una
preparación, para contener el tesoro celestial y no mezclar lo puro con lo corrupto e impuro. Porque sin
el don de la santa gracia y Espíritu de Dios que ilumina, prepara, revela y santifica, el hombre no puede
conocer el poder celestial de Dios, ni conocer las Sagradas Escrituras como debe conocerlas. Por esta
razón le ha parecido bueno a Dios esconder estas cosas de los doctos, sabios y entendidos de este mundo,
para que no interfieran, ni descubran los misterios contenidos en ellas, a menos que sean santificados y
llamados por Dios a eso. Así como nadie conoce las cosas del hombre, excepto el espíritu del hombre que
está en él, igualmente las cosas de Dios no son perceptibles por el hombre sin la ayuda del Espíritu Santo

7 1 Pedro 4:11, Versión H.B. Pratt 1929.

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de Dios en el hombre.

Así fue como el Señor me reveló el verdadero significado de la parábola de la semilla de mostaza, en mi
infancia en el ministerio, con la que Él me envió al mundo para que mi fe estuviera fundada sólo en el
Señor, quien es el autor y consumador, así como el dador de esta fe verdadera y salvadora; es decir, la fe
que “obra por amor” y “vence al mundo.” Fue por y a través del poder y eficacia de la verdadera fe (que es
don de Dios), que muchos en épocas pasadas y muchos ahora, alcanzan buen testimonio. A través de este
don el digno Abel, con su ofrenda, fue aceptado por Dios, aunque era envidiado por su malvado hermano
Caín, y asesinado también por él. El siempre memorable Enoc, a través de la virtud de este santo don,
caminó con Dios, y Dios mismo dio testimonio de que Enoc lo había complacido. Este hombre caminó en
fe y obediencia hasta el final, tanto que él no murió como los hombres lo hacen comúnmente, sino que
fue traspuesto o cambiado de manera particular. ¡Vengan, lean, ustedes que pueden, y entiendan ustedes,
los redimidos del poder de la primera naturaleza, que han vencido la carne, el mundo y al diablo en gran
medida! Porque ustedes saben que es por la operación de este don, que los muertos en el primer Adán
son levantados a una nueva vida y a nueva forma de vida en el nuevo Hombre, a través del poder del
Adán celestial, a quien ellos conocen como un Espíritu vivificador, conforme a las Escrituras. A través de
la fe se apagaron fuegos impetuosos, se taparon bocas de leones, se evitaron filos de espadas, se pusieron
en fuga ejércitos extranjeros, es decir, aquellos ejércitos que eran ajenos o extraños a Dios, y que pelearon
externamente contra el pueblo del Señor en aquel día. Y de hecho, esto pone delante de nosotros, como
un espejo o figura, cómo y qué debemos vencer en el día del evangelio. Porque en el día del evangelio
no debemos pelear con los hombres, sino contra nuestras propias lujurias, vencer el pecado y a Satanás,
la cual es una gran victoria como la que venció los voraces leones. Pues el pecado y Satanás son los que
tienen poder y dominio sobre el malvado e impío de hoy.

¡Ustedes que leen estas líneas, presten atención mientras todavía hay tiempo, si Cristo o el anticristo
predomina en ustedes, si la gracia o el pecado es lo que más abunda en sus cuerpos mortales! ¡Consideren
si el Espíritu de Verdad, que guía a toda verdad, o el espíritu de error, que guía a todo error y falsedad,
es el que prevalece y tiene mayor lugar en sus corazones! Porque ustedes son siervos de aquel a quien
estén más sujetos y al que le presenten sus miembros en servidumbre. Con el tiempo llegarán a ser
completamente siervos y recibirán al final de su jornada el salario que se le debe a los siervos, de aquel
a quien ustedes se rindan y se sujeten a sí mismos. Por tanto, presten atención en el tiempo oportuno
mientras el día de la visitación aún continúa para ustedes, y mientras el Señor los sigue y los llama
mediante Sus secretas advertencias y reprimendas, por medio de las que Él intranquiliza sus mentes.
Porque aunque puedan sobreponerse al Testigo justo de Dios en sus propias almas y deleitarse en la
vanidad y caminos equivocados, mientras Él aún se esfuerza por convertirlos y reunirlos fuera de los
placeres terrenales y sin sustancia, y fijar sus mentes en las cosas celestiales y gozarse en ellas, ustedes no
tendrán verdadero consuelo en todos esos disfrutes inferiores, sino que los acompañarán la condenación
y angustia de alma hasta que pisoteen al Testigo en sus corazones o dejen el mal. Esta es la experiencia
del pueblo del Señor, el que se ha familiarizado con la verdadera guerra interior y con la victoria de los

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santos. ¡Aprendan a seguir a Cristo por las pisadas de los rebaños de Sus compañeros, aunque sea a
través de grandes tribulaciones, porque esta es la manera de tener los vestidos lavados y emblanquecidos
en la mística sangre del inmaculado Cordero de Dios! Este es Aquel, como dijo Juan el Bautista, que
quita los pecados del mundo. ¡Feliz todo el que verdaderamente se viste de Su naturaleza de cordero, de
Su humildad, justicia y pureza, es cubierto con Su Espíritu Santo, y vive y camina en y bajo la influencia
y dirección de eso hasta el fin de los tiempos!

* * *

La larga y fructífera vida de John Richardson fue en verdad, “grato olor de Cristo entre los que se
salvan y entre los que se pierden.” Continuó viajando como ministro hasta donde la fuerza física se lo
permitió, recorriendo varias veces la mayor parte de Inglaterra, Escocia e Irlanda, y cruzando los mares
dos veces para ministrar en las colonias en América. Vivió hasta los 86 años, e incluso en sus años en
declive, sus amigos dieron este testimonio de él: “Cuando sus facultades naturales estaban de algún modo
deterioradas y estaba confinado en la casa por la vejez y las enfermedades, él parecía tener más y más
mente celestial y crecer en la vida de la religión.”

En 1740, cuando John Richardson tenía 73 años, Samuel Fothergill (para ese entonces un ministro joven
en la Sociedad) se quedó una noche en la casa de Richardson, y le contó a su esposa lo siguiente en una
carta: “Por la tarde cabalgué diez millas hasta la casa donde descansa el arca, es decir, la de John Richard-
son, quien al día siguiente fue conmigo a Pickering. La vida de la Verdad se levantó maravillosamente
(en la reunión), y luego ese Padre de Israel me llevó a casa, donde nos sentamos a conversar hasta casi el
amanecer. Luego nos retiramos a nuestros respectivos alojamientos, pero poco después de las cinco de la
mañana vino y sentó al lado de mi cama, y aunque estaba débil y muy mal, dijo que él me acompañaría
unas diez millas hacia Malton.”

Capítulo IV

La Carta de Elizabeth Webb

[ 1663—1726 ]

Honorable amigo,1

1 El destinatario de esta carta era Anthony William Boehm, capellán del Príncipe Jorge de Dinamarca. Parece que
Elizabeth Webb conoció a Boehm durante una visita ministerial a Londres, hacia el año 1712.

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Aunque casi soy una extraña para ti, el amable respeto que me mostraste mientras estaba en Londres me
ha puesto bajo un gran deber, en el que encuentro que mi mente es llevada a escribirte en los movimientos
del amor divino. Lo que tengo que escribir ha estado en mi mente durante varias semanas, en ese amor
puro e inocente en el que la verdadera comunión de los santos es experimentada. No he aprendido un
método por el que pueda trasmitir mi experiencia religiosa, ya sea por palabra o por escrito, sino clara
y sencillamente según el Espíritu de Verdad dirija. Siendo además la vasija más débil, tengo una mayor
necesidad de pedirte disculpas. No escribiré a partir de conceptos y especulaciones (pues veo que tales
cosas no son seguras y sé que muchas veces tampoco son válidas), sino una pequeña parte de lo que he
atravesado y de lo que mi alma ha gustado de la buena Palabra de vida que está cerca.

En verdad, mi único deseo es que tengamos comunión en Dios el Padre de nuestros espíritus y en Su
Hijo, Jesucristo nuestro Señor, a quien mi alma ha experimentado tanto en misericordia como en juicio,
para humillación (en un buen grado) de la naturaleza caída y corrupta, y para purificación de mi corazón
de tal manera, que no lo veo a Él (lo cual digo para Su alabanza) a través de formas, sectas, grupos en
particular o cualquiera de esas cosas. No, mi estimado amigo, nunca busqué al Señor en esas formas, ni
para ninguno de esos fines. Por el contrario, en mis años de juventud lo busqué para salvación, y aún lo
busco para la perfecta restauración de mi alma en Él. No tengo nada de qué jactarme, a menos que sean
debilidades y flaquezas. En realidad, me regocijo en la cruz de Cristo, por la que soy crucificada al mundo
en un buen grado y el mundo a mí, a fin de que pueda decir: “Muero cada día.”

Con respecto a la inclinación a la educación, profesión religiosa y conversación, estas cosas no han
empañado mis ojos. Puedo ver, reconocer y amar la imagen de mi Señor y Salvador en cualquier tipo
de profesión, si el alma ha sido educada en la universidad celestial o escuela de Cristo. Sin embargo, no
podemos ver a Dios en toda forma de vida y conducta, ni tener comunión con ello, porque el camino del
impío es como si no hubiera Dios; “Dios no está en todos sus pensamientos.” El Señor despreciará en
la otra vida, la imagen de los que desprecien la imagen del Jesús manso y humilde, y no sigan ninguno
de Sus preceptos ni Su ejemplo de negación, mientras estén aquí. Porque efectivamente, ellos recibirán
la imagen según la semilla o espíritu al que servían, cuando sus cuerpos mueran. Cada semilla tendrá su
propio cuerpo en la resurrección del justo y del injusto, y cada una recibirá su propia sentencia.

Ahora, mi estimado amigo, te haré un breve relato de los tratos del Señor conmigo en mis años de juven-
tud; cómo llevó Él mi alma a través del fuego y del agua. Para qué fin ha venido esto ahora a mi mente, no
lo sé, excepto que sea para nuestra comunión espiritual, pero cuando mi alma está más humillada y más
cerca del Señor en la sencillez de la verdad, entonces mi corazón se abre y mi mente se llena del amor
divino con respecto a este asunto. Deseo que lo examines internamente cuando estés apartado y que no
lo juzgues antes de que lo hayas terminado, y luego júzgalo tan libremente como te plazca.

Fui bautizada y educada en la forma de la Iglesia de Inglaterra, y fui instruida por uno de sus ministros,
un hombre que mostró gran amabilidad y ternura hacia mí, y a quien amé y honré en gran medida. En

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aquellos días yo veía a los ministros como ángeles que traían buenas noticias a los hijos de los hombres.
Cuando tenía alrededor de catorce años fui a vivir a la casa de un caballero, quien tenía un capellán.
Estando ahí, observaba la conducta de dicho capellán y veía que era vana, y pensaba en mis adentros que
no debía ser así y por eso mi mente estaba confundida. Por aquellos días yo había empezado a pensar
en mi final y en la eternidad, y descubrí que no sentía ninguna seguridad de salvación o de un estado
de felicidad, si al Señor le placía enviar al mensajero de la muerte para llevarme. Entonces el temor del
Señor se apoderó de mi mente y empecé a escudriñar las Escrituras, y encontré que ellas testificaban:
“Los impíos volverán al Seol, junto con todas las naciones que se olvidan de Dios.” Y vi que tanto los
sacerdotes como las personas en general “se olvidan de Dios,” tan pronto como se levantaban de sus
rodillas o salían de su devoción. Por tanto, yo le tenía mucho miedo al infierno y no tenía seguridad de
un lugar en el reino de los cielos.

Entonces empecé a considerar las grandes promesas que me fueron dadas en mi bautismo (como lo
llamaban ellos), mediante el cual, dijeron, era hecha miembro de Cristo e hija de Dios. En esa ceremonia
se dijo que yo debía renunciar al diablo y a todas sus obras, a la pompa y vanidades de este mundo
malvado, y a todo deseo pecaminoso de la carne, y que debía guardar la voluntad y mandamientos santos
de Dios. Pensaba que esta era verdaderamente la manera de obtener un lugar en el reino de los cielos,
pero me di cuenta de que no tenía el poder de hacer lo que debía hacer, ni de abandonar lo que debía
abandonar, pues era muy orgullosa, vana y superficial. Pero a medida que era ejercitada internamente de
esta manera, y externamente continuaba escudriñando las Escrituras, mi entendimiento se fue abriendo
más y más. Leí y noté que los ministros que Cristo calificaba y enviaba a predicar debían hacerlo gratui-
tamente, porque Él había dicho: “gratuitamente habéis recibido, gratuitamente dad.”2 También encontré
que aquellos que habían corrido cuando el Señor no los había enviado, no eran “de provecho alguno para
este pueblo,”3 pero que el Señor había prometido pastores que vendarían la herida y fortalecerían a la
enferma. (Ezequiel 34)

Muchas de esas cosas se abrieron en mi mente y yo solía reflexionar en ellas en mi corazón. Estas y otras
porciones similares de las Escrituras llegaron a ser de mucho consuelo para mí, porque yo estaba harta
de mis pecados y mi corazón era quebrantado muchas veces delante del Señor. Yo pensaba: “¡Oh, si yo
hubiera vivido en los días de Cristo, con seguridad habría sido una de los que lo siguieron!,” y me afligía
porque los judíos lo habían crucificado. Así amaba a Cristo en Su aparición externa y pude haber dicho
con Pedro: “Lejos esté de Ti Señor sufrir!” Sin embargo, yo no sabía entonces que Él estaba muy cerca de
mí por medio de Su Espíritu Santo.

Entonces llegué a estar convencida de que los pastores asalariados, ‘los que enseñan por precio y
adivinan por dinero’, no son los verdaderos ministros de Cristo. De hecho, esto me fue manifestado por

2 Mateo 10:8 (Reina Valera 1602P)


3 Jeremías 23, NBLH

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el testimonio de los profetas y por Cristo mismo cuando dijo: “Por sus frutos los conoceréis.” Pues yo
había continuado oyéndolos hasta que un temor me siguió a la casa de adoración de ellos, y entonces
pensé que sería justo para el Señor hacer de mí un ejemplo, por mi desatención al Espíritu de verdad.
Así, finalmente dejé de ir a oírlos y empecé a caminar sola.

Cuando tenía aproximadamente quince años, le plació a Dios enviar al Espíritu de gracia y súplica a
mi corazón, por medio del cual oraba fervientemente al Señor. En verdad se levantó una respiración
divina en mi alma, pero no podía encontrar vida en ninguna de las formas de oración, excepto en la que
Cristo les había enseñado a Sus discípulos (por la que yo siempre había tenido un reverente aprecio).
Sin embargo, cuando estaba en oración, hallaba que el Espíritu hacía intercesión en mí y por mí, de
acuerdo con la necesidad presente en mi alma. Recuerdo las expresiones que solían pasar por mi mente:
“¡Señor, presérvame en Tu temor y en Tu verdad! ¡Señor, muéstrame Tu camino y dame a conocer Tu
pensamiento y Tu voluntad!” Yo pensaba que estaba lista para obedecerlo entonces, y mi gran deseo era
conocer al pueblo de Dios, por lo que mi alma clamaba: “¡Señor, ¿dónde apacientas Tu rebaño? ¿Por qué
había de estar yo como errante tras los rebaños de Tus compañeros?!”

¡Oh, las cuerdas de divino amor con las que me atrajiste! ¡Atrajiste mi alma con anhelos y respiraciones
en pos del conocimiento del único Dios verdadero y de Jesucristo! En ese entonces no experimentaba
ninguna condenación por los pecados de ignorancia, pues Dios los había pasado por alto, pero me
llamaba al arrepentimiento y a abandonar mi orgullo y vana compañía, lo cual fue una gran cruz para
la voluntad de la carne. Sin embargo, tomé esa cruz por varios meses, y mientras lo hice, mi alma tuvo
gran paz y consuelo divino, de modo que muchas veces el deleite del amor divino era más para mí que
la comida natural o que cualquier otra cosa externa. Recuerdo que cuando la familia me preguntaba por
qué no había ido a comer, yo pensaba en mis adentros: “Tengo una comida que comer, de la que no saben
nada.” Y en mis tiempos de retiro se me mostraban sufrimientos por los que debía pasar, y la visión de
varias cosas con las que me he topado desde entonces; pero en aquellos tiempos yo caminaba sola.

Yo fui convencida muy temprano de que los cuáqueros sostenían los principios de la Verdad, y que su
ministerio era el verdadero ministerio, pero en ese entonces vivía lejos de cualquiera de ellos. Sin embar-
go, cuando tenía unos doce años estuve en una o dos de sus reuniones, y una vez sucedió, que la doctrina
de un hombre que estaba predicando resultó ser (como lo llama el hombre sabio), ‘como pan echado
sobre las aguas, el cual es hallado después de muchos días.’ En efecto, su voz parecía sonar en mi mente
cuando estaba sola y algunas de sus palabras llegaban frescas a mi memoria, lo que era muy conveniente
para el ejercicio de mi mente. En ese tiempo también encontré un librito de ellos, y al descubrir que la
doctrina que contenía estaba de acuerdo con la doctrina de los apóstoles, fui confirmada en mi juicio de
que ellos profesaban la Verdad. Pero no me uní a ellos entonces, porque por ese tiempo mi carne y sangre
empezaban a sentirse muy incómodas bajo el yugo del retiro interior, y gemían buscando libertad.

Cuando tenía unos dieciséis años, descubrí que la sutileza del enemigo yacía cerca y que él no carecía

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de instrumentos. Fui persuadida por el razonamiento con la carne y sangre, que podía buscar un poco
más de placer puesto que aún era joven, y que luego, cuando fuera mayor, podía servir a Dios. Así que
dejé mi ejercicio de vigilancia y oración, dejé que mi retiro diario se apagara, y que saliera mi amor hacia
muchos objetos visibles. El orgullo y la vanidad crecieron en mi de nuevo, y el Espíritu divino, dulce,
manso y amoroso se retiró, y aunque a veces lo buscaba, no podía encontrarlo otra vez cuando me placía.
Sí, yo habría estado muy complacida con el dulce consuelo de Su amor entonces, pero no quería llevar
Su cruz cada día. Y así, habiendo sido convencida de los principios de los cuáqueros, y creyendo que
ellos disfrutaban la dulzura del amor divino en sus reuniones, a veces caminaba grandes distancias para
buscar divino refrescamiento con ellos. Pero esto no logró dicho propósito, porque yo era como un palo
seco que no tenía savia ni virtud, para el que la lluvia y el sol, el verano y el invierno eran iguales. Así
estuve por cerca de tres años. ¡Oh, el recuerdo de ese tiempo perdido! ¡La tribulación que vino sobre mí
por mi desobediencia no debe olvidarse!

Sin embargo, cuando estaba cerca de los diecinueve años, le plació al Todopoderoso enviar de nuevo Su
Espíritu vivificante a mi corazón, y Su luz brilló en mi mente. Todas mis transgresiones fueron puestas
en orden delante de mí, y fui profundamente consciente de mi gran pérdida. Y luego... ¡Oh, luego, las
copas de ira de un Padre enojado fueron derramadas sobre la naturaleza de transgresión en mí! Entonces
clamé: “¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Estoy perdida; he matado al Niño de gracia! ¡He crucificado de nuevo para
mí al Señor de vida y gloria!” Porque, aunque en todo ese tiempo había sido preservada en honestidad
moral en todos los aspectos, al punto de que nunca me atreví a decir una mentira, ni a pronunciar una
palabra corrompida, y podía estar confiada en cualquier lugar y en cualquier cosa, aún así, y a pesar de mi
justicia externa, Aquel cuyos ojos penetran todos los corazones me halló tan culpable, que pensé que no
había misericordia para mí. En efecto, me di cuenta de que el testimonio de nuestro bendito Señor Jesús
es verdadero, a saber: Salvo que tu justicia exceda la justicia de los escribas y fariseos, no hay entrada al
reino de los cielos ni al favor de Dios.

Entonces, después de muchos días y noches de tristeza y gran angustia, vino a mi mente (sin haber
hablado con ninguna alma) rendirme en las manos de Dios. Dije: “¡Oh Señor, si perezco, que sea a la
puerta de Tu misericordia! Porque si me arrojas al infierno, no puedo evitarlo, por tanto, entrego en Tu
santa mano, mi alma, mi vida, todo. Haz lo que te plazca conmigo, pues Tus juicios son justos, y yo he
ignorado Tu dulce amor y he matado al Niño de gracia.” Y mientras me hundía en la muerte y reconocía
y me sometía a los juicios de Dios, mi corazón (que había sido duro) fue quebrantado, y le plació a mi
Padre misericordioso hacer que Su divino y dulce amor brotara de nuevo, como un manantial de agua
viva, en mi alma dura, seca y estéril. Luego, el fuego de la ira de Dios fue poderosamente aplacado y mi
alma sintió las compasivas entrañas del tierno Salvador, y una esperanza viva se levantó en mi mente.

Sin embargo, después vinieron mayores aflicciones, de manera que aprendí por experiencia: “Estrecha es
la puerta y angosto el camino que lleva a la vida.” Tengo motivos para creer que nadie, sino los que están
dispuestos a ser desnudados de todo lo que le pertenece al yo o al viejo hombre, y se hacen como niños,

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pueden entrar correcta o verdaderamente por la puerta estrecha. De hecho, encuentro por experiencia,
que ni el ojo del buitre, ni la bestia venenosa, ni el noble cachorro de león, pueden mirar o caminar por
esta senda estrecha y santa. ¡Oh, el anhelo que hay en mi alma de que todos la consideren así!

Prosiguiendo: Yo creía que todo estaba bien y decía en mi corazón: “Ya pasó lo peor y he vuelto al favor
de Dios.” Así que mi gozo se incrementó, aunque yo internamente permanecía en silencio. Pero en pocos
días mi alma fue conducida al desierto, donde no había camino, ni guía, ni luz que yo pudiera ver, sino
tal oscuridad que la podía sentir. En realidad, los horrores de ella eran tales que cuando era de noche yo
deseaba la mañana, y cuando era la mañana deseaba la noche. ¡El Señor estaba cerca, pero yo no lo sabía!
Él había llevado mi alma al desierto y allí litigó conmigo por medio de Su ardiente ley y justos juicios. El
Día del Señor había llegado sobre mí y ardía como un horno en mi seno, hasta que todo el orgullo y la
vanidad fueron quemados. Mis deleites anteriores se fueron, mis viejos cielos desaparecieron dentro de
mí (como con fuego), y mi mente fue ejercitada en angustia y tristeza tanto como pude soportar, día y
noche por varios meses, sin una gota de consuelo divino. Mi corazón estaba como un carbón encendido,
o como un hierro candente, y no sentía quebrantamiento de corazón o ternura de espíritu. Y aunque yo
clamaba a Dios continuamente en la profunda angustia de mi alma, ni una lágrima salía de mis ojos. ¡Oh,
los días de tristeza y las noches de angustia por los que pasé, no hay lengua que lo pueda expresar, ni
corazón que lo pueda concebir si no ha pasado por lo mismo! Me habría gustado ser otra criatura, para
no experimentar tanta angustia y tristeza, porque pensaba que las otras criaturas estaban contentas en
sus lugares apropiados.

Mis dificultades fueron agravadas por la fuerte opresión y tentación de Satanás, que no estaba dispuesto
a perder a ninguno de sus súbditos. Él levantó todas sus fuerzas e hizo uso de todas las armas que tenía
en la casa. En realidad, me di cuenta de que era como un hombre fuerte armado, porque no me permitió
entrar en un estado de rendición, sino que me llevó a indagar los misterios que pertenecen a la salvación
con el ojo de la razón carnal. Y como no podía comprender con ese ojo, me hizo cuestionar la verdad
de todas las cosas que quedaron registradas en las Sagradas Escrituras, y hasta me había persuadido a
creer la opinión de los judíos con respecto a Cristo. Muchos otros cebos y falsos lugares de reposo fueron
puestos delante de mí, pero mi alma estaba hambrienta del verdadero pan, del pan de vida, del que vino
de Dios desde el cielo (del que Cristo testifica en Juan 6), el cual yo había sentido cerca y mi alma había
gustado. Y aunque el diablo me provocaba con sus tentaciones, mi alma no podía alimentarse de ellas,
sino que clamaba continuamente: “¡Tu presencia Señor, o si no muero! ¡Déjame sentir Tu brazo salvador,
o perezco! ¡Oh Señor, dame fe!” De esta manera era ejercitada mi alma con fervientes súplicas a Dios día
y noche, y aún así, yo cumplía con mis responsabilidades externas y sólo gemía delante de Dios.

Desde entonces, a menudo he reflexionado en cómo la sutil serpiente encuentra cebos adecuados para
las almas, especialmente para las que se contentan con un alimento menor que el deleite mismo de Dios.
Tras haber conocido los terrores de Dios y las sutiles artimañas de Satanás, a veces era llevada a persuadir
a la gente al arrepentimiento y advertirla a que huya de la ira venidera.

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Toda la fe que había experimentado antes (mientras aún estaba en desobediencia), resultó ser como una
casa sobre un cimiento de arena. Todo el consuelo que anteriormente experimentaba al leer las Escrituras
fue quitado, y por un tiempo no me atreví a leer, porque hacerlo le sumaba a mi condenación. Dependía
sólo de Dios, quien a veces me hacía sentir una pequeña esperanza, como un destello de luz debajo de
mis angustias. Este era como un puntal para mi alma, y de no haber sido así, de seguro habría caído en
la desesperación.

Mi mayor deseo era ser llevada a través de mis problemas por el camino correcto, y no sacudirlos ni
superarlos en mi propio tiempo. Por tanto, nunca tuve la libertad de darle a conocer mi condición a
nadie, porque pensaba en mis adentros: “Si el Señor no me ayuda, vana es la ayudad del hombre.” Desde
entonces he visto que estuvo bien no hacerlo (por varias razones), y que habría incurrido en una pérdida
si lo hubiera hecho. Pues ahora sé que la voluntad de Dios era humillarme, y exponer y derribar toda
ayuda que pudiera haber sido imputada al hombre o al yo, para que yo experimentara la verdadera obra
del Señor levantarse del fundamento de Su propio poder, donde no hay nada edificado por el hombre y
toda la gloria es dada únicamente a Él. Porque nosotros tendemos a decir, en efecto: “Yo soy de Pablo,
yo soy de Apolos, yo soy de Cefas, y yo de Cristo,” como si Cristo estuviera dividido; pero el Señor no
le dará Su gloria a otro, ni Su alabanza a imágenes talladas. Porque como tú, mi amigo, has observado
bien, el principal fin para el cual debemos trabajar, es hacer que la gente sea consciente de su corrupción,
dirigirlos a la Palabra que está cerca y ser buenos ejemplos para ellos.

Así, en el debido y señalado tiempo del Señor, cuando Él vio que el sufrimiento que me consumía era
suficiente, le plació hacer que Su divino amor fluyera en mi corazón en forma extraordinaria, y que
el Espíritu Santo de luz y vida divinas venciera mi alma. Luego, me fue dado un sentido divino y un
entendimiento, por medio de los cuales conocer el poder y el amor de Dios al enviar desde Su seno, a Su
unigénito Hijo al mundo, tomar para Sí un cuerpo de carne, y atravesar todo el proceso de sufrimiento
para salvación de la humanidad. Vi cómo se abrió paso, abrió las puertas de la muerte y reparó la brecha
que el primer Adán había abierto entre Dios y el hombre, y restauró la senda para que las almas puedan
venir a Dios. Se le dio a entender a mi alma sencilla, cómo envió el Todopoderoso al Espíritu de Su Hijo a
mi corazón, a fin de que me guiara a través del proceso de Sus sufrimientos, para que así como Él murió
por el pecado, yo muriera al pecado al llevar diariamente la cruz y vivir en negación del yo, humildad y
obediencia a Dios, mi Padre celestial, en todas las cosas que Él requiriera de mí.

Luego mi alma experimentó el bautismo del Espíritu Santo (que es comparado tanto con agua como
con fuego), y vi que el ministerio de juicio y condenación tenía una gloria en él que le abría paso al
ministerio de vida. El hacha de la Palabra viva de Dios fue puesta a la raíz del árbol malo, y mi alma oyó
la voz de Aquel que predicaba el arrepentimiento, y clamaba que todo monte y collado se bajaran y que
todo valle se alzara (es decir, los montes de mi temperamento natural), para que una calzada llana fuera
formada y el alma rescatada pudiera caminar por ella. El Señor me mostró cómo Juan el Bautista llegó
a ser considerado el más grande profeta nacido de una mujer, pues fue el precursor de Jesucristo, y que,

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en realidad, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que aquel que está únicamente bajo el
ministerio de Juan. Porque el ministerio de Juan tenía que menguar y el de Jesús crecer, cuyo bautismo
es con el Espíritu Santo y fuego, y con el que Él quiere purificar Su era por completo.

Entonces tomé consciencia de que en verdad es obra de Dios, creer correcta y verdaderamente en Aquel
que Él ha enviado, que esta fe purificadora y salvadora es don de Dios, y que el brote mismo y principio
vital de esta es el amor divino. Entonces lloré por Aquel a quien yo había traspasado con la incredulidad
y dureza de mi corazón, y comí mi pan con llanto y mezclé mi bebida con lágrimas. Yo tenía entre
diecinueve y veinte años de edad cuando estos grandes conflictos estaban sobre mí, mediante los cuales
fui llevada a gran humillación.

Por tanto, entré en un pacto solemne con el Dios Todopoderoso, prometiéndole que respondería a Sus
requerimientos, aun sí estos significaban la entrega de mi vida natural. Pero cuando se me mostró que
debía tomar la cruz en las cosas pequeñas, fui rápida para escuchar de nuevo al razonador y fui desobe-
diente en el día de las pequeñeces. Porque, aunque había pasado por mucha prueba interna, todavía
tenía miedo de disgustar a mis superiores, siendo por ese tiempo la criada de personas de renombre en el
mundo. Se me mostró que yo no debía darle títulos aduladores al hombre, y tenía mucho miedo de que el
Señor me quitara otra vez Su buen Espíritu si yo no obedecía lo que Él requería de mí. Así que estaba en
gran apuro; tenía temor de desagradar a Dios y temía desagradar al hombre. Al final, fui acusada por el
Espíritu de honrar más al hombre que a Dios. Pues cuando me dirigía a Dios usaba un lenguaje sencillo,
pero cuando hablaba con un hombre o con una mujer, le hablaba de otra manera, de lo contrario se
habría ofendido. Vi que el orgullo del hombre no estaba dispuesto a recibir ese lenguaje de un inferior,
el mismo que él le daría libremente al Todopoderoso. Por tanto, esto llegó a convertirse en una gran cruz
para mí y en un obstáculo en el camino de progreso de mi alma, hasta que me rendí a la exigencia del
Señor en esta pequeñez.

Te digo estas cosas, estimado amigo, con gran sencillez, para que veas cómo saca el Señor de las
costumbres vanas que hay en el mundo, no sólo en estas cosas que he mencionado, sino también en
muchas otras. Y que igualmente, Él guía a esa manera humilde y de negación al yo que Cristo enseñó y
practicó, cuando era visible entre los hombres. De hecho, Cristo es el verdadero modelo de los cristianos
y Su Espíritu el Líder de ellos.

Hablo estas cosas en verdad y con sinceridad, porque no deseo que me malentiendas. Soy un alma
simple, completamente dedicada al Señor, y no abogo por ninguna forma externa por causa de la forma,
ni tampoco abogo por una secta o grupo en particular como pueblo. Pues tristemente, aún nosotros nos
hemos convertido en un pueblo mezclado, al igual que los hijos de Israel cuando estaban en el desierto.
Pero esto sí lo puedo decir para alabanza y gloria de Dios: El principio que nosotros profesamos es la
Verdad misma, a saber, Cristo la esperanza de gloria en el hombre y en la mujer. Y Cristo, como sabes, es
el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie llega a Dios sino por Él. Por tanto, hay un remanente que es fiel

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al Señor su Líder espiritual (como Josué y Caleb en la antigüedad), que lo sigue fielmente y se mantiene
firme en sus testimonios contra todas las formalidades muertas, que no son más que imágenes sin valor
cuando carecen del principio vivo. Así como el Espíritu de Jesús saca de todas las vanas costumbres y
tradiciones que están en el mundo, y conduce a la vida sencilla, humilde, mansa, de negación al yo, y al
camino en el que Cristo caminó mientras era visible entre los hombres, yo deseo que todos sigan la guía
de Su Espíritu, para que en verdad lo confiesen delante de los hombres.

Sin embargo, si al Todopoderoso le placiera aceptar almas sin guiarlas a través de ardientes pruebas
tal como hizo conmigo, o sin exigirles cosas como las que me exigió a mí, lejos esté de mí juzgar que
estas no hayan experimentado al Señor o la morada de Su amor, si los frutos del Espíritu de Jesús
están claramente en ellas. Porque cada árbol es conocido por sus frutos y para nuestro propio Señor
estamos de pie o caemos. Pero, querido amigo, como bien has observado, la purificación es una obra
gradual; lo digo por experiencia. Porque cuando el antiguo adversario no pudo arrastrarme más hacia
vanas conversaciones y bromas tontas, entonces me turbaba con vanos pensamientos, algunos de los
cuales estaban en concordancia con mi disposición natural y otros eran muy contrarios. ¡Oh, entonces
clamaba fuertemente ante el Señor en busca de poder sobre los vanos pensamientos, porque eran una
gran angustia para mí! Y me mantenía con gran temor de caer un día u otro por causa de la mano del
enemigo. Pero el Señor consolaba mi alma con Sus propias palabras (las dejadas en el relato): “No temáis,
manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.” Con estas palabras el Señor me
dio evidencia de que mi alma era una de esa manada pequeña.

En otra ocasión, estando muy humillada en mi mente, brotaron estas palabras con vida y virtud: “Bien
que fuisteis echados entre los tiestos, seréis como alas de paloma cubiertas de plata, y sus plumas con
amarillez de oro” (Salmo 68:13) ¡Oh, cuán maravillosamente consolador fue para mí, cuando el Espíritu
Santo trajo esta promesa a mi recuerdo y me dio evidencia de que esta era mi porción! Por tanto, refle-
xioné con respecto a “las alas de paloma” y pensé que ellas debían ser las alas de inocencia, por las que mi
alma podía ascender a Dios en oración, meditación y divina contemplación. Yo me deleitaba orando en
secreto y ayunando en secreto del vagabundeo de mi mente, tanto como podía, y mi Padre celestial (que
ve y oye en lo secreto) me recompensaba en público. Pues en ese entonces, cuando iba a las reuniones,
no me sentaba en tinieblas, sequedad y esterilidad como solía suceder en el tiempo de mi desobediencia,
en su lugar, cosechaba el beneficio de la venida de Cristo, quien dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar
y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” El ladrón,
en el tiempo de mi desobediencia, le había robado mi alma a Jesús, quien dijo: “El que ama a padre o
madre... (o su propia vida más que a Mí), no es digno de mí.” Así había sucedido conmigo y por varios
años no había podido cosechar el propósito de Su venida. Pero Él regresó en misericordia y le dio a mi
alma inclinada el deleite de Su divina presencia, y le plació hacer que Su amor (que es la verdadera vida
del alma) abundara en mi corazón en las reuniones, tanto que mi copa rebosaba. Yo era constreñida bajo
un sentido del deber, a arrodillarme en la congregación y confesar la bondad de Dios, y pedirle a Él que
esta continuara. Le pedía poder para caminar digna del gran favor, beneficio y misericordia que había

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recibido de Su generosa mano.

Recuerdo que después de haber hecho pública confesión de la bondad de Dios, mi alma se sentía como
si hubiera estado en otro mundo. Estaba tan iluminada y animada por el amor divino, que sentía amor
por toda la creación de Dios, y vi que todo estaba bien en su lugar. Se me mostró que las cosas deben
ser mantenidas en sus propios lugares: Que el cerdo no debe entrar en el jardín, ni los animales limpios
deben ser llevados a la recámara, que así como era en la creación externa, debe ser en la creación interna
y nueva. Todo comenzó a predicarme: La fragancia de las hierbas y las flores hermosas e inocentes,
tenían una voz que le hablaba a mi alma, y las cosas parecían tener un gusto diferente al de antes. Los
juicios de Dios eran dulces a mi alma, y en algunas ocasiones, Él me hacía llamar a otros para que
vinieran a gustar y a ver cuán bueno es el Señor, y en otras, me hacía exhortarlos a probar al Señor
caminando delante de Él, obediente, humilde e inocentemente. Entonces verían que Él quiere derramar
Sus bendiciones espirituales de manera tan plena, que no habría suficiente lugar para contenerlas, y que
el desbordamiento regresaría Al que es la Fuente con acción de gracias. A veces era llevada a advertirles
a las personas que no debían provocar al Señor desobedeciendo, pues aunque Él soporta y sufre mucho
tiempo (como lo hizo con los israelitas rebeldes en el desierto), todos conocerán que Él es un Dios de
justicia y juicio, y tendrán que confesarlo.

Así, estimado amigo, te he dado un claro pero verdadero relato de mi calificación y llamado al servicio
del ministerio. Sin embargo, pasaron varios años antes de que yo llegara a un estado de libertad, y a un
temperamento estable. Porque algunas nubes querían levantarse e interponerse entre mi alma y el Sol
naciente, y a menudo era arrojada en el horno. Pero descubrí, por experiencia, que cada vez que mi alma
era arrojada en el horno de aflicción, se levantaba más limpia y brillante. Y a pesar de que la nube se
interponía entre el Sol naciente y yo, cuando el Sol de justicia aparecía de nuevo, Él traía sanidad bajo
Sus alas y estaba más cerca que antes. Expreso estas cosas en sencillez, como me fueron representadas y
hechas manifiestas en la mañana de mi día.

Llegué a amar el vivir con juicio, y solía orar con frecuencia diciendo: “¡Señor, escudríñame y pruébame,
porque Tú conoces mi corazón mejor de lo que yo lo conozco! ¡No permitas que ningún engaño o
injusticia se aloje en él, y deja que Tus juicios pasen sobre todo lo que es contrario a Tu naturaleza pura
y divina, en mí!” De esta manera mi alma solía respirar al Señor continuamente, con hambre y sed de
un más completo disfrute de Su presencia. Y aunque Él es fuego consumidor de la naturaleza corrupta
del viejo hombre, mi alma amaba morar con Él. Descubrí que muchos tipos de corrupciones trataban de
brotar en mí de nuevo, pero rendí mi mente al Señor con deseos de que Él me alimentara con comida
apropiada para mí. Y puedo decir por experiencia, que el alma que nace de Dios respira por Él tan
constantemente en oración, como un recién nacido respira y exhala aire. Sí, de esta misma manera el hijo
de Dios aspira y respira el aliento de vida, mediante el cual el hombre fue hecho un alma viviente para
Dios. Pero todos aquellos que todavía están en el viejo hombre o naturaleza caída, no experimentan nada
de este aliento puro y divino, pues es un misterio para ellos; sin embargo, el bebé en Cristo sabe que es

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verdadero. Aunque los hijos de la familia de nuestro Padre son de varias edades, crecimientos o estaturas
(en cuanto a fuerza y entendimiento), he observado en mis viajes: Que los que viven para Dios, continúan
en un estado de respiración hacia Él mientras están aquí, y continuamente tienen hambre y sed de un
más completo deleite de Su divina presencia. De este modo, aunque es cierto que cada día que pasa nos
acerca a la tumba, también es cierto que cada día que pasa, puede llevar al alma a una mayor unión y
comunión con Dios. Para mí, cuando encuentro un alma respirando dulcemente para Dios y hambrienta
y sedienta de Su justicia, es señal segura de vida y salud divinas en ella. En realidad, por la manera de
vida de alguien se puede ver claramente y con facilidad saber qué tipo de espíritu gobierna dentro de
esa persona. ¡Es cierto, muchos no creerán estas cosas, ni probarán si lo son o no, en su lugar, están
satisfechos con la cáscara de la religión! Pero, ¿qué harán cuando los rudimentos y pobres elementos de
este mundo caigan y todas nuestras obras deban pasar a través del fuego? ¡Mi alma se lamenta por ellos!
Pero nosotros debemos avanzar y dejarlos si no quieren levantarse y salir de su falso reposo.

Estimado amigo, como bien observas, es de gran ayuda para el alma conocer su propia corrupción y
entender de dónde ha caído, para que pueda saber cómo regresar. Estas cosas son muy ciertas, y el
conocimiento de ellas ha sido de gran consuelo para mí, como también tener las experiencias de los
siervos del Señor junto con los testimonios que dejaron registrados, que son como marcas en el camino
para el viajero espiritual. En verdad tenemos un gran privilegio en y por estos, y por encima de todos,
en Cristo nuestro Modelo santo y Líder celestial que dijo: “Mi juicio es justo, porque no busco mi propia
voluntad, sino la voluntad de mi Padre que me envió.” Mi alma valora el conocimiento de Sus pisadas y
la guía de Su Espíritu, el Espíritu de Verdad, el Consolador, a quien el Padre ha enviado para guiarnos
a toda verdad. “¡Oh!” dice mi alma, “¡ojalá nosotros siguiéramos la guía de nuestro infalible Líder en
todas las cosas a las que Él nos guíe!” Tengo buena razón para creer que Él nos quiere llevar a través de
tribulaciones, tanto para el honor de Dios como para nuestro consuelo, porque el Señor ha llevado mi
alma a través de muchas pruebas, una tras otra, según Él ha visto conveniente, a algunas de las cuales
haré alusión en lo que sigue.

Después de que mi tribulación interna había disminuido, empezaron las pruebas externas, algunas de
las cuales no fueron poca cosa, y trataron con toda su fuerza y astucia de impedir que la obra del Señor
prosperara en mí. Porque así como Saúl cazaba a David e intentaba quitarle su vida natural, así cazaban
estas pruebas mi alma para quitarle la vida que tenía en Dios; sin embargo, todas obraron para mi bien.
He visto a menudo, y por tanto puedo decir, que el Señor sabe qué es mejor para Sus hijos mucho mejor
de lo que nosotros lo sabemos. Y así, mis enemigos, en lugar de alejar mi alma de Dios, la acercaron a Él.
Sí, estas pruebas me hicieron probar el espíritu que tenía el dominio en mi mente, y encontré que era el
Espíritu de Verdad, el que la mente mundana y egocéntrica no puede recibir. Pues descubrí que la natu-
raleza de ella era inofensiva y santa, y que me guiaba a amar a mis enemigos, a tener compasión de ellos y
a orar por ellos. Este amor era mi preservación, y conforme me entregaba en obediencia a la operación y
requerimiento de este Espíritu manso, Él le ministraba paz a mi alma como el mundo no la puede dar.

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Sin embargo, todavía había en mí una disposición de agradar a todos, de la que me resultó muy difícil
ser destetada para permanecer pura para Dios. Hallé que cuando le temía al hombre, no tenía más que
angustia y dolor, y a menudo caminaba sola y derramaba mi lamento al Señor. Pero después de un
largo tiempo, cuando el Señor había tratado mi fidelidad hacia Él según lo consideró conveniente, un día
mientras estaba sentada en una reunión en silencio, esperando en el Señor experimentar mi fuerza reno-
vada en Él, esta porción de las Escrituras me fue dada: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro
Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es
perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados.” Esta trajo gran consuelo
a mi alma y la atesoré en mi corazón. Observé que a partir de ese momento, el Señor le dio a mi alma
(según lo expresa el apóstol Pedro), una entrada más generosa al reino de los cielos o Nueva Jerusalén,
cuyas murallas son salvación y sus puertas alabanza. En realidad, mi mente fue llevada a mayor quietud
y los pensamientos gravosos fueron expulsados en un buen grado. Mis enemigos externos se cansaron de
su obra y abandonaron su esperanza; la alabanza de lo cual yo libremente (y en gran humildad) ofrezco y
adscribo a Dios Todopoderoso, porque fue obra Suya preservarme de tantas tentaciones fuertes.

Así, después de haber sido favorecida con paz en casa en todos los sentidos, fui persuadida por el Espíritu
de amor a viajar al norte de Inglaterra. En mi viaje, mi alma tuvo muchos combates con el espíritu
maligno, tanto cuando estaba dormida como cuando estaba despierta. Mientras dormía me atormentaba
tanto como podía, pero me fue dado abundante valor para hacer guerra contra él, lo cual consolaba
mucho mi mente. En consecuencia, buscaba fervientemente al Señor para que me diera la misma victoria
sobre el diablo cuando estaba despierta, es decir, de la misma manera que me la daba a conocer cuando
estaba dormida. El Espíritu que me conducía era para mí como la aguja de una brújula, pues me señalaba
adónde debía ir. En aquellos días yo tenía ciertas manifestaciones de muchas cosas en sueños, los cuales
sucedieron conforme a sus significados. De hecho, muchas veces fui prevenida de mis enemigos, y como
resultado estaba mejor equipada para protegerme de ellos. Yo viajaba con gran temor y humildad, y el
Señor estaba conmigo para Su gloria y mi consuelo, y me llevó a casa de nuevo en paz.

En el sexto mes del año 1697, mientras estaba sentada en la reunión en Gloucester, Inglaterra (que era
entonces el lugar donde vivía), mi mente fue recogida en perfecta quietud por un tiempo. Parecía como
si mi espíritu hubiera sido llevado a América, y cuando regresó, mi corazón estaba derretido por el amor
de Dios, el cual fluyó sobre el gran océano y me constriño a arrodillarme y a orar por la semilla de Dios
en América. Esta preocupación nunca salió de mi mente, ni de día ni de noche, hasta que me rendí para
viajar ahí en el amor de Dios (el cual es un amor tan universal, que alcanza tierra y mar). Pero cuando vi
la perspectiva desde el ojo de la razón humana, me parecía algo muy extraño y difícil, pues yo no sabía
nada del país ni de nadie que viviera ahí. Razoné mucho con respecto a mi propia incapacidad y cuando
dejé entrar estos razonamientos, no sentí nada sino muerte y oscuridad, y los problemas acudieron a mi
mente. Pero cuando le entregué todo al Señor y accedí en mi mente ir, entonces el amor divino brotó en
mi corazón y mi alma tuvo libertad para adorar al Señor en la tierra de los vivos.

49
Así consideraba y probaba la perspectiva de ir a América en mi propio corazón, hasta que finalmente
estas palabras corrieron por mi mente con autoridad: “Los temerosos e incrédulos tendrán su porción
con el hipócrita, en el lago que arde con fuego y azufre; que es la segunda muerte.” Esto trajo pavor sobre
mí, y entonces le conté a mi esposo que sentía la necesidad de ir a América y le pregunté si él estaría
dispuesto a renunciar a mí. Él dijo que esperaba que Dios no lo requiriera de mí. Entonces le dije que el
Señor ya lo había hecho, pero que yo no iría sin su libre consentimiento, lo cual al principio pareció un
poco difícil para él. Poco después me enfermé de una fiebre violenta, que me trajo tal debilidad que todos
los que me veían pensaban que no me recuperaría. Pero estando convencida de que mi día de trabajo
no había terminado, mi principal preocupación durante la enfermedad era mi viaje a América. Algunos
se inquietaban cuando yo hablaba acerca de esto abiertamente, porque pensaban que yo con seguridad
moriría, y entonces algunos tenían motivos para hablar en mi contra con reproche. Otros me insistían en
que, aun cuando yo me recuperara, mi barco estaría listo para zarpar mucho antes de que yo estuviera en
condiciones de ir. Pero yo pensaba que si ellos me cargaban y me acostaban en el barco, yo estaría bien,
porque el Señor había sido muy misericordioso con mi alma en el tiempo de mi enfermedad, y me había
dado la promesa de que Su presencia iría conmigo. Entonces mi esposo realmente se dispuso a renunciar
a mí, pues dijo, que aunque yo estuviera lejos siete años, eso sería mejor a que yo le fuera quitada para
siempre.

Cuando finalmente todos los obstáculos fueron quitados, en el noveno mes de 1697 zarpé de Bristol junto
con mi compañera Mary Rogers. Los peligros que tuvimos en el mar, la fe y el valor que el Señor le dio a
mi alma y las cosas notables que experimenté antes de regresar de América, sería demasiado grande para
relatarlo en esta carta. Pero puedo decir lo siguiente: Tuve tal evidencia de estar en el lugar adecuado,
que todos los temores fueron quitados. ¡Oh, cuán bueno es confiar en el Señor y ser obediente a Él,
pues Sus misericordias duran para siempre! Grande es la misericordia y bondad de Dios hacia la pobre
humanidad, y puedo decir para Su alabanza, que Él ha estado conmigo a través de muchas estrecheces
y dificultades (más de las que puedo enumerar), y todas estas han obrado para el bien de mi alma. Sí,
tengo buenas razones para creer que cada hijo e hija que Él recibe, Él lo disciplina, lo trata y lo prueba, y
aquellos que no soportan la disciplina de Dios, resultan ser bastardos y no hijos. Sin embargo, puedo en
verdad decir, como lo dijo un antiguo: “Bueno es para mí haber sido afligido” (Salmo 119:71), y es bueno
seguir la guía del Espíritu de Dios, como Abraham lo hizo fielmente, quien fue llamado amigo de Dios y
no retuvo a su único hijo cuando el Señor se lo pidió. Es mi creencia que el Señor trata a sus escogidos,
así como es tratado el oro, y que los quiere refinar, así como es refinado el oro. ¿Y qué si Él continúa
trayéndonos al horno (de la forma que a Él le plazca), hasta que seamos siete veces refinados? Entonces
seremos más capaces de llevar la impresión de Su imagen sobre nosotros en todo lo que hagamos.

El testimonio que Jesús le dio al escriba que deseaba seguirlo es muy cierto: “Las zorras tienen guaridas, y
las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.” ¡Oh, inocente verdad!
¡Oh, Jesús sencillo, manso y humilde! ¿Dónde encuentra Él reposo? ¿Dónde reina Él sin perturbación?
Estimado amigo, perdona mi libertad contigo, pues el amor de Dios me constriñe, y creo que el Señor te

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mostrará aún más qué testimonio debes dar por Su nombre y qué debes sufrir por causa de Él, si eres
fiel. Porque los tiempos de prueba vendrán, ofensas serán dadas y tomadas, pero a los que aman al Señor
Jesús por encima de todo nada los ofende. Muchos murmuraron y se ofendieron con Jesús cuando les
dijo la verdad, y muchos de Sus discípulos dejaron de seguirlo. Entonces les dijo a los doce: “¿Queréis
acaso iros también vosotros?” Pero Pedro dijo: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida
eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Así vemos
que Dios siempre les ha dado a los fieles creer. Ya ha venido el Espíritu de Verdad y lleva a Sus seguidores
a toda verdad. Jesucristo, quien es uno con Su Espíritu, fue ofrecido una vez para llevar los pecados de
muchos, y sin ninguna duda, ha aparecido de nuevo la segunda vez sin relación con el pecado para salvar
a los que le esperan.

¡Oh, ciertamente la bondad de Dios ha sido muy grande para con los hijos de los hombres de edad
en edad, y de una generación a otra desde la caída de nuestros primeros padres! Cuanto más penetra
mi mente en esto, más embargada soy de admiración por Su misericordia y bondad a través de todas
Sus dispensaciones, pero por encima de todo, por la manifestación de Jesucristo nuestro Patrón santo y
Líder celestial. ¡Oh, alma mía, alábalo por el conocimiento de Sus santas huellas, Al que Dios ha dado
como luz para nosotros los gentiles, y por Su salvación hasta los confines de la tierra! ¡Sí, Él ha dado
Su Espíritu para que more en nosotros y ha aceptado que nuestras almas moren en Él! ¡Oh, admirable
bondad! ¿Acaso Lo dejaremos? Él es la Palabra de vida eterna, ¿adónde más podemos ir? En la medida
que algunos sean seguidores de Jesús, así de lejos quiero seguirlos y ser una con ellos, y no más allá. Y si
alguno se vuelve de Él, y regresa al mar del que sale la bestia y recibe su marca, nuestro Líder no debe ser
culpado. Porque Él prosigue Su camino y hace tocar Su trompeta en Sión, y que una alarma sea sonada
en Su monte santo. Todo aquel que oiga el sonido de la trompeta y no atienda la advertencia, su sangre
caerá sobre su propia cabeza. Pero el que atienda la advertencia liberará su propia alma. ¡Oh grande es el
deber del vigilante! ¡Grande es la benevolencia de Dios! Tal como es expresada en Ezequiel 33.

Oh, mi estimado amigo, mi corazón está lleno de la bondad del Señor, pero debo dejar de escribir, no
sea que me vuelva demasiado tediosa. En realidad, se podría considerar una tontería que yo escriba de
esta manera a alguien de tu posición. Sin embargo, me encuentro obligada y debo encomendarla a tu
juicio, sea el que sea. Te aseguro que mi corazón es sencillo, hablo con franqueza y sinceridad; encuentro
más seguro hacerlo así y mantenerme en humilde obediencia al Señor en cualquier cosa que Él requiera
de mí. Sé que la sabiduría de Dios parece necedad a los ojos de los sabios de este mundo, y sabemos
que la sabiduría de este mundo es insensatez para Dios, y que resultará ser así al final, para esas pobres
almas que la estiman grandemente. Pero las almas de los justos están en la mano del Señor, y aunque
tanto su vida como su muerte sean tomadas como miseria ante los ojos de los insensatos, aún así, ningún
tormento los tocará y descansarán en paz.

Mi alma te saluda en el amor que es puro, y permanece siendo tu amiga en verdadera sinceridad,

—ELIZABETH WEBB

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* * *

Elizabeth Webb fue una respetada ministra en la Sociedad de Amigos, en cuyo servicio viajó extensamente
por el evangelio. Como se menciona en la carta anterior, ella cruzó el Atlántico en 1697 para ministrar
entre las colonias americanas, regresando a Inglaterra en 1699. Luego su familia emigró de Inglaterra a
Pennsylvania en 1700, donde continuó como ministra hasta su muerte en 1726. En al menos una ocasión
(en 1710), ella regresó a Inglaterra en obediencia a la guía del Señor. Poco se sabe sobre este viaje además
de su encuentro con Anthony William Boehm en Londres, a quien es dirigida esta carta.

Capítulo V

El Diario de John Burnyeat

[ 1631—1690 ]

En el año 1653, le plació al Señor en Su amor y misericordia enviarnos a Su fiel siervo George Fox,
y a otros de Sus fieles siervos y mensajeros del evangelio de paz y buenas nuevas. Él estaba provisto
del poder eterno de Su Palabra, en la sabiduría y poder de la cual nos proclamó el Día del Señor (en
nuestro condado de Cumberland y norte de Inglaterra), exponiéndole a miles que estaban equivocados y
que buscaban al Señor, el camino correcto de vida, pero que no sabían cómo encontrarlo, ni cómo llegar
a conocerlo, aunque Él no estaba lejos de nosotros. Este bendito hombre, George Fox, uno de miles,
pueden decir muchos, y escogido antes que muchos miles, fue enviado entre nosotros en el poder del
Altísimo, lleno de la fuerza de Su Palabra. En la sabiduría de Dios, dirigió a miles a la luz y aparición de
Jesucristo su Salvador en sus propios corazones, para que pudieran llegar a conocerlo, y conocer la gloria
del Padre a través de Él en Su aparición, y llegar a creer en Él con el corazón y confesarlo con la boca
para salvación.

¡Bendito sea el Señor por el día de misericordia en el que Él nos visitó, porque Le plació hacer esta
obra de amor efectiva en miles, adonde Sus siervos fueron enviados a trabajar! Y entre estos, le plació al
Señor concederme el favor de conservar una porción de esta bendita visitación, por medio de la cual fui
informado del camino correcto del Señor y dirigido a la verdadera luz, hacia la que el apóstol Pablo fue
enviado a volver a la gente en su día (de las tinieblas y poder de Satanás, a Dios y Su bendito poder), la
cual, en mi espera en la luz, recibí.

A través de esta luz, un profundo juicio brotó en mi alma y una gran aflicción creció en mi corazón,
por lo cual fui llevado a una gran tribulación y tristeza, como nunca antes había experimentado en toda

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la profesión de mi religión. De hecho, podría decir en espíritu, que era como “el tiempo de angustia de
Jacob,” pues el Dios del cielo, mediante la luz de Su bendito Hijo que me alumbraba y brillaba en mi
corazón, me dejó ver el cuerpo de muerte y el poder del pecado que reinaba en mí, y me llevó a sentir la
culpa de esto sobre mi consciencia, para que pudiera decir que Él “me hizo cargo de los pecados de mi
juventud.”

A pesar de toda mi altiva profesión de justicia imputada, y la creencia de que, aunque yo viviera en el
acto de pecado, la culpa de este no sería cargada sobre mí, sino imputada a Cristo y Su justicia imputada
a mí; cuando me volví a la luz encontré que era todo lo contrario, pues esta manifestó todas las cosas
reprochables. Me di cuenta de que la culpa permanecía mientras el cuerpo de muerte permaneciera, y
mientras aún fuéramos conducidos al acto de pecado a través del poder de este. Entonces vi que había
necesidad de un salvador para salvar del poder del pecado, así como también de la sangre de un Cristo
sacrificado para borrar el pecado, y de fe en Su nombre para la remisión de los pecados pasados. Después
de esto comenzó la lucha del verdadero esfuerzo por entrar en el reino. Experimenté el estado de Pablo:
El querer estaba presente, pero el poder para hacer, muchas veces estaba ausente. Entonces fue conocido
el clamor: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?,” y ¿quién me librará del poder
dominante de la ley que permanece en los miembros, peleando contra la ley en mi mente y llevándome
cautivo a la ley del pecado?

Cuando verdaderamente comenzó la guerra, toda mi orgullosa presunción en mi fe inventada y con-


ceptual, y todas mis pretensiones y esperanzas de justificación a través de esta, fueron derribadas. En
realidad, todo lo que yo había edificado por varios años en mi profesión, desde los días de mi juventud
(durante los cuales hubo en mí tiernos movimientos en busca de una verdadera relación con el Señor,
conocimiento de Él y paz con Él), resultó ser nada más que una torre de Babel, sobre la cual Dios trajo
confusión. Vi que una torre así nunca podría alcanzar el cielo por estar fuera de la fe de Su pacto, ni
podría llevar al corazón a confiar verdaderamente ni a depender de Su palabra, sino que dirigiría a las
invenciones, a la voluntad y a la acción del yo, aunque se hablara de cosas verdaderas.

Luego, al ver todas mis obras confundidas por las visitaciones de Dios, y por la visitación de la Aurora
de lo alto que descubrió las cosas tal como eran; y verlas a todas terminar en Babel y al Dios del cielo
trayendo confusión sobre ellas, quedé atónito y un temor me cercó por todo lado. Por momentos empecé
a temer que estaba perdido para siempre, porque algo había entrado en mi corazón que volvió el campo
fructífero en un desierto, y lo que yo pensaba que era como el Jardín del Edén en un bosque. El Día de
Dios manifestó que todo era desolación, sequedad y muerte, y llevó mi alma a un profundo lamento y a
tristezas como nunca antes había experimentado. Me lamenté y lloré muchas veces, y mi debilidad era tal,
que deseé estar en un desierto, donde no me encontrara con ninguna tentación o provocación externa.
Porque todas las ideas de las que hablé, acerca de que la justicia imputada de Cristo era la mía, no fueron
confirmadas por el sello de Su Espíritu, y por tanto, mi justicia era sólo una presunción. Vi claramente

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que mi supuesta justicia era algo de mi propia invención, y por consiguiente, que sólo era como la hoja
de higuera con la que Adán se había cubierto, en la que no pudo soportar la llegada de Dios.

¡Oh, la aflicción que me alcanzó! ¡La angustia que me embargó! ¡El horror y el terror que se levantaron
en mi seno! ¡La pobreza y la carencia en que se vio mi alma por el surgimiento de la reveladora luz, hacia
la que el ojo de mi alma estaba vuelto! Cuando esta luz se levantó, de la que los apóstoles de antaño
escribieron, lo manifestó todo; no sólo la carencia en la que yo estaba, sino también las cosas que Dios
reprobaba. Entonces, “el pecado llegó a ser sobremanera pecaminoso,” y el peso y la carga de este llegó
a ser sobremanera gravoso, y todo el placer del mismo fue quitado de mí (y de muchos otros) en ese día.
Después de esto empezamos a llorar por un salvador, a buscar un libertador y a rogar por un ayudador
y sanador. Porque el Día del Señor que trae desolación nos había alcanzado, y el fuego y la espada que
Cristo trae sobre la tierra (mediante la cual quita la paz) había llegado a nosotros. Sin embargo, nosotros
realmente no conocíamos a Aquel de quien venía todo esto, aunque Su ardor y juicio habían comenzado,
mediante lo cual la inmundicia debía ser quitada.

En esta angustia nuestros gemidos y nuestros clamores al Señor eran profundos y llegaron ante Él,
y le agradó al Señor oír y mostrar misericordia. Nosotros nos reuníamos con frecuencia, tal como los
mensajeros del Señor (a quienes Él había enviado entre nosotros) nos habían exhortado hacer, y nos
manteníamos atentos a la luz de Cristo en nuestros corazones y a cualquier cosa que ella sacara a relucir.
Y a través de la asistencia de dicha luz, peleábamos y vigilábamos en nuestros espíritus contra el mal
que se encontraba ahí, y con el entendimiento que recibíamos, esperábamos en el Señor para ver que
más pondría Él de manifiesto, siempre con la santa resolución de obedecer Su voluntad en la medida de
nuestras posibilidades, sin importar cuánto nos costara.

Puedo testificar que la siguiente era la condición de muchos en ese día: Nosotros no le dábamos valor al
mundo, ni a ninguna gloria o placer en este, en comparación con la redención de nuestra alma del estado
caído. Verdaderamente anhelábamos libertad del horror y del terror que sentíamos bajo la indignación
del Señor, en la que vimos que estábamos debido a la culpa del pecado que estaba sobre nosotros. Así
que nos rendimos para soportar la indignación del Señor (porque habíamos pecado), y nos esforzamos
para esperar hasta que la indignación pasara, y que en Su misericordia el Señor borrara la culpa que
permanecía (la que ocasionaba ira), limpiara nuestros corazones de una mala consciencia y nos lavara
con agua pura, a fin de que pudiéramos acercarnos con un corazón sincero y en plena certidumbre de fe,
como los cristianos de antes habían hecho. (Hebreos 10:22)

¡Pero, ay, no teníamos libertad, pues carecíamos de la fe viva! Ni teníamos un corazón sincero mediante
el cual acercarnos, y por tanto, no podíamos tener plena certidumbre, sino que estábamos rodeados de
temores, horrores y estupor. Sin embargo, llegamos a saber que no había otra manera, excepto morar en
estos juicios, esperar en el camino de Sus juicios (Isaías 26:8), entendiendo que debíamos ser redimidos
con juicio, como le fue dicho a Sión. (Isaías 1:27) Así que esperando en estos, comenzamos a aprender

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justicia y a desear fuertemente caminar en ella, porque ya no estábamos satisfechos con sólo hablar de
ella. Así, pues, esperando y buscando al Señor (aunque muy ignorantes de Él), en una profunda cons-
ciencia de nuestra propia indignidad y falta de preparación para encontrarlo debido a la contaminación
de nuestros corazones (que fue vista por Su luz que brilló en ellos), permanecimos postrados en espíritu,
afligidos y azotados en el alma, y sin consuelo. En realidad, nuestros corazones eran inestables como el
agua, con olas que pasaban sobre nuestras cabezas y con nuestras almas en peligro continuo. Nuestra fe
era tan pequeña, que al igual que Pedro, con frecuencia estábamos a punto de hundirnos y clamando en
el peligro.

En esta aflicción y valle de lágrimas por el que caminábamos, por un lado, nuestros corazones quedaron
como bastante muertos al mundo, y a todos sus placeres y gloria, y por otro, llegamos a morir a todas
nuestras anteriores profesiones religiosas, porque vimos que no había vida en ellas, ni ayuda o salvación,
aunque algunos de nosotros las habíamos probado a fondo. Vimos que era en vano buscar salvación en
esas colinas o montañas. Por tanto, al ver el vacío de todas estas cosas, comenzamos a abandonar lo
de ambos lados—tanto la gloria, vanidad y placer del mundo, como la imagen muerta de la profesión
religiosa que habíamos establecido en nuestras imaginaciones e invenciones, y que habíamos adorado
con nuestros corazones no enderezados y espíritus no santificados (siendo aún esclavos y cautivos del
pecado, como todos los que obedecen sus deseos, según Romanos 6:15-16). Sí, cuando tuvimos una
verdadera visión y sentido de que todo lo que teníamos o podíamos hacer para darnos alivio, ayuda o
salvación era insuficiente, entonces lo rechazamos. Y tal como se nos había instruido, volvimos nuestras
mentes hacia la luz de Cristo que brillaba en nuestros corazones, creímos en Él (según Su mandamiento,
Juan 12:36) y nos reunimos para esperar en el Señor, en la luz.

Los profesantes altivos de nuestros días desconocían al Espíritu Santo, debido a su resistencia a Él.
Ellos blasfemaban contra la vida y el poder, y en el mejor de los casos, se alimentaban del árbol del
conocimiento. Todavía recuerdo bien, que en mi espera en el Señor, en la profunda angustia y pesado
juicio que estaban sobre mi alma, para ver si Él aparecería, derrumbaría y me daría alivio de lo que me
mantenía sometido como si fueran barras de hierro... Quiero decir, recuerdo la primera efusión del poder
de Dios sobre mi alma (o el primer derramamiento del Espíritu Santo sobre mí) y cómo llegué entonces
a un verdadero descubrimiento del misterio del árbol del conocimiento.

Vi claramente en la luz, de cuál árbol me había estado alimentando (junto con todos los profesantes
carnales de religión), y cómo habíamos hecho una profesión de lo que no poseíamos. En realidad,
nuestras almas aún estaban muertas, alimentándose de la mera conversación de lo que los santos de
antaño disfrutaron. Y vi que no había forma de llegar al Árbol de la Vida (para que nuestras almas fueran
sanadas por sus hojas, se alimentaran de Su fruto y vivieran para siempre), si yo primero no caía bajo
la hiriente y asesina espada que desenvaina Cristo, por medio de la cual es destruida la vida del viejo
hombre. Vi cuánto desea este hombre permanecer en pecado y servirlo, y aún así, profesar fe en Cristo y
declarar que es Su siervo (lo cual es imposible, según el propio dicho de Cristo: “Ninguno puede servir a

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dos señores,” Mateo 6:24).

Quedó claramente expuesto para mí, que no había otro remedio: Debía ser sepultado con Él para muerte
por el ardiente bautismo de Cristo, o de lo contrario, no habría resurrección con Él en novedad de
vida. Puede que haya un levantamiento en novedad de profesión religiosa, ideas y palabras, pero eso no
serviría, porque lo que yo necesitaba era novedad de vida; lo otro, lo había intentado una y otra vez. Vi
que debía morir con Él, o ser plantado con Él en la semejanza de Su muerte—es decir, verdaderamente
morir al pecado—si alguna vez quería ser unido con Él en la semejanza de Su resurrección, y así vivir
para Dios, según Romanos 6.

Cuando estas cosas me fueron reveladas, claramente vi que todos habíamos sido engañados, al pensar
que mientras viviéramos en la carne, según la carne, y por tanto, en la muerte (alimentándonos del árbol
del conocimiento del que estaba prohibido comer), podríamos cosechar vida eterna. Pues muy pronto
descubrí que el hombre cosecharía según había vivido, y según había sembrado, y no según lo que había
profesado o de lo que había hablado.

Entonces estuve dispuesto a inclinarme ante la cruz y someterme al ardiente bautismo del Espíritu, y
dejar que fuera destruido lo que debía ser consumido, para que mi alma pudiera ser salvada, y llegara a
poseer lo que dura, permanece para siempre y no puede ser sacudido. En consecuencia, los cielos fueron
conmovidos, así como también la tierra, para que lo inconmovible permaneciera, de acuerdo a Hebreos
12:27. Pues la luz o el verdadero Testigo (conforme le hacíamos caso en nuestros corazones), condenaba
los frutos malos de la carne, tanto en nuestra conducta liviana, como en los deseos y pasiones de nuestros
corazones; y además, puso al descubierto y condenó nuestra profesión religiosa carnal (la que estaba
en esa misma naturaleza y mente), de modo que nuestra falsa cubierta y vestimenta fueron quitadas y
nosotros quedamos sin consuelo, desnudos, pobres y sin habitación.

Luego vimos con toda claridad, que nuestra adoración y nuestro pecado eran similares ante los ojos de
Dios. En realidad, incluso nuestras oraciones eran rechazadas y despreciadas, porque todas eran hechas
en una naturaleza y desde una misma semilla y corazón corrupto. Por tanto, nosotros llegamos a ser
como el Judá antiguo (Isaías 1 y 66:3), que matar un buey, sacrificar un cordero, ofrecer una oblación y
quemar incienso eran como matar a un hombre, degollar un perro, ofrecer sangre de cerdo y bendecir
un ídolo. Así vimos, que por falta de justicia, no guardar los mandamientos del Señor, y no abandonar
nuestros propios caminos y todo lo que era malo, nuestra religión era aborrecida por el Señor, y que
nosotros éramos rechazados en todos nuestros hechos y dejados en desolación y esterilidad. Porque sin
importar lo que pretendiéramos, la verdad de lo dicho por Cristo permanece: “El buen árbol no puede
dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos; el árbol se conoce por sus frutos.”

Estas cosas se aclararon maravillosamente en nosotros, y discernimos no sólo los pecados comunes,
de los que todos confiesan que son pecadores (aunque viven en ellos), sino también la hipocresía y
pecaminosidad de la religión que es ejecutada fuera del verdadero Espíritu de gracia y vida (el cual es la

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sal con la que todo sacrificio del evangelio debe ser sazonado, de acuerdo a la figura del antiguo pacto).
En consecuencia, el Señor nos requirió retirarnos y separarnos de nuestra adoración, y que esperáramos
hasta tener nuestro corazón santificado y el espíritu de nuestras mentes renovado, para que pudiéramos
entrar delante de Él con vasijas preparadas. Pronto aprendimos que debe ser cierto en la sustancia, como
lo era en la figura, a saber, que todos los utensilios del tabernáculo debían ser santificados, consagrados
o dedicados. Por lo tanto, salimos de entre todos los que decían adorar, pero que vivían en inmundicia y
abogaban por el pecado.1

Entonces los profanos comenzaron a burlarse, mofarse y abusar de nosotros, nuestras propias familias y
viejos amigos se volvieron extraños para nosotros, y se sentían ofendidos por nosotros. En realidad, nos
odiaban y comenzaron a hablar mal de nosotros, y les parecía extraño que no corriéramos con ellos en el
mismo desenfreno de libertinaje como antes (1 Pedro 4:4). Los profesantes de religión, incluso aquellos
con quienes anteriormente habíamos caminado en compañerismo en nuestra profesión sin vida, también
comenzaron a criticarnos, a denigrarnos, a hablar mal contra nosotros, a acusarnos de error y cisma, y de
separarnos de la fe. También comenzaron a criticar la luz de Cristo, llamándola natural e insuficiente, luz
falsa y falsa guía. De esta manera, Cristo, en Su aparición espiritual fue criticado, denigrado, insultado,
menospreciado y rechazado por los profesantes carnales del cristianismo de nuestro día, tal como
sucedió con los judíos en los días de Su aparición en carne (quienes no podían ver hasta el final a través
del velo).

En este estado débil, éramos acosados por todo lado, y muy angustiados, sacudidos y afligidos. Éramos
como el pobre Israel, cuando el mar estaba delante de ellos y los egipcios detrás, y su esperanza era tan
pequeña que no esperaron más que la muerte. Entonces le dijeron a Moisés: “¿No había sepulcros en
Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?” (Éxodo 14:11) Así encontramos, que a
través de muchas tribulaciones, entrarían al reino todos los que se esforzaran correctamente por entrar
en él. (Hechos 14:22; Lucas 13:24)

Pero cuando estábamos sumidos en nuestros temores, y nuestras mentes no estaban bien familiarizadas
con el verdadero esfuerzo (no del yo, sino en la luz y Semilla de vida que prevalece), o con la verdadera
espera o quietud (separados de nuestros propios pensamientos, voluntades y carrera que no prevalecen),
el Señor nos envió a Sus siervos, los cuales habían aprendido de Él. Ellos nos mostraron en qué debíamos
esperar, y nos orientaron en cómo mantenernos quietos (fuera de nuestros pensamientos y esfuerzos
propios) en la luz que revela todas las cosas, y nos exhortaron a permanecer y a morar en los juicios
que recibiéramos en ella. Así, en la medida que nos volvíamos a la luz, así nuestros entendimientos eran
gradualmente informados y obteníamos una medida de anclaje en nuestras mentes, las que antes habían
sido como un mar revuelto. De hecho, una esperanza empezó a aparecer en nosotros, y nos reuníamos

1 La idea dominante entre los protestantes (tanto entonces como ahora), es que la verdadera libertad del pecado es una
imposibilidad de este lado de la tumba. Los cuáqueros se refieren a tal enseñanza como “abogar por el pecado,” es decir,
la enseñanza que argumenta la continuidad y dominio del pecado durante toda la vida.

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y esperábamos para ver la salvación de Dios (de la que nosotros sólo habíamos oído), anhelando que Él
obrara por medio de Su propio poder.

En aquellos días, aprendimos a reunirnos y a esperar juntos en silencio. En algunas ocasiones, por meses
no se pronunció ni una palabra en nuestras reuniones, pero todo el que era fiel esperaba en la Palabra
viva en su propio corazón, a fin de experimentar santificación y una completa limpieza y renovación de
corazón y del hombre interior. Y a medida que éramos limpiados y hechos aptos, llegamos a tener mayor
deleite en esperar en la Palabra en nuestros corazones, para recibir la leche pura de la que habla Pedro.
(1 Pedro 2:2) Y ciertamente, en nuestra espera recibimos su virtud y crecimos, y fuimos alimentados con
la comida celestial que nutría correctamente nuestras almas.

Así llegamos a recibir más y más del Espíritu de gracia y vida de Cristo nuestro Salvador, quien está
lleno de ellas y en quien habita la plenitud. Él nos enseñó que “renunciando a la impiedad y a los
deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” Llegamos a conocer al verdadero
Maestro, Al que los santos de la antigüedad experimentaron (como dijo el apóstol en Tito 2). Por lo
tanto, aunque habíamos dejado a los sacerdotes asalariados y también a otros altivos “entendidos,” y nos
sentábamos juntos en silencio, no carecíamos de un maestro o de la verdadera instrucción divina. Porque
este era nuestro deseo: Tener toda la carne silenciada delante del Señor y de Su poder, tanto dentro como
fuera de nosotros. Y así, conforme entramos en el verdadero silencio y quietud interna, empezamos a oír
la voz del que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida.” En realidad, Él nos dijo: “Vivan,” y les dio vida a
nuestras almas. Este don santo que Él ha dado, ha sido en nosotros como una fuente de agua que salta
para vida eterna, de acuerdo a Su promesa. Por tanto, ha sido nuestro deleite todo el tiempo esperar en
Él, y acercarnos con nuestros espíritus a Él, tanto en nuestras reuniones como en otros momentos, para
que podamos ser enseñados y salvados por Él.

Así, pues, por un tiempo nos reunimos de esta manera, tan frecuentemente como encontrábamos oportu-
nidad, y fuimos ejercitados en los juicios vivos que brotaban en la luz en nuestras almas, y continuamos
buscando la salvación de Dios. También buscamos al Señor con espíritus angustiados, tanto de noche
sobre nuestras camas como de día cuando estábamos en nuestros trabajos (porque no nos podíamos
detener, pues nuestras almas estaban muy afligidas).

¡Entonces, el maravilloso poder de lo alto fue revelado entre nosotros, y muchos corazones fueron
alcanzados por él, quebrantados y derretidos delante del Dios de toda la tierra! Gran pavor y temblor
cayó sobre muchos, y las cadenas de muerte fueron rotas por Él, las ataduras fueron soltadas y muchas
almas fueron aliviadas y puestas en libertad. Los prisioneros de esperanza empezaron a salir y aquellos
que se habían sentado en tinieblas comenzaron a mostrarse. Numerosas promesas del Señor, de las
que habló el profeta Isaías, se cumplieron para muchos. Algunos experimentaron el óleo de gozo, y una
alegría celestial entró en sus corazones, y en el gozo de sus almas irrumpieron en alabanzas al Señor. Sí,
la lengua del mudo fue desatada por Cristo, el Sanador de nuestras enfermedades, y muchos comenzaron

58
a hablar y a anunciar las maravillas de Dios.

Grande fue el pavor y la gloria de ese poder, el cual en una reunión tras otra era misericordiosa y ricamente
manifestado entre nosotros, quebrantando, suavizando y derritiendo nuestras almas y espíritus delante
del Señor. Luego, nuestros corazones comenzaron a deleitarse en el Señor y en Su camino (el cual Él
había allanado delante de nosotros), y con gran fervor y celo empezamos a buscarlo y a reunirnos más a
menudo que antes. Nuestros corazones fueron verdaderamente afectados con la presencia de ese bendito
poder, el cual diariamente brotaba entre nosotros en nuestras reuniones, y por medio de él éramos gran-
demente consolados, fortalecidos y edificados. Porque este era el mismo Consolador que nuestro Señor
había prometido enviar del Padre. (Juan 14:26-27: Juan 16:13-15) Y este Consolador, habiendo venido y
habiendo sido recibido, nos enseñaba a conocer al Padre y al Hijo. Sí, conforme lo fuimos conociendo y
entrando en la unidad de Él, fuimos enseñados por Él; fuimos enseñados por el Señor de acuerdo a la
promesa del nuevo pacto: “Todos tus hijos serán enseñados por Jehová.” (Isaías 54:13; 1 Juan 2:27)

Entonces nuestros corazones se inclinaron a escuchar al Señor, y nuestros oídos (los cuales Él había
abierto para que oyeran) a oír la enseñanza del Espíritu. En realidad, oímos lo que Él le dijo a la iglesia y
vimos que Él era el principal Pastor y Obispo de nuestras almas, quien nos llevaba a la práctica correcta
del evangelio y a la verdadera adoración del evangelio. Por medio de Su nombre recibimos la remisión
de los pecados pasados, y por medio de Su sangre nuestros corazones fueron purificados de mala
consciencia y se nos dio el agua pura que nos lavó y nos limpió. De modo que con corazones sinceros,
muchos comenzaron a acercarse al Señor en plena certidumbre de fe, como los santos de antaño habían
hecho, y fueron aceptados. Encontramos entrada por ese mismo Espíritu; por ese mismo Espíritu fuimos
bautizados en un solo cuerpo, se nos dio a beber de un mismo Espíritu, y por tanto, fuimos refrescados,
muy consolados y crecimos juntos en el misterio de la comunión del evangelio. Así adoramos a Dios,
quien es Espíritu, en el Espíritu recibido de Él (la cual es la adoración del evangelio, de acuerdo a lo dicho
por Cristo en Juan 4:24).

Luego vimos aún más claramente, que en general todas las adoraciones en el mundo estaban establecidas
por imitación o invención del hombre. Vimos que era en vano adorar a Dios en una forma de adoración
inventada o tradicional, y enseñar como doctrinas los mandamientos de hombres (como había dicho
nuestro Señor, Mateo 15:9; Isaías 29:13). Por lo tanto, fuimos constreñidos no sólo a retirarnos de ellos,
sino (muchos de nosotros) a ir y dar testimonio contra toda adoración que no tuviera la vida y poder
de Dios.

En consecuencia, habiendo sido reunidos por el Señor Jesucristo (el gran Pastor de nuestras almas),
nos convertimos en Sus ovejas y aprendimos a conocer Su voz y a seguirlo. Él nos instruyó y nos guió
a delicados pastos, donde nos alimentamos y juntos reposamos con gran deleite. Él nos dio vida eterna
y manifestó las riquezas de Su gracia en nuestros corazones, mediante la cual fuimos salvos por la fe
y libres de la ira, el miedo y el terror que habían permanecido pesadamente sobre nuestras almas. En

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verdad, llegamos a participar de esa vida en la que consiste la bendición, y así fuimos liberados del poder
de esa muerte que había reinado y había hecho de nosotros unos miserables y desdichados.

¡Oh, el gozo, el placer y el gran deleite con los que nuestros corazones fueron vencidos muchas veces
en nuestras reverentes y santas asambleas! ¡Cómo se derretían nuestros corazones como cera, cómo se
derramaban nuestras almas como agua delante del Señor, cómo se ofrecían nuestros espíritus al Señor
como dulce aceite de unción, incienso y mirra, cuando ni una sola palabra se pronunciaba en toda nuestra
asamblea! Entonces el Señor se deleitaba en descender a Su jardín y caminar en medio de las eras de
especias aromáticas. Sí, Él hizo ‘que los vientos del norte se levantaran y que los vientos del sur soplaran
sobre Su jardín,’ y que las lluvias placenteras descendieran para el refrescamiento de Sus plantas tiernas
y para que pudieran crecer más y más. Para aquellos que habían experimentado la noche de lloro, ahora
había llegado la mañana de alegría (de acuerdo a la antigua experiencia de David, Salmo 30:5). Y aquellos
que anteriormente habían pasado a través de profundas aflicciones, azotes y angustias, experimentaron
el cumplimiento de esa gran promesa del evangelio:

Oh afligida, azotada por la tempestad, sin consuelo, yo asentaré tus piedras en antimonio, tus
cimientos en zafiros. Haré tus almenas de rubíes, tus puertas de cristal, y todo tu muro de piedras
preciosas. Todos tus hijos serán enseñados por el Señor, y grande será el bienestar de tus hijos.
En justicia serás establecida. Estarás lejos de la opresión, pues no temerás, y del terror, pues no se
acercará a ti.
—Isaías. 54:11-14 LBLA

Como resultado de esto, llegamos a ser reunidos en pacto con Dios y a experimentar en Cristo el cum-
plimiento de las promesas de Dios, en Quien todas las promesas son “sí, y amén.” Nos sentamos juntos
en lugares celestiales con Él, y nos alimentamos con la comida celestial, el pan de vida que descendió
del cielo, el que Cristo (el Pastor celestial) nos dio. Pues Él nos sacó de debajo de aquellos pastores que
se alimentaban a sí mismos con cosas temporales del rebaño, y no sabían cómo alimentar al rebaño con
comida espiritual, pues no la tenían.

Así conocimos el poder del Señor Jesucristo en nuestros corazones, llegamos a amarlo profundamente y
nos deleitamos en el disfrute de él. Estimamos todas las cosas como escoria y estiércol en comparación
con la excelencia que encontramos aquí, y por tanto, estuvimos dispuestos a sufrir la pérdida de todo
con tal de ganarlo a Él (tal como sucedió con el apóstol de antaño). Bendito sea el Señor, porque muchos
obtuvieron su deseo, hallaron a su Amado y se encontraron con su Salvador, y de este modo, experimen-
taron Su salud salvadora, por medio de la cual sus almas fueron sanadas. De esta manera llegamos a ser
Su rebaño y familia, o Su familia de fe. Como Sus hijos y bendita familia, continuamos reuniéndonos dos
veces o más por semana, y estando reunidos en Su nombre y santo temor, experimentábamos Su promesa
(de acuerdo a Mateo 18:20), de que Él estaría en medio de nosotros, honrando nuestras asambleas con
Su poder y presencia celestiales. Este era nuestro gran deleite, y la dulzura de Su presencia constreñía

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maravillosamente nuestras almas a amarlo y nuestros corazones a esperar en Él; pues descubrimos que
la antigua experiencia de la Iglesia era cierta: “Tus ungüentos tienen olor agradable, Tu nombre es como
ungüento purificado; por eso te aman las doncellas.”

Al crecer en esta experiencia de bondad del Señor, y de dulzura, gloria y excelencia de Su poder en
nuestras asambleas, crecimos más y más en fuerza y en celo por nuestras reuniones, y valoramos el
beneficio de ellas más que cualquier otra ganancia mundana. Sí, estos tiempos fueron para algunos de
nosotros más que nuestros alimentos esenciales. Continuando así, crecimos más en el entendimiento
de las cosas divinas y de los misterios celestiales, por medio de las revelaciones del poder que estaba
diariamente entre nosotros, y que obraba dulcemente en nuestros corazones, uniéndonos más a Dios y
tejiéndonos en el perfecto vínculo de amor y comunión. Así llegamos a ser un cuerpo unido, formado de
muchos miembros, del que Cristo mismo se convirtió en la Cabeza. Él verdaderamente estaba con noso-
tros y gobernaba sobre nosotros, y además, nos dio dones, por medio de los que crecimos en capacidad y
entendimiento para responder al fin por el que Él nos había levantado, bendecido y santificado a través
de Su Palabra, la cual habitaba en nuestras almas.

En la medida que nos aferramos a nuestro primer amor y continuamos con nuestras reuniones, sin dejar
de congregarnos (como era la costumbre de algunos en la antigüedad, cuyo ejemplo el apóstol exhortó
a los santos no seguir), el poder del Señor continuó con nosotros. Muchos, a través del favor de Dios,
crecieron en sus dones, sus bocas fueron abiertas y se convirtieron en instrumentos en la mano del
Señor para dar testimonio al mundo del Día del Señor, el cual había irrumpido de nuevo, es decir, del
Día grande y notable que Joel había profetizado y del que Pedro dio testimonio. Algunos también fueron
enviados a dar testimonio contra el mundo y sus malos hechos, y contra todas las falsas religiones con las
que la humanidad se había cubierto en la oscuridad y apostasía que se había esparcido sobre ellos, pero
que ahora era vista y puesta al descubierto por la luz y Día de Dios.

Así creció la Verdad y así también los fieles en ella, y muchos fueron vueltos a Dios. Su nombre, fama,
gloria y poder se esparcieron al exterior, y los enemigos de la obra y reino fueron descubiertos y heridos
por el Cordero y Sus seguidores. Esto hizo que el enemigo comenzara a enfurecerse y a mover sus
instrumentos para oponerse a la obra del Señor, e impedir con toda su sutileza que las personas siguieran
al Cordero o creyeran en Su luz.

A partir de ese momento con pluma, lengua y manos también, la bestia y sus seguidores comenzaron
la guerra. Recurrieron a la flagelación, azote, encarcelamiento y confiscación de propiedad. Criticaron,
se opusieron y calumniaron el camino de la verdad, haciendo cualquier cosa que pudiera obstaculizar la
exaltación del reino del Señor Jesucristo. Blasfemaron contra Su luz y Su poder, llamando Su luz “natural,
insuficiente y falsa guía,” y muchos otros nombres llenos de crítica. Llamaron Su poder y operación
“demoníaco,” el poder que en verdad obraba en muchos para la renovación del espíritu de la mente, y
para la reforma de la conducta de todo libertinaje, maldad, injusticia y brujería. Estos eran como los

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fariseos antiguos que dijeron de Cristo, “Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios.”

No obstante, por este tiempo, aquellos que se habían mantenido fieles al Señor (y a Su luz y Espíritu
en sus corazones), y habían salido a través de profunda tribulación (como se relató antes), ya habían
sido confirmados, colocados, satisfechos y establecidos en la vida que era manifestada. En esta vida ellos
vieron por encima de la muerte y a través de las profesiones de los hombres, y pudieron discernir dónde
estaban los hombres y de qué se alimentaban. Vieron que los que clamaban contra la luz y el poder de
Cristo, eran como los que se burlaban en el capítulo 2 de Hechos, que pensaban que los apóstoles estaban
ebrios con vino nuevo.

Desde el año 1653 (el año que fui convencido de la bendita verdad y del camino de vida eterna)
hasta el año 1657, no me sentí impulsado a viajar mucho al extranjero para efectos de la Verdad, salvo
para visitar a los Amigos que estaban prisioneros por el testimonio de la misma. Durante ese tiempo
estuve principalmente en casa, siguiendo mi vocación. Yo era muy diligente en mantenerme en nuestras
reuniones, al estar rendido en mi corazón a asistir fielmente; en realidad, encontraba gran deleite en ellas.
Muchas veces, cuando una reunión terminaba y yo estaba en mi labor externa (en la que también era
muy diligente), anhelaba en mi espíritu el próximo día de reunión, para poder encontrarme con el resto
del pueblo de Señor y esperar en Él. También puedo decir con seguridad, que cuando estaba reunido no
era perezoso, sino que con verdadera diligencia ponía mi corazón a esperar en el Señor una visitación
de Él por medio de Su poder en mi alma. Y puedo decir esto por el Señor y en Su nombre (con muchos
otros testigos), que mientras esperamos con diligencia, paciencia y fe, no esperamos en vano. Él no dejó
que nuestras expectativas fallaran. ¡Eterna gloria, honor y alabanza sean a Su nombre digno y honorable
para siempre! ¡El solo recuerdo de Su bondad y glorioso poder, revelado y renovado en aquellos días,
conmueven mi alma!

Así, en diligente espera, en Su misericordia el Señor visitó nuestros corazones mediante Su poder, y mi
alma era cada día más y más tocada con la gloria, excelencia y dulzura de este, y con el temor santo que
llenaba mi corazón. Esto llegó a ser placentero para mí, por lo que mi espíritu se inclinó para mantenerse
cerca de ese poder y para morar en ese santo temor que el Padre había colocado en mi corazón. Vi lo que
David exhortó en el Salmo 2, cuando dijo de los reyes y jueces de la tierra: “Y ahora, reyes, entended:
admitid corrección, jueces de la tierra,” y añadió: “Servid al Señor con temor, y alegraos con temblor.”
¡Oh, las humillaciones de mi alma! ¡Oh, el agradable temor que habitaba en mi espíritu y los reverentes
temblores que venían sobre mi corazón, que lo llenaban con gozo vivo, como con tuétano y grosura!
Entonces podía decir en mi corazón con David: “Lavaré en inocencia mis manos, y andaré alrededor de
tu altar, oh Señor.” ¡Oh, cuán agradable es acercarse al altar del Señor, teniendo corazones enderezados y
llenos, y almas y espíritus ungidos con la verdadera unción del Santo, de la que habla Juan! (1 Juan 2:27)
Esta unción es la sustancia de la figura en Éxodo 30:25, con la que se le ordenó a Moisés ungir todos los
utensilios del tabernáculo.

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De esta manera fueron adecuados, llenados y equipados nuestros corazones muchas veces en nuestras
asambleas santas, cuando nos sentábamos juntos bajo el mismo temor y poder, porque el templo o
tabernáculo en el que adorábamos como hijos de la nueva Jerusalén, era uno, como dice Juan, “el Señor
Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apocalipsis 21:22). Y cuando mi corazón fue
así acondicionado y llenado, me esforcé por mantener mi espíritu humillado ante el sentido fundidor
del poder, y grande era el cuidado de mi alma para no perder o abusar de ninguna manera de dicho
poder, o dejar que se levantara algo malo en mi mente y ser así traicionado por ello. Descubrí que si yo
era cuidadoso en mantener sujeto todo lo que estaba equivocado, crecía en sana sabiduría y verdadero
entendimiento, incluso de aquellos misterios de los que el mundo era ignorante. Porque el Hijo de Dios
había llegado y fue Él quien dio “entendimiento para conocer al que es verdadero” (como había dicho
Juan), y el que “nos ha sido hecho por Dios sabiduría,” (como dijo Pablo en 1 Corintios 1:30). Yo a
menudo observaba con gran cuidado y diligencia cómo estaba mi propio espíritu en aquellas benditas
y agradables épocas en las que el Señor aparecía maravillosamente entre nosotros, llenando nuestros
corazones de la gloriosa majestad de Su poder. Me mantenía vigilante para ver si mi espíritu estaba sujeto
a Él, como debía ser, porque yo claramente sabía que el enemigo podía engañar y conducir a la altivez,
orgullo y vanagloria. Porque si el alma no es mantenida humilde, pronto se vería privada del poder, pues
Él “encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera.”

En consecuencia, aún en los mayores placeres, vi que había una constante necesidad de cuidado y temor.
Pues aquellos que crecieron perezosos, ociosos y descuidados en la espera del poder en una reunión,
se sentaron sin el sentido de este en un estado muerto, seco y estéril. Estos no fueron diligentes en
mantenerse bajos, humildes y tiernos, y de esta manera, ocuparse de la naturaleza del funcionamiento del
poder, y del estado de sus propios espíritus, y también de vigilar contra las sutilezas del enemigo (quien
está esperando listo para traicionar). De hecho, estos fueron fácilmente apartados (fuera del camino del
poder) por el extraño, incluso cuando el poder estaba operando y el gozo estaba en los corazones de los
demás. Descubrí, que por falta del verdadero temor y cuidado, el alma podía perderse antes de darse
cuenta. Creo que algunos han caído aquí y que difícilmente pueden encontrar la razón de ello.

¡Oh, realmente se puede decir: “Grande es el misterio de la piedad,” es decir, el gran misterio del
que Pablo escribe en Colosenses: “Cristo en vosotros la esperanza de gloria”! Cuando Él está ahí (en
nosotros), grande es el misterio de Su operación en nosotros por medio de Su Espíritu, para abrir y
aclarar el entendimiento de todos los que esperan correctamente en Él. Pues el alma del hombre es la que
experimenta la santificación, la unidad con la vida y la verdadera unción. En efecto, el alma es la que llega
a ser un sacerdote del sacerdocio real, escogido y elegido en el pacto de Dios, y llega a comer correcta y
lícitamente las cosas santas, y a participar de la santa comida santificada. Por lo tanto, el extraño no debe
acercarse a este lugar, y esto estaba representado en la figura: “Esta es la ordenanza de la pascua; ningún
extraño comerá de ella” (Éxodo 12:43), ni “Ningún extraño comerá cosa sagrada” (Levítico 22:10), y de
nuevo, Salomón dijo: “El corazón conoce la amargura de su alma; y extraño no se entremeterá en su
alegría” (Proverbios 14:10). Podría decirse mucho más, pero este es el punto del asunto: El corazón que

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ha experimentado su propia amargura en juicio y angustia, y a través de esto ha llegado a la paz y a la
alegría, debe mantenerse ahí y no dejar que lo que no tiene participación en ello se entrometa con la
alegría, porque si lo hace, pronto derrocará la alegría del alma y la llevará a otro estado. Entonces, el
alma no encontrará más piedad en el día de la angustia de la que obtuvo Judas de los judíos, después de
haber traicionado a su Maestro, cuando le dijeron: “¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”

Como he dicho antes, continué por cuatro años principalmente siguiendo mi vocación externa, y asistien-
do y esperando en el Señor en las operaciones de Su santo poder en mi corazón, tanto en las reuniones
como en otros momentos. Descubrí que cuando mi corazón se mantenía cerca del poder, dondequiera
que estuviera o haciendo lo que tuviera que hacer, me mantenía tierno, suave y vivo. Además de esto,
descubrí que cuando me mantenía diligentemente vuelto hacia él, había una constante y dulce corriente
de paz, placer y gozo divinos que corría suavemente en mi alma, lo cual excedía por mucho los demás
deleites y satisfacciones. Esto llegó a ser una gran motivación en mi alma para velar con diligencia, porque
me di cuenta de que el amor de Dios me constreñía. Asimismo, observé que si lo descuidaba o dejaba
que mi mente siguiera cualquier cosa más de lo que debía, y por tanto, olvidaba esto, yo comenzaba a ser
como un extraño, y vi que pronto podría perder mi interés por estas riquezas y tesoros, y por la verdadera
herencia del Israel espiritual de Dios, la cual Cristo había comprado para mí y me había dado el gusto
de heredar.

Así continué en la santa comunión del evangelio de vida y salvación, con el resto de mis hermanos y
hermanas, y juntos experimentamos muchos días gozosos en el poder del Espíritu Santo, el cual rica y mi-
sericordiosamente continuaba entre nosotros y era diariamente derramado sobre nosotros. Continuamos
creciendo en el favor de Dios y en unidad los unos con los otros, y recibiendo cada día fuerza del Señor
y un incremento de Su divina sabiduría y Espíritu, el cual nos consolaba en gran medida. Recuerdo bien
cuán satisfecho estaba mi corazón en este estado placentero y cómo fui cimentado en contentamiento,
en el cual estuve dispuesto a permanecer. Y debido a las bendiciones y ricas misericordias del Señor que
mi alma disfrutaba, me dispuse a servirle en todo lo que pudiera y de buena gana recibí una parte de Su
preocupación por la iglesia, para poder ser útil en todas las cosas necesarias.

De esta manera el Señor comenzó a moverse en mi corazón por medio de Su Espíritu, para levantarse y
salir con la fuerza de Su palabra, y declarar contra los asalariados2 que se alimentaban a sí mismos y no
alimentaban al pueblo, y mantenían al pueblo ignorante de estas cosas buenas. Pero cuando la palabra
del Señor vino a mí con un mensaje para que lo declarara, esto se convirtió en una gran prueba para mí
y de buena gana la habría evitado, y en su lugar, habría continuado en esa tranquilidad, paz y placer al
que el Señor me había llevado. Pero pronto llegué a saber que no tendría paz sino en la obediencia al
Señor y rindiéndome para hacer Su voluntad (pues estaba seguro que era la palabra del Señor). Entonces
cedí en espíritu y comencé a anhelar el día en que yo pudiera desahogarme y ser aliviado de la carga que

2 Los sacerdotes contratados.

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estaba sobre mí. En realidad no podía contenerme, porque el temor y la majestad del poder de la vida
que habitaba y quemaba como fuego en mi corazón, eran de gran peso.

Cuando llegó el primer día de la semana, fui movido por el Espíritu del Señor a ir a Lorton y hablar con
un sacerdote llamado Fogoe, quien le predicaba al pueblo en la casa de adoración de ellos. Me quedé
hasta que terminó y lo oí afirmar en su predicación, que tanto él como ellos estaban sin la vida de la ley y
del evangelio. Entonces hablé con él y le dije: “¿Con qué predicas u oras, dado que no tienes la vida de la
ley ni la del evangelio?” Pero después de unas pocas palabras se enfureció y provocó a la gente, entonces
cayeron sobre mí, me sacaron de la casa y me golpearon, y el sacerdote me amenazó con ponerme
en el cepo.

Dos semanas después de esto, fui movido a ir de nuevo y hablarle al mismo sacerdote en Loweswater,
la parroquia donde yo vivía entonces. Cuando entré la gente comenzó a mirarme y a fijarse en mí, pero
el sacerdote les mandó que me dejaran en paz, y dijo que si yo permanecía en silencio él conversaría
conmigo cuando hubiera terminado. Por tanto, me quedé quieto y callado, esperando en el Señor. El
sacerdote se preparó para ir a orar, pero cuando vio que yo no me quitaba el sombrero (porque no podía
unirme con él en sus oraciones muertas y sin vida), en lugar de ir a orar, se puso a insultarme y me
dijo que yo no debía permanecer ahí en esa postura. Al final hablé con él y le pregunté de nuevo: “¿Con
qué oras, dado que dices que no tienes la vida de la ley ni del evangelio?”; pero él siguió llamando a la
gente para que me sacara. Al fin, mi padre (que estaba presente y disgustado conmigo por molestar a su
ministro) vino y me sacó de la casa, y estaba muy enojado conmigo. Yo me quedé en el cementerio hasta
que el sacerdote y la gente salieron, y entonces me acerqué adonde él y le hablé de nuevo, pero pronto
comenzó a enfurecerse y amenazarme con el cepo, y luego se escapó. Entonces descargué mi consciencia
de lo que tenía que decir ante la gente, y así me fui en gran paz con el Señor.

No mucho después, el mismo año, fui movido por el Señor por medio de Su Espíritu a ir a Brigham y
hablarle a un sacerdote llamado Denton. Él le estaba predicando al pueblo en la ‘casa del campanario,’3
y su sermón (el cual él había preparado de antemano) tenía muchas acusaciones falsas, mentiras y
calumnias contra los Amigos y contra los principios de la verdad. Yo me quedé hasta que él terminó y
luego le hablé, pero recibí poca respuesta antes de que algunos de sus oyentes cayeran sobre mí, me
golpearan con sus biblias y con sus bastones continuamente, mientras me sacaban de la casa y también
del cementerio, de modo que al día siguiente estaba dolorido por los golpes. Luego el sacerdote mandó
al aguacil a detenerme, a mí y a un Amigo que estaba conmigo. Así, al día siguiente, fuimos llevados a
Lancelot Fletcher de Tallentire, quien mandó que se escribiera una orden de arresto contra nosotros, y
fuimos enviados de alguacil a alguacil y luego a la cárcel común en Carlisle, donde estuve prisionero por
veintitrés semanas.

3 Sabiendo que la verdadera iglesia es el cuerpo espiritual de Jesucristo, los primeros cuáqueros no estaban dispuestos
a usar el término “iglesia” para referirse al edificio físico, y en su lugar usaban el término en inglés “steeple-house,” el
cual significa ‘casa del campanario.’

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Mientras estaba en prisión, una carga por Escocia vino sobre mí, pero estando prisionero y no muy
familiarizado con la manera y la obra del poder y Espíritu del Señor en relación a este tipo de servicio, el
ejercicio bajo el cual estaba mi espíritu era grande. Pues fui abrumado por falta de experiencia y claridad
de entendimiento, y por un tiempo estuve bastante perdido en lo profundo, donde la angustia de mi alma
estaba más allá de las palabras. Pero el Dios misericordioso, mediante Su poderoso brazo y sanadora
y salvadora Palabra de vida, restauró y sacó mi alma de las profundidades donde estuvo sepultada por
un tiempo. En realidad, Él renovó la vida y la comprensión, e hizo que la luz de Su rostro brillara y
que la dulzura de Su paz brotara, para que yo en verdad pudiera decir: “Él hizo que los huesos que Él
había quebrantado se regocijaran.” Cuando Él me había quebrantado y humillado, y me había dejado ver
cómo podía hacer que todas las cosas se convirtieran en nada, y así esconder toda la gloria del hombre,
entonces, en Su bondad reveló Su propia gloria, poder, presencia y vida vigorizante. Sí, Él le reveló a mi
entendimiento Su buena voluntad, de tal manera que me rendí voluntariamente en corazón y espíritu,
con toda prontitud y complacencia de mente.

Después de permanecer cerca de veintitrés semanas en prisión, me dieron mi libertad, regresé a casa
y seguí con mi vocación externa ese verano. Crecí más en la comprensión de la mente y voluntad del
Señor, con respecto a aquellas cosas que yo tuve a la vista mientras estaba en prisión. Me mantuve en las
reuniones y continué esperando en el Señor en un verdadero esfuerzo de espíritu, para conocerlo más y
disfrutar más de Su poder y Palabra. Así crecí no sólo en entendimiento, sino también en un grado de
fuerza y capacidad, para responder al servicio que el Señor me había llamado.

Entonces, en la fe que descansa en el poder de Dios, hacia el principio del octavo mes de 1658, hice
mi viaje a Escocia; viajé en esa nación por aproximadamente tres meses. Estuve tanto en el norte como
en el oeste de ese país; tan al norte como Aberdeen y de regreso a Edinburgh, y al oeste en Linlithgow,
Hamilton, Ayr, hasta Port Patrick y de regreso a Ayr y Douglass. Hacíamos nuestro servicio en sus ‘casas
de campanario,’ sus mercados y otros lugares donde nos reuníamos con personas, y a veces en reuniones
de Amigos, dondequiera que hubiera alguna. Nuestra obra era llamar a las personas al arrepentimiento, a
salir de su profesión hipócrita sin vida y de las formalidades muertas (en las que se habían establecido en
la ignorancia del Dios vivo y verdadero), y volverlos a la verdadera luz de Jesucristo en sus corazones, para
que ahí pudieran llegar a conocer el poder de Dios, y de esa manera, experimentar la remisión de pecados
y recibir herencia entre los santificados. Sintiéndonos aliviados de la carga con respecto a esa nación,
regresamos a Inglaterra y llegamos por agua a Bowstead Hill el primer día del mes once de 1658.

Después de mi regreso a casa, seguí con mi oficio nuevamente y me mantuve en las reuniones hasta el
tercer mes de 1659, después del cual tomé un barco hacia Irlanda. Porque mientras estuve en Escocia,
nació en mí una preocupación en la verdad por visitar esa nación, y mientras estaba en casa, creció
poderosamente en mí a través de la fuerza de la Palabra de vida. Pues el Señor con frecuencia llenaba y
enriquecía mi corazón y mi alma con Su glorioso poder, y así me santificaba y me preparaba para lo que
disponía para mí. A menudo fui llevado a Irlanda en espíritu, y tenía fijo en mí que esa nación era el lugar

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donde debía ir para servirle al Señor, dar testimonio de la Verdad, llamar a la gente al arrepentimiento y
exponer el camino de vida y salvación para ellos.

Esperé hasta que se cumpliera el tiempo (de acuerdo al bendito consejo de Dios, en el que encontré Su
poder de guía conmigo, y también yendo antes que yo), y en el momento antes mencionado, tomé el barco
en Whitehaven y toqué tierra en Donaghadee al norte de Irlanda. Viajé a Lisburn, Lurgan y a Kilmore en
el condado de Armagh; y así, por algún tiempo tuve reuniones entre Amigos de arriba abajo en el norte.
Mucha gente llegó a las reuniones, y muchas de ellas fueron convencidas y vueltas a Dios del mal y de la
vanidad de sus caminos. De ahí viajé a Dublin y luego a Mountmellick, y así sucesivamente a Kilkenny,
Caperqueen, Tullow, Cork y Bandon, y de regreso a Cork y luego a Youghal, Waterford, Ross y Wexford.
Tuve reuniones a lo largo del camino mientras viajaba, y de acuerdo a la capacidad que recibí de Dios,
fue fiel y prediqué la verdad y de la verdadera fe de Jesucristo.

Habiendo atravesado el país y publicado el nombre y la verdad de Dios en Su temor cuando tenía oportu-
nidad, me dispuse a regresar a mi hogar en Inglaterra. Para ese propósito bajé a Carrickfergus, pero antes
de llegar, vino sobre mí que debía regresar a Lurgan y Kilmore, y de ahí a Londonderry. Así que mandé
un mensaje para que convocaran una reunión en Lurgan y continué a Carrickfergus, donde tuvimos una
reunión a la que asistieron muchas personas. Allí descargué lo que había en mi consciencia para ellos en
el temor del Señor, y luego regresé a Lurgan, tal como había decidido. Ahí me encontré con Robert Lodge,
recién llegado de Inglaterra, quien también tenía en su corazón ir a Londonderry. Así, Robert Lodge y yo
nos ocupamos de una obra y servicio, y viajamos juntos; estábamos verdaderamente unidos en espíritu,
en la unidad de la fe y de la vida de Cristo. En la bendita unidad y comunión del evangelio del Hijo
de Dios, trabajamos y viajamos por la nación de Irlanda durante doce meses, separándonos con poca
frecuencia (porque a veces fuimos movidos a separarnos por un corto tiempo por el bien del servicio, y
luego nos reuníamos de nuevo). El Señor nos dio dulce compañerismo y paz en todos nuestros viajes, y
no recuerdo que alguna vez nos enojáramos o entristeciéramos uno al otro en todo ese tiempo.

Así pasamos nuestro tiempo, en diligente trabajo y duros viajes, a menudo con frío, hambre y apuros en
dicho país, el cual, para ese entonces, estaba deshabitado en muchas partes. Estuvimos en prisión varias
veces, una vez en Armagh, una vez en Dublin, dos veces en Cork; además recibimos otros abusos de parte
de muchos por causa de nuestro testimonio, el cual teníamos que dar en nombre del Señor. Después
de viajar y trabajar juntos en el evangelio por doce meses, y ver a muchos convencidos y llevados a la
Verdad, quedamos libres de nuestro servicio ahí y en el séptimo mes de 1660, tomamos un barco en
Carrickfergus hacia Inglaterra.

En casa regresé a mi vocación externa y me mantuve diligentemente asistiendo a las reuniones, porque
todavía me deleitaba hacerlo, y mientras estaba ahí, era diligente esperando en el Señor. Pues siempre
encontré que ahí recibía de parte del Señor, incremento de fuerza, vida y sabiduría. Y cuando descubría
algún movimiento del Señor sobre mí para ir a cualquier reunión en el exterior, en nuestro condado o en

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algún otro, iba y descargaba lo que había en mi consciencia según el Señor me daba capacidad, y luego
regresaba a mi vocación externa, y así a nuestra propia reunión, donde me deleitaba esperar en silencio en
el Señor. Yo amaba mucho nuestras reuniones, porque de ese modo encontraba un crecimiento interior
a través de las enseñanzas y revelaciones de Su Espíritu en mi corazón. Y cuando algo era revelado en
mí para decirlo en nuestra reunión, me rendía a ello. Y aunque algunas veces estaba cerca de apagar al
Espíritu por lentitud y temor de hablar en el nombre del Señor, aun así crecía gradualmente y aumentaba
en fe y confianza santa más y más.

[La siguiente epístola fue escrita mientras estaba en Irlanda, y es una de muchas epístolas que pueden en-
contrarse en la versión no abreviaba del Diario de la Vida y Trabajos del Evangelio de John Burnyeat]

Queridos Amigos,

En cariñoso y tierno amor saludo a todos los fieles al Señor, sin acepción de personas. En Su vida y amor los
siento, en el cual mi corazón se abre para ustedes, aquellos con quienes soy diariamente refrescado y consolado
en Cristo Jesús, fuente y manantial de vida y refrigerio. En realidad, Él es nuestra Roca y diario refugio, a
quien huimos y somos salvados en el día de tormentas y tempestades, cuando se levantan las inundaciones y
las violentas olas del mar se encrespan y golpean. Sin embargo, en la Luz tenemos un escondite seguro, y una
segura y pacífica habitación, contra La que estas no pueden prevalecer, mientras permanezcamos fieles al Señor
en ella. Su amor hacia nosotros ha abundado y abundará, mientras permanezcamos en eso que Su amor alcanza,
que es, Su propia Semilla. Él ha levantado esta Semilla en nosotros por medio de Su poder y brazo extendido,
y en Ella los brotes de la vida y del amor son conocidos y recibidos.

¡Por lo tanto, mis queridos amigos, aférrense a ella y siéntanla continuamente! Manténganse frescos, vivos y
abiertos de corazón, para que puedan estar siempre en la Vida, y que nada que pueda cubrir la Semilla entre y
la oprima. Como uno que (con ustedes) ha sido hecho partícipe del rico e infinito amor de Dios, los exhorto,
amados, a seguir en Su amor y a permanecer fieles en la Vida, para que la muerte no pase por encima de nadie
otra vez. Y más bien, que la Vida que Dios ha levantado sea sentida y gobierne en cada uno de nosotros, sobre
el que tiene el poder de la muerte, para alabanza y gloria de Aquel que nos ha redimido. En Él, se recibe a diario
todo consuelo, fuerza y refrigerio, porque Él es la vida y la fuerza de todo el que espera en Él, y está cerca para
preservar a todo el que es recto en su amor hacia Él. En Él tenemos seguridad, creyendo que ni tribulación,
aflicción, persecución, angustia podrá separarnos del amor de Dios que disfrutamos en Cristo Jesús. Y aunque
el Señor permita que grandes dificultades vengan sobre nosotros (como lo es en este día) para probarnos, estas
no pueden separarnos unos de otros, ni quebrar nuestra unidad en el Espíritu en el que nos sentimos y gozamos
unos con otros.

En esta unidad, mis queridos Amigos, los recuerdo con frecuencia, para el gozo y alegría de mi corazón. Pues
ciertamente ustedes son a menudo mi gozo en el Señor, cuando todos los demás consuelos me son quitados;
pero es por medio de esa Semilla en la que los siento y los disfruto, en la que nuestra unidad, vida y amor

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permanecen, y en la que yo permanezco,

Su hermano en mi medida recibida,

—JOHN BURNYEAT
Clanbrassil, Irlanda, el cuarto día del mes cuatro, de 1660

* * *

Sería difícil exagerar la influencia que la vida y ministerio de John Burnyeat tuvieron al principio de la
Sociedad de Amigos. Después de su muerte en 1690, George Fox escribió de él: “Fue un amigo y hermano
fiel, y un ministro competente de Jesucristo... un verdadero apóstol de Jesucristo, quien Lo predicó
gratuitamente, tanto por mar como por tierra. Fue un anciano y pilar en la casa de Dios, y un hombre
muy dotado de la sabiduría de Dios, y en ella tenía cuidado del bienestar de la iglesia de Cristo.”

Como muchos otros de los primeros trabajadores que el Señor envió a Su cosecha, John Burnyeat viajó
y ministró incesantemente, predicando y animando al rebaño de Cristo por toda Inglaterra, Escocia,
Irlanda, Barbados y las colonias en América. Fue encarcelado muchas veces por su testimonio, y sufrió
grandes injusticias a manos de sacerdotes y magistrados perseguidores. Los últimos años de su vida los
pasó en Irlanda, donde fortaleció los corazones de los Amigos durante lo que ahora se llama ‘La guerra
Guillermita,’ un tiempo de gran caos y derramamiento de sangre en la nación. Aquellos que lo conocieron
mejor lo describen como “un instrumento precioso en la mano del Señor, capaz y hábil en el ministerio
para la consolación de Su pueblo... un jovial alentador de ellos, un querido amigo y verdadero hermano,
un diligente obispo y tierno padre, un hombre perfecto y recto en su día.”

Capítulo VI

La Vida de Joseph Pike

[ 1657—1729 ]

Es mi deber dar cuenta de mis viajes espirituales y de los diversos ejercicios del alma por los que he
pasado y experimentado en el camino de regeneración, desde mi juventud en adelante. Aunque estas
experiencias quedaron muy impresas en mi mente por la profunda aflicción, tanto que no las olvidaré
mientras perdure mi memoria, han sido avivadas a menudo en mi recuerdo (por el mismo Espíritu que
me llevó a través de ellas), junto con un sentido de apremio de consignar algunas de ellas por escrito.
Por tanto, esperé el tiempo del Señor para ser asistido en esto por el Santo Recordador, para que lo

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que escribiera, fuera en el sentido vivo y divino de lo que experimenté en tiempos pasados. Al esperar,
encontré una dulce claridad para proceder y fui impulsado a una divina evocación de las maravillosas
misericordias, liberaciones e indescriptibles bondades del Señor hacia mí, desde mi niñez hasta hoy. Por
tanto, con gran reverencia se inclina humildemente mi alma delante de Él (como con mi boca en el polvo),
alabando Su santo y eterno nombre, y suplicándole que misericordiosamente se complazca en guardarme
y preservarme hasta el fin de mis días, y me dé herencia eterna entre los santificados en nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. Amén, dice mi alma.

Antes de cumplir los siete años, el Espíritu del Señor empezó a obrar en mi mente y a luchar conmigo para
alejarme de los juegos y vanidades infantiles. Esta santa Luz en mi alma (como descubrí poco después),
me convencía que no debía ceder, o hacer esto o aquello que se presentaba. Y cuando en algún momento
yo hacía lo que no debía haber hecho, Ella traía aflicción y condenación sobre mí, incluso en aquellos
primeros años (como siempre ha hecho desde entonces), cuando hacía algo que ofendía al Señor. Si este
fuera el lugar apropiado para esto, yo podría extenderme ampliamente sobre la naturaleza divina de este
santo principio de la Luz y Espíritu de Jesucristo en el alma, de lo que las Santas Escrituras largamente
testifican. Sin embargo, seré guiado a hacerlo en el proceso de esta historia, sabiendo por experiencia pro-
pia, que esta Luz no es algo de nuestra naturaleza, ni algún conocimiento innato de nuestras mentes, pues
nada de nuestra naturaleza caída o que proceda de ella, puede mostrarnos o convencernos de pecado.

Aunque en ese momento no sabía que era el Espíritu del Señor al que yo sentía obrando en mí (tal como
Samuel no conocía la voz del Señor cuando era un niño), aún así era convencido en mí mismo, mediante
Sus santas convicciones, de que no debía hacer aquellas cosas que traían aflicción sobre mí. Cuando en
algún momento me abstenía de hacer lo que causaba dicha angustia, experimentaba una dulce paz y
satisfacción en la mente, que me hacían estar más atento a Sus dictados, y era alejado de muchos actos
infantiles a los que los jóvenes son propensos. De esta manera, crecí en sobriedad más allá de muchos de
mi edad, hasta aproximadamente los nueve años.

Pero poco tiempo después, gradualmente comencé a perder esta condición. Recuerdo bien la manera
en que el enemigo de mi alma trabajó en secreto, insinuando en mi mente: “¿Qué daño hacen o qué de
malo hay en las cosas que son consideradas diversiones inocentes?” Al ser de un carácter vivaz y activo
este cebo me capturó, y mi mente dejó de prestarles atención a las convicciones del Espíritu Santo del
Señor en mi corazón, lo que a menudo trajo angustia y condenación sobre mí. Al comenzar a amar los
pasatiempos, perdí la dulzura y la paz internas que antes había disfrutado, y por el esfuerzo que hacía
para sofocar las reprimendas secretas, me fui endureciendo, hasta que por el deseo de seguir acompañado
de otros muchachos indomables, me deleitaba salir a las calles a jugar con ellos. Como resultado de esto,
me volví muy desenfrenado, aunque mis queridos padres se esforzaban por restringirme. Después de
que pasaba tiempo con tales compañeros, cuando me quedaba un poco quieto, los juicios del Señor se
apoderaban de mí y me llevaban bajo gran aflicción de alma. Entonces decidía abstenerme y no volver
a hacerlo, sin embargo, no podía resistir la siguiente tentación que se presentaba y caía de nuevo en la

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misma trampa.

Así sucedió conmigo hasta que tuve aproximadamente doce años. Aunque, para alabanza del Señor fui
preservado de actos muy malos y desagradables, o incluso, de palabras muy malas, mi mente fue alejada
hacia vanidades y desenfreno, y quedé lejos de ser tan sobrio como debía haber sido.

Aquí, si se me permite, voy a hacer un paréntesis de advertencia con respecto a los padres: Si ustedes
tienen alguna estima por el bien de sus hijos, deben mantener una mano muy estricta sobre ellos,
especialmente cuando son propensos al desenfreno, como lo era yo, porque si mis padres no hubieran
sido cuidadosos conmigo, yo habría sido mucho peor de lo que fui. Aunque mi querida madre nunca
me consintió ninguna práctica malvada (al ser una mujer prudente y discreta), me amaba muchísimo,
lo que yo sabía bien, y confiando en alguna medida en esto a veces me aventuraba a salir, lo cual no
habría hecho si ella me hubiera corregido más a menudo. Yo les aconsejaría y advertiría a todos los
padres, que tengan particular cuidado con sus hijos cuando van y regresan de la escuela, para que no
caigan en compañías que con seguridad los corromperán. Puedo decir a partir de mi propia experiencia,
que si desde el principio se le dan cabida a cositas dañinas, el enemigo toma ventaja y se va robando la
mente y alejándola gradualmente hacia mayores maldades. Es por esta razón que se nos ordena que nos
abstengamos de toda aparición del mal, lo cual ciertamente no podemos hacer, excepto con la asistencia
del Espíritu Santo del Señor. Sin embargo, al tomar la cruz de Cristo contra tales apariciones, realmente
experimentamos la derrota de los asaltos y tentaciones de Satanás.

Vi en la luz que si yo persistía en la vanidad y desenfreno, permanecía en el camino de destrucción.


Siempre que los terrores del Señor estaban sobre mí, nuevamente determinaba abstenerme y evitar tal
conducta, pero dichas decisiones eran hechas en mi propia fuerza y por eso quedaban en nada, y a
menudo la siguiente tentación prevalecía sobre mí. Entonces, una vez más, los justos juicios del Señor se
apoderaban de mí, y así repetidamente, acumulaba más por lo que tenía que arrepentirme.

En ese tiempo, 1669, no teníamos reuniones en la tarde en el lugar donde eran celebradas las reuniones
de culto público, pero teníamos reuniones en la noche, las cuales eran celebradas en las casas de los
Amigos alternadamente. William Edmundson de Rosenallis,1 ese digno y honorable Amigo y padre en
Israel, estaba interesado por ese tiempo en visitar a los Amigos de esta provincia. Mientras él estaba en
Cork, la reunión de la noche tocaba celebrarla en la casa de la viuda Bridget Denis (quien más tarde se
convirtió en una Amiga fiel, y hacia el final de su vida predicaba la verdad, y no tengo duda de que murió
en el Señor). Yo fui a esa reunión con gran pesadez y aflicción sobre mi alma, bajo un sentimiento triste
por mis repetidas transgresiones contra el Señor, y con fervientes clamores de que Él se complaciera en
perdonarme y me concediera poder y fuerza sobre las tentaciones del enemigo, pues claramente vi que
no era capaz, mediante ninguna habilidad propia, de preservarme de la menor maldad, en concordancia

1 William Edmundson (1627-1712) fue un ministro y anciano altamente estimado en la Sociedad de Amigos de Irlanda. Él
viajó y predicó incansablemente por más de cincuenta años, y sufrió mucho por su testimonio de la verdad.

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con lo dicho por nuestro bendito Señor: “Porque separados de mí nada podéis hacer.”

Me senté en la reunión lleno de aflicción, y el testimonio de William Edmundson alcanzó mi condición


interna y penetró mi alma tanto, que no podía evitar gritar en la reunión bajo la consciencia de mis
pecados y por los terrores y juicios del Señor, los cuales sentí más allá de lo que nunca antes había
experimentado. En ese momento fui tan verdaderamente bautizado por la poderosa predicación de la
Palabra de vida por medio de él, como lo fueron aquellos a quienes el apóstol Pedro les predicó en Hechos
2:37. Entonces, oh entonces, mis pecados (y la verdadera pecaminosidad de ellos) fueron puestos delante
de mí, y en la agonía y amargura de mi alma secretamente clamé con humildes oraciones al Señor por el
perdón y remisión de ellos, pidiéndole que por medio de Su Santo Espíritu se complaciera en permitirme
caminar más prudentemente en el porvenir y hacer Su santa voluntad, para que yo pudiera servirle y
adorarlo verdaderamente en Espíritu y en verdad.

Los pesados juicios del Señor continuaron sobre mí por un tiempo considerable, cuánto, no lo recuerdo
con exactitud, pero creo que fueron algunos meses, hasta que llegué a obedecer Su divina luz o buen
Espíritu en mi alma, sin el cual no podría realizar algo aceptable para Dios. He descubierto desde
entonces mediante vívida experiencia, que aunque nuestro Señor y Salvador Jesucristo (por medio de Sus
sufrimientos y muerte) me colocó a mí y a toda la humanidad en una condición adecuada para alcanzar
la salvación, aun así, el cumplimiento de la misma es experimentado en nuestra obediencia a Su Santo
Espíritu. Él nos ha dado a cada uno de nosotros una medida de este Espíritu, según las Escrituras, “para
provecho,” y para que de esa manera nos ‘ocupemos de nuestra salvación.’

Después de que el poder bautizador del Señor se apoderó de mí, me fue dado dominio sobre aquellas
tentaciones que antes habían prevalecido tan a menudo sobre mí, y me volví más tranquilo en espíritu y
tenía gran dulzura y consuelo. Mis compañeros se preguntaban sobre este cambio, y cuando me cruzaba
con ellos en la calle los oía hablar entre sí: “¿Qué le pasa a Joe Pike? ¡No quiere hablarnos!” Al oír esto
yo me regocijaba grandemente en mi corazón, dándole humildes gracias al Señor por haberme dado
tanto poder y victoria sobre las tentaciones en las que tantas veces había caído antes. Luego comencé a
amar al Señor y a deleitarme en volver mi mente al interior, y a diligentemente esperarlo por medio de
la ayuda de Su Santo Espíritu, mediante el cual poco a poco crecí en experiencia y conocimiento de las
cosas de Dios.

¡Oh, cuánto amaba ir a las reuniones! En realidad, yo anhelaba los días de reuniones, y cuando estaba
ahí me esforzaba por tener mi mente internamente ejercitada hacia el Señor, a Quien amaba con todas
las fuerzas de mi alma. ¡Oh, cuán cercanos y amados eran para mí los ministros y siervos fieles del Señor,
y los otros Amigos también, en cuya compañía yo me deleitaba grandemente y amaba oírlos hablar de
las cosas de Dios! ¡Mi mente, en verdad, había sido completamente apartada de las vanidades, juegos y
pasatiempos del mundo; todo era nada para mí! Cada vez que podía me iba a algunos lugares escondidos a
esperar en el Señor, y ahí derramaba mi alma delante de Él con desbordantes lágrimas de alegría, porque

72
Él había obrado tan misericordiosamente este gran cambio en mí. De hecho, puedo decir con humilde
acción de gracias y alabanza a Su santo nombre, que a Él le plació aceptar mi tierna ofrenda de corazón
quebrantado, al devolver a veces sobre mi alma dulces réditos de Su divino poder y viva presencia, para
colmar mi espíritu de indecible gozo.

Fui a reuniones, en las que mientras estaba ahí, una fe viva me ayudaba y una plena certeza se levantaba
en mi alma, de que si esperaba diligentemente con mi mente internamente ejercitada hacia el Señor,
sentiría Su presencia vivificadora; y en verdad, en concordancia con mi fe, el Señor irrumpía sobre mi
espíritu con inefable consuelo. El recuerdo de esas épocas es renovado dentro de mí en este momento,
por lo que mi alma se derrite de ternura con humilde acción de gracias y alabanza a Su santa y divina
majestad. En realidad Él me ha mantenido vivo en espíritu hasta la vejez, para dar este testimonio de Él a
partir de mi propia experiencia, de que Su santa Verdad no envejece como lo hace el vestido. Pues aunque
ahora estoy desgastado en cuerpo, y debido a una gran debilidad parece estar al borde de la tumba, con
todo puedo decir para alabanza del Señor, que estoy tan fuerte en Él y en el poder de Su fuerza, y siento
mi espíritu tan celoso por Su santo nombre y testimonio, como en cualquier momento de mi vida. ¡Por
esto, todo en mi interior magnifica y exalta (con mi boca en el polvo) el santo y eterno nombre del Señor
del cielo y de la tierra, quien vive por los siglos de los siglos!

Antes de cumplir catorce años de edad, debido a la obra del Espíritu Santo del Señor en mí, llegué a
experimentar un estado de pureza, santidad e inocencia, en el que no podía levantarse un pensamiento
vano o insensato en mi mente, sin que la santa luz de Cristo me permitiera verlo y juzgarlo prontamente,
para que aborreciera todos los pensamientos, palabras y actos malvados, y amara la verdad y la justicia
con toda mi alma. Yo amaba cariñosamente a todos los Amigos fieles y los sentía tan queridos para mí
como mi propia vida; y en realidad, ellos me amaban al ser conscientes de que yo amaba al Señor.

Aquí, permítanme agregar una advertencia a todos los ministros y ancianos: Tengan gran cuidado con
cualquier libertad indebida de palabras o conducta delante de aquellos que son jóvenes y tiernos en la
Verdad, estén en la juventud o en la vejez. Porque los recién convencidos son agudos en su observación,
y si ven algo (ya sea en el uso de más palabras de las que son necesarias, o en comportamiento, etc.)
que piensan que no está en concordancia con la firmeza a la que conduce la Verdad, es probable que les
estorbe y los confunda. Vemos que el gran apóstol Pablo era muy tierno con aquellos que eran jóvenes y
débiles, y se negaba a sí mismo cosas lícitas para no ofenderlos diciendo: “Todas las cosas me son lícitas,
mas no todas convienen.”

A pesar de que por el poder y Espíritu del Señor había alcanzado un estado de pureza, ¡ay de mí!, lo perdí
de nuevo por falta de verdadera y diligente vigilancia a la luz y cercano seguimiento a sus guías, y no por
alguna maldad manifiesta que hubiera cometido. Entre los catorce y quince años me fui haciendo más
negligente en esperar en el Señor, y de ahí, a una cada vez mayor frialdad de mi amor a Él; de esta manera
perdí gradualmente aquel estado tierno de espíritu que había experimentado anteriormente. Luego el

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enemigo de mi alma me tentó con los placeres y vanidades del mundo, de tal manera, que mi mente fue
seducida y atraída hacia ellas, y las amaba y me deleitaba en ellas.

Entre otras cosas, me incliné a disfrutar de la ropa fina que podía obtener, de lo cual recuerdo un
momento en particular. Tras obtener un abrigo nuevo muy fino, el espíritu de orgullo se levantó en mí y
pasando por una calle, (todavía recuerdo el lugar) pensé que yo era alguien (como dice el dicho). Pero en
medio de estos pensamientos vanos e insensatos, de un momento a otro fui golpeado por el Señor como
si me hubiera lanzado una flecha, y rápidamente pasó por mi mente lo siguiente: “¡Pobre desgraciado!
¡Jesucristo, el Señor del cielo y de la tierra era humilde y de corazón bajo, y Su apariencia humilde en la
tierra! Él no era orgulloso ni altivo. Y tú, pobre gusano, ¿serás altivo y estarás orgulloso de ti mismo o de
tus ropas?” Estos pensamientos hirieron tanto mi espíritu que volví a mi casa muy triste y abatido, pero
en poco tiempo el sentimiento se desvaneció, pues los deleites del mundo empezaron a echar raíces en
mí y mi mente se fue tras ellos, de manera que me alejé del Señor.

Doy este testimonio, de que el adorno del cuerpo con una vestimenta fina y cortes modernos, así como
la extravagancia de los muebles del hogar, son completamente inconsistentes con la sencillez a la que
nos conduce la santa Verdad. En efecto, la Verdad sacó a nuestros Amigos ancianos de estas cosas y
a testificar contra ellas. Porque aunque es muy cierto que el orgullo brota primero en el corazón, no
obstante, cuando la mente se deleita en las cosas externas es capturada por ellas, y la raíz de la vanidad
crece internamente cada vez más fuerte.

No le complació al Señor que mi mente se hubiera apartado así de Él, y provocó que se retirara de mí, de
modo que dejé de disfrutar de la dulzura y consuelo de Su Santo Espíritu como lo había hecho antes. Sin
embargo, no quitó Su Espíritu de mí, pero se convirtió en mi juez y condenador por amar aquellas cosas
que lo ofendían. Así que los terrores del Señor con frecuencia se apoderaban de mí, y podía recordar bien
(por la fuerza de mi memoria natural), cómo había sido antes para mí, cuando tenía el favor del Señor. Sí,
por medio de Su santa Luz vi cómo había perdido la experiencia viva de la dulzura que había disfrutado
con anterioridad, lo que hizo que lamentara profundamente mi condición.

A partir de esta experiencia he aprendido a entender la vasta diferencia que existe entre la comprensión
natural o memoria, y el testimonio presente, vivo y palpable de la vida y poder de la Verdad sobre el
alma, por medio de lo cual es mantenida viva para Dios. Salomón, desde la fuerza de su memoria, no
podía olvidar cuán excelsamente había orado al Señor por medio del Espíritu Santo en la dedicación
del templo, sin embargo, después perdió ese sentido vivo y divino cuando se adentró en la idolatría. El
mundo tiene la capacidad anterior, y por medio de la fuerza de su razón, comprensión y memoria natural,
leen, estudian los idiomas aprendidos y adquieren conocimiento (o más bien, reúnen conceptos), siendo
así preparados y equipados por lo que ellos llaman teología. Pero, ¡ay!, el verdadero conocimiento de
las cosas divinas es otra cosa y es aprendido de otra manera, es decir, por medio del Espíritu Santo, y
consiste en el disfrute de Su dulce presencia en nuestra alma. Lo digo en cierta medida por mi propia

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experiencia, porque cuando era obediente a Su Luz o Espíritu Santo en mi corazón, y era enseñado por
Él, me guiaba (aunque era infantil en mi entendimiento natural) a la montaña sagrada del Sión espiritual,
para el disfrute de Su viva y consoladora presencia. Pero cuando me negaba a ello, aunque crecía en
conocimiento y entendimiento naturales, perdía mi condición inocente y la comunión espiritual que una
vez había tenido, de modo que, en lugar de que Su Espíritu Santo fuera mi consolador, se volvía mi juez y
condenador. Estas cosas fluyen vívidamente en mi mente ahora, y las expongo como un testimonio para
el Señor y para la operación de Su Santo Espíritu.

Así permaneció mi condición interna desde los quince a los dieciocho años, tiempo durante el cual man-
tuve un carácter bastante bueno entre los Amigos y los demás. Porque, a través de la gran misericordia
del Señor, nunca caí en ningún mal obvio o escandaloso, ni mantuve malas compañías, sino que en
general era amado (hasta donde sé) por todos los que me conocían. Sin embargo, había salido y perdido
mi comunión interna y la relación que había experimentado anteriormente con el Señor.

Esto me lleva a advertirles a todos, sean jóvenes o viejos, a no estimarse o justificarse a sí mismos basados
en la moralidad de sus conductas y depender de ellas, como sé que hacen algunos. Porque aunque un
hombre no puede ser un cristiano correcto sin ser una persona moral, aun así, el tal puede sostener un
carácter moral y estar muy lejos de ser un verdadero cristiano y aceptable para Dios. Esto lo puedo decir
desde mi propia experiencia.

Cuando tenía casi dieciocho años, le plació al Señor concederme una renovada visitación, no como
aquella repentina y extraordinaria manera de antes, sino de modo gradual. Él se empezó a levantar y
a darme una visión completa y clara de mi condición, y de cuán alejado estaba de Él en espíritu. Vi
claramente que si continuaba de esa manera, me volvería más duro y al final estaría arruinado para
siempre. La consciencia de esto me llevó a un gran horror y angustia, con amarga lamentación, bajo lo
cual permanecí un tiempo, hasta que al Señor misericordiosamente le agradó ablandar un poquito mi
espíritu y ayudarme a orar pidiéndole un corazón arrepentido. En realidad, mi desobediencia pasada (al
apartarme de Él tan desagradecidamente) permanecía sobre mi alma como una piedra de molino, y me
llevaba a dolorosa agonía y angustia de espíritu.

Entonces buscaba estar solo, en lugares apartados, donde con frecuencia derramaba mi alma delante del
Señor con muchas lágrimas, rogando misericordia y perdón. Vi que había incurrido en una gran pérdida,
y que debía desaprender muchas cosas que había aprendido en la noche de mi apostasía de Él en espíritu
(aunque no en principio o profesión), durante cuyo tiempo la raíz y naturaleza del mal había crecido
fuerte en mí. También vi que nada podía destruir eso sino el hacha, la espada, el martillo y el fuego de
Su Santo Espíritu, y que yo debía ser regenerado y nacer de nuevo antes de poder lograr la condición que
había perdido. Todo esto me lo dejó ver muy claramente la luz de Jesús.

¡Entonces, oh entonces, la agonía, el horror que se apoderó de mi alma! ¡Soy incapaz de expresarlo! A

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menudo pensaba que mi condición era diferente a la de cualquier otra persona en el mundo. Cuando
volvía mi mente al interior, mi alma parecía como una habitación de dragones que estaban listos para
devorarme. Se presentaban malos pensamientos de muchos tipos, con tentaciones del maligno a las que
nunca antes había sido inducido. Cuando iba a las reuniones no encontraba reposo en ellas, porque no
podía concentrar mi mente en el Señor. En realidad, el enemigo parecía rugir sobre mí como si quisiera
destruir mi alma, de modo que estaba casi listo a salir corriendo de las reuniones. Parecía que el Señor
se había retirado por completo de mí, y que estaba muy lejos como para ayudarme. Cuando llegaba la
noche deseaba que fuera de mañana, y cuando era de mañana deseaba que fuera el anochecer. Durante
la noche, a menudo me lamentaba y lloraba amargamente, haciendo que mi almohada se mojara con mis
lágrimas. Mi angustia era tal que si el Señor (en misericordia) no me hubiera compadecido y ayudado, al
concederme una pequeña esperanza y tranquilidad de espíritu, creo que yo me habría hundido en ella,
pues mi miseria era muy grande. A veces estaba tan abrumado por el dolor, que casi perdía la esperanza
de alguna vez superar mis aflicciones, pues temía haber sido completamente abandonado.

Después de haber estado así por un tiempo considerable, listo para desmayar en espíritu, el Señor (en
Su propio tiempo, no en el mío, ni tan poderosamente como yo deseaba) al fin empezó a levantarse
nuevamente con un poquito de la luz de Su rostro, para tranquilidad de mi angustiada alma; pero esta paz
no me duró mucho tiempo, antes de volver a caer en la misma miseria. Así fui afligido y sacudido, como
en una tempestad, hasta casi el agotamiento por causa del dolor. Fui sumergido en el Jordán espiritual (o
juicio) una y otra vez, no sólo siete veces, sino más de setenta veces siete. ¡Oh, “el ajenjo y la hiel” que me
fueron dados a beber en ese día! ¡Mi alma los tiene todavía en la memoria y es humillada dentro de mí!
Sin embargo, con acción de gracias y alabanza al santo nombre del Señor, Él finalmente me llevó a través
de mi angustia y puso mis pies sobre Su roca.

Durante ese tiempo de dolorosa aflicción, leí las Sagradas Escrituras, especialmente el libro de los Salmos
y el del profeta evangélico Isaías, en los que encontré una gran cantidad de experiencias que calzaban
con mi condición. Y cuando en la lectura de ellas, el Señor se placía en tocar mi mente por medio de Su
Espíritu, ¡cuán consoladoras eran para mí! ¡Oh, cuánto se derretía de ternura mi corazón, al encontrar
que algunas de las experiencias de los hombres santos concordaban con las mías, como se refleja una
cara en un vidrio, por lo que se levantó en mí la expectativa de que debía atravesar mis ejercicios, como
ellos atravesaron los suyos! Pero en otros momentos, cuando el Espíritu del Señor parecía retirarse de
mí, aunque leía las Escrituras y entendía las palabras, al no ser tocada ni abierta mi mente por el Espíritu
del Señor, no recibía el mismo beneficio ni consuelo. De esto aprendí por experiencia viva, que es por y a
través de las revelaciones del Espíritu del Señor, que recibimos el verdadero consuelo o provecho al leer
las Sagradas Escrituras.

Esta fue más o menos mi condición, durante unos dos o tres años. En los momentos que el Señor me
permitía orarle, ¡oh, los fuertes clamores que ascendían! En realidad, oraba con los más fervientes ruegos
del alma, con desbordantes lágrimas y decía en mi corazón: “¡Oh, Señor, no te apartes de mí! ¡Mantenme

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en esta condición de oración, no me dejes salir de ella! ¡Guárdeme del mal! ¡Hazme como Tú quieres que
sea, pues sabes que deseo amarte más que a todo el mundo, y con Tu ayuda, te serviré todos los días
de mi vida!” Pero no podía permanecer en esta condición, pues no había sido suficientemente purgado,
y tenía que entrar en juicio de nuevo y permanecer bajo Su bautismo espiritual. Entonces la miseria, el
dolor y la lamentación volvían a apoderarse de mí.

Así me sucedió por temporadas, en mi progreso al cielo, con la diferencia de que los intervalos de
tranquilidad se iban haciendo más largos, durante los cuales estaba listo a decir en mi corazón: “Espero
que nunca más sea movido.” Pero el Señor otra vez se retiraba y escondía Su rostro de mí por un tiempo,
de modo que mi alma se turbaba por ello. Sin embargo, Su gracia siempre estaba conmigo, como un ancla
en el fondo, y como un monitor, guía y director para preservarme de tropezar con cualquier mal grave.
Pero aunque era preservado de esa manera, aún así, a menudo ofendía al Señor en asuntos menores por
no mantenerme cerca de la guía de Su luz. Cuando lo hacía en pensamiento, palabra o acto, Sus juicios
divinos se apoderaban de mi alma y yo me regocijaba en ellos, y un clamor se levantaba dentro de mí
que decía: “¡Oh, que no se compadezca Tu ojo, ni muestre misericordia Tu mano, hasta que el juicio
sea llevado a la victoria sobre esta maligna naturaleza mía!” En el anochecer yo evocaba en mi mente
mis actos del día, y cuando veía que había hablado más de lo que debía, o que había usado palabras
innecesarias, o había hecho algo que contristaba al Espíritu del Señor (aunque tales palabras o actos no
fueran condenados por los demás), ¡oh, cómo me inclinaba y me lamentaba al considerar esas cosas,
pidiéndole con humildes oraciones que no me permitiera hacerlas de nuevo!

Recuerdo que en una ocasión, por casi tres meses, después de cierto grado de tranquilidad, le plació al
Señor retirar la luz de Su rostro y dar la impresión de que me había abandonado, lo cual me sumió en un
dolor inexplicable. Cuando yo volvía mi mente hacia el interior no encontraba consuelo, sino que mi cielo
era como hierro y mi tierra como bronce por la dureza y esterilidad. ¡En realidad, estaba embargado de
tal agonía de espíritu que mi carne parecía temblar sobre mis huesos! Yo me examinaba y me preguntaba:
“¿Qué pecado he cometido? ¿Cómo es que he ofendido tanto, que el Señor me ha abandonado por com-
pleto?” Pero bendito sea Su eterno nombre, porque Él se levantó de nuevo en Su propio y debido tiempo,
para el gozo y consuelo de mi corazón, y después vi que esto había sido para probar mi fe y paciencia.

En todo ese tiempo de la más profunda angustia, nunca le abrí mi mente por completo a nadie, sino que
traté de ocultarles mis ejercicios a todos los mortales. Yo parecía tan alegre de semblante como podía,
incluso en momentos cuando mi corazón estaba listo a romperse por el dolor, aunque mi cara a menudo
se ponía pálida y algunos me preguntaban qué me dolía o si estaba enfermo. Pero yo desestimaba esas
preguntas, aunque creo que algunos Amigos prudentes veían que yo estaba bajo prueba de espíritu.

Soy un tanto extenso en mi relato de estas cosas, con el único propósito de animar a los viajeros a
Sión, para que aprendan a confiar en el Señor y a no perder la esperanza de Su misericordia en lo más
profundo de sus ejercicios y aflicciones. Porque por medio y a través de todas estas pruebas, yo crecí

77
gradualmente en el conocimiento de las cosas de Dios. Y aunque, cuando estaba bajo lo más profundo
de ellas, no podía ver a través de ellas o el final de las mismas, después llegué a saber que provenían
del Señor. Entendí que este era un tiempo de “ministración de condenación,” para acercarme al Señor al
derribar y hacer morir la parte natural y carnal en mí que se había fortalecido y no podía heredar el reino
de Dios. A través de estos dolorosos ejercicios y al tomar la cruz de Cristo bajo ellos, mi propia voluntad
natural y afectos se rompieron, y llegué a ser (en cierta medida) como un niño pequeño, dependiendo del
Señor para ser fortalecido y recibir capacidad para hacer Su voluntad. Por medio del Espíritu del Señor
a menudo fui guiado a negarme a mí mismo las cosas lícitas, con respecto a cosas como comer, beber y
engalanarme, descubriéndome fuertemente inclinado a ellas. Además, la santa luz del Señor me reveló
abundantes Escrituras que yo no entendía antes, de modo que he dicho en mi corazón: “El mundo cree
la verdad de las Sagradas Escrituras por tradición, pero aquellos que llegan a experimentar la operación
de una medida del mismo Espíritu en sus almas (de quien procedieron las Sagradas Escrituras), son
confirmados por su propia experiencia en la verdad de ellas.”

Así avanzó la obra en mí, hasta que en el tiempo del Señor pude en alguna medida decir: ‘Él me hizo
sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies (en cierto grado) sobre Su peña, y
enderezó mis pasos.’ ¡Oh, bendito sea Su nombre para siempre! Aunque la abundancia de mis problemas
y ejercicios se desvaneció en pocos años, a veces podía (cuando estaba habilitado) cantar en mi alma,
tanto de las misericordias del Señor como de Sus juicios. Sin embargo, por muchos años enfrenté épocas
de dolorosas peleas de aflicción contra el enemigo de mi alma, y las enfrento hasta el día de hoy. Porque,
sin duda, en este lado de la tumba, no hay un estado alcanzable donde no haya necesidad de vigilancia.
Nuestro Señor les dijo a Sus discípulos: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación.” A menudo
he comparado el alma del hombre con un jardín; aunque sea limpiado de malas hierbas, este todavía
las produce naturalmente, y si no es vigilado y mantenido limpio, las desagradables y molestas malas
hierbas brotarán de nuevo. Y si se les permite crecer, con seguridad ahogarán la semilla tierna y buena
que ha sido sembrada. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas” y naturalmente propenso al
mal, y como añade el profeta: “y perverso.” Incluso, cuando por el poder y espada del Espíritu del Señor
muchas cosas malas puedan parecer completamente destruidas y muertas, si nosotros no vigilamos
diligentemente en la luz, el enemigo se colará otra vez y revivirá alguna de esas cosas que parecían estar
erradicadas, especialmente las cosas a las que naturalmente estamos más inclinados.

Creo que la parábola de Cristo relacionada con el espíritu inmundo que fue sacado de un hombre hace
alusión a esto. Pues este espíritu inmundo, después de vagar y no encontrar reposo, regresó a la misma
casa en el corazón del hombre, y al encontrarla barrida y adornada, tomó otros siete espíritus peores que
él y entraron (con seguridad por falta de vigilancia) y moraron ahí, y Cristo dice: “y el postrer estado de
aquel hombre viene a ser peor que el primero.” Por tanto, incluso aquel que ha sido en una buena medida
limpiado de su iniquidad y aliviado de su aflicción interna, puede volverse descuidado y permitir que el
enemigo entre de nuevo, a menos que se mantenga hacia la luz, velando en oración. ¡Oh, esta vigilancia
interna está muy ausente entre muchos del pueblo del Señor! En consecuencia, muchos no han crecido

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en la Verdad como podrían haberlo hecho, sino que se han perdido y algunos han apostatado. La escuela
de Cristo y Sus enseñanzas son internas, como dice el apóstol: “Pero lo que se conoce acerca de Dios es
evidente dentro de ellos.”2 Es ahí donde Cristo mismo enseña a Su pueblo. Cuánto más nos mantengamos
vueltos hacia el interior en esta escuela, más aprenderemos de Cristo. Cuánto menos nos mantengamos
vueltos hacia el interior, aun cuando estemos involucrados en cosas lícitas, menos aprenderemos de
Cristo. ¡Oh, lean, ustedes los que pueden leer en el misterio de vida! ¡No hay seguridad, ni preservación,
ni crecimiento en la Verdad, sino en la verdadera humildad, manteniéndose vueltos hacia el don del
Santo Espíritu de Cristo, y vigilando continuamente en la luz contra las tentaciones del enemigo!

Por eso, la ferviente respiración de mi alma al Señor es, que Él misericordiosamente se complazca en
guardarme en vigilancia hasta el último momento de mi vida. Pues sé muy bien que no puedo guardarme
a mí mismo, ni pensar un buen pensamiento, ni hacer la menor cosa buena, como dijo nuestro bendito
Señor: “Sin mí, nada podéis hacer.” Pero el Santo de Israel da fuerza al pobre y necesitado de espíritu, por
Quien únicamente puede permanecer y no por sí mismo. ¡Qué toda fuerza, majestad, poder y dominio
sean atribuidos a Él, quien vive por los siglos de los siglos!

Habiendo hecho un relato de los varios ejercicios por los que he pasado, puedo decir desde una cierta y
vívida experiencia, que no es por estar educado en la forma de la verdad, ni por la profesión de la misma,
ni por ser llamado Cuáquero, ni por frecuentar nuestra reuniones religiosas, y ni siquiera por tener una
conducta moral, lo que nos hará o por lo que seremos aceptables para el Señor, a menos que también
experimentemos la posesión y deleite de la Santa Verdad, y Su vida y poder en nuestras almas. Por tanto,
deseo fervientemente que los profesantes de la verdad, y todo los que han sido educados en la forma
de ella, no se sientan satisfechos ahí, sino que vuelvan sus mentes al interior hacia el Señor, al don de
Su Santo Espíritu ahí manifestado, para que puedan de esa manera ser testigos por experiencia de un
crecimiento, de un progreso, y finalmente, de una herencia en la eterna Verdad del Señor, la cual ustedes
profesan. Únicamente esto da verdadera aceptación, unión y comunión con Él.

* * *

Joseph Pike no fue un ministro itinerante en la Sociedad de Amigos, pero llegó a ser un anciano
tan valioso, que muchos Amigos (incluyendo ministros) regularmente buscaban su sabiduría y consejo.
Estaba inusualmente dotado de un entendimiento de los asuntos y disciplina de la iglesia, y se aplicaba
con toda diligencia al cuidado y fortalecimiento del cuerpo del Señor. Su más grande preocupación, tanto
por sí mismo como por todos los que habían recibido a Cristo Jesús, era que todos verdaderamente
‘caminaran en Él’ y ‘adornaran la doctrina de Dios nuestro Salvador en todas las cosas.’

Continuó siendo un pilar fiel en la iglesia hasta el final, escribiendo poco antes de su muerte: “Todavía
estoy en la tierra de los vivos, pero cuánto tiempo seguiré así, está en Su divina mano, pues estoy débil

2 Romanos 1:19. NBLA, NBLH, ver también la Reina Valera 1602 Purificada.

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en el cuerpo, aunque espero que fuerte en espíritu, esperando ahora mi fin, hasta el momento en que al
Señor le plazca llamarme. Oro a Él con todas las fuerzas de mi alma que me guarde hasta el final, y que yo
pueda estar verdaderamente preparado para esa segura, aunque incierta hora, cuando llegue.” Él murió
en 1729 a los setenta y dos años de edad.

Capítulo VII

El Diario de John Griffith

[ 1713—1776 ]

Ha estado en mi mente escribir algo a modo de diario, de mi vida, viajes y experiencias, en los compasivos
y misericordiosos tratos del Señor conmigo, a través del curso de mi peregrinaje por este mundo. Y en
la medida que le plazca al Señor abrir mi entendimiento espero que también se les proporcionen señales
provechosas a algunos viajeros cansados, que están buscando la ciudad que tiene fundamento, cuyo
arquitecto y constructor es Dios.

Nací el 21 del quinto mes de 1713, en Radnorshire, Gales del Sur, con el privilegio de tener padres que
tenían la sustancia de la verdadera religión en ellos, y que estaban conscientemente preocupados por
criar a sus hijos en el temor de Dios. Creo que cuando tenía aproximadamente siete u ocho años, fui
favorecido con visitaciones del amor de Dios que derretían mi corazón, y frecuentemente experimenté
que Su nombre estaba en las asambleas de Su pueblo, “como un precioso ungüento derramado,” por lo
que mis deseos de asistir a las reuniones de adoración divina eran en gran medida aumentados. Porque
aunque, al igual que el Samuel de la antigüedad, yo todavía no estaba familiarizado con la voz de Dios, y
no entendía claramente la Fuente de esa preciosa consolación que sentía, aún así, recuerdo bien, que algo
obraba poderosamente en mi tierna y débil mente a manera de oposición, para privarme de aquel disfrute
dulce y celestial. Este poder opositor a menudo presentaba ante mi vista algunos deleites transitorios, y
llenaba mi mente de pensamientos vanos, improductivos, y a veces malvados y blasfemos, todo lo cual
era de gran aflicción para mí. Luego, el que es mentiroso desde el principio, me sugería que rindiéndome
a esos pensamientos y despreocupándome por completo de lo que pasaba por mi mente, era la única
manera de reponerme de tal intranquilidad. Descubrí que la carne quería tranquilidad y para salvarse a
sí misma se unió voluntariamente a las tentaciones de Satanás. De esta manera obtuve una especie de
tranquilidad presente, pero a costo de complacer los deseos que acumulan ira para el día de la ira y de la
revelación de los justos juicios de Dios.

A pesar de la falsa tranquilidad ideada por el enemigo de mi alma, a medida que crecía, con frecuencia

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sentía palpablemente que esta paz era perturbada y rota por la consciencia de la ira de Dios que era
revelada desde el cielo contra mi injusticia, y cuando los castigos del Señor estaban sobre mí por el
pecado, a menudo experimentaba gran amargura de espíritu. En esos momentos yo hacía pacto con el
Señor, prometiéndole que enmendaría mis caminos, pero como esas promesas eran hechas en mi propia
voluntad pronto eran rotas, y eso incrementaba el peso de mi horror y de mi angustia. Sin embargo, le
plació al Señor en Su infinita misericordia, encontrarme y contender conmigo como en “el valle de la
decisión.”1

Al escribir esto, mi mente se conmueve grandemente con lástima y compasión hacia los jóvenes negligen-
tes, que por amor a vanidades insignificantes, desatienden la misericordia del Señor hacia ellos y quedan
sujetos a gran angustia de mente. El caso es todavía peor, cuando por causa de repetida desobediencia
y rebelión contra la inmerecida gracia de Dios, estos casi han sofocado al divino Testigo en sus propios
corazones y continúan impunemente. ¡Ay, tarde o temprano llegará el momento de despertar, lo cual
golpeará estos corazones con horror y estupor! ¡Ojalá sea en misericordia!

Mis piadosos padres fueron muy cuidadosos en prevenir que yo cayera en malas compañías. No obstante,
sin el conocimiento de ellos, yo a menudo las hallaba y me unía a ellas en aquellas vanidades que son
inconvenientes para los jóvenes, no quedándome atrás de ninguno de mis compañeros en la locura. No
obstante, en la calma del día, a menudo me sentía severamente reprendido, sí, a veces incluso en medio de
mi vanidad, pero por ese entonces yo quería silenciar al Testigo puro que se levantaba contra el mal en mi
corazón. ¡Oh, desde entonces he admirado con frecuencia y profunda reverencia y gratitud, la paciencia
de un Dios compasivo, pues no me cortó cuando yo deliberadamente me resistía a Su instrucción (la cual
es el camino de vida), debido a que quería vivir en los placeres vanos de esto mundo que perece.

Cuando tenía casi trece años, un Amigo que había vivido por un tiempo en Pennsylvania, estando en
nuestra área y frecuentemente en nuestro hogar, hizo buenos comentarios de ese lugar. Y debido a que
yo ya tenía dos tíos y una tía ahí, algunos de los cuales habían escrito antes animándonos a mudarnos
a Pennsylvania, mi inclinación por ir se acrecentó. Mis padres (especialmente mi padre) al principio
estaban muy en contra de la idea, pero yo estaba obstinadamente inclinado a ir. Así que, cuando mis
padres vieron esto y que mi hermano mayor también se inclinaba a ir conmigo, finalmente consintieron
y obtuvieron un certificado de buena reputación entre los Amigos. Había otra familia de Amigos que
viajaba en el mismo barco y fuimos entregados a su cuidado. Así, en el año 1726, nos embarcamos en
Midford-haven, a bordo del Constantine Galley of Bristol, e hicimos un viaje de unas ocho semanas
de tierra a tierra. Éramos alrededor de ochenta o noventa pasajeros, en general sanos, entre quienes
nacieron tres niños mientras estábamos a bordo y nadie murió. Mi tío John Morgan, que vivía a unas
doce millas de la ciudad de Filadelfia, al enterarse de nuestra llegada subió a bordo y nos llevó a su casa,
donde yo continué por un tiempo. Y mi hermano, puesto que era tejedor, se estableció con mi tía Mary

1 Joel 3:14

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Pennel y continuó con su oficio.

Alejarme del vigilante cuidado de mis padres, me proporcionó grandes oportunidades de complacer la
mente vana en los tontos entretenimientos de este mundo transitorio, hacia los cuales yo tenía una
inclinación demasiado grande. Pero tengo que decir lo siguiente, a fin de alentar a los padres a ejercer
sus piadosos esfuerzos para la preservación de sus hijos: Yo creo firmemente que el cuidado religioso que
mis padres tuvieron sobre mí en mi juventud, imprimió un gran temor sobre mi mente, que (a través de
la bendición de la divina providencia) fue un gran medio para guardarme contra los males más obvios,
a pesar de haber tenido muchas oportunidades de ser tragado por ellos después de que dejé mi hogar.
Espero conservar siempre un recuerdo grato y agradecido de esos piadosos cuidados, cuando considere
que apenas logré escapar de esas rocas en las que muchos han naufrago y se han arruinado.

Después de mi llegada a América, fui visitado por el Señor en algunas ocasiones, y hasta cierto punto,
despertado a una consciencia de mi condición perdida sin un Salvador; sin embargo, no sucedió tan
frecuentemente como cuando era más joven. Por haberlo resistido a Él con frecuencia (¡oh, con mucha
frecuencia!) y adrede, mi gusto por los placeres mundanos se había vuelto muy fuerte, y yo estaba muy
indispuesto a rendirme al llamado de Cristo. Yo podía alegar una gran cantidad de excusas, insistiendo
entre otras cosas, que todavía era joven y que era posible que viviera muchos años. También razonaba,
que aun cuando viviera livianamente por unos pocos años, todavía podría llegar a ser religioso antes de lo
que muchos otros lo habían hecho, quienes se habían convertido en hombres ejemplares en sus días. Así
pues, para tranquilizarme por un tiempo, tomé la determinación de volverme un hombre muy religioso y
bueno en algún momento, pero que no debía ser todavía.

Así, por causa de la densa oscuridad que había cubierto mi mente, estaba persuadido por la sutileza de
Satanás, a correr el terrible riesgo de dejar para el futuro el arrepentimiento y enmienda de vida, sin tener
la certeza de que vería la luz de un día más. Por tanto, me volví aun peor y me endurecí más en el mal,
aunque todavía era preservado de lo que comúnmente se considera la más obvia contaminación. Pues yo
tenía miedo de decir una mentira, excepto para adornar o exagerar un cuento o una historia agradable
o alegre, pensando que no era un gran crimen mentir en broma. No recuerdo haber hecho nunca un
juramento o pronunciado una maldición. Ni tampoco fui persuadido a apartarme en mi conversación
diaria, de las reglas de mi educación con respecto al lenguaje sencillo.2 Durante todo ese tiempo yo
guardé un carácter bastante justo entre los hombres, porque nadie habría podido culparme de algo
que se considerara escandaloso. Mantuve mucho amor y respeto por aquellos que yo pensaba que eran
verdaderamente religiosos, especialmente aquellos ministros vivos y sólidos del Evangelio eterno. Creo
que tenía una mejor consciencia de sus espíritus y obras de la que tenían algunos de mis compañeros, y

2 Por aquella época se estaba poniendo de moda hablar con personas importantes y ricas de un cierto modo, a manera
de adulación, y dirigirse a los pobres, niños y personas menos importantes de otro modo. Los primeros Amigos se
adhirieron a lo que entonces se consideraba el “lenguaje sencillo,” en lugar de mostrar preferencia al dirigirse a las
personas de cierto estatus social de manera halagadora.

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por tanto, temía despreciarlos o hablar desdeñosamente de ellos, como algunos de mis asociados hacían.
En este estado carnal y degenerado, asistía de manera habitual a las reuniones del primer día, y algunas
veces a otras reuniones durante la semana, cuando algunos ministros de lugares distantes venían a
visitar la reunión de Abington, a la cual yo pertenecía. Desgraciadamente, dichas reuniones fueron de
poca o ninguna utilidad, porque la obra dispensada sobre mí (por el ministerio público o de otra manera)
era como agua derramada sobre una piedra, que se escurre de inmediato sin penetrar. Yo, en realidad,
durante un tiempo estuve ‘como zarza en el desierto, sin saber cuándo viene el bien’ (Jeremías 17:6). Si
en algún momento la Semilla del reino de Dios cayó en mi corazón, que era como el terreno junto al
camino, pronto fue quitada y muy rápidamente perdí su sabor.

Cuando llegué a los diecinueve años de edad, fui (por la infinita misericordia que nunca debe ser
olvidada) visitado por el Señor de una manera extraordinaria. Quiero ser específico hasta cierto punto,
dado que este fue el feliz medio por el que Él, en buena medida, volvió mi mente de las vanidades
perecederas de un mundo incierto al Dios de todas las fieles misericordias. Una noche, estando con
varios de mis compañeros de vanidad, y sin restricción alguna porque los jefes de familia no estaban en
casa, llevamos nuestra conversación vana y superficial, y actos imprudentes y rudos, al más alto grado
de perversa insensatez del que nunca antes había sido culpable, en lo que supongo, actué como una
especie de cabecilla. Debido a esto, sentí algunos afilados latigazos de consciencia cuando me fui a la
cama aquella noche, con el fuerte pensamiento en mi mente, de que nosotros no habíamos sido puestos
en este mundo para tal propósito, o para pasar nuestro tiempo como se mencionó anteriormente. Yo le
di algunos indicios de estos sentimientos a mi compañero de habitación, aunque esta convicción no llegó
muy profundo, pues muy pronto me quedé dormido.

No había dormido mucho antes de que un mensajero me alarmara con la noticia de que uno de mis
alegres compañeros (quien estaba entonces en la casa conmigo, y quien, creo, se había comportado mejor
que nosotros), estaba muriendo. Él deseaba que yo fuera inmediatamente, lo cual hice, y me horroricé
enormemente en mi mente ante los pensamientos de la manera en que habíamos pasado la noche
anterior, y por el repentino golpe que le sobrevino a este pobre hombre. Pero cuando llegué al lado de su
cama y vi la terrible agonía en la que estaba, mi horror se incrementó más allá de toda descripción, pues
ninguno de nosotros esperaba que pudiera vivir muchas horas. De mi parte, yo estaba tan profundamente
sumido en una ansiedad mental, que parecía que todos los dolores y terrores del infierno se habían
apoderado de mí. Entonces tuve la plena seguridad de que no había liberación para mí, y de que seguro
moriría antes de que llegara la mañana por el peso de la angustia que estaba sobre mí. Esto sucedió la
noche del séptimo día, y aunque el joven eventualmente se recuperó, no estaba en condiciones de ser
dejado solo el día siguiente, y esto me impidió ir a la reunión.

¡Oh, cuán deseoso estaba de ir a la reunión, porque para ese momento yo estaba completamente despierto
al sentido de mi deber! Pero pasó una semana antes de que se volviera a presentar la oportunidad, y esa
me pareció la semana más larga que alguna vez yo hubiera vivido. ¡Oh, cuánto anhelaba presentarme

83
delante del Señor en las asambleas de Su pueblo y poder derramar mis clamores internos delante de Él,
en un estado de sincero arrepentimiento y profunda contrición de alma! Porque a través de la efectiva
operación de Su poder en mi corazón, estaba en condiciones de hacerlo. Entonces claramente vi que el
arrepentimiento es don de Dios, y que Su amor (con el que Él nos ha amado en Cristo Jesús nuestro
Señor) conduce a los pecadores a este. Mi voluntad carnal estaba por el momento vencida y silenciada,
y estaba rendido y con toda la disposición mental hacia los requerimientos del Señor. En realidad,
estaba dispuesto a desprenderme de cualquier cosa, sin importar cuán querida me fuera, por el disfrute
real y sustancial del Amado de mi alma; pues en cierto grado, fui llevado a experimentar que Él había
venido “para juicio a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.” Ya no
podía considerar mis anteriores deleites con satisfacción. En lugar de eso, tenía una gloriosa visión de
la hermosa elevación del Monte Sión, y volví mi rostro hacia él. Pues el gozo que fue puesto delante de
mí, me dispuso a soportar “la cruz de Cristo y menospreciar la vergüenza,” y aunque me convertí en un
asombro y espectáculo para mi anteriores compañeros, no le presté mucha atención, sabiendo que tenía
una causa justa para ser así. Mi gran cambio los impresionó, porque observé que no se atrevían a burlarse
o a ridiculizarme de frente.

El joven que fue el instrumento en la divina mano para mi despertar, junto con su hermano, fueron
grandemente alcanzados y profundamente afectados por la maravillosa visitación antes mencionada, y
hubo un cambio muy visible en ellos por un tiempo. Pero al igual que la semilla que cayó sobre pedregales,
se marchitaron y no fructificaron para Dios.

Cuando llegó el primer día de la semana me regocijé grandemente porque podía ir a la reunión, la cual
resultó ser en verdad memorable. Había dos Amigos públicos3, extranjeros, que parecía que habían sido
enviados ahí por mi causa, pues la mayoría de lo que ellos pronunciaron parecía aplicable a mi estado.
Entonces, en alguna medida experimenté la sustancia de lo que se pretendía con el “bautismo de agua
para arrepentimiento,” “el lavamiento de agua por la Palabra” y ser “nacido de agua y del Espíritu,” todo
lo cual sería plenamente visto y claramente entendido por los profesantes del cristianismo, si conocieran
correctamente el “evangelio de Cristo, que es poder de Dios para salvación.” Este poder, internamente
revelado, es lo único capaz de obrar ese cambio en ellos, sin lo cual (dice nuestro Señor) nadie verá el
reino de Dios. ¡Pero, ay, por ser carnales en sus mentes, una religión espiritual no les interesa! Como
dicen las Escrituras: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” Debido a esto,
los que profesan de nombre el cristianismo se aferran firmemente a las señales y sombras, mientras que
descuidan la sustancia. Ellos abogan por la continuidad de los tipos, mientras que el Antitipo es poco

3 El término “Amigo público” era usado por los primeros Cuáqueros, para referirse a aquellos miembros de la Sociedad
que frecuentemente participaban en viajes y ministerio público visitando las diversas reuniones establecidas. Esos
ministros nunca recibieron dinero por los servicios en el cuerpo del Señor, al estar convencidos de que debían dar
gratuitamente lo que había recibido gratuitamente.

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considerado. Pero cuando esta sustancia es experimentada, todas las sombras y tipos se desvanecen y
llegan a su fin, como lo hicieron los tipos y figuras de la ley cuando Cristo, el antitipo, llegó e introdujo Su
dispensación, la cual es de una naturaleza completamente espiritual.

Esta administración del agua por la Palabra continuó sobre mí de manera extraordinaria casi tres meses,
en los cuales hallé gran deleite, pues fue acompañada con dulzura celestial, como bálsamo sanador para
mi espíritu herido, y mi corazón fue derretido delante del Señor como se derrite la cera ante del fuego.
Grande era mi placer en la lectura de las Sagradas Escrituras y de otros buenos libros, y en aquel momen-
to fui beneficiado al recibir mucho consuelo y de este modo mejora. Pero esta dispensación tranquila y
tierna tenía que darle paso a una más poderosa, es decir, al bautismo con el Espíritu Santo y fuego, para
que la era fuera completamente purificada. Y entonces, la anterior dispensación del Señor hacia mi alma
se asemejó más al bautismo de Juan con agua para arrepentimiento (porque era la sustancia a la que este
bautismo apuntaba), a fin de prepararle el camino al Señor.

Bajo esta ardiente dispensación me sentí por un tiempo sumamente angustiado, bajo la consciencia de
la gran alteración del estado de mi mente, pues en verdad me sentía abandonado por el Señor y yo le
atribuía la causa a algo en mí mismo. Toda la ternura de antes se había ido y yo era como un terreno
seco. Sí, mis agonías eran tan grandes que cuando era de día deseaba que fuera de noche, y cuando era
de noche deseaba que fuera de día. En las reuniones de adoración, donde anteriormente había disfrutado
de la mayor satisfacción, ahora estaba bajo un enorme peso de dolor y angustia, a tal grado incluso, que
por momentos escasamente podía abstenerme de llorar en voz alta por mera agonía. Cuando la reunión
terminaba, a veces me adentraba en el bosque a una considerable distancia, para sin ser escuchado por
ningún mortal, poder desahogar mi muy afligida alma con angustiosos lloros.

En este abatido estado de mente se le permitió al gran adversario derramar torrentes de tentaciones.
Yo era acosado casi constantemente por malos pensamientos, lo que me afligía mucho, y aunque estaba
demasiado iluminado como para voluntariamente permitir o unirme a esos pensamientos malvados y
corruptos, a menudo me juzgaba no ser suficientemente fervoroso en la resistencia de estas y otras
tentaciones. ¡Oh, cuán oscura y angustiante era la condición en la que estaba mi mente! En realidad, en
aquellos días yo estaba tremendamente débil, y estoy persuadido de que el Señor en piadosa bondad,
miró misericordiosamente la sinceridad de mi intención al no señalar todos mis fallos, o nunca habría
podido permanecer delante de Él con algún grado de aceptación. Por casi un año mis tentaciones fueron
muy grandes y mi angustia de mente muy profunda, tiempo durante el cual fui como un niño pequeño en
cuanto al entendimiento de la manera y obra de Dios sobre mí, para mi redención. Sin embargo, Aquel
que “la caña cascada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará, hasta que saque a victoria el juicio,”
mediante Su invisible poder levantó mi cabeza por encima de las furiosas olas de tentación, de tal manera,
que el enemigo descubrió que no podía vencerme. El Señor adiestró mis manos para la batalla y mis
dedos para pelear bajo Su estandarte, y a través de Su bendición y ayuda, encontré algún grado de victoria
sobre la bestia; es decir, esa parte en el hombre que tiene su vida en las satisfacciones carnales.

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Entonces el falso profeta comenzó a obrar con señales y prodigios mentirosos, con el fin de engañar mi
débil e inexperto entendimiento. Esta escrito que “Satanás se disfraza como ángel de luz,” y así lo descu-
brí, al menos en apariencia. Pues al percibir que yo estaba demasiado iluminado de arriba como para ser
fácilmente arrastrado a la carnalidad, el enemigo de mi alma (que busca a quien devorar), astutamente
intentó mi destrucción de otra manera, estableciéndose a sí mismo, encubierto de mí, como guía en el
camino de la muerte al yo. Pues en aquel momento yo estaba decidido, a través de la ayuda divina, a llevar
con cuidado mi cruz y a negarme a mí mismo, en todas aquellas cosas que parecían inconsistentes con la
voluntad divina. Pero el sutil engañador, tomando ventaja del ardor de mi mente por seguir adelante con
este asunto tan necesario, sugirió que sería más fácil obtener una completa victoria sobre el mal, si yo me
abstenía por un tiempo de algunas de las necesidades de la vida, particularmente de comer y tomar mi
descanso natural de sueño, apenas lo justo para preservar la vida. Además sugirió que yo debía mantener
mis manos continuamente ocupadas en los negocios, ya que la holgazanería es el semillero del vicio, y no
se tardó en exponer Escrituras y pasajes de otros libros para confirmar sus exigencias. En aquel momento
yo realmente creía que era la voz de Cristo en mi mente la que me demandaba estas cosas, y por lo tanto,
me esforcé en ser fiel a ellas, aún cuando mi fuerza natural disminuía y mi cuerpo se debilitaba más.
Yo me angustiaba mucho cuando en algún momento quedaba corto de lo que entendía que era mi deber
en estos aspectos. Descubrí que aquel que requería este servicio era un señor duro, porque aunque tenía
poder para engañar, no podía darme fe para que yo venciera.

Mis perspectivas en aquellos días eran en realidad muy descorazonadoras, y mi pobre y afligida alma
estaba casi sumida en la desesperación. Mis amigos notaban que yo estaba en una angustia poco común.
La familia con la que vivía entonces, no podía dejar de advertir mis salidas a deambular por los campos
en la noche, de mi gran abstinencia de comida y de la profunda angustia que estaba legiblemente impresa
en mi rostro, aunque yo la disimulaba tanto como podía. Ellos temían (como entendí más tarde) que yo
atentara contra mí mismo. Yo me había prohibido hablar de mi condición con alguien, pues sentía que
sería buscar alivio de afuera, algo muy impropio e indigno.

A pesar de todo esto, al Dios de toda gracia (quien permitió que esta poco común aflicción cayera sobre
mí para probarme y no para destruirme), en Su maravillosa bondad, le plació mover el corazón de un
ministro perteneciente a nuestra reunión para que me visitara y abriera un camino para mi liberación.
Él cuidadosamente me preguntó con respecto a mi condición interior, informándome que los Amigos
estaban muy preocupados por mí, dado que era muy obvio que estaba bajo una tentación poco común.
Al principio yo estaba muy indispuesto a revelarle mi estado, pero al final él prevaleció y aprovechó la
oportunidad para mostrarme que yo estaba bajo un grave engaño de Satanás. Por este medio, a través
de la misericordia del Señor, fui liberado del malvado plan de mi enemigo, el cual era, sin ninguna duda,
destruir tanto el alma como el cuerpo. Y así, en reverente agradecimiento, me regocijé en Su salvación.
Entonces vi claramente, que Satanás debe ser cuidadosamente evitado en sus apariciones religiosas, pues
nada en la religión puede ser aceptable para Dios, salvo el producto genuino de Su infalible Espíritu,
inequívocamente escuchado y entendido por el oído del alma y del entendimiento renovado. “Mis

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ovejas,” dijo Cristo, “oyen mi voz,” y entonces comencé a experimentar el cumplimiento de esta promesa.
¡Bendito sea el Señor para siempre!

En esa época tuve muchas preciosas revelaciones de los misterios divinos, y cuando leía las Sagradas
Escrituras, eran abiertas a mi entendimiento más allá de lo que alguna vez lo habían sido. En realidad
tenía gran consuelo, y mi esperanza fue reavivada y mi fe muy fortalecida por aquellas cosas que fueron
escritas de antemano. Estoy muy seguro, por cierta experiencia, de que los misterios expresados en esos
santos escritos no pueden ser correctamente entendidos, si no es por medio del mismo Espíritu que inspi-
ró a los escritores de ellos. Es por tanto una vana presunción del hombre caído y no regenerado, intentar
desentrañar los misterios celestiales por medio de su sabiduría terrenal y aprendizaje humano. El labio
veraz Mismo ha dado a conocer, que dichos misterios están escondidos del sabio y entendido de este
mundo y revelados a los humildes y dependientes bebés, es decir, a los que palpablemente experimentan
que su suficiencia en cada buena palabra y obra procede directamente de Dios, de modo que Cristo les
es hecho “sabiduría, justificación, santificación y redención.” La falta de esta experiencia interna y viva
ha sido la causa y les ha abierto el camino a la gran apostasía, tinieblas y error que se han extendido en
la llamada cristiandad. No hay forma de recuperarla, excepto por medio de la sumisión humilde a Cristo
internamente revelado, y aprendiendo de Él la naturaleza de la verdadera religión, quien es el gran Autor
de la misma. Estoy muy seguro de que el yo precipitado, activo e inventor debe ser negado, abatido y
echado en el polvo para siempre, y que sólo el Señor debe ser exaltado en nuestros corazones, antes de
que podamos levantarnos con aprobación divina en los varios deberes de la verdadera religión.

Vi que la luz divina que comenzó a brillar de mis tinieblas y me separó de ellas, era la “lumbrera mayor”
que fue dada para señorear el Día de la salvación de Dios, y que el salvado por el Señor debe caminar
cuidadosamente en esta luz, en la que no hay riesgo de tropezar. También vi que cuando al Señor, para
probar mi fe y paciencia, le placía en Su sabiduría retirar esta santa luz, para que me sentara en las
tinieblas y en la región de sombra de muerte por un tiempo, donde no tenía un conocimiento claro de
qué hacer, mi deber crucial era entonces, permanecer quieto y esperar a mi Guía infalible. Y cuando
durante esos tiempos el yo se levantaba y se intranquilizaba, debía ser llevado a la cruz para que fuera
asesinado. Por esta experiencia descubrí que yo no era nada y que Dios era todas las cosas necesarias
para el alma y el cuerpo, y que si yo quería ser introducido a un estado de reconciliación perfecta con Él,
debía experimentar todas las cosas hechas nuevas.

Por ese tiempo vi a lo lejos el llamamiento a la obra del ministerio. Por momentos, mi mente estaba tan
maravillosamente cubierta por el amor universal de Dios hacia la humanidad en el glorioso evangelio de
Su Hijo, que pensaba que yo podía (en la fuerza de Su amor) rendirme para gastarme y ser gastado en
la reunión de almas a Él, el gran Pastor de Israel. En realidad, por momentos sentía que podía levantar
mi voz como una trompeta y despertar a los habitantes de la tierra. Pero pronto descubrí que todo eso
era únicamente la preparación para esa importante obra, y que yo no había recibido aún la comisión de
ocuparme de ella. Un temor y cuidado estaban sobre mi mente, para que no me atreviera a entrar en

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esa solemne empresa sin un verdadero llamado, porque me parecía enormemente peligroso hablar en el
nombre del Señor, sin una clara evidencia en la mente de que Él lo requería de mí, la cual, yo estaba
entonces plenamente convencido, que Él daría en Su propio tiempo, si yo me rendía para esperarla.

A partir de ese momento, hasta que fui realmente llamado a la obra, tuve con frecuencia (en especial en
las reuniones religiosas) revelaciones de pasajes de las Escrituras, con operaciones vivas del poder divino
en mi mente. A veces venían con tanta energía, que casi estaba listo a ofrecerles a otros lo que había en
mi mente, pero debido al santo temor que habitaba en mi corazón, me esforzaba en pesar mi ofrenda
en la infalible balanza del santuario, y hallaba que era demasiado liviana para ser ofrecida. Entonces le
agradecía al Señor Su misericordiosa preservación, al haberme permitido evitar que ofreciera el sacrificio
de los necios. Sin embargo, cuando realmente llegó el momento en el que se me requirió divinamente que
hablara, la evidencia era tan indiscutiblemente clara que no había el menor espacio para la duda, pero por
temor y debilidad humana lo pospuse y no cedí a lo que Dios requería. Entonces, ¡oh, cuán condenado
me sentía! ¡La dulzura divina que había cubierto mi mente en las reuniones fue retirada, y fui dejado en
un estado muy pobre y desconsolado! Me apresuré a suplicar perdón y a pactar con el Señor, que si a
Él le placía favorecerme de nuevo de la misma forma, yo me rendiría a Su demanda. En la reunión del
siguiente primer día de la semana, el poder celestial nuevamente me cubrió de manera maravillosa, y se
me requirió que me arrodillara en súplica al Señor con unas pocas palabras. Esta vez cedí en el pavor de
Su poder, con temor y temblor, y después, mi alma fue llenada de paz y gozo en el Espíritu Santo y pude
cantar y hacer una dulce melodía en mi corazón para el Señor. Por lo que recuerdo, yo tenía veintiún
años el día que entré a esta grande y solemne obra del ministerio, el 21 del quinto mes de 1734.

Me he visto impulsado a hablar más detalladamente con respecto a la manera en que entré a la obra
del ministerio, para que quede a manera de advertencia y apropiado aliento para otros. Pues por lo que
he observado, tengo motivos para temer que algunos hayan tomado la obra de preparación (como antes
impliqué) como la cosa misma, y hayan avanzado mucho para su propio daño y el de los demás. Los
tales producen fruto prematuro, lo cual es muy peligroso y debe ser cuidadosamente evitado. Nada es
suficiente defensa para guardarnos de esto, sino mantener el ojo fijo en el Señor (por la bendición divina),
y con mucho temor considerar cuán grande es para ‘el polvo y las cenizas’ hablar como instruye el apóstol
Pedro: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de
la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra,
ministre conforme al poder que Dios da.” El autor de la carta a los Hebreos dice: “Y nadie toma para
sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón.” De modo que, sin importar lo que
algunos puedan pretender o dónde quieran entrometerse, a menos que hayan sido realmente llamados
por Dios, no tienen participación en ese honor que únicamente viene de Dios.

La iglesia de Cristo ha tenido suficientes problemas con los falsos ministros, tanto en los tiempos primi-
tivos como en los nuestros. Esa excelente libertad del evangelio, en la que todos aquellos que se sienten
inspirados (sea hombre o mujer) pueden hablar o profetizar uno por uno, ha sido y sigue siendo abusada

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por los que falsamente pretenden inspiración divina. Sin embargo, esta libertad debe ser cuidadosamente
guardada, y debemos hallar otros medios para remediar el abuso en este aspecto, lo cual no sería difícil,
si de manera general los miembros fueran más espirituales y gustaran correctamente las cosas que son de
Dios. Entonces las acciones presuntuosas y no santificadas en el ministerio serían fácilmente contenidas
y suprimidas, para no perturbar la paz de la iglesia. ¡Pero lamentablemente, el caso es a menudo lo
contrario, como he observado en muchos lugares!

Tal ministerio estéril a menudo no se considera un problema, siempre y cuando las palabras y doctrinas
sean correctas y no haya nada que culpar en la conducta del orador. Pero aquí lo principal es ignorado, lo
cual es, la poderosa demostración del Santo Espíritu, y a los pocos que están profundamente dolidos en el
corazón por este ministerio sin vida les resulta muy difícil corregirlos, por falta de fuerza, especialmente
cuando perciben la fuerza que hay contra ellos. Pues a los profesantes ceremoniosos del cristianismo les
encantan hablar, en lugar de sentarse en silencio. He observado que estos engañadores son todo boca
o lengua, y que no tienen oído para recibir instrucción; les encanta enseñar a otros, pero es imposible
enseñarlos a ellos. Le pido a Dios que avive a Su pueblo y que levante nuestra Sociedad, a una experiencia
más viva de ese bendito poder que nos reunió al principio para que fuéramos un pueblo. De lo contrario,
me temo que este gran mal resultará ser cada vez más grande entre nosotros, a saber: Profesión sin
posesión.

No tuve la libertad de omitir un comentario sobre este asunto, dado que estoy completamente convencido
de que los miembros vivos de la iglesia de Cristo gimen bajo la dolorosa consciencia de esta triste señal
de una sociedad decadente. ¡Ojalá el Señor de los Espíritus oiga sus gemidos y considere la angustia
que sufren sus almas en secreto, y obre por medio de Su poder invisible para el bien de Su propio
nombre y la liberación de ellos! ¡Qué el Señor vuelva a disciplinar nuestra Sión, purgue su escoria, le
quite su impureza y deseche su plata, para que sus jueces puedan ser restaurados como al principio y
sus consoladores como eran antes! ¡Oh, que muchos, tras haberse calzado sus pies con el apresto del
evangelio de paz, aparezcan todavía hermosos sobre las montañas! ¡Qué así sea, dice mi alma!

He hecho algunas menciones de cómo sucedió conmigo durante el tiempo de preparación para la grande
e importante obra del ministerio, y también del peligro que corría de ser engañado, incluso, cuando en
algunas ocasiones tuve revelaciones correctas y sentí la virtud dulce y eficaz del amor de Dios a través de
Jesucristo hacia la humanidad (la cual es, sin duda, a veces palpablemente experimentada y disfrutada
por cada seguidor fiel de Cristo que no es llamado a la obra del ministerio). En esos días yo estaba
intranquilo por el peligro de ser llevado al ministerio a través de la puerta equivocada, y desde entonces
he visto más claramente el peligro de esta y de otras sendas que habrían llevado a otorgarles a otros lo
que Dios me había dado para mi propia vida espiritual. En realidad, muchas son las sendas que sacan
del estado humilde y dependiente (el único en que hay seguridad), para que tengamos una voluntad y un
camino propios, y que de esa manera seamos equipados y enriquecidos con mucha provisión. Pero en la
sinceridad de corazón y esfuerzo ferviente de conservar el ojo puro, y por el vigilante cuidado de la divina

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providencia sobre mí, el Día del Señor brilló sobre todos esos peligros, y claramente vi y por experiencia
conocí que mi suficiencia era de Dios. Vi que debe haber una constante dependencia en el Señor, para ser
equipado y provisto directamente por Él cada vez que deba ocuparme de este solemne servicio.

Ardientemente deseo que todos los que tengan la mínima sospecha de ser llamados a la obra del minis-
terio, habiten en el santo temor de la divina presencia y experimenten sus propias voluntades totalmente
sujetas a la voluntad divina, a la espera de una inequívoca y clara certeza de lo que el Señor requiere, no
sólo al principio, al entrar en dicha obra, sino en todo momento. Y en la medida que el yo llegue a ser
puesto en el polvo, así recibirán evidencia innegable en sus propias mentes de la certeza de su misión, y
el testimonio de confirmación del Testigo de Dios estará presente en las consciencias de aquellos entre
quienes son enviados a ministrar. Los verdaderos ministros serán olor de vida para los que viven en la
Verdad y de muerte para los que están en el estado de muerte. Que siempre sea recordado, que nada del
hombre o que pertenezca a él, tiene posibilidad de agregar algún brillo o dignidad al don divino. Que sin
el poder, luz y demostración del Espíritu de Cristo, las mejores y más perfectamente compuestas palabras
o doctrinas (aunque sean muy ciertas y correctamente entregadas) no son más que metal que resuena o
címbalo que retiñe. Permítanme añadir, que aquellos que consideran el poder del Señor como la sustancia
de sus ministerios, no tienen necesidad de preocuparse por las palabras, ya que las más pequeñas y
simples son realmente hermosas cuando son habladas adecuadamente bajo la santa influencia.

Tras entrar al servicio solemne y serio del ministerio, me dediqué mayormente a pronunciar unas pocas
palabras de manera quebrantada, con temor y temblor, según lo requería la Verdad (a través de Su propio
poder y eficacia divinos) moviéndose en mi corazón y sometiendo mi voluntad. El Señor fue sumamente
misericordioso conmigo, tomándome de la mano como un padre tierno, y disponiéndome mediante Su
gran poder a ser contado como un tonto por causa de Su nombre y la del evangelio.

La reunión a la que yo pertenecía entonces era grande y tenía un cuerpo de Amigos valioso y de
peso. Hasta donde podía observar por el aspecto de ellos, estos reconocían y aprobaban mis apariciones
débiles y bajas en el ministerio. Sin embargo, utilizaron la prudencia cristiana de “no imponer manos
rápidamente sobre mí,” sino que me dieron plena oportunidad para dar prueba de mi ministerio y para
que me orientara en él.

Por este tiempo se levantó un buen brote de ministerio dentro del área de nuestra Reunión Anual, pues
cerca de cien personas abrieron sus bocas con testimonio público por poco más de un año. Varias de
estas llegaron a ser ministros poderosos y capaces, pero algunas se marchitaron como fruto inmaduro.
Durante ese tiempo, cerca de diez fueron levantados como ministros y comenzaron a predicar en la
reunión específica de Abington, a la cual yo pertenecía.

En la medida que esperaba que Dios incrementara mi capacidad de ministrar, así experimentaba un
considerable crecimiento y ensanchamiento, y en el fiel cumplimiento de mi deber, una gran paz y
consuelo celestial fluían a mi alma como una plácida y refrescante corriente. También descubrí que este

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era el medio de unirme aún más con los Amigos, en una dulce y cómoda cercanía, la cual nunca antes
había sentido tan amplia y vívidamente.

Muchos jóvenes de buenas intenciones y algunos otros de poca experiencia parecían admirar mi don,
y algunas veces hablaban muy bien de él, aunque no siempre se abstenían de hacerlo fuera del alcance
de mi oído. ¡Oh, cuán peligroso es esto si los ministros lo disfrutan! Puede ser justamente comparado
con un veneno que en poco tiempo, destruirá la vida pura e inocente. Mi juicio estaba en contra, pero
encontré algo en mí que parecía estar más inclinado a escucharlo, aunque no con total aprobación. Eso
mismo en mí quería saber qué pensaban de mí tales y cuales personas (aquellas que eran de mayor
estima por experiencia y sabiduría). A veces me imaginaba que me miraban con desconfianza, lo cual me
desanimaba. Pero vi que todo esto, siendo que provenía de la raíz del yo, debía ser juzgado, y supe que
debía morir en la cruz antes de que yo estuviera en condiciones de ser confiable con alguna medida del
tesoro del evangelio.

Yo también me empecé a deleitar mucho en mi don, y si la divina Bondad en Su misericordia no lo


hubiera evitado (mediante un bautismo4 profundo y angustiante), le habría abierto una puerta al orgullo
espiritual, el peor tipo de orgullo, y habría entrado por ella para mi ruina. Tengo razones para pensar
que los Amigos experimentados, al observar mi gran crecimiento y ensanchamiento de ramas en la parte
alta, temieron mi caída en caso de tormenta. Sin embargo, en medio de mi vanidosa carrera, le plació al
Señor quitarme por un tiempo el don del ministerio, junto con todo consuelo palpable de Su Espíritu,
de modo que quedé (según yo) en total oscuridad, es decir, en la región y sombra de muerte. En este
abatido estado mental fui gravemente acosado y tentado por el falso profeta, el que se transforma, para
que mantuviera mi crédito en el ministerio al continuar con mis servicios públicos. Bien podría decirse
que él “hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres, y engaña a los moradores de
la tierra”; pues así descubrí que es. ¡Oh, es difícil imaginar cuán cercana es la semejanza que el enemigo
puede lograr de las cosas de Dios, o cuán exacta la imitación que puede hacer de las mismas! De hecho,
por el estado mental en el que me encontraba entonces, en algunos momentos estuve dispuesto a decir:
“¡Ah, veo y siento que el fuego del Señor desciende para preparar mi ofrenda!” Y cuando estaba casi listo
a rendirme ante esta insinuación y hablar en el nombre de Dios, un piadoso temor se apoderaba de mi
mente y sentía el deseo de probar mi ofrenda de nuevo. Por este medio fue descubierto el fuerte engaño
en el que estaba, el fuego falso fue rechazado y mi alma fue sumergida en una ansiedad más profunda de
la que había antes.

No hay lengua o pluma que pueda expresar plenamente la angustia casi constante de alma que estuvo
sobre mí por cerca de cuatro o cinco meses. Con respecto a mis amigos, en alguna medida me sucedió
como a Job; algunos suponían que la causa de esta caída era una cosa y otros suponían otra, aunque

4 Él usa la palabra bautismo de manera figurativa, hablando de ser sumergido en ardientes experiencias, pruebas y juicios
por medios de los cuales el Señor ‘limpiará Su era’ completamente.

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por la misericordia, no podían culparme de ninguna mala conducta como la causa de la misma. La razón
más probable de mi cambio, en la mente de muchos, era que yo había sido demasiado elogiado por
otros y que por eso había perdido mi don. De hecho, eso se acercó más a la verdad. Sin embargo, no
estaba completamente perdido, porque cuando mi misericordioso Ayudador vio que mi sufrimiento era
suficiente, restauró el don otra vez y apareció en mi alma como una mañana clara sin nubes. ¡Alabanzas
eternas a Su santo nombre! Mi mente estaba profundamente inclinada en humilde gratitud, bajo el
sentido del gran favor de ser otra vez tenida por digna de que se le confiara un don tan precioso. Por
tanto, yo tenía cuidado de ejercerlo con gran temor y temblor, incluso con una cruz aun mayor sobre mi
propia voluntad que antes.

En el curso de mi experiencia religiosa, muy a menudo he tenido motivos para admirar y adorar los tratos
de la divina Sabiduría para conmigo, con el fin de preservarme en el camino de paz. Estoy muy seguro
de que Él obrará así por toda aquella humanidad que esté enteramente rendida de corazón a Él, para
que no sea posible que pierda la felicidad eterna. Porque en verdad, nadie es capaz de arrebatar de Su
todopoderosa mano a los que no Lo abandonan primero.

Después de que había aparecido en el ministerio público poco más de dos años, sentí que el evangelio de
amor (según comprendí) me movía a visitar las reuniones de Amigos en algunas lugares de Nueva Jersey.
Al ser joven en el ministerio, por momentos tenía gran temor de equivocarme en lo que pensaba que Dios
requería de mí. Tenía pavor de correr cuando el Señor no lo deseaba y adonde Él no me había enviado,
y así traer deshonra a Su bendito nombre, y exponerme a los Amigos sabios y con discernimiento, como
alguien sin las cualidades apropiadas para tan grande responsabilidad. Mi angustia era grande, de noche
y de día, pidiéndole al Señor una mayor confirmación. Él escuchó misericordiosamente mis clamores y
le plació, mediante un sueño o visión nocturna, proporcionarme tan plena satisfacción, que no recuerdo
haber tenido después ninguna duda al respecto.

Comencé el viaje el 7 del octavo mes de 1736, con un compañero mucho mayor que yo. Visitamos las
siguientes reuniones, a saber: Pilesgrove, Salem, Alloways Creek y Cohansey, donde mi compañero me
dejó y regresó a su hogar, al sentirse desanimado en su propia mente acerca del viaje. Sin embargo, en la
medida que yo descubría al Señor cerca mediante Su bendito poder (abriendo mi boca y ensanchando mi
corazón abundantemente en Su obra), así era animado a proseguir, acompañado en el viaje por un Amigo
intachable que pertenecía a la reunión de Alloways Creek, quien tenía unas pocas palabras que decir en
las reuniones. Pasamos a través de un territorio deshabitado de aproximadamente cuarenta millas, de
Cohansey a Cape May, donde tuvimos una reunión. De ahí fuimos llevados a Great y Litlle Egg-harbor y
tuvimos reuniones, y luego, a través de lugares despoblados, a la Reunión Anual en Shrewsbury, la cual
fue grande y muy favorecida con la presencia divina. Varios Amigos ministros de Pennsylvania estaban
ahí: Thomas Chalkley, Robert Jordan, John y Evan Evans, Margaret Preston y otros.

No era conveniente para mi crecimiento en el ministerio, ni para mi inclinación, usar mucho tiempo

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predicando en esas grandes reuniones. Por lo tanto, en su mayor parte, les di paso a los que estaban mejor
calificados para la obra, y que según mi estima, eran dignos de doble honor. Yo tenía un gran respeto en
mi mente, por todos aquellos que yo pensaba que eran pilares de la casa de Dios, fueran ministros o an-
cianos. Realmente creo que si alguno de ellos, según su discernimiento, hubiera expresado que yo estaba
equivocado en alguna de mis ofrendas, en algún momento, probablemente habría dependido más de su
juicio que del mío. Por muchos años me consideré como un niño en cuanto a experiencia, en todo sentido,
y por tanto, pensaba que la sujeción a aquellos que eran padres y madres de Israel era mi deber. Nunca,
que yo recuerde, ignoré a ninguno de ellos, lo cual es ahora una gran satisfacción para mi mente.

Confieso que desde entonces, en algunas ocasiones he tenido motivos para maravillarme del atrevimiento
de algunos, que aunque niños en el ministerio (si es que realmente son niños), han emprendido la obra
de los hombres, demostrando apenas una disposición a darles preferencia a los demás por encima de
ellos mismos. Y cuando estos han sido exhortados por los de mucho más experiencia que ellos, han sido
capaces de disputar o defender la comisión divina, alegando que era correcto obedecer a Dios antes que
al hombre, como si tuvieran el derecho exclusivo de hablar y juzgar en el cuerpo. Pero yo había visto
muchas veces el gran peligro de ser engañado y burlado por el que se transforma, y por tanto, tenía temor
de confiar en mi propia vista, y consideré más seguro para mí permanecer muy abierto a la instrucción y
dejar que llegara de quien fuera, pues no había nada más deseable para mí que estar en lo correcto.

Esta gran reunión en Shrewsbury terminó bien y dulcemente. ¡Alabanzas al Señor sobre todo para siem-
pre! De ahí fuimos a las reuniones en Chesterfield, Trenton, Bordentown, Mansfield, Upper Springfield,
Old Springfield, Burlington, Bristol, las Falls, Ancocas, Mount Holly, Evesham, Chester, Haddonfield y
Woodbury Creek, después de lo cual regresé a casa. El Señor prosperó mi viaje y por momentos fue como
una fuente incontenible, proveyendo diariamente para la obra en la que Él me había involucrado. En
verdad, se mostró maravillosamente misericordioso hacia mi débil estado, dando tanto sabiduría como
palabras, tal como está escrito: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza.”
¡Alabanzas a Su santo nombre por siempre!

Sin embargo, aunque el Señor me había encomendado la comisión del evangelio y se complacía en
recompensar mis esfuerzos sinceros en la misma, con dulces beneficios de paz y gozo en el Espíritu Santo,
y con la unidad de los hermanos en un grado cómodo, aún así mis tentaciones eran grandes, y diversos
los combates que tuve contra los enemigos de mi alma durante algunos años. ¡Oh, cuánto me costó
evitar ser contaminado (en un grado u otro) debido a los casi continuos ríos de inmundicia que salían
de la boca del dragón! De hecho, él buscaba arrastrar mi imaginación hacia diversos placeres ilícitos, y
de estos no siempre escapé por completo. Algunas veces era persuadido a que estableciera límites por
mí mismo, y aunque no caía directamente en el mal que estaba tentado a hacer, sí disfrutaba y me
satisfacía acercarme tanto como pensaba que era lícito. De esta manera, por falta de vigilancia cuidadosa
(no sólo para esquivar lo que sabía que era en verdad malo, sino también cada apariencia de mal), en
algunas ocasiones traje gran angustia y profunda aflicción sobre mi mente. Y cuando me había salido un

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poquito del camino correcto, encontraba que eran necesarios muchos (¡oh, sí, muchos!) penosos pasos y
dolorosas angustias, antes de ser recibido de nuevo en el camino y favor de mi Padre celestial.

Desde entonces, he estado humildemente agradecido por Su preservación, es decir, por guardarme fuera
de los males más mortales, considerando cuán peligrosamente los permití a veces en mi imaginación.
¿Cómo pueden los débiles mortales determinar hasta qué punto llegarán al cederle algo de terreno al mal?
En verdad, al buscar cualquier grado de placer en pensamientos de cosas prohibidas, el hombre trabaja
grandemente para su propio dolor. He descubierto mediante lamentable experiencia, que cuando se le da
la menor oportunidad al enemigo, gana ventaja sobre nosotros, y como resultado, somos enormemente
debilitados. Así, en lugar de crecer “como sauces junto a las riberas de las aguas,” hay peligro de que nos
marchitemos y seamos como aquellos que retroceden, en quienes el Señor no se agrada. He descubierto
que lo primero que hace Satanás sutilmente, es sacarme del constante cuidado de llevar todos mis
pensamientos, palabras y actos a la luz de Cristo para que sean tratados por ella en mi propio corazón, y
en lugar de esto, que los examine por medio de mi razonamiento parcial. Aquí muchas cosas realmente
malas en su naturaleza o tendencia, o ambas, pueden tener la apariencia de ser algo trivial, y entonces, la
mente alega que no hay nada malo en esta, aquella u otra cosa. Y aunque haya dudas en la mente, estas
pueden ser razonadas en sentido opuesto (sin considerar debidamente, que ‘el que duda, es condenado.’)
Así, (¡ay!) cuando al Juez verdadero de todos le ha placido levantarse, me ha hallado con mi cubierta de
hoja de higuera, tras haber perdido en gran medida el vestido de inocencia y la santa confianza hacia
Dios, al darle paso a las cosas malas. ¡Oh, cuánto se ha calentado el horno por causa de mi negligencia, a
fin de que toda la escoria sea quitada!

Así sucedió conmigo, hasta que las muchas disciplinas del Padre celestial me llevaron a más temor,
cuidado y sujeción. No podía dejar de mencionarles mis muchas debilidades y fallas, para que otros
aprendan a tener cuidado. También creo que esta es la razón principal por la que Dios nos ha trasmitido
por medio de las Sagradas Escrituras, los fallos y fracasos de Su pueblo. ¡Oh, ustedes viajeros a Sión,
miren el gozo que está puesto delante de ustedes, sin permitir que sus ojos vaguen alrededor, para que
no les trasmitan tal deleite a sus corazones que pueda infectar sus almas con una enfermedad mortal,
debido a la cual no serán capaces de proseguir en su viaje a la ciudad santa! Tengan cuidado de no
cargarse con el fruto aparentemente agradable de esa tierra por la que están pasando. Aunque cuelgue
abundantemente a cada lado, no será útil para ustedes en la tierra celestial hacia la que van, ni les servirá
para un verdadero refrescamiento en el camino. Si desean que el camino les sea prosperado, miren
fijamente hacia adelante, con el ojo puesto únicamente en el galardón. Lleven inmediatamente a la cruz
cada movimiento que busca satisfacción en lugares prohibido, y pronto encontrarán que el yugo de Cristo
es fácil y Su carga ligera. En realidad, encontrarán todos Sus caminos placenteros y Su sendas pacíficas.
Esto es mucho mejor que esa intranquila e inconsistente manera de viajar: pecando y arrepintiéndose,
arrepintiéndose y volviendo a pecar, lo cual sienta las bases para la murmuración, esclavitud y afán.
Estos claman (algunos todas sus vidas) que no se puede obtener una completa victoria sobre el pecado
en este lado de la tumba. “Debemos permanecer como miserables pecadores,” dicen, cuando la razón

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yace completamente en ellos mismos, pues no quieren entrar ni permanecer en la ayuda del Señor contra
los poderosos enemigos de la felicidad de sus almas, la cual es totalmente suficiente para dar completa
victoria sobre todos ellos. En verdad, Él es capaz de darnos poder para triunfar y decir, “somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó.”

* * *

John Griffith fue ministro entre 1734 y 1776, cerca de cien años después del gran derramamiento de luz y
poder que dio origen a la Sociedad de Amigos. A pesar de que la Sociedad continuó creciendo en número
a través de la mayor parte de los 1700 (y un remanente vivo sobrevivió incluso hasta los 1800), hubo
un declive triste y constante de la verdadera vida y devoción, después de los primeros cincuenta años de
prosperidad y pureza. John Griffith pasó toda su vida trabajando en medio de una iglesia en decadencia,
advirtiéndoles que no perdieran su primer amor, e insistiendo en la necesidad de la guía, luz y poder del
Espíritu en todas las cosas. En una de las muchas expresiones halladas en su diario completo escribe:
“Hace ya casi un siglo que el Señor, mediante Su brazo extendido, reunió nuestra Sociedad a partir de
las áridas montañas y desoladas colinas de la profesión vacía, escogiéndolos para Su propio y particular
rebaño y familia, como se mostraba plenamente por medio de muchas evidentes señales de Su amor y
poderosa protección; aun cuando los poderes de la tierra, como las furiosas olas del mar, se levantaban
contra ellos con todo el propósito de esparcir y devastar. Puede ser justamente preguntado: ¿Qué pudo
haber hecho el Señor por nosotros que no haya hecho? ¡A pesar de lo cual, qué indiferencia, tibieza e
insensibilidad hacia la vida de la religión son halladas ahora entre muchos bajo nuestro nombre! Más
aún, en algunos lugares este doloroso letargo ha llegado a ser casi general.”

John Griffith junto con una fiel minoría en su generación, derramaron sus vidas por las verdades del
evangelio, por la pureza de la iglesia y por la gloria del Señor en la tierra. Murió por complicaciones de
asma en 1776, a los 63 años de edad.

Capítulo VIII

Memorias de John Crook

[ 1617—1699 ]

He sido presionado a menudo en espíritu a escribir la siguiente historia acerca de mi vida, para que el
mundo, así como mis amigos y conocidos, puedan conocer los tratos del Señor conmigo desde mis tiernos
años, tanto para la consolación de los santos, como para la información e instrucción de todos aquellos
a cuyas manos llegue este relato. Pero por encima de todo, deseo que el Dios de mi vida sea temido y

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exaltado en los corazones, y por las vidas santas de todos los hijos e hijas de los hombres para siempre.

Nací al norte del país, de padres que eran de la religión común de los tiempos en que vivieron. Fui
criado por ellos y a la manera de ellos, hasta aproximadamente los diez u once años. Durante ese tiempo
experimenté muchas pruebas en mi hombre interior, y con frecuencia oraba en lugares apartados según
surgían las palabras en mi mente, y según aprendía oraciones sin un libro. Pese a eso, permanecían
dentro de mí muchos y fuertes combates, los cuales continuaban apareciendo por varios meses. En una
ocasión que se destaca entre las demás, estuve a punto de ser vencido y cerca de consentir que el diablo
me incitara (mediante un esfuerzo poderoso y violento), a rendir toda mi resistencia y oposición a él.
Pero de repente, se levantó en mí un poder y vida que se opuso y rechazó al enemigo, haciendo que mi
espíritu dijera dentro de mí, con mucho denuedo y valor: “No te serviré, Satanás, sino que serviré al
Señor Dios del cielo y de la tierra, sin importar lo que sufra o sea de mí.” Recuerdo bien que mi lengua
pronunció esto audiblemente y con mucha vehemencia y resolución, en completo consentimiento con lo
que se estaba hablando internamente en mi corazón, y en oposición y contradicción al espíritu maligno
que fuertemente me tentaba a rendirme a la maldad. Después de esto, me asusté al considerar estos dos
esfuerzos contrarios en mi espíritu, y qué podrían significar, pues yo nunca había oído a nadie hablar de
tales cosas. Y estaba especialmente sorprendido al considerar, qué sería esa voz que habló con semejante
autoridad en mí y le ordenó hablar a mi lengua audazmente en conformidad con ella, y en contra de lo
que casi me había forzado a consentir sus malas intenciones y sugerencias. Pero por la tranquilidad y
alivio que sentía en mi interior, concluí que había sido el Señor quien me había ayudado en tan grande
prueba.

Recuerdo que después de esto, cuando era tentado o atribulado en mi mente, me iba a algún rincón o
lugar secreto y oraba a Dios. Y cuando había cometido pecado y maldad, y después era afligido, oraba
a Dios pidiéndole Su fuerza contra esto. Me di cuenta de que cuando estaba solo, Él trataría conmigo
todas y cada una de mis acciones, pues mis pecados se refrescaban en mi memoria y estaban tan puestos
delante de mí, que no podía sacarlos de mi vista. Entonces me esforzaba por entrar en algún lugar
privado para orar y llorar, y le prometía a Dios y pactaba en secreto con Él, que nunca haría lo mismo
de nuevo si Él me perdonaba los pecados y me ayudaba en el futuro. Pero a pesar de todo esto, los males
prevalecían en mí y no podía cumplir mis promesas a Dios. Entonces venía aflicción sobre mi espíritu, y
a menudo me lamentaba y andaba pesadamente. No me deleitaba en el juego o en los pasatiempos que
veía que otros niños disfrutaban, lo que con frecuencia me hacía concluir en mi mente, que ellos estaban
en una mejor condición que la mía, y que definitivamente Dios estaba enojado conmigo, lo cual era la
causa de que me corrigiera así. Pues yo veía que los otros niños estaban felices y alegres, pero que yo no
tenía paz. Sin embargo, a veces encontraba tranquilidad y estaba alegre, pero rara vez duraba sin que se
entremezclara la aflicción. También experimenté muchas revelaciones en mi mente acerca del cielo y del
infierno, de hombres malos y buenos, las cuales a veces me sorprendieron mucho. Y vi que muchos de los
sacerdotes en aquellas partes eran profanos, pues se entregaban a varios tipos de maldad.

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Cuando tenía unos diez u once años fui a Londres, y estando ahí asistí a varias escuelas hasta cerca de
los diecisiete, tiempo durante el cual pasé por mucha aflicción y prueba en mi mente. Pero aunque yo
vivía con una familia malvada y entre personas que se mofaban de toda seriedad en la religión, aun así,
a menudo me metía en algún lugar escondido y oraba o lloraba amargamente por la consciencia de mis
propios pecados, y con frecuencia reprendía a mis compañeros de escuela y amigos por su maldad. Mu-
chas veces caminaba solo en lugares secretos cuanto el resto estaba ocupado jugando o en pasatiempos.
De esta manera pasé mis días de juventud, leyendo y en frecuentes oraciones cuando la aflicción estaba
sobre mí, de la que rara vez estuve libre por semanas enteras, fuera de noche o de día. Durante ese
tiempo no oí muchos sermones, pues no estaba familiarizado con nadie que frecuentara tales prácticas,
hasta que llegué a ser aprendiz, aproximadamente a los diecisiete años.

Por ese tiempo fui ubicado en una parroquia en Londres, en la que había un ministro que era llamado
‘puritano.’ Ahí conocí a un grupo de jóvenes que frecuentaban sermones y conferencias, y asistíamos tan
a menudo como teníamos alguna libertad de nuestro aprendizaje. Sin embargo, a medida que crecía en el
conocimiento y entendimiento de las cosas de Dios, la aflicción crecía sobre mí más y más. Yo me dediqué
a leer la Biblia y otros buenos libros, y a orar con frecuencia, al punto que la familia con la que estaba
entonces como aprendiz lo notó, y en algunas ocasiones permanecían en lugares ocultos para oírme orar,
aunque en ese momento yo no lo sabía.

Pero recuerdo que cuando era más ferviente en mi devoción, algo dentro de mí seguía refrenándome,
para que no dejara por completo los males de los que me sabía culpable. Me habría gustado tenerlos
perdonados y borrados, y aun así, deseaba continuar en ellos. Había algo en mi interior que se oponía
a mis más fervorosos clamores y peticiones, y que deseaba tener tanto paz con Dios, como continuar en
aquellas cosas contra las que oraba. Esto al final me hizo concluir que yo no era más que un hipócrita,
y que no tenía parte en la elección de gracia, sino que me iba a convertir en un espectáculo eminente de
la condenación de Dios. Además, concluí que lo que se oponía a mis más fervientes clamores a Dios era
el diablo, y por tanto, que estaba poseído por él. Como resultado de esto, tan frecuentemente como tenía
oportunidad, interrogaba a los otros profesantes cristianos acerca de cómo les iba a ellos, y qué entendían
de la condición de aquellos que estaban poseídos por un espíritu inmundo. Pero todo lo que obtenía de
ellos, no quitaba de mi mente la idea de que estaba poseído por el diablo. En realidad, yo creía sentir en
mí algo discernible y abiertamente opuesto a las buenas intenciones y deseos que estaban en mí, como si
dos contrincantes estuvieran peleando en mí por la victoria. Y cuando estaba muy cansado de resistirme
y luchar, no podía obtener alivio o perceptible tranquilidad, excepto al ir a orar; fuera secretamente en
mi interior o de rodillas en algún lugar escondido.

Muchas veces, cuando estaba orando, me poseía tal temor que me detenía y miraba detrás de mí, en caso
de que el diablo estuviera ahí listo para llevarme tan pronto como me levantara. Y luego me afligía por
ceder ante mis temores y mirar hacia atrás. A pesar de todo esto, no me atrevía a dejar de orar. Pero lo

97
que más me afligía era que aquellos que me escuchaban, admiraban mi don en la oración y creían que
era un hijo de Dios, cuando mi conclusión acerca de mí mismo era que los estaba engañando, e iba a
provocar que el nombre de Dios fuera blasfemado por mi caída al final. Porque yo creía que era imposible
para mí continuar por mucho tiempo en esa condición, antes de caer y ser hecho un ejemplo para todos
los hipócritas.

Así continué profesando, orando, oyendo, leyendo, y sin embargo, no podía percibir en mí ninguna ver-
dadera mejora, más bien, las mismas vanidades juveniles seguían arrastrando mi mente cada vez que se
ofrecía la oportunidad. Yo nunca me entregué a actos externos groseros y profanos, sólo a conversaciones
frívolas, vanas compañías, pérdida de tiempo, envanecimiento por mi ropa y cosas semejantes, por todo
lo cual era condenado; como también por usar el pelo largo y gastar mi dinero en vano, el cual habría
sido mejor empleado si hubiera sido usado para comprar buenos libros, o darlo a los pobres. Todo lo que
hacía era condenado, y yo mismo por hacerlo, aun así, no me atreví a dejar mis deberes religiosos, porque
pensaba que entonces el diablo prevalecería sobre mí y me obligaría a destruirme. ¡Oh, sí, yo tenía miedo
de ver un cuchillo si estaba solo, o de tener uno toda la noche en la habitación donde dormía!

Por lo tanto, continué corriendo a escuchar conferencias cada vez que mi maestro me otorgaba algún
tiempo, el cual yo me esforzaba por obtener duplicando mi diligencia durante el día y absteniéndome
de dormir durante la noche. Yo buscaba reuniones y conferencias privadas, e iba a escuchar a cualquier
orador eminente del que había oído hablar, porque para este momento yo había obtenido un gran
conocimiento de tales oradores, por estar muy familiarizado con oyentes de sermones y con los que
frecuentaban ayunos y reuniones privadas.

A veces, mientras escuchaba sermones, tenía mucha dificultad para no gritar en medio de la asamblea:
“¡Estoy maldito! ¡Estoy maldito!” Nunca lo hice, pero sí me iba lleno de horror y miseria en mi mente. Los
ministros en aquellos días comúnmente predicaban de cómo podía saber un hombre si era un hijo elegido
de Dios; por medio de ciertas marcas y señales si lo era, y por medio de otras si no lo era. Esto a veces me
hacía concluir que yo tenía la gracia salvadora, y otras que no era más que un hipócrita. De esta manera
era lanzado arriba y abajo, pasaba de la esperanza a la desesperación, y de una señal de gracia en mí en
una ocasión, a una de señal de hipocresía y condenación en otra. Yo no sabía qué hacer, si era mejor ir a
la iglesia o quedarme en la casa, porque no encontraba descanso o paz duradera por medio de todo lo que
oía, ni por correr de aquí para allá. No sentía libertad de acudir a ninguno de esos ministros en privado
y ponerlo al tanto de mi condición, en parte, porque pensaba que no podían ayudarme, y en parte, por
temor a que me fueran a desanimar y a decirme que era un hipócrita, y entonces Satanás prevaleciera y
me obligara a destruirme. ¡De hecho, tenía temor de cualquier cosa que pudiera confirmar mis propios
pensamientos acerca de mi miserable estado! Porque mis propios pensamientos ya eran suficientemente
malos, y yo estaba extremadamente temeroso de que mis pensamientos fueran secundados por el juicio
de algún otro. Así que nunca fui a ningún ministro para contarle mi condición, sino que la cargué
secretamente en mi propio pecho, y pocos sabían lo que estaba pasando conmigo.

98
En una ocasión cuando era aprendiz y estaba lleno de aflicción, decidí salir en la tarde del primer día
(llamado el día del Señor), y dirigirme hacia cualquier dirección que sintiera que era movido o inclinado
en mi espíritu, ya fuera subir o bajar la calle, este u oeste, norte o sur, sin ninguna determinación previa
o premeditación, sino “donde me llevara el viento” (por decirlo así) o fuera conducido. Así que caminé
guiado por algo en mi interior en lo que creía, hasta que me llevó a una llamada ‘iglesia parroquial.’
Entré y me senté, y en un corto tiempo un joven subió al púlpito y predicó de Isaías 50:10, “El que anda
en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.” Él había predicado
antes sobre este versículo, y en esa ocasión se propuso mostrar quién era ese hombre que temía al Señor,
y aun así andaba en tinieblas. Él hizo esto como si hubiera conocido mi condición y hubiera hablado
directamente conmigo, lo cual me alivió enormemente. En ese momento fue de gran consuelo, pues había
sido llevado ahí providencialmente, a un lugar donde nunca había estado antes.

Salí de ahí muy contento y continué así por un tiempo. Pero la aflicción pronto vino sobre mí otra vez,
a través de cierta negligencia y frialdad, lo cual produjo desconfianza e incredulidad. De modo que, el
antiguo enemigo, el tentador, entró de nuevo y me afligió en mi mente peor que antes, de tal manera
que me pregunté si todo lo que se me había dado para refrescarme no era más que un engaño, sin
ninguna verdad en ello. Entonces, el horror me llenó a tal punto que se me fue el sueño, y una angustia e
intolerable tribulación empezó a habitar en mi carne. Y cuando escuchaba a algunas de las personas más
bajas y pobres que clamaban en las calles de Londres, incluso deseaba que esa fuera mi condición, porque
pensaba que cualquier hombre o mujer estaba en mejores condiciones que yo. Realmente yo me creía el
único hombre miserable en el mundo. Si yo me hubiera convertido en la criatura más despreciable de
toda la creación, habría sido feliz, en comparación con mi más intolerable miseria. Todo esto se vio aún
más acentuado por el libro de Francis Spira1 que había llegado a mis manos, pero cuando había leído un
poquito, lo eché de mi lado y no me atreví a mirarlo más, pues yo pensaba que se asemejaba mucho a mi
condición.

Continué en esa extrema miseria, guardándola para mí y lamentándome en secreto, hasta que una
mañana, mientras estaba sentado solo y lamentándome por mi estado del momento, repentinamente se
levantó una voz diciendo: “¡No temas, oh fatigado con tempestad y sin consuelo! Yo te ayudaré, y aunque
por un momento he ocultado Mi rostro de ti, aun así, con misericordia eterna te visitaré y serás Mío. No
temas, porque te he perdonado, y nunca te dejaré ni te desampararé, dice el Señor, el Dios poderoso.”

Entonces, súbitamente, todo se silenció y se tranquilizó dentro de mí, de modo que me pregunté adonde
se habían ido las muchas aflicciones, temores y pensamientos que justo antes me atormentaban. Hubo

1 Francis Spira (1502—1548) fue un abogado italiano convertido al protestantismo, que bajo la presión de la Inquisición
Católica negó sus propias convicciones y públicamente se retractó de su fe. El libro al que hace referencia Crook se
llama, “A Relation of the Fearful Estate of Francis Spira” (Un relato del estado de terror de Francis Spira), en el que
se cuenta del terror que se apoderó de Spira tras su retractación y la subsecuente culpa, horror y angustia mental que
pronto acabaron con su vida.

99
tanta calma y quietud en mi mente por un espacio de tiempo, que recordé el silencio que se había
producido en el cielo por media hora. Estaba lleno de paz y gozo, completamente abrumado, y brillaba
tal luz interior dentro de mí, que por un espacio de siete u ocho días caminé como si hubiera sido tomado
de la tierra. Estaba tan arrebatado en mi mente, que era como si caminara por encima del mundo, sin
prestar atención (según me parecía) a ninguna persona o cosa mientras caminaba para arriba y para
abajo en las calles de Londres, pues estaba enteramente absorto en la maravillosa luz del Señor y lleno de
una especie de dominio gozoso sobre todas las cosas en este mundo. En este tiempo vi claramente (y para
mi gran consuelo y satisfacción), que cualquier cosa que el Señor quisiera comunicar, o dar a conocer
de Sí mismo y de los misterios de Su reino, lo haría en un camino de pureza y santidad. Sí, entonces
vi gran brillo en la santidad, gran belleza en la vida recta, pura y justa, y en el andar cercano y sobrio
con Dios en conducta santa. Aunque yo antes había obedecido lo mejor que había podido, nunca había
encontrado la paz, la aceptación ni la justificación ante Dios que ahora sentía, cuando surgía libremente
en mí. Entonces vi que la verdadera religión radica en esta comunión, y que toda profesión de religión sin
esto no era nada en comparación. Recuerdo bien, que mientras permanecí y caminé en esa luz y gloria
que brillaban muy claramente en mi mente y espíritu, no hubo un pensamiento erróneo que apareciera
o luchara dentro de mí, que no fuera rápidamente desvanecido por no recibir aceptación. De hecho, mi
mente y mi alma estaban completamente cautivadas, y habían sido absorbidas por esa gloriosa luz y
satisfactoria presencia del Señor así manifestadas en mí.

Durante ese tiempo, cuando estaba lleno de gozo y paz, descubrí que no podía realizar los deberes
religiosos tan formalmente como solía hacerlos, sino que, en su lugar, los hacía con mucha más vida y
celo, fe y confianza, que antes, lo que hizo que muchos de mis conocidos admiraran mi don en la oración,
y en algunas ocasiones me impusieran ese deber. Pero después de ese tiempo, percibí una reducción de la
gloria y empecé a leer y a realizar los deberes como los había hecho antes. Por esa época empecé a seguir
a algunos ministros que venían de Holanda, y a algunos otros que se habían separado de las asambleas
parroquiales; porque me disgustaban esas asambleas mezcladas, y sentía mucha sed y anhelaba la
comunión pura con aquellos que eran más espirituales. Habiendo visto algo de la belleza de la santidad,
yo anhelaba caminar con los que experimentaban una comunión con Dios en santidad, y se vigilaban
unos a otros para bien y para el incremento de la vida santa.

Caminé en compañía de algunos jóvenes, y nos reuníamos tan a menudo como teníamos oportunidad,
y orábamos y conversábamos acerca de las cosas de Dios. Recuerdo que cuando varios hablaban de las
Escrituras, a modo de exposición, yo tenía muy poco que decir, pues en ese entonces no tenía mucho
conocimiento de la Biblia, pues había sido criado en familias y bajo tutores que no habían considerado
mucho las Escrituras. Pero yo hablaba de mis propias experiencias, y me deleitaba y amaba mucho a los
que podían hablar por experiencia. Sí, mi corazón se sentía muy animado y avivado por aquellos discursos
y conversaciones de experiencias, de modo que aquellos que eran más espirituales estaban encantados
de estar conmigo y yo con ellos. Ellos a menudo me decían que yo hablaba por experiencia, y que podía

100
hablar de muchas condiciones y cosas como si tuviera un tomo escrito dentro de mí de todos los temas,
mientras que la mayoría obtenía sus discursos de las Escrituras externas a ellos.

Pero en el lapso de dos o tres años, comencé a amontonar Escrituras en mi mente y memoria (tanto por
oír a otros como por mis propios estudios), lo que me llevó a morar más en el exterior y menos en el inte-
rior. Y así, gradualmente, el conocimiento en mi entendimiento y juicio naturales, empezó a superar y a
sobrepasar el sentido de mis experiencias internas. Al final, teniendo poco más que el recuerdo (entonces
muy lejano) de aquellas cosas que una vez habían sido vivas y frescas, y que habían crecido en mí como si
fuera primavera en mi corazón y en mi mente, ahora mi interior se había vuelto invierno. La vida interior
se retiró de la vista, como si estuviera en una raíz oculta, y luego se empezaron a levantar en mi mente
muchas preguntas acerca de la forma de adoración y de las ordenanzas del Nuevo Testamento.

Ya que el Señor había hecho mucho por mí, juzgué que no podría evitar ser culpable de ingratitud
delante de Él, si no buscaba entonces la forma más pura de adoración. Por tanto, después de haber
caminado entre varios tipos de profesantes cristianos de diversos juicios, buscando con quién podía
sentarse mi espíritu y unirse, al fin me reuní con un grupo de Independientes con quienes me uní en
comunión. Pasamos muchos tiempos refrescantes juntos, mientras nos mantuvimos vigilantes y tiernos,
con nuestras mentes internamente retiradas y con palabras escasas y sazonadas. Fuimos preservados en
este espíritu comunicando nuestras experiencias entre sí, en cuanto a si nuestros corazones habían sido
mantenidos hacia el Señor toda la semana, y qué había pasado entre Dios y nuestras almas de principio
a fin de la semana.

Así continuó por algunos años, hasta que se hizo formal. Entonces empezamos a considerar nuestro
estado: si estábamos en el orden correcto del evangelio en concordancia con el patrón primitivo, y en
la administración apropiada del bautismo, etc. Poco a poco empezamos a dividirnos y a dispersarnos en
nuestras mentes con respecto a estas cosas, y se levantaron muchas preguntas acerca de diversos temas
que no se habían cuestionado antes, todos los cuales tendían mucho a la incertidumbre e inestabilidad.
Luego, no sólo comenzamos a ser descuidados con respecto a nuestras reuniones, sino también a
confundirnos en nuestra predicación y servicio cuando nos reuníamos. Finalmente dejamos de reunirnos
y gradualmente nos fuimos alejando unos de otros, y nos volvimos descuidados al considerar principios
de libertad y comodidad para la carne, y de ahí caímos en la trampa de alentar y justificar nuestro
presente descuido y frialdad en la religión. No obstante, yo no estaba tan entregado a la comodidad que
no sentía las correcciones ni las reprensiones por hacerlo, y a menudo la aflicción y angustia internas en
mi espíritu me levantaban nuevamente a los deberes religiosos, tales como orar y leer.

Cuando era oprimido en mi juicio y entendimiento natural acerca de doctrinas y principios (opresión
que se presentaba en mi estado débil y quebrantado), descubrí que mi mente era arrastrada al descuido
con respecto a todo aspecto de la religión, y despreciaba mi seriedad anterior contra el pecado y el mal.
Vi cuántos principios y doctrinas existían que me habrían llevado a creer que mi comprensión anterior

101
acerca de la maldad y el gran peligro de esta, surgía de mera emoción o tradición, y no de razones
fundamentadas o juicio verdadero.

Fui frecuentemente ejercitado de día y de noche, y tentado (tanto por sugerencias internas como por
atracciones externas) a abrazar tales principios. En algunas ocasiones, otros que habían sido tan religiosos
como yo, y que no estaban menos familiarizados con experiencias internas del mismo tipo, trataron de
alejarme del sentido y profunda impresión de la Verdad que permanecía sobre mi espíritu después de las
grandes aflicciones y consolaciones que había gustado. Pero el palpable recuerdo de los días anteriores se
mantenía sobre mí, y me guardó de los principios del ranterismo2 y ateísmo que prevalecían y causaban
gran conmoción en aquellos momentos.

A través de la fe en lo que había gustado, fui sostenido cuando estaba bajo muchos amargos combates, y
profundas ondulaciones y olas, y llegué a la conclusión en mi corazón y en mi mente, de que ‘el justo era
más excelente que su prójimo,’3 y que había una mucho mejor condición que experimentar y disfrutar en
este mundo al caminar con Dios en santidad y pureza, que todo lo que se encuentra en una vida licenciosa
y sensual, o por medio de la codiciosa acumulación de riquezas con tal de obtener un nombre en esta tie-
rra. Esto lo sabía por la dulzura que yo había disfrutado anteriormente, y por el recuerdo que permanecía
debajo de todos los razonamientos y observaciones secas que podía hacer. Sí, yacía más profundamente
alojada en mi interior que todas las comprensiones que flotaban en mi mente. Así descubrí que había un
continuo clamor y sonido en mis oídos internos, que me llamaban a vigilar mis caminos y a obedecer lo
que había sido manifestado en mi consciencia como la voluntad de Dios. Vi que era más probable que esto
me proporcionara más descanso y paz, que todos mis conceptos, observaciones, creencias o sacrificios.

Pero el verdadero significado de estas cosas me era desconocido y no lo entendí claramente, hasta que
le plació al Señor enviar a uno de Sus siervos, de los llamados cuáqueros, a ministrarme como lo había
hecho Felipe con el eunuco en el carro. Porque el eunuco no entendía lo que leía, pero después de que
Felipe le explicó las Escrituras, creyó en aquello que ignoraba. Así sucedió conmigo, pues a través del
siervo e instrumento del Dios altísimo que abrió mis ojos y habló con sencillez (no con parábolas o dichos
oscuros), llegué a ver qué era eso que había clamado por tanto tiempo en mí, en cada ocasión de serio
retiro interior en mi propio espíritu. Entonces pude decir de Cristo al fin: “Uno mayor que Salomón en
este lugar;” mayor que aquel que había discernido correctamente entre lo vivo y lo muerto, y manifestado

2 Los Ranters eran un grupo no conformista que surgió a mediados de los 1600, y que recibieron su nombre debido a
sus extravagantes discursos y prácticas. Algunos de ellos parecen haber sido genuinos buscadores de la verdad, quienes
(en palabras de William Penn), “no se mantuvieron en la humildad ni en el temor de Dios, y después de abundante
revelación, se exaltaron, y por falta de mantener sus mentes en humilde dependencia de Aquel que había abierto sus
entendimientos para que vieran las grandes cosas de Su ley, corrieron en sus propias imaginaciones y las mezclaron
con las revelaciones divinas, dando a luz un monstruoso nacimiento para escándalo de aquellos que temían a Dios.”
Los Ranters a menudo interrumpían las reuniones religiosas establecidas vociferando a gritos, cantando, tocando
instrumentos o haciendo toda clase de ruidos fuertes.
3 Traducción literal de la KJV de Proverbios 12:26

102
claramente a quién pertenecía el niño vivo. Sí, Él fue el que reveló a la verdadera mujer, o iglesia, la cual
está en Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y también dio a conocer quién era la ramera, o falsa
iglesia y sinagoga de Satanás, sin importar lo que ella pudiera decir para justificarse como la verdadera
madre iglesia.

Cuando escuché por primera vez este tipo de predicación, por el llamado cuáquero anteriormente
mencionado, me pareció como si los antiguos apóstoles se hubieran levantado de la muerte y comenzado
a predicar de nuevo en el mismo poder, vida y autoridad en que ministraron y publicaron el nuevo pacto
de Jesucristo al principio. Y verdaderamente pude decir con Jonatán, después de haber oído y gustado
la miel y dulce ministración del bendito evangelio, que mis ojos habían sido abiertos y mis fuerzas
renovadas, a partir del mismo poder por el que el evangelio había sido predicado al principio; pues este
evangelio estaba libre de los contaminantes y residuos del ingenio y los inventos del hombre, por medio
de lo cual el hombre, al usar palabras sin conocimiento, había oscurecido por mucho tiempo el consejo.
Digo la verdad y no miento. Después de haber oído y gustado la miel de Canaán que fluía libremente,
sin las forzadas invenciones del cerebro del hombre, mis ojos fueron abiertos y mis fuerzas renovadas.
Entonces, a través de la gracia del evangelio, obtuve la victoria sobre aquellas lujurias y deseos corruptos
que se levantaban contra las pequeñas agitaciones y movimientos en mi corazón en pos del Dios vivo (eso
que yo había sentido a veces obrando en mí, incluso desde mi juventud).

Cuando las buenas nuevas del evangelio sonaron en mis oídos y alcanzaron mi corazón y consciencia, no
anularon mis anteriores experiencias del amor y misericordia de Dios hacia mi pobre alma, ni llevaron
mi mente a despreciar en lo más mínimo Sus dulces refrescamientos durante mi cansado peregrinaje, los
cuales eran como corrientes de aquel arroyo del que Israel había bebido en el trayecto de sus viajes. Por
el contrario, refrescaron en mi memoria las muchas maneras en que el Señor me había revivido en mi
dolorosa esclavitud, manifestaron mis múltiples rebeliones contras Sus invitaciones, y mi ingratitud hacia
Sus tiernos tratos y las frecuentes visitas que me había hecho. Esto produjo una verdadera sujeción de mi
parte, como el deber más grande hacia este tierno Dios y Padre. Dichas buenas nuevas me hicieron gritar:
“¿Qué, estaba Dios en este lugar y yo no lo sabía?” (Génesis 28:16) Entonces experimenté mi corazón
quebrantado y vencido por Su amor y misericordia hacia mí, y me volví más tierno delante de Él.

De este modo me fueron traídas a mi memoria todas las cosas, y llegué a conocerlo no sólo como Aquel
que “me dijo todo lo que había hecho” contra Él, sino también todo lo que Él había hecho por mí. Esto
hizo que la Verdad fuera aún más preciosa y aceptable en mi corazón, pues trajo en un nuevo recuerdo
las cosas viejas y restauró una vieja relación con mi largamente provocado Dios. En realidad, sucedió
conmigo como había sucedido con Natanael, quien confesó a Cristo tan pronto como Él le dijo que lo
había visto debajo de la higuera. De igual manera, no pude retener la sujeción inmediata de mi alma
a la Verdad, cuando vi cómo me había examinado a fondo y manifestado dónde estaba ahora, y cómo
había visto y visitado Dios mi pobre alma varias veces. Por tanto, he encontrado la promesa de Cristo a
Natanael cumplida en mí también, pues desde el día de la visitación, he visto cosas mayores que las que

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alguna vez vi.

Luego vi que mi condición anterior (antes de que la Verdad me conquistara completamente y se manifes-
tara claramente) era como la de Agar, quien tenía pan y un odre de agua que le había dado Abraham, tras
ser enviada al desierto por las burlas de su hijo a Isaac. Cuando el pan y el odre de agua se acabaron, la
condición de Agar y la de su hijo fue aún más miserable; ella no tenía manera de llenar el odre de nuevo,
ni pudo ver la manera, aunque no estaba lejos de ella. Pero su necesidad llegó a los oídos de Dios y Él le
abrió los ojos, y entonces vio “el pozo del Viviente que me ve.” Así fue conmigo cuando el pan y el agua
de alivio (que Dios a menudo me daba para mantenerme en el desierto) se acabaron; era probable que
pereciera al no ver ningún pozo o forma de suministro. Pero el Señor envió al ángel de Su faz para que
abriera mis ojos, y vi mi “pozo del Viviente que me ve,” el cual estaba ahí antes, pero no había podido
verlo hasta que mis ojos fueron abiertos.

Así, pues, por falta de entendimiento (junto con muchos otros), languidecí muchos de mis días, al igual
que Agar en el desierto, como castigo por mi liviandad y por haberme unido con Ismael en el desprecio
hacia Isaac, la Semilla verdadera en mi propio corazón, y heredera de todas las bendiciones espirituales;
Aquella con quien Dios establece Su pacto para siempre.

De esta manera fui convencido de la Verdad hacia el final del año 1654 (según recuerdo), a través
del siervo del Señor antes mencionado, William Dewsbury. Yo no sabía a cuál convicción pertenecía él
cuando lo fui a oír, porque si hubiera sabido que era de los cuáqueros, creo que no lo habría escuchado,
pues temía ser engañado por opiniones extrañas. Pero al ser providencialmente llevado al lugar donde
él estaba exponiendo, oí sus palabras, las cuales eran tanto lanzas que perforaban y herían mi corazón,
como un bálsamo que me sanaba y consolaba. Recuerdo las palabras precisas que más me impresionaron
en aquel momento. Hablando de los varios estados y condiciones de los hombres y mujeres, describió la
miserable vida de los que, a pesar de sus deberes o desempeños religiosos, no tenían paz ni tranquilidad
en sus espíritus, ya que debido a la falta de entendimiento de dónde buscar un ancla para sus mentes en
todo momento y en todo lugar, eran como niños llevados de aquí para allá, atemorizados por la calculada
astucia de los hombres que promovían sus propias opiniones y formas. En ese momento supe que esa era
mi condición, como también el estado de muchas otras pobres y destrozadas personas, que estábamos
‘rodeadas por las teas de nuestro propio fuego.’ (Isaías 50:11) En realidad, este no nos había traído
más que dolor cada vez que nos acostábamos, cuando estábamos callados, meditando en nuestra cama,
pues no teníamos nada internamente para alimentar y anclar nuestros corazones, además de los deberes
formales que perecen con el uso, o las discusiones acerca de cosas doctrinales en el entendimiento y
memoria naturales. Esto lo vine a saber y a observar después, en la aparición de la principal Piedra del
ángulo puesta en Sión, escogida y preciosa para los que creen en Ella. En Su luz ciertamente entendí,
que no es una opinión sino Cristo Jesús, el poder y brazo de Dios, quien es el Salvador. Y cuando Él es
sentido en el corazón y se mantiene morando ahí mediante la fe, Él se distingue de todos los conceptos
en el cerebro, como se distingue la sustancia viva de un cuadro o imagen de ella.

104
El recibimiento de la Palabra de vida en mi alma, fue como el librito que le fue ordenado a Juan comer,
el cual resultó ser dulce en su boca, pero amargo en su estómago. Así fue la Verdad para mí, tan dulce y
deliciosa en mi paladar, como lo fue la miel para Jonatán, por medio de la cual mis ojos fueron abiertos
y mi fuerza renovada con gran gozo y claridad. Así continuó por algunos meses después de la primera
vez que oí, mediante lo cual mi juicio fue tan ensanchado y fortalecido contra todas las baterías y asaltos
de los disputadores de este mundo, que no me cabe la menor duda de que habría podido mantener
los principios de la Verdad contra todos los opositores. Sin embargo, todo ese tiempo consideré poco
la forma o expresión externa de la Verdad, hasta que oí a la misma persona declarar la palabra de
Verdad otra vez. Entonces comencé a ver que todo el conocimiento era nada, sin la verdadera práctica y
conformación a lo que sabía. Y entonces la Verdad empezó (como el librito) a ser amarga en mi interior,
debido a que yo no estaba rindiendo obediencia a lo que estaba convencido que era mi deber; como
dejar de lado toda la extravagancia en la vestimenta, palabras y conducta, lo cual era para mí difícil de
hacer, estando en ese entonces comisionado como Juez de Paz. Pero poco a poco, fui llevado a través
de todos los cuestionamientos y razonamientos al respecto, por medio de dolorosos y agudos terrores en
mi consciencia. Llegué a ver todos mis pecados y maldades (tanto externos y grandes, como secretos y
escondidos) por medio de la luz en mi propia consciencia, y supe que todos mis pecados no eran sino
combustible, que la ira e indignación del Señor debía consumir.

Vi que el hacha tenía que ser puesta a la raíz del árbol, y que había una naturaleza maligna que debía
ser consumida en mí, la cual había dominado durante mucho tiempo, a pesar de mi profesión religiosa.
Vi que mi extravagancia en la vestimenta, en las palabras y en muchas otras cosas, no hacía más que
alimentar y mantener viva esa naturaleza, y que así prolongaba el fuego para mi propia gran miseria.
Entre muchas otras cosas vi claramente, que hablar de manera diferente a ciertas personas, y quitarme
el sombrero según la costumbre y moda del mundo, debía ser dejado y rechazado antes de que esa
naturaleza carnal y mundana muriera en mí por completo, y yo fuera perfectamente liberado de ella.
Claramente vi que esas cosas, junto con el uso de muchas palabras fuera del temor de Dios, no eran más
que comida que nutrían, alimentaban y mantenían viva la naturaleza y parte equivocadas en mí.

¡Oh, cuán fuertemente me resistió la razón carnal, en mi separación de estas y otras cosas! Nadie lo
sabe, sino aquellos que han sido ejercitados de la misma manera. Tampoco puedo expresar la multitud
de maneras y argumentos que usó el diablo para mantenerme en esas formalidades y costumbres, mucho
más por mis innumerables conocidos y mi empleo público. No obstante, la más grande tribulación
que atravesé (antes de poder entrar en el reino de Dios), fue desprenderme de mi propia sabiduría y
conocimiento, mediante lo cual yo me había beneficiado más allá de muchos de mis iguales. Descubrí
que necesitaba ser decapitado (por decirlo así) por el testimonio de Jesús, pues encontré por cierta expe-
riencia, que hasta que el hombre es verdaderamente crucificado con Cristo, es capaz de dar un verdadero
testimonio de Cristo. Previo a esta muerte, el hombre sólo puede dar testimonio de sí mismo, cuyo
testimonio no es verdadero; pero después de que es efectivamente crucificado con Cristo y levantado con
Él, si da testimonio de Cristo entonces, su testimonio es verdadero. En esto, es correctamente entendido

105
el dicho fiel: “Porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía” (Apocalipsis 19:10).

Después de una larga y aguda lucha de aflicciones y profundos ejercicios en mi corazón y consciencia, al
fin me rendí para ser un tonto para Cristo, como el que está “loco para el Señor” (2 Corintios 5:13). Esto
se efectuó con profunda agonía, porque yo realmente llegué a pensar que podía perder mi mente debido a
los terrores de Dios que estaban sobre mi alma. Pero al fin, por Su gracia, Él sujetó el espíritu de mi mente
a Sí mismo, para que a través de Su predominio yo cediera y estuviera quieto, y Él pudiera hacer conmigo
lo que deseaba. Entonces fui capaz de rendirme a la muerte del hombre, mente y sabiduría carnales, lo
cual fue como la muerte del primogénito en Egipto. Y luego me fue dicho: “De Egipto llamé a mi hijo;”
aquel que antes estaba muerto, pero que ahora vive para Dios en Su pacto eterno, para siempre.

Así llegué a conocer a Aquel en quien no hay ocasión de tropiezo. En efecto, Lo vi ser el que silencia al
disputador y sabio de este mundo, respondiendo de manera plena y muy satisfactoria al profundo clamor
y necesidad que estaban en mi alma. Sí, Él llegó a ser para mí como una lluvia muy dulce, la cual alcanzó
hasta la raíz en mí, y vi que todas Sus vivificaciones anteriores no eran más que gotas de verano que pro-
vocaron una mayor sequía después, o como un viajero que sólo se quedó una noche. Mientras continuaba
en mi viaje espiritual, experimenté el cumplimiento de estos y muchos otros dichos de las Escrituras, los
cuales fueron como un arroyo en el camino, que muy dulcemente alegraron mi alma en la medida que el
Señor me hacía beber de ellos. El Señor puso una copa en mi mano y Él mismo era mi porción.

No debo olvidar relatar de mi travesía, como después de llegar al Monte Sinaí, sentí el ardor de ese
fuego que quemaba toda mi justicia propia como rastrojo y paja, y vi que dicha justicia no era capaz
de proporcionarme refugio o preservación alguna de aquellas llamas. Entonces pensé en confiar en el
conocimiento que había adquirido de Cristo al leer las Escrituras; tal como, que Él era mi garantía, y que
Dios Lo había aceptado en mi lugar tras haber satisfecho la justicia divina. Estos conceptos, junto con las
dulces experiencias que anteriormente había tenido de Cristo antes de llegar a esta forma, me hicieron
decir en mi interior: “¿Debo dejar todas estas cosas?” A cuya pregunta (y a muchos más razonamientos
de la misma naturaleza) fue dicho en mí: “¿Fue un simple recuerdo de Cristo y de Sus méritos, y la
seguridad reunida o aplicada en tu propio tiempo o por tu propio entendimiento natural, lo que te salvó
o ayudó en tu angustia? ¿O fue Mi gratuita revelación de Él como Mi brazo y poder dentro de ti, por
lo que realmente sentiste consuelo en tu interior, de la misma manera que el pecado y el diablo eran
verdaderamente sentidos dentro de ti atormentándote?” Así llegué a saber cómo, cuando Cristo aparece,
la Semilla de la mujer alcanza el estado débil en que se encuentra el hombre, incluso, cuando Satanás, la
serpiente antigua, está más ocupada levantando su cabeza para dominar y atormentar a la criatura. Esta
Semilla es también conocida como la Semilla de Dios, la cual, por medio del Espíritu, hiere la cabeza de
la serpiente y aniquila todo dominio, para que Cristo pueda ser el Príncipe y Salvador para siempre.

De esta manera llegué al conocimiento salvador de Cristo, el cual confirmó mi anterior experiencia de Su
aparición en mí y a mí, incluso cuando era débil en mi entendimiento y no tenía más que comprensiones

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carnales de Él. Sin embargo, el verdadero Cristo salvador de Dios es ciertamente vida, poder y virtud, y
aquellos que Lo conocen como tal, tienen el conocimiento de la verdad como está en Jesús, porque la
opinión o el concepto de Cristo en el entendimiento natural queda demasiado corto. Pero cuando se le
presta atención y se sigue a esta Semilla en el interior (la cual batalla contra el pecado y el mal), ella
rectifica el entendimiento según el verdadero y correcto reconocimiento de Él, quien es el verdadero Dios
y vida eterna, el Salvador mismo de todo aquel que cree en Él. Muchos sólo llegan a ser enanos en lo que a
experiencia se refiere, por darle paso a la voluntad de ellos, y no dejar que la luz en la consciencia mande
y dirija el entendimiento y el juicio. Estos rechazan dicha luz diciendo que es natural e insuficiente,
y sin embargo, (por la sutileza de la serpiente antigua) al mismo tiempo siguen su propia voluntad y
entendimiento, los cuales son, de hecho, tanto naturales como insuficientes.

Así pasé del Monte Sinaí al Monte Sión, del ministerio de condenación al ministerio del Espíritu, debido
a lo cual pude, y verdaderamente lo hice, dar gracias a Dios por medio de Jesucristo. Él me liberó de
esa condenación bajo la cual estaba, a pesar de todos mis deberes y creencias, y me llevó Al que es la
suma y sustancia de todo, y que ahora es mi regla y guía. Él fue el guía en mi juventud en muchas cosas,
aunque yo no lo sabía entonces. Y ahora Él es para mí el Espíritu que da verdadera libertad de todo yugo
de esclavitud, pues el ministerio del Espíritu batalla contra la carne y es contrario a ella, y el alma que
camina según el Espíritu disfruta de vida en abundancia; pero si el espíritu de este mundo prevalece,
entonces la muerte y la condenación regresan. Hallé que es tal como está escrito: “Y los que viven según
la carne no pueden agradar a Dios,” y “porque si vivís conforme a la carne, moriréis.”

Después de esto sentí que el Espíritu de verdad gobernaba en mí, y que mi espíritu realmente estaba
en unión con Él, aunque antes había estado en unión con el espíritu de este mundo. A partir de ese
momento, el Espíritu de verdad se convirtió en la verdadera regla por la que yo caminaba y era guiado a
la paz y reposo, así como antes, cuando el viejo hombre gobernaba, era conducido a la angustia y dolor.
Así fue claramente demostrado en mí, que ‘la estabilidad de tus tiempos son justicia y paz.’ De igual
manera, esta otra escritura fue cumplida también en mí: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale
nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.” Sólo aquellos que son contados como la simiente, el
Israel de Dios, y caminan de acuerdo con esta regla, heredan la verdadera paz.

Cuando sentía el nacimiento inmortal levantarse en mi interior, como una planta deliciosa, a menudo sen-
tía que producía muchas respiraciones dulces y celestiales en pos de Dios, las cuales eran frecuentemente
respondidas por Él, por lo cual, nunca busqué Su rostro en vano, ni pedí sin recibir una respuesta satis-
factoria. También descubrí que las alabanzas y acciones de gracias se alzaban y brotaban naturalmente
hacia Dios desde la raíz santa, de la misma manera como antes había experimentado una naturaleza
malvada e iracunda lanzar fango e inmundicia, y enviar temor, terror, dificultad y desconfianza.

Entonces mi gozo fue completo, y a menudo se levantaba en mí un clamor a Dios pidiéndole que me
mantuviera pobre y bajo la cruz diaria de Cristo, para que no fuera nada en mí mismo, sino libre de toda

107
voluntad y obra propias, dependiendo diariamente del Señor en este nacimiento puro, y encontrándolo
a Él ser la fuente y alacena de todo lo necesario. Tanto solo como en las reuniones, con frecuencia
lo sentía a Él levantarse con gran poder y gloria, constriñéndome a anunciar como una trompeta, las
alabanzas vivas a mi Dios, pues de la boca de esta Semilla de vida eterna brotaban palabras dentro de mí,
mientras estaba sentado en las reuniones con el pueblo de Dios (y en otros momentos), que era movido
a pronunciar con mi lengua. Muchas veces hablé manteniendo mi propia voluntad bajo la cruz, porque
las palabras le parecían a mi sabiduría terrenal carentes de sabiduría y a mi entendimiento natural
muy despreciables, y yo no sabía el fin por el cual debía decir esas palabras. No obstante, era culpado
de desobediencia y profundamente afligido y perturbado en mi espíritu, cuando me negaba a hablar. A
veces, mientras dudaba y razonaba acerca de ellas, otro pronunciaba las mismas palabras, lo que era una
gran prueba para mí, al saber que las palabras habían sido tomadas de mí y dadas a otro que era fiel.

Después que le plació al Señor revelar a Su Hijo en mí, me mostró las engañosas obras del “hombre de
pecado” en mí mismo (en el “misterio de la iniquidad,” 2 Tesalonicenses 2:7) y su exaltación en el templo
de Dios, donde él es adorado como Dios por encima de todo lo que se llama Dios. Y vi, que aunque
Dios merece toda adoración, aun así en este templo Él es poco conocido, o poco notado por la criatura,
debido a la exaltación y gobierno de otra cosa que se ha aparecido como Dios, pero que no lo es. Todo
esto lo vi en la luz del Señor. Y no sólo eso, pues también sentí por experiencia, cómo levantaba Dios lo
segundo, como al menesteroso del muladar, y hacía que lo primero en mí lo sirviera. Así llegué a conocer
Al que es tanto Príncipe como Salvador, y Ministro del verdadero tabernáculo que había levantado Dios
y no el hombre. Esto no lo experimenté en mí mientras el primer tabernáculo estaba de pie, ni tampoco
experimenté el Lugar Santísimo mientras el velo permanecía sobre mi corazón, el cual descubrí quitado
en Cristo, y que de ese modo, un camino nuevo y vivo había sido abierto hacia el Lugar Santísimo.

El Señor me hizo ministro de este camino nuevo y vivo, y me mandó a dar a conocer lo que había visto,
sentido, palpado y experimentado de la Palabra y obra de Dios. Al principio fue difícil rendirme a esto,
al tener en mi mente muchos razonamientos y deliberaciones. Por un lado, temía que aquellos entre los
que ministraba supusieran que estaba actuando por mi propia voluntad, por otro lado, temía ir a fijar
reuniones, congregar personas, y luego sentarme como un tonto entre ellos, sin tener nada que decir.
Estos y otros muchos razonamientos (siendo muy numerosos como para mencionarlos específicamente)
me asaltaban. Pero sintiendo diarias agitaciones y movimientos de la vida, y un mandato dentro de mí
para ir a tal y cual lugar por nombre (indicados por medio del Espíritu de Dios en mi interior), me
encontré con un resultado bendito, y muchos se convirtieron en ese momento, quienes hasta el día de
hoy permanecen en la verdad, y otros han muerto en la fe. El recorrido y la extensión de los condados
en donde yo debía mayormente trabajar en la obra del Señor, me fue mostrado por el Espíritu del Señor,
aunque viajé a otras partes también cuando el movimiento del mismo Espíritu me lo requería. Y descubrí
que no era capaz de contenerme, sino que las palabras brotaban de mí en las reuniones donde se me había
ordenado ir entre el pueblo de Dios; tanto en mi propio lugar de habitación como en otros lugares. Me
fueron revelados muchos territorios adonde debía ir, y por haber sufrido profundamente por los juicios

108
de Dios por desobediencia de este tipo, me rendí a hacerlo sin vacilar. En realidad, siempre encontré que
Él era más grande en Su bondad de lo que yo esperaba, y más abundante en el derramamiento de Su
Santo Espíritu de lo que mi fe podía alcanzar, incluso, hasta el quebrantamiento de mi corazón delante
de Él en secreto muchas veces, cuando ningún ojo me veía.

Omitiré todas las dificultades y pérdidas en cuanto a mi familia y todos los asuntos externos, a través de
los cuales fui obligado a pasar cuando el Señor me conducía, tanto por el dulce y quebrantador sentido de
Su tierna misericordia hacia mi alma, como por la consciencia de Su enojo y disgusto si yo desobedecía.
De modo que fui constreñido a obedecer al Señor en mi ir y venir, según Él me enviaba, sin pensar en lo
que debía decir, sino clamando con frecuencia en mi espíritu: “¡Mantenme pobre y necesitado, creyendo
en Ti, y entonces hablaré a partir de Ti y por Ti!” ¡Oh, sí, tengo grabada en mi consciencia la misericordia
de Dios hacia mi alma, cómo envió Él a Sus siervos de lejos para buscarme, y predicarle el evangelio
eterno a mi pobre y perdida alma! Entonces, ¿por qué me rehusaría a ir y buscar a otros, cuyas almas
están perdidas como una vez estuvo la mía? ¿No amaré a mi prójimo como a mí mismo? Y yo, conociendo
los terrores de Dios, ¿me negaré a persuadir a los hombres en nombre de Cristo (en obediencia a Sus
movimientos en mi alma) a que se reconcilien con Dios, sabiendo que Él es fuego consumidor? Tales eran
las cavilaciones en mi mente y los pensamientos en mi corazón cuando me rendí para ir adonde el Señor
me dirigiera, y nunca carecí de Su asistencia. Sin embargo, algunas veces me sentía como el más débil de
toda la reunión, como una vasija vacía, sin una gota que dar para aliviar a alguien, y me preguntaba qué
había sido de todo mi conocimiento, y por qué debía sentarme entonces como alguien en pobreza, en una
posición más acorde a ser ministrado que a ministrar a otros. Pero aunque a veces no tenía nada que dar,
aun así, en lo que a mi propio estado se refiere no tenía carencia, sólo que yo sentía que otros esperaban
algo de mí, lo cual era una prueba para mi mente. Sin embargo, gradualmente aprendí a morir a todo
menos a la voluntad de Dios, y a estar contento ya fuera en silencio o hablando.

Comencé a ministrar alrededor del año 1656, después de haber estado algunos meses en la prisión de
Northampton, por estar en una reunión con el pueblo de Dios. Ahí aprendí de la deidad, tanto mediante
profundos sufrimientos externos, como por ejercicios internos, experimentando que los misterios sella-
dos de Dios eran abiertos a través del paso de ayes; pues después de que pasaron el primero y segundo ay,
fueron abiertos nuevos sellos de los misterios de Dios. De esta manera, Dios hizo que las cárceles fueran
como escuelas para los verdaderos profetas o guarderías para los verdaderos ministros del evangelio. Y
luego, tras aprender a permanecer en mucho temor y pavor de Dios, desde el profundo sentido que tenía
de Su majestad y pureza en mi corazón, hablé de Él cuando sentía que me lo pedía. Sus recompensas
estaban en mi seno como el más dulce y reconfortante licor, que hacía que mi espíritu se elevara por
encima de toda incomodidad, tanto de los enemigos dentro como fuera. Y aunque con frecuencia las
pruebas me acosaban mucho, como abejas por todo lado, aun así el bendito poder y presencia de Dios
en mí y conmigo, le proporcionaban a mi corazón y lengua palabras adecuadas para las diferentes
condiciones de los oyentes, por encima de todo temor a cualquier cosa o persona presente. Yo podría
llenar un volumen con este tema, pero lo que aquí es dicho es para la gloria del Todopoderoso Dios, para

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el consuelo y ánimo de Sus ministros que permanecen en Su consejo, y para la humillación de toda carne.
¡Qué toda confianza y dependencia descansen en la suficiencia del Santo Espíritu de Dios, como el único
proveedor para todo ministro y persona que salga en Su nombre! Amén.

Este Santo Espíritu ha sido para mí tanto comida como bebida, tal como la Roca de la antigüedad que
seguía a los israelitas. Diez veces (según recuerdo) he estado preso, y no sólo he incurrido en la sentencia
de “premunire”4 con mis hermanos en Londres, sino también he sido juzgado por mi vida en el campo,
y todo por el bien de una buena consciencia delante de mi Dios. Sin embargo, este Santo Espíritu nunca
me ha dejado, sino que muchas veces me ha hecho cantar en las prisiones, y a menudo me ha traído
coraje fresco delante de mis acusadores. De hecho, por Su virtud han sido detenidos jueces crueles, y los
testigos envidiosos que buscaban destruir al inocente han sido confundidos. Sí, por este Santo Espíritu
todo se ha vuelto alegría para mí. Mi ayuda está en Él, mi consuelo fluye de Él, y diariamente le pido
a mi Dios que todo Su pueblo sea guiado en todas las cosas por medio de Su Espíritu. ¡Oh, qué Dios
sea adorado por siempre en Su propio Espíritu, y Su bendita verdad predicada a través de Él, y que ni
el ingenio, ni la habilidad, ni el aprendizaje externo, ni dones, ni personas, ni formas sean puestas o
estimadas por encima de Él nunca! ¡Que los que hemos sido bautizados en Su Espíritu siempre seamos
hallados bebiendo de Él mientras estemos en el cuerpo, para que cuando este cuerpo vaya llegando a su
fin, podamos hacerlo con gozo, tanto para alabanza de las riquezas de Su gracia, como para el consuelo
de los que nos sobreviven en la misma verdad! Amén.

* * *

John Crook fue un sabio comerciante en la casa del Señor, que vendió todo lo que tenía para comprar
la Perla de gran precio. Aunque nació en una familia acomodada, y por educación y dones naturales se
convirtió en una prominente figura pública, lo llegó a contar todo como estiércol en vista de la excelencia
del conocimiento de Jesucristo. A través de muchos malos tratos, diez encarcelamientos y varias enfer-
medades prolongadas, su espíritu fue guardado dulce, humilde y en verdadero temor del Señor, tanto así,
que después de su muerte uno que había sido su amigo por más de cuarenta años dijo: “Yo no recuerdo
haberlo oído pronunciar una palabra desagradable o clamar impacientemente.”

Poco antes de su muerte, acaecida a los 82 años, escribió una epístola a sus hijos y nietos, ofreciéndoles
importante consejo a partir de una vida llena de profunda experiencia. La carta empieza de la siguiente
manera: “Queridos hijos, debo dejarlos en una época perversa, pero los encomiendo a la medida de
gracia de Dios en el interior de ustedes, la cual han recibido por Jesucristo. En la medida que la amen
y obedezcan las enseñanzas de ella, encontrarán un consejero que los instruirá en el camino eterno y

4 Premunire era un juicio legal diseñado para privar de derechos civiles a los que se rehusaban a jurar formalmente lealtad
al rey de Inglaterra. Los que quedaban bajo la sentencia de premunire eran considerados traidores a su país. Perdían
todos los derechos de propiedad y posesión, eran sacados de la protección del rey, y a menudo, eran encarcelados de
por vida.

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los preservará fuera de los caminos de impiedad. He visto mucho en mis días y he observado que el
temor del Señor Dios siempre resultó ser la mejor porción, y que aquellos que caminaron en él, fueron
las únicas personas felices, tanto en esta vida (mientras se mantuvieron fieles) como cuando llegaron a
la muerte.”

Capítulo IX

La Vida de Elizabeth Stirredge

[ 1634—1706 ]

Le ha placido al Señor considerarme digna de viajar en el camino a Sión, un camino que he encontrado
recto y estrecho. ¡Oh, muchos que han sido llamados y algunos que han entrado en él, se han ido por
senderos y caminos torcidos de nuevo, pero yo he descubierto el bendito efecto de mantenerse en el
camino correcto! Por tanto, tengo sobre mi espíritu una gran preocupación por mis hijos, que vienen
después de mí, que no se olviden de mantenerse en el camino correcto, después de que al Señor le haya
placido quitarme de entre ellos. Está en mi corazón, en la medida que mi Padre celestial quiera ayudarme,
dejar un corto testimonio detrás de mí para mis hijos, sobre algunos acontecimientos de mi vida y de la
bondad del Señor para conmigo, a lo largo de toda mi vida, es decir, hasta el día de hoy. En efecto, Él es
digno de ser por siempre recordado, y tendrá la alabanza de Su propia obra para siempre.

Nací en 1634 en Thornbury, Gloucestershire, de padres honestos, temerosos de Dios y con un gran celo
durante sus vidas. El nombre de mi padre era William Tayler, y siendo uno de los llamados Puritanos,
profetizó de los Amigos muchos años antes de que vinieran. Él dijo: “Viene un día en el que la verdad
real se manifestará gloriosamente, más gloriosamente que nunca desde los días de los apóstoles, pero
no viviré para verlo.” Él murió en la fe de esto, siete años antes de que vinieran los Amigos. A menudo
recuerdo su vida honesta y casta, ni olvido sus oraciones fervientes y celosas entre su familia.

Mis padres me criaron de una manera muy estricta, por lo que era una extraña para el mundo y sus
caminos. En mis tiernos años era de un corazón triste, y por un temor interno, estaba muy preocupada
sobre lo que sería de mí cuando muriera. Cada vez que me encontraba cerca de alguien que hablaba
groseramente, o juraba, o estaba dominado por la bebida, me daba pavor pasar por ahí. ¡Oh, el pánico
y terror que caían sobre mí cuando oía un trueno! Entonces buscaba el lugar más privado que podía
para llorar en secreto, pensando que el Señor tomaría venganza sobre las cabezas de los impíos. Cuando
veía los destellos de los relámpagos pensaba: “¡Oh, adónde iré para esconderme de la ira del pavoroso y
terrible Dios!” En consecuencia, era poseída por una preocupación por mi alma, y antes de los diez años

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estaba tan llena de temores y dudas, que no podía deleitarme con nada de este mundo.

Cuando alcancé años de mayor madurez, iba a escuchar a los que eran considerados los mejores hombres,
quienes vivían de acuerdo con lo que se les había dado a conocer. Me deleitaba oírlos y estar en compañía
de los que hablaban de cosas buenas, y conversaban de las Escrituras, de Dios y de Cristo, y de la gloria
del cielo. ¡Oh, cuán delicioso era para mí! Pero aún no estaba satisfecha, porque descubrí que no era
un testigo vivo de los estados y condiciones que el pueblo de Dios había tenido en los días de antaño; y
que yo no sabía cómo lograr eso. Entonces lloraba y decía en mi corazón: “¡Ojalá hubiera nacido en los
días cuando el Señor le hablaba a Moisés y a los hijos de Israel, y cuando con un grande y maravilloso
poder sacó a Su pueblo de Egipto, a través del Mar Rojo. Entonces sabría cómo caminar en el camino
correcto, cómo hacer lo que el Señor requiere de mí y cómo tener conocimiento y estar familiarizada con
mi Hacedor. Entonces sabría cuándo complazco al Señor o no, a quien mi alma ama; pero ahora no sé
cómo conocerlo a Él!”

¿De qué no me habría apartado con tal de haber disfrutado del Señor y de haber tenido la seguridad de
la salvación? No tengo la menor duda, de que si hubiera sido posible para mí haber disfrutado de todo
el mundo, voluntariamente me habría separado de él, por la paz y satisfacción de mi pobre y angustiada
alma que lloraba sin esperanza. Muchas veces y muchas horas pasaba sola, leyendo y llorando cuando
ningún ojo me veía, ni ningún oído me oía; sin embargo, no encontraba consuelo en la lectura, pues la
Biblia era un libro sellado para mí. Entonces lloraba y decía: “¡Oh, si hubiera nacido en los días cuando
nuestro bendito Salvador Jesucristo estaba sobre la tierra. Cómo lo habría seguido y me habría sentado
a Sus pies, tal como lo hizo María. Cuán voluntariamente habría dejado la casa de mi padre y todas mis
relaciones, por la verdadera paz y seguridad de vida eterna para mi alma inmortal!”

Estaba muy entristecida bajo este ejercicio, tanto que mi madre comprendió que me estaba consumiendo
y temía mucho mi muerte. Entonces me decía: “¿Acaso no puedes tener deleite en nada? ¿Por qué no
caminas por los campos con los jóvenes para divertirte y deleitarte en algo?” Así que para complacerla,
algunas veces salía con jóvenes sobrios, cuando habíamos terminado nuestro trabajo, pero no encontraba
consuelo en ello. Entonces caí en la costumbre de leer las Escrituras sólo en privado, leyendo y llorando,
debido a que veía que el poder y el Espíritu celestiales no tenían dominio en mí, como lo tenían en aquellos
que dieron las Escrituras, y sabía que nada más sino la Sustancia me daría verdadera satisfacción.

Entonces caía sobre mis rodillas para orar al Señor, con mi corazón lleno de tristeza y lágrimas rodando
por mi rostro, pero sin poder pronunciar una palabra. Esto me parecía muy extraño, y me hacía pensar
que no había nadie como yo en todo el mundo. Esto era obra del enemigo, que quería persuadirme de
que no había nadie como yo, y que debido a que no podía orar con palabras (como otros sí podían), y
a que estaba bajo estas aflicciones, el Señor no tenía cuidado de mí. Pero el enemigo es un mentiroso,
porque el Señor estaba cerca de mí en cada prueba, quebrantando mi corazón y derritiendo mi espíritu, o
de lo contrario, no me habría sucedido así. ¡Sí, mi alma ahora puede ver Su bondad, pues Él estaba cerca,

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aunque yo no estaba consciente de eso y pensaba que nadie era tan miserable como yo!

El enemigo se esforzó por derribarme y hacerme caer en desesperación, y fue la gran misericordia del
Señor lo que verdaderamente me preservó de ello, pues mi tristeza era grande y mi angustia mucha. La
serpiente me seguía con sus tentaciones, y yo carecía del entendimiento correcto, sobre el lugar donde
debía encontrar mi fortaleza. Debí haberme quedado quieta y esperar en el Dios vivo la fuerza para
vencerlo, pero en lugar de hacerlo, el enemigo me molestaba y me seguía con sus sutiles atracciones;
en algunas ocasiones para arrastrar mi mente a las vanidades de este mundo, y para que me deleitara
vistiéndome con ropas finas para parecer hermosa a los ojos del mundo. “Porque,” decía el enemigo,
“esa tristeza y angustia bajo las que estás no resultarán de beneficio o consuelo, ni serás de ninguna
estima entre los que están cerca; por tanto, deléitate y descansa.” ¡Él es un mentiroso y lo ha sido desde
el principio! No mis queridos hijos, no le crean cuando se encuentren bajo alguna de sus tentaciones o
pruebas, ni cuando sean conducidos por el Señor por la prueba de su fe y paciencia, cualquiera que sea
la manera que a Él le plazca hacerlo. El enemigo traicionará a tantos como pueda, por lo tanto, miren
al Señor y manténgalo en sus memorias, oren a Él en sus mentes, aunque no puedan pronunciar una
palabra. Tengan la seguridad de que Él está cerca para ayudar a Sus afligidos hijos en todo momento.

Ojalá yo hubiera sabido esto en los días de mi ignorancia, en mi juventud y tiernos años, cuando el Señor
estaba trabajando en mi corazón y yo no lo sabía. Por falta de entendimiento, el enemigo me traicionó y
me desvió. Lo escuché a él y a los jóvenes que estaban cerca de mí, y me convencieron de que el mundo
tenía mucho que sería de gran beneficio para mí. Tras la muerte de mi padre, apenas me quedaba un
amigo, y en mi angustia y aflicción estaba dispuesta a buscar un poco de descanso y consuelo. Entonces
le presté oído al enemigo de mi alma y dejé que mi mente fuera tras la ropa fina. Y cuando mi mente
fue apartada, descubrí que no conocía límites, porque incluso cuando me vestía tan finamente como
podía, apenas me daba contentamiento. Y cuando tenía algo nuevo, y luego veía otra cosa, o una tercera,
estaba tan deseosa de ella, como lo había estado de la primera, y por tanto, siempre estaba insatisfecha.
El enemigo mentiroso me había prometido descanso y paz, pero no pudo dármelo. Es un mentiroso y
siempre lo ha sido, y mi alma está en enemistad contra él. ¡Qué el Señor me guarde a mí y a mi casa, de
sus trampas para siempre!

Sin embargo, a pesar de que él había arrastrado mi mente, el Señor no me dejó. A menudo sentía
preocupación por mi condición y por lo que sería de mí, y si en algún momento me sentía atraída por la
ligereza o la risa, sentía que algo golpeaba mi corazón y traía gran pesadez sobre mi espíritu. Tan pronto
como el enemigo tiraba de mi mente hacia el orgullo y a deleitarme en la ropa fina, descubría que estas
cosas se convertían en una carga. Yo no sabía qué era lo que me reprendía y nunca imaginé que era el
Señor (quien es siempre bueno y clemente, amable, misericordioso y lento para la ira, y no desea que las
personas corran hacia la destrucción). Nunca pensé que el Señor mirara tan de cerca mis caminos, pero
desde entonces le ha placido abrir mis ojos y puedo ver para atrás y admirar Su bondad. ¡Bendito sea Su
digno nombre y el brazo derecho de Su fuerza, porque pronto se convirtió en mi Guía y evitó, en gran

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medida, que me topara con las maldades del mundo que tan comunes son en los jóvenes. Sí, Él me tomó
de la mano y me guió, incluso en mis tiernos años cuando yo no lo sabía!

Poco tiempo después de esto, en 1654, al Señor (en las riquezas de Su amor) le plació preparar y enviar a
dos fieles siervos y obreros Suyos, la obra de los cuales Él había prosperado grandemente; dos hombres
de digna memoria, los estimados John Audland y John Camm. Cuando escuché el relato de ellos, un
temor vino sobre mi corazón. Al oír de su sencillez, comencé a pensar: “¿Cómo me humillaré para ir a
escucharlos?” Pero un corto tiempo después fijaron una reunión, donde me tocaba estar. Cuando entré a
la reunión, el querido John Audland estaba predicando. Tan pronto como oí su voz, esta me atravesó, y
cuando oí su testimonio y contemplé su sólido semblante, ¡oh, cómo se turbó mi corazón dentro de mí!
Yo no sabía que sería de mí.

Después que terminó la reunión, me separé de los que me acompañaban y caminé sola dos millas, para
que ningún oído pudiera escucharme presentarle mi queja al Señor. En amargura de espíritu clamé:
“Señor, ¿qué debo hacer para ser salva? Haré cualquier cosa por la seguridad de la vida eterna. Si Te
place aceptarme bajo cualquier condición, no me importará lo que vaya a ser de este cuerpo; incluso si
debo encontrar una cueva en la cual llorar el resto de mis días en tristeza y no vuelva a ver a nadie más.”
Pero le agradó al Señor abrir los ojos de mi entendimiento y llevarme por un camino que no conocía. Él
comenzó la obra del primer día en mi corazón, que era: “El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las
aguas...y apartó Dios la luz de las tinieblas.” Y cuando esta separación fue hecha, pude ver mi camino en
la luz, la que era la ‘luz en los pies de David y la lámpara en sus caminos’; la luz que ordenará los caminos
de todos correctamente, si le prestan atención.

Sería demasiado tedioso pasar por cada estado en particular, pero mis más fervientes clamores eran que
el Señor me guiara por el camino correcto, creara en mí un corazón nuevo y renovara un espíritu recto
dentro de mí. Yo decía: “Sea lo que yo sea, que lo sea ante Tus ojos y no ante los hombres. No me
preocupa este cuerpo externo, pero redime mi alma de la muerte y sácala de este horrible hoyo donde
estoy retenida como con cadenas de oscuridad. Pues si Tú, en infinita misericordia, no inclinas Tu oído
hacia mi clamor y no tienes compasión de mí, pereceré para siempre, porque no puedo hacer nada más.”
Puedo verdaderamente decir, que mi corazón estaba lleno de pena y suspiraba antes de comer, y mis
lágrimas eran mi triste comida. Cuando me acostaba estaba triste y mojaba la almohada con mis lágrimas
antes de poder descansar, y cuando me levantaba estaba sobre mi corazón el temor del Señor.

¡Oh, mi alma no puede menos que magnificar al Dios vivo, quien es digno de alabanza, honor, renombre,
acción de gracias y obediencia para siempre! ¿Por qué? Porque se ha dignado bajar al estado de Su sierva,
inclinado Su oído a mis oraciones y considerado mis clamores. Sí, Él ha respondido mi petición, y ha
concedido el deseo de mi corazón de ser guiada en el camino correcto. Los pobre viajeros a Sión saben
muy bien que este es el comienzo, o un paso en el camino, y puedo decir en verdad, que nunca codicié
la gloria del cielo más de lo que deseaba caminar en el camino que conduce a ella. Entonces realmente

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creí que el Señor quiere redimir a un pueblo del mundo, de su manera de hablar, de su modo de
casarse y enterrar a los muertos, y de toda la hipocresía del mundo. En realidad, yo buscaba este cambio
antes de que viera alguna aparición de este. Pero mi temor era que yo no viviría para verlo, porque el
enemigo siempre me seguía con sus tentaciones, para llevarme a la incredulidad y hacerme caer en la
desesperación. ¡Oh, mi alma no puede sino darle gloria, honor y renombre al Señor Dios, porque Él es
digno de recibirlo por los siglos de los siglos!

Y ahora hijos míos, esto es para que lo recuerden y lo mantengan cerca de ustedes, para que puedan
conocer siempre el camino a la gloria del cielo, y disfrutar verdadera paz y satisfacción. ¡Oh, este es un
camino recto y estrecho, y el que piense que no lo es, está equivocado! Aférrense a la cruz todos los días
de sus vidas, y al lenguaje de la verdad, y más especialmente: ‘Guarden sus corazones con toda diligencia,
porque de él mana la vida.’ Entonces serán acercados al Señor y lo conocerán más y más. Esto es por
lo que mi alma lloraba en mis tiernos años, llanto que no puedo olvidar y espero nunca hacerlo, porque
encuentro los buenos efectos de él día tras día. En realidad, esto inclina mi espíritu y humilla mi corazón,
manteniendo en mí un recuerdo vivo de lo que el Señor ha hecho por mí; aunque le plació a Él darme
una copa amarga para beber y alimentarme con el pan de aflicción, y permitir que se me acercara una
tentación tras otra.

Porque el enemigo, la serpiente astuta, el dragón antiguo, que era más astuto que todos los animales
del campo, me seguía con sus mentiras para persuadirme de que el Señor no se interesaba por mí;
porque si lo hubiera hecho, no me habría afligido así. “No hay nadie como tú,” decía el maligno, “mira
hacia afuera y ve si puedes encontrar a alguien cuyas penas sean como las tuyas.” Entonces, salía a
caminar a lugares ocultos, donde ningún ojo me pudiera ver, ni oído oír, para clamar al Señor, quien
dulcemente ha consolado y refrescado mi espíritu muchas veces, y ha mantenido mi cabeza por encima
de las aguas. Bendito sea el digno nombre del Señor mi Dios y el brazo derecho de Su fuerza, que ha
forjado maravillosamente mi liberación. Y maldito sea el dragón antiguo, quien siempre ha envidiado la
prosperidad del hombre. Pues él se esforzaba por destruir la bendita obra del Señor (tanto como le era
posible), incluso después de que el Señor había hecho mucho por mí, y había redimido mi alma de la
muerte en buena medida, por medio de una mano poderosa y un brazo extendido. Sí, incluso después, de
haberme sacado de las tinieblas de Egipto y llevado a través del Mar Rojo, donde mi alma tenía verdadera
razón para cantar alabanzas al altísimo Dios que vive para siempre. ¡Oh, qué nunca olvide esta grande y
maravillosa liberación, y en su lugar, me mantenga en lo que inclina mi corazón día a día y humilla mi
espíritu delante del Señor! A Él le ha agradado hacer más por mí de lo que mi lengua es capaz de declarar,
aunque puedo decir, que mis ojos han visto aflicciones y que “ninguna disciplina al presente parece ser
causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia.”

Ahora, mis queridos hijos, mi objetivo es familiarizarlos un poco con la obra del Señor en mi corazón,
y con las artimañas y tretas sutiles del enemigo de sus almas inmortales. Su método es poner sus cebos
según la naturaleza del individuo, porque allí es más probable que predomine, y como yo tenía un corazón

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triste y sujeto a ser abatido, se esforzaba con todas sus fuerzas por hacerme caer en desesperación e
incredulidad, tratando de persuadirme de que yo no soportaría hasta el final. Entonces yo oraba al Señor
pidiéndole que me guardara hasta el final, porque mi aflicción era muy grande, tanto interna como
externamente. Pero el enemigo arrojaba muchas cosas delante de mí, las cuales me parecían muy difíciles
de atravesar, y cuando mi mente estaba afligida, él ganaba terreno en mí y me llenaba de imaginaciones,
hasta que sin darme cuenta, mi corazón se endurecía y perdía el dulce disfrute y la comunión celestial
con aquello que me consolaba. Y cuando el enemigo había obtenido un poco de terreno, ponía cebos tan
compatibles con mi naturaleza, que cuando recordaba la condición en la que estaba antes (y que por
un corto tiempo había perdido), tenía una gran causa para llorar delante del Señor, quien era capaz de
liberarme, como lo había hecho muchas veces.

Sin embargo, el enemigo prevaleció sobre mí un poco más, incluso mientras presentaba mi queja delante
del Señor, diciendo en mi corazón: “No hay tristeza como la mía”; pues yo había perdido a mi Amado y mi
pérdida era grande. Este lamento era muy acorde con mi condición, pero la astuta serpiente me persuadió
de que yo estaba descontenta, que era murmuradora y quejumbrosa, y que había cansado al Señor con
mi clamor. Entonces creí que debía ser excluida de Su reino, porque yo sabía que los murmuradores
y quejumbrosos habían sido los que habían perecido en el desierto. Así fui atrapada por su sutileza y
convencida de que era en vano seguir esforzándome, pues nunca heredaría el reino de los cielos. Pero él
era un mentiroso y siempre lo será, y mi alma está en enemistad contra él. ¡Qué el Señor en quien confío,
me preserve a mí y a mi casa para siempre!

Tenía veintiún años cuando estaba en esta condición. Pero le agradó a mi Padre celestial (quien tenía
cuidado de mí), darme una ruta de escape de esta trampa, porque poco tiempo después asistí a una
reunión en la que estaba el siervo fiel del Señor, William Dewsbury. Este hombre fue un mensajero
del Señor para muchos, y ese día su testimonio fue mayormente para los angustiados y afligidos, los
sacudidos por la tempestad y sin consuelo; estado en el cual se encontraban muchos en aquel momento,
en 1655. Después que finalizó la reunión, me dio temor ir donde él, porque pensaba que tenía un gran
discernimiento y sería consciente de la dureza de mi corazón, y si me juzgaba, no podría soportarlo. Sin
embargo, descubrí que no podía irme en paz hasta que hablara con él. Al ver que me acercaba mucho,
levantó su mano y en alta voz me dijo: “Querido cordero, juzga todos los pensamientos y cree, porque
bienaventurados los que creen y no ven.” Y luego, nuevamente dijo en voz alta: “Los que vieron y creyeron
fueron bendecidos, pero más bendecidos son los que creen y no ven.” ¡Oh, él tenía buenas nuevas para
mí, y en ese momento su testimonio fue de gran poder, porque la dureza fue quitada y mi corazón fue
abierto por el antiguo poder que abrió el corazón de Lidia (Hechos 16:14). ¡Alabanzas eternas sean dadas
Al que está sentado en el trono para siempre, quien me ha preservado fuera de las trampas y de las
astutas artimañas del adversario!

Mi alma no puede sino bendecir y alabar al Señor mi Dios, quien me ha preservado del mal del mundo.
Mis queridos hijos, ustedes han sido criados en el camino de la verdad, y esta les ha sido dada a conocer,

116
por tanto, confíen en Su nombre y crean que Él los guardará hasta el fin; lo cual ciertamente hará, si no
se apartan de Él. Mis oraciones son de día y de noche por ustedes. Recuerden los muchos peligros de los
que han sido preservados, los cuales bien pudieron haber sido un peligro para sus vidas. Pero el Señor,
en Su infinita bondad, los ha guardado a todos hasta este momento, para que puedan servirle.

Por lo tanto, hijos míos, no olviden su deber para con el Señor, ni del consejo que Jesucristo les dio a
Sus discípulos, de velar y orar para que fueran preservados de todos los peligros, tanto internos como
externos. Ustedes pueden caer fácilmente en esto, si no se mantienen cerca del Guía de su juventud; pero
si se mantienen asidos a Él, Él nunca se apartará de ustedes. Y si ustedes “se acuerdan de su Creador
en los días de su juventud,” Él ciertamente los guardará en la hora de la tentación y tendrá cuidado de
ustedes. Si ustedes ‘buscan primeramente el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas les serán
añadidas.’ Él ha dicho que no puede mentir, por tanto, pongan su confianza en Él para siempre. Entonces
mi Padre celestial hará por ustedes como hizo conmigo en los días de mis tiernos años. Porque Él me
tomó de la mano y me condujo por un camino que no conocía. Él cambió las tinieblas en luz delante de
mí, y me ha preservado hasta este mismo día en pacto con Él. “Alabanzas y honor eternos sean dados a
Su santo nombre para siempre,” dice mi alma.

Tal vez recuerden las muchas estrecheces y dificultades que el Señor me ha permitido atravesar, aunque
débil y grandemente afectada por enfermedades, y muy cerca de la tumba muchas veces. Pero el Señor
renovaba mi fuerza una y otra vez para que diera un testimonio fiel de Él y de Su bendita verdad. El
Señor, mi Redentor, me ha llevado a través de muchas dificultades, y cuando miro hacia atrás y considero
cómo ha escapado mi alma hasta este día, me lleno de admiración. Sin embargo, a menudo viene delante
de mí lo que dijo Cristo Jesús: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.” Y lo que
el Señor les dijo a Sus discípulos: “Pero confiad, yo he vencido al mundo.” En verdad, esto ha sido de
consuelo para mí muchas veces.

Con frecuencia recuerdo lo que un siervo y ministro fiel de Jesucristo, cuyo nombre era Miles Halhead,
me dijo cuando yo estaba bajo gran prueba. Él me miró fijamente y dijo: “Querida hija, si continúas en la
verdad, serás una honorable mujer para el Señor, y el Señor Dios te honrará con Su bendito testimonio.”
Diez años después de esto, en 1665, él regresó al lugar donde yo vivía y me dijo: “Mi amor y vida
están contigo, por el bien de la bendita obra que continúa en ti. Que el Señor te mantenga fiel, ya que
Él requerirá cosas más difíciles de ti de las que eres consciente. Qué Él te dé fuerza para cumplir Su
voluntad y te mantenga fiel para Su bendito testimonio. Mis oraciones serán para ti tan a menudo como
te recuerde.” Poco tiempo después de esto, el Señor abrió mi boca con un testimonio y una gran prueba
cayó sobre nosotros, porque fuimos expuestos a mucho sufrimiento, pues perdimos los bienes, recibimos
golpizas, fuimos lanzados de un lado a otro, arrastrados de nuestros lugares de reunión y muchos otros
abusos. Debido a nuestros perseguidores, nuestras vidas corrían gran peligro cuando íbamos a nuestras
reuniones. Los informadores eran tan malvados e inhumanos, y estaban tan llenos de envidia y locura,
que blasfemaron diciendo que “no era más pecado matarnos que matar un piojo,” y “que bañarían sus

117
espadas en nuestra sangre.” Y todas estas cosas fueron la menor de nuestras penas, porque en este tiempo
de gran sufrimiento, un espíritu de egoísmo y separación empezó a surgir también entre los Amigos.
Sin embargo, pude verdaderamente decir: “Mi corazón está rendido para servir al Señor, pase lo que
pase.” Y bendito sea el Señor nuestro Dios, quien vive para siempre, porque en ninguna forma fuimos
atemorizados por esas cosas, ni preocupados por ellas, porque sabíamos que Aquel en quien creíamos
era capaz de librar a los escogidos que habían puesto su confianza en Él. Mis queridos hijos, algunas de
estas cosas ustedes las conocen, sus ojos las han visto, y aunque eran muy jóvenes y tiernos, el Señor los
mantuvo lejos del temor de los hombres.

En este tiempo cayó sobre mí otra gran prueba de espíritu, que me parecía tan extraña y sorprendente,
que no podía creer que el Señor me pidiera tal servicio, pues yo era muy débil y despreciable, muy
incompetente y llena de dudas, mi comprensión poco profunda, y mi capacidad pobre y baja a mis
propios ojos. Mirar tanto mi insuficiencia, me hizo luchar fuertemente contra lo que el Señor me pedía,
clamando muchas veces dentro de mí: “De seguro esto debe ser algo para engañarme, porque el Señor
no podría pedir tal cosa de mí, al ver que hay tantos hombres sabios y buenos que son más honorables
y adecuados para el servicio que yo. ¡Oh, Señor, aleja esto de mí y pídeme algo más, algo que yo pueda
realizar mejor!”

Así razonaba y luchaba contra Él, hasta que mi pena llegó a ser tan grande que no sabía si el Señor me
volvería a aceptar alguna vez. Entonces clamaba al Señor una y otra vez diciendo: “¡Señor, si Tú me has
hallado digna, haz mi camino sencillo delante de mí y yo te seguiré, porque Tú sabes que no te ofendería
voluntariamente!” Pero sabiendo que soy de capacidad débil, no pensé que el Señor escogería un
instrumento tan despreciable como yo, ni desearía que yo dejara mi lugar de habitación, ni a mis tiernos
hijos (que eran pequeños), para ir al Rey Carlos II, a cien millas de distancia, y entregar un testimonio
tan directo como el que el Señor había pedido.

Esto me hizo andar cabizbaja bajo esta prueba por muchos meses, y a menudo luchaba contra ella.
Pero no podía descansar, a menos que me rindiera para obedecer al Señor en todas las cosas que Él me
pedía, y aunque me parecía difícil y extraño, el Señor hizo que las cosas difíciles fueran fáciles, según Su
promesa. Cuando me alejé de mis hijos, sólo sabía que mi vida podría ser demandada por mi testimonio,
pero la voluntad del Señor aparecía muy clara; no obstante, mientras miraba a mis hijos, mi corazón
los anhelaba. Entonces estas palabras brotaron dentro de mí: “Si puedes creer, verás todas las cosas
cumplidas y regresarás en paz, y tu recompensa estará contigo.” Bendito sea por siempre el nombre y
poder del Señor, porque Él me sustentó en mi travesía, me dio fuerza para hacer Su voluntad, y me brindó
Su presencia viva para acompañarme; lo cual es el consuelo más grande que se pueda disfrutar.

Este fue mi testimonio al Rey Carlos II, en el mes once de 1670.


“Esto es para ti, oh, rey: Oye lo que el Señor ha encomendado a mi cargo con respecto a ti. Así como has
sido la razón de mucha aflicción, así te afligirá el Señor. Yo entraré en juicio contra los que han sido la causa

118
de persecución y del derramamiento de la sangre de Mis amados hijos, el día que Yo los llame a cuentas, dice
el Señor. Por tanto, oye y teme al Señor Dios del cielo y de la tierra, porque de Sus juicios justos todos serán
hechos partícipes; desde el rey que se siente en el trono, hasta el mendigo que se sienta en el estercolero.”

Yo entregué este testimonio en sus manos, con estas palabras: “Oye, oh rey, y teme al Señor Dios del
cielo y la tierra.” Realmente puedo decir, que el pavor del Altísimo Dios que estaba sobre mí me hacía
temblar, y que había gran agonía sobre mi espíritu, a tal punto, que el rostro del rey palideció y con voz
triste dijo: “Te lo agradezco, buena mujer.” ¡Mi alma honra y magnifica el nombre y poder del Señor mi
Dios, por mantenerme fiel a Su testimonio y darme la fuerza de hacer Su voluntad, pues Él ciertamente
cumplió Su promesa: “Si crees, regresarás en paz y mi recompensa estará contigo.” Así bendijo el Señor
mi salida. Su presencia estuvo conmigo en mi travesía, Él preservó a mi familia bien, y mi regreso a casa
fue con gozo y paz en mi corazón. ¡Eternas alabanzas, gloria y honor sean dadas Al que se sienta en el
trono y al Cordero, para siempre!

Recuerden la bondad del Señor para con Sus hijos, aquellos que fielmente lo siguen y obedecen con todo
su corazón, aunque lo hagan con muchas debilidades. Yo le di paso al razonador muchas veces, hasta que
mi pena llegó a ser tan grande que no sabía qué camino tomar. De hecho, eso oscureció mi vista, hirió
mi vida y sumió mi alma en dificultad. Pero le plació al Señor aparecer en la hora de necesidad y hacer
retroceder al enemigo de la paz de mi alma. Él me ha mostrado que Él escoge al débil, a los que son nada
ante sus propios ojos y no pueden hacer nada; ni siquiera pronunciar una palabra sino la que Él les ha
dado. Así son cumplidas las Escrituras de verdad en nuestro día, como también lo fueron en el pasado,
que ‘ninguna carne se gloríe en Su presencia.’

Poco tiempo después, vinieron oficiales y demandaron dinero para el rey debido a nuestra reunión. Mi
esposo les respondió: “Si yo le debiera dinero al rey, de seguro se lo pagaría, pero viendo que no le
debo dinero, no le pagaré nada.” Ellos le pidieron permiso para confiscar sus bienes, a lo que él les
respondió: “Si ustedes confiscan mis bienes, yo no puedo estorbarlos, pero no les daré permiso para que
lo hagan; ni tampoco seré cómplice de su confiscación.” Los oficiales vieron nuestra inocencia, porque
nosotros estábamos en nuestra tienda, en nuestra vocación, con las manos en nuestra labor y nuestros
hijos con nosotros. Entonces el alguacil (cuyo nombre era Juan) inclinó su cabeza sobre su mano, y con
pesar dijo: “Está contra mi consciencia quitarles los bienes.” Entonces dije: “Juan, ten cuidado de hacerle
daño a tu consciencia, porque ¿qué más puede hacer el Señor por ti que colocar Su buen Espíritu en tu
corazón, para que te enseñe qué debes hacer y qué debes dejar de hacer?” Él dijo: “No sé qué hacer en
este asunto. Si pagar el dinero una vez fuera suficiente, yo mismo lo haría, pero esto nunca terminará.
Continuará así mientras se mantengan yendo a las reuniones, porque los gobernantes han hecho tales
leyes, que nunca se ha visto algo así en ninguna época.” Yo dije: “Juan, cuando le has hecho daño a tu
consciencia y has traído una carga sobre tu espíritu, los gobernantes no pueden quitar eso de ti. Si vas a
los gobernantes y les dices: ‘He hecho lo que estaba contra mi consciencia hacer,’ ellos pueden decirte lo
que los gobernantes le dijeron a Judas: ‘¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!’”

119
Los oficiales que estaban con él vinieron y derribaron nuestros bienes, pero el poder del Señor los golpeó,
al punto que sus rostros empalidecieron, sus labios temblaban y sus manos se sacudían tanto, que no
podían sostener nuestras cosas por mucho tiempo. Entonces, le encargaron a un pobre hombre que los
cogiera, pero él se rehusó, hasta que lo forzaron y pusieron nuestras cosas sobre sus brazos y hombros.
Pero él, con el aspecto como de un hombre muerto, replicó: “¡Ustedes me fuerzan a hacer lo que no
pueden hacer por sí mismos, yo tampoco puedo!” Él temblaba mucho, aunque nosotros no habíamos
dicho nada después de que entraron, más bien nos regocijaba que el Señor nos hallara dignos de sufrir
por Su bendita verdad y testimonio.

Poco tiempo después, hubo una reunión para tasar los bienes que nos quitaron a nosotros y a otros
Amigos. Se reunieron muchos en una casa: Siete hombres llamados jueces, oficiales y alguaciles, un
administrador y muchos más de sus socios; una gran habitación llena de ellos. Yo estaba trabajando en
nuestra tienda, y al ver al oficial que se llevaba algunos de los bienes para ser tasados, de inmediato entró
en mi corazón ir tras él. Yo no sabía qué debía decirles, lo cual me hizo considerar un poco por qué debía
ir, pero poco a poco descansó sobre mí ir.

Cuando entré por la puerta, me senté como una tonta por media o tres cuartos de hora, sin una palabra
que decir. Pero cuando entré, ellos se inquietaron mucho en sus mentes y se apuraron en sus asuntos.
Dijeron: “No podemos hacer nada mientras ella esté con nosotros.” Los jueces se pedían unos a otros,
varias veces, que me mandaran a quitar diciendo: “No haremos ningún negocio hoy, pasaremos nuestro
tiempo en vano si esta mujer se sienta aquí.” En varias ocasiones me tentaron a decir lo que tenía que
decir, y que luego me fuera, pero no pudieron prevalecer contra mí. Entonces llamaron al hombre de la
casa para que me quitara, declarándole solemnemente que nunca volverían a su casa a menos que él me
quitara. Pero el hombre no tenía poder para tocarme, y al estar muy angustiado dijo: “Señor, no puedo
ponerle las manos encima, ella es mi vecina honesta.” Entonces se volvió hacia mí y me dijo: “Por favor
vecina Stirredge, si tiene algo que decir, dígalo, para que pueda irse.” Uno de los jueces con gran rabia y
furia solemnemente protestó diciendo, que nunca más se sentaría con ellos si no me quitaban, y se mara-
villó de la locura de ellos por dejarme en paz. Luego abrió la puerta trasera y salió, como si quisiera irse,
pero al poco tiempo volvió a entrar y dijo: “¡Qué, ¿sigue ella aquí? Me sorprende la locura de ustedes!”

Por fin, el poder del Señor vino sobre mí y llenó mi corazón de una advertencia para ellos. Yo les dije:
“Es en vano que luchen contra el Señor y Su pueblo. La obra de ustedes no prosperará, pues descubrirán
que el gran Dios del cielo y la tierra es demasiado fuerte para ustedes. Los exhorto a que se arrepientan y
corrijan sus vidas, antes de que sea demasiado tarde, porque el Señor los herirá sin que se den cuenta y a
una hora inesperada. Por tanto, recuerden que el Señor les ha concedido un día de advertencia, antes de
que la destrucción venga sobre ustedes.” Esto y mucho más fluyó a través mío en ese momento, y le plació
al Señor en un tiempo muy corto, cumplir este testimonio sobre ellos. Porque en unas pocas semanas,
mientras ellos se alegraban en una fiesta, dos de ellos murieron de repente después de la cena, y el resto
apenas escapó. Esto sucedió alrededor del año 1674.

120
Escribo esto no para regocijarme de la caída de nuestros enemigos, sino para que consideren la bondad,
misericordia y tratos del Señor con Su pueblo en todas las épocas, y para que recuerden Su misericordia
y paciencia hacia los malvados; los que Lo provocan a derramar Su venganza sobre sus cabezas. Sin
embargo, cuán grande es Su misericordia, pues Él siempre advierte a los malos y les da tiempo para
que se arrepientan y corrijan sus vidas, para que Él pueda ser claro el día de rendir cuentas, el cual
ciertamente vendrá sobre todos.

Por tanto, mis queridos hijos, recuerden su fin y el día de rendir cuentas, y mantengan refrenadas sus
lenguas, porque el que no experimenta un freno en su lengua, la religión del tal es vana. Si van a ser
herederos del reino de los cielos y de la corona inmortal, deben tomar la cruz cada día, porque “No Cruz,
No Corona”1. La cruz mantendrá sus mentes en sujeción al Dios vivo, y al estar en sujeción, y temblar
y no pecar, los mantendrá cerca del Señor en un conocimiento vivo de Él. Entonces Él se deleitará en
bendecirlos más y más, instruirlos y aconsejarlos en Su camino, el cual es puro y santo, y no admitirá
ninguna impiedad ni impureza.

Tengan cuidado del mundo y su gente. No se familiaricen demasiado con ellos, ni dejen que sus espíritus
se mezclen con los de ustedes, porque esto ha sido la ruina de muchos que han tenido un buen comienzo
y que han viajado en el camino, pero han errado por falta de vigilancia y por no aferrarse al Guía de
su juventud—la luz de Cristo Jesús. Este es el camino de salvación, y el que anda por otro camino es
un ladrón y salteador. Ustedes conocen el camino, ustedes han sido formados en él. La preocupación
de mi espíritu ahora, es que sigan en él, y que se preocupen por sus hijos, como su padre y yo nos
hemos preocupado por ustedes. Fórmenlos en el camino de la verdad y manténgalos fuera de los pobres
rudimentos de este mundo, para que crezcan en la sencillez y mantengan el lenguaje sencillo (el cual
se ha convertido en algo muy irrelevante hoy, entre muchos profesantes de la verdad). Yo realmente no
estaba limpia a la vista de Dios (mi camino estaba cubierto de espinas y no podía avanzar), hasta que le
rendía obediencia a Él en las cosas pequeñas. Entonces salía a caminar a solas, en privado, como solía
hacer cuando las cosas me pesaban. ¡Oh, aquel desolado lugar donde solía retirarme, cuántas veces se
ha encontrado mi alma con mi Amado ahí, quien dulcemente me ha consolado cuando mi alma estaba
enferma de amor y llena de dudas por temor a que Él me hubiera abandonado! Pero bendito sea Su
nombre que vive para siempre, porque Él aparecía en el momento de necesidad, cuando mi alma estaba
angustiada por Él; entonces era cuando yo llegaba a apreciarlo verdaderamente. Sí, esta es la manera en
que el Señor trata con Su pueblo, para enseñarles a ser humildes y capacitarlos como hijos, a fin de que
aprendan obediencia en todas las cosas para hacer Su voluntad. Este es Su objetivo al disciplinar; hacer
que Sus hijos sean aptos para Su servicio.

Yo poco pensé en que el Señor me había dado muchos años, para llevar un testimonio fiel de Su bendita

1 No Cruz, No Corona, es el título del famoso libro de William Penn, escrito durante su encarcelamiento en la Torre de
Londres, en 1669.

121
verdad y de la poderosa aparición y manifestación de Su gloriosa luz y vida a muchos miles que se
sentaban en oscuridad. ¡Oh, estos estaban en un estado miserable, muchas veces más allá de la esperanza
de ver un buen día, con horror, pavor y angustia en sus corazones! Pero fueron estos los que recibieron y
apreciaron la bendita oferta del amor eterno y gloriosa aparición de Dios, aunque fue dada en el camino
de Sus juicios. Puedo verdaderamente decir, que mi corazón y mi alma se han deleitado en el juicio,
aunque hayan sido derramadas una angustia tras otra. Sin embargo, bendito sea el día que la verdad
eterna fue anunciada por primera vez a mis oídos, cuando tenía diecinueve años. ¡Qué ese día nunca sea
olvidado por mí, es el deseo de mi alma! Pero más bendito sea el nombre del Señor nuestro Dios, y el
brazo derecho de Su poder, que ha sido manifestado día tras día, y año tras año, para la continuación de
Su obra y preservación de Sus hijos.

* * *

Elizabeth Stirredge nunca fue ministra en la Sociedad de Amigos, pero todos la conocían como una que
“había estado en el consejo del Señor, y vio y oyó Su palabra” (Jeremías 23:18; LBLA). Ella fue fiel en
lo poco, y el Señor le confió mucho, dándole gracia y sabiduría para fortalecer a muchos compañeros de
viaje en el camino angosto. A lo largo de su vida se mantuvo baja y pequeña delante de Su todopoderoso
Maestro, inclinándose ante Su más pequeña aparición y aferrándose a Su cruz. Por tanto, al ser pequeña
a sus propios ojos, el Señor era libre de exaltarla y usarla para Su propia gloria y propósito, lo cual hizo
con frecuencia, a menudo de maneras muy notables (ver el resto de su diario).

Como muchos otros que se aferraron a la Verdad en aquel día, Elizabeth Stirredge experimentó su
parte en las persecuciones y encarcelamientos, y a veces “alegremente aceptó el saqueo de sus bienes.”
Increíblemente, acogió tales pruebas como señales del amor de Dios hacia ella, diciendo a menudo que
no tenía mayor alegría que ser contada digna de sufrir por Su nombre.

Capítulo X

El Diario de Charles Marshall

[ 1637—1698 ]

Nací en la ciudad de Bristol, en el cuarto mes de 1637. Mi educación y crianza fueron según las más
estrictas formas de la religión, al ser mi padres muy temerosos del Señor. Ellos me mantuvieron alejado
de la compañía de otros niños, y alrededor de los cinco o seis años aprendí a leer las Escrituras de la
verdad, en las cuales, después de poco tiempo, me deleitaba mucho. Desde mis más tiernos años, aborrecí

122
las palabras vulgares, las mentiras y otros pecados, y no sólo eso, sino que muchas veces tenía deseos y
respiraciones internas por conocer a Dios. Así, alrededor de los once o doce años, no sólo deseaba conocer
al Dios verdadero y vivo, sino que también Lo buscaba, y amaba y estimaba a las personas sobrias y
honestas que temían al Señor.

Yo iba con mi madre a las reuniones de los Independientes, en los días cuando todavía eran tiernos
y sinceros. A veces iba a las reuniones Bautistas, para oír a aquellos hombres que eran estimados los
más celosos en sus días. Entre estas personas y en esas asambleas, hubo algunas veces despertares
espirituales por las agitaciones y esfuerzos internos del don de Dios, y bajo el sentido de esto, en muchas
almas brotaron anhelos y respiraciones vivas tras el conocimiento verdadero y espiritual de Dios quien
es Espíritu. Pero la mayoría salió de este estado de ternura y se atascaron en la profesión de las palabras,
obras y experiencias de los santos, dejando atrás esa medida pura de luz, vida y verdad.

Luego a medida que crecía, me sentía cada vez más insatisfecho con las profesiones y profesantes sin vida
y vacíos, al sentir el peso de la naturaleza de pecado que estaba sobre mi espíritu. En la consciencia de
mi pecado, me convertí en un persona solitaria y lloraba como una paloma sin compañero. Y al ver que
no podía encontrar la vida entre las profesiones muertas del cristianismo, pasé mucho tiempo retirado
solo, en campos y bosques, y por manantiales de agua, donde me deleitaba recostarme y beber. En
aquellos días de retiro, mis clamores al Señor eran fuertes, grandes y muchos. A veces, estando retirado
en lugares libres de toda compañía, a fin de aliviar mi corazón, lloraba audiblemente debido a la pesadez
de espíritu.

En aquellos días tuve revelaciones de la miserable caída e inexpresable degeneración de la humanidad, y


del cautiverio y esclavitud en la que se encontraba mi alma. En la verdadera consciencia de este estado
de esclavitud y servidumbre lloraba diciendo: “¡Ojalá mi alma fuera aliviada de estas cargas y pesos de
muerte y tinieblas! ¡Ojalá yo fuera salvado del obvio estado de tinieblas egipcio y de la tierra de sequedad;
la tierra de angustia, la tierra de horrible oscuridad!” “¡Oh, indescriptible caída,” decía mi alma. “¡Oh,
inexpresable pared de división y separación! ¡Oh, indecible abismo!” Pues el estado caído y perdido de
los hijos e hijas de los hombres, me fue revelado más allá de toda palabra de explicación.

En ese tiempo, mientras caminaba y contemplaba la creación del Todopoderoso Dios, todo testificaba en
mi contra. El cielo y la tierra, el día y la noche, el sol, la luna y las estrellas, sí, las corrientes de agua y los
manantiales de lo profundo, todo conservaba sus respectivos lugares. La hierba y las flores del campo, los
peces del mar y las aves del aire; todo mantenía su orden, sólo el hombre, la principal obra de la mano de
Dios, estaba degenerado. Entonces lloraba amargamente: “¡El estado del hombre en la caída es peor que
el de la bestia que perece! Porque ‘el buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor,’ pero el
hombre en este estado, no conoce a Dios su hacedor, y se ha convertido en un extraño para Él, caminando
en enemistad y desobediencia, y sirviéndole y obedeciendo al diablo, que no ha creado nada, ni puede
preservar ninguna cosa viva!” Desde el principio, la aparición de Satanás contra Dios ha sido enemistad

123
pura, completamente malvada, destructiva y asesina. Y tal es la indescriptible y espesa oscuridad que
ha venido sobre el hombre, que se entrega en cuerpo, alma y espíritu para ser guiado por él. En esto vi
que una espesa oscuridad había venido sobre las familias de la tierra, y podía certificar la verdad de esa
Escritura que dice: “Tinieblas cubren la tierra y oscuridad las naciones.”1

Y así, con una profunda consciencia de la miserable condición del hombre, y particularmente de mi
propio cautiverio y participación en esa oscuridad, miseria y tristeza, caía al suelo y clamaba a Dios por
liberación y redención de dicho estado. Y aunque el testigo de Dios se agitaba en mí de esta manera, y fue
de hecho el revelador de este miserable estado, aun yo no tenía un conocimiento claro de Aquel que me
lo había revelado.

En ese tiempo, alrededor del año 1654, muchos buscaban al Señor, y unos pocos de nosotros guardábamos
un día a la semana en ayuno y oración. Cuando llegaba el día, nos reuníamos temprano en la mañana,
y sin haber probado nada nos sentábamos, a veces en silencio. Cuando alguno encontraba algo sobre
su espíritu y una inclinación en su corazón, se arrodillaba y oraba al Señor. En ocasiones, antes de que
terminara el día, podía haber unos veinte de nosotros reunidos. Hombres, mujeres, y de vez en cuando
niños, decían unas pocas palabras en oración, y a veces estábamos muy postrados y quebrantados delante
del Señor en humildad y ternura.

En el año 1654, llegaron a una de estas reuniones los queridos John Audland y John Camm, mensajeros
del Dios vivo. Por el poderoso ministerio de John Audland (que le fue encomendado por el Señor), fui
alcanzado y vuelto al Espíritu de Dios (el Mismo que anteriormente me había revelado mi condición,
como se mencionó). El testimonio que fue llevado por estos dos mensajeros fue recibido de buena gana,
y mientras me mantenía cerca del Espíritu, al cual estaba vuelto, vi una gran separación hecha entre la
luz y las tinieblas, el día y la noche, lo precioso y lo vil. Y como mi mente amaba la luz, el juicio fue
establecido en mi corazón, o sea “puesto por medida, y la justicia por nivel.”2

Fui llevado a un gran pavor, temor y asombro de Dios, y también tenía gran estima y respeto por Sus
mensajeros, quienes trajeron las buenas noticias de vida y salvación, y a través de quienes la verdadera
doctrina cayó como el rocío. Debido a que las palabras de ellos eran palabras de gracia, había un gran
temor en mi corazón de rebelarme contra alguna parte del consejo que recibí de ellos.

Luego experimenté un largo viaje a través de la administración de condenación, la cual fue en verdad
gloriosa en su tiempo. Descubrí que mientras me mantenía bajo el juicio del Señor en mi corazón, este
operaba como una espada, un fuego y un martillo, y la naturaleza malvada era en alguna medida vencida.
Entonces, algo del alivio y amor divinos fluían, y me refrescaban en mis viajes.

1 Isaías 60:2
2 Isaías 28:17 LBLA

124
Pero luego, el antiguo y astuto enemigo empezó a tenderme trampas y a cazar mi alma, la cual había sido
en alguna medida rescatada de las fauces de la muerte. Porque cuando tenía revelaciones preciosas del
camino de la Verdad (a través de las cuales brotaban esperanza y gozo secretos), el enemigo me impedía
crecer en la verdad y atesorar el dulce deleite de ella, al hacerme gastar mi propio pan defendiendo la
verdad contra los opositores y declarándola a aquellos que creía que la amaban. Y cuando había gastado
el pan que me había sido dado para la fuerza de mi propia alma, y regresaba a casa y meditaba en mi
corazón, me descubría bastante vacío, pues había regalado lo que me había sido dado para mi propio
refrescamiento y consolación, y veía que mi Amado se había retirado. Entonces la angustia se apoderaba
de mí más allá de toda expresión y me sentía muy abatido. Al tener algún entendimiento de la causa,
estaba listo para prometer que si yo volvía a tener la paz, refrigerio y alimentación anteriores, no volvería
a salir corriendo apresuradamente ni gastaría mi porción, razón por la que esa dificultad y aridez internas
habían venido sobre mi espíritu. Aquí el enemigo (quien mediante su disfraz me había desviado), trabajó
sutilmente en el día de mi angustia, a fin de traer gran desánimo e incredulidad sobre mi espíritu.

Mi alma recuerda la gran ansiedad de espíritu, la consciencia que tenía de que el Señor se había retirado
y ocultado Su rostro, y la experiencia del velo que caía sobre mí. De esta manera fui llevado a un celo que
no concordaba con el verdadero conocimiento (es decir, el conocimiento que da el poder del Señor en Su
guía), y cuando había prometido y luego roto el pacto, era perseguido por el Señor como un quebrantador
del pacto. Pero con el tiempo el Señor me ayudó a través de esta prueba y aprendí a permanecer como
un tonto, y a sentarme en silencio delante del Señor entre Su pueblo, en lugar de perjudicar mi condición
y contristar al Espíritu de Dios. Y cuando permanecía obediente a la dirección de la sabiduría, entonces
un gozo secreto brotaba en mí, con paz pura y alivio interior. Pero si sentía la vida, el gozo y la luz
del Señor brillando sobre mi tabernáculo, y aun así no me mantenía postrado en humildad (donde es
experimentado el crecimiento en la Verdad), el enemigo obraba con sutileza de nuevo, para persuadirme
de que no había necesidad de una vigilancia y cuidado internos tan estrictos, como antes. En algunas
ocasiones prevaleció a través de este engaño, para llevarme a una libertad, tanto interna como externa,
que tenía la tendencia de llevarme otra vez a la esclavitud interior.

A través de frecuentes renovaciones, revelaciones, profecías y promesas, algunas veces estaba listo a
concluir que mi montaña era inamovible. Pero pronto descubría que el Señor retiraba Su presencia, y
luego experimentaba un invierno de nuevo y diversas tormentas del enemigo. Y al no haber aprendido a
contentarme con la necesidad, como con la abundancia, no sólo caía en un estado pobre y murmurador,
sino también en gran aflicción, porque debido a este cambio, estaban listos a entrar temores y dudas.
Trabajaba duro en esta noche, pero no podía obtener nada que administrara algún consuelo duradero.
Al estar en gran temor y tristeza, me encontraba deseando, corriendo, y esforzándome, pero cuánto más
me afanaba, ‘encendiendo teas por mi cuenta’ (Isaías 50:11), más se incrementaba mi tristeza, porque no
había aprendido aún el estado de rendición.

Entones, tras haber sido llevado muy bajo, y habiendo llorado muchos días en la consciencia de los retiros

125
de la presencia, amor y poder de mi Dios, y estando en profunda angustia y estupor, me fueron revelados
los viajes de Israel en el desierto; la manera en que Dios los probó con falta de pan y agua. Vi que la
felicidad de ellos radicaba en contentarse y rendirse a la voluntad de Dios, y en la creencia de que la
fidelidad del Señor los ayudaría a soportar la prueba. Pero Israel murmuraba, y de este modo contristaba
al Espíritu de Dios, y yo también. Sin embargo, a través de la compasión de Dios el estado de rendición
me fue revelado, en el que el hombre estaba antes de caer mediante la transgresión, en su propia obra y
voluntad. Y cuando mi entendimiento fue así abierto, mi alma clamó al Señor mi Dios: “¡Oh, guárdame
en paciencia y mansedumbre puras, y en obediencia viva y aceptable, y confiaré en Ti!”

Conforme creía en la luz del Señor, me ubicaba en ella y me rendía a ella, el poder, amor y vida puros
de Dios irrumpían como antes y me refrescaban en gran manera. Entonces el sol brillaba sobre mi
tabernáculo y yo me inclinaba delante del Señor, bendiciendo y alabando Su santo y glorioso nombre.
Entonces el Señor me instruía y Su Espíritu y poder me revelaba el camino de preservación, el cual era,
ser reducido a la verdadera humildad. Y así, mi alma empezó a ser como la paloma que encontró un lugar
para la planta de sus pies.

Sin embargo, el enemigo continuaba tentándome por medio de sus seducciones, y poniendo sus cebos y
trampas, de modo que si en algún momento mi corazón era atraído a mirar hacia fuera o se salía a ver
la tierra (como hizo Dina, Génesis 34), yo quedaba expuesto a un gran peligro de ser contaminado. En
realidad, descubría que si en algún momento me salía del poder puro y preservador de Dios, que había
comenzado a obrar en mi alma (a través de estos dolores de parto), y dejaba entrar el espíritu y razón del
mundo, y por tanto, veía alguna belleza en algún fruto que no era el producido por el árbol de la vida,
entonces una herida, una mancha y una contaminación se apoderaban de mi rápidamente.

Atravesé este ejercicio interno cuando ningún amigo o conocido íntimo sabía de él. ¡Oh, recuerdo
las noches de amarga tristeza por las que pasé, aunque caminaba inocentemente entre los hombres y
ninguno podía discernir la corrupción! Pues en el gran amor de Dios hacia mi alma, en aquellos días de
prueba y ejercicio internos, el juicio rápidamente seguía sobre cualquier salida de mi mente.

Pero mientras me mantenía vuelto hacia el Señor y recto de corazón, y no me unía a ninguna iniquidad,
encontraba al Señor a mano en muchas pruebas que sucedían en nuestra ciudad y en otros lugares,
incluso durante la obra del poder de las tinieblas en James Nayler, y la salida de John Perrot y otros.3
Dios me dejó ver (siendo entonces un joven muchacho) a través de todas esas obras y sutiles disfraces
del enemigo, y me preservó mediante una mano secreta. No siento dejar mucho por escrito sobre esos
tiempos difíciles. Esas cosas son conocidas por el Señor, junto con las causas y los fines, y Su permiso y

3 James Nayler y John Perrot fueron prominentes ministros entre los primeros cuáquero, que se salieron al error e
imaginación, y trajeron sobre la joven Sociedad una medida de división y desgracia. Nayler abiertamente confesó su
error, se arrepintió públicamente en multitud de ocasiones, y fue restaurado a la Sociedad de Amigos antes de su muerte
en 1660. Al parecer, Perrot emigró a Barbados, donde él y sus opiniones terminaron en descrédito.

126
libertad otorgada al enemigo.

Dios ha deseado mantener postrado a Su pueblo en cada generación, y mediante Su poder ha golpeado
secretamente todo lo que tiene una tendencia a robarle Su honor. Él se deleita en el humilde y mora
con el quebrantado y contrito de espíritu. En este estado de postración, se encuentra nuestra seguridad
y preservación en esta edad, y en todas las edades sucesivas. A través de estos ejercicios (de los que he
dado un indicio) he aprendido, que desde el inicio mismo de la obra de restauración y redención en cada
individuo, la preservación de todos se encuentra en que nos retiremos internamente hacia Dios, en que
nos mantengamos muy humillados (en el puro temor, asombro y pavor del Señor), y en que palpemos en
pos de Su poder redentor y preservador del alma que vivifica y aviva. En la medida que habitemos aquí,
eso nos mantiene vivos en su propia naturaleza pura, sobre el mundo y sobre su espíritu y corrupción.

Estoy persuadido en mi espíritu, más allá de las palabras, de las potentes obras del enemigo en las
generaciones de la humanidad para lograr su fin, a saber: Después de que el Señor Dios Todopoderoso ha
aparecido en alguna época, en el libre derramamiento de Su amor, surgimiento de Su poder y extensión
de Su brazo para restaurar al hombre en pacto con Él, el enemigo ha aparecido luego, con todo su poder
y sutileza, para gradual y secretamente socavar y frustrar la obra de Dios. Su gran propósito ha sido, por
medio de diferentes trampas, arrastrar a las personas visitadas a una disminución de su aprecio del poder,
aparición y manifestación de Dios en sus días, y sacar sus mentes (mediante sus múltiples disfraces) hacia
una estima, ya sea de la manifestación que ha sucedido o de la que puede estar por venir. Esto saca a la
mente del debido respeto por la presente manifestación, la única que puede obrar el bienestar eterno de
la criatura. Este fue el caso de aquellos a quienes se les dijo: “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en
este tu día, lo que es para tu paz!” Esto lo he aprendido del Señor, y por tanto lo dejo, tanto a los Amigos a
quienes pueda llegar en esta época, como al pueblo de Dios en las siguientes generaciones del mundo.

Después de casi dieciséis años de viaje en el espíritu, en el año 1670, a mis treinta y tres años, el
Dios Todopoderoso me levantó por medio de Su poder que había estado obrando en mi corazón por
muchos años, a predicar el evangelio eterno de vida y salvación. Entonces empezó un nuevo ejercicio,
ya que el enemigo me tentó a resistir al Señor, a mirar mi propia debilidad de cuerpo y espíritu, y mi
insuficiencia para una obra tan grande. Tal era la fuerza del enemigo en mi alma, que si el Señor Dios (en
Su indescriptible amor) no hubiera estado conmigo, no me hubiera sostenido, ni me hubiera ayudado,
habría perecido después de todo por la desobediencia. Porque cuando el poder de Dios cayó sobre mí,
y me fue requerido que dijera unas pocas palabras en las asambleas del pueblo del Señor en Bristol,
me asaltaron muchos razonamientos, a saber: Que estas eran personas sabias y que no podía agregarles
nada a ellas; que yo podría dañar mi propia condición; que las imaginaciones podrían ser la base real de
tales demandas; que muchos hombres sabios me verían como un muchacho presuntuoso y me juzgarían;
etc. Así razoné muchas veces durante las reuniones, hasta que me sentía muy angustiado, y cuando las
reuniones terminaban (en las que había sido desobediente), mi carga era insoportable. ¡Oh, entonces
estaba listo a pactar con el Señor, que si yo sentía las demandas de Su poder de nuevo, fielmente me

127
rendiría en obediencia a Él! Pero cuando era probado otra vez, la misma mente rebelde era movida por
el poder del enemigo.

Entonces el Señor retiró el movimiento y sentido de Su poder, y todo refrescamiento con él, y escondió
Su rostro de mí. Fui dejado en gran pena, sintiendo que otros se alimentaban del pan de vida en
nuestras reuniones y sacaban el agua de vida, pero mi alma salía vacía, con grandes barrotes sobre ella,
encerrándola (por decirlo así) bajo tinieblas. Yo experimentaba el disgusto del Señor y estaba doblegado
en gran angustia. Y mi alma clamaba al Señor que me probara otra vez e irrumpiera con Su poder, y que
me diera un claro conocimiento de Sus demandas, y yo lo obedecería. Entonces el Señor Dios de vida oyó
mi clamor de nuevo y abrió mi corazón que se encontraba cerrado. Y cuando comencé a sentir el poder
de Dios moverse en mi hombre interior, por un lado me alegré, pero por otro me entristecí, al temer que
yo fuera rebelde otra vez.

En efecto, fue tan difícil para mí abrir mi boca en aquellas reuniones de Bristol, que si el Señor no
hubiera manifestado Su poder en mi corazón como vino nuevo en una vasija que necesitaba respiradero,
y no hubiera abierto paso con Su poder en muchas ocasiones, yo habría perecido. Pero el Señor tenía
en cuenta mi estado y conocía también el estado de las personas entre las que yo me reunía. Y cuando,
por el gran amor y poder de mi Dios, yo finalmente superé la prueba, entonces las trampas del enemigo
quedaron expuestas, por lo que mi alma alabó al Señor Dios de mi vida. En verdad he sido, y sigo siendo,
quebrantado a menudo en la consciencia de Su bondad hacia mí cuando no era más que un niño, no,
cuando no era más que un gusano. ¡En este tiempo, en el verdadero sentido y fresco recuerdo de Tu amor,
bendigo, magnifico y exalto Tu nombre, oh, Señor. En verdad, Tú eres Dios y haces bien, y eres digno de
todo temor, obediencia, reverencia y honor por los siglos de los siglos!

Después de que (a través de la bondad, amor y poder de Dios) obtuve alguna medida de dominio sobre
lo que me estorbaba, fielmente le rendí a mi Dios mi libertad, posesiones, relaciones y todo, y fui llevado
a las asambleas del pueblo del Señor en la ciudad de Bristol y lugares adyacentes. Conforme me rendía
en obediencia, encontraba que mi camino había sido hecho más fácil, y veía al enemigo (que se esforzaba
por estorbarme) más y más conquistado. En el año 1670, recibí la siguiente comisión de Dios: “Recorre la
nación y visita Mi semilla sedienta y herida, la que engendré entre Mi pueblo el día de su primera tierna
visitación. Proclama Mi año aceptable y el día de la perfecta liberación de Mi semilla sedienta y herida, y
también, el día de venganza que viene sobre todos los que la han herido, ya sea entre Mi pueblo o en el
mundo.” Entones clamé al Señor diciendo: “¿Cómo visitaré a Tu pueblo en estos tiempos, cuando la vara
de los malvados está sobre sus espaldas, y cuando los hombres en casi todo lugar se esfuerzan por medio
de la violencia a dispersar las asambleas de Tu pueblo? ¿Cómo me reuniré con ellos?” Y el Señor dijo:
“Ve, Yo prosperaré tu camino, y la prueba presente sobre Mi pueblo será como una nube matutina, y seré
para ellos como tierno rocío a lo largo de la tierra.” Entonces, me incliné delante del Señor y viajé en
obediencia a Su mandamiento, y desde el final del mes décimo de 1670, hasta el 20 del décimo segundo
mes de 1672, estuve en unas cuatrocientas reuniones.4

128
Muchos fueron convencidos en mis viajes, las bocas de los opositores fueron detenidas, y el Espíritu de
Dios cayó sobre varios que ahora tienen un testimonio que dar de Su nombre. Varias veces estuve muy
debilitado en mi cuerpo, incluso, al borde de la muerte. Sin embargo, mi Dios Todopoderoso, en amorosa
bondad, me levantó de nuevo de manera maravillosa, particularmente en dos ocasiones. Grandes fueron
las pruebas, penas, dificultades y peligros por los que pasé, tanto internos como externos, que sólo mi
Dios Todopoderoso conoce, y grandes fueron Sus liberaciones de muchas maneras. En una ocasión,
cuando estaba en Lancashire, cerca de la casa de Margarita Fox, fui maravillosamente preservado junto
con otras cuatro personas. Nosotros habíamos bajado a la orilla del mar para cruzar las arenas, y dos per-
sonas que vivían al otro lado nos informaron que podíamos ir seguros; nada parecía contradecir lo dicho.
Pero cuando yo intenté ir, fui detenido en mi mente, y después de esperar en el Señor un momento, me
fue claramente prohibido hacerlo. Me fue mostrado que si alguno intentaba continuar en ese momento,
ciertamente perecería. Esto me hizo obstaculizar la salida de los pasajeros, y aproximadamente una
hora después el mar se desbordó, así que si nosotros hubiéramos ido, con toda probabilidad habríamos
muerto. Cuando algunos que estaban ahí vieron esto, fueron grandemente enternecidos y magnificaron
el nombre del Señor.

En la visita a la ciudad de Londres dejé un pequeño documento, una copia del cual escribo a continuación:
Una advertencia a todas las personas que han inclinado su oído a la declaración de la Verdad, pero no la
han recibido en el amor de ella. Una advertencia a los que están convencidos de la Verdad, pero no se han
sujetado a ella en obediencia pura y viva. Una advertencia a todos los que han comenzado en el Espíritu y
dirigido sus rostros a Sión, para que no regresen a Egipto (espiritualmente así llamado), ni se sienten a lo largo
del camino.

El terrible Día de venganza de Dios es proclamado, en el que todos los profesantes del cristianismo y sus
profesiones serán probados. La era será completamente limpiada, el trigo aventado, el oro probado, y el Día de
Dios vendrá sobre todas las imágenes y semejanzas. En realidad, se hollará todo lo que se haya levantado sin
el poder antiguo y eterno. Habrá un día de calamidad, miseria, asombro y angustia sobre los habitantes de la
ciudad de Londres, y de dolor sobre la nación de Inglaterra; y después de este, a lo largo de las naciones, un día
de reunión de los esparcidos de Israel y de los dispersos de Jacob.

En el nombre y autoridad del Dios Todopoderoso, también descargué mi consciencia en la ciudad de


Bristol, y no retuve nada del consejo del Señor para ellos. Sino que en el poder y demostración de Su
Espíritu, y con toda claridad, prediqué la Verdad como está en Jesús, manifestando las muchas trampas
del enemigo que acompañan a los Amigos de esa ciudad. Estoy limpio de la sangre de los habitantes de
esa ciudad y de todos los que profesan la Verdad en ella; y estoy seguro de que un día de profunda prueba

4 Durante este largo viaje al servicio del evangelio, Charles Marshall visitó la mayor parte de Inglaterra y estuvo varias
veces en Londres. Una vez, durante una breve estadía en su casa, se enfermó tanto que casi todos se desesperaron por
su vida. En otra ocasión, experimentó una aflicción muy dolorosa por la muerte de su hijo.

129
vendrá sobre muchos de sus habitantes. Así como fue mi testimonio en la ciudad de Londres, fue en la
ciudad de Bristol.

En mis viajes por la tierra, se hicieron muchos intentos de encarcelarme, pero el Señor estaba conmigo
y Su palabra era como un fuego en mis huesos, “recorre la tierra.” En verdad, el Señor me ayudó en la
batalla espiritual contra el enemigo de las almas de los hombres. En ese tiempo, se promulgaron leyes
contra todo disidente,5 y se les dio autoridad a los magistrados de multar con veinte libras al propietario
de cualquier casa donde se realizara una reunión, junto con veinte libras por el predicador y cinco
chelines por cada oyente. Y el que informaba al magisterio de alguna de estas reuniones, recibía una
tercera parte de la multa. Sin embargo, aunque este fue un tiempo de dolorosa persecución a lo largo de la
nación, en mi paso a través de las ciudades, pueblos y todos los condados de Inglaterra, no se le permitió
a ningún hombre que pusiera sus manos sobre mí, ni detuviera mi camino; ningún hombre, que yo sepa,
perdió cinco libras por mi causa en toda la nación. Dejo esto a la posteridad, no para gloria del yo, sino
para magnificar y exaltar el santo poder del Señor, y para que muchos viajeros que todavía están por
levantarse, sean refrescados y confíen en el Señor Jehová, en quien está la fuerza eterna. Aunque Él nos
llama a cosas difíciles, no es un Maestro duro, porque Él da poder a todo el que cree y confía en Él, cuyo
brazo derecho de salvación ha hecho cosas gloriosas en nuestro día. ¡A Él sean dadas eternas alabanzas,
honor, santa acción de gracias y reconocimiento por los siglos de los siglos!

Después de esto no viajé tan continuamente, ni guardé un registro de muchas cosas y liberaciones notables
que me encontré en mis viajes. Pero esto lo puedo decir con toda certeza y en la presencia de mi Dios, que
Él abrió la puerta de los corazones de las personas tan eficazmente, que creo que miles recibieron la Pala-
bra de vida y muchos fueron añadidos a la iglesia en diversos lugares. Se establecieron algunas reuniones
donde nunca había habido un Amigo antes. En un lugar, toda una reunión fue convencida a la vez, y
nunca oí que alguno de ellos se volviera, sino que todos permanecieron fieles al Señor. La ternura que he
visto en muchos lugares a lo largo de la tierra, y las lluvias de vida que han descendido sobre la plantación
del Señor, están más allá de toda expresión. Muchos que habían apostatado y se habían desviado, fueron
eficazmente alcanzados y nuevamente traídos de vuelta. Por tanto, puedo verdaderamente decir que el
Señor estaba conmigo y que me abrió camino, según Su palabra para mí antes de que yo saliera.

Yo continué obrando hasta que John Story y John Wilkinson, junto con sus seguidores, se opusieron al
orden y disciplina que fueron establecidos entonces en las iglesias de Cristo. Esta oposición se llevó a
cabo bajo el engañoso pretexto de defender la libertad de consciencia, pero su verdadero origen estaba en
un indebido deseo de libertad en la carne, y en un espíritu miedoso y perezoso que se volvió del poder del
Señor, y de la dependencia diaria en su fresco surgimiento y vivificación. Estos hombres buscaron retener
el ministerio de la parte doctrinal de la Verdad en un espíritu seco y muerto, mientras se esforzaban por

5 Eran disidentes los que no se conformaban a las doctrinas, creencias o prácticas de la iglesia de Inglaterra.

130
destruir nuestras reuniones mensuales, trimestrales y anuales, y las reuniones de mujeres, llamándolas
“formas” e “ídolos,” cuando en realidad, era el mismo poder y sabiduría divinos los que nos reunían para
ser un pueblo, y causaron la creación y establecimiento de un buen orden y disciplina entre nosotros.

Grande fue el viaje y obra de nuestro anciano y honorable Amigo, George Fox, en este importante asunto,
en la primera aparición de la Verdad en esta era. Varios otros hermanos también fueron profundamente
inspirados a establecer reuniones en dicho buen orden, y hallamos que el Señor estaba con nosotros en
nuestra obra y servicio. El poder del Señor había obrado poderosamente para establecernos en un buen
orden, a fin de que apareciéramos al mundo guiados por Su sabiduría, al ser hallados en una forma de
piedad que surgía de Su poder interno en el alma.

Pero el enemigo, que deseaba que fuéramos un pueblo en confusión, y Babel en lugar de Sión, obró en la
sabiduría terrenal y sensual de algunos hombres de espíritu descuidado, que habían perdido su sentido
de las guías del Todopoderoso. Estos fueron conducidos a la falsa imaginación, de que nosotros íbamos
a desviarnos de la guía interna del Espíritu de Dios, al establecimiento de formas externas como otros
grupos religiosos, dejando así la luz de Jesucristo, la cual debía ser la guía de cada hombre en la fe y en la
práctica. En seguida ellos se esforzaron, con todas sus fuerzas, por derribar y arruinar las reuniones antes
mencionadas, alegando que “una imposición en la consciencia” era la causa de su separación, cuando en
realidad su oposición había surgido del poder de las tinieblas que obraba en ellos, por lo que perdieron
su luz y llevaron a muchos a su errores.

Este espíritu llevó gran aflicción y dolor sobre algunos, al comienzo de sus obras en Westmoreland,
Bristol, Wiltshire, Gloucestershire y muchos otros lugares. Grandes fueron los desórdenes que causó en
Bristol y Wiltshire, debido a lo cual, el Señor me movió (junto con otros fieles hermanos) a hacer guerra
contra ese espíritu en Su nombre y poder. Así, con gran esfuerzo, lágrimas y angustia de espíritu, por
varios años seguidos, corrimos entre los vivos y los muertos en esos condados. Puedo decir en la verdad,
que el Señor Dios me guió a viajar en Su nombre y terror por toda la tierra, y estuvo conmigo en aquel
día de profunda prueba. De hecho, tengo razones (con gran inclinación de espíritu) para magnificar Su
glorioso nombre, que me preservó fiel sobre todo desánimo. Él fortaleció mi arco y llenó diariamente
mi aljaba con flechas, y trabajé como el que come el pan de adversidad y bebe agua de aflicción, no
ahorrando fuerza ni sustancia.

Recuerdo muy bien el día que recibí instrucción del Señor en una visión, con respecto a ese pueblo, en
la que me fue mostrada la obra, fin y caída de ellos. Por tanto, llegó a ser la gran preocupación de mi
alma invitar a Amigos fieles de Wiltshire, para tener una reunión con el propósito de esperar en el Señor,
en un profundo ejercicio del alma, y clamar a Él que apareciera por el bien de Su nombre y Su pueblo.
Los Amigos respondieron de buena gana a mi deseo y acordamos dicha reunión. Cuando estábamos
esperando en el Señor, este era el clamor de mi alma entre Amigos y hermanos: “¡Oh, Señor, ¿qué harás
por Tu gran nombre que es deshonrado? ¿Qué harás por Tu herencia? Porque el enemigo y destructor

131
desea esparcir y devorar Tus corderos, y pisotear Tu viña!” Así clamábamos delante del Señor con
corazones postrados, y Él oyó desde el cielo, Su santa morada, y Su poder irrumpió en una maravillosa
forma, ablandando a Su pueblo delante de Él. De hecho, Su presencia y sabiduría celestial consoló y
confirmó a Sus siervos, y abrió los corazones de los Amigos para hablar bien del nombre del Señor y de
la grandeza de Su poder y aparición.

Posteriormente se concluyó que esta reunión debía continuar, lo cual fue por muchos años el caso, y
en ella prevaleció nuestra lucha con el Señor. En verdad Él nos acompañó con Su poder y presencia
celestiales, y desde ese momento en adelante, vimos una demolición de ese espíritu divisor en todos sus
emprendimientos, y una poderosa confirmación de la herencia y pueblo del Señor.

El mismo poder de Dios derramó al Espíritu de oración sobre la ciudad de Bristol, donde el Señor
apareció muchas veces y frustró la intención de los predicadores de la separación. La honda y piedra de
David hirieron a su Goliat, que se levantó contra los escuadrones de Israel, y la gloria del Señor brilló
sobre todos. No puedo olvidar los muchos días, noches y años de dolor por los que pasé en esa ciudad y
condados aledaños, donde trabajé en el poder del Altísimo para establecer las iglesias de Cristo en paz y
buen orden.

Después de este tiempo el enemigo llenó el corazón del sacerdote de la parroquia donde yo vivía, y él
trabajó muchos meses para llevarme a prisión y quitarme mis bienes.6 Él no escatimó esfuerzos hasta
que me metió en la Prisión de la Flota en Londres, donde me separaron de mi querida esposa y niños.
Ahí estuve confinado antes y durante el tiempo de la Gran Helada,7 y después de aproximadamente un
año, mi familia también se movió a Londres. En este encarcelamiento sufrí mucho en cuerpo, espíritu y
sustancia, todo lo cual es conocido por el Señor que estaba conmigo.

Después de unos dos años, el sacerdote llegó a la prisión, hizo que abrieran las puertas y me sacó; en
algún momento después murió. Luego, me establecí con mi familia cerca de Londres, y por muchos años
trabajé en el evangelio en esa ciudad. Tenía una carga sobre mi corazón por los enfermos, y por varios
otros servicios para la iglesia y el pueblo de Dios, y frecuentemente me reunía con algunos en el gobierno,
a favor del pueblo sufriente del Señor y del bien de mi país natal.

Los últimos tres años he visitado varias veces la ciudad de Bristol y condados aledaños, y el Dios
Todopoderoso ha forjado en mí dolores de parto para Su iglesia en esas visitas, y me ha concedido fuerzas
para realizar Su obra. En efecto, Su gloria brilló sobre todos, Su río corrió, Su lluvia tardía descendió,
los manantiales de los profundidades se abrieron, y los misterios del reino y viajes del Israel espiritual

6 Por el bien de la consciencia, los primeros cuáqueros no pagaron a la iglesia de Inglaterra los diezmos obligatorios, y a
menudo sufrieron largos encarcelamientos y la pérdida de propiedades como resultado.
7 La Gran Helada de 1648-84 es uno de los cuatro o cinco inviernos más fríos registrados en las Islas Británicas. El río
Támesis en Londres se congeló por completo por cerca de dos meses, y se reportó que el hielo tenía unas 11 pulgadas de
espesor. La tierra estaba congelada hasta una profundidad de 27 pulgadas en Londres, y más de 4 pies de Somersert.

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fueron abundantemente revelados. Y ahora, el clamor de mi alma al Dios de mi vida es, que todos seamos
un pueblo digno, para alabanza y reconocimiento del nombre del Señor!

* * *

Charles Marshall fue doctor en medicina por profesión, pero la mayor parte de su vida adulta la dedicó
al cuidado y aliento del rebaño de Cristo. Tanto en la predicación como en la escritura, siempre tuvo
cuidado de mantenerse detrás de la guía y movimientos del Espíritu, convencido de que la sabiduría
y recursos naturales del hombre no contribuyen en nada a la causa de Cristo, o al incremento de Su
reino. Hablando de su ministerio, William Penn (fundador de Pensilvania) en una ocasión escribió: “Él
no era de palabras rebuscadas ni de elegante discurso, ni se apoyaba en la memoria o en revelaciones
anteriores, sino alguien que esperaba sentir el poder vivo y celestial de Dios para ser llevado adelante en
sus ejercicios ministeriales, por lo cual, como ministro del evangelio correcto, a menudo refrescaba a la
familia y herencia de Dios.”

Aunque sufrió mucho por los perseguidores envidiosos de su época, se decía que “no se dejó mover por
los abusos o heridas, atribuyendo tales cosas a la naturaleza caída o a la ignorancia.” Continuó fiel hasta
el final a través de muchas pruebas y encarcelamientos, volviendo a muchos “de las tinieblas a la luz, y
del poder de Satanás al poder de Dios.” En un corto testimonio de su vida, su esposa Hannah escribió:
“A medida que se acercaban sus últimos momentos, cerró sus ojos con su propia mano, y con alegría
y compostura, como alguien a quien se le había quitado el aguijón de la muerte, encomendó su alma a
Dios, el 15 del noveno mes de 1698, a los 62 años.”

Capítulo XI

La Vida de Thomas Story

[ 1662—1742 ]

Creo apropiado hacer un recuento en este lugar, de algunos de los tratos misericordiosos del Señor
conmigo desde mis primeros días. Yo no era naturalmente adicto a mucho vicio o maldad, y sin embargo,
a través de la conducta de muchachos rudos en la escuela, había adquirido, por imitación, algunas cosas
que tendían a esa dirección. No obstante, cuando ponía esas cosas en práctica, ya fuera de palabra o de
hecho, en esos momentos encontraba en mí algo, que repentinamente me sorprendía con una consciencia
de maldad, y que me avergonzaba cuando estaba solo, a pesar de que lo que había dicho o hecho no era
malo en la opinión común de aquellos con quienes conversaba, o entre los hombres en general. Y aunque
no conocía ni entendía qué era eso que me reprobaba, aun así tenía tanta influencia y poder en mí, que fui

133
considerablemente reformado de esos hábitos, los que con el tiempo, podrían haber sido el fundamento
de males mayores y vicios más graves.

Sin embargo, conforme maduraba, tenía muchos altibajos en mi mente, y las tentaciones comunes entre
los jóvenes se me presentaban con frecuencia y con fuerza. Y aunque era preservado de la culpa a la vista
de los hombres, no era así delante del Señor, que ve en lo secreto, y que en todo momento contempla
todos los pensamientos, deseos, obras y actos de los hijos de los hombres, en todas las edades y en todo
el mundo. Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida presentaban sus objetos
delante de mí. Los aires de juventud eran muchos y potentes, y no faltaban la fuerza, actividad y buena
apariencia. Además, descubrí que una capacidad mental natural y sus muchas adquisiciones no estaban
fueran de mi alcance, por lo que la gloria, avance y ascenso del mundo fueron esparcidos como redes ante
mi vista, y su amistad empezó a dirigirse a mí con un adulador cortejo.

Yo llevaba una espada, el uso de la cual entendía bien, y había frustrado a varios maestros de esa disciplina
en el norte y en Londres. También cabalgaba con armas de fuego, y conocía el uso de ellas, aunque no era
naturalmente pendenciero. Yo me había impuesto la siguiente regla: Nunca ofender o afrentar a nadie
voluntariamente o con intención. Pero si yo inadvertidamente hubiera ofendido a alguien, habría prefe-
rido admitir mi error que mantener o vindicar algo incorrecto; y habría asumido el mal comportamiento
de otros y no me habría ofendido donde no había habido ninguna ofensa voluntariamente intencionada.
Pero también estaba preparado para castigar una afrenta o un agravio personal, cuando era hecho en
desprecio o con intención. Sin embargo, nunca me topé con tal suceso, salvo una vez, y luego mantuve
mis propias máximas con éxito, para no herir ni ser herido. La buena providencia del Todopoderoso
siempre estuvo sobre mí, y conocía bien mi intención en toda mi conducta.

Pero con el paso del tiempo, cuando los movimientos de corrupción y pecado se hicieron cada vez más
fuertes en mí, el Señor, en Su gran bondad y misericordia, puso de manifiesto en mi entendimiento la
naturaleza y fin de ellos. Y entonces, al tener una visión de ellos en la verdadera luz y del peligro que los
acompañaba, se hicieron extremadamente pesados y agobiantes para mi mente. Entonces me sentí pro-
fundamente convencido de la necesidad de la gran obra de la regeneración, pero yo no tenía la experiencia
ni la evidencia de que esta hubiera sido hecha en mí. Esta comprensión me sorprendió enormemente
con temor, al considerar la gran incertidumbre en la continuación de la vida natural, y empezó a poner
una vileza secreta sobre el mundo, su gloria y sobre todo lo que yo tenía para gloriarme. Yo guardé estos
pensamientos dentro de mi propio pecho, al no conocer ningún alma a quien yo pudiera con seriedad
y seguridad divulgárselos. De hecho, por un considerable tiempo, nadie discernió por alguna apariencia
externa mi preocupación interna, lo que era muy ventajoso y seguro para mí, como descubrí después.

Es admirable los diversos pasos por los que el Señor se complace sacar el alma del hombre fuera de este
mundo y de su espíritu, y dirigirla hacia Sí mismo. Sin embargo, estoy inclinado a pensar, que en Su
divina e ilimitada sabiduría, Él no sigue el mismo método externo ni los mismos pasos con todos, sino

134
que varía la obra de Su providencia, según se adapten y soporten mejor los estados y circunstancias de
cada uno.

Un accidente que me sucedió me hizo considerar aún más mis caminos, la incertidumbre de la vida, mi
presente estado y el fin último. Sucedió así: Mientras cabalgaba suavemente con un conocido, camino
a una iglesia de campo, mi caballo se tropezó, cayó y se quebró el cuello, y quedó recostado tan
pesadamente sobre mi pierna, que no podía sacarla de debajo de él; sin embargo, yo no recibí ningún
daño. Entonces, mientras permanecía junto a él pensé, que mi propia vida pudo haberse acabado por ese
motivo, y que yo no me encontraba en una condición adecuada para el cielo, al no tener aún evidencia
de esa necesaria obra de regeneración. Esto trajo una gran pesadez sobre mi mente, la cual no se apartó
totalmente, hasta que a través de la infinita misericordia de Dios, fui favorecido con más conocimiento y
un mejor estado.

Hasta ese momento, yo había conocido la gracia de Dios en mí, sólo como una ‘manifestadora’ del
mal y del pecado, como una palabra de reprensión, y como una ley que condenaba y juzgaba aquellos
pensamientos, deseos, palabras, pasiones, afectos, actos y omisiones, que están asentados en la primera
naturaleza y arraigados en la mente carnal, donde las sugerencias, tentaciones e influencias del maligno
obran y prevalecen. Por esta divina gracia fui, en un buen grado, iluminado, reformado y habilitado para
rehuir y abstenerme de todas las palabras y actos conocidos como malos, y experimenté la justicia moral
restaurada en medida en mi mente, y así engendrada en mí. Entonces fui destetado de todos mis antiguos
conocidos y compañías. Aunque sus modales y conversaciones no eran viciosos (ya que esto nunca me
gustó), llegaron a ser gravosas y desagradables para mí, porque vi que ellos no tenían el conocimiento
de Dios, ni la conducta que yo quería. Sin embargo, yo todavía no conocía la divina gracia en su
propia naturaleza, tal como está en Cristo, es decir, como una Palabra de fe, santificación, justificación,
consolación y redención, pues aún estaba vivo en mi propia naturaleza. El Hijo de Dios no había sido
revelado en mí todavía, ni yo, por el poder de Su santa cruz, había sido crucificado, ni muerto; estando
aún sin el conocimiento de la sustancia de la verdad, y en un estado contrario a Él y no reconciliado.

Pero el Señor no me dejó ahí. En Su incomparable misericordia, me siguió con Sus santas amonestacio-
nes, e inclinó cada vez más mi mente hacia un seria indagación de Él y de Su propia verdad y Palabra.
No conocía a nadie en toda la tierra que hubiera podido enseñarme estas cosas, pues el mundo (según
juzgué, por los caminos y cursos generales de los hombres, de todas las formas y condiciones) parecía
universal y totalmente ignorante del Señor, teniendo sólo unos indicios históricos y tradicionales sobre Él
y sobre Su doctrina y caminos. Tal conocimiento parecía tener poco o ningún efecto o influencia sobre las
mentes y vidas de los hombres, y más bien era una especie de conocimiento o imagen muerta, y por tanto,
el hombre (estando muerto mientras aún vivía) no creía en el verdadero Dios, real y salvadoramente, ni
en Jesucristo, aunque hicieran profesión y hablaran mucho de ellos. Yo no sabía entonces, que el Señor
tenía un pueblo en el mundo que era reconocido como Su propio rebaño y familia por Su presencia
entre ellos.

135
Al estar mi mente en verdad anhelante de Dios, sedienta hasta la muerte del conocimiento del camino de
vida, le plació a Dios oír la voz de mi necesidad, pues yo necesitaba la salvación ya, y el Señor sabía que
mi caso no podía admitir más demora. Moviéndose en Su propia y libre misericordia y bondad, o sea,
en el mismo amor en el que envió a Su amado Hijo al mundo para buscar y salvar a los perdidos, por la
tarde del primer día del segundo mes del año 1689, estando solo en mi aposento, el Señor irrumpió sobre
mí inesperadamente, tan rápido como un rayo desde los cielos, y como un Juez justo, todopoderoso,
omnisciente y condenador de pecado. Delante de Él, mi alma, como en la más profunda agonía, temblaba,
estaba confundida y asombrada, y llena de un temor tan terrible, que no hay palabra que alcance o
que lo pueda explicar. Mi mente parecía sumida en absoluta oscuridad, y la eterna condenación parecía
encerrarme por todo lado (como en el centro de un horrible hoyo), para que no viera la redención desde
ahí, ni el misericordioso rostro de Aquel que yo había buscado con toda mi alma. Pero en medio de
esta confusión y espanto, donde ningún pensamiento podía ser formado, ni se podía retener ninguna
idea además de la muerte eterna que poseía a todo mi hombre, una voz se formó y pronunció en mí:
“Sea hecha Tu voluntad, oh, Dios. Si esta es obra Tuya y no mía, te entrego mi alma.” Al concebir estas
palabras procedentes de la Palabra de Vida, rápidamente encontré alivio. Había una virtud sanadora en
ellas, y el efecto fue tan veloz y poderoso, que en un instante todos mis temores se desvanecieron como si
nunca hubieran existido, y mi mente quedó tan calmada, quieta e inocente como la de un niño pequeño.
El Día del Señor amaneció y el Sol de Justicia se levantó en mí, con sanidad divina y virtud restauradora
en Su rostro; y así, Él se convirtió en el centro de mi mente.

En esta maravillosa operación del poder del Señor, denunciando juicio con tierna misericordia y en la
hora de mi más profunda preocupación y prueba, perdí mi viejo yo y llegué al principio del conocimiento
de Él, del Justo y Santo, a quien mi alma había anhelado. Ahora veía la totalidad del cuerpo de pecado
condenado en mi propia carne, no en actos específicos, como si sólo viajara por el camino que lleva a
un estado de moral perfecta, sino por un solo golpe y sentencia del gran Juez de los vivos y muertos.
Por medio de este golpe toda la mente carnal, con todo lo que moraba en ella, fue herida, y la muerte
empezó en el amor al yo, el orgullo, los malos pensamiento y todo deseo malo, con toda la corrupción
del primer estado y de la vida natural. Aquí tuve una degustación y perspectiva de la agonía del Hijo de
Dios, de Su muerte y estado sobre la cruz, cuando el peso de los pecados de toda la humanidad estaba
sobre Él, y cuando ‘pisó solo el lagar y no había nadie que lo asistiera’ (Isaías 63:3). Entonces todos mis
pecados pasados fueron perdonados y eliminados, y mi propio ‘querer y correr,’1 con los afanes y luchas
terminaron. Todos mis razonamientos y conceptos carnales acerca del conocimiento de Dios y de los
misterios de la religión (que yo veía que no eran más que naturales) terminaron; aunque ellos habían
ejercitado por mucho tiempo mi mente tanto de día como de noche, y habían quitado mi deseo de comida
y reposo natural. Entonces mis penas finalizaron y mis ansiosas preocupaciones fueron quitadas, y en
su lugar se levantó un verdadero temor, el cual encontré ser el inicio a la sabiduría, donde descubrí el

1 Romanos 9:16

136
verdadero Sábado; el descanso santo, celestial, divino y libre, y el más dulce reposo. Cuando terminó este
profundo ejercicio, dormí hasta la mañana siguiente, y tuve un mayor y mejor refrescamiento y consuelo,
de los que había sentido durante las últimas semanas.

Al día siguiente descubrí mi mente tranquila y libre de ansiedad, en un estado como el de un niño
pequeño. Permanecí en esta condición hasta la noche, y aproximadamente a la misma hora de la tarde
cuando había venido sobre mí la visitación anterior, toda mi naturaleza y ser, tanto la mente como el
cuerpo, fueron llenados de la divina presencia como nunca antes había experimentado, ni había pensado
que se podía experimentar. De seguro, nadie puede formarse la menor idea de tal cosa, aparte de la que
da el Santo. La divina Verdad ahora era evidente; no faltaba nada más para probarla. Yo no necesitaba
razonar acerca de Él, porque todo fue sustituido por una divina y verdaderamente maravillosa evidencia
y luz que procedían sólo de Él, que no dejaban lugar para la duda ni para ninguna pregunta. Porque como
el sol, en el firmamento abierto del cielo, no se descubre ni se ve excepto por su propia luz, y de esta
manera la mente del hombre determina las cosas por vista y sin ningún proceso de razonamiento, así, y
más que así, por la prominente influencia y divina virtud del Altísimo, mi alma estaba segura de que era
el Señor. Lo vi a Él en Su propia luz, por ese bendito y santo medio que desde antes había prometido
dar a conocer a todas las naciones, es decir, por el ojo que Él mismo había formado, abierto e iluminado
mediante la emanación de Su propia gloria eterna. Y así fui llenado de perfecta consolación, la cual nada
sino la Palabra de Vida puede declarar o dar. Fue entonces, y no antes, que supe que Dios es amor, es
decir, el amor perfecto que echa fuera todo temor; y fue entonces que supe que Dios es luz eterna y que
en Él “no hay ningunas tinieblas.”

También fui altamente favorecido con una visión de la manera de operar del Todopoderoso al asumir
la naturaleza humana, y vestir Su luz y gloria divina e inaccesible con ella; es decir, con un alma y una
mente inocentes, santas y divinas, comparables con las de los hijos de los hombres. Esto era como un
velo, por medio del cual el Altísimo condescendía a la condición baja del hombre, en quien también el
hombre, al ser refinado como oro tratado, y de este modo, hecho apto para el Santo, puede acercarse a Él
por un medio apropiado, y habitar allí con el Señor y disfrutarlo para siempre.

A partir de ese momento, yo no deseaba nada más que conocer al Señor y ser alimentado del pan de vida
que sólo Él puede dar, y que no deja de entregar cada día. Por Su propia voluntad y bondad, le plació a Él
abrir mi entendimiento gradualmente a todos los misterios principales de Su reino y a las verdades de Su
evangelio, ejercitando mi mente con sueños, visiones, revelaciones, profecías, descubrimientos divinos y
demostraciones. Y por medio de Su eterna y divina luz, gracia, Espíritu, poder y sabiduría o palabra, ins-
truyó e informó mi mente, permitiéndole también a Satanás ministrar tentaciones y profundas pruebas,
para que viera mi propia debilidad y peligro, y probara hasta lo sumo la fuerza y eficacia de ese divino
amor y verdad, con los que el Señor, en Su infinita bondad y misericordia, había visitado mi alma.

Todas las cosas que veía y oía en Su maravillosa obra de creación testificaban de Él. Mi propia mente y

137
cuerpo, los animales, reptiles y vegetales de la tierra y el mar, sus rangos y subordinación unos a otros,
y todos ellos subordinados a los hijos de los hombres. El sol, la luna y las estrellas, la innumerable
hueste del cielo, y ese espacio infinito en el que se mueven sin interferir, ni molestarse uno a otro, todos
dependiendo unos de los otros. Vi que todo esto estaba conectado sin división, y que era gobernado por
inalterables leyes bajo las que la todopoderosa Palabra y Decreto, que les dio el ser y los formó, los colocó
y los estableció. Pero, como la corona de todo, y el único camino verdadero y seguro, le plació al Altísimo
(por la expresión de Su propia bondad) revelar en mí al Hijo de Su amor, es decir, a Su sabiduría y poder,
por quien Él diseñó y efectuó todas las cosas. Entonces fui enseñado a temerle; entonces fui enseñado a
amarlo; entonces, y no antes, mi alma fue, en efecto, correctamente instruida e informada.

Pero estas operaciones secretas estaban confinadas en mi corazón, de modo que nadie sabía nada de ellas.
Se observaba un cambio en mí, pero no se veía la causa. Hice a un lado mi habitual ostentación, mis actos
y saludos ligeros, y dejé de lado mi espada (la que había usado, no para herir, ni por miedo al hombre,
sino como adorno elegante y masculino). Además, quemé mis instrumentos musicales y me despojé de las
partes superfluas de mi vestimenta, dejando únicamente lo que era necesario o estimado decente. Dejé
de asistir a la adoración pública, aunque no con la idea de unirme a ninguna otra secta, porque estaba
inclinado a concluir, por lo que había observado, que esas manifestaciones eran exclusivamente mías, y
que no había nadie con quien yo pudiera asociarme apropiadamente. También fui llevado a creer que un
día me vería obligado a oponerme al mundo en asuntos de religión, pero cuándo o cómo sucedería, no
lo preveía.

Permanecía en un estado quieto y retirado, y mientras el Libro de la Vida era revelado en mi mente, yo
leía lo que el Señor mismo, por medio del dedo de Su poder, había escrito, y lo que el León de la tribu de
Judá había revelado ahí. Las Escrituras de la Verdad, escritas por Moisés y los profetas, los evangelistas
y los apóstoles de Cristo, eran traídas a mi memoria todos los días, incluso cuando no las leía. Estas
eran aclaradas y manifestadas en mi entendimiento y experiencia, según se relacionaban con mi propio
estado y también de manera general; aunque no codiciaba conocer ningún misterio o cosa contenidas
en ellas, aparte de lo que el Señor, en Su propia y libre voluntad y sabiduría, pensaba que era adecuado
manifestar. A medida que la naturaleza y virtud de la verdad divina se incrementaban en mi mente, se
forjaba en mí a diario, una mayor conformación a ella por su propio poder, y reducía mi mente a una
sólida quietud y silencio. Este era un estado más adecuado para prestarle atención a la Palabra divina,
y distinguirla de todos los otros poderes, y discernir sus influencias divinas de todas las imaginaciones y
otros movimientos. Al ser diariamente alimentado con el fruto del Árbol de la Vida, yo no deseaba otro
conocimiento que ese que me era dado.

En la tarde del 21 del mes once de 1689, se me ordenó silencio (aunque no por mí), en el que se me obligó
a permanecer hasta la noche. Luego la escritura de Juan 13:10 fue traída a mi memoria, y comencé a
escribir de la siguiente manera, según se me revelaban las cosas en mi mente:

138
“Jesús le dijo: ‘El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio.’” El lavado de
los pies significa la limpieza de los caminos, y aquellos que se hayan lavado en la fuente de la regeneración,
caminarán por sendas limpias y producirán fruto en concordancia con la naturaleza del Árbol de la Vida. Estos
caminarán en fe, amor, obediencia, paz, santidad, justicia, juicio, misericordia y verdad. Y cualquiera que diga
que es del Padre y no tiene amor, es mentiroso, y la Palabra viva no gobierna en él. Porque el que ha conocido
a la Palabra y permanece en ella, tiene al Padre, porque la Palabra de Verdad da testimonio del Padre; y el que
haya nacido de Dios guardará Sus mandamientos.

¡Oíd, oh montes, y escuchad, oh cedros del Líbano; el Señor, la luz de Jerusalén, la vida de los santos, ha puesto
una cántico de alabanza en mi boca y me ha alegrado en el valle de Josafat! ¡Yo estaba en el desierto, y Él
me guió por el poder de Su mano derecha! ¡Yo estaba caído, y Él extendió Su brazo y me puso de pie! ¡Sí, yo
estaba muerto, y he aquí, Él me levantó de la tumba! ¡Yo estaba hambriento, y Él me ha alimentado con el pan
de Su pacto eterno! ¡Yo caía débilmente desmayado en el camino, pero el Rey de la montaña santa me revivía
por la palabra de Su promesa! ¡Él ha colocado mis cimientos con belleza, con piedras preciosas de diversos
colores, y la arquitectura es toda gloria!

¡No teman ustedes, los de baja condición, porque en nuestro Dios no hay acepción de personas! ¡No teman
ustedes, pequeños, porque Él les ha mostrado Su misericordia antigua, y en Él no hay sombra de variación!
¡Despierten, despierten ustedes, los que duermen en delitos y pecados, porque la trompeta suena fuerte en la
ciudad de nuestro Rey! ¡Levántense ustedes muertos, y pónganse de pie delante de Él, porque Él es fiel y
verdadero y ha enviado Su Palabra!

¡Conquista, oh, conquista, Tú, santo amor de Dios, a todos los que en ignorancia se oponen a Tu misericordia!
¡Hiere a Tu pueblo con gran sed, oh, Señor Dios de misericordia, para que beban abundantemente de las
aguas de Tu salvación! ¡Hazlos tener hambre, oh, Vida de los justos, para que coman abundantemente, y sean
refrescados por el pan de vida eterna! ¡Llámalos de las cáscaras de las sombras externas, y aliméntalos con
Tu maná escondido y con el Árbol de la Vida! ¡Quita de ellos el vino de la tierra, del que han abusado para
abominar, y dales el fruto de la Vid viva en la mesa del Padre! ¡Lávalos en la fuente de regeneración por medio
de Tu Santo Espíritu, y límpialos por medio de Tus juicios justos, para que retengan Tu amor!

¡Considera su debilidad, oh, Padre de misericordias, porque ellos son carne y sangre, y no pueden ver a
través del velo, Tu santa morada! ¡Rasga el velo de la sabiduría carnal en la mente terrenal, Tú, maravilloso
Consolador, y muestra Tu gloria en su completa perfección! ¡Disuelve el gran mundo de orgullo, codicia,
embriaguez, mentira, maldición, opresión, comunicaciones inmundas y prostituciones, y establece la justicia y
la paz para siempre!”

Yo estaba en silencio delante del Señor, como un niño aún no destetado. Él ponía palabras en mi boca y yo
cantaba Su alabanza en audible voz. Yo llamaba a mi Dios desde gran profundidad, y Él se vestía con entrañas
de misericordia y tenía compasión de mí, porque Su amor era infinito y Su poder no tenía medida. Él me pidió
mi vida, y yo la ofrecí en el estrado de Sus pies, pero me la dio ‘por botín’ con una añadidura indescriptible.

139
Él me pidió mi voluntad, y yo la rendí a Su llamado, pero me devolvió la Suya como señal de Su amor. Él me
pidió el mundo, y yo lo puse a Sus pies, con las coronas de este; no las retuve ante el llamado de Su mano. ¡Pero
presten atención al beneficio del intercambio! Porque Él me dio en lugar de la tierra, un reino de paz eterna, y
en lugar de las coronas de vanidad, una corona de gloria. Me miraban, y decían que estaba loco, distraído y que
me había vuelto un tonto. Se lamentaban porque había llegado mi libertad. Susurraban contra mí en la vanidad
de sus imaginaciones, pero yo inclinaba mi oído a los susurros del Espíritu de Verdad. Yo decía: “¿Qué soy
yo para recibir tal honor?” Sin embargo, Él removía las montañas de mi camino y mediante Sus operaciones
secretas me empujaba hacia adelante.

[En otro momento él escribió la siguiente oración:]


¡Oh, Todopoderoso, incomprensible, e infinitamente misericordioso Señor Dios, por cuanto nadie puede entrar
en Tu reposo, a menos que sea regenerado y renovado, yo humildemente te ruego, en el nombre y por amor a
Tu Hijo Cristo, que te complazcas en lavarme en el agua de vida, y que purifiques mi alma contaminada, con el
fuego santo de Tu infinito amor!

¡Oh, haz que yo pueda vivir en Ti, y caminar en el camino vivo de verdad, amor, paz, gozo,justicia, santidad,
templanza y paciencia, mientras Te complaces en mantenerme en este lugar de labranza!

¡Sé mi fortaleza y mi justicia, para que yo no me desvíe de Tus sendas, por la fragilidad de este tabernáculo
terrenal!

¡Dame el pan de vida cada día, el que Tú gratuitamente ofreces al hambriento todo el día!

¡Y dado que nadie puede comer de este pan, sino aquellos que están hambrientos y sedientos de justicia,
dame (oh, Tú, que eres mi salvación), un ferviente deseo, una fe salvadora, una fe viva, para aferrarme a
Tu más segura promesa, y poder ser hecho partícipe de la gloria que está reservada, para Tus siervos en Tus
moradas eternas!

Al encontrar que la conversación de la humanidad era generalmente trivial, no digna del pensamiento de
criaturas racionales, y que se inclinaba mucho más al vicio que a la virtud, y dado que mi mente había
sido un poco renovada por la influencia de la verdad divina, permanecía mucho en silencio y solo. A veces
tenía pensamientos sobre otros objetos, de los cuales escribía (sin ninguna búsqueda o trabajo) tal como
eran presentados en mi mente de tiempo en tiempo.

[La siguiente oración escrita muestra que él también experimentó disminuciones de la vida divina,
después de las épocas de regocijo de las que ha hablado.]

¡Oh, Señor, ten piedad de un alma que perece, llevada bajo una multitud de afectos viles, pisoteada bajo el pie
de la insolencia del maligno!

140
¡Desmayo bajo el yugo, oh, fiel y verdadero, y no tengo esperanza sino a Ti! ¡Mi corazón está cansado de
suspirar bajo angustias, y mis dolores se incrementan!

¿Cuándo vendrá mi día? ¿Cuándo veré el sello de mi salvación?

¡Oh, obra en mí la ley de amor eterno, y fija mis límites ahí por los siglos de los siglos! ¡Tú, que les dijiste a los
mundos: “Sean acabados,” y así fue, dile ahora a mi alma: “¡Sé perfecta!,” y será hecho!

¡Purifícame, oh, Dios, por medio de los juicios de Tu mano derecha, y deja que Tus misericordias estén siempre
delante de mí! ¡Levántame, para que yo pueda alabarte en el firmamento de Tu poder! ¡Humíllame, para que
pueda exaltar Tu nombre en medio de las naciones!

Una profunda reflexión entró a mi mente con respecto a los estados de muchas personas en la forma
nacional de adoración, como también entre los numerosos disidentes de ella. Yo ocasionalmente había
oído a algunos de sus predicadores, particularmente al Dr. Richard Gilpin, de Scaleb Castle, un médico
capaz, y un anciano y famoso predicador entre los presbiterianos, y había observado a muchos otros que
parecían sinceros y tener buenas intenciones en sus respectivos modos de adoración. Por tanto, surgió la
pregunta en mí si no sería culpa mía, por falta del verdadero conocimiento de Dios en mí mismo previo
a ese momento, que yo me había visto impedido de disfrutar Su presencia entre ellos como la disfrutaba
entonces, es decir, desde que había sido visitado por el Señor y atraído al retiro por el consuelo de Su
presencia secreta. Basado en esta consideración determiné ir otra vez, y ver si la buena presencia del
Señor se manifestaba en mí ahí, como se manifestaba cuando estaba solo en mi retiro.

Fui al lugar llamado St. Cuthbert’s, en la ciudad de Carlisle, donde usualmente había oraciones y un
sermón en la tarde el primer día de la semana, pero sin la pompa, ruido y espectáculo que acompañaban
el servicio en la catedral. Sentado ahí con mi mente retirada en el interior para esperar en el Señor (como
Él mismo me había enseñado a hacer), descubrí que el Señor no reconocía su adoración mediante Su
palpable presencia, ni a mí en ese lugar, aunque Él es omnipresente. En lugar de eso, mi mente se llenó
de oscuridad y se abrumó con tal angustia, que difícilmente iba a poder quedarme hasta que se terminara
el tiempo. Pero para no hacer algo que pudiera considerarse inapropiado, continué hasta el final, y luego,
al regresar a mi aposento en angustia, nunca más volví entre ellos.

Sin embargo, aunque me abstenía de asistir a toda adoración externa (o eso que era llamado así), al haber
determinado seguir al Señor adondequiera que a Él le placiera guiarme, descubrí en mi mente el amor,
buena voluntad y compasión universal hacia todo tipo de personas, fueran protestantes de diferentes
denominaciones, romanos, judíos, turcos o paganos. Sin embargo, observé que sus varias religiones eran
principalmente el resultado de la educación, tradición o azar. Porque el que nace y es educado entre los
protestantes de alguna secta, es respectivamente así. El que nace y es educado entre los romanos, es
romano. Y así con todo el resto, hasta que por alguna circunstancia o interés cambian de una forma a
otra; o a veces (aunque más raramente), por causa de las convicciones internas del Santo Espíritu de Dios,

141
obtienen un entendimiento correcto y llegan a adorarlo a Él en verdad. Por tanto, permanecía quieto y
esperaba la guía del Señor, y la evidencia de Su presencia en cuanto a qué hacer, o dónde permanecer,
aunque los protestantes en general, y especialmente la iglesia nacional, eran todavía más cercanas para
mí que cualquier otra secta.

Así, en general, el mundo parecía estar muerto (como estatuas caminantes) con respecto al verdadero
conocimiento de Dios, a pesar de la verdad de algunos conceptos que ellos sostenían con relación a
cuestiones de hecho e interpretación literal. Yo, en ese entonces, no me había dado cuenta de que el
Señor Dios tenía un cuerpo colectivo de personas, que en aquel día lo adoraban verdaderamente según
Su propia institución; ni sabía de alguien en la tierra que hubiera sido enseñado de Dios por medio de
Su propia gracia, y que pudiera comunicarme lo que yo no podía preguntar ni pensar. Sin embargo, a su
debido tiempo descubrí que estaba equivocado en estas cosas, tal como el profeta de antaño, que pensaba
que había estado solo mientras todo Israel se apartaba del Señor.

En la medida que la vida del Hijo de Dios prevalecía en mí, yo me volvía más y más inocente, humilde,
amoroso y caritativo con los pobres, a quienes les daba dinero según mi capacidad, y sin ostentación
o expectativa de recompensa. Creo que podría ser apropiado contar un ejemplo de esto, ya que estuvo
acompañado de algunas circunstancias interesantes. En el tiempo que el Rey Guillermo III estaba some-
tiendo Irlanda, algunas personas y familias huyeron de las inconveniencias y dificultades de la guerra y
llegaron a Inglaterra. Entre otros, un ministro de la secta ‘independientes’ y su joven hijo, llegaron a la
casa de mi padre en Carlisle donde yo vivía entonces, y al estar en necesidad, pidió ayuda. Yo le di media
corona, lo cual, al ser más de lo que esperaba o había recibido en otro lugar, le dio la oportunidad de
entablar una conversación sobre algunos puntos de religión. Él cortésmente me preguntó a qué forma
de adoración asistía. Yo le respondí que anteriormente frecuentaba la adoración nacional, según mi
educación, pero que había dejado de asistir por un tiempo, al igual que a todas las otras formas externas, y
que me mantenía retirado en mi aposento en los días usualmente designados para ese propósito. Cuando
él oyó eso, me preguntó si su compañía sería aceptable el siguiente día del Señor (como lo llamó él), pues
la adoración nacional no era agradable para él. Yo le di libertad, y así él y su hijo llegaron a mi aposento,
donde yo estaba sentado en silencio solo, esperando en el Señor. Después de un cortés recibimiento y
una breve pausa en silencio, él empezó a magnificar la gran providencia de Dios por el restablecimiento
y progreso de los independientes y presbiterianos, los cuales habían sido muy odiados, perseguidos y
reprimidos, pero que iban a ser hechos el instrumento principal de liberación, restauración y reforma
hacia la forma correcta del Señor y para Su propia gloria. Mientras hablaba, observé que él mismo no
estaba sobre el verdadero fundamento, ni conocía la mente del Señor al respecto, sino que hablaba desde
su propia imaginación y parcialidad hacia su propia secta, tal como él y ellos deseaban que fuera. Su
mente era natural y carnal, y sus perspectivas eran externas y dirigidas hacia el poder y dominio de este
mundo, tal como los judíos en el momento de la aparición de Cristo entre ellos.

Tan pronto como hizo una pausa, descubrí mi mente llena de la dulzura y mansedumbre de la verdad

142
divina, y respondí: “La providencia divina es en verdad grande sobre los hijos de los hombres, y
aparentemente sobre esta nación y los que dependen de ella hoy. Y en efecto, la necesidad de una
correcta y completa reforma es muy grande, y de seguro sucederá, en el tiempo y forma apropiados del
Todopoderoso. Pero no será ni por los medios ni por los instrumentos que están ahora en tu opinión.
Porque todos los contendientes, que disputan unos contra otros, por una fuerza destructiva, son de un
espíritu dividido contra sí mismo, bajo diferentes formas y opiniones, y los más fuertes avanzarán, ellos
y su propia forma. Pero estos no pueden, por tales medios, reformarse ni a sí mismos, ni a otros, como
deben hacerlo a los ojos de Dios, porque Él no aprueba ni tolera la violencia, el derramamiento de sangre,
ni la injusticia en una secta, y luego condena las mismas cosas en otra. Por tanto, el Señor llevará a cabo
la reforma correcta, mediante instrumentos de un tipo diferente, y por otros medios y formas, como está
escrito: ‘No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos.’” Ante esto,
el extranjero quedó muy quebrantado de espíritu, y cuando se sentó a mi lado las lágrimas corrían por su
barba y caían sobre su rodilla. Entonces, lleno de amor (el mismo amor que lo había alcanzado desde mi
espíritu), me rodeó con sus brazos, regocijándose porque se había reunido conmigo, pero no dijo nada
más sobre algún tema religioso. Poco después se fue y nunca lo volví a ver.

Ahora continúo con el relato de mi progreso. Al escribir el último párrafo de un pieza, el pueblo llamado
‘cuáqueros’ fue repentinamente, y con cierta sorpresa, traído a mi mente. Quedó tan fuertemente
impreso en mi memoria, que a partir de ese momento, yo tenía una secreta inclinación a investigar
más con respecto a ellos, su forma y principios. En algún momento del quinto mes de 1691 se presentó
una oportunidad. La ocasión tuvo lugar en la parte oeste de Cumberland, cuando estaba alojado en una
posada que era atendida por uno de esa profesión. Cuando le pregunté al posadero sobre algunos puntos
de la religión de ellos, no percibí ninguna diferencia significativa entre sus opiniones y las mías. Él
también percibió que yo estaba más cerca de estar de acuerdo con ellos de lo que él, o tal vez cualquier
otro, hubiera pensado; pues yo anteriormente me había opuesto al mismo hombre en algunas cosas. Esto
le dio la oportunidad de informarme de una reunión que se iba a celebrar al día siguiente, en un pueblo
rural llamado Broughton.

Como yo deseaba estar informado correctamente sobre este pueblo, y ver cómo eran realmente, me
complació la oportunidad. Así que la mañana siguiente el Amigo y yo nos dirigimos a la reunión. Él,
ansioso de yo estuviera más informado y convencido de la verdad del camino de ellos, iba diciendo
muchas cosas mientras cabalgábamos. No dudo de que tenía buenas intenciones, pero mi mente estaba
serena y su atención dirigida hacia Dios (que sabía que yo sólo quería ver la verdad y no ser engañado),
de modo que no podía tomar nota de lo que el Amigo decía. Al percibir esto, después de un rato desistió
y no dijo nada más, y cabalgamos algunas millas en profundo silencio, en el que mi mente disfrutó de un
apacible descanso y consolación de la divina y santa presencia.

Llegamos a la reunión un poco tarde, cuando ya estaba completamente reunida, y pasé en medio de
la multitud de personas en las bancas, y me senté quieto entre ellos en una condición interna de retiro

143
mental. Uno de sus ministros, un extranjero, empezó a declarar algunos puntos que ellos sostenían, y
a hablar contra algunas cosas que otros sostenían; particularmente de la predestinación, tal como es
afirmada por los presbiterianos. Tomé poca nota de lo que era dicho, sin dudar de que, como todas las
otras sectas, estos tenían algo que decir, tanto de sus propios principios, como en contra de las opiniones
de otros. En ese momento mi único interés era, saber si ellos eran un pueblo que se congregaba bajo el
vivo sentido del deleite de la presencia de Dios en sus reuniones; dicho en otras palabras, saber si ellos
adoraban al Dios verdadero y vivo en la vida y naturaleza de Cristo, el Hijo de Dios, el verdadero y único
Salvador. El Señor respondió mi deseo según la integridad de mi corazón, porque no mucho después de
que me había sentado entre ellos, esa nube celestial y cargada de agua dominó mi mente e irrumpió en
un dulce aguacero de lluvia celestial. Entonces, la mayor parte de la asamblea fue quebrantada, derretida
y consolada en la divina presencia del verdadero Señor celestial, lo cual se repitió varias veces antes de
que finalizara la reunión. De esta misma manera, y por el mismo poder divino, a menudo había sido
favorecido por el Señor cuando estaba solo, cuando ningún ojo sino el del cielo me veía. Y entonces, así
como muchos manantiales y arroyos pequeños que descienden en un solo lugar forman un río profundo
y caudaloso, así sentí un incremento en el gozo de la salvación de Dios, mientras estaba reunido con el
pueblo congregado por el Dios vivo, en la experiencia de Su presencia divina y viva, a través de Jesucristo,
el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Mi gozo fue más pleno, al reconocer que yo había estado bajo el
mismo error del profeta de antaño, pero entonces fui informado de lo contrario por una evidencia segura
y por el testimonio de la verdad divina, en la que ningún alma viva puede errar o ser engañada, al ser
patente e innegable en todos los que verdaderamente lo conocen a Él.

Nuestro gozo era mutuo y pleno, eso sí, con muchas lágrimas, como en los casos del amor más profundo
y sincero. Los Amigos ahí fueron conscientes de que yo estaba afectado y enternecido con ellos, por
la influencia de la verdad divina que ellos conocían y profesaban, y concluyeron que había sido en ese
momento, y no antes, que fui convencido y llegué al conocimiento del camino de la verdad. El gozo de
ellos era como el gozo del cielo al regreso de un arrepentido, y el mío era como el gozo de la salvación, al
ver la obra del Señor llevada tan lejos en la tierra, cuando yo no mucho tiempo antes había pensado que
escasamente existía una fe verdadera y viva, o conocimiento de Dios en el mundo.

Cuando terminó la reunión, la paz de Dios que sobrepasa todo el entendimiento de los hombres naturales,
y que es inexplicable en cualquier idioma salvo, únicamente por sí misma, permaneció sobre mi mente
como un dosel santo, en un silencio fuera del alcance de todas las palabras, donde ninguna idea más que
la Palabra misma puede ser concebida. Fui invitado, junto con el Amigo ministro, a la casa de la anciana
viuda Hall, y de buena gana fui con ellos. Sin embargo, permanecía dentro de mí un dulce silencio
decretado, y por tanto, no le dije nada a ninguno de ellos hasta que le plació al Señor correr la cortina y
velo de Su presencia. Entonces descubrí mi mente pura y bajo una bien delimitada libertad de inocente
conversación con ellos. Después de haber estado ahí por poco tiempo, me invitaron a cenar en la casa de
Richard Ribton, un anciano y honorable Amigo en el pueblo, donde fui amablemente recibido y donde
tuve gran libertad de conversación.

144
En ese momento estaba satisfecho más allá de mis expectativas, con respecto al verdadero pueblo de
Dios, en el que el Señor había comenzado (y en una buena medida avanzaba) una gran obra y reforma
en la tierra. Entonces decidí dejar a un lado todos los asuntos y cosas que pudieran estorbar o velar
en mí el disfrute de la presencia del Señor (ya fuera entre Su pueblo o solo), u obstruir cualquier
servicio al que pudiera ser llamado por Él. Deseché todas las cosas de naturaleza enredada o limitante,
independientemente de lo que el mundo dijera, o qué nombre me impusieran.

Cuando terminé con el asunto que me había llevado a esa parte del país, regresé a Carlisle. Después de
esto asistí a algunas otras reuniones de Amigos, pero ninguno de mis parientes o conocidos lo notó, hasta
el momento de las sesiones de la corte en Carlisle, donde algunos Amigos estaban prisioneros en la cárcel
del condado por no pagar los diezmos. Varios otros Amigos asistían a estas sesiones (como era su costum-
bre) para ayudar a prevenir problemas o daños a alguno de la Sociedad, y ministrar consejo u otra ayuda
según fuera necesario. Estos Amigos se unieron para hacer una reunión en Scotby, aproximadamente a
dos millas de la ciudad, y yo también fui. Durante el tiempo de la reunión encontré una carga inusual
sobre mi espíritu, y tal dureza en mi corazón que apenas podía respirar bajo la opresión. No podía sentir
los consuelos de la presencia divina, sino que los cielos eran como bronce grueso y sus barrotes como
hierro fuerte. Pero aunque yo no experimentaba disfrute, era consciente de que la presencia y bondad del
Señor estaban ahí, y de que muchos eran enormemente consolados. Por tanto, llegué a la conclusión de
que la condición de mi mente era por alguna otra causa, y que no estaba relacionada con el estado de la
reunión en general.

Después de que terminó la reunión, uno de ellos me preguntó cómo estaba. Yo le respondí tibiamente, así
que él y algunos otros percibieron que mi espíritu estaba oprimido, y se compadecieron de mí. En todo
ese tiempo no pude descubrir el asunto en particular que me afectaba de esa manera, porque no sabía
de nada que hubiera hecho o dicho que trajera eso sobre mí. Pero esa tarde, al regresar a la casa de mi
padre muy solitario, en silencio y ensimismado, llegó un tal Thomas Tod, que deseaba hablar conmigo.
Me dijo que tenía un juicio al día siguiente sobre ciertas casas de su propiedad en el pueblo de Penrith,
las cuales constituían la mayor parte de todo lo que tenía en el mundo. Uno de los testigos de la escritura
de compraventa estaba muerto, otro se había ido a Irlanda, y esperaba que yo, siendo el tercero, y el que
había preparado los documentos, lo ayudara contra su adversario injusto. Él deseaba que yo estuviera
listo en la mañana, porque el juicio probablemente comenzaría muy temprano.

Tan pronto como él comenzó el relato, también comenzó a obrar la Palabra de vida en mí de manera
poderosa. Yo sentía palpablemente el martillo del Señor, y vi que era levantado contra esa dureza de
corazón que por algún tiempo había sido mi estado. Mi corazón empezó a quebrarse, suavizarse y
disolverse, y la consciencia del amor de Dios fue renovada en algún grado. Entonces claramente vi que
eso era lo que tenía que atravesar, y que ese era el tiempo de prueba en el que debía tomar la cruz de
Cristo, y confesar Su doctrina en este punto plena y abiertamente, según el entendimiento que me había
sido dado. Vi que debía despreciar la vergüenza, el oprobio y cualquier sufrimiento (lo cual yo sabía bien

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que sucedería rápidamente), o debía dejar al Señor para siempre. Porque si negaba Su doctrina, después
de haber recibido un sentido tan claro y simple de ella, sería una negación de Él delante de los hombres.
Y si lo negaba a Él, no podía esperar menos (según Su palabra) que ser negado por Él inmediatamente
y para siempre, y dejado bajo esa dureza de corazón y falta de disfrute de Su divina presencia, con
la que había sido favorecido antes. Pero, debido a los avances de Su Palabra y de Su obra en mí en
ese momento, mi corazón se inclinó hacia Él. Y para cuando mi conocido terminó de hablar, estaba
plenamente determinado a darle la siguiente respuesta clara y directa: “Estoy verdaderamente dispuesto,
y compareceré y testificaré lo que sé de este asunto, y haré lo que pueda por ti en ese sentido, pero no
juraré.” Esto fue una gran sorpresa para él, tanto por la naturaleza de su caso como por la confianza que
tenía de mi pronta anuencia (ya que no tenía sospecha de mi condición hasta ese momento), de modo
que estalló en cólera y con una maldición dijo: “¡Qué, de seguro que no eres un cuáquero!” A pesar de que
la divina presencia había regresado manifiestamente en mí, ante esta pregunta volví a guardar silencio,
hasta que tuve claro en mi entendimiento qué responder con sinceridad y verdad. Dado que nadie antes
de ese momento me había llamado cuáquero, yo no había asumido aún el nombre, ni tampoco sabía
entonces, si yo tenía completa unidad con todos los principios, lo que habría justificado que yo llevara
el nombre, pues yo los había conocido únicamente en la unidad del amor y vida divinos, y aún no había
escuchado todas sus doctrinas; pero el poder de la Vida que prohíbe todo juramento, se levantó más
claro y completo en mí. El Señor abrió mi entendimiento, aclaró mi camino y me facultó para responder:
“Debo confesar la verdad: Soy un cuáquero.”

Así como esa confesión me acercó aún más al Hijo de Dios, de modo que sentía que Su amor se
incrementaba en mí, de igual manera aumentó la perplejidad y perturbación de mi amigo, cuyo caso, en
su opinión, se volvió más desesperado como resultado de mi declaración. Ante esto, en un incremento
de tensión y de expresiones que se ajustaban a su evidente decepción, luego me amenazó con acusarme
con la corte para que me multara y procediera contra mí con el mayor rigor de la ley. “¡Qué!,” dijo él,
“¿debo perder mi patrimonio debido a tus conceptos y caprichos infundados?” Pero cuanto más alto se
alzaba y enfurecía mi enemigo en este bien intencionado pero equivocado hombre (quien, sin intención,
se había convertido en el instrumento de mi prueba), más completo y más poderoso era el amor de Dios
en mí, cuya causa yo había defendido a través de Su propia ayuda y del poder de una vida indestructible
manifestada en mí. Yo respondí en esa tranquila rendición a la voluntad de Dios que la vida del Hijo
de Dios enseña, y en la que faculta actuar: “Tú puedes hacer lo que creas apropiado, pero yo no puedo
cumplir con tu pedido en este asunto, cualquiera que sea la consecuencia.” Entonces él se fue con una
gran insatisfacción, y con todas las amenazas y reproches que sus pasiones enfurecidas podían sugerir,
ante la perspectiva de una gran pérdida.

Yo me retiré inmediatamente a mi aposento, porque percibí que mi gran enemigo todavía estaba obrando
para introducir un temor servil, y por ese medio someter mi mente y llevarme de nuevo al cautiverio y a
la esclavitud. Yo deseaba estar solo y libre de las interrupciones de otros, para poder experimentar más
plenamente el brazo del Señor y Sus instrucciones y consejos divinos en este gran ejercicio. El enemigo,

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al ser un astuto y sutil espíritu, obró sobre esas pasiones que no estaban completamente sujetas, e
ingeniosamente se dedicó a mi razón y entendimiento naturales, los cuales no estaban enteramente
iluminados. Insistía en la multa y el encarcelamiento, las dificultades que acompañarían esta condición,
y la poca ayuda que podría esperar de mi padre y amigos, quienes se disgustarían mucho conmigo por
una resolución tan tonta e inexplicable, tal como ellos la verían. También apuntaba la burla, el escarnio,
mofa, desdén, desprecio, pérdida de amigos y amistades en el mundo, junto con otros inconvenientes
y dificultades similares, y malas consecuencias. Durante todo ese tiempo, desde aproximadamente las
ocho de la noche hasta la medianoche, el ojo de mi mente se mantuvo fijo en el amor de Dios, el cual
todavía era palpable en mí, y mi alma se adhirió a él con gran sencillez, humildad y confianza, sin cederle
a Satanás ni a sus razonamientos en estos temas, donde ‘carne y sangre’ en su propia fuerza es fácilmente
vencida por él. Pero alrededor de las doce de la noche, el Señor lo silenció por completo, junto con todas
su tentaciones, y solo la vida del Hijo de Dios quedó en mi alma. Luego, desde la consciencia de Su mara-
villosa obra y brazo redentor, se levantó en mi con poder el dicho del apóstol: “La ley del Espíritu de vida
en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y muerte.” Entonces las enseñanzas del Señor fueron
abundantes y gloriosas, y mi entendimiento fue más despejado. Su santa ley de amor y vida se estableció
en mí, fui aceptado en el dulce reposo con el Señor mi Salvador, y entregado en perfecta rendición a Su
santa voluntad, en todo lo que se relacionara con esta gran prueba de mi fe y obediencia al Señor.

En la mañana fui a la sala donde se sientan los jueces, esperando ser llamado como testigo en el caso
antes mencionado. Pero antes de llegar al lugar, vi que mi conocido se me acercaba, con un aire en
su semblante que denotaba amistad y afecto. Cuando nos encontramos me dijo: “¡Puedo darte buenas
noticias! Mi adversario ha dejado la causa y llegamos a un acuerdo para mi satisfacción.” Al escuchar esto
me quedé quieto en la calle, y mientras repasaba en mi mente la obra del Señor en mí la noche anterior
(como ya la relaté), esta Escritura vino fresca y vívidamente a mi memoria: “Porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Estaba consciente de que había
sido ‘el hacer’ del Señor y lo consideré una gran misericordia y liberación.

Sin embargo, por ese medio quedé expuesto a la vista y observación de todos, a la lástima de muchos y
a las burlas y censuras del tipo más bajo e ignorante. Este hecho sucedió en el momento de las sesiones
de la corte, cuando había ahí personas de todos los sectores, y rápidamente me convertí en tema de
conversación y debate. Pocos podían creer la noticia de que yo era ahora un cuáquero, y muchos iban a
ver, hablar y mofarse. Cuando por casualidad me veían a lo lejos en las calles, venían en multitudes para
mirar. Algunos se quitaban sus sombreros y fingían mostrar más que cortesía ordinaria, saludándome
como en otros tiempos, pero como yo no les respondía de la misma manera, algunos sonreían con
superioridad, se reían, se burlaban, hacían muecas y se alejaban riendo a carcajadas diciendo que yo
estaba loco. Otros reaccionaban poniéndose pálidos, parecían tristes y regresaban llorando. Uno que
había sido educado en una universidad, para mostrar su temperamento, modales y aprendizaje a la vez,
después de que me había mirado un rato con muchos otros del tipo más bajo, exclamó: “¡Él no sabe
distinguir entre un género y una especie!,” cuando no había nada previo que condujera a tal expresión.

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Sin embargo, estaba equivocado en eso, porque yo sabía muy bien que el perro es un género, y que un
buldog y un sabueso son especies distintas de ese género. Y en ese momento vi que la naturaleza y forma
de esos animales, aparecía en esa multitud atolondrada, aunque no dije mucho a ninguno de ellos, y los
dejé que me miraran a la cara y que se rieran tanto como quisieran.

Algunos, que uno o dos días antes no se hubieran atrevido a mirarme de manera descortés, en ese
momento me insultaban y se regocijaban. Esto trajo a mi mente el decir de Job: “Pero ahora se ríen de
mí los más jóvenes que yo, a cuyos padres yo desdeñara poner con los perros de mi ganado.” A pesar
de eso, la pretendida compasión e instrucción del tonto, que no podía ver ni compadecerse de su propia
condición miserable, era los más difícil de soportar. Sin embargo, ninguna de esas cosas me provocaba ni
me conmovía, porque la gracia y presencia del Señor estaban sobre mí, y eran mi fortaleza y preservación.
En realidad, mi corazón estaba rodeado con una muralla de paciencia invencible, y mi alma estaba llena
de amor divino. Ese trato me dio una visión más clara del estado bajo, malo, miserable y brutal de
muchos hombres, de la que había tenido antes, o habría podido imaginar.

Cuando el asunto de las sesiones de la corte se terminó, algunos de mis conocidos (caballeros tanto de la
ciudad como del campo, que me deseaban el bien a su manera), pensando que los cuáqueros me habían
engañado, consultaban cómo restaurarme y recuperarme (aunque no creo que alguno de ellos supiera
qué eran los verdaderos cuáqueros y sus principios). Se propusieron varias maneras para ayudarme,
especialmente, mediante una reunión y consulta con algunos de los clérigos, quienes, según ellos, podrían
resolver cualquier duda que tuviera, al suponer que mis opiniones habían sido recientemente adoptadas,
y que yo no me había establecido aún en ellas. En general, los clérigos me rechazaron, y rápidamente
observé una particular enemistad en ellos contra mí, aunque yo no les tenía más aversión que a otros.
Sin embargo, algunos de los interesados en mí arriba mencionados, habiendo visto mi anterior frivolidad
y alegría convertidas en silencio y seriedad, supusieron que estaba melancólico. Estos se reunieron en
una taberna, junto con mi padre, con el deseo de hacerme beber un fuerte trago, buscando levantar mi
espíritu a un temperamento más sociable y rescatarme de tales ideas.

Mientras ellos tramaban ese plan, yo estaba retirado en mi habitación solo y favorecido con una sensación
de la buena y nutritiva presencia del Señor. Pero después de un rato, vino sobre mí una preocupación que
me hizo suponer que algo con respecto a mí estaba en movimiento. Poco después, un conocido que era
abogado, vino a mí desde la reunión y mencionó a ciertos caballeros que deseaban verme en la taberna.
Yo no me apresuré a ir ni me rehusé, sino que busqué el rostro del Señor en ese asunto. Después de un
corto tiempo, mi padre y algunos otros se impacientaron porque querían que yo estuviera con ellos, y
también llegaron a verme. Yo me levanté de mi asiento cuando entraron, pero no me quité el sombrero
ante ellos, como lo hicieron ellos ante mí, por lo que mi padre se echó a llorar y dijo que yo no solía
comportarme así con él. Le supliqué que no lo tomara a mal, como si fuera una falta, porque aunque
yo en ese momento pensaba apropiado declinar esa ceremonia, no eran por desobediencia o por falta de
respeto hacia él, porque yo lo honraba tanto como siempre, y deseaba que a él le placiera pensar que así

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era. A través de la gracia, me percaté de las intenciones de ellos, pero pronto encontré libertad en mi
mente para ir con ellos.

Cuando llegamos a la taberna, me colocaron de manera que yo quedara en medio de ellos, y luego
pusieron la copa para que circulara alrededor de la mesa; y a fin de disfrutarla aún más, propusieron
beber a la salud del rey Guillermo. La copa avanzó hasta que llegó a mí, y entonces les dije que yo
deseaba el bien tanto para el rey como para ellos, y que si yo podía beber a la salud de alguno, lo haría
especialmente por la del rey, pero que ya no haría más esas cosas; y así lo rechacé. La copa no dio la
vuelta, pues varios de ellos lloraban y estaban muy quebrantados, y todos se quedaron en silencio por
un rato. Cuando pasó, algunos dijeron que creían que yo tenía buenas intenciones en lo que hacía, y que
cada hombre debía ser dejado para que procediera en la forma que pensaba correcta ante los ojos de
Dios. Y así, nos separamos en sólida amistad.

La gracia secreta de Dios fue la que obró esto, y a Él, y sólo al Señor, lo atribuí. He tenido muchas
disputas con muchas personas desde entonces, y en varias partes del mundo, pero nunca he comenzado
una discusión, al estar siempre en el lado que se defiende. Y raramente entraba en un debate sobre algún
punto en particular, con algún hombre o secta, hasta que sentía que la verdad divina se levantaba sobre
todo en mi propia mente, y mi voluntad era sujetada por ella. Mi siguiente objetivo era generalmente, no
provocar a mi oponente, porque al mantenerlo calmado, tanto su propio entendimiento, como la medida
de gracia que estaba en él, obraban contra el error por el que contendía. Pues cuando el hombre se apa-
siona, puede ser confundido, pero no convencido. La pasión es como un fuego abrazador sin luz. Detiene
el entendimiento y obstruye el camino hacia este, de modo que no puede ser alcanzado ni informado.
Por tanto, mi principal objetivo en las disputas de asuntos de religión ha sido, alcanzar el entendimiento
de las personas para su propio bien, o de lo contrario, todo terminará en vana e infructuosa palabrería,
lo cual, desagrada al Santo. En dos o tres ocasiones en el curso de mi vida, en acciones demasiado
apresuradas en mi propia fuerza, mi mente se ha alterado, y aunque he ganado el punto por la fuerza de
la razón (sólo por el principio de la razón y no por el principio de la Verdad divina), no he tenido esa paz
y satisfacción de mente que sólo se encuentran en la virtud de la verdad. Eso también me ha enseñado a
mantenerme totalmente callado, y a veces incluso insultado por personas ignorantes, como si no tuviera
nada que decir, hasta que el poder y la virtud de la verdad se levanten en mi mente. Pero cuando se
levantan, nunca han fallado en apoyar su propia causa, mediante su propia luz y evidencia.

En todo ese tiempo yo no había conversado con ningún Amigo acerca de sus principios, o leído alguno de
sus libros, ni ninguno de ellos se había acercado a mí por algún tiempo, porque mi padre no les permitía
ir a su casa. Algunos de ellos, no mucho después, me enviaron tres pequeños libros, que tomé amable-
mente, sabiendo que tenían buenas intenciones. Pero fui favorecido por el Señor con algo más excelente
que libros, que me dio entendimiento y apoyo en momentos de necesidad. En efecto, ese libro, que había
sido sellado con siete sellos, fue entonces, en alguna medida, abierto por la poderosa voz del León de
la tribu real, el Cordero Santo de Dios (es decir, el libro de la ley eterna de Dios, la ley del Espíritu de

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vida del Padre), por Cristo el Hijo, el Redentor del mundo, y fue mi deleite leerlo día y noche. Por medio
de esto obtuve más beneficio en el conocimiento de Dios y las cosas de Su santo reino en corto tiempo,
que si hubiera leído y entendido todos los escritos y libros impresos en el mundo. Por tanto, decliné leer
los libros de los Amigos hasta una época más apropiada, y después escudriñé uno de los libros sobre la
oración. Ciertamente, leer buenos libros (especialmente las Sagradas Escrituras, el principal de todos) es
altamente beneficioso y recomendable.

Yo iba constantemente a las reuniones de Amigos, donde, en estado de silencio, mi corazón era frecuen-
temente enternecido y quebrantado por la influencia divina de la verdad, para mi indecible satisfacción.
Allí encontraba un placer y disfrute santo que ni el mundo, ni nada en él, podía ofrecer. Nuestras
reuniones en el norte en aquellos días eran a menudo quebrantadas y derretidas cuando estaban en
silencio, como también cuando estaban bajo el ministerio poderoso y vivo de la Palabra. Mi deleite estaba
continuamente en la verdad, y no deseaba ninguna compañía sino la de los Amigos. Yo frecuentaba las
reuniones en todas las ocasiones, donde mi corazón a menudo estaba tan enternecido por la verdad, que
esta alcanzaba y afectaba a los otros a través mío. De esta manera llegué a ser muy querido por los Amigos
y ellos para mí. Y como esta ternura era algo así como un ministerio involuntario, al ser operación del
Espíritu de Dios sin palabras, por un tiempo encontré gran satisfacción y seguridad en este.

Como deseaba ver Amigos en otros lugares, hice un corto viaje con Andrew Taylor, un ministro poderoso
y capaz en su día, de carácter afable y alegre, y uno de mis amigos en especial. El 20 del mes doce de
1691, fuimos a Heatherside, en Cumberland, y esa noche nos alojamos a dos millas más allá de Alston. El
siguiente día viajamos a Welgill, el 22 a la casa de Thomas Williamson, el 23 a Walkmill, el 24 a Steel y
el 25 a Benfieldside; teniendo reuniones en varios de esos lugares. De ahí nos fuimos el 27 a Newcastle
y nos alojamos en la casa de Jeremías Hunter, y estuvimos en la reunión de ellos al día siguiente. El 29
fuimos a la casa de Caleb Tenent en Shields y tuvimos una reunión allí. El primer día del primer mes, se
fijó una reunión en Sunderland. Nosotros teníamos la intención de cruzar el Río Tyne en Shields a fin de
asistir, pero como el viento era muy fuerte, los caballos estaban asustados con el revoloteo de las velas
mientras salíamos del cayo, de modo que la yegua de Caleb, que era fuerte y vivaz, saltó sobre la borda y
se lo llevó con ella cuando él luchaba por detenerla por la brida. Ambos se sumergieron bajo el agua, pues
ahí era muy profunda, pero como la buena Providencia quería, la yegua emergió con su cabeza hacia la
orilla y Caleb apareció detrás de ella a tan poca distancia y con tanta presencia de ánimo, que se agarró
de la cola y llegó a la orilla sin más daño que la sorpresa y la ropa mojada.

La reunión en Sunderland resultó ser un tiempo de mucho consuelo en el disfrute de la buena presencia
del Señor, con la que mi corazón fue abundantemente suplido. En el tiempo de silencio fui enormemente
enternecido, y muy pronto estaba bañado en un mar de lágrimas por la experiencia del divino amor
que derrite; y el mismo efecto se vio sobre toda la reunión. Después de eso, Robert Wardel, un Amigo
ministro en cuya casa estábamos alojados, dijo algunas frases, por las que percibí que él pensaba que
yo debía pronunciar en ese momento algunas palabras a manera de ministerio público. Pero yo no creía

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que mi tiempo había llegado para ese servicio, y además, la ministración de la Palabra, mediante una
operación más directa, había tenido el mismo efecto, o tal vez más grande, que la pronunciación de
muchas palabras.

Después de la reunión muchos Amigos se me acercaron y me expresaron tanto amor y respeto, que me
dio motivo para considerar cual podría ser la razón, pues todos ellos eran extraños para mí y yo para
ellos. Al no ser más que un niño en el conocimiento de la operación invisible de la Palabra de verdad
y sus efectos por medio de instrumentos, incluso en la forma de silencio y solidaridad, yo sólo había
visto sus efectos en mí mismo, y para mi propia fortaleza y consolación. Yo no sabía aún, que cuando
la verdad irrumpía sobre uno de manera eminente, a menudo afectaba la parte viva de la reunión, de la
misma manera y al mismo tiempo. Desde entonces, ha llegado a ser claro para mi entendimiento, por
experiencia, que hay una comunicación indescriptible del divino amor a través del único Espíritu entre
los santificados en Cristo, cuando los miembros de Cristo se sientan juntos en un estado de silencio santo
en sus lugares celestiales en Él.

* * *

Thomas Story se convirtió en un ministro extremadamente dotado y servicial en la Sociedad de Amigos,


que viajó por todo Inglaterra, Irlanda, Escocia, Holanda, Jamaica, Barbados y las colonias en América.
Fue conocido tanto por su profundidad espiritual como por su genio intelectual, y sus escritos llegaron a
ser de mucha influencia entre los cuáqueros.

En 1695 Thomas Story se hizo amigo de William Penn, y en 1698 navegó a Pensilvania (a pedido de
Penn), donde ocupó varios cargos públicos en la provincia en desarrollo. Permaneció ahí por dieciséis
años, y siempre puso las tareas ministeriales en el cuerpo de Señor por encima de sus negocios en el
mundo, e incluso, declinó posiciones y promociones que podrían haber estorbado su servicio a la iglesia.
Se casó en América, pero perdió su esposa después de sólo seis años, y luego regresó a Inglaterra donde
continuó como ministro hasta su muerte en 1742.

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