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“Jamás piensen que una guerra, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un

crimen”.
Ernest Hemingway-

El conflicto armado en Colombia ha estado compuesto por elementos de distinta clase o


naturaleza, de igual manera las víctimas, los actores, y sus contextos; sin embargo ha
desembocado en el mismo resultado, un sociedad convulsa, que busca alcanzar la paz,
pero que no lo consigue; los acuerdos firmados, las partes “dispuestas” y el pueblo en
llamas, quedando demostrado a través del número de líderes sociales asesinados durante
la implementación de los acuerdos de paz, es precisamente lo que nos lleva a
preguntarnos, cual es el origen de la maldad y porqué a lo largo de las épocas la
sociedad colombiana no logra salir del circulo de violencia en el cual se encuentra, esto
nos lleva a mirar años atrás, y enfocarnos en una de las más terribles tragedias que
ocurrieron en el país por causa de la violencia, es así como a través de un breve repaso
de los orígenes de la violencia en el país , nos enfocaremos en “la masacre del salado”,
un evento del que solo los testigos y sus víctimas aun buscan justicia, y tratan de
entender por qué a ellos, tal vez si damos una mirada de cerca a este hecho logremos
entender que desencadenó la guerra en el país y porque aun hoy en día luchamos con los
estragos de una patria boba, de una patria en la que sus coterráneos en busca de lograr
sus objetivos, se llevan entre las “patas” a los inocentes.

En Colombia, las luchas de los partidos hicieron estragos en una sociedad frágil,
manipulable y convencida, “durante el siglo xix y buena parte del siglo xx, los partidos
políticos tradicionales recurrieron a la violencia para dirimir las disputas por el poder y,
en particular, para lograr el dominio del aparato estatal, a tal punto que este accionar
puede considerarse como una constante histórica de varias décadas. En efecto, la
pugnacidad política y las acciones violentas entre los partidos tradicionales, Liberal y
Conservador, alcanzaron su nivel más crítico en el periodo conocido como La
Violencia, que comprende desde 1946 hasta 1958” (Centro de memoria histórica, 2016).
Es así como la ola de violencia comenzó a arraigarse en el estado, en la estructura
política dirigente del país sin escrúpulos, usando todos los medios a su alcance para
hacerse con el poder, el periodo conocido como “La Violencia” dejó muchos muertos a
su paso, instaurando el terror en unos y la satisfacción del que tiene el poder en otros,
desembocando en la creación de los primeros grupos de campesinos armados quienes
decían perseguir el sueño de la paz y de la libertad, que en sus ojos eran a través de sus
ideales políticos que debían ser impuestos en una sociedad en la que ningún grupo
lograba sentarse a concertar.

Ahora bien, los grupos paramilitares comenzaron a surgir y una vez fortalecidos
tomaron posesión de diferentes regiones del país, ante la mirada incrédula del estado
que no logró frenar la crisis, en este sentido, la masacre del salado no es más que un
claro ejemplo de violencia sociopolítica, siendo esta una de las diferentes herramientas
de guerra asociadas a la violencia, en un conflicto armado que duró más de 50 años y
que al parecer está lejos de terminar. La gravedad de esta espiral de violencia gestada en
el país, ha conllevado al análisis desde diversos sectores que nos permite reflexionar
desde los diferentes frentes, pues de alguna manera todos somos parte de la
problemática.

“Los saladeños presentían que algo terrible iba a ocurrir. En los últimos meses había
señales de muerte por todos lados” (Ruiz, 2008). Desafortunadamente este
presentimiento se hizo realidad cuando entre el 16 y el 21 de febrero del año 2000 450
paramilitares incursionaron en cuatro municipios del departamento de Bolívar y Sucre,
entre ellos El Salado, allí torturaron, masacraron, asesinaron y cometieron delitos
sexuales, dejando más de 100 personas muertas. Una de las masacres más sanguinarias
perpetradas por las AUC.

“Cuando llegamos a El Salado mandamos a recoger la gente y la reunimos en la plaza,


junto a la iglesia. Los desertores señalaban a los guerrilleros y los íbamos ejecutando”
(Ruiz, 2008). Así relató “Juancho Dique”, uno de los perpetradores. Él, junto con su
comandante Luis Francisco Robles Mendoza, alias “Amaury”, Jhon Jairo Esquivel
Cuadrado, “el Tigre” y Uber Enrique Bánquez Martínez, todos bajo las órdenes de alias
“Jorge 40” y “Salvatore Mancuso”, fueron los autores de múltiples asesinatos, torturas y
degollamientos. Pero también de crímenes como violaciones y tortura contra las mujeres
y niñas de El Salado, porque creían que eran amigas, novias o esposas de los
guerrilleros (Revista semana, 2020). En este sentido, es importante resaltar que las
justificaciones dadas por los paramilitares y guerrilleros que cometieron crímenes
atroces a lo largo de los años se da a través de una forma de argumentación propuesta
por Annemarie Pieper en donde se apela a una autoridad, a la cual se respeta y obedece
de manera ciega, para creer en la justificación moral de una acción (1991). Hablando en
términos específicos, ellos procedían según las órdenes de sus comandantes, a quienes
idolatraban, respetaban y no contradecían, estos hombres eran alias “Jorge 40” y
“Salvatore Mancuso” dos hombres que con sus decisiones hicieron un daño tal vez
irreparable en la sociedad colombiana.

Es así como se empiezan a ejecutar los asesinatos de personas que ellos consideraban
eran cómplices de los guerrilleros y una vez terminaron con sus “objetivos” comenzaron
asesinatos aleatorios, matando a quienes según su criterio eran cómplices, a través de
rifas o sorteos, por gusto o por placer, sin pensar en las consecuencias terribles que sus
actos estaban ocasionando. El 18 de febrero, a las 8 de la mañana se escucharon varios
disparos en el pueblo de El Salado. Las familias ya sabían que se trataba de los
Paramilitares y con esperanza de salvar sus vidas huyeron a las afueras del pueblo para
esconderse en diferentes casas. No obstante, hasta estos lugares llegaron los
paramilitares, quienes con un helicóptero y cientos de hombres armados hicieron que
varios hombres y mujeres fueran, por la fuerza, hasta la cancha del pueblo. Ahí
separaron a los hombres de las mujeres. A ellas las llevaron, cerca de las 11 de la
mañana, a la iglesia, donde les hicieron interrogatorios, ya que los paramilitares
buscaban asesinar a las mujeres que tuvieran relaciones con los guerrilleros (Ruiz,
2008), y a ellos los retuvieron en la cancha, el lugar en donde ocurrieron la mayoría de
crímenes. Una hora después de que los paramilitares abandonaran el sitio, a las 6 de la
tarde del 19 de febrero llegó al lugar la infantería de marina, La incursión había
empezado el martes. El miércoles, ya el Hospital del Carmen de Bolívar estaba
atendiendo a los que habían huido por los montes. Todo el mundo sabía que estaban
matando a la gente de El Salado. Menos las autoridades.

Y es justamente en este punto en el que se hace necesaria la aclaración de lo que la


sociedad entiende como víctima. En este sentido una víctima es aquella persona a la que
se le han vulnerado sus derechos fundamentales y sufre los daños causados por el
conflicto, que desde una perspectiva moral son irreparables (Ceballos 2015). En el
salado todos sus habitantes fueron víctimas directas e indirectas de una tragedia que no
les competía, sin embargo, el estado permeado de corrupción y negligencia los
victimizo doblemente al no reconocer que se trataba de una población vulnerable que
dio señales de alarma pero que fue vilmente ignorada, “Había evidencias de que estaban
asesinando civiles y de que era una masacre escalofriante. Aun así, todas las autoridades
allí reunidas prefirieron creer que se trataba de combates entre grupos armados. Basados
en esta hipótesis –o cortina de humo–, no hicieron nada diferente a esperar. Teoría que
nadie, excepto ellos, creyó. Por eso finalizan la reunión diciendo: “Los medios de
comunicación, por su afán de tener la primicia, no manejan informaciones oficiales; por
el contrario, multiplican el drama de las familias y desinforman a la opinión pública””
(Revista semana, 2008).

Es por esto, que la radiografía histórica realizada a Colombia, muestra que las víctimas
de los conflicto armado son consecuencia de un estado permeado por la violencia desde
sus inicios, que lamentablemente el cáncer de la corrupción ha mutado de generación en
generación y no ha podido ser erradicado de raíz de las instituciones públicas que se
deben al pueblo, razón por la cual, el conflicto lejos de acabar permanece, siendo
transitorio, pasando de una modalidad a otra, de un grupo armado a otro, para la muestra
un botón, los intereses políticos y las ambiciones personales han permeado los acuerdos
de paz, en el marco de los cuales se han asesinado más de 400 líderes sociales, es
necesario que este país logre una reforma estructural de la justicia que permita la
efectiva reparación a las víctimas y que orille a los victimarios a dejar de cometer sus
actos de violencia que desemboca en el desplazamiento forzado de miles de familias
campesinas que terminan viviendo en la pobreza y en la miseria en las grandes urbes
donde finalmente sus hogares se convierten en focos de violencia en los que el ciclo
continua.
BIBLIGOGRAFIA

Ceballos, M. (2015). Las mujeres víctimas de El Salado: Una reflexión ética del
conflicto armado. Recuperado de: file:///D:/ARCHIVOS%20DEL
%20SISTEMA/DESCARGAS/Dialnet-LasMujeresVictimasDeElSalado-5593641.pdf

Centro de Memoria Histórica (2016). Los orígenes, las dinámicas y el crecimiento del
conflicto armado. Recuperado de: file:///D:/ARCHIVOS%20DEL
%20SISTEMA/DESCARGAS/basta-ya-cap2_110-195.pdf

Revista semana. (2020). Fiesta de Sangre: Así fue la masacre del Salado. Recuperado
de: https://www.semana.com/nacion/articulo/masacre-de-el-salado-como-la-planearon-
y-ejecutaron-los-paramilitares/557580
Ruiz, M. (2008). Fiesta de Sangre. Recuperado de:
https://www.semana.com/nacion/articulo/masacre-de-el-salado-como-la-planearon-y-
ejecutaron-los-paramilitares/557580

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