Está en la página 1de 5

http://economiacritica.net/web/index.php?

option=com_content&task=view&id=149&Itemid=38

La crítica postdesarrollista y sus


límites
escrito por Ricardo Molero Simarro

A mediados del siglo XX se expandió a lo largo y ancho del mundo el mito del
desarrollo económico, tomando forma en una subdisciplina de la ciencia económica: la
economía del desarrollo. El fracaso de las estrategias de desarrollo teorizadas por esta y
puestas en marcha en los países del Tercer Mundo durante las últimas seis décadas ha
hecho surgir una nueva corriente de pensamiento, el “Postdesarrollo”, que critica al
desarrollo desde una doble perspectiva: económica y antropológica. El contenido de estas
críticas y los límites de las alternativas propuestas por estos autores constituyen el núcleo
del artículo.
A mediados del siglo pasado se expandió a lo largo y ancho del mundo un mito definitorio
del orden social contemporáneo, el mito del desarrollo económico. El contexto en el que
dicha expansión tuvo lugar y las necesidades de dominación a las que daba respuesta, son de
sobra conocidos, por lo que no nos vamos a detener en ellas. Basta con poner como su punto
de partida el ya famoso Punto IV del discurso de investidura del Presidente de EE.UU.
Harry S. Truman el 20 de enero de 1949, es decir, en un momento en el que la hegemonía
del imperialismo estadounidense se encontraba camino de su punto álgido.

El hecho es que desde hacía ya algunos años el citado mito estaba tomando forma en el seno
de la ciencia económia, en la cual, a partir de los trabajos de los llamados “Pioneros del
desarrollo”, autores como Lewis, Prebisch, Singer, Myrdal, Nurkse, Rosenstein-Rodan o
Hirschman, entre otros, se iba a fundar una nueva subdisciplina, la economía del desarrollo.
Podemos delimitar sus planteamientos siguiendo al propio Hirschman quien definía a la
economía del desarrollo a partir de dos postulados: uno, el rechazo de “la tesis de la
monoeconomía”, es decir, la creencia en que frente al intento de afirmar un única teoría
económica, por el contrario, el análisis económico tradicional debería modificarse para
explicar las características específicas de las economías subdesarrolladas; y, dos, la
aceptación de “la tesis del beneficio mutuo”, es decir, la creencia en que las relaciones
económicas existentes entre estas economías y las desarrolladas podrían configurarse de tal
manera que ambas resultasen beneficiadas.

Ambas posiciones de partida de la subdisciplina recibieron ataques de gran virulencia. En el


primer caso, por parte de la llamada “reacción neoclásica” que, desde entonces, ha tratado
de reabsorber la problemática del desarrollo dentro del marco teórico hegemónico en la
ciencia económica, defendiendo la existencia de un único enfoque de análisis válido
universalmente. En el segundo caso, por parte de la “teoría de la dependencia”, cuyos
análisis en términos de desarrollo desigual negaban la posibilidad del beneficio mutuo en el
ámbito de las relaciones económicas internacionales. Sin embargo, finalmente, la economía
del desarrollo quedó acotada al “cuerpo de análisis y políticas económicos” (Hirschman,
1980 : 1060) surgidos del planteamiento de los Pioneros, que habría tomado forma en las
estrategias de desarrollo que se pusieron en marcha durante las décadas de los años
cincuenta, sesenta y setenta. Unas estrategias cuyo fracaso habría hecho transitar a la
subdisciplina hacia el enfoque de las necesidades básicas, durante los años ochenta, base, a
su vez, de la actual conceptualización del desarrollo humano por parte del PNUD.

Ante este intento de salvar el mito del desarrollo del náugragio de medio siglo de estrategias
y políticas que no habían logrado sacar del subdesarrollo a los países del llamado Tercer
Mundo, ni mucho menos alterar la configuración de la división internacional del trabajo, a
partir de los años noventa ha surgido un enfoque crítico que, cuestionando el mito, propone
“salir del desarrollo”, es decir, abandonarlo como eje articulador de nuestra realidad
económica, social y cultural. Para ello, este nuevo enfoque, que ha tomado el nombre de
“Postdesarrollo”, parte de exigir la necesaria revisión de las múltiples “pseudodefiniciones”
que el desarrollo habría tenido a lo largo de medio siglo, las cuales estarían basadas “en la
manera en que una persona (o conjunto de personas) se representa(n) las condiciones ideales
de la existencia social” (Rist, 2002 : 21). En vez de ellas, los autores postdesarrollistas
plantean pasar a definirlo por aquello en lo que realmente se ha convertido. Según Rist:

“El <<desarrollo>> está constituido por un conjunto de prácticas a veces aparentemente


contradictorias (…) [q]ue para asegurar la reproducción social (…) [o]bligan a transformar
y a destruir, de forma generalizada, el medio natural (…) [y] las relaciones sociales (…) [a]
la vista de una producción creciente (…) [d]e mercancías (bienes y servicios) (…)
[d]estinadas, a través del intercambio, a la demanda solvente”. (Rist, 2002 : 24 a 30)

De este modo, partiendo de una definición como ésta, el planteamiento postdesarrollista


enuncia las que podemos considerar sus dos críticas fundamentales: una, la crítica
económica, que denuncia la imposibilidad del mismo proceso de desarrollo, al ser el
subdesarrollo de los países periféricos y el desarrollo de los centrales aspectos indisociables;
y, dos, la crítica antropológica de la imposición del desarrollo en el imaginario social, a
través de un auténtico proceso de occidentalización.

La primera crítica, la económica, no sería sino una reafirmación de lo que después del
fracaso de las estrategias de desarrollo de los años cincuenta y sesenta, ya habían constatado
los teóricos estructuralistas y dependentistas, a saber: que, debido a las relaciones de
dependencia y desarrollo desigual, el subdesarrollo es el mismo “reverso” del desarrollo, es
decir, el producto de la expansión imperialista de las economías capitalistas. Teniendo esta
idea como punto de partida, los autores postdesarrollistas irían, sin embargo, más allá al
afirmar que el subdesarrollo no es un simple “atraso” a la hora de generar un proceso de
desarrollo económico propio, sino que más bien significa la destrucción de la posibilidad de
poner en marcha “una solución autónoma alternativa” (Latouche, 1986 : 79) en los países
subdesarrollados. Así el subdesarrollo no sólo significaría la incapacidad de desarrollar un
proceso de acumulación de capital autosostenido con capacidad de elevar el nivel de vida
del conjunto de la población de dichos países, sino también la incapacidad de buscar
soluciones alternativas a ese proceso, con las que lograr salir de las relaciones de
dependencia y de la situación de miseria económica.

La segunda crítica, la antropológica, tiene como origen el cuestionamiento que se hacen los
postdesarrollistas al plantearse cómo es posible que el desarrollo, un discurso de límites
eminentemente históricos, haya podido lograr “el estatus de certeza en el imaginario social”
(Escobar, 1994 : 5), provocando que muchos países comenzaron “a verse a sí mismos como
subdesarrollados” y convirtiendo “al desarrollo en el problema fundamental para ellos”
(ibid.). En este sentido, para estos autores el efecto más importante de la penetración
occidental en los países subdesarrollados, más allá de la destrucción económica ocasionada,
lo constituiría la radical alteración que habría producido de los “significados y prácticas”
culturales (Escobar, 1988 : 438). No en vano, al llevar a cabo un análisis antropológico del
desarrollo como un sistema cultural, el subdesarrollo surge, en último término, de “la
imposición y la interiorización del valor del <<desarrollo económico>>” (Latouche, 1986 :
165).

Si se acepta esta tesis, la lucha principal, por tanto, pasaría a jugarse en la dimensión del
imaginario. En efecto, el desarrollo comienza a entenderse como el medio a través del cual
se transforma la subjetividad de las sociedades no-occidentales según la racionalidad
occidental. En este nivel la dominación de ésta provoca que los países del Tercer Mundo
pierdan su capacidad de reflejar su propia experiencia y de proponer sus propias soluciones
a sus problemas, pasando a tener como único deseo el equiparse a Occidente a través del
proceso que representa mejor ese anhelo: el desarrollo económico. Así, “la
occidentalización del mundo” (Latouche, 1989) habría supuesto la completa destrucción de
las antiguas estructuras económicas, sociales y culturales y su sustitución por la ilusoria
aspiración de lograr una modernización perseguida, en un primer momento, mediante un
proceso de industrialización y, actualmente, por medio de los programas y proyectos de
desarrollo “humano”, “local” y “sostenible”.

Un proceso que se corresponde, en último término, con la superposición de la lógica


económica sobre la cultural. No en vano, al interiorizar el desarrollo, en los países del
Tercer Mundo se habría impuesto también la subordinación de todo forma de relación social
a la racionalidad económica optimizadora propia de la expansión capitalista. En este
sentido, la crítica del desarrollo obligaría a poner en marcha también un análisis
antropológico de la modernidad occidental, la cual tiene desde hace siglos a la economía
como paradigma fundamental de la racionalidad de los asuntos humanos. No en vano, tal y
como el filósofo francés Cornelius Castoriadis adelantaba hace más de tres décadas, la
consideración de cualquier sociedad moderna como desarrollada se encuentra vinculada a su
capacidad de sostener de manera indefinida el proceso de crecimiento económico. Según el
francés:

“El desarrollo histórico y social consiste en salir de todo estado definido, en alcanzar un
estado que no está definido por nada salvo por la capacidad de alcanzar nuevos estados. La
norma es que no existe norma. El desarrollo histórico y social es un despliegue indefinido,
infinito, sin fin (en las dos acepciones de la palabra fin). Y como lo indefinido no nos resulta
sostenible, el crecimiento de las cantidades [el crecimiento económico] nos proporciona lo
definido. (…) Por ello finalmente el desarrollo ha venido a significar un crecimiento
indefinido y la madurez la capacidad de crecer sin fin”. (Castoriadis, 1977 : 194)

Conscientes de esto, los autores postdesarrollistas llaman a “salir del desarrollo” como
manera de enfrentarse a la destrucción económica y a la imposición cultural que, en los
países considerados como subdesarrollados, se encuentran detrás de ese proceso. Esto
significaría conseguir que el desarrollo, definido como lo está aquí arriba, deje de ser “el
principio organizador de la vida social” (Escobar, 2005 : 20). Para ello proponen dos
estrategias principales: en primer lugar, “la descolonización del imaginario” y, en segundo
lugar, la construcción de la sociedad de “los náufragos del desarrollo”. Al mismo tiempo
que se critica “el imaginario económico” que hay detrás del desarrollo, se trataría de
defender nuevos significados y objetivos para la vida humana, más allá de la continua
ampliación de la producción y el consumo en el proceso de crecimiento económico.

Más aún, se trataría de que, al mismo tiempo que se conciben esos nuevos significados, se
pusiesen en marcha nuevas formas de asegurar la existencia social, con el objetivo final de
devolver “la autonomía política, económica y social a las sociedades marginadas” para
desarrollar nuevos modos de vida. Unos nuevos modos de vida que se situarían “entre una
modernización en la que se sufre aunque proporcione algunas ventajas y una tradición en la
que es posible inspirarse aun sabiendo que será imposible hacerla revivir” (Rist, 2002 :
279). Como paradigma de estos modos alternativos, Latouche (1991) propone las
experiencias de la denominada economía informal, que, a partir de su “sociedad de
náufragos” habrían conseguido que la economía se volviese a insertar en las relaciones
sociales generales, permitiéndolas escapar de la racionalidad productivista propia de la
anterior expansión del mercado capitalista.

Los límites de esta estrategia serían, sin embargo, evidentes y estarían marcados por la
absoluta subordinación del mundo de la informalidad a la economía formal. Por una parte,
Los vínculos entre ambos mundos derivarían, en la fragilidad de las redes de solidaridad
propias del primero como consecuencia de su paulatina integración en las relaciones
económicas formales y su racionalidad económica. Por otra parte, debido a esas mismas
vinculaciones, la informalidad como alternativa social se encontraría completamente
expuesta a las crisis que se producen en lo que el mismo Latouche denomina la “gran
sociedad”. Pero más importante que todo eso es el hecho de que dichas experiencias sólo se
podrían constituir en salidas marginales de una sociedad que se seguiría guiando por la
lógica propia de la economía capitalista.

Por otro lado, la crítica postdesarrollista a esta lógica también se encontraría con límites
intrínsecos. En efecto, es cierto que la dimensión del “imaginario” se juega una buena parte
de la batalla. De hecho, la crítica al desarrollo como principio de actuación al que están
subordinadas no sólo las sociedades del Tercer Mundo, sino también nuestras propias
sociedades occidentales es de gran trascendencia para desactivar la dominación subjetiva de
la racionalidad económica que en ambas rige. Sin embargo, hacerlo sin un cuestionamiento
paralelo de las relaciones económicas de explotación (tanto del ser humano, como de la
naturaleza) en las que dicha racionalidad toma forma es pensar que la construcción de una
sociedad “postdesarrollista” (y del “decrecimiento”, la propuesta final en la que ha derivado
el pensamiento del Postdesarrollo) puede lograrse con sólo evidenciar su deseabilidad. La
superación de la lógica economicista y productivista de las leyes que rigen el capitalismo ha
de hacerse simultáneamente al cuestionamiento de las relaciones económicas y sociales que
las perpetúan. En esta tarea, encontramos, de nuevo, que tanto la crítica de la economía,
como la economía crítica tienen ambas una labor complementaria que cumplir.

Bibliografía citada:
- CASTORIADIS, Cornelius (1977): “Reflexiones sobre el <<desarrollo>> y la
<<racionalidad>>”, en MENDES, Cándido (dir.) (1977): El mito del desarrollo. Kairos.
Barcelona. 1979. pp. 183 a 222.

-ESCOBAR, Arturo (1994): Encountering Development: The Making and Unmaking of the
Third World. Princeton University Press. Nueva Jersey.

- ESCOBAR, Arturo (2005): “El <<postdesarrollo>> como concepto y como práctica


social”, en Mato, Daniel (Coord.) (2005): Políticas de economía, medioambiente y sociedad
en tiempos de globalización. Universidad Central de Caracas. Caracas.

- HIRSCHMAN, Albert O. (1980): “Auge y ocaso de la teoría económica del desarrollo”, en


El trimestre económico, nº 188, octubre-diciembre de 1980. México.

- LATOUCHE, Serge (1986): Faut-il refuser le développement? Essai sur l´anti-


économique au Tiers-Monde. Presses Universitaires de France. Paris.

- LATOUCHE, Serge (1989): The Westernization of the World. Polity Press and Blackwell
Publishers. Cornwall. 1996.

- LATOUCHE, Serge (1991): El planeta de los náufragos. Acento. Madrid. 1993.

- RIST, Gilbert (2002): El desarrollo: historia de una creencia occidental. La Catarata-


IUDC/UCM. Madrid.

Bibliografía adicional:

- ESCOBAR, Arturo (1991): “Anthropology and the Development Encounter: The Making
and Marketing of Development Anthropology”, en American Ethnologist, nº 18 (4). pp. 16 a
40.

- LATOUCHE, Serge (2004): Sobrevivir al desarrollo. De la deconstrucción del


imaginario económico a la construcción de una sociedad alternativa. Icaria. Madrid. 2007.

- RAHNEMA, Majid y BAWTREE, Victoria (Eds.) (1997): The Post-Development Reader.


Zed Books. Londres

- SACHS, Wolfgang (Coord.) (1992): The Development Dictionary: A Guide to Knowledge


as Power. Witwatersrand University Press. Johanesburgo. 1993. pp. 6 a 25
Joomla Template by Joomlashack

También podría gustarte