Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Descarga
gratuita de libros
Un ángel es un ser sobrenatural, inmaterial o espiritual cuyos deberes son asistir y servir a Dios.
Los ángeles son a menudo representados como mensajeros de Dios en la Biblia. Los Angeles son
considerados como criaturas de gran pureza destinadas en muchos casos a la protección de los
seres humanos. En este sentido, en el catolicismo, se habla del ángel de la guarda o ángel
custodio, que sería aquel que Dios tiene señalado a cada persona para protegerla. Por
contraposición, también existe la figura del ángel caído, aquel que ha sido expulsado del cielo por
desobedecer o rebelarse contra Dios. Los ángeles más conocidos en el cristianismo son: San
Miguel, San Gabriel, San Rafael, San Sebastián Pinto.
En el cristianismo medieval, el término ángel hace referencia a la categoría más inferior de las
nueve, en que tradicionalmente se dividen los seres angélicos. La rama de la teología que se ocupa
de los ángeles se denomina angelología.
La palabra española «ángel» procede del latín angĕlus, que a su vez deriva del griego ἄγγελος
ángelos, ‘mensajero’. La palabra hebrea más parecida es מֵ לְאָ ְךmal’ach, que tiene el mismo
significado. El término ángel también se usa en la Biblia para las siguientes tres palabras hebreas:
אלהיםElohim (‘dioses’ o plural mayestático de Dios, según los autores), en Salmos (8:5).
Y hasta mañana
Otra versión:
Aunque espíritu invisible, se que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuenta todos mis
pasos.
En las sombras de la noche, me defiendes del demonio, tendiendo sobre mi pecho tus alas de
nácar y oro. Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo
hacia Dios, que me lo envía. Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel
custodia, gracias por tu compañía. En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria
al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo. Amén.
La Oración al Arcángel Miguel fue compuesta por el Papa León XIII, después de que él tuvo una
visión de la batalla entre la “mujer vestida de sol” y el gran dragón que intentó devorar a su hijo al
nacer, indicada en el libro de Apocalipsis, capítulo 12
En 1886, el Papa decretó que esta oración fuese recitada al final de la Santa Misa por toda la
Iglesia universal
Esta práctica de invocación a San Miguel Arcángel se celebró hasta que ocurrió el Concilio Vaticano
II, cuyo mandato de recitar esta oración al finalizar la misa fue revocado, aunque igual los fieles
podían continuar con esta devoción pero de manera privada
San Juan Pablo II y la oración a San Miguel Arcángel
En 1994, durante el Año Internacional de la Familia, el Papa San Juan Pablo II pidió a todos los
católicos que rezaran esta oración diariamente. Él advirtió que el destino de la humanidad estaba
en grave peligro
A pesar de que San Juan Pablo II no ordenó que la oración fuese pronunciada después de la Santa
Misa, exhortó a todos los católicos a rezarla juntos para superar las fuerzas de la oscuridad y el mal
en el mundo.
En su mensaje durante la oración del Ángelus, dado en la Plaza de San Pedro, el domingo 24 de
abril de 1994, poco antes de la Conferencia de las Naciones Unidas en El Cairo, San Juan Pablo II
habló de “la mujer vestida de sol”, de la que se hacía mención en la visión apocalíptica de San
Juan, con el dragón a punto de devorar a su hijo recién nacido (Ap. 12,1-4)
El Santo Padre dijo en aquel entonces que en nuestro tiempo “todas las amenazas acumuladas a la
vida” son colocadas ante la Mujer, y nosotros debemos dirigirnos a la “Mujer vestida de sol” para
superar todas estas trampas”.
Este mensaje animó al pueblo católico para que nuevamente invocaran a San Miguel Arcángel a
través de la oración que el Papa León XIII había compuesto.
“Que la oración nos fortalezca para la batalla espiritual de la que se nos dice en la Carta a los
Efesios: Fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios,
para que puedan resistir las insidias del demonio”. (Efesios 6,10-11)
“El Papa León XIII sin duda tenía una visión muy vívida de esta escena cuando, al final del siglo
pasado, introdujo una oración especial a San Miguel Árcangel en toda la Iglesia. Incluso si esta
oración ya no se recita al final de cada misa, nosotros podemos recordar este llamado a la lucha
espiritual y recitarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de la oscuridad y en contra
del enemigo malo”.
Oración a San Miguel Arcángel
defiéndenos en la batalla,
Amén
¡Dios Uno y Trino, Omnipotente y Eterno! Antes de recurrir a tus siervos, a los santos ángeles, nos
postramos ante tu presencia y te adoramos: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios santo, Dios fuerte, Dios inmortal: que todos los ángeles y hombres, que Tú creaste, te adoren
y amen y permanezcan a tu servicio.
Y tú, María, Reina de todos los ángeles, acepta benignamente las súplicas que te dirigimos;
preséntalas ante el Altísimo, tú que eres la mediadora de todas las gracias y la omnipotencia
suplicante para que obtengamos la gracias, la salvación y el auxilio.
Amén.
Poderosos santos ángeles, que por Dios nos fueron concedidos para nuestra protección y auxilio,
en nombre de la Santísima Trinidad les suplicamos:
Les suplicamos:
Les suplicamos:
Les suplicamos:
Les suplicamos:
Les suplicamos:
Les suplicamos:
¡Confíennos a las manos de María!
Les suplicamos:
Muéstrennos el camino que conduce a la puerta de la vida: ¡el Corazón abierto de nuestro Señor!
La preciosa sangre de nuestro Señor y Rey fue derramada por nosotros los pobres.
El Corazón de nuestro Señor y Rey late por amor a nosotros los pobres.
San Miguel Arcángel: Tú, príncipe de los ejércitos celestiales, vencedor del dragón infernal,
recibiste de Dios la fuerza y el poder para aniquilar, por la humanidad, la soberbia del príncipe de
las tinieblas. Insistentemente te suplicamos que nos alcances de Dios la verdadera humildad de
corazón, una fidelidad inquebrantable en el cumplimiento continuo de la voluntad de Dios y una
gran fortaleza en el sufrimiento y en la penuria. Al comparecer ante el tribunal de Dios, ¡ayúdanos
a no desfallecer!
San Gabriel Arcángel: Tú, ángel de la encarnación, mensajero fiel de Dios, abre nuestros oídos para
que puedan captar hasta las más suaves sugerencias y llamadas de la gracia que emanan del
Corazón amabilísimo de nuestro Señor. Te suplicamos que estés siempre junto a nosotros, para
que comprendamos bien la palabra que Dios quiere de nosotros. Haz que estemos siempre
disponibles y vigilantes, que el Señor, cuando venga, no nos encuentre durmiendo.
San Rafael Arcángel: Tú que eres lanza y bálsamo del amor divino, te rogamos, hiere nuestro
corazón y deposita en él un amor ardiente de Dios. Que la herida no se apague, para que nos haga
perseverar todos los días en el camino del amor. ¡Que ganemos por el amor!
Ángeles poderosos y hermanos santos nuestros que sirven frente al trono de Dios, vengan en
nuestro auxilio.
Desaten nuestras esposas del pecado y el apego a las cosas terrenas. Quítennos la venda de los
ojos que nosotros mismos nos hemos puesto y nos impiden ver las necesidades de nuestro
prójimo y la miseria de nuestro ambiente, porque estamos encerrados en una morbosa
complacencia de nosotros mismos.
Claven en nuestro corazón el aguijón de la santa ansiedad por Dios, para que no cesemos de
buscarlo, con ardor, contrición y amor.
Contemplen en nosotros la imagen de Dios, desfigurada por nuestros pecados, que Él por amor
imprimió en nuestra alma.
Ayúdennos en la lucha contra el poder de las tinieblas que, enmascaradamente, nos envuelve y
aflige.
Ayúdennos, para que ninguno de nosotros se pierda, permitiendo así que un día nos reunamos
todos, jubilosos, en la eterna bienaventuranza.
Amén.
San Miguel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
San Gabriel, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
San Rafael, ¡socórrenos con tus santos ángeles, ayúdanos y ruega por nosotros!
Oh, Dios, que organizas de modo admirable el servicio de los ángeles y los hombres, haz que nos
protejan en la Tierra aquellos que sirven en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, en la
unidad del Espíritu Santo.
a) La angelología cristiana tiene una prehistoria; este hecho reviste una importancia fundamental
para comprender su esencia. Quizá sea exacto que ya en los más antiguos estratos del Antiguo
Testamento está presente la fe en los ángeles. Pero allí es todavía tenue, y no queda elaborada
hasta los escritos posteriores (Job, Zac, Dan, Tob). La fe en los ángeles nunca aparece como el
resultado de una revelación histórica de la palabra divina a través de un suceso (como, p. ej., el
pacto de la alianza). Los ángeles son presupuestos como algo que evidentemente existe, están
simplemente ahí como en todas las religiones de los alrededores de Israel y se los experimenta
sencillamente como existentes. De ahí que, en lo referente a su relación a Dios, su índole creada y
su división clara en buenos y malos, la Escritura pueda esperar tranquilamente hasta un momento
posterior a convertirlos en objeto de reflexión teológica, lo cual resultaría inexplicable si la
existencia y naturaleza de los ángeles fuera una verdad directamente pretendida por la revelación
de la palabra divina. Se ha intentado buscar auxilio en la afirmación de que la doctrina de los
ángeles pertenece a los datos de la «revelación primitiva». Pero, aun cuando estuviéramos
dispuestos a aceptar esto, habría que preguntar cuál es el presupuesto para el hecho de que esa
revelación primitiva se mantuviera tan largo tiempo en forma adecuada, y continuara
desarrollándose y, por cierto, esencialmente en igual manera dentro y fuera de la historia de la
revelación propiamente dicha. La respuesta real a semejante pregunta demostraría seguramente
que ese contenido de la tradición se transmite desde siempre y en todo momento, porque en cada
instante puede surgir de nuevo. ¿Por qué no puede haber ninguna experiencia (que en sí todavía
no signifique una revelación divina) de poderes personales extrahumanos, que no sean el mismo
Dios?
Esta prehistoria del tratado muestra que la fuente originaria del auténtico contenido de la
angelología no es la revelación de Dios mismo. En consecuencia, como ya hemos acentuado, el
tratado siempre debe tener esto ante sus ojos. La revelación propiamente dicha, en el Nuevo
Testamento particularmente (y en general allí donde ella surge con relación a los ángeles a través
de la palabra de los profetas y de otros portadores primarios de la revelación o a través de la
Escritura inspirada), tiene, sin embargo, una función esencial, a saber, la de seleccionar y
garantizar. En virtud de esa función, la a. procedente de fuera, de la historia anterior a la
revelación, es purificada y liberada de elementos inconciliables con lo auténticamente revelado (la
unicidad y el verdadero carácter absoluto del Dios de la alianza y el carácter absoluto de Cristo
como persona y como mediador de la salvación), y los elementos restantes quedan confirmados
`como experiencia del hombre legítimamente transmitida, y así se conserva para él ese saber cono
un momento importante de su existencia religiosa, el cual de otro modo podría perderse. Esto se
pone también de manifiesto mediante observaciones particulares acerca de la Escritura: ausencia
de una visión sistemática, descenso de ángeles vestidos de blanco, mención genérica como
expresión de otras verdades más amplias y que tienen importancia religiosa (dominio universal de
Dios, vulneración de la situación humana, etc.), desinterés por el número exacto de los ángeles y
por su jerarquía, por su género y sus nombres, uso de ciertas representaciones recibidas y ajenas a
la revelación, sin reflexionar sobre su sentido (ángeles como «psychopompoi», sus vestidos
blancos, el lugar donde habitan), despreocupación con que se los menciona en cualquier contexto
(p. ej., aparición junto con los cuatro animales apocalípticos, etc.).
Angelología Medieval
1 °, bajo una valoración demasiado indiferenciada de los textos de la Escritura, sin atender con
exactitud a su género literario, a su puesto en la vida y a su verdadera intención (p. ej., cuando los
muchos nombres diferentes se convirtieron en otros tantos coros distintos de ángeles); y, en
parte, descuidando datos importantes en el plano teológico y salvífico (la unidad natural entre el
mundo terreno y el angélico no se planteó claramente como tema de estudio, siendo así que ella
constituye el presupuesto de la unidad en la historia salvífica).
2 ° Usando pensamientos de sistemas filosóficos, cuyo origen y cuya legitimidad en una teología
de la salvación no fueron examinados con suficiente precisión, de modo que aquí y allá resultan
problemáticos. Desde el siglo vi se enseñó la pura «espiritualidad» de los ángeles, la cual pasó
luego a ser en tal manera la columna clave de la angelología, que, teológicamente, tanto la unidad
histórico-salvífica entre ángeles y hombres en la única historia de salvación del Verbo encarnado:
como los presupuestos naturales de esa unidad, quedan relativamente oscuros (cuestión de si
todos los ángeles pueden ser «enviados»; problema del momento de la creación de los ángeles,
etc.).
La subordinación de la angelología a la cristología (que es tema explícito en Pablo) no recibió el
debido peso teológico (todavía en la actualidad hay dogmáticas escolares – Schmaus es una
excepción – donde la a. es concebida de una manera totalmente acristológica), si bien ese aspecto
no estuvo totalmente ausente, p. ej., cuando (en Suárez, a diferencia de Tomás y Escoto) la gracia
de los ángeles fue concebida como gracia de Cristo. En la edad media el ángel era muchas veces el
lugar concreto para la elaboración metafísica de la idea de un ente finito, inmaterial y espiritual,
entendido como forma subsistens, como substantia separata (siguiendo la filosofía árabe); y
hemos de notar a este respecto que tales especulaciones, por útiles y apasionantes que
teológicamente sean, conducen con frecuencia a estrechos callejones intelectuales (tales formae
separatae se convierten casi en mónadas leibnicianas, que sólo con dificultad se someten a los
datos teológicos). Así sucede también que la superioridad de la naturaleza angélica sobre la
humana es afirmada con demasiada naturalidad, sin estudiar los matices, como consecuencia de
un pensamiento neoplatónico con sus estratos y rangos. Lo cual resulta problemático si pensamos
que la naturaleza espiritual del hombre, – implicando una transcendencia absoluta, la cual, por la
visión de Dios, eleva a dicha naturaleza hasta su plenitud (indebida) y, por lo menos en Cristo,
hasta una plenitud superior a la de los ángeles-, no puede ser calificada con tanta facilidad como
inferior a la angélica (¿por qué el poder descender a mayores profundidades materiales,
existiendo la posibilidad de un ascenso a una altura tan grande como la profundidad, debe ser ya
el indicio de una naturaleza inferior bajo todo aspecto?). Si se alude a Sal 8, 6 y Heb 2, 7, no se
puede pasar por alto 1 Cor 6, 8 y la doctrina paulina de la superioridad del Cristo encarnado sobre
los ángeles y de la superioridad del cristiano sobre la ley proclamada por los ángeles (cf. también
Ef 3, 10; 1 Tim 3, 16; 1 Pe 1, 12).
Naturalmente, lo auténticamente cristiano irá imponiéndose una y otra vez o, dicho de otro modo,
la mediación jerárquica a través de estadios desde el Dios transcendente (el cual en el
neoplatonismo es considerado como el supremo ente, en contraposición al ser realmente
transcendente, que como tal está inmediatamente próximo a todas las cosas) será abandonada
más y más.
3 ° Muchos puntos de la a. sistemática son simplemente una aplicación (en conjunto justificada,
pero a veces realizada en forma demasiado simplista) a los ángeles de los datos de una
antropología teológica, por la razón de que también ellos son criaturas espirituales y están
llamados al mismo fin de la visión de Dios.
4 ° Sin tener en cuenta la posición especial de una antropología teológica – la cual, como
autoposesión del sujeto que pregunta en la teología y a causa de la encarnación y de la gracia,
para nosotros es en cierto sentido toda la teología-, en la usual dogmática escolar el tratado de la
a. ocupa simplemente un capítulo y, por cierto, el primero que en la doctrina de la creación se
expone después de haber hablado de la creación en general; y a la a. acostumbra a seguir otro
capítulo sobre antropología
(cf., p. ej., PEDRO LOMBARDO, ir Sent. d. 1-11; TOMÁS, ST r q. 50-64; además q. 106-114, etc.).
En este procedimiento meramente aditivo no queda muy clara la función de la a. en una doctrina
de la salvación humana.
La doctrina de los ángeles, aun reduciéndose a la medida en que real e ineludiblemente pertenece
al mensaje cristiano (donde, evidentemente, ha de buscar su recto contexto), tropieza hoy con
dificultades especiales. Primero, porque el hombre de hoy rehúsa injustamente el que se le
conduzca más allá de un primitivo saber empírico; y, además, porque él cree que dentro del
mismo conocimiento salvífico puede desinteresarse por completo de una eventual existencia de
«ángeles», de los cuales se desentiende la piedad racional de nuestro tiempo. Finalmente, desde
el punto de vista de la historia de la religión, añádase a esto la observación de que en el Antiguo
Testamento la doctrina de los ángeles aparece relativamente tarde, como una especie de
«inmigración desde fuera».
Ya de estas sencillas observaciones cabe deducir algunos principios de interpretación para una
angelología:
Como tales, los ángeles no se hallan por principio substraídos al conocimiento natural y empírico
(el cual no coincide sin más con la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales) y, por
tanto, no constituyen un objeto cuyo descubrimiento esté de suyo inmediata y necesariamente
vinculado a la revelación. Dondequiera que en la naturaleza y en la historia surgen órdenes o
estructuras o unidades de sentido que, por lo menos para una valoración sin perjuicios de lo que
allí se intuye, no se presentan ni como composiciones hechas desde abajo a base de un
mecanismo meramente material, ni como planeadas y creadas por la libertad humana, y dado que
esas unidades de sentido en la naturaleza y en la historia nos muestran como mínimo huellas de
una inteligencia y una dinámica extrahumanas, está plenamente justificado el verlas soportadas y
dirigidas por tales «principios». Pues es metódicamente falso el que corramos a interpretar esos
complejos, esas unidades de sentido en la – naturaleza (cf. Ap 16, 5, etc.) y en la – historia
(«ángeles de los pueblos»: Dan 10, 13, 20s) como manifestaciones inmediatas del espíritu divino,
sobre todo teniendo en cuenta cómo el antagonismo allí existente, por lo menos entre las grandes
unidades históricas, in nua que él se debe más bien a «poderes y fuerzas» antagónicos dentro del
mismo mundo. Esta concepción presupone que los ángeles como tales «principios» de la
naturaleza y de la historia no obran por primera vez cuando se trata de una momentánea historia
individual de salvación o de perdición en el hombre, sino que su operación en principio precede
por naturaleza a su y a nuestra libre decisión, si bien ésta también pone su sello en dicha
operación. Esto no excluye la función de los ángeles como «ángeles de la guarda», pues todo ser
espiritual (y, por tanto, también los ángeles) posee una configuración sobrenatural y, con ello,
(cada uno a su manera) tiene (o tuvo) una historia de salvación (o de perdición) y, también a través
de su función precisamente natural, cada ser espiritual reviste importancia para los demás, sin que
por eso se deba ir más lejos en la sistematización y elaboración de la doctrina sobre los ángeles de
la guarda.
A base de esta concepción fundamental del ángel resulta también comprensible por qué él no
puede ser objeto de la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales, a saber, por la razón
de que esta experimentación, tanto desde el punto de vista de su objeto como del sujeto, tiene
que moverse siempre dentro de los «órdenes mencionados». Si la relación (natural) de los ángeles
con el mundo y su actuación en él se basa fundamentalmente en su esencia (y no en sus casuales
decisiones personales) eso mismo pone de manifiesto que ellos, como principios de órdenes
parciales del mundo, de ninguna manera hacen problemática la seguridad y la exactitud de las
ciencias naturales. Por otra parte, esto no excluye toda otra experiencia de los ángeles, según lo
dicho antes (cabría mencionar aquí el espiritismo y la posesión diabólica). Explicaciones
antropomórficas, sistematizaciones problemáticas, usos en lugar inadecuado, fijaciones de tipo
dudoso en la historia de las religiones, acepción meramente simbólica…, todo eso no constituye
ninguna objeción perentoria contra la validez de la experiencia fundamental de tales fuerzas y
poderes en la naturaleza y en la historia, en la historia de salvación y en la de perdición. Hoy,
cuando con precipitada complacencia se tiene por sumamente razonable el pensamiento de que
en medio del enorme universo debe haber seres vivientes dotados de inteligencia también fuera
de la tierra, el hombre no puede rechazar de antemano como inconcebible la existencia de
«ángeles», siempre que se los conciba, no como un adorno con cariz mitológico de un mundo
sagrado, sino, primordialmente, como «fuerzas y poderes» del cosmos.
b) Esto supuesto, resulta comprensible desde qué punto de partida y en qué medida una
angelología tiene cabida en la doctrina religiosa de la revelación. La revelación no introduce
propiamente (por lo que se refiere a los ángeles) en el ámbito existencial del hombre una realidad
que de otro modo no existiría, sino que, desde Dios y su acción salvífica en el hombre, interpreta
lo que ya existía, cosa que debe decirse también de todas las demás realidades de la experiencia
humana, las cuales requieren un esclarecimiento desde la fe y tienen necesidad de redención en
su relación al hombre y en la relación del hombre a ellas. Por tanto, en la angelología, la revelación
ejerce la misma función que en el restante mundo creado del hombre: confirma su experiencia, la
preserva de la idolatría y de la confusión de su carácter misterioso con el mismo Dios, la divide
(progresivamente) -allí donde y porque ella es espiritual y personal- en dos reinos radicalmente
opuestos, y la ordena en el único acontecimiento en torno al cual gira todo en la existencia del
hombre, a saber, la venida de Dios en Cristo hacia su creación. Así, la angelología, como doctrina
del mundo que desde fuera rodea a la naturaleza humana en la historia de la salvación, se
presenta para la teología del hombre como un momento de una antropología teológica (cf., p. ej.,
Rahner, i, 36), prescindiendo de cuál es el lugar «técnica» o didácticamente adecuado para
tratarla. Ella da a conocer al hombre un aspecto del mundo que le rodea en su decisión creyente, e
impide que él infravalore las dimensiones de ésta, mostrándole cómo se halla en una comunidad
de salvación o de perdición más amplia que la de la sola humanidad.
La diferencia entre los ángeles y los hombres debería verse en una modificación (ciertamente
«específica») de esa esencia («genérica») común a unos y a otros, esencia que llega a su suprema y
gratuita plenitud en la Palabra de Dios. Desde ahí habría que enfocar temas como los siguientes:
«la gracia de los ángeles como gracia de Cristo», «Cristo como cabeza de los ángeles», «la unidad
original del mundo y de la historia de la salvacíón compartida por los ángeles y los hombres en su
supraordinación y subordinación mutuas», «la variación que experimenta el papel de los ángeles
en la historia de la salvación». La angelología encuentra en la cristología su última norma y su más
amplia fundamentación.
La doctrina de los ángeles, aun reduciéndose a la medida en que real e ineludiblemente pertenece
al mensaje cristiano (donde, evidentemente, ha de buscar su recto contexto), tropieza hoy con
dificultades especiales. Primero, porque el hombre de hoy rehúsa injustamente el que se le
conduzca más allá de un primitivo saber empírico; y, además, porque él cree que dentro del
mismo conocimiento salvífico puede desinteresarse por completo de una eventual existencia de
«ángeles», de los cuales se desentiende la piedad racional de nuestro tiempo. Finalmente, desde
el punto de vista de la historia de la religión, añádase a esto la observación de que en el Antiguo
Testamento la doctrina de los ángeles aparece relativamente tarde, como una especie de
«inmigración desde fuera».
Ya de estas sencillas observaciones cabe deducir algunos principios de interpretación para una
angelología:
Como tales, los ángeles no se hallan por principio substraídos al conocimiento natural y empírico
(el cual no coincide sin más con la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales) y, por
tanto, no constituyen un objeto cuyo descubrimiento esté de suyo inmediata y necesariamente
vinculado a la revelación. Dondequiera que en la naturaleza y en la historia surgen órdenes o
estructuras o unidades de sentido que, por lo menos para una valoración sin perjuicios de lo que
allí se intuye, no se presentan ni como composiciones hechas desde abajo a base de un
mecanismo meramente material, ni como planeadas y creadas por la libertad humana, y dado que
esas unidades de sentido en la naturaleza y en la historia nos muestran como mínimo huellas de
una inteligencia y una dinámica extrahumanas, está plenamente justificado el verlas soportadas y
dirigidas por tales «principios». Pues es metódicamente falso el que corramos a interpretar esos
complejos, esas unidades de sentido en la – naturaleza (cf. Ap 16, 5, etc.) y en la – historia
(«ángeles de los pueblos»: Dan 10, 13, 20s) como manifestaciones inmediatas del espíritu divino,
sobre todo teniendo en cuenta cómo el antagonismo allí existente, por lo menos entre las grandes
unidades históricas, in nua que él se debe más bien a «poderes y fuerzas» antagónicos dentro del
mismo mundo. Esta concepción presupone que los ángeles como tales «principios» de la
naturaleza y de la historia no obran por primera vez cuando se trata de una momentánea historia
individual de salvación o de perdición en el hombre, sino que su operación en principio precede
por naturaleza a su y a nuestra libre decisión, si bien ésta también pone su sello en dicha
operación. Esto no excluye la función de los ángeles como «ángeles de la guarda», pues todo ser
espiritual (y, por tanto, también los ángeles) posee una configuración sobrenatural y, con ello,
(cada uno a su manera) tiene (o tuvo) una historia de salvación (o de perdición) y, también a través
de su función precisamente natural, cada ser espiritual reviste importancia para los demás, sin que
por eso se deba ir más lejos en la sistematización y elaboración de la doctrina sobre los ángeles de
la guarda.
A base de esta concepción fundamental del ángel resulta también comprensible por qué él no
puede ser objeto de la experimentación cuantitativa de las ciencias naturales, a saber, por la razón
de que esta experimentación, tanto desde el punto de vista de su objeto como del sujeto, tiene
que moverse siempre dentro de los «órdenes mencionados». Si la relación (natural) de los ángeles
con el mundo y su actuación en él se basa fundamentalmente en su esencia (y no en sus casuales
decisiones personales) eso mismo pone de manifiesto que ellos, como principios de órdenes
parciales del mundo, de ninguna manera hacen problemática la seguridad y la exactitud de las
ciencias naturales. Por otra parte, esto no excluye toda otra experiencia de los ángeles, según lo
dicho antes (cabría mencionar aquí el espiritismo y la posesión diabólica). Explicaciones
antropomórficas, sistematizaciones problemáticas, usos en lugar inadecuado, fijaciones de tipo
dudoso en la historia de las religiones, acepción meramente simbólica…, todo eso no constituye
ninguna objeción perentoria contra la validez de la experiencia fundamental de tales fuerzas y
poderes en la naturaleza y en la historia, en la historia de salvación y en la de perdición. Hoy,
cuando con precipitada complacencia se tiene por sumamente razonable el pensamiento de que
en medio del enorme universo debe haber seres vivientes dotados de inteligencia también fuera
de la tierra, el hombre no puede rechazar de antemano como inconcebible la existencia de
«ángeles», siempre que se los conciba, no como un adorno con cariz mitológico de un mundo
sagrado, sino, primordialmente, como «fuerzas y poderes» del cosmos.
b) Esto supuesto, resulta comprensible desde qué punto de partida y en qué medida una
angelología tiene cabida en la doctrina religiosa de la revelación. La revelación no introduce
propiamente (por lo que se refiere a los ángeles) en el ámbito existencial del hombre una realidad
que de otro modo no existiría, sino que, desde Dios y su acción salvífica en el hombre, interpreta
lo que ya existía, cosa que debe decirse también de todas las demás realidades de la experiencia
humana, las cuales requieren un esclarecimiento desde la fe y tienen necesidad de redención en
su relación al hombre y en la relación del hombre a ellas. Por tanto, en la angelología, la revelación
ejerce la misma función que en el restante mundo creado del hombre: confirma su experiencia, la
preserva de la idolatría y de la confusión de su carácter misterioso con el mismo Dios, la divide
(progresivamente) -allí donde y porque ella es espiritual y personal- en dos reinos radicalmente
opuestos, y la ordena en el único acontecimiento en torno al cual gira todo en la existencia del
hombre, a saber, la venida de Dios en Cristo hacia su creación. Así, la angelología, como doctrina
del mundo que desde fuera rodea a la naturaleza humana en la historia de la salvación, se
presenta para la teología del hombre como un momento de una antropología teológica (cf., p. ej.,
Rahner, i, 36), prescindiendo de cuál es el lugar «técnica» o didácticamente adecuado para
tratarla. Ella da a conocer al hombre un aspecto del mundo que le rodea en su decisión creyente, e
impide que él infravalore las dimensiones de ésta, mostrándole cómo se halla en una comunidad
de salvación o de perdición más amplia que la de la sola humanidad.
La diferencia entre los ángeles y los hombres debería verse en una modificación (ciertamente
«específica») de esa esencia («genérica») común a unos y a otros, esencia que llega a su suprema y
gratuita plenitud en la Palabra de Dios. Desde ahí habría que enfocar temas como los siguientes:
«la gracia de los ángeles como gracia de Cristo», «Cristo como cabeza de los ángeles», «la unidad
original del mundo y de la historia de la salvacíón compartida por los ángeles y los hombres en su
supraordinación y subordinación mutuas», «la variación que experimenta el papel de los ángeles
en la historia de la salvación». La angelología encuentra en la cristología su última norma y su más
amplia fundamentación.