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Los primeros estudios sobre la teoría del crecimiento

El análisis del crecimiento económico fue la principal preocupación de Adam


Smith, que puso énfasis en las relaciones entre los libres mercados, el gasto
privado de inversión, el laissez faire y el crecimiento económico. Ricardo
reorientó la economía, abandonando el estudio del crecimiento económico y
centrando la atención en la cuestión de las fuerzas que determinan la
distribución de la renta. Sostiene que la mayoría de los economistas de la
corriente principal pertenece al grupo de los pesimistas, de los cuales los más
pesimistas son Malthus, Ricardo y James Mill. Estos economistas de la
corriente principal hicieron mucho hincapié en los rendimientos
decrecientes, en la renta creciente y en el estado estacionario hacia el que
avanzaba la economía, a pesar de que la economía que los rodeaba estaba
creciendo a tasas muy superiores a las de épocas anteriores.

John Stuart Mill, que analizó el crecimiento y la tecnología más que Malthus o


Ricardo y que, además, era mucho más optimista sobre la posibilidad de que la
economía continuara creciendo, es en alguna medida una excepción a este
grupo de grandes economistas de la corriente principal. Pero si se lee
detenidamente a Mill, se observará que su creencia no se basaba tanto en el
continuo crecimiento de la tecnología y del capital como en su creencia de que
las sociedades acabarían limitando voluntariamente la tasa de natalidad y
frenando así los inevitables rendimientos marginales decrecientes. Fueron
algunos economistas heterodoxos como Henry Carey y Friedrich List los que
defendieron la visión optimista. Como pudo ver que la economía estaba
creciendo a una tasa más alta que antes, lo lógico era que creyera que el
crecimiento continuaría, posiblemente de una manera indefinida.

Pero el carácter estático del modelo también lo llevó a creer que una vez que
se aprovecharan las ventajas del comercio, la economía dejaría de crecer. La
observación directa de la economía parecía indicar la importancia de la
tecnología y la posibilidad de que la economía continuara creciendo. Los
economistas de la corriente principal de la época atacaron duramente las ideas
tanto de List como de Carey y señalaron encantados sus errores teóricos, pero
no comprendieron la lección más general de las investigaciones de List y Carey
de que era posible superar los rendimientos marginales
decrecientes, posiblemente para siempre, por medio del desarrollo
tecnológico. Los economistas modernos también fueron ciegos a las ideas de
Marx sobre el crecimiento.

A medida que se desarrollaba la economía neoclásica, se aceleró la pérdida de


interés por el crecimiento. Los neoclásicos, con la posible excepción de Alfred
Marshall, cuyas ideas sobre el crecimiento se parecen a las de Mill, centraron
más la atención en el equilibrio estático. Tanto Mill como Marshall sostenían
que el progreso tecnológico podía crear temporalmente las condiciones
necesarias para el crecimiento, pero que la ley de los rendimientos
decrecientes en la agricultura y las materias primas acabaría
imponiéndose. Los economistas de la primera mitad del siglo XX apenas se
ocuparon del crecimiento.

Schumpeter y el crecimiento

Antes de cumplir los treinta años, Schumpeter ya había sentado las bases de


su teoría del crecimiento económico en su obra The Theory of Economic
Development, publicada por primera vez en 1912 y traducida al inglés en
1934. März sobre Schumpeter, el Premio Nobel y constructor de modelos
James Tobin comenta que las teorías del desarrollo y de los ciclos económicos
de Schumpeter «eran difíciles de integrar en el estilo y el método que ha
llegado a dominar la economía, especialmente en Estados Unidos, en los
últimos cincuenta años». Paradójicamente, Schumpeter fue un firme defensor
de la utilización más frecuente de las matemáticas en economía y de la
contrastación econométrica de las hipótesis, áreas en las que tenía una
desventaja comparativa. Su explicación del proceso de crecimiento económico
no encaja en el molde ortodoxo, por su énfasis en las causas no económicas
del crecimiento.

Aunque examinó algunos factores estrictamente económicos, insistió en que


los principales elementos del crecimiento anterior del sistema y los elementos
que reducirán el crecimiento en el futuro no son económicos. El crecimiento
estaba ligado a la fase de prosperidad del ciclo, ya que esta fase representaba
el resultado final de la introducción de nuevos productos y tecnología en la
economía.

Pero los principales agentes del crecimiento económico no eran


económicos, según

Schumpeter, y debían buscarse en la estructura institucional de la


sociedad. Schumpeter atribuyó a las actividades de lo que él llamaba
emprendedores el enorme crecimiento que se registró en el mundo
industrializado. Schumpeter distinguió claramente entre el proceso de la
invención y el de la innovación. Pero su beneficio es el beneficio de la
economía.

Cuando un emprendedor introduce una innovación que tiene éxito, otros


hombres de negocios siguen su ejemplo y el nuevo producto o tecnología se
difunde por toda la economía. La verdadera fuente de crecimiento de la
economía es, pues, las actividades del emprendedor innovador, no las de las
masas de la comunidad empresarial, que son seguidoras reacias a asumir
riesgos. Aún más originales son las observaciones de Schumpeter sobre el
crecimiento y el desarrollo del capitalismo en el futuro. Mientras que Marx
predijo que el capitalismo desaparecería como consecuencia de sus
contradicciones, Schumpeter afirmó que desaparecería como consecuencia de
su éxito.

Deseaba que este proceso continuara y, sin embargo, esperaba que el


capitalismo se detuviera a causa de su éxito, debido principalmente a la
desaparición del emprendedor y, en menor medida, al aumento del papel del
intelectual a medida que la sociedad fuera más opulenta. El emprendedor que
tuviera éxito promovería el crecimiento de una gran empresa que
desaparecería como consecuencia de la competencia de las empresas menos
eficientes reacias al riesgo. Cuando los directivos contratados sustituyeran a
los emprendedores, la propiedad de la gran empresa se convertiría en una
propiedad ausente. Schumpeter creía que una vez que la empresa gigantesca
hubiera eliminado a muchas de las pequeñas empresas gestionadas por su
propietario, habría desaparecido una gran parte del apoyo político al
capitalismo.

Schumpeter. Una vez que el emprendedor desapareciera, el directivo pagado y


los accionistas ya no defenderían el concepto de propiedad privada. «Al final no
quedará nadie que tenga realmente interés en defenderla, ni dentro ni fuera del
recinto de las grandes empresas». Una vez más, el éxito del capitalismo
aceleraría este proceso, pues los aumentos de la renta y de la riqueza
producidos por el capitalismo permitirían que surgiera en la sociedad un grupo
de intelectuales que «ejerzan el poder de la palabra hablada» y que no tengan
«ninguna responsabilidad directa de los asuntos prácticos».

El éxito del capitalismo permitiría a estos intelectuales vivir a costa de los frutos
del sistema, pero, al mismo tiempo, criticarlo. Schumpeter imaginaba que el
final del sistema que amaba estaba aproximándose lenta, pero
inexorablemente. Temía que con la desaparición del emprendedor y el fin del
laissez faire, el Estado interviniera cada vez más en la
economía. Keynes, veían con buenos ojos esta intervención porque pensaban
que salvaría el capitalismo, pero para Schumpeter era una señal de su
inminente final.

Vaticinó que el elemento dinámico de la economía que explicaba su


crecimiento anterior desaparecería debido a lo que llamó «evaporación de la
esencia de la propiedad» y el fin del emprendedor. Schumpeter recibió algunos
elogios, pero no de economistas importantes de la corriente
principal. Harrod, Evsey Domar, Robert Solow y Trevor Swan en la década de
1950, que crearon modelos formales de crecimiento, fueron los únicos en los
que la teoría del crecimiento se impuso y pasó a formar parte del núcleo de la
macroeconomía. Sin embargo, el interés por estos modelos formales de
crecimiento quedó totalmente eclipsado cuando la profesión asimiló la
depresión de la década de 1930 y centró la atención en la teoría de los ciclos
económicos.
Los argumentos subconsumistas
El interés por la teoría del crecimiento fue paralelo al interés por la cuestión de
si una economía de mercado podía llevar al pleno empleo y si el Estado debía
intervenir en la economía para ayudar a mantener la plena utilización de los
recursos. Los mercantilistas querían comprender específicamente las fuerzas
que determinan la capacidad de una economía para producir bienes y servicios
y averiguar si el nivel efectivo de producción alcanzaba el nivel
potencial. Muchos mercantilistas percibían un conflicto fundamental entre el
interés privado y el interés público, por lo que creían que la economía no
alcanzaría el nivel de producción potencial a menos que interviniera el
Estado. Los mercantilistas pensaban que el gobierno debía regular el comercio
interior y exterior para que la economía mostrara un superávit de balanza de
pagos y aumentara el oro del país, que desempeñaba el papel de oferta
monetaria.

Cuando el mercantilismo evolucionó y dio paso a la economía clásica, las


actitudes hacia la intervención del Estado cambiaron radicalmente. La
economía sólo alcanzaría su nivel de producción potencial si el gobierno seguía
una política de laissez faire. Coincidía con los mercantilistas en que los
monopolios reducían la producción, pero sostenía que los métodos destinados
a controlarlos –el control público del comercio y la asignación de los
monopolios– no mejoraban las cosas sino todo lo contrario. La proposición de
que una economía de laissez faire llevaría automáticamente a utilizar
plenamente los recursos se llamó ley de Say y se convirtió en un elemento
central del pensamiento económico clásico y neoclásico.

Los economistas clásicos también atacaron el argumento mercantilista para


aumentar las reservas de oro con un superávit comercial, sosteniendo que la
riqueza de una nación no se mide por sus metales preciosos sino por su
producción real y que un país mejoraría su bienestar si permitiera el libre
comercio y aprovechara así la ventaja de la competencia exterior. La
convicción clásica de que se podía recurrir a los mercados para controlar la
economía desplazó el centro de atención de la investigación económica de las
fuerzas monetarias y financieras a las fuerzas reales y el análisis clásico de las
cuestiones macroeconómicas generalmente aceptó una dicotomía entre las
fuerzas reales y las nominales.

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