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Materia: Historia Moderna

Cátedra: Campagne
T: N°4 (20/08/2015)
Tema: El feudalismo tardío en Europa Occidental
IV: análisis del señorío pleno en perspectiva sincrónica; los modelos de señorío
francés, inglés y castellano en la Edad Moderna.
Profesor: Fabián Campagne
Revisión: Fabián Campagne
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Profesor: Bueno, hoy por fin vamos a reunificar los dos componentes del complejo feudal
maduro, el señorío dominical y el señorío jurisdiccional, y vamos a empezar a rastrear su
evolución durante la Edad Moderna.
Hoy vamos a seguir una estrategia de análisis que podríamos llamar sincrónica, mientras
que mañana vamos a hacer exactamente lo opuesto: encarar el análisis del señorío tardío
desde una perspectiva diacrónica. Lo que vamos a hacer durante el teórico de hoy es tomar
en la misma época pero en diferentes espacios tres regímenes señoriales específicos. Por
éso recurro a la expresión “sincronía”: diferentes espacios en el mismo tiempo. Mañana el
armado de la clase va a ser exactamente al revés: tomaremos un único gran señorío y
seguiremos su evolución a lo largo de toda la Edad Moderna. Por éso, en para esta segunda
estrategia uso el término “diacronía”: el mismo lugar pero en épocas diferentes.
Vamos a presentar a continuación una tipología posible de regímenes señoriales
diferenciados en la Edad Moderna; vamos a compararlos y así de paso romperemos el tono
decididamente francocéntrico que vienen teniendo estas clases teóricas. Pretendo contrastar
tres modelos de señoríos concretos: el de la Francia del norte o modelo franco
septentrional, el modelo inglés, y un modelo específicamente castellano (observen que
adrede no uso el adjetivo “español”).
Si nos imaginamos un continuum de regímenes señoriales, en el centro, en una suerte de
centro virtuoso, habría que ubicar al modelo francés, el modelo más equilibrado de señorío
feudal. Mientras que en los dos extremos deberíamos colocar a dos modelos antagónicos,

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claramente menos equilibrados: los modelos inglés y castellano.
¿Cuál es la característica distintiva del modelo de señorío franco-septentrional? Lo
característico de esta clase de señorío es que en él los dos componentes convencionales, el
dominical y el jurisdiccional, se encuentran desarrollados por igual y poseen un peso
parecido. Por eso hablo de equilibrio: los señores feudales en el norte de Francia en la Edad
Moderna podían extraer excedente campesino y diseñar mecanismos que funcionaran como
efectiva renta del suelo tanto a partir de la propiedad de la tierra como del ejercicio legítimo
de poder político. La riqueza agraria entraba en las arcas señoriales por ambas vías
simultáneamente.
El modelo inglés, en cambio, era mucho más desequilibrado, porque uno de los dos
componentes resultaba en extremo raquítico: me refiero al señorío jurisdiccional. En el
modelo castellano sucedía exactamente lo contrario: el componente subdesarrollado era el
dominical, y por lo tanto el que estructuraba la reproducción material de los señoríos era el
componente jurisdiccional.

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Respecto del modelo francés no tengo demasiadas cosas nuevas para decir, porque ya lo
dije casi todo en las ultimas 3 clases. Ustedes son muy conscientes de que cada vez que
quise ejemplificar algún aspecto específico del señorío feudal en la Edad Moderna, recurrí
siempre a la Francia del Norte. Así que, aún cuando de una manera un tanto desorganizada,
ya les he presentado los fundamentos de este régimen señorial específico.
Por ello, y a modo de repaso antes de pasar a Inglaterra y España, simplemente lo que voy a
hacer ahora es tomar un gran señorío francés hacia 1650, e identificar sus componentes,
para que ustedes vean cómo se confirma el modelo al que estamos aludiendo, y por qué
afirmamos que el componente jurisdiccional poseía una densidad exactamente igual al
componente jurisdiccional.
¿De qué señorío francés voy a hablar ahora? De un importante dominio, muy cerca de
Paris, un verdadero estado dentro del estado, que por eso mantenía constantes conflictos
jurisdiccionales con la ciudad de Paris y con el arzobispado local. Se trata de la Abadía de
Saint Germain des Prés, que no era tan extensa como el ducado de La Vallière que vimos la

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semana pasado, pero sí mucho más antiguo. Saint Germain des Prés realmente era un
complejo señorial arcaico. Para que tengan una idea: hacia 1650 nos encontramos con
tenencias campesinas dependientes que ya aparecen tributando cargas a los monjes en el
famoso políptico del abad Irminon del siglo IX, compilado en torno a la década de 820. Es
decir, hay tenencias campesinas funcionaron en el mismo lugar durante casi 800 años.
Traigo a colación este dato para que comprendan la densidad temporal de la institución.
Bueno, todas las partes del rompecabezas feudal que ya conocemos aparecen en el señorío
de Saint Germain de Prés a mediados del siglo XVII. Y se encuentran además con enorme
facilidad. Este dominio feudal temprano-moderno contaba con un complejo impactante.
Tan extensa era la reserva señorial, que estaba dividida en dos: por un lado el denominado
manso abacial, y por el otro el manso conventual.
¿Qué era el manso abacial? Era la porción de la reserva –recuerden que las reservar eran las
únicas tierras que técnicamente pertenecían a los señores feudales dentro de su
jurisdicción– de la cual extraía sus rentas el abad. Ahora bien, el abad de Saint Germain des
Prés no era el verdadero líder de la comunidad monacal. Se trataba de una figura de
autoridad absentista. Era un gran pensionista, por lo general un emergente de la altísima
aristocracia, a quien el Rey deseaba premiar –o cabría mejor decir cooptar– concediéndole
semejante nombramiento. Para que entiendan a qué me refiero: entre 1623 y 1668 el abad
de esta comunidad benedictina fue Enrique de Borbón (1601-1682), hijo natural del Rey
Enrique IV y por lo tanto medio hermano del Rey Luis XIII; se trataba, en definitiva, de un
miembro bastardo de la familia real, que también era Obispo de Metz y Duque de Verneuil.
Entre 1668 y 1672, el abad fue un personaje muy curioso, el ex Rey de Polonia Juan II
Casimiro, que pertenecía a la casa real sueca de los Vasa, y que tras abdicar al trono en
1668 se ordenó sacerdote, ingresó en la Compañía de Jesús, y fue incluso designado
cardenal por el Papa. Dadas las proverbialmente estrechas relaciones entre Polonia y
Francia en la Edad Moderna, se lo premió designándolo abad de Saint Germain des Prés.
Entre 1672 y 1689 Luis XIV decidió no concederle a nadie la titularidad de la Abadía, lo
que le permitió derivar las rentas producidas por el manso abacial directamente hacia las
arcas del reino. La situación de acefalía continúa hasta 1690, en que el Rey designó abad de
Saint Germain a un gran príncipe alemán, al Obispo de Estrasburgo Cardenal Wilhelm
Egon von Fürstenberg.

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Estudiante: ¿El Papado tenía alguna vinculación con la persona designada? Profesor: No,
algunos abades recibían alguna prebenda del Papa, como el cardenalato, pero la
designación de las personas que ocupaban el cargo era atributo exclusivo del Rey de
Francia. Tras la firma del Concordato de 1516, que dio nacimiento a la llamada Iglesia
galicana, el Papa dejó prácticamente de tener injerencia en la designación de las altas
prelaturas de la Iglesia francesa. En la Edad Moderna, el verdadero “Papa” de la Iglesia
francesa era el Rey.
La otra mitad de la reserva del señorío de Saint Germain des Prés, el denominado manso
conventual, era la porción de la cual extraían sus rentas el Prior y los monjes de la abadía.
El Prior era el verdadero jefe espiritual y político de la comunidad. Y en consecuencia era

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quien realmente ejercía la potestad señorial a nivel local. Era elegido por votación secreta
de los monjes, y a diferencia de los abades, que solían permanecer en el cargo hasta su
muerte, ejercían su rol durante un período de tiempo limitado. Los priores no eran, pues,
figuras absentistas.
Amén de una extensa reserva, el señorío benedictino del que estamos hablando contaba con
cientos y cientos de tenencias campesinas bajo régimen enfitéutico, que pagaban cada año
censos en dinero, rentas en especie y tasas de mutación cuando las parcelas cambiaban de
mano. Como se trataba de complejo señorial muy antiguo, las cargas anuales perpetuas
resultaban muy pesadas; de hecho, existían 2 cargas superpuestas: el champart, que
implicaba un porcentaje fijo de la cosecha bruta anual de granos, y el vinage, que era un
porcentaje fijo anual de la cosecha de uvas. Además, todos los habitantes dentro de la
jurisdicción de Saint Germain pagaban el diezmo eclesiástico, que no era un tributo feudal,
pero que funcionaba como una de las grandes rentas del suelo antiguorregimentales, pues
también consistía en la entrega de un porcentaje fijo de la cosecha bruta anual. De hecho, el
diezmo era una carga peculiarmente privilegiada en nuestro período, porque todos los años
el primer recaudador que pasaba por las fincas era el diezmero. Los restantes rentistas del
suelo –la Corona, los señores feudales– cobraban de lo que quedaba. El diezmo
no era una carga feudal técnicamente hablando, pero hay que tomar en consideración que
en el caso de los señoríos eclesiásticos quien la percibía era el mismo que recibía los
tributos señoriales: los monjes de Saint Germain cobraban el diezmo en tanto institución
eclesiástica, y el champart y las demás cargas perpetuas en tanto señores dominicales.
En este señorío benedictino el complejo jurisdicción resultaba tan potente como el
dominical, por lo que se comprueba una vez más la característica distintiva del modelo
franco septentrional. En Saint Germain observamos un señorío banal modélico, “de
manual”: el prior y los monjes detentaban derechos de justicia, y el monopolio del horno y
del lagar. Percibían tasas de mercado: en concreto el forage, que gravaba la compraventa
minorista, un pago en concepto de pesos y medidas, es decir, por vigilar que los
comerciantes no estafaran a sus clientes en las ferias. El señorío también exigía el pago de
peajes, como el roulage, que recaía sobre toda carreta cargada con mercancías que
atravesaba la jurisdicción. La porción del río Sena que atravesaba el señorío era propiedad
de la Abadía, y ello le permitía a los monjes monopolizar los derechos de pesca sobre el río

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y la posibilidad de disponer de los despojos producidos eventuales naufragios. Digamos
también que los únicos ferries autorizados a atravesar el río los que pertenecían a los
monjes, quienes además cobraban por permitir su uso.
Para concluir, y para que vean lo arcaico que era este abadengo, todos los años el
reconocimiento del vasallaje por parte de los campesinos dependientes se realizaba de una
manera muy particular: en las vísperas del santo patrono de cada una de las parroquias,
todos los jefes de familia del terruño era convocados a una asamblea por el juez señorial, el
preboste, reunión durante la cual públicamente reconocían el señorío de los monjes de
Saint Germain des Prés.
Hasta acá lo que quería decir sobre el modelo de señorío franco-septentrional, que como
ven, no agrega nada demasiado novedoso a lo que ya ustedes conocen. Simplemente sirva
la breve presentación de este caso como repaso de lo visto hasta ahora.

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Ahora si pasamos a un tema por completo nuevo: el modelo de señorío inglés. Como ya
adelanté hace unos minutos, se trataba de un modelo por completo desequilibrado, a causa
de la debilidad del complejo jurisdiccional, que marcó fuego al feudalismo local,
convirtiéndolo en un sistema muy diferente del régimen señorial francés.
No podemos comprender las peculiaridades del feudalismo inglés si no nos remontamos a
ese evento fundacional –utilizo el término “evento” en sentido foucaultiano, es decir, para
dar cuenta de un episodio que cambia las relaciones de poder de manera duradera en un
escenario determinado– que fue la invasión normanda de 1066, que alteró para siempre la
historia y el rostro de la isla. De hecho, fue la última vez que Inglaterra pudo ser
exitosamente invadida; muchos lo intentaron después (Felipe II, Napoleón, Hitler) y
fracasaron.
El rol de Guillermo el Conquistador como jefe de un ejército de ocupación –porque éso era
en un comienzo– le permitió reinventar la estructura social inglesa en condiciones que
nunca volverían a repetirse en la historia de Europa Occidental. Este rediseño de la
estructura de clases inglesa que llevaron adelante los normandos quedó plasmado en esa
fuente increíblemente rica en detalles que es el Domesday Book de 1086. A pesar de lo que

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sugiere el título, el documento no es un comentario del Apocalípsis ni nada parecido, sino
que se trata meramente de un enorme catastro territorial, un mega-censo poblacional avant
la lettre .
¿Qué sucedió en aquel lejano año de 1066? El 5 de enero muere el último rey anglosajón,
San Eduardo el Confesor, y lo hace sin descendientes directos, y sin haber dejado
indicaciones claras sobre quién debía sucederlo. La monarquía inglesa por aquel entonces
tenía un carácter fuertemente electivo, por lo que la indefinición del rey difunto suponía
una fuente de conflictos inevitable. La situación en realidad era peor de lo que parece: no es
que San Eduardo no había realizado sugerencias sobre quién debía sucederlo, sino que las
había hecho pero de manera contradictoria y confusa, lo que agravó la crisis sucesoria.
Tres eran los candidatos a sucederlo: uno local y dos foráneos. Los contendientes no fueron
sólo dos, como a menudo se afirma. Participó de la disputa un tercer postulante, muy
importante, porque como veremos en seguida su accionar explica el desenlace final de la
guerra.
El aspirante nativo era Harold Goldwinson, hijo del Duque de Wessex. Harold era por
entonces el hombre más poderoso de Inglaterra después del Rey, pues regía prácticamente
la totalidad del sur del territorio. Además, la casa de Godwin era la que había hecho rey a
San Eduardo. Éste último les debía el trono. Pero además de este factor político, existía un
lazo de parentesco artificial entre el rey difunto y Harold, porque la hermana de este último
estaba casada con San Eduardo. Por razones obvias, Harold era el candidato apoyado por la
aristocracia anglosajona, por la nobleza del reino.
El primero de los candidatos extranjeros era francés: el duque Guillermo de Normandía.
Como todos los príncipes normandos descendía de los antiguos invasores escandinavos.
Guillermo era hijo bastardo del duque Roberto el Diablo, que murió soltero pero que
convivió largo tiempo con una concubina, y de esa unión nació el futuro conquistador de
Inglaterra. En función de lo que veremos dentro de un rato relativo a la historia de Castilla,
va a quedar claro el rol clave que los bastardos jugaron en muchos momentos de la historia
de Europa. La leyenda decía que el duque Roberto era hijo de un demonio íncubo y de una ,
de ahí el apelativo con el que se lo conoce. El argumento de una celebérrima ópera
decimonónica, de la década de 1830, gira en torno de esta leyenda: Robert le Diable, de
Mayerbeer. Por lo tanto, según estas historia apócrifas Guillermo el Conquistador sería

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nieto del demonio. ¿Cuáles eran los fundamentos del Duque de Normandía para aspirar a la
corona inglesa? Era el único de los postulantes que poseía un lazo de parentesco real con el
rey muerto: la madre de San Eduardo era la tía abuela de Guillermo.
Nos queda el tercero de los candidatos que, como dirían los semiólogos, resulta
extremadamente importante a nivel actancial: era el Rey de Dinamarca y Noruega Harald
III ¿Por qué tenía pretensión de suceder a San Eduardo? Porque hasta 1042 Inglaterra había
sido parte del imperio escandinavo. Aquel año los nórdicos fueron expulsados de la isla por
una rebelión anglosajona, que fue la que puso en el trono a Eduardo el Confesor. Fallecido
este último, pues, Harald III simplemente deseaba recuperar una parte de su antiguo
imperio.
Con el apoyo de la nobleza anglosajona, Harold Godwinson, el campeón local, se proclamó
nuevo Rey, de manera unilateral, y subió al trono con el nombre de Haroldo II en enero de
1066. A los pocos días de su entronización pudo observarse en el cielo de Europa el paso
del cometa Halley, que como ustedes saben se deja ver en nuestro planeta cada 76 años.
Ello fue tomado como un mal pronóstico, como el presagio de que el reinado de Harold iba
a durar poco tiempo, profecía que finalmente se cumplió.
Los contendientes extranjeros no aceptaron esta decisión apresurada, y los dos invaden la
isla. Entonces hay 2 invasiones en 1066, y no una sola. El primero en desembarcar fue el
Rey de Dinamarca. En una batalla también relativamente olvidada, la de Stamford Bridge,
del 25 de septiembre de 1066, los ejércitos de Harald y Harold se enfrentaron en campo
abierto, de resultas de lo cual el invasor no sólo fue derrotado sino que perdió la vida.
Con mucha inteligencia, el otro candidato aprovechó entonces la ocasión para protagonizar
su propia invasión, consciente de que no existía ejército en el marco de la guerra pre-
moderna que pudiera soportar dos batallas en el lapso de 3 semanas. Se produce entonces
un segundo choque, la batalla de Hastings, una de las más famosas de todos los tiempos, el
14 de octubre de 1066. Aquí se invirtió el resultado del combate previo: el invasor triunfa, y
el invadido, Harold, pierde no solo la guerra sino la vida.
Bien, dueño del reino por derecho de conquista, Guillermo de Normandía tomó una
decisión que no tiene demasiados precedentes ni consecuentes en la historia de Europa:
procedió a confiscar masivamente a la clase terrateniente aborigen que, en su enorme
mayoría, habría apoyado a Harold Godwinson durante la crisis sucesoria. Las hijas y

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herederas de los antiguos nobles anglosajones pudieron conservar las tierras de la familia,
sólo si aceptaban desposarse con alguno de los vasallos franceses de Guillermo.
Dueño de toda la tierra de Inglaterra, Guillermo diseñó una red muy compacta de
circunscripciones señoriales, que cubría todo el territorio del reino, a excepción del dominio
real. Se trataba de circunscripciones privadas, señoríos dominicales con algo de
jurisdicción, que recibieron el nombre de manors. Al frente de cada uno de estos señoríos
Guillermo colocó a sus vasallos normandos, en calidad de lords of the manor.
De manera simultánea, el Conquistador diseño una segunda red de circunscripciones, que
superpuso sobre la anterior. Se trataba en este caso de circunscripciones de carácter público,
los denominados shires, al frente de cada uno de las cuales puso a funcionarios públicos,
designados por él y cuya comisión podía ser revocada por él, a los que denominó sheriffs.
Estos agentes en la capital de cada condado, ejercían importantes atribuciones de carácter
judicial, fiscal y militar. Los shires son más extensos que los manors; es decir, dentro de
cada una de estas unidades se contaban centenares de manors.
Al mismo tiempo, el régimen normando procedió a dividir y a clasificar a la población no-
noble que habitaba dentro de cada manor, en dos grandes grupos:
1- Los hombres jurídicamente libres, que explotaban tierras que no se consideraban
entregadas por algún grado latifundista. Eran los denominados sokemen.
2- Los siervos, llamados en las fuentes de época villains. Se consideraba que
explotaban tierras cedidas por algún gran propietarios territorial, y por ello estaban
sometidos a corveas y cargas mucho más pesadas que las que eventualmente podían
recaer sobre los sokemen.
Puede que les llame la atención el origen francés de muchas de las palabras usadas para
describir fenómenos sociales propios de la Inglaterra bajomedieval. No debería extrañarnos,
sin embargo. La invasión normanda fue una invasión francesa. El francés era la lengua de
los invasores. Por ello, este fue también el idioma que se habló en la corte inglesa hasta el
siglo XV, por lo menos. Prueba de ello es que el lema de la corona inglesa, adoptado
inicialmente por Enrique V, es una frase en francés: Dieu et mon droit. La primera dinastía
inglesa genuinamente vernácula fueron los Tudor, interregno “nacionalista” que sin
embargo perduró por muy poco tiempo, pues cuando se extinga esta casa el trono recaerá
en otra familia extranjera, los Estuardo de origen escocés. Y luego llegarán a comienzos del

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siglo XVIII los Hannover, una dinastía de origen alemán que llegó a reinar en Inglaterra por
un lejano parentesco con los Estuardo. De los Hannover desciende en línea directa, de
padres a hijos, la actual casa reinante en Inglaterra, los Windsor, que en realidad son una
familia de alemanes que durante la Primera Guerra Mundial decidieron cambiar su apellido,
por la evidente incomodidad que les generaba la guerra con el Segundo Reich (de hecho, el
káiser Guillermo II era primo hermano del rey Eduardo VII y nieto de la reina Victoria).
Volviendo a nuestro tema: como ustedes podrán notar, en los sokemen del Domesday Book
resulta posible identificar a lejanos antepasados de lo que en la Edad Moderna eran los
freeholders ingleses, es decir, los propietarios alodiales; mientras que en los villains
podemos identificar a una suerte de predecesores de los copyholders, los enfiteutas del
campo inglés temprano-moderno.
Ahora bien –y ésto que sigue es quizás lo más importante de esta configuración social
específica: a partir de la invasión normanda, los villains, es decir, los siervos que habitaban
en cada manor, quedaron de forma excluyente sometidos a la jurisdicción de la justicia del
señor feudal local, a la justicia manorial, sin derecho de apelar sus sentencia ante el sistema
de justicia público, ante los tribunales de condado presidido por el sheriff. Los sokemen, por
el contrario, aún cuando habitaran dentro de un manor, no quedaron bajo la jurisdicción
excluyente del tribunal del lord of the manor, sino que tuvieron acceso al sistema de justicia
público. Se discute en el presente si los sokemen eran efectivamente hombres libres, o una
suerte de categoría intermedia entre éstos y los siervos. También existen diferentes
posiciones respecto de si estaban sometidos o no a la jurisdicción manorial. Cualquiera sea
el caso, lo cierto es que su dependencia respecto del régimen señorial normando era
notablemente inferior a la que debían padecer los villains.
Me permito ahora hacer una aclaración importante: un siglo después de la conquista
normanda, a mediados del siglo XII, en tiempos de Enrique II Plantagenet, fundador de la
dinastía que sucede a la de los normandos –dinastía que también era de origen francés: así
como Guillermo fue Duque de Normandía antes de ser Rey de Inglaterra, Enrique II fue
Conde de Anjou antes de acceder a dicho trono–, el esquema de shires y sheriffs fue
reemplazado por el célebre assize system, que en rigor de verdad no es más que un
refinamiento del sistema de justicia publica normando. La novedad que introducen las
courts of assizes fue el carácter itinerante de los tribunales. El territorio inglés se dividió en

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varios circuitos (seis en la Edad Moderna), que abarcaban varios shires, lo que obligaba a
los jueces a sesionar en diferentes ciudades en distintos momentos del año. Este sistema
continuo vigente en Inglaterra hasta 1972.
Bien, en función de lo dicho hasta ahora, creo que ustedes entenderán por qué en Inglaterra
la jurisdicción feudal nació muy débil desde el origen mismo del sistema. Acabamos de
constatar, por de pronto, que los lords of the manor sólo tenían derechos de justicia
excluyentes sobre una parte de la población de cada manor, sobre la población
jurídicamente no-libre, dado que los sokemen tenían la opción de presentarse ante los
magistrados que dictaban sentencia en nombre de la corona. A ello hay que agregarle otras
limitaciones que la fuerte monarquía inglesa heredera de la conquista normanda le fue
imponiendo a los detentadores privados de parcelas de poder público. En primer lugar,
Guillermo el Conquistador se proclamó señor de todos los castillos y fortalezas del reino, y
con ello bloqueó la posibilidad de que se patrimonializaran los principales medios de
coacción física a nivel local; en la mismísima época, como sabemos, la usurpación de
castillos y fortalezas estaban dando nacimiento al señorío banal en Francia.
Otra limitación a la jurisdicción señorial en Inglaterra, más bien simbólica pero no por ello
menos importante, fue la prohibición que impedía a los titulares de los manors erigir en las
capitales de sus estados horcas, patíbulos, cadalsos, picotas, cepos…
Y por último, tenemos que recordar que esta configuración sociopolítica específica impidió
a los señores ingles establecer monopolios en sus jurisdicciones, cobrar peajes o exigir el
pago de tasas de mercado. Ustedes recordarán que la semana pasada yo identifiqué cuatro
grandes atributos que los señores banales ejercen en la Edad Moderna en Europa
Occidental: derechos de justicia, monopolios, peajes y derechos de mercado. Pues bien, de
los cuatro, solamente uno era ejercido por los señores feudales ingleses, con la aclaración
de que, para colmo de males, estos derechos judiciales sólo regían sobre una parte de la
población de cada manor. Jugando un poco con cifras y proporciones, cabría decir entonces
que los señores feudales ingleses tenían apenas un octavo de los poderes públicos que de
manera legítima ejercían sus colegas continentales en nuestro período.
Por ello son muchos los autores que directamente afirman que nunca existió el señorío
jurisdiccional en Inglaterra, no por lo menos como Duby define al señorío banal para el
norte de Francia. Y entonces se entiende por qué los señores feudales ingleses, para

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reproducirse material y económicamente como grupo de poder, no pudieron recostarse
sobre el fisco privado sino que tuvieron que descansar sobre la propiedad de la tierra. En
Inglaterra, de la Baja Edad Media en adelante, los señores siempre fueron mucho más
latifundistas que pequeños monarcas subrogantes.

Voy a ejemplificar el modelo inglés con un estudio de caso, muy rico en matices y en
información relevante. En Inglaterra los manors eran por lo general estructuras
relativamente poco extensas, discontinuas y fragmentadas. Por lo tanto, en aras de analizar
un caso particular no resulta posible elegir señoríos particulares. No queda más remedio
que elegir una región o provincia más extensa. Y es lo que vamos a hacer. Veremos a
continuación cómo funcionaba el feudalismo en el siglo XVI, a principios de la Edad
Moderna, durante la era de los Tudor, en el nordeste del condado de Norfolk. Se trataba de
un shire oriental, recostado sobre el Mar del Norte, próspera y rico, que con el tiempo
resultaría clave para el desarrollo de la revolución agrícola del siglo XVIII (de hecho, el
sistema de rotación cuatrienal, que es el corazón de esta transformación agraria, recibía
también el nombre de “sistema Norfolk”, porque empezó a imponerse en este condado
específico).
Lo que voy a hacer en los próximos minutos es presentar de manera sintética los
lineamientos de una tesis doctoral, publicada hará unos 15 años por la Universidad de
Oxford. La historiadora responsable de la investigación fue Jane Whittle.
Debemos preguntar, antes que nada, si en los manors del nordeste de Norfolk durante el
siglo XVI existían complejos dominicales relevantes. La respuesta no puede sino resultar
afirmativa. De hecho, el régimen de propiedad de la tierra era muy complejo en el condado.
Podemos identificar cuatro clases diferentes de tierra dentro de cada manor:
1- Las reservas señoriales, denominadas demesnes, las únicas tierras de las cuales un
lord era realmente propietario dentro de su manor.
2- Las tenencias enfitéuticas bajo dominio dividido, que configuraban la denominada
customary land (equivalente al censive de los franceses).
3- Los bienes comunales o common land, un tipo de propiedad colectiva
absolutamente fundamental para la reproducción económica de la aldea campesina.
4- Los alodios, que configuraban la free land, donde habitaban los freeholders.

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Fíjense que lo que nosotros sospechábamos a nivel general, se confirma a partir del caso
particular de Norfolk: que los sokemen del Domesday Book eran en algún sentido los
predecesores de los freeholders de la Edad Moderna, y que los villains eran los
antepasados, conceptualmente hablando, de los copyholders ¿Por qué decimos que el caso
de Norfolk permite comprobar esta sospecha? Bueno, ustedes saben que la servidumbre en
Inglaterra empieza a retroceder de manera drástica en el transcurso del siglo XV, con
relativo retraso respecto de lo que venía sucediendo desde hacía ya varios siglos en Francia.
En Norfolk, de hecho, la última referencia escrita a corveas exigidas por un señor a sus
siervos aparece en un documento de 1440-1441. Para 1560, en todo el noroeste de Norfolk,
existía una única familia de siervos en un único manor. Queda claro que, al igual que
sucedía en gran parte de Inglaterra, en tiempos de Shakespeare la servidumbre era un
resabio del pasado en los condados prósperos del este. Pero lo que a mí me interesa es otra
cosa. Me interesan las fuentes del condado de Norfolk de la segunda mitad del siglo XV,
cuando la servidumbre era aún un fenómeno demasiado fresco en la memoria colectiva,
porque recién estaba comenzado a retroceder. Pues bien, en las fuentes de Norfolk de las
décadas de 1450,1460, 1470, ¿qué nombre recibían las tenencias enfitéuticas libres, no
serviles? Se las denominaba con 3 términos, absolutamente intercambiables, como si fueran
sinónimos. Por un lado el termino copyhold, que no puede sorprendernos porque es el que
se utilizará durante toda la Edad Moderna. Pero también aparecen las expresiones terra
nativa y bond land. ¿Qué eran estas dos últimas referencias? Eran el término en latín y en
inglés, respectivamente, que en la Baja Edad Media inglesa se usaba para describir a las
tenencias serviles. Observen ustedes como la etimología resulta siempre delatora. Para
nominar al tipo de tenencia campesina dependiente post-servil, las fuentes de época, por
inercia, seguían empleando los términos que hasta hacía poco se usaban para describir a las
fincas de los productores no libres. Es una prueba bastante concluyente del origen servil de
la mayoría de los copyholds de la Edad Moderna.
Resulta muy impresionante comprobar cómo en la Inglaterra de los Tudor sobreviven
todavía rastros indiscutibles del esquema socioeconómico impuesto por la conquista
normanda quinientos años antes ¿A qué me refiero? En cada manor de Norfolk –e insisto
en que esta característica no es exclusiva de esta región sino que es propia de todos los
condados del Reino– los copyholders o enfiteutas, para todo lo relacionado con sus

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tenencias bajo dominio dividido, seguían sin tener acceso al sistema de justicia público, al
assize system, aunque ya fueron hombres libres. Por el contrario, los freeholders, aún
cuando habitaran en un manor, para todo lo relativo a sus tierras no estaban sometidos al
tribunal del lord local. Si la justicia manorial los citaba, no tenían obligación de asistir.
Para terminar con el análisis del señorío dominical en el Norfolk del siglo XVI, debo
aclarar que la identificación de 4 tipos de tierras diferentes dentro de cada señorío resulta
bastante artificial, porque en la práctica todos los regímenes estaban muy entremezclados.
Yo estoy obligado a simplificar todo lo que puedo el panorama, porque de lo contrario no
podría armar una clase inteligible. Pero si nos ponemos a analizar con detenimiento los
documentos de la época, vamos a comprobar el carácter estructuralmente caótico y
anárquico de la estructura socioeconómica de los manors. En el nordeste de Norfolk, una
comunidad campesina típica incluía porciones de diversos manors, y un señorío típico
incluía porciones de diversas comunidades campesinas. Los distintos tipos de tenencias se
hallaban entremezclados de forma inextricable. Muchos copyholders habían comprado
freeholds, y muchos freeholders habían comprado copyholds. Podía ocurrir que una misma
persona ejerciera ambos roles, lo que sucedía si, por ejemplo, un enfiteuta compraba tierra
alodial, o si un freeholder compraba una porción de suelo bajo dominio dividido. Todas las
combinaciones eran posibles. En el manor de Hevingham Bishops había una única aldea,
pero esa aldea no era la de Hevingham Bishops; por razones difíciles de reconstruir con
precisión, el terruño que daba nombre al señorío por entonces formaba parte de un dominio
feudal vecino. En el manor de Sally Kirkhall, detectamos la presencia de una reserva y de
freeholders pero ningún indicio de que existieran copyholders. He aquí un raro caso de
señorío dominical sin customary land o censive, y por ende sin enfiteutas. La
subinfeudación había sido frecuente en el pasado, por lo que muchos señoríos funcionaban
adentro de otros señoríos. La reserva del manor de Saxthorpe Loundhall incluía terrenos de
11 terruños diferentes y de 11 parroquias distintas. Era también muy común que muchas
grandes familias ejercieran la titularidad al mismo tiempo de varios manors, que era lo que
pasaba con los Bolena, el linaje de la segunda de las seis esposas de Enrique VIII.
Hasta acá la descripción del señorío dominical en Norfolk en el mil quinientos. ¿Existía el
señorío jurisdiccional en este condado en la era de los Tudor? Si, pero con las debilidades
que ya sabemos, porque la jurisdicción señorial estaba limitada a derechos de justicia que

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sólo se ejercían sobre una parte de la población de cada manor ¿Sobre cuál, si por entonces
ya no existian los siervos? Sobre los enfiteutas o copyholders.
Hay que aclarar, sin embargo, que incluso esta facultad judicial, ya de por sí muy pobre, se
vio recortada a comienzos de la Edad Moderna en Inglaterra. Se trata de un fenómeno que
trasciende la historia del condado de Norfolk, pues afectó a la totalidad del reino ¿A qué me
refiero? En 1483, la corona –en tiempos de las últimos representantes de la Casa de York, a
poco de finalizar la Guerra de las Dos Rosas– adoptó una decisión, muy moderna en
términos jurídicos, que supuso la abolición de facto del fuero penal en manos de los lord of
the manors. Aquel año la monarquía levantó la obligación que hasta entonces tenían los
enfiteutas cuando, sospechados de haber cometido un delito, eran citados por la justicia
manorial, de declarar bajo juramento antes los magistrados feudales. Nosotros, formados en
las tradiciones del derecho liberal, y en un contexto en el que sabemos que nadie está
obligado a auto-incriminarse, hallamos natural lo que en el marco del derecho pre liberal no
lo era. Ahora bien, esta decisión de la corona inglesa privó a la justicia feudal local de una
herramienta de coacción y de disuasión, de una herramienta de presión sobre el pequeño
campesino dependiente muy potente, porque de allí en más el sospechoso podía mentir u
ocultar información (pues no estaba obligado a auto-acusarse), y sin embargo no se lo podía
sancionar por ello. Como en Inglaterra la common law prohibía el uso del tormento judicial
en la dilucidación de los delitos comunes, si un sospechoso no estaba obligado a declarar
bajo juramento, entonces quien debía construir la prueba jurídica era el sistema judicial. Y
para ello hacía falta una estructura de investigación que los manors no poseían ni podían
costear de manera individual, pero que sí estaba al alcance del sistema de justicia público o
assize system.
Las consecuencias de esta decisión adoptada por la monarquía pronto se hicieron sentir. El
efecto fue casi inmediato. En el nordeste del condado de Norfolk, el último caso de robo
tratado por un tribunal feudal, que no involucrara a la propiedad del señor y en el cual el
sospecho fuera un enfiteuta, data de 1494. A partir de entonces, los delitos contra la
propiedad o contra las personas, aunque fueran cometidos por enfiteutas residentes en algún
manor de Norfolk, fueron abordados por el sistema de justicia público.
Entonces, en la práctica, la justicia feudal en la Edad Moderna en Inglaterra se limitó al
ejercicio del fuero civil, es decir, a resolver conflictos entre copyholders que no implicaran

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la comisión de un delito: deudas impagas, disputas por transferencias hereditarias, atraso
en el pago de los cánones enfitéuticos, daño infligido a la propiedad del señor, violaciones a
las normas que regían el trabajo en el open field, dudas por el trazado de los límites entre
propiedades vecinas, etc.
La prueba contundente de que la justicia feudal esta patéticamente en decadencia en
Inglaterra a comienzos de la Edad Moderna –vemos que estamos en las antípodas de lo que
sucedía en Francia en el mismo período, tal como pudimos comprobarlo hace una semana a
propósito del ducado de La Vallière– la hallamos en la drástica reducción de la cantidad se
días al año en que sesionaban estas cortes. Para 1350, cuando todavía existía la servidumbre
y los tribunales tienen los medios coactivos para castigar delitos comunes, en promedio las
cortes manoriales de Norfolk sesionaron 17 veces al año, es decir, cada 3 semanas. Está
claro que por entonces la justicia feudal era una institución muy activa. Un siglo después,
en 1450, las cortes manoriales se reunían 6 veces al año, es decir, aproximadamente cada 8
semanas. Finalmente, para 1550, cuando no solamente ya no había servidumbre sino que
además estos tribunales habían perdido la capacidad de perseguir crímenes comunes, las
cortes manoriales de Norfolk se reunían 2 veces al año, una vez cada 26 semanas.
En aras de la precisión histórica, cabe decir que en algunos manors de Norfolk durante el
siglo XVI, los lords lograron que su figura continuara asociada al ejercicio de la justicia
penal ¿Por qué? Porque en algunos señoríos existían y funcionaban las llamadas leet
courts, instaladas dentro de cada señorío, y cuyo titular era el lord of the manor, pero que
dictaban sentencias en nombre del Rey en lugar de hacerlo en nombre de un señor
particular. Eran tribunales que formaban parte del sistema de justicia público, como si
fueran anexos del assize system. Entonces, aunque estuviera presididas por un señor feudal,
la leet court era una institución de otro orden, pues en ellas los señores actuaban como
representantes del Rey, como funcionarios públicos. De todos modos, no exageremos
demasiado la diferencia entre ambas clases de magistraturas. En el entorno rural yo veo
muy poco probable que los campesinos pudieran diferenciar en qué momento el lord local
actuaba como señor feudal y en qué circunstancia lo hacía como agente de la monarquía.
Por ello, allí donde existían, las leet courts contribuyeron a que en el imaginario colectivo
de la comarca la figura del lord of the manor continuara asociada al ejercicio de derechos
de justicia; pero con el matiz, no menor, de que no se trataba de una justicia feudal.

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Estudiante: ¿Podían juzgar delitos penales? Profesor: Si, por supuesto. Incluso juzgar y
aplicar la pena capital.

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Bien, pasemos ahora a presentar el modelo castellano de señorío, que es el opuesto al


modelo inglés. En el esquema que nos aprestamos a analizar el componente jibarizado era
el dominical, y el sobre-desarrollado era el jurisdiccional.
Yo comenzaría diciendo lo siguiente: a excepción de los extensos señoríos del extremo
norte de la Península Ibérica –me viene a la mente el caso paradigmático de Galicia, por
ejemplo, que tenía una estructura socioeconómica muy arcaica– la mayoría de los cuales
eran dominios eclesiásticos, en particular abadengos, la abrumadora mayoría de los
señoríos laicos del centro y del sur del territorio español eran de creación muy reciente (si
miramos el fenómeno desde la Edad Moderna) o muy tardía (si lo miramos desde la Edad
Media). Casi ninguno antecede de manera cierta a ese evento clave para la historia
castellana tardo-medieval que es el famoso golpe de estado Trastámara de 1369. Y ésto
¿qué significa? Que para mediados del siglo XIV el grueso del suelo de Castilla era de
realengo, no estaba señorializado ni contaba con señoríos feudales.
Pues bien, a partir de allí, Castilla experimentará dos fases agudas de retroceso del realengo
o lo que es lo mismo, dos fases agudas de señorialización del espacio, durante las cuales la
monarquía comenzó a comerle kilómetros cuadrados al realengo para crear, a partir de él,
nuevos dominios feudales.
La primera de estas fases se relaciona con la grave crisis de legitimidad con el que asume la
Corona en 1369 esa dinastía usurpadora que fue la Casa de Trastámara. Se trata, como
ustedes saben, de la segunda de las dinastías que reinan en Castilla. La primera casa que
rige los destinos de este reino, de hecho la que lo funda, es la llamada dinastía de Borgoña.
A ésta la sucede la casa Trastámara, que reina poco tiempo, pues sus últimos representantes
fueron los Reyes Católicos (cabe aclarar que a partir de la década de 1410 los Trastámara
pasaron a reinar también en Aragón; Isabel y Fernando, de hecho, eran parientes muy
cercanos, y por ello debieron pedir una dispensa al Papa para poder contraer matrimonio). A
la Casa de Trastámara le sigue la Casa de Habsburgo, reemplazada a su vez a comienzos del

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siglo XVIII por la Casa de Borbón, que continúa en el trono hasta el presente.
¿Qué sucedió en 1369? Un hecho trágico familiar. El Rey legitimo, Pedro I el Cruel, fue
destronado y asesinado por su medio hermano Enrique de Trastámara, que como
consecuencia de este hecho se convirtió en el nuevo Rey con el título Enrique II. Las
razones del apelativo con el que se conoce al Rey Don Pedro se comprenden claramente a
poco que nos adentramos en su biografía; aunque cabe aclarar que el mote de “el Cruel” le
fue impuesto por sus enemigos, dado que sus seguidores lo llamaban “el Justiciero”. Don
Pedro era sin dudas un hombre particularmente violento y salvaje. Tenía la costumbre de
mandar a asesinar a los familiares de los potentados que se atrevían a desafiarlo, con lo cual
el listado de víctimas inocentes de sus arrebatos de ira resulta muy extenso. No dudaba en
mandar eliminar a sus propios familiares de sangre, si lo creo necesario. Por ejemplo, en un
momento, para vengarse de su primo hermano Fernando de Aragón, ordenó el asesinato de
la madre y del hermano de este príncipe. El período más intenso de sus matanzas es aquel
que va de 1358 a 1360. Castilla vivió por entonces un verdadero baño de sangre. Hay
muertes que Pedro I ordenó de las cuales, hasta el día de hoy, se ignora con precisión las
causas. Documentalmente no se logra entender el porqué. Era particularmente sádico en los
mecanismos de ejecución que ordenaba. Por ejemplo, poco antes de la Batalla de Nájera, un
fraile del Convento de Santo Domingo de la Calzada pidió una audiencia con el Rey don
Pedro, para contarle el sueño que había tenido: mientras dormía el fraile había sido visitado
por el mismísimo Santo Domingo, quien le encargó la misión de informarle al Rey que
debía cesar la guerra contra su medio hermano Enrique de Trastámara, pues de lo contrario
éste terminaría ultimándolo con sus propias manos. Horrorizado por la amenaza, e irritado
contra el supuesto visionario que le transmitía el mensaje, ordenó quemarlo vivo delante de
su propia tienda de campaña.
La guerra civil entre el rey legitimo Pedro I y su medio hermano Enrique se convirtió en
una prolongación de la Guerra de los 100 años, que estaban por entonces protagonizando
Francia e Inglaterra. Se había producido una remisión temporaria del conflicto secular en
territorio francés, y entonces la guerra se trasladó por unos años al territorio castellano.
Castilla tenía una flota muy importante, más aún que la que tenían Francia e Inglaterra, y
consecuentemente ambas monarquías perseguían el apoyo ibérico. El rebelde Enrique de
Trastámara recibió el apoyo por Francia, y Pedro I obtuvo la ayuda de Inglaterra. En

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realidad, Enrique no fue apoyado por Francia como entidad política, sino por un grupo de
mercenarios franceses, que aprovechando la interrupción del conflicto en su suelo natal
cruzó los Pirineos: se trataba del condotiero Bertrand Du Guesclin y de sus Compañías
Blancas. Don Pedro, en cambio, sí fue apoyado de manera oficial por la corona inglesa. De
hecho, el Príncipe de Gales Eduardo de Lancaster, el famoso Príncipe Negro, que hubiese
sido Rey si no se hubiera muerto antes, desembarcó en Castilla con una ingente cantidad de
hombres y recursos materiales para la causa del rey castellano. Gracias a este apoyo
foráneo Pedro I gana una primera batalla en 1367, la de Nájera antes mencionada. Pero
después de este enfrentamiento se rompen las relaciones con Inglaterra, porque Castilla no
pagó los recursos que su aliado le había proporcionado. El Príncipe Negro abandonó
entonces Castilla, con lo cual Don Pedro quedó librado a su suerte. La Batalla de Montiel,
del 14 de marzo de 1369, tuvo un resultado inverso a la anterior. El rebelde don Enrique
venció a su medio hermano, el Rey, que se vio obligado a refugiarse en el castillo de
Montiel. La resolución de la crisis resulta digna de Game of Thrones o de cualquiera de
estas series de inspiración pseudo-medieval que están ahora de moda. Creyendo que iba a
ser más fácil negociar con Beltrán Du Guesclin que con su hermano, Pedro el Cruel pactó
una entrevista con el mercenario francés, de resultas de la cual cayó en una trampa. Du
Guesclin le hizo creer que iba a colaborar en su escapatoria, pero en realidad, mediante
ardides, en lugar de conducirlo a un sitio seguro lo terminó guiando a la mismísima tienda
de campaña del comandante triunfante, del conde Enrique de Trastámara. Cuando se vieron
cara a cara, los dos hermanos se trenzaron en singular combate. Según el relato tradicional,
don Pedro estaba a punto de doblegar a su rival cuando intervino Bertrand Du Guesclin: el
mercenario tomó al Rey por el pie, inmovilizándolo, mientras formulaba la célebre frase “ni
pongo ni quito rey, pero ayudo a mi señor”. Don Enrique aprovechó entonces la
circunstancia para propinar varias puñaladas a Pedro, que murió en el acto.
Dueño de la situación, Enrique de Trastámara se ensañó con el cuerpo del vencido: le cortó
la cabeza y la arrojó a una zanja, al tiempo que ordenó colgar el cuerpo decapitado en las
almenas del Castillo de Montiel. El motivo de semejante barbarie reside sin dudas en varias
de los abusos pretéritos del monarca muerto: entre las víctimas inocentes a las que había
ordenada asesinar en el pasado se encontraban tres hermanos de don Enrique (que además
también eran medio-hermanos del propio Pedro el Cruel).

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Estudiante: Allí también mata a su madre ¿No? Profesor: No, Leonor de Guzmán, madre
de todos los Trastámara y amante de Alfonso XI, fue asesinada aparentemente por orden de
la Reina María de Portugal, que había sido la legítima esposa de Alfonso, y
consecuentemente madre de Pedro el Cruel. ¿Ven lo que digo? Parece uno de los capítulos
más truculentos de Juego de Tronos.
Volviendo a lo importante ¿qué es lo que me interesa de todo esto? El hecho clave acá es
que Enrique II asume la Corona de Castilla en 1369 con todas las manchas y tachas que el
código de honor mediterráneo y que la ideología nobiliaria eran capaces de imaginar para
un gran aristócrata. ¿Por qué? ¿Quién era en definitiva el nuevo Rey Enrique II? Para
empezar, era un vasallo felón. Su primer delito era la felonía, pues se había sublevado
contra su señor natural. En segundo lugar era un fratricida, porque apuñaló a su medio
hermano. En tercer lugar era un regicida, porque su hermano era ni más ni menos que el rey
legítimo. Y en cuarto lugar, por si fuera poco, Don Enrique era un bastardo –como varios
siglos antes Guillermo el Conquistador–, pues era hijo extra-marital de Alfonso XI. Había
nacido de la larga convivencia entre este rey y su favorita Leonor de Guzmán, con quien
tuvo 10 hijos. Hay una opera de Donizetti de la década de 1840, La Favorita, que tiene
como protagonistas a estos personajes (pero que deforma los acontecimientos históricos de
manera muy grosera).
Bien, para neutralizar este pecado original, este defecto de fábrica de la dinastía Trastámara,
Enrique II y sus herederos inmediatos no tuvieron mejor idea que crear señoríos allí donde
no existía ninguno, es decir, comerle metros cuadrados al realengo, para cederlos
graciosamente a sus seguidores, dotando de esa manera a la nueva dinastía con una base
social que no tenía y a la que necesitaba urgentemente. Alguna vez aludí a la creación
“desde arriba” de una nobleza nueva en la Castilla tardo-medieval. Pues bien, dicho
proceso se relaciona en gran medida con esta creación de nuevos dominios feudales a la
que me estoy refiriendo. No por algo a Enrique II se lo conocía también con el mote de
“Enrique II el de las mercedes”.
La segunda fase de retroceso dramático del realengo castellano fue protagonizada por la
dinastía de los Habsburgo, y en este caso, no por un déficit de legitimidad sino por un
déficit en las cuentas fiscales, el ahogo crónico que afectaba a la monarquía española como
a todas las monarquías en la Edad Moderna, esencialmente por el costo que la guerra

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moderna, infinitamente superior al de la guerra medieval. El problema comenzó ya en
tiempos de Felipe II, que declaró la bancarrota unilateral del estado en 3 oportunidades.
Pero la situación se agravó con Felipe III y con su Felipe IV, los denominados Austrias
Menores. Para intentar resolver esta falta de recursos, los reyes Habsburgo empezaron
también a crear señoríos nuevos donde antes no había ninguno, pero esta vez, no para
regalarlos sino para subastarlos y venderlos al mejor postor.
Ahora bien, las dos clases de señoríos nuevos castellanos, los fundados por los Trastámara
para conseguir seguidores y los fundados por los Habsburgo para conseguir fondos, tenían
como característica común el hecho de que nacían en regiones en las que la propiedad de la
tierra en manos de pequeños y medianos productores libres estaba muy consolidada desde
los tiempos de la Reconquista. Entonces, a menos que estos señoríos nuevos se crearan
sobre yermos y despoblados –tierra vacía–, algo que por lo general no sucedía, podía darse
el caso de que estos nuevos dominios fueran meros señoríos jurisdiccionales, pues se
creaban en regiones donde la tierra ya pertenecía a otros. Podía suceder que el titular del
nuevo señorío que acababa de crearse, al menos en un comienzo, dentro de esa misma
jurisdicción en la cual tenía el legítimo derecho de ejercer poderes públicos no fuera
siquiera dueño de un metro cuadrado de tierra. Sería de allí en más un pequeño monarca
subrogante dentro de una jurisdicción cuya tierra no era de él, sino de otros.
Si estos nuevos señores feudales deseaban fabricarse un señorío dominical dentro de sus
jurisdicciones, tenían que empezar un proceso lento de acaparamiento de tierras, que iba a
llevar varias generaciones, y que fue efectivamente lo que sucedió. Para 1750, los herederos
de estos señoríos nuevos creados cien o ciento cincuenta años antes, ya tenían un latifundio
constituido dentro de sus jurisdicciones. Pero notamos que les había llevado muchos años
conseguirlo.
Todo ésto explica la debilidad dominical de los señoríos feudales en Castilla. Tal es así que
no se conoce ningún señorío castellano en los siglos XVI o XVII, cuyo componente
dominical (es decir, la reserva más la enfiteusis) le generara a su titular más del 30% de los
ingresos que potencialmente dicho dominio debía producir. El techo de los ingresos que
generaba el componente dominical en un señorío con estas características era del 30% (y la
mayoría de las veces era mucho más bajo, esa cifra recién se alcanza en el siglo XVIII, tras
varias generaciones de acaparamiento de tierras por parte de los titulares de la jurisdicción).

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Ergo, si la clase feudal castellana quería reproducirse económica y materialmente como
grupo de poder, tenía que descansar sobre el fisco privado o señorío jurisdiccional, y no
sobre la propiedad de la tierra.
Pero acá irrumpe otro problema. Para que el señorío jurisdiccional pudiera en Castilla
generar a los señores una cantidad grande de recursos, que cubriera el 70% de los ingresos
que la tierra no podía ofrecer, pues entonces el señorío jurisdiccional tenía que funcionar
con toda su potencia en el reino. Sin embargo, existían dos límites objetivos que impedían
que el señorío banal “a la francesa” se desplegara de esa forma en suelo castellano. Cuando
digo señorío banal a la francesa estoy pensando en la pesada acumulación de tributos
derivados de la justicia feudal, los monopolios, los peajes y las tasas de mercado.
¿Cuáles eran estos dos límites históricos objetivos? El primero tiene que ver con el tipo de
campesinado que habitaba en Castilla. Dado que aquellos eran señoríos de creación muy
reciente, resultaba políticamente imposible exigirle a un campesinado libre, orgulloso de
sus libertades y pleno propietario de sus tierras –no eran enfiteutas-, a un colectivo que
durante siglos había estado orgulloso de depender directamente de la monarquía y no de un
señor particular (y a quienes de repente se les comunicaba que porque el Rey tenía
problemas financieros había decidido vender pueblos a un particular, fabricando sobre ellos
una jurisdicción privada que hasta entonces no existía; este fenómeno de señorialización se
conocía en la época precisamente con el nombre de “venta de pueblos”), resultaba
políticamente imposible, digo, exigirle a este campesinado el pago del interminable listado
de tributos feudales derivados de la jurisdicción que hasta ese entonces no existían en dicho
territorio: los monopolios de toda clase y color, los derechos de justicia y tránsito, las tasas
de mercado, etc.
El segundo límite que el señorío jurisdiccional clásico hallaba en Castilla para desplegar
todo su potencial era la mismísima monarquía. La corona desde los tiempos de los Reyes
Católicos venía impulsando un proceso de reforzamiento del poder central y de
debilitamiento del poder político –no del poder económico– de la nobleza feudal. Y claro,
permitir que en Castilla se desplegara el señorío jurisdiccional a la francesa hubiera
contradicho de manera evidente, estos esfuerzos centralizadores de la monarquía proto-
absolutista española.
Así planteado, parecería que el problema no tenía solución, que los señoríos en Castilla

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estaban irremediablemente condenados a resultar inviables en términos económicos, porque
no tenían tierras suficientes para generar ingresos abundantes y porque el señorío
jurisdiccional clásico que hubiera compensar este defecto no podía funcionar a pleno en la
región. Existía, sin embargo, una única salida posible, y fue de hecho la que eligió la
Monarquía. Esta única salida consistía en que la Monarquía creara una jurisdicción nueva
para estos flamantes señores, una jurisdicción no feudal o no señorial, que produjera los
recursos que la vieja jurisdicción banal no podía ofrecer. Acá había que ser ingeniosos,
había que inventar, y la corona lo hizo. Junto con la creación de los nuevos señoríos, la
monarquía comenzó a concederles a sus titulares el derecho a percibir, fronteras adentro de
cada jurisdicción, una serie de impuestos que eran una prerrogativa excluyente de la
corona, impuestos que nada tenían de tributos feudales, que eran genuinas regalías –atributo
excluyente de la fiscalidad regia–, y que sin embargo el Rey permite que fueran percibidos
por los señores en sus dominios.
Se trataba, en principio, de dos impuestos: las alcabalas y las tercias. Las alcabalas eran un
impuesto indirecto, universal, de muy amplio espectro, que gravaba todo lo que podía
comprarse o venderse en los pequeños mercados rurales. Una suerte de IVA generalizado.
Mientras que las tercias eran una imposición de carácter más directo: como el nombre lo
sugiere, se trataba del 33% del diezmo eclesiástico que el Papado había cedido a los reyes
castellanos como premio por el rol que habían tenido en la lucha contra los musulmanes.
¿Qué significaba en concreto este traspaso de derechos fiscales de la corona a los señores
castellanos? Si un labrador castellano vivía en una aldea de Extremadura circa 1630, en un
término rural que caía dentro del realengo –fuera de todo señorío-, cuando iba al mercado y
pagaba las alcabalas, ese dinero terminaba directa o indirectamente en Madrid, en las arcas
regias. Lo mismo sucedía cuando una vez al año el recaudador pasaba por su finca a cobrar
las tercias: el dinero terminaba en manos del Rey o de sus agentes autorizados. Por el
contrario, un campesino de características similares pero que habitaba en una aldea que se
hallaba dentro de una jurisdicción señorial, cada vez que acudía al mercado y pagaba las
alcabalas, el dinero permanecía en poder del fisco señorial; y lo mismo ocurría cuando
pagaba las tercias. Se trataba en ese segundo caso de recursos que pasaban a alimentar el
tesoro feudal antes que el tesoro regio.

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Voy a tratar de probar ahora que el modelo de señoría castellano existía realmente y que se
trata meramente de una construcción abstracta. Para ello me propongo comprar la
estructura de ingresos de 3 señoríos en 3 regiones diferentes de Castilla hacia 1750. Escojo
a propósito el siglo XVIII, para darle tiempo a los nuevos señoríos de que acumulen un
patrimonio inmobiliario propio dentro de cada jurisdicción. Para realizar este contraste
elegí un señorío del centro peninsular, otro ubicado en el norte, y un tercero ubicado en el
extremo sur de Castilla. Veremos entonces como, con sus respectivos matices, el modelo de
señorío castellano se cumple en los tres casos.
Cuando hablo de comparar me refiero a contrastar qué porcentaje de los ingresos anuales
generados por cada señorío provenían del complejo dominical (reserva + enfiteusis), de la
jurisdicción señorial a la francesa (justicia + monopolio + peajes + tasas de mercado) y de
la jurisdicción extra-señorial (alcabalas + tercias).

Complejo Jurisdicción Jurisdicción


dominical tradicional extra-señorial
Marquesado de Cuéllar 33,5% 0.5% 66%
(Segovia)
Condado de Aguilar 10,2% 37,9% 51,8%
(La Rioja)
Ducado de Osuna 37,6% 4,9% 57,4%
(Andalucía)

Fíjense ustedes la estructura de ingresos que en 1751 tenía un señorío ubicado en el centro
geográfico de la Península Ibérica. Me refiero al Marquesado de Cuéllar, en la provincia de
Segovia, en Castilla la Vieja ¿Qué porcentaje del ingreso generado por este señorío aquel
año provino de la tierra, es decir, del complejo dominical? El 33,5%. Como podrán
observar, estamos muy cerca del techo del 30% al que aludimos hace unos minutos; y ello
porque estamos a mediados del siglo XVIII, lo que significa que los titulares del
marquesado tuvieron tiempo suficiente para acaparar tierras y construir un fondo dominical
propio. Por el contrario, como podrán ver la jurisdicción clásica, a la francesa,
prácticamente no existía en Cuellar en 1751; en el marquesado no regían los monopolios,
las tasas de mercado ni los peajes. Solamente se pagaban algunos exiguos derechos de
justicia. En consecuencia, la principal fuente de ingresos de este dominio feudal tardío era

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la jurisdicción extra-señorial, que generaba el 66% de la riqueza que cada año terminaba en

poder del linaje propietario del marquesado. Me refiero, como ya sabemos, a las tercias y
alcabalas. Las cifras son contundentes. De hecho, gracias a que las fuentes lo permiten,
podemos reconstruir la estructura de ingresos con increíble detalle. El marquesado generó
en 1751 una riqueza equivalente a 119.945 reales, de los cuales 45.244 provinieron de las
alcabalas y 35.991 de las tercias.
Creo que ahora se entenderá también por qué la nobleza española en la Edad Moderna fue
una de las menos levantiscas de toda Europa, en marcado contraste con la nobleza francesa.
Con la honrosa excepción del gobierno personal de Luis XIV, si algo hizo la aristocracia
francesa fue sublevarse contra los regímenes previos y posteriores. De hecho, la mismísima
Revolución Francesa comienza con una nueva rebelión fiscal de la nobleza contra la
corona, que tuvo lugar en 1788, un año antes del ingreso de la burguesía en el movimiento.
La diferencia con la nobleza castellana no puede ser más contundente. Claro, ¿cómo se iba
a sublevar la aristocracia feudal ibérica si dependían casi por completo de la jurisdicción
extra-señorial creada para ella por la monarquía? Si la monarquía decidía recuperar la
percepción de las alcabalas y las tercias, y privar de estos ingresos a los señores feudales
castellano, ipso facto los convertía en poco menos que mendigos, y a sus señoríos en

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cáscaras vacías.
Vamos a trasladarnos ahora hacia la provincia de La Rioja española, más hacia el centro-
norte peninsular, en el límite con Aragón, Navarra y el País Vasco. En este segundo caso el
dominio cuyos ingresos quiero analizar es el Señorío de Cameros y Condado de Aguilar.
Acá veremos que el modelo de señorío castellano funciona, pero con algunos matices
curiosos, muy interesantes, que hay que resaltar. Por de pronto vemos que de los tres casos
que estamos comparando, el del señorío de Cameros es aquel en el cual componente
dominical resultan más raquítico. Hacia 1750 la tierra (enfiteusis más reserva) apenas
generó un 10,2% de los ingresos producidos por el condado. En cambio, lo que funcionaba
muy bien en este dominio riojano era la jurisdicción clásica, a la “francesa”, responsable de
un 37,9% de los ingresos aquel año. ¿A qué se deben estas cifras? El carácter exiguo de la
riqueza derivada de la tierra se explica por la estructura orográfica de La Rioja, un
ecosistema montañoso en el que la propiedad territorial, incluso la nobiliaria, resultaba
pequeña y fragmentada. No existían terratenientes realmente importantes en el área. Al
revés: ¿qué fenómeno explica la fortaleza relativa de la jurisdicción a la francesa? En
Cameros, de hecho, existían monopolios banales, derechos de justicia, peajes, y hasta una
talla señorial, es decir un impuesto directo, que gravaba a los habitantes de la jurisdicción,
el mismo tipo de imposición señorial que en Francia estaba prohibida por la Corona desde
mediados del siglo XV. ¿Cómo se explica esto? Muy sencillo: por la negativa, el ejemplo
de Cameros refuerza los fundamentos del modelo castellano de señorío. Este condado no
era un dominio de creación reciente, sino muy antiguo. Había nacido en la segunda mitad
del siglo XI. Entonces, para 1750, hacia ya 700 años que los campesinos del lugar estaban
acostumbrados a cumplir con esta larga serie de cargos derivadas del señorío banal. Se
trataba de tributos que estaba poco menos que naturalizados en la región. Lo que en Castilla
la Nueva resultaba relativamente nuevo a principios del siglo XVII, por ejemplo, tenía una
larga tradición en La Rioja. Ahora bien, más allá de estos matices, lo que tiene que
importarnos a nosotros es que el modelo de señorío castellano sigue funcionando en este
segundo ejemplo, porque el 51,8% de los ingresos que el condado produjo circa 1750
provinieron de las alcabalas, es decir, de un impuesto cedido por el Rey, o lo que es lo
mismo, de la jurisdicción extra-señorial.

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Para terminar, veamos ahora el último ejemplo, un señorío ubicado en este caso en el
extremo sur, en Andalucía. Se trata del ducado de Osuna, en la provincia de Sevilla. ¿Cuál
era su estructura de ingresos hacia 1733? El complejo dominical funcionaba muy bien en
Osuna. De hecho, de los tres ejemplos que estamos comparando, este ducado era el que
tenía mayores ingresos derivados de la explotación del suelo (enfiteusis más reserva): un
37,6%. ¿Cómo explicamos esta cifra? Este porcentaje elevado se relaciona con las
características geográficas de Andalucía, que permitían dominios de una extensión que
resultaba inconcebible en el extremo norte de la Península. Pero también con un fenómeno
histórico como la Reconquista: a medida que avanzaban las fuerzas cristianas en la Baja
Edad Media la población musulmana solía emigrar, por lo que el extremo sur de España
existía la posibilidad de crear nuevos señoríos sobre yermos y despoblados, algo mucho
menos frecuente más hacia el centro de la meseta. En cuanto a la jurisdicción señorial
clásica, cabe decir que en Osuna funcionaba mucho mejor que en el marquesado de Cuéllar,

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pero muy por debajo de lo que sucedía en el señorío de Cameros: en 1733 un 4,9% de los
ingresos producidos por el ducado andaluz derivaron de peajes, derechos de justicia y tasas
de mercado (no existían aparentemente monopolios en el área).

De cualquier modo, el modelo castellano de señorío se sigue cumpliendo también en


Osuna, porque observamos que el 57,4% de los ingresos de 1733 provienen de una fuente
que no es el complejo feudal. Pero la peculiaridad de este ejemplo es que la riqueza
producida por esta jurisdicción extra señorial no provenía ni de las alcabalas ni de las
tercias, sino exclusivamente del diezmo eclesiástico: una renta del suelo que le
correspondía a la Iglesia ¿Por qué estos ingresos terminaban en Osuna en manos del duque
y no en poder de alguna corporación eclesiástica? Porque los obispos locales, en este caso
el Arzobispo de Sevilla, para premiar a aquellos grandes aristócratas por el esfuerzo
realizado en la lucha contra el Islam, los habían premiado dejándoles percibir el 100% del
diezmo dentro de sus jurisdicciones. Observen que tiene cierta lógica el modelo, porque en

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el caso de Osuna, la monarquía no cede las alcabalas porque no hacía falta que lo hiciera.
Los duques de Osuna contaban con el diezmo, y con él podían fabricarse la jurisdicción
extra-feudal que necesitaban. La Corona también estaba urgida de fondos, y entonces nunca
cede más de lo estrictamente necesario en cada caso particular. No hacía falta que se
desprendiera de las alcabalas en este rincón de Andalucía, porque los señores de Osuna se
las arreglaban de otra manera. Hay una cierta racionalidad en un sistema que en principio
parecería irracional.

De todos modos, siempre hacía falta que viniera alguien –la Monarquía o la Iglesia– a
aportar algo por fuera del complejo feudal –las alcabalas, las tercias, el diezmo– para
permitir que estos señoríos con débil base territorial y que por motivos políticos no podían
aplicar la jurisdicción clásica, igual pudieron reproducirse económica y materialmente.

Bueno, mañana tendremos la última clase sobre señorío, para empezar la semana próxima
con campesinado.

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