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Lectura 14 - El Socialismo
Lectura 14 - El Socialismo
EL SOCIALISMO
Jordi Guiu
Profesor Titular de Sociología de la Universitat Pompeu Fabra
SUMARIO: I. Los orígenes del socialismo.-II. El primer anarquismo.—III. El socialismo inglés.— IV. La
teoría política de Marx. 1. El primer ideario político de Marx. 2. De la crítica de Marx a la «fi losofía»
del Estado. 3. La teoría de la revolución de Marx.–V. La socialdemocracia clásica.—VI. El «marxismo
ortodoxo» de Kautsky.—VII. El «revisionismo» de Bernstein.—VIII. Lenin y la revolución rusa.—IX. La
cosificación dogmática del pensamiento de Marx.—X. Los marxismos del siglo XX.—XI. El socialismo
en Occidente.—XII. Los últimos desarrollos neomarxistas. Bibliografía.
1. LOS ORÍGENES DEL SOCIALISMO
El término socialismo comenzó a utilizarse, aunque de una forma un tanto imprecisa, en Francia e
Inglaterra, entre los años 1830 y 1840. Hacia finales de los años 40 ya eran conocidos como
«socialistas» autores como Saint-Simon, Fourier o Robert Owen, los mismos que posteriormente
Karl Marx y Friedrich Engels presentarán críticamente como «socialistas utópicos».
Tales autores recogían el espíritu de algunas utopías ilustradas del siglo XVIII1 y en general expresan
la idea de que la sociedad debe y puede ser reformada. Sin embargo, dicha reforma no se entiende
como el resultado de la acción política o de la toma del poder por métodos revolucionarios. Para
estos socialistas la reforma social habría de producirse fundamentalmente por medio del
establecimiento de «comunidades ejemplares».
Si bien la distinción entre «socialismo» y «comunismo» no era en aquel período tampoco
demasiado clara y a menudo ambos eran términos intercambiables, parece ser que en el lenguaje
de la época ya se establecía algún tipo de distinción. Por «socialismo» se entendía más bien una
reflexión, con ciertas pretensiones de cientificidad, sobre la sociedad, sus condiciones y sus
posibilidades de mejora, mientras que la palabra «comunismo» se asociaba a menudo a afanes más
revolucionarios. Según la definición de un diccionario político publicado en París en el año 1842,
«socialistas» es el nombre con que se designa a aquellos hombres que consideraban indignas de
sus esfuerzos las reformas parciales, tanto en el orden político como en el industrial, sólo ven
salvación para nuestro mundo en la reconstrucción completa del orden social [...]. Son al mismo
tiempo filósofos, legisladores, reveladores religiosos, economistas, moralistas...»2. Una tal
caracterización abona la idea de que el socialismo en aquel momento era más bien «cosa de
intelectuales» que no de activistas o trabajadores. Por el contrario, el término «comunista», a pesar
de que a menudo se ha sobrepuesto y confundido con «socialista», parecía referirse más bien, y a
pesar de que fuera un «socialista utópico» como Étienne Cabet (1788-1856) uno de los primeros
en utilizarla, a la tradición, más activista y revolucionaria iniciada por Gracchus Babeuf
inmediatamente después de la Revolución de 1789.
Esta distinción es la que posteriormente seguirían Marx y Engels para autoproclamarse
«comunistas». Así, el viejo Engels, en un prólogo de 1890 al Manifiesto del Partido Comunista, en
un intento de explicar por qué él y su amigo Marx no habían calificado de socialista al célebre
manifiesto, expone un panorama político en el cual socialismo y comunismo eran corrientes de
1
Autores como Morelly, Mably, Raynal, etc. Para el socialismo antes de Marx, cf. Dominique DESANTI: Los
socialistas utópicos, Anagrama, Barcelona, 1973, y GIAN MARIO BRAVO: Historia del socialismo: 1789-1848,
Ariel, Barcelona, 1976.
2
Dictionnaire politique. Encyclopédie du langage et de la science politiques, edición de E. Du clerc y Pagnerre,
París, 1842.
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F. ENGELS, Prólogo de 1890 al Manifiesto del Partido Comunista, OME 9, pp. 385-386.
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Para una interpretación libertaria del pensamiento de Marx que no oculta sus conflictos con el anarquismo
véase Maximilien RUBEL: Karl Marx: essai de biographie intellectualle, Marcel Rivière, París, 1971.
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Engels, en 1885, escribió unas páginas en las que nos ofrece algunas notas que nos permiten apreciar la
significación de esta asociación. Cfr. F. ENGELS, «Contribución a la historia de la Liga de los comunistas», en
Marx-Engels: Obras escogidas, Progreso, Moscú, 1973, vol. III, p. 184.
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Existen varias obras de MARX y ENGELS traducidas al castellano bajo la dirección de Manuel SACRISTÁN.
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Para una discusión del postulado materialista dentro de una reflexión más amplia sobre teoría de la historia
véase Félix OVEJERO: La quimera fértil, Icaria, Barcelona, 1994.
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centrada en la acción política en el Estado y desde el Estado, Marx insiste en que todo derecho es
un derecho desigual y que su superación y la del propio Estado sólo se producirá con la superación
de la sociedad de clases, con el establecimiento de la sociedad comunista. Según Marx expresó en
este contexto, la sociedad comunista sólo se alcanzaría por medio de la fuerza y tras un período de
dictadura del proletariado.
Con todo, la socialdemocracia de impronta lasalleana se impuso como la concepción política
dominante en el movimiento obrero europeo prácticamente hasta 1914. En ella, sin embargo,
siempre se produjo una cierta tensión entre las tendencias más radicales y revolucionarias, fieles a
los fines de una sociedad emancipada, y las tendencias más pragmáticas centradas en los medios
para conseguirlos. Del primer grupo surgió finalmente el leninismo y los partidos que formaron la
Tercera Internacional, que mayoritariamente pasaron a llamarse comunistas. En el grueso de la
socialdemocracia, la Segunda Internacional, siguieron cohabitando distintas posiciones, desde las
revisionistas y declaradamente reformistas, como la de los seguidores de Bernstein, para quien el
movimiento lo era todo y los fines nada, hasta posiciones revolucionarias como las de Rosa
Luxemburg.
La concepción reformista del llamado socialismo democrático o socialdemocracia tiene sus
antecedentes más lejanos en algunas formulaciones del viejo Engels, especialmente en lo que ha
venido a considerarse su testamento político, la «Introducción» a la edición de 1895 de la obra de
Marx Las luchas de clases en Francia. En este escrito, el que fuera coautor de muchas de las tesis
políticas marxianas, considera agotada la época de la insurrección y que el ascenso al poder de los
socialistas se producirá de una forma parecida a la de los cristianos en el Imperio romano, ocupando
poco a poco distintos enclaves en la estructura de poder de la sociedad. Bien es verdad que Engels
pensaba que las clases dominantes no cederían el poder fácilmente y que, por así decirlo, acabarían
violando su propia legalidad, no quedándole en este caso a la clase trabajadora otro recurso que el
de la propia fuerza.
Durante el período de la II Internacional, de 1889 a 1914, se produjeron, pues, distintas tentativas
de «revisar los contenidos políticos de la obra de Marx en un sentido reformista. Aunque la
«revisión» tenía, en principio, la función de corregir el marxismo desde dentro y se refería
básicamente a cuestiones de orden teórico y filosófico, la polémica entre revisionistas y ortodoxos
se refirió no sólo a la viabilidad de la reforma o de la revolución para alcanzar los fines socialistas,
sino que alcanzó también a la naturaleza misma del socialismo. Y frente a la «revisión» también
hubo un permanente esfuerzo por «fijar» los contenidos del marxismo en una doctrina no sólo
política sino filosófica y científica.
VI. EL «MARXISMO ORTODOXO» DE KAUTSKY
Karl Kautsky (1854-1938) fue la figura clave tanto del intento de síntesis de un «marxismo
ortodoxo» como de la formulación del «socialismo democrático» que caracterizaron el
pensamiento político de la II Internacional.
A pesar de la ambigüedad de alguno de sus escritos, Kautsky, al igual que Bernstein, con quien
coincidió políticamente durante muchos años, nunca separó el socialismo de la práctica
democrática. Si bien llegó a proclamar que el partido obrero no debe atarse de manos y aprovechar
todas las situaciones, o que es imposible decir nada acerca del carácter pacífico o no de la transición
al socialismo8, su concepción de la revolución está muy lejos del modelo blanquista y del programa
revolucionario formulado por Marx --y Engels entre 1843-1848. Para Kautsky la principal misión del
8
Cf. Karl KAUTSKY: La doctrina socialista, Fontamara, Barcelona, 1975, pp. 224 y 239.
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proletariado era, en primer lugar, asegurar un grado de libertad democrática. Para ello, en países
como Alemania, Austria y la misma Rusia, sometidos a regímenes autocráticos preburgueses, el
movimiento obrero debería, si era necesario, realizar una revolución política en alianza con otros
sectores sociales. Allí donde las formas democráticas ya estaban plenamente establecidas (algunos
países de la Europa occidental y los Estados Unidos) el movimiento obrero ya podía dirigir sus
esfuerzos a la emancipación de los trabajadores. Para ello confiaba en los efectos de un cierto
automatismo de la economía capitalista: la contradicción irresoluble entre capital y trabajo, la
consiguiente lucha de clases, el ensanchamiento del movimiento obrero y la formación, en suma,
de una mayoría social favorable a los intereses de la clase obrera. En esta situación el término
«revolución» quedaba reservado para designar la completa alteración de la estructura de clases
que se produciría con la llegada al poder de la clase trabajadora, entendida ésta en un sentido
amplio.
Para Kautsky, pues, la revolución o bien consistía en instaurar la democracia plena en los países
políticamente más atrasados, o en mutar la estructura del poder político entre las clases sociales
como efecto de la toma del poder mediante la lucha electoral y parlamentaria.
VII. EL «REVISIONISMO» DE BERNSTEIN
Si Kautsky se pretendía fiel al legado de Marx, a pesar de sus orientaciones pragmáticamente
reformistas, Bernstein encarnó, a pesar de las muchas coincidencias prácticas entre ambos, la
voluntad explícita de «revisar» importantes aspectos del marxismo. Influido por la filosofía
neokantiana, valoró los elementos éticos del socialismo que él consideraba relegados en el
marxismo por una visión «economicista» y determinista del proceso revolucionario. La tesis
abiertamente reformista de Bernstein se vieron también influidas por el llamado «socialismo
fabiano», surgido en Londres hacia 1884 de un grupo de intelectuales y que configuró la matriz
teórica del equivalente británico de la socialdemocracia: el laborismo. Los fabianos, teóricamente
muy alejados del marxismo, eran explícitamente contrarios a la revolución y defendían las reformas
graduales por medio de la extensión del sufragio universal y la participación en el Estado y,
especialmente, la administración local. El socialismo ya no era para Bernstein un estadio que se
implantara bruscamente tras la toma del poder por la clase obrera, sino un horizonte al cual se
habría de llegar gradualmente y no como consecuencia de una catástrofe económica o política. La
forma imprescindible de este proceso había de ser la democracia. No es que excluyera la posibilidad
de una toma violenta del poder, pero es claro que para Bernstein el sufragio universal y la
democracia parlamentaria eran los medios políticos más adecuados frente a lo que él consideraba
«atavismos políticos» revolucionarios (la insurrección, la dictadura del proletariado, etc.)9.
De hecho, la polémica entre reformistas y revolucionarios parecía centrarse en los medios para
alcanzar el socialismo, pero no a los fines, al socialismo propiamente dicho. Pero está claro que la
consideración de tales medios afectaba también al Estado socialista, al menos a su forma política.
Si en algún momento los teóricos de la socialdemocracia —incluido Bernstein-consideraron a la
democracia como un medio —el más adecuado para la consecución del socialismo, pronto la
democracia pasó a formar parte integrante del fin. De ahí, tal vez, la consideración de socialismo
9
Para una visión general de la concepción del socialismo y la democracia según BERNSTEIN Véase la selección
de cuatro escritos traducidos y anotados por Joaquín ABELLÁN: Socialismo democrático, Tecnos, Madrid,
1990.
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democrático10.
En los últimos años del siglo XIX y primeros del xx, las ideas de Bernstein y la polémica sobre el
revisionismo fueron recibidas y desarrolladas por un notable grupo de intelectuales austriacos
(Marx Adler y Otto Bauer, fueron, tal vez, los más destacados) que generaron una peculiar versión
del marxismo reformista, el llamado austromarxismo. Abiertos al pensamiento filosófico de su
tiempo, interesados por el kantismo y buenos conocedores de la moderna cultura científica,
intentaron, tal vez con escaso éxito, resolver algunos dilemas abiertos entre la perspectiva científica
del marxismo y su dimensión moral y práctica, por ejemplo, los que se des prenden de una visión
determinista del curso histórico en general rechazada por el austromarxismo- y la lucha consciente
por unos ideales cuya bondad es independiente de su necesidad.
VIII. LENIN Y LA REVOLUCIÓN RUSA
Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), conocido por el sobrenombre revolucionario de Lenin, es
seguramente, en términos políticos, la figura más influyente del marxismo del siglo XX. Hoy en día
su pensamiento parece inseparable de la Revolución bolchevique de 1917 y de la experiencia de las
repúblicas socialistas que se han reclamado explícitamente orientadas por el marxismo-leninismo.
Sin embargo, a pesar de que los desarrollos de esta doctrina difícilmente puedan separarse de la
historia de la extinta URSS y de la de los distintos partidos comunistas, lo cierto es que el
pensamiento político de Lenin se gestó inmediatamente antes de la Revolución de Octubre a partir
de la prolongación de algunas ideas de Marx sobre el Estado. Posteriormente, la experiencia del
poder le hizo modificar algunas de sus concepciones iniciales, generándose una amalgama de teoría
y experiencia práctica que es lo que normalmente se entiende por leninismo.
Hasta comienzos del siglo XX la mayoría de los pensadores y dirigentes social demócratas creían,
de acuerdo con muchas páginas de Marx, que las condiciones de una revolución socialista, más o
menos pacífica, más o menos violenta, se daban en los países capitalistas desarrollados, en los
cuales se había alcanzado un importante grado de desarrollo de las fuerzas productivas y donde la
clase obrera había crecido en número, en conciencia política y organización. A esta tesis se
opusieron, sin embargo, algunos nombres importantes, entre los cuales destacan Lenin, Trotsky y
Rosa Luxemburg, quienes por caminos distintos llegaron a la conclusión de que la revolución era
posible en países atrasados como Rusia. Aun sin una sólida burguesía, y en un país eminentemente
agrario, aunque con un cierto desarrollo industrial a manos del Estado y del capital extranjero, se
habría generado en Rusia una pequeña pero combativa clase obrera capaz de una acción
revolucionaria, tal y como Lenin intentó demostrar en su obra, El desarrollo del capitalismo en
Rusia11. Sin embargo, el carácter relativamente minoritario del proletariado ruso puso en el primer
plano de la discusión la cuestión de las condiciones de la revolución: las alianzas, las fases, la
organización de la vanguardia revolucionaria y el carácter nacional o internacional de la revolución.
Así, Trotski inicialmente creyó que la revolución socialista era posible con la ayuda de los soldados,
mientras que Lenin inicialmente consideraba que la revolución, en alianza con los campesinos,
debería tener solamente un carácter democrático burgués y dirigirse contra los grandes
propietarios y la autocracia; Lenin insistió más que nadie en la necesidad de organizar un partido
de revolucionarios profesionales que coordinara y dirigiera la acción del conjunto de los
trabajadores; Trotsky y Rosa Luxemburg consideraban, al igual que Lenin durante algún tiempo,
10
Sobre las relaciones entre movimiento obrero, socialismo y democracia véase: Arthur ROSENBERG:
Democracia y socialismo: historia y política de los últimos 150 años, Siglo XXI, México, 1981, y Adam
PRZEWORSKI: Capitalism and Socialdemocracy, Cambridge University Press, Cambridge, 1985.
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Para los escritos de Lenin existen unas Obras Completas, publicadas en Madrid por Akal según traducción
oficial soviética. También hay unas Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, varias ediciones.
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que la revolución en Rusia sólo era posible si era apoyada y seguida por el resto de trabajadores
europeos («internacionalismo proletario», «revolución permanente»).
En general puede decirse que, más allá de las múltiples disputas y puntos de vista divergentes, en
la II Internacional existía un amplio acuerdo en que el final del capitalismo, de una u otra forma,
estaba cercano y venía motivado por el desarrollo de sus propias contradicciones, entre las cuales
se señalaba especialmente su supuesta incapacidad para seguir desarrollando las fuerzas
productivas. Ello generaba, explotación colonial, guerras para conquistar espacio económico, etc.
Para algunos -Bernstein, Kautsky en algún momento este final podría ser cubierto políticamente
mediante una amplia representación parlamentaria y el uso de los instrumentos del Estado
burgués; para otros —Trotski, Lenin, Luxemburg— el final del capitalismo sería más catastrófico,
implicaría guerras entre naciones y debería culminar en una acción decidida e inevitablemente
violenta por parte de la clase trabajadora. A partir de ahí, y desde una perspectiva no reformista, el
principal problema del advenimiento del socialismo pasó a ser el problema de la oportunidad de la
revolución, del cuándo, el cómo y el con quién. La táctica, los medios, pasaron a ser el principal
objeto de discusión más que los fines mismos (en qué consiste el socialismo, qué ocurre con el
Estado, etc.).
A pesar de su especial preocupación por los aspectos político-prácticos, Lenin también se ocupó,
en medio de los avatares de la revolución, de cuestiones de mayor calado teórico. En El
imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) estudió las últimas transformaciones habidas en
el capitalismo a escala mundial, situando al imperialismo y las guerras como consecuencia necesaria
de su desarrollo. Por otra parte, en El Estado y la Revolución (1917) recupera las ideas de Marx y
Engels sobre el Estado como instrumento de violencia y coerción a manos de la burguesía. De ahí
que la revolución socialista deba ser necesariamente violenta para romper y acabar con el Estado.
De ahí también que el Estado postrevolucionario deba, por una parte, democratizarse
profundamente, pasar a ser un instrumento de la mayoría trabajadora, y por otra, suprimir toda
resistencia burguesa. Esta ambigüedad es la que llevó a Lenin a teorizar, por una parte, la llamada
dictadura del proletariado y, por otra, a hablar, recogiendo también algunas ideas de Marx y Engels,
del Estado socialista como un semi-Estado que prepara su propia extinción.
Según Lenin, el Estado burgués debía destruirse y sobre sus ruinas, o mejor dicho, sobre su misma
estructura, debía organizarse un nuevo poder estatal —transitorio— que acentuara los
mecanismos de representación obrera —los soviets- y eliminará las instituciones representativas
típicamente burguesas el parlamentarismo. Aun así, este Estado seguiría siendo un instrumento de
dominación, aho ra de la mayoría sobre la minoría, expresión en definitiva de la fuerza de una clase
contra otra. En cualquier caso, en sus escritos teóricos, Lenin mantiene con toda claridad la
perspectiva de la extinción del Estado en la fase comunista, de la que el socialismo sería la
preparación. Lo que no dejó claro es en qué momento el Estado debía comenzar a desaparecer, en
qué momento el socialismo podía dar lugar a su fase superior, a la sociedad comunista, a la
desaparición de las clases, al fin de toda forma de violencia y subordinación entre las personas, al
fin de la división del trabajo. El horizonte comunista quedaba claro, y el perfil diferenciador respecto
del socialismo también, pero no sus condiciones de realizabilidad.
En cualquier caso, al menos hasta comienzos de los años veinte, la mayoría de los teóricos marxistas
«no revisionistas» creían que el proceso revolucionario que había de conducir en un tiempo más o
menos lejano a la sociedad comunista era, sin duda, un proceso internacional, o que, al menos, el
éxito de la Revolución rusa estaba enteramente condicionado a sucesivos procesos revolucionarios
en la Europa occidental. A partir de este momento, el centro de la discusión entre los
revolucionarios fue, ya no el de la «oportunidad» de la revolución en un país atrasado como Rusia,
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En nuestro contexto esta visión ha sido argumentada y defendida por Manuel SACRISTÁN. Cf. Sobre Marx
y marxismo, Icaria, Barcelona, 1983.
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Cf. A. LEVINE, E. SOBER y E. OLIN WRIGHT: «Marxism and methodological individualism», New Left Review,
n.° 162 (marzo-abril).
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Por ejemplo, Louis ALTHUSSER en su Pour Marx, François Maspero, París, 1968.
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