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17 "Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres»"
Es interesante notar en este pasaje que lo primero que hace Jesús es invitar a sus
discípulos a estar con Él. Lo primero que quiere Jesús es estar con nosotros, hacerse
un espacio en nuestro corazón. ¿Está Jesús en nuestro corazones? ¿Le hemos hecho
un espacio en nuestras vidas?. Muchas veces queremos hacer grandes cosas, ideales
nobles, caridad, trabajo solidario, tratar bien al prójimo, ir a la misión, etc. Hoy Jesús
nos recuerda que todas esas cosas buenas que podemos hacer y que estamos llamados
a hacer para ser verdaderamente felices sólo pueden brotar del encuentro personal
con él, de pasar tiempo a su lado, de conocerlo. Es allí, en el diálogo con él que
vamos a escuchar su llamada a ser “pescadores de hombres”.
Es tan bueno el Señor, que a estos pescardores de Galilea nos les habla en un lenguaje
complicado, no los marea con grandes proyectos, no los asusta con lo que va a pasar
después. Jesús nos habla en un lenguaje comprensible. Somos nosotros muchas veces
los que no queremos escuchar. Jesús nos habla en la oración, a través de su Iglesia y
sus sacramentos, a través de la vivencia de la caridad, a través del encuentro con las
personas que más queremos y a veces a través de las que menos queremos. Es
cuestión de afinar un poco el oido del corazón. Puedes preguntarte hoy ¿Cómo te
habla Jesús?
32.Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
33.la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. 34.Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba
hablar a los demonios, pues le conocían."
Al atardecer de aquél mismo día, a la puesta del sol, dice San Marcos, la comunidad
apostólica recién congregada, es decir Jesús y sus discípulos, se ve interpelada a una
nueva e inesperada experiencia de servicio: recibir, acoger, curar y consolar a la
muchedumbre que se había recién agolpado a la puerta (ver Mc 1,32-33).
En efecto, una comunidad dónde sus miembros, buscan consolidar su amistad en el
Señor permanece siempre abierta al servicio y a la caridad apostólica. Es una
comunidad que no cierra “la puerta de la casa”, que no permanece indiferente al
clamor de la gente, que no rehúye al trabajo y no calcula los esfuerzos para poder
salir al encuentro de los demás. Es, en pocas palabras, una comunidad apostólica.
Ya hemos hecho un breve recorrido por un día de la vida de Jesús y hemos conocido
un poco más de Él, de quién es, de su relación con sus discípulos y de su relación con
el Padre, de cómo vivía entre amigos y cómo hacía apostolado con sus amigos. Pero
no basta conocer a Jesús, hacerse una idea de quien es. Conocerlo implica hacer una
opción por seguirle o no. Vamos a ver un caso muy especial, el caso del joven rico
que quizá nos ayude a comprender un poco cómo debe ser nuestra opción frente al
Señor.
18-20. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno mas que
Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás,
no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó:
“Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”.
Jesús le recuerda al joven rico los diez mandamientos, como condición necesaria para
«heredar la vida eterna». Son un punto de referencia esencial para vivir en el amor,
para distinguir claramente entre el bien y el mal, y construir un proyecto de vida
sólido y duradero. Jesús les pregunta, también a ustedes, si conocen los
mandamientos, y si se preocupan por hacer el esfuerzo por vivirlos. No basta
conocer, hay que amar.
Dios nos da los mandamientos, no porque quiere recortar nuestra libertad, sino
porque nos quiere educar en la verdadera libertad, porque quiere construir con
nosotros un reino de amor, de justicia y de paz. Escuchar los mandamientos y
ponerlos en práctica no significa ser esclavo de normas externas, sino encontrar el
auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la
felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Jesús, al principio del diálogo con el
joven rico, recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque «Dios es bueno». La
libertad significa capacidad para amar, porque nadie ama obligado o a la fuerza; y no
hay mayor amor que orientar la vida hacia Dios, los mandamientos nos ayudan a
orientar la vida, nos ayudan a amor, por lo tanto nos hacen más libers.
21. "Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende
lo que tienes, dale el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—, y
luego ven y sígueme”.
En la narración evangélica, San Marcos subraya como «Jesús se le quedó mirando
con cariño» (Mc 10,21). La mirada del Señor es el centro de este especialísimo
encuentro con el joven y de toda la experiencia cristiana. De hecho lo más importante
del cristianismo no es una moral, sino la experiencia de Jesucristo, que nos ama
personalmente, seamos jóvenes o ancianos, pobres o ricos; que nos ama incluso
cuando le volvemos la espalda.
Cómo habrá sido la mirada de Jesús, que el Evangelista la recuerda y la escribe varios
años después. Comentando esta escena, San Juan Pablo II les decía a los jóvenes:
«¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de
que Cristo os mira con amor!» (Carta a los jóvenes, n. 7). Un amor, que se manifiesta
en la Cruz de una manera tan plena y total, que san Pablo llegó a escribir con
asombro: «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
En este amor se encuentra la fuente de toda la vida cristiana y la razón fundamental
de la evangelización: si realmente hemos encontrado a Jesús, ¡no podemos renunciar
a dar testimonio de él ante quienes todavía no se han cruzado con su mirada!
Jesús invita al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y
proyectos personales, y le dice: «¡Ven y sígueme!». La vocación cristiana nace de
una propuesta de amor del Señor, y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de
amor.
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Jesús, siguiendo el ejemplo de tantos
santos, también nostoros estamos llamados a recibir con alegría la invitación al
seguimiento, para vivir intensamente y con fruto en este mundo.
22. Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy
rico»
El joven rico, desgraciadamente, no acogió la invitación de Jesús y se fue triste. No
tuvo el valor de desprenderse de sus bienes para encontrar el bien más grande que le
ofrecía Jesús. La tristeza del joven rico del evangelio es la que nace en el corazón de
cada uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de tomar la opción justa.
¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!
Dice el Señor: “20 Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap, 2, 20). Jesús llama a nuestra
puerta, llama una y otra vez y no se cansa de llamar esperando que le abramos la
puerta de nuestra vida, no como un ladrón, como un intruso, sino como quien es parte
de nuestra familia, como un amigo, como un hermano, como alguien digno de
sentarse en nuestra mesa para compartir una buena cena. Jesús en este retiro vuelve a
tocar la puerta de tú corazón, ¿están dispuestos a dejarlo entrar? ¿están dispuestos a
ser de sus amigos, a seguirlo y a hacer apostoldo junto con Él?
Pidámosle a la persona que mejor conoció y amó a Jesús, a su Madre María, a nuestra
Madre, que con cariño y cuidado nos ayude a profundizar en el misterio de su Hijo,
que nos ayude a conocerlo mejor, que nos conduzca como niños de su mano al
encuentro de Cristo y que nos enseñe las actitudes que debemos cultivar para amarle
como ella lo amó, para anunciarlo como Ella lo anunció, para seguirlo como ella lo
siguió: hasta el pie de la cruz, donde el Hijo de Dios dio su vida por ti y por mi.