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Conocer y amar a Jesús a través de su Palabra

Buenos días, presentación.

Quisiera empezar este momento de encuentro con una oración.


“Nadie ama lo que no conoce”, “Nadia ama lo que ignora” decía un gran santo, San
Agustín, que durante mucho tiempo de su vida buscó la felicidad en los placeres del
mundo, en la sabiduría. Era un buscador, y en su búsqueda podemos decir que
Agustín buscaba a Dios pero no lo conocía. Cuando, ya muy grande, conoció la
Verdad, cuando se encontró con Dios, lo amó, lo amó tan intensamente que se dedicó
incansablemente a anunciarlo, a predicar este amor con el que se había encontrado.
Para amar a Jesús hay que conocerlo. Por ello, en esta breve charla vamos a tratar de
conocer un poquito más acerca de Jesús y lo vamos a hacer a través de la Sagrada
Escritura. Vamos a ver dos pasajes narrados en el evangelio según San Marcos: En
primer lugar, un día en la vida de Jesús que encontramos en el capítulo 1, versículos
del 16 al 35. En segundo lugar, vamos a ver el pasaje del encuentro de Jesús con el
Joven Rico que está en el capítulo 10, versículos 17 al 22. Los que han traído sus
Biblias, lo pueden seguir.
Ahora bien, antes de empezar a leer la Sagrada Escritura hay una pregunta muy
importante que tenemos que hacernos.

I. ¿Cómo aproximarnos a la Palabra de Dios?


Seguramente todos tenemos una Biblia es casa, seguramente más de uno ha leído esa
Biblia que tiene en casa, le quitamos el polvo de vez en cuando, para traerla al retiro,
o quizá muchos de ustedes la leen constantemente. Pero nos debemos preguntar por
lo que tenemos delante: ¿Qué o quién es la Palabra de Dios?.
San Juan en el incio de su Evangelio nos dice: "En el principio existía la Palabra y la
Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" "Y la Palabra se hizo carne, y puso su
Morada entre nosotros". La Palabra de Dios es Cristo mismo, la Palabra por la que
todo fue creado, la Palabra eterna de Dios, esta Palabra que se ha hecho carne, ha
querido quedarse con nosotros bajo la forma de lenguaje humano. La Palabra de Dios
por lo tanto no es un objeto, es una Persona y esa persona es Jesús. Leer la Sagrada
Escritura no es solo un acto de la inteligencia. Aproximarnos a la sagrada escritura es
encontrarnos con Alguien que quiere entrar en diálogo con nosotros, que nos quiere
contar la verdad acerca de Dios y de nosotros mismos.
Por eso, ante todo se debe decir que es preciso leer la sagrada Escritura no como un
libro histórico cualquiera o libro de literatura. Hay que leerla entablando una
conversación con Dios. Al inicio hay que orar, hablar con el Señor: "Ábreme la
puerta". Es lo que dice con frecuencia san Agustín en sus homilías: "He llamado a la
puerta de la Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir". La
Escritura se lee orando y diciendo al Señor: "Ayúdame a entender tu palabra, lo que
quieres decirme en esta página", ¿qué me quieres contar Jesús? ¿Qué quieres que
aprenda?
Por otro lado la sagrada Escritura nos introduce en la comunión con la familia de
Dios. Por tanto, la sagrada Escritura no se puede leer de forma individual. Desde
luego, siempre es importante leer la Biblia de un modo muy personal, en una
conversación personal con Dios, pero al mismo tiempo es importante leerla en
compañía de las personas con quienes se camina y en especial en la comunión de la
Iglesia. No podemos interpretar la Sagrada Escritura según nuestros gustos, hay que
buscar guías seguras, personas más instruidas, escuchar que dice la Iglesia, prestar
atención a las homilías de las misas. Pero lo más importante es tener esa experiencia
de que estamos solos. Que la Sagrada Escritura es un punto de referencia común para
todos los cristianos. En nuestra pequeña comunidad de amigos aquí en la Argentina
pero que tiende puentes con todos aquellos que quieren alimentarse de la Palabra del
Señor.

II. Conociendo a Jesús viendo cómo es un día de su vida

Después de esta breve introducción vamos a entrar en el primer pasaje de Marcos.


a. Jesús llama a sus amigos
16 "Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y Andrés, el hermano de Simón,
largando las redes en el mar, pues eran pescadores"
Encontramos a Jesús bordenando el mar de Galilea. Así como Jesús va bordeando el
mar de nuestras vidas, nuestras existencias, nuestra cotidianidad y nos mira. Más
adelante, en el encuentro con el joven rico, ahondaremos en la mirada de Jesús. Por
ahora nos basta saber que es Jesús quien sale al encuentro. El llamado de Jesús a
seguirlo es ante todo una gracia, Él tiene la iniciativa. Él nos “primerea” como dice el
Papa Francisco, y generalmente no lo hace en medio de circunstancias
extraordinarias. Simón y Andrés, su hermano, estaban haciendo lo que siempre
hacían. Seguramente era un día más de trabajo. Levantarse temprano, preparar las
barca y las redes, lo que hacía cualquier pescador de la époco. Jesús nos llama en
medio de nuestras circunstancias concretas, de la vida ordinaria. A veces cuando
menos lo esperamos. Por eso como seguramente han visto ayer es bueno hacer
siempre memoria del llamado de Dios en la vida de cada uno.

17 "Jesús les dijo: «Venid conmigo, y os haré llegar a ser pescadores de hombres»" 
Es interesante notar en este pasaje que lo primero que hace Jesús es invitar a sus
discípulos a estar con Él. Lo primero que quiere Jesús es estar con nosotros, hacerse
un espacio en nuestro corazón. ¿Está Jesús en nuestro corazones? ¿Le hemos hecho
un espacio en nuestras vidas?. Muchas veces queremos hacer grandes cosas, ideales
nobles, caridad, trabajo solidario, tratar bien al prójimo, ir a la misión, etc. Hoy Jesús
nos recuerda que todas esas cosas buenas que podemos hacer y que estamos llamados
a hacer para ser verdaderamente felices sólo pueden brotar del encuentro personal
con él, de pasar tiempo a su lado, de conocerlo. Es allí, en el diálogo con él que
vamos a escuchar su llamada a ser “pescadores de hombres”.
Es tan bueno el Señor, que a estos pescardores de Galilea nos les habla en un lenguaje
complicado, no los marea con grandes proyectos, no los asusta con lo que va a pasar
después. Jesús nos habla en un lenguaje comprensible. Somos nosotros muchas veces
los que no queremos escuchar. Jesús nos habla en la oración, a través de su Iglesia y
sus sacramentos, a través de la vivencia de la caridad, a través del encuentro con las
personas que más queremos y a veces a través de las que menos queremos. Es
cuestión de afinar un poco el oido del corazón. Puedes preguntarte hoy ¿Cómo te
habla Jesús?

18 “Al instante, dejando las redes, le siguieron”.


En la respuesta de aquellos primeros discípulos, es posible notar algunas de las
características esenciales de todo auténtica relación con Jesús: ante la iniciativa que
es siempre de Dios, la escucha y la acogida del llamado se traducen en prontitud y
capacidad de renuncia; todo ello desde una gran fe y confianza en Dios y en sus
promesas.
Para quienes se han encontrado de verdad con Cristo, no deberían existir demoras. No
debería haber “mañana responderé”, sino tan solo un confiado y gozoso hoy, ahora,
“aquí estoy” (ver 1 Sam 3,1-10.19-21). Así como nuestra Madre María que corre
hacia el encuentro de su parienta Isabel para ofrecerle sus servicios y compartirle su
alegría (ver Lc 1,39); así aquellos pastorcillos de Belén, que corren hacia el pesebre,
apenas escuchan el anuncio angélico (ver Lc 2,16); así los discípulos de Emaús que
corren hacia Jerusalén para anunciar a los hermanos que el Señor efectivamente ha
resucitado (ver Lc 24,33); así San Pablo que, inmediatamente después de su
Bautismo, se puso a hablar de Jesús en la Sinagoga de Damasco (ver Hch 9,20). No
hay “peros” para quienes hemos sido tocados por la gracia de Dios y bendecidos con
el llamado a ser sus discípulos.
Toda auténtica respuesta implica también un saber dejar ciertas cosas y no llevarlas
más con nosotros; un desprendernos de algo o alguien; haciéndonos así más libres,
aligerando la carga para el servicio de los demás, según el ejemplo mismo de Cristo.
Dejar las redes implica purificar nuestro corazón de aquellas apegos que no dejan
espacio para el Señor y acá una pregunta muy sencilla: ¿Estoy dispuesto a dejar esto
o aquello por el Señor? ¿Estoy dispuesto a renuncia a esto o aquello si Jesús me lo
pide?
Saber renunciar, “dejar las redes”, es pues expresión de un corazón bien dispuesto
para amar. Y si bien es cierto que en un primer momento esa renuncia puede implicar
algunos aspectos negativos, la recompensa que nos aguarda es enorme: la alegría de
haber encontrado el tesoro escondido, la perla preciosa de la que nos hablan los
Evangelios. Sólo en la entrega generosa de nuestra libertad al Señor nos hacemos
verdaderamente libres porque como diría el Papa Benedicto XVI: ¡No tengáis miedo
de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí,
abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida.

19 Caminando un poco más adelante, vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano


Juan; estaban también en la barca arreglando las redes; 20 y al instante los llamó. Y
ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él” 
El mismo proceso, Jesús nos ve en medio de nuestras circunstancias cotidianas, nos
llama y espera de nosotros una respuesta pronta. Santiago y Juan incluso dan un paso
más, no sólo dejan la barca y las redes sino a su padre. A algunos, efectivamente,
Dios llama a dejarlo todo por Él.

b. Jesús nos invita a formar una comunidad apostólica (Mc 1, 21-34)


21 "Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a
enseñar. 22.Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como
quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Con los suyos, Jesús entra en la Sinagoga de la ciudad de Cafarnaúm. Nos
encontramos aquí ante el inicio de una intensa jornada de trabajo apostólico. Pero
Jesús ya no está solo, está con sus amigos, con aquellos que Él mismo ha llamado.
Toda la actividad apostólica de Jesús es también formación de sus discípulos. Jesús
está enseñándoles cómo tienen que hacer las cosas.
Una vida de intensa actividad apostólica no se opone a una intensa vida comunitaria,
al compartir fraterno, a la amistad, a pasar buenos y largos momentos juntos. No se
oponen sino se complementan. Más aún: una vida de intensa actividad apostólica
sabe también encontrar los espacios adecuados para nutrir el propio espíritu, para una
vida de profunda oración.
Esa intensa jornada apostólica de Jesús, y de sus amigos, empieza en la Sinagoga de
la ciudad, lugar del culto y de encuentro con la Palabra de Dios según la tradición
judía.
Una primera característica que se nos hace muy evidente en toda la dinámica
apostólica de Jesús al interno de dicha Sinagoga es su permanecer siempre en la
presencia de Dios. Su hablar y enseñar la verdad como quien tiene autoridad, y no
como los escribas, con transparencia y sin relativismos, falsos respectos humanos o
cobardías, son pues expresión de esa su permanencia con el Padre, en el Espíritu
Santo. Jesús habla con autoridad pues como hemos visto al inicio Él mismo es la
Palabra de Dios hecho hombre. Quien tiene más autoridad para hablarnos que Dios
ha ha asumido completamente nuestra humanidad para reconciliarnos.
No sabemos exactamente qué fue lo que Jesús habló y enseñó en aquel día en la
Sinagoga de Cafarnaúm; San Marcos no lo explicita. Sin embargo, teniendo en
consideración los versículos anterior al llamado de los primeros apóstoles – «Después
que Juan fuera entregado, marchó Jesús a Gallea; y proclamaba la Buena Nueva de
Dios: […] convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,14-15) –, podemos suponer que
también allí Jesús haya, de alguna manera, apelado a sus oyentes a la conversión, a
que no endureciesen los corazones (ver Sal 94), a que se percatasen que el Reino de
Dios estaba cerca.

23.Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo,


que se puso a gritar: 24.«¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has
venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» 25.Jesús, entonces, le
conminó diciendo: «Cállate y sal de él.» 26.Y agitándole violentamente el espíritu
inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. 27.Todos quedaron pasmados de tal
manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva,
expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
28.Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
De alguna manera, podemos decir que aquél hombre poseído por un “espíritu
inmundo” somos todos nosotros, sobre todo cuando permanecemos aferrados a
nuestros criterios y pasiones mundanas, a nuestros modos de pensar y sentir que
prescinden de Dios y su Plan; cuando no queremos cambiar lo que sabemos que
deberíamos cambiar.
Seguir a Jesus significa vivir en la dinámica del “despojarse-revertirse”, como dice
San Pablo: 22 despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, 23 y renovaos en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo
hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4, 22-24).
Pero esta dinámica del “despojarse-revertirse” no se trata de un esfuerzo de nuestra
sola voluntad. Ciertamente hay que cooperar. Hay que comprometernos y poner de
nuestra parte. Pero no podemos dejar de tener presente que Jesús nos mira primero,
que sabe lo que necesitamos y que nos da su gracia para poder convertir nuestros
corazones. En buena medida la vida cristiana consiste en no poner resistencia a que el
Espíritu Santo haga su labor, nos transforme interiormente. A veces nos llenamos de
medios, de actividades. Lo más importante es abrir el espacio de nuestro corazón para
que Dios realmente habite en nosotros.

29.Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y


Andrés. 30.La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. 31.Se
acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a
servirles
Es interesante notar como el Señor, después de haber llevado a cabo su apostolado en
la Sinagoga de la ciudad haya querido pasar aquella tarde en la casa de Pedro. Es
posible entrever la intención del Maestro de querer empezar a “generar comunidad”
con aquellos que había recién llamado. En efecto, en no pocas ocasiones, será allí, en
la “casa de Pedro” (que es la Iglesia), donde el Señor formará a los suyos
explicándoles no solo los misterios del Reino, sino también compartiendo su misma
vida. Una comunidad de amigos en el Señor.
También nos enseña estas pequeñas líneas a ser agradecidos. La suegra de Pedro, que
ha sido sanada por Jesús ahora le sirve, a Él y sus discípulos. Todos los que
experimentamos la salvación de Dios en nuestras vidas, la presencia de Jesús en
nostros debemos ponernos en actitud de servicio a Él y a los demás.

32.Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados;
33.la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. 34.Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba
hablar a los demonios, pues le conocían."
Al atardecer de aquél mismo día, a la puesta del sol, dice San Marcos, la comunidad
apostólica recién congregada, es decir Jesús y sus discípulos, se ve interpelada a una
nueva e inesperada experiencia de servicio: recibir, acoger, curar y consolar a la
muchedumbre que se había recién agolpado a la puerta (ver Mc 1,32-33).
En efecto, una comunidad dónde sus miembros, buscan consolidar su amistad en el
Señor permanece siempre abierta al servicio y a la caridad apostólica. Es una
comunidad que no cierra “la puerta de la casa”, que no permanece indiferente al
clamor de la gente, que no rehúye al trabajo y no calcula los esfuerzos para poder
salir al encuentro de los demás. Es, en pocas palabras, una comunidad apostólica.

c. Jesús nos enseña la necesidad de la oración


35 "De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un
lugar solitario y allí se puso a hacer oración"
No sabemos cuántas fueron las horas de trabajo apostólico empleadas en esta tarde-
noche, pero es muy probable que el Señor haya pasado un buen tiempo atendiendo,
consolando, curando y evangelizando la gente, en compañía de sus discípulos. Y a
pesar de todo el cansancio de la jornada vemos al Señor levantarse muy temprano,
para hacer oración (ver Mc 1,35).
El término griego usado por San Marcos para describir la acción de “levantarse” es
anastás que literalmente significa “ponerse de pié”, “haberse alzado-levantado”; por
ejemplo, luego del sueño. Es probable, por lo tanto, que el Señor haya podido
descansar algo aquella noche, o al menos, unas cuantas horas. Pero sabemos que las
palabras de la Sagrada Escritura tienen siempre un significado más produndo:
anastás, ponerse de pie es el mismo verbo que se utiliza para hablar de la
Resurrección, del definitivo “levantarse” del Señor de la tumba, al alba del día
primero.
En efecto, después de haberse “gastado y desgastado” en el apostolado; de haber
“dado todo” por la gente, Jesús “se levanta” para el encuentro con su Padre, en el
Espíritu Santo. Es allí, al calor de la Trinidad, en el misterio del amor divino, dónde
Jesús recobra las fuerzas, dónde él encuentra su definitivo descanso y “renace” para
el apostolado. No podemos vivir una vida de intenso apostolado y servicio
evangelizador sin una también intensa vida de oración y de encuentro con Dios.
Es allí, en la oración, en éstos “momentos fuertes” a lo largo de la jornada, dónde el
discípulo de Cristo encuentra el espacio adecuado para ensanchar su corazón y
abrirse más plenamente a la gracia, dejándose reconciliar con Dios. En la oración
renovamos, día a día, nuestros propósitos de ser del Señor y servirlo más y mejor.

III. Conocer a Jesús implica hacer una opción

Ya hemos hecho un breve recorrido por un día de la vida de Jesús y hemos conocido
un poco más de Él, de quién es, de su relación con sus discípulos y de su relación con
el Padre, de cómo vivía entre amigos y cómo hacía apostolado con sus amigos. Pero
no basta conocer a Jesús, hacerse una idea de quien es. Conocerlo implica hacer una
opción por seguirle o no. Vamos a ver un caso muy especial, el caso del joven rico
que quizá nos ayude a comprender un poco cómo debe ser nuestra opción frente al
Señor.

Marcos 10, 17-22

17 «Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le


preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”.
La tradición de la Iglesia, siempre ha identificado a este que se acerco corriendo con
un joven. Por eso esta narración expresa de una manera muy linda la gran atención de
Jesús hacia los jóvenes, hacia cada uno de ustedes, hacia sus ilusiones, esperanzas, y
pone de manifiesto el gran deseo que Él tiene de encontrarse personalmente y de
dialogar con cada uno de ustedes. De hecho, Cristo interrumpe su camino para
responder a la pregunta de su interlocutor, manifestando una total disponibilidad
hacia aquel joven que, movido por un ardiente deseo de hablar con el «Maestro
bueno», quiere aprender de Él a recorrer el camino de la vida.
En el joven del evangelio podemos ver una situación muy parecida a la de cada uno
de ustedes. Puede decir que acá hay gente rica, pero no me refiero a riqeza material,
ricos de cualidades, de energías, de sueños, de esperanzas. Ser joven es ya una gran
riqueza, no sólo para ustedes, sino también para los demás, para la Iglesia y para el
mundo.
El joven rico se arrodilla y le dice a Jesús “Maestro Bueno”. El Joven se arrodilla
porque sabe quién es Jesús, porque lo conoce, porque seguramente lo ha seguido en
alguna de sus jornadas y sabe quién es Jesús y lo que es capaz de obrar. Por eso el
Joven lo llama Maestro Bueno y se arrodilla. Preguntémonos un segundo ¿Ante quién
nos arrodillamos nosotros?
Leugo el joven pregunta a Jesús: «¿Qué tengo que hacer?». La etapa de la vida en la
que muchos de ustedes están es un tiempo de descubrimiento: de los dones que Dios
les ha dado y de sus propias responsabilidades. También es tiempo de opciones
fundamentales para construir vuestro proyecto de vida. Es el tiempo donde se definen
algunas cosas de lo que va a ser nuestro futuro. Por tanto, es el momento de hacer la
pregunta sobre el sentido auténtico de la existencia: «¿Estoy satisfecho de mi vida?
¿Me falta algo?».
Como el joven del evangelio, quizá también ustedes tambien vivan situaciones de
inestabilidad, de confusión o de sufrimiento, que los llevan a querer una vida más
grande, que no sea mediocre, y que los lleva a preguntarse: ¿Qué es una vida plena?
¿Qué tengo que hacer? ¿Cuál puede ser mi proyecto de vida? «¿Qué he de hacer para
que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido?» (ibíd., n. 3).
¡No tengan miedo a enfrentar estas preguntas! Porque ellas expresan las grandes
aspiraciones que hay sus corazones. Por eso hay que escucharlas. Estas preguntas
importantes necesitan respuestas que no sean superficiales, sino capaces de satisfacer
las auténticas esperanzas de vida y de felicidad.
Para descubrir el proyecto de vida que realmente puede hacerlos felices, deben
ponerse a la escucha de Dios, deben ponerse en oración. Dios tiene un Plan de amor
para cada uno de nostors. Díganle con confianza: «Señor, ¿cuál es tu designio de
Amor paternal para mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla». Tengan la
seguridad de que Dios responde a veces en el susurro de una brisa o a veces en la
fuerza de un trueno. Pero responde siempre cuando pedimos con un espíritu de hijos.

18-20. Jesús le contestó: “¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno mas que
Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás,
no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”. Él replicó:
“Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”.
Jesús le recuerda al joven rico los diez mandamientos, como condición necesaria para
«heredar la vida eterna». Son un punto de referencia esencial para vivir en el amor,
para distinguir claramente entre el bien y el mal, y construir un proyecto de vida
sólido y duradero. Jesús les pregunta, también a ustedes, si conocen los
mandamientos, y si se preocupan por hacer el esfuerzo por vivirlos. No basta
conocer, hay que amar.
Dios nos da los mandamientos, no porque quiere recortar nuestra libertad, sino
porque nos quiere educar en la verdadera libertad, porque quiere construir con
nosotros un reino de amor, de justicia y de paz. Escuchar los mandamientos y
ponerlos en práctica no significa ser esclavo de normas externas, sino encontrar el
auténtico camino de la libertad y del amor, porque los mandamientos no limitan la
felicidad, sino que indican cómo encontrarla. Jesús, al principio del diálogo con el
joven rico, recuerda que la ley dada por Dios es buena, porque «Dios es bueno». La
libertad significa capacidad para amar, porque nadie ama obligado o a la fuerza; y no
hay mayor amor que orientar la vida hacia Dios, los mandamientos nos ayudan a
orientar la vida, nos ayudan a amor, por lo tanto nos hacen más libers.

21. "Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: “Una cosa te falta: anda, vende
lo que tienes, dale el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—, y
luego ven y sígueme”.
En la narración evangélica, San Marcos subraya como «Jesús se le quedó mirando
con cariño» (Mc 10,21). La mirada del Señor es el centro de este especialísimo
encuentro con el joven y de toda la experiencia cristiana. De hecho lo más importante
del cristianismo no es una moral, sino la experiencia de Jesucristo, que nos ama
personalmente, seamos jóvenes o ancianos, pobres o ricos; que nos ama incluso
cuando le volvemos la espalda.
Cómo habrá sido la mirada de Jesús, que el Evangelista la recuerda y la escribe varios
años después. Comentando esta escena, San Juan Pablo II les decía a los jóvenes:
«¡Deseo que experimentéis una mirada así! ¡Deseo que experimentéis la verdad de
que Cristo os mira con amor!» (Carta a los jóvenes, n. 7). Un amor, que se manifiesta
en la Cruz de una manera tan plena y total, que san Pablo llegó a escribir con
asombro: «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20).
En este amor se encuentra la fuente de toda la vida cristiana y la razón fundamental
de la evangelización: si realmente hemos encontrado a Jesús, ¡no podemos renunciar
a dar testimonio de él ante quienes todavía no se han cruzado con su mirada!
Jesús invita al joven rico a ir mucho más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y
proyectos personales, y le dice: «¡Ven y sígueme!». La vocación cristiana nace de
una propuesta de amor del Señor, y sólo puede realizarse gracias a una respuesta de
amor.
Siguiendo el ejemplo de tantos discípulos de Jesús, siguiendo el ejemplo de tantos
santos, también nostoros estamos llamados a recibir con alegría la invitación al
seguimiento, para vivir intensamente y con fruto en este mundo.
22. Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy
rico»
El joven rico, desgraciadamente, no acogió la invitación de Jesús y se fue triste. No
tuvo el valor de desprenderse de sus bienes para encontrar el bien más grande que le
ofrecía Jesús. La tristeza del joven rico del evangelio es la que nace en el corazón de
cada uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de tomar la opción justa.
¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!

Dice el Señor: “20 Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap, 2, 20). Jesús llama a nuestra
puerta, llama una y otra vez y no se cansa de llamar esperando que le abramos la
puerta de nuestra vida, no como un ladrón, como un intruso, sino como quien es parte
de nuestra familia, como un amigo, como un hermano, como alguien digno de
sentarse en nuestra mesa para compartir una buena cena. Jesús en este retiro vuelve a
tocar la puerta de tú corazón, ¿están dispuestos a dejarlo entrar? ¿están dispuestos a
ser de sus amigos, a seguirlo y a hacer apostoldo junto con Él?
Pidámosle a la persona que mejor conoció y amó a Jesús, a su Madre María, a nuestra
Madre, que con cariño y cuidado nos ayude a profundizar en el misterio de su Hijo,
que nos ayude a conocerlo mejor, que nos conduzca como niños de su mano al
encuentro de Cristo y que nos enseñe las actitudes que debemos cultivar para amarle
como ella lo amó, para anunciarlo como Ella lo anunció, para seguirlo como ella lo
siguió: hasta el pie de la cruz, donde el Hijo de Dios dio su vida por ti y por mi.

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