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La inhibición

El sujeto empobrecido
En muchas ocasiones nos encontramos, durante el tratamiento
psicoterapéutico, con sujetos que se hallan frenados y/o paralizados frente
a diversas acciones.

Detenidos, en suspenso, pasivos e impedidos. Son las características más


propias de lo que en psicoanálisis denominamos inhibición.
Estas pueden ser estudiar, trabajar, amar, entre otras. Se encuentran,
decíamos, detenidos en la acción sin estar –esto es importante aclararlo–
atravesando un estado de duelo, en donde el empobrecimiento de la acción
refiere allí a que la energía psíquica (libido) está aún adherida a aquello que se
perdió y, por lo tanto, no se haya disponible para ser usada en el mundo
exterior. En los casos de duelo, la inhibición es esperable y no refiere a
una encrucijada neurótica.  

¿Cómo entender la inhibición?

Cuando un sujeto está inhibido, aquello que ocurre es que, lo que


denominamos nuestro Yo, el encargado de ejercer nuestras acciones, se
paraliza.
Resulta muy frecuente que la persona que se halla bajo las condiciones
descriptas porta las inhibiciones y las incorpora a su vida como algo
natural y corriente; sin embargo, en otros casos quizás menos frecuentes, el
sujeto las advierte, se da cuenta de ellas, pero de alguna manera
las “acomoda” a su cotidiano vivir.

Corrientemente, la consulta es motivada por diversas circunstancias y las


inhibiciones  referidas son leídas más por el psicoterapeuta que por el
paciente, que en muchos casos –repetimos, no en todos– las vive sin
percatarse de ello.

¿Por qué nuestro Yo, motor de nuestras acciones, se paraliza ante


diversas circunstancias, tales como las que antes mencionábamos
(estudiar, trabajar, amar)?

Fundamentalmente, porque el Yo se defiende de la angustia que le


ocasionaría ejecutar la acción.

¿Y por qué proceder, ejecutar una acción, puede producir angustia? 

No hay una sola respuesta, hay diferentes líneas, según el caso.


En algunos sujetos accionar, por ejemplo, en alguna cuestión laboral y/o
profesional en la que desea desenvolverse, implicaría a futuro (cercano o
mediano) obtener éxito y esto, paradojalmente, para otra instancia del
aparato psíquico íntimamente ligada al Yo (llamada Superyó) sería
imperdonable.
Freud, en su investigación clínica, llegó a describir aquello a lo que nos
estamos refiriendo bajo el título de “los que fracasan al triunfar”.
Los seres humanos estamos hechos de paradojas, el mérito de Freud fue
descubrirlas.

Porque estamos hechos de paradojas, porque ellas forman parte indisociable


de nuestro psiquismo, en nada vale criticarlas. En cambio, resulta
conveniente aceptarlas para hacer algo con ellas.
Otros ejemplos que habíamos mencionado sobre la inhibición se relacionan
con sujetos que no pueden accionar en la vía del deseo erótico hacia una
mujer/hombre. En general, lo que la investigación clínica psicoanalítica
descubre es que en estos casos dichos sujetos se confrontan con
relaciones primarias, denominadas edípicas, que no fueron elaboradas a
pesar del paso del tiempo.

Por seguir, inconscientemente, adheridos a la madre y/o al padre, una mujer u


hombre elegido y deseado les resulta inconciliable, porque se los asocia
con sus figuras parentales con las que obviamente no cabe tener relaciones
sexuales, dicha fantasía despertaría mucha angustia.

La inhibición es una defensa muda contra la angustia, por demás peligrosa


porque a diferencia de un síntoma, que es aquella situación que se nos
presenta en nuestra subjetividad y que nos incomoda profundamente, que en
tantas ocasiones se hace insoportable por el sufrimiento que acarrea (dolores
corporales, insomnio, problemáticas con la alimentación, contracturas,
obsesiones de diversa índole, etcétera), las inhibiciones –centradas en el
Yo–  no presentan combate ni son ruidosas, entonces pueden convivir
largo tiempo en el sujeto.  

Claro está, el costo es muy alto porque la persona se va empobreciendo,


“achicando” de a poco, perdiendo su potencial; así las cosas, su vida se
va aplanando.
Entonces, volvamos sobre dos conceptos:
1. La inhibición se produce para evitar la angustia; y
2. Suele ser más muda que ruidosa y va, de a poco, empobreciendo la vida
del sujeto.
Si la inhibición es una defensa contra la angustia, entenderemos por qué
Freud estaba totalmente en contra y desaconsejaba profundamente
el “furor curandis” (furor de curar), que implica direccionar a un sujeto a que,
a cualquier precio, se sobreponga de su parálisis y actúe. 
De más está decir que, como crónica anunciada, dicho sujeto caerá en una
gran angustia, en una angustia desbordante.
Lo que la terapéutica psicoanalítica propone es darle un tratamiento
delicado, por los motivos señalados, a las inhibiciones. Vínculo terapéutico
mediante (esto es primordial), como psicoterapeutas primero las señalaremos y
luego iremos, junto con el paciente, desarmando las piezas y los motivos
sobre la que se instaló la angustia, que por tornarse infranqueable no le
permite al sujeto avanzar en su deseo.
Si el avance sobre el deseo es necesario es porque es la única condición,
desde la perspectiva psíquica, que un sujeto tiene para ser feliz, dentro de
los infortunios que toda vida depara.

La obsesión de repetición
“Siempre la misma historia”
En la vida corriente, y también en la de los pacientes que cursan un tratamiento
psicoterapéutico, observamos un hecho altamente frecuente. Esto es la
repetición en las historias de vida de los mismos hechos y
acontecimientos displacenteros, los cuales cuando tuvieron lugar, tiempo
atrás, tampoco fueron satisfactorios: elecciones de pareja desacertadas,
fracasos laborales recurrentes, paternidades no reconocidas. Se trata de
aquello que, cuando se observa desde afuera, nos hace decir “Uhh
nuevamente fulana/o, siempre la misma historia”.

En muchas ocasiones, estas repeticiones se observan de generación en


generación por vía materna y/o paterna.
Y esto es lo que Sigmund Freud comprobó en su clínica, lo cual lo llevó a
investigar profundamente y a sacar sus conclusiones al respecto. Dice:
Existe en la vida anímica una obsesión de repetición, que va más allá del
principio del placer. Por ejemplo, individuos en donde toda relación humana
llega a un triste desenlace, u hombres en la que toda amistad, llega a la
traición del amigo.
Observamos en este ejemplo, como en tantos otros, un eterno retorno de lo
mismo.
La persona parece vivenciar pasivamente algo sustraído a su poder, a
despecho de lo cual vivencia, una y otra vez, la repetición del mismo
destino.
Lo que Freud concluye ante estos hechos que la clínica le muestra, y después
de una profunda investigación, es que a nivel de la psiquis existe lo que
denominara “masoquismo primario”, y que es la tendencia humana a
infringirse a sí mismo/a padecimiento, en tanto, a nivel inconsciente,
necesitamos castigarnos.

Todo lo recién mencionado es más primario que el principio del placer, tanto


que a este último, lo destrona.
Nos aclara además, sin dudarlo, que la tendencia masoquista del yo
permanece oculta casi siempre al sujeto, razón por la cual, la persona vive
esta serie de repeticiones desagradables y dolorosas como algo
ajeno, atribuyéndolo a un infortunio de la vida, que se lo suele relacionar
con la mala suerte.

Se entiende por “suerte” aquellas cosas o circunstancias que vivimos debido al


azar, en donde no participa nuestra intencionalidad. Sin embargo, lo que la
investigación clínica demuestra es que, como decíamos recién, nuestra
psiquis, que de ninguna manera nos es ajena, encuentra una satisfacción
paradójica, rara, y que es obtener placer en el sufrimiento. A esta condición
que presentamos únicamente los seres humanos, lo decíamos antes, se la
denomina masoquismo primario.
Lo reconocemos a través de los hechos ingratos de nuestra vida, que se nos
repiten una y otra vez.
Si empezamos a estar advertidos de esta característica del psiquismo, ésta
es la propuesta, dejaríamos de atribuir nuestras desagradables repeticiones a
la mala suerte o mala fortuna, y podremos –psicoterapia mediante–
reconocer qué es lo que estamos repitiendo, desde cuándo lo hacemos,
situarlo en nuestras familias y/o en otros significativos de nuestra historia.
De esta manera, se nos abrirá la posibilidad de ser agentes, protagonistas,
de un corte, un “no va más”, de situaciones dolorosas que en nuestras
vidas y, por lo general, en las de nuestras familias no cesan de repetirse.
Todo esto, decíamos, implica un proceso terapéutico, a
veces trabajoso pero muy productivo y, fundamentalmente, ventajoso:
empezar a trabajar a favor de nuestro bien-estar, que siempre y obviamente
va a estar sujeto a los infortunios, a los imprevistos de la vida, que no podemos
evitar y que nos recuerdan que la vida en la Tierra no se iguala al paraíso. Sólo
que cortaremos la maldición del eterno retorno de lo mismo sobre un
capítulo de nuestra vida, que sólo nos somete al continuo padecimiento, una
y otra vez.  

La angustia
Del malestar al bien-estar
La angustia refiere a un estado afectivo sentido como congoja, entre la
pena y el agobio, que impacta sobre el cuerpo.
Las manifestaciones en el cuerpo van desde dolores en el pecho,
taquicardia, sudoración, falta de aire, contracturas musculares, dolores
estomacales, etc.
A diferencia del miedo, no hay un objeto concreto o una situación
específica que la despierte. Por este motivo, al sujeto le resulta difícil, en
muchas oportunidades, encontrarle una causa directa que la haya
despertado.

La investigación clínica psicoanalítica descubre que la angustia es una


señal, que si se la soporta y se la atraviesa, a través del acompañamiento
terapéutico, le indica al sujeto que se haya bajo la oportunidad de realizar
un cambio novedoso, que será muy positivo para su vida, en tanto le
brinda la ocasión de cambiar su posición subjetiva y así, darle un mejor lugar a
sus deseos.
Por este motivo, insistimos en la necesidad de que la angustia no se tape,
ni con psicofármacos, ni con objetos de consumo, que es lo que la
sociedad actual ofrece constantemente.

Asimismo, concientes de que la angustia resulta displacentera y acarrea


malestar psíquico, anímico y corporal, insistimos en la importancia que tiene
consultar a un psicoterapeuta.
El analista va a alojar al sujeto y a la angustia, para ponerla en palabras, y
así abrir el marco de las representaciones allí donde sólo hay afecto
displacentero.
De esta manera, se logrará, vínculo terapéutico mediante, que se abra la
puerta de salida de la angustia y se de paso a una mejor posición en la
vida, que permita disfrutarla y valorarla.
La angustia, que se podrá tolerar en tanto el sujeto esté acompañado en esta
travesía, es la llave misma que va abriendo los portones del malestar al
bien-estar subjetivo.

La angustia II “Una gran oportunidad”

La angustia es una condición humana que no es compartida por otro ser


vivo.
A diferencia de cualquier otro sentimiento displacentero, como lo es la tristeza y
el desánimo, diremos que la angustia es la manifestación de un estado de
malestar significativo, que puede aparecer súbitamente y que no se
corresponde con un peligro real y determinado.
La angustia se siente en el cuerpo propio como sensación de ahogo,
inquietud, con aceleración del ritmo cardíaco, y en ocasiones, con mareos
y/o vértigo.

Sí, así sin duda lo podemos corroborar, la angustia se siente en el cuerpo,


más que nada en la zona del pecho, y junto a la taquicardia recién
mencionada, provoca opresión y dificultad respiratoria. De hecho, las
palabras “angustia” y “angosto” provienen del latín angustus, que quiere
decir estrecho. 
Ahora bien la angustia que se registra a nivel del cuerpo, tiene su origen,
como al inicio lo señalábamos, en el psiquismo; por este motivo, decimos que
es un afecto distintivo del ser humano.
Aquello que la clínica psicoanalítica descubre es que será, a partir de la
escucha del psicoterapeuta, y del pedido que este le formula al
paciente (de que le comunique libremente lo que se le vaya ocurriendo, sin
censura alguna), que el sujeto podrá decir de su angustia.

Recién cuando pueda hablar, sólo después, no antes, sabremos algo del


verdadero motivo de la angustia, que se presentó sin permiso, en forma
imprevista y repentina.
Asimismo, y en directa relación, observamos que cuando el sujeto empieza a
hablar, es decir, a ligar el afecto con la representación-palabra, la angustia
aminora, baja.

La palabra, descubre Freud, produce un corte con la sensación subjetiva


de “ese ahogo sin límite”, que produce la angustia.
Afirmamos, así lo comprueba la clínica, que la angustia constituye, a pesar
de ser displacentera, una oportunidad para el sujeto, en tanto le anuncia,
llama su atención, para que él o ella se dé cuenta de que está atravesando,
interiormente hablando, un tiempo que le reclama un movimiento subjetivo,
que implica hacer un corte.
Un corte para avanzar en algo en lo que el sujeto se encuentra detenido
en relación a su deseo, y/o para decir “no”, a un hecho o circunstancia
que repite a modo de infelicidad y malestar en su vida.
Ahora bien, si la angustia se presenta, así de profunda, estrechando el pecho,
es porque el sujeto está bajo una oportunidad y, sin embargo, le cuesta
dar ese paso hacia su bien-estar subjetivo.
Por este motivo es bienvenida la ayuda psicoterapéutica, que aloja al sujeto
y a la angustia.  

El recorrido de la psicoterapia analítica le permitirá al sujeto, vínculo


terapéutico mediante, anoticiarse de qué se trata, en principio, la encrucijada
en la que se encuentra y que es aquella que causa su angustia.  
Por otro lado, le posibilitará, una vez que descubra y sitúe donde se halla ese
brete subjetivo, ponerse en acción para avanzar hacia su deseo, o ponerle
un stop, un “no va más”, a una situación vital, repetitiva y martirizante.
La angustia, entonces, lo confronta al sujeto a lo que denominaría “una
gran oportunidad”, que no tendría que ser desaprovechada.
Por este motivo, la angustia es para el psicoanálisis una aliada del
sujeto, que le avisa y le señala adónde tiene enredados los pies, al tiempo
que lo desafía a encontrar una salida, siempre a favor de la vida.

Secretos familiares

La investigación clínica psicoanalítica comprueba la frecuencia con la que se


presentan, en todas las épocas, los secretos dentro de una familia. Se
entiende por secreto, aquello que se mantiene oculto y cuidadosamente
reservado. Refiere a un conocimiento que posee exclusivamente un
miembro de la familia, negándosele a otro miembro el derecho a saber
algo, de lo que debería estar informado.  
Los secretos familiares pueden referirse a adopciones ilegales, abusos
sexuales, infidelidades, cualquier tipo de violencia, hijos
extramatrimoniales, y otros tantos ejemplos.

En este sentido se diferencian de la privacidad, la cual es entendida


como aquella cuestión privada de una familia, que entre todos deciden no
mostrar. La diferencia fundamental con el secreto es que los hechos privados
son algo de lo que todos los miembros participan y comparten.
El creador del psicoanálisis Sigmund Freud afirma: “Los mortales no pueden
guardar ningún secreto, les sale por los poros”.

Esto quiere decir que el secreto es una verdad sustraída por alguien. En el
caso de una familia, sus miembros percibirán y girarán sin cesar en
relación a ese vacío no dicho, ese “algo” que se intenta ocultar.
Por este motivo, el secreto –es lo que ocurre indefectiblemente– va a terminar
manifestándose, de la peor manera, a raíz de que justamente no es
verbalizado.  

¿Por qué afirmamos esto? Porque aquello que se intenta mantener al margen
de la palabra para otras personas, retornará a través de síntomas,
inhibiciones, enfermedades en el cuerpo, depresiones –muchas veces
severas–, intentos de suicidio, entre otras expresiones.
Los efectos patológicos mencionados se propagan, de no ser revelado y
elaborado el secreto, de generación en generación. A este pasaje se lo
denomina “transmisión transgeneracional”.

Podemos formularlo de la siguiente manera:


1. Para quienes lo vivieron, los acontecimientos son indecibles.
2. En la siguiente generación, en tanto hay ausencia de representación
verbal (de palabras), estos sucesos son innombrables.
3. En la tercera generación, los secretos que se acarrean a lo largo de
tanto tiempo, se tornan impensables y se transmutan en sensaciones
corporales, síntomas de todo tipo, fenómenos psicosomáticos,
depresiones, melancolizaciones.

Las diferentes generaciones mencionadas recibirán los efectos patológicos


que acarrean los secretos, incluidos los duelos suspendidos de los
traumatismos no elaborados.
Demás está decir, entonces, que resulta prioritario para toda familia y/o
cualquier vínculo, desarmar y desandar el/los secretos familiares,
descoagularlos a través de la palabra.

Dicho develamiento permitirá el desarrollo dentro de la familia, y/o del


vínculo, de subjetividades deseantes, a diferencia de sujetos hipotecados
por un secreto perturbador, que siempre estará al acecho.
Cabe aclarar que en muchas oportunidades, la familia y/o alguno de sus
miembros necesita de la ayuda psicoterapéutica que, a modo de un tercero
de apelación, contribuya a quebrar el “secreto familiar” del que todos están
presos y que, sin embargo, afecta más al sujeto que quedó excluido de su
derecho a la verdad. Este último es el que, en general se comprueba, sufre
las peores consecuencias, expresadas, como decíamos, a través de una
sombra que oscurece su vida y de patologías de diversa índole: psíquicas,
físicas y orgánicas.   

Las somatizaciones
Palabras atrapadas en el cuerpo

En el siglo XIX, Sigmund Freud pone en evidencia, a través de una extensa


investigación clínica, que la psiquis (término que designa el alma
humana) está ciertamente unida al cuerpo, siendo ambos psiquismo y
cuerpo inseparables e indisociables.

En los primeros tiempos de su ejercicio profesional, recibía en su


consultorio de Viena, en tanto él era médico neurólogo, pacientes que
sufrían distintos y múltiples síntomas físicos, que les
ocasionaban malestar y sufrimiento en forma crónica y persistente, y
frente a los cuales no se hallaba una causa orgánica, por lo
que fracasaban los tratamientos médicos habituales.
Sujetos en su mayoría mujeres, aunque también muchos hombres, que
sufrían calambres y/o parálisis de algún miembro, dolores de cabeza
intensos, multiplicidad de problemáticas gastrointestinales (vómitos,
diarrea), falta crónica de apetito, problemas con el equilibrio, dolores
intensos en las articulaciones que les impedían el movimiento, y otras
tantas afecciones.

Estas/os pacientes eran tratados como incurables y, en muchísimas


ocasiones, calificadas de mentirosas o farsantes. Despectivamente, se las
denominaba “histéricas”.
Freud retira la mirada sobre sus cuerpos y los exámenes físicos, ya que
de hecho estos pacientes los habían tenido hasta por demás, y los comienza
a escuchar.

Las mismas/os pacientes le hicieron entender a Freud que tenían necesidad


de hablar y de ser escuchadas.
Así empezaron a relatar sus síntomas, asociándolos con diferentes
situaciones y/o circunstancias de su propia vida.

La investigación clínica avanzaba siempre en el terreno de la escucha y


le demostraba a Sigmund Freud que los/las pacientes que padecían estos
síntomas en el cuerpo, presentaban un conflicto psíquico (interno) del
cual no eran concientes en absoluto, aunque lo podían relatar.
Este conflicto psíquico que fue expulsado de la conciencia generaba un
monto importante de angustia inconciente reprimida que –en lugar de
quedar en el territorio de la psiquis– se desplazaba y se transformaba en un
sufrimiento que se instalaba en el cuerpo. Convirtiéndose el cuerpo en un
“huésped” que aloja al conflicto psíquico y a la angustia que a este le
sobrevenía.

Estamos diciendo entonces, que cuando no hay un diagnóstico médico que


pueda enlazar el síntoma físico a una causa orgánica, se comete un error
gravísimo si el médico le dice al paciente cosas tales como: “Usted no
tiene nada”, o peor aún “Ya no hay nada por hacer”.

Hace más de cien años que el psicoanálisis descubre, de la mano de su


creador S. Freud, que detrás de un síntoma físico, sin causa orgánica que
lo determine, está la angustia del sujeto que por no percibirla en su
conciencia, en tanto es inconciente, no la puede contar en forma directa, en
forma conciente.
Y que esta angustia –producto de un conflicto inconciente ligado a fantasías
inconcientes– por quedar estancada y no encontrar a la palabra como
modo de expresión, lo hace sobre el cuerpo.

Este malestar en el cuerpo simboliza, significa, algo que el sujeto –sin


saberlo ni estar advertido desde su conciencia– muestra.
La psicoterapia analítica sostiene, porque así queda demostrado, que el
síntoma físico es un mensaje que el analista, con sus saberes y
herramientas clínicas, está en condiciones de leer y descifrar.
A través de la escucha atenta de las palabras y asociaciones del paciente, y
del armado del vínculo, el psicoterapeuta hará interpretaciones. Asimismo el
paciente en la medida que empieza a hablar, abre las condiciones para ligar
la angustia (hasta aquí inconciente y reprimida) en palabras, llevándola cada
vez más al territorio de lo psíquico, que al del cuerpo. 
La eficacia sobre los malestares físicos está comprobada por la
investigación y la clínica psicoanalítica.

Por este motivo, sin descartar ningún estudio sobre los órganos, es


aconsejable que quienes padecen síntomas físicos sufrientes, consulten
a un psicoterapeuta  sin frustrarse en el intento, reiterado una y otra vez, de
consultar cada día más especialidades médicas.
Nuestro cuerpo habla, en muchas ocasiones, lo que nuestra boca no puede
decir, y no porque no se lo quiera decir, sino porque no sabemos lo que nos
está ocurriendo a nivel de nuestra psiquis inconciente.

Psiquis, cuerpo y sujeto son indisociables, somos una sola pieza.


Lamentablemente y a pesar de tantos avances que tuvimos durante más de un
siglo, todavía se insiste en separarlos.
En muchas oportunidades porque persiste el desconocimiento y en
otras, mucho peor aún, por intereses de la industria farmacológica, cuyo
negocio pasa a ser, paradójicamente, ya no la salud y la cura, sino la
enfermedad para poder medicarla.

La fobia

La primera diferenciación que hay que hacer para acercarse a la


problemática de la fobia es distinguirla del miedo.
El miedo es una emoción intensa y primaria, que se caracteriza por ser
una reacción defensiva ante un peligro real y concreto. Se sitúa en el plano
de la realidad material.
En cambio, la fobia refiere a un mecanismo psíquico por el cual el sujeto
experimenta un terror interno, que se desplaza y se deposita en un objeto
o situación que deberá, a partir de allí, ser evitada constantemente.
La investigación clínica psicoanalítica descubre que aquello que está
como telón de fondo de la fobia, y que la conciencia no percibe, es una
intensa angustia.

Esta angustia potente es transformada por el aparato psíquico en terror hacia


un objeto o situación.
De esta manera, el psiquismo se defiende de ser devastado y arrasado por
dicha angustia.
Es una defensa muy costosa que el sujeto experimenta con mucho
sufrimiento y malestar, al tiempo que le produce una limitación importante
en su vivir cotidiano.

Es muy importante realizar una consulta psicoterapéutica a tiempo, ya que


deberemos evitar que la fobia se instale y se perpetúe, porque el sujeto,
además de sufrir demasiado, se hace propenso a adquirir nuevas fobias
asociadas a la original.

Si esto es lo que ocurre, se le irán cerrando cada vez más espacios, el sujeto
tenderá a aislarse para evitar las diferentes situaciones que se le
han transformado en amenazantes y angustiantes.
El tratamiento psicoterapéutico es muy eficaz, porque a través de las
palabras asociados por el sujeto y el acompañamiento que proporciona el
terapeuta, se tendrá la oportunidad de descubrir qué es lo que
verdaderamente encubre el objeto y/o situación temida.
Lo que oculta es, así lo venimos afirmando, una angustia desmesurada e
intensa, relacionada con fantasías inconcientes que, como tales, no tienen
acceso a la conciencia del sujeto.

La fobia que el psiquismo, inconcientemente, fabrica, lo defiende a costa de


tanto sufrimiento, de una gran angustia, enlazada a un encierro edípico,
familiar, desplazado hacia un objeto y/o situación. Reiteramos, el sujeto no
tiene dicha fantasía al alcance de su conciencia.
La psicoterapia logrará liberarlo de esta cárcel que es la fobia, que lo
aparta de vivir la cotidianeidad con la calma necesaria para lograr algún
disfrute de la vida.

Las compulsiones

Las compulsiones son acciones que un sujeto ejecuta en su vida,


causadas por un impulso irrefrenable, incontenible, que proviene del
interior de su subjetividad. Se vuelven insistentes y repetitivas.
Desde lavarse las manos continuamente, controlar situaciones en forma
constante, ordenar sin parar, vomitar después de comer, no poder parar de
comer, etc.
Son actuaciones que el sujeto se siente obligado a hacer, para evitar un
peligro que supone, puede sucederle a él mismo y/o a su entorno
cercano.

Producen un gran malestar en el sujeto, le hacen perder mucho tiempo y


van produciendo, más temprano que tarde, un desgaste y un deterioro en
su vida afectiva, social y laboral.
El sujeto tiende a ocultar estas acciones irracionales, aislarse
progresivamente de su medio y comienza, en muchas oportunidades, a
tener fobias asociadas. Evita toda/s circunstancias en donde asocia un
daño, que su obsesión protege.

Un ejemplo sería, en casos extremos, dejar de comprar alimentos por miedo a


que estén contaminados, hasta dejar de comer por miedo a engordar.
Como psicoterapeutas, nos encontramos con un sujeto que sufre una
problemática psíquica, por la cual no puede (no es que no quiere) reprimir
los impulsos, sea cuales fueren que este sujeto padezca.
La represión es un mecanismo intrapsíquico necesario en la subjetividad, que
calma y ordena la vida de un sujeto.
La represión como mecanismo psíquico, refiere a una ley interna, que está
incorporada, que como tal, organiza los impulsos para que ellos no nos
invadan. Este mecanismo psíquico se termina de adquirir a la salida de la
adolescencia.
Hay circunstancias personales, entre la niñez y la adolescencia, por las
cuales se puede inferir –esto es lo que la investigación clínica demuestra- que
esta represión benéfica y normativa, fue deficiente para el sujeto que
sufre las compulsiones.

También, así se comprueba, puede ocurrir que un hecho del presente, haga


trastabillar, tambalear, vacilar, a este mecanismo psíquico que nos protege
de la invasión de los impulsos, en forma descontrolada.  
Es muy importante que lo más tempranamente posible, el sujeto que sufre
de compulsiones, realice una consulta psicológica.
Los psicoterapeutas contamos con las herramientas como para poder
hacer hablar a aquello que se presenta mudo e irrefrenable. Y llevar al
plano del procesamiento psíquico aquello que al sujeto se le presenta como
“pura acción”.
De la acción a la palabra, del impulso ciego e irrefrenable a la representación,
del mandato insensato al deseo.

Este camino terapéutico se realiza con todo el apoyo y el


acompañamiento del profesional, convencidos de que el sujeto puede pasar
de la esclavitud de sus compulsiones, a la libertad de actuar y decidir
sobre su deseo.

El duelo

El duelo hace referencia a un estado afectivo en donde predomina el dolor


que experimenta un sujeto, a causa de una pérdida importante y
representativa en su vida.
Puede referirse a la pérdida de un ser querido, de una relación de pareja,
de un empleo, de un lugar de residencia.
Lo primero, en general nos ocurre frente a una pérdida, es intentar negarla,
no queremos creer que haya sucedido.

El aparato psíquico comienza con esta negativa un proceso que se


extiende en el tiempo y que trae aparejado varios estados de ánimo, entre
los cuales, podemos nombrar: el enojo, la tristeza, la culpa por pensar lo
que se cree, se podría haber hecho y no se hizo, hasta que finalmente el
principio de realidad termina imponiéndose, y con él, la aceptación de la
pérdida.
A este proceso, que como decíamos lleva tiempo, se lo conoce como “trabajo
de elaboración del duelo”.

El psiquismo, cuando se produce una pérdida, tiene una difícil labor, porque
el sujeto se repliega, retrocede sobre sí mismo y no tiene energía (libido)
para cargar, enlazar y, menos que menos, ocuparse del mundo exterior.
El aparato psíquico, decíamos, tiene que realizar un enorme trabajo:
desarmar, pieza por pieza, los lazos que unen al sujeto con aquello que ha
perdido. Desarmar en el sentido simbólico del término. Lo hace con dolor y
con esfuerzo.
Sólo al final del proceso de duelo, que se conoce, decíamos, como la
elaboración del duelo, el sujeto puede nuevamente otorgar y poner su
fuerza, su ánimo, sobre las cosas del mundo que lo rodea y sobre sus
relaciones personales.   

Sin embargo, puede ocurrir que la persona no pueda llegar a elaborar el


duelo y quede detenida en alguna de las etapas mencionadas.
Si eso es lo que ocurre, nos encontramos frente a otro tipo de duelo
llamado “duelo patológico”.
El duelo patológico si se instala, es muy peligroso, porque puede llevar al
sujeto a un estado depresivo.

Dicho estado depresivo nos muestra que el duelo no pudo elaborarse, y


que por éste motivo, el sujeto sigue apartado de su realidad.
Habita el mundo de forma pasiva, porque sigue ensimismado sobre sí y
sobre lo que perdió.
Si este es el estado de situación, resulta muy importante que se realice una
consulta con un psicoterapeuta, a diferencia del duelo normal.
El clínico acompañará al sujeto y le brindará un espacio terapéutico en
donde se tendrá oportunidad, a través de la palabra, de detectar, leer, las
motivaciones por las cuales el sujeto no puede desprenderse de lo
perdido, para volver a relanzar su deseo/s.

La técnica analítica resulta muy eficaz para ayudar a acompañar procesos


de duelo, o destrabar un proceso de duelo patológico, que no es otra cosa
que el duelo empantanado.
El sujeto se volverá a armar psíquicamente, recobrando su ánimo, su
fuerza y el sentido que le da a su vida.

Ataque de pánico

Se denomina ataque de pánico a la aparición repentina, en la vida de un


sujeto, de un terror intenso ligado a la muerte propia, sin que haya para
ello un motivo externo y/o concreto.
La persona empieza a sentir en forma súbita dolor en el pecho,
palpitaciones, falta de aire, dificultades en la respiración y un
aturdimiento interno, que puede llegar hasta el sentimiento de
despersonalización. 

Se instala por un lapso de tiempo (entre quince y cincuenta minutos) un círculo


vicioso en donde el sujeto tiene terror y hasta convicción de morirse, e
interpreta cada síntoma somático, como prueba de que se está muriendo.
La sintomatología es tan parecida al ataque cardíaco, que muchas veces se
hace necesaria una evaluación médica para descartar patología orgánica.
El ataque de pánico provoca un altísimo nivel de sufrimiento para el sujeto,
porque su psiquis se desorganiza y en ese lapso, se desarma. Por este
motivo, la excitación interna fluye sin freno.

Producto de esta descomposición psíquica, desaparece el sujeto, en el


sentido de que él ya no se reconoce. Es un puro cuerpo que está a punto
de estallar. Esto que recién describimos se conoce con el nombre de
despersonalización.
Cuando cede el ataque de pánico, el sujeto queda fatigado, anonadado,
sumamente agotado.
La experiencia del ataque de pánico, cuando éste está en pleno desarrollo,
es una experiencia traumática, su fuerza es desenfrenada.
A diferencia de la angustia, que está enmarcada dentro de lo que
denominamos elaboración psíquica, el ataque de pánico (mientras dura) no
le permite al sujeto conservar los parámetros que ordenan la experiencia
de su realidad, de su mundo.

Además del alto grado de sufrimiento que experimenta el sujeto con ataque de
pánico, del que ya dimos cuenta, la experiencia clínica nos permite afirmar,
que si no se realiza lo antes posible una consulta psicológica, se
presentan tres peligros posibles:

(a) el pánico al pánico, la persona empieza a obsesionarse con la idea de


que el ataque de pánico pueda repetirse y esto hace que el pánico esté
siempre al acecho, o en ocasiones, se vuelva a engendrar;
(b) se va produciendo un progresivo aislamiento ambiental y social; el
sujeto, por miedo a que vuelva a ocurrirle el episodio de pánico, comienza a
recluirse cada vez más en los espacios cerrados y empieza a tener
conductas evitativas con el ambiente y las personas;
(c) se produce una pérdida progresiva de las capacidades intelectuales y
motrices, que se reducen cada vez más, lo que influye en el ámbito familiar,
laboral y social en general.

En cambio, la consulta a un psicoterapeuta lo que va a permitir es en


principio, poder hablar con un otro confiable. Este hecho aunque parezca
menor, resulta enorme, porque al hablar los sujetos comenzamos a ligar
cargas, tensiones, en palabras y esto propicia que el aparato psíquico
empiece a reordenarse nuevamente, y con él, la propia realidad del
sujeto, la cual siempre es única y singular.
El sujeto mismo vuelve a estar de pie.

La consulta temprana del ataque de pánico tiene, la mayoría de las veces,


una muy buena resolución.
Con la subjetividad afianzada, la persona tendrá las posibilidades ciertas
de interrogar, en el espacio terapéutico, cuáles son las cuestiones de su
historia pasada o presente, que causaron el ataque de pánico. Así también
se abrirá la oportunidad de descubrir antiguos o nuevos deseos, que al poder
encausarse, lograrán dar sentido y valor a su vida.

Problemáticas de la infancia
¿Cómo tratarlas?

El psicoanálisis, desde sus inicios, plantea que los niños/as son sujetos en


tiempos de formación, que dependen para vivir material y afectivamente
de los padres o de alguien que le sean importantes y significativos.
Los padres o quienes cumplan con dicha función, estarán a cargo de su
crianza, que se desarrollará siempre en una época determinada y con
condiciones socio-ambientales particulares y únicas.

La infancia es ese primer tiempo fundamental en donde el psiquismo


comienza su constitución, que aún no será la definitiva.
Se necesitará el tránsito por la pubertad y la adolescencia para que la
psiquis adquiera las operaciones que le son más esenciales.
Decíamos que el psicoanálisis, de la mano de S. Freud, les otorga a los
niños/as el derecho a la palabra, a la expresión de sus sufrimientos y
también le da lugar a la escucha de los padres, o quienes ocupen su lugar,
como integrantes fundamentales para ayudar en el proceso
terapéutico, toda vez que necesitamos brindarlo al niño/a.

Los padres o los encargados de llevar a cabo la trabajosa tarea de la


crianza, son quienes consultan al terapeuta, en muchos casos por iniciativa
propia, en otros por consejo o indicación del establecimiento escolar.
El psicoterapeuta escuchará atentamente a los padres, que en general se
encuentran atravesados por la angustia, la preocupación, por aquello que
“no anda en el niño o la niña”.

El analista prestará oídos para escuchar, en principio, si eso que “no anda”
forma parte del sufrimiento del niño/a, o si sólo es algo que perciben los
padres. También puede ocurrir que sea una preocupación para
el establecimiento educativo, porque el/la infante no responde a los
ideales de la época. O bien, lo que es peor aún, que la manera en que se
expresa el niño/a en apariencia coincide con alguno de los
“diagnóstico/s” que recorren nuestra actualidad y atraviesan también a la
infancia (por ejemplo, el TDAH, trastorno por déficit atencional e
hiperactividad).

El trabajo del psicoterapeuta con los padres del niño/a resulta


fundamental e imprescindible desde la orientación psicoanalítica.
Si el analista toma al niño en tratamiento, es porque escucha que el niño/a
está sufriendo, en tanto quedó detenido a nivel de su subjetividad en
algún tiempo en el que era necesario un avance; o bien porque efectuó una
regresión a otro tiempo más temprano, quizás porque está
atravesando algún tipo de duelo (detectable o no); o porque tiene
dificultades para establecer vínculos con sus semejantes y otras tantas
cuestiones que pueden ser causa de dolor y/o sufrimiento psíquico.

El psicoterapeuta, si toma al niño en tratamiento, prestará su cuerpo para


jugar con el/la infante. El juego (que incluye el dibujo, la traza, el
modelado, etc.) será el componente esencial en el tratamiento.
¿Y por qué afirmamos que el juego es importante, y más aún, insustituible en
el tratamiento de niños/as?
Porque es a través del juego que ellos expresan sus vivencias, las más
placenteras, las más traumáticas. También será en el juego en donde se
podrá leer qué lugar ocupa el niño/a en el vínculo familiar.
Asimismo, el niño mientras juega va estructurándose
psíquicamente: maravillosamente va realizando diferentes operatorias
psíquicas necesarias para su vida, en el tiempo de la niñez y como futuro
adulto.  

Entonces cuando un niño en terapia juega con el analista (en forma


presencial o ahora, de manera virtual) no sólo le está mostrando –sin
saberlo desde su percepción conciente– cómo se encuentra en su vida y
cómo vive sus problemáticas, sino también ocurre que el terapeuta, al
prestarse al juego y jugar, está donando, en ese mismo acto, la posibilidad
de que el niño/a lleve a cabo procesos psíquicos imprescindibles para su
subjetivación. Enorme la tarea del psicoanalista que atiende niños/as.
La clínica y la investigación psicoanalítica en el campo de la
niñez demuestran la gran permeabilidad y apertura que tiene la niña/o
para desanudar y desarmar sus conflictivas en poco tiempo, a diferencia
de los adultos.

Asimismo se pone en evidencia la cantidad de niños/as que son


etiquetados con “diagnósticos de moda”, que en muchas
oportunidades desembocan en la medicalización de la infancia, con
las graves consecuencias que ello ocasiona.
Los adultos, de quienes los niños/as dependen totalmente, somos los que
debemos estar advertidos de este peligro de la época: diagnósticos hechos
a la carrera, basados en manuales de psiquiatría y que
lamentablemente desplazan su singularidad, y muchas veces se imponen
sobre los niños, dejando de lado sus subjetividades y el entrecruzamiento
entre éstas, las particularidades de la familia y el contexto socio-
ambiental donde transcurre su crianza.   

Sólo en casos muy excepcionales, un niño/a necesita ser medicado.


En su gran mayoría, los niños/as deben ser escuchados y tratados, si es
necesario, con una terapéutica psicológica que incluya a los padres y,
fundamentalmente, aquello que al infante le es propio: el juego sostenido y
desplegado en un espacio entre el terapeuta y el niño/a.
Un niño/a no es un diagnóstico ni un coeficiente intelectual; es un sujeto
en formación con todo derecho a la expresión, a la palabra, y que
tiene, fundamentalmente, un futuro para desplegar sus
potencialidades, siempre únicas y valiosas.

Por favor, entre todos/as no permitamos que se cosifique a los niños/as y


se los encierre en una lata diagnóstica. Menos que menos se los
medicalice, sacándolos del juego.
Ayudémoslo, si sufre, con el juego terapéutico, con sus padres y
familia, sabiendo de antemano que siempre lo escucharemos y le abriremos la
puerta para que salga a jugar.
Ansiedad generalizada
Una defensa muy cara
La ansiedad generalizada refiere a un estado de ánimo en donde el sujeto
que la padece siente un grado alto de malestar y displacer interno porque
se encuentra nervioso, inquieto, temeroso, preocupado, en estado de
alerta. Siempre pensando en lo que vendrá, en el futuro, que se torna incierto,
con su mente cabalgando por rumbos incontrolables, con la sensación siempre
presente de que la realidad lo supera.
Se le pueden sumar otros síntomas psíquicos como: irritabilidad,
problemas para conciliar el sueño, pérdida de memoria, preocupaciones
excesivas y sintomatología orgánica (taquicardia, problemas digestivos,
contracturas musculares, etc).

La investigación clínica psicoanalítica comprueba que, aunque el sujeto no lo


perciba concientemente, su psiquis está atravesada por un mecanismo
defensivo, contra algo aún mayor que lo que siente y que es, la angustia
traumática.

¿Y qué es la angustia traumática?


La “angustia traumática” es aquella que reproduce el estado de desvalimiento e
indefensión de la criatura humana al nacer, que depende en su totalidad de las
funcionas parentales para sobrevivir.
La psicoterapia analítica propone escuchar, a través de las palabras y el
relato del paciente, todos sus síntomas y de este modo, vínculo terapéutico
mediante, ayudarlo a encontrar las representaciones ausentes de la
conciencia que, a través de su discurso, nombren tanto malestar subjetivo.
Estas representaciones, nos van a encaminar hacia el conflicto psíquico
que está atravesando ese sujeto en particular, para distinguirlo, abordarlo y
tramitarlo.

De esta manera, se tendrá la oportunidad de encontrar vías para aclarar y


elaborar las problemáticas que provocan tanto sufrimiento, que se vive
como un estado de ansiedad generalizada.
Pasaje del padecimiento subjetivo a un apacible bienestar que permita vivir con
ánimo deseante y recuperar, así, el disfrute de estar vivos.

Elogio de la angustia en tiempos turbulentos

Estas breves reflexiones surgen de un cruce entre los desarrollos que Freud
realiza respecto de la angustia y las circunstancias actuales en la que nos
encontramos con diferentes manifestaciones de nuestros pacientes, ante la
incertidumbre que surge como producto de la pandemia.
¿Qué lugar le damos a la angustia o como dice Freud, al desarrollo de
angustia, frente a una situación que es sentida como de peligro?
Frente a una situación que es percibida como potencialmente peligrosa surgen
diferentes afectos como miedo o terror que se manifiestan ante una
determinada amenaza o situación traumática.

En relación a esto Freud dice que “Terror, miedo, angustia, se usan


equivocadamente como expresiones sinónimas; se las puede distinguir muy
bien en su relación con el peligro.” Y agrega que “el miedo requiere un objeto
determinado, en presencia del cual uno lo siente; en cambio, se llama terror al
estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado: destaca
el factor de la sorpresa.”
¿Qué mecanismos psíquicos se ponen en marcha frente al miedo y al terror?
Tal vez intuitivamente, si preguntáramos a personas que nunca se han
analizado ni tenido contacto con un analista, obtengamos como respuesta
argumentos como: “no hay que pensar en eso”, “Hay que pensar en otra cosa”,
“Mantenerse ocupado”, “Mantener la mente ocupada para no pensar” y toda
una serie de argumentos destinados a “evitar” la emergencia de estos
sentimientos.

Son técnicas de represión o sofocación de los afectos que requieren de la


intervención del Superyó. Esto lleva a un reforzamiento del Superyó que,
sabemos, no es gratis. El Superyó cuando el sujeto cede en su deseo
acudiendo a su protección, “se las cobra” culpabilizándolo en lugar de abrir
interrogantes o reflexiones.
El Superyó se maneja con certezas, con signos, no con significantes. Y
mientras más satisfagamos sus exigencias, lo iremos “engordando” y entonces,
vorazmente, va a pedir más y más, asfixiando al sujeto.
¿Cuál es la propuesta desde el psicoanálisis frente a estas respuestas
espontáneas que intuitivamente recurren a mecanismos “listos para usar”
ineficientes y perjudiciales?

Aunque parezca extraño y contradictorio, el afecto que viene a prepararnos


frente al miedo y al terror, es… la angustia.
En nuestra cultura actual, la angustia tiene mala prensa y se lo mete en la
bolsa de gatos como un afecto que, junto al miedo y al terror, hay que
desterrar.
Pero la angustia es otro afecto que el miedo y el terror.

Nos dice Freud: “La angustia designa cierto estado como de expectativa frente
al peligro y preparación para él, aunque se trate de un peligro desconocido.”
Esto que Freud llama “apronte angustiado” es la posibilidad del aparato
psíquico de abrir un espacio de pregunta, y trabajo psíquico frente a aquello
que no se entiende, que representa una pregunta sin respuesta frente a la
incertidumbre, frente a la imposibilidad transitoria de lo que llamamos
“momento de concluir” como cierre a alguna cuestión.
La angustia, frente al “instante de la mirada” que puede producir una situación
de “shock”, abre en cambio otro tiempo que es de suma importancia para todo
devenir de una elaboración psíquica posible frente a lo traumático.
Se trata del “tiempo para comprender.”
El “tiempo para comprender” y la angustia van de la mano.
La angustia es el signo de ese tiempo para comprender.
Por eso si eliminamos la angustia, también estamos eliminando ese tiempo
indispensable para que un trabajo psíquico sea posible.
Ese trabajo psíquico, en palabras de Freud, consiste en la ligazón de
representaciones que permiten una circulación de las cargas libidinales
depositadas en ellas y esto abre a la dimensión de la asociación que por
ejemplo vemos representada en el trabajo del sueño.

Lo interesante de este trabajo psíquico es que va apareciendo una contracarga


frente a lo que en “más allá…” Freud designa como la repetición demoníaca de
lo idéntico.
Frente al retorno de lo mismo, compulsión de repetición que se presenta como
una carga demoníaca que instala certezas que alimentan al Superyó, el trabajo
asociativo que se produce en un análisis, “deriva” estas cargas libidinales hacia
circuitos que tienen que ver con la creación, la producción, la sublimación.
Ahora, alguien puede plantear la pregunta sobre la angustia como causante
ella misma de un trauma psíquico.

Freud nos dice: “No creo que la angustia pueda producir una neurosis
traumática; en la angustia hay algo que protege contra el terror y por tanto
también contra la neurosis de terror.”[1]
Es decir que la angustia es protectora porque, como manifestamos antes, va
asociada al “tiempo para comprender” en el que se produce el trabajo psíquico.
En términos freudianos esto produce una sobreinvestidura libidinal de las
representaciones potencialmente traumáticas y esto tiene un efecto
antiestímulo frente al agente dañino.

Freud en Más allá del principio de placer destaca: “Descubrimos, así, que el
apronte angustiado, con su sobreinvestidura de los sistemas recipientes,
constituye la última trinchera de la protección antiestímulo.”
¿Cual es el factor decisivo frente al encuentro con una situación traumática?
En toda una serie de traumas, el factor decisivo para el desenlace quizá sea la
diferencia entre los sistemas no preparados y los preparados por
sobreinvestidura.[2]

La diferencia entre los sistemas preparados y los no preparados por


sobreinvestidura, son dependientes del trabajo psíquico con la angustia y el
saber-hacer con ella.
Finalmente, una reflexión acerca de los tiempos que nos toca vivir, respecto de
la posibilidad de atender a nuestros pacientes por vías virtuales que no pueden
eliminar la distancia entre nuestros pacientes y la presencia del analista cuya
presencia real (y no sólo simbólica e imaginaria) es insustituible.
Respecto de esto recordé que Freud, hablando de las resistencias de nuestros
pacientes, causadas por la insatisfacción y provocadas por la abstinencia a
responder a la demanda de amor que la ética psicoanalítica nos recomienda,
introduce la palabra “subrogados”.
Los subrogados son formaciones sustitutivas de las que nos valemos para
“acortar” esa distancia que las circunstancias nos imponen.

En palabras de Freud:
“Ya he indicado el importante papel que corresponde a la persona del médico
en la creación de motivos destinados a derrotar la fuerza psíquica de la
resistencia. En no pocos casos, (…) la colaboración de los pacientes pasa a
ser un sacrificio personal que tiene que ser recompensado mediante algún
subrogado del amor. Las fatigas y la amistosa tolerancia del médico tienen que
bastar como tal subrogado.”
Freud, Sigmund. Estudios sobre la histeria. Sobre la psicoterapia de la histeria.

El duelo y duelo patológico

Estamos en duelo cuando en la vida se produce una pérdida (de una persona
amada, de un trabajo, de nuestro lugar de residencia) ella nos ocasiona un
profundo dolor y un enorme desinterés y/o apatía por aquello que nos rodea.
Durante el duelo nuestra energía, nuestra libido, se concentra en nosotros
mismos y en la pérdida sufrida. Hacemos una retirada del mundo exterior y nos
cuesta, o directamente no podemos ocuparnos de las cuestiones de la vida
corriente.
Depende de qué pérdida se trate y de cuánto nos ha afectado el tiempo que
nos llevará procesar así como también finalizar el duelo.
A este proceso se lo llama trabajo de duelo.

Cuando el duelo concluye podremos, paulatinamente, volver amar, a realizar


nuevamente nuestros intereses y trabajar.
Debemos estar atentos, con nosotros mismos y con quienes nos rodean y
observar si la persona queda detenida en el duelo, es decir en el dolor, en la
tristeza por la pérdida y no puede salir del estado de ánimo doliente.
Si esto es lo que ocurre estamos frente a una patología: el duelo detenido.
Entonces tendremos que consultar y comenzar una psicoterapia porque la
perspectiva es peligrosa para el sujeto.

El duelo detenido puede transformarse en depresión y /o melancolía, ambos


cuadros muy sufrientes para quienes lo padecen. 
A través de la escucha atenta del terapeuta  y de la palabra de quienes nos
consultan se podrá relanzar el trabajo de duelo, evitar la melancolización y
ayudar a que la persona vuelva a ser un sujeto deseante.

Adicciones

Las adicciones son uno de los factores que más afecta a la población en estos
días. La cantidad de sustancias de consumo existentes y la proximidad y
rapidez con la que podemos acceder a ellas, hace que sea muy fácil generar
una adicción sin darnos cuenta. Esta situación comienza a escalar cada vez
más y a afectarnos en nuestra vida cotidiana, laboral y familiar.

¿Consumo o Adicción?
Como seres humanos lo que nos diferencia de los animales es nuestra entrada
al lenguaje. Somos seres parlantes y, por eso, somos nombrados y nos
nombramos de tal o cual forma. Esta es nuestra carta de presentación ante los
demás. Muchas veces, decirse Adicto es una forma de nombrarse y así
poder interactuar.

Sea cual fuere el elemento causa de la adicción (sustancias, juego, etc.),


siempre hay un primer momento de acercamiento e inicio del consumo. Se
“prueba” por distintos motivos: para no quedar fuera del grupo, no ser menos
que los demás o simplemente por curiosidad. Una vez que el consumo inició,
puede aparecer la idea de “lo dejo cuando quiero”, pero esto no
sucede. Poco a poco, el consumo va aumentando, en cantidad, frecuencia o
ambas cosas.
Hay diferentes formas de consumo, una multiplicidad situaciones que nos
llevan a consumir y rituales que se arman alrededor del consumo (ya sea en
grupo, solos, en un determinado momento del día, bajo ciertas circunstancias o
estados de ánimo).

Cuando la adicción entra en juego, llega un momento en el que el sujeto


siente la “necesidad” de consumir. Tener que postergarlo (por no poder
hacerlo en ese instante o por no tener “la droga” que cada uno consume)
genera ansiedad, mal humor, irritabilidad.

Psicoanálisis en la adicción
El relato con el que una persona cuenta su adicción da la posibilidad de saber
qué la motiva la adicción en cada caso. Si bien no hay un tratamiento general
para las adicciones, lo primero que deberíamos ubicar es que la causa de la
adicción no es “la droga” sino la satisfacción que genera y plantearnos la
pregunta: ¿qué es lo que ella sustituye para el sujeto?
Lo que nos estructura psíquicamente es la castración, la falta, un vacío que la
adicción viene a llenar. Es por esto que decimos que el foco no se ubica en la
droga, sino en la satisfacción sustitutiva que genera. Deberemos poder ir
ubicando, por medio del trabajo analista-paciente, cuáles son los espacios
que el consumo o la adicción vienen a completar y por este camino poder re-
escribir la historia de cada sujeto, modificando su posición frente a esto y
comenzar a nombrarse e interactuar de una forma nueva.
Nuestra apuesta desde el psicoanálisis es poder, a través de la palabra, del
discurso del paciente y la presencia y escucha del analista, ubicar las
satisfacciones sustitutivas que se ponen en juego en cada adicción. Y así,
ya sea con marcaciones o intervenciones del analista, poder mejorar la calidad
de vida (que en la mayoría de los casos está muy venida a menos por el
sufrimiento que la adicción genera) y la forma de nombrarse y relacionarse con
los demás.

Es un trabajo arduo, que pone en primer plano la presencia y el compromiso


por parte del terapeuta y del paciente; posible de llevar a cabo, siempre
atendiendo el caso por caso.

La depresión
La depresión es uno de los principales malestares que padecemos en
esta época. Vivimos en un mundo altamente conflictivo en donde tenemos
exigencias múltiples y prisa por llegar. No se sabe bien a dónde, pero tiene que
ser de la forma más rápida posible. La competencia entre uno y otros es atroz,
la familia como institución está atravesando una importante crisis de valores y
el lazo social está mediado por la tecnología, en donde también rige lo
inmediato.

¿Cómo se expresa la depresión?


La depresión puede ser definida como la sensación que tiene un sujeto de
que su existencia no tiene sentido.  Se expresa con  falta de ánimo,
ausencia de incentivo, aguda tristeza, falta de apetito. A su vez, todos estos
síntomas pueden combinarse con un estado de profunda ansiedad.
¿Cuál puede ser la causa de la depresión? El psicoanálisis plantea que el
sentimiento de “la falta” es propio de la existencia humana, algo que
continuamente será imposible de colmar. Siempre sentiremos que algo nos
falta.  
“No lo taponemos”, “no lo obturemos” porque ese sentimiento de que
algo que nos falta se podrá convertir en el motor del deseo. La propuesta
del psicoanálisis será siempre ayudar a que cada persona se encuentre con su
deseo y que lo pueda desplegar (sabemos que no es fácil) en la vida. El deseo
es lo que le da sentido a la vida.
En la depresión, la persona (aunque no lo sepa, no lo haga consiente)
tiene encerrado su deseo, preso, imposibilitado de expresarse.

La depresión y la farmacología
La depresión se ha expandido tanto como las ofertas farmacológicas. Pareciera
existir un nexo entre la época en que vivimos, capitalista y neoliberal, y la
depresión. La oferta de psicofármacos está a la orden del día y promete
principalmente erradicar rápido los síntomas sin que el sujeto hable. La
pastilla suplanta a la palabra a modo de un tapón para la boca.
Nos estamos acostumbrando, cada vez más, a taponar la falta a través de
objetos de consumo, medicamentos, tecnología, vínculos fugaces en
donde predomina la imagen y no la palabra. Sin embargo, si toleráramos  –con
ayuda, si es necesaria- la falta, nos encontraríamos con nuestro deseo y la
posibilidad de desarrollarlo en cada etapa de nuestras vidas. Así, tendríamos la
vacuna más eficaz para la depresión..
Lacan decía que de lo único que se puede declarar culpable a un sujeto es de
no asumir su propio deseo.

¿Qué es un trauma?

El trauma es una situación que irrumpe en un momento dado de la vida de


una persona. Puede ser algo que ocurra en el presente (sufrir un accidente
automovilístico) o del pasado, que el sujeto aún no pudo elaborar. Su
característica principal es tener una carga de energía que el aparato psíquico
no puede ligar.
La experiencia traumática puede ser, o no, registrada conscientemente por la
persona. Sin embargo, a pesar de que el sujeto no tome conciencia en su
momento de lo que está sucediendo, el hecho pasará a formar parte de lo
inconsciente por estar no poder ser ligado, y terminará reprimido.
Continuamos con nuestras vidas. Crecemos, vivimos experiencias nuevas y
nos vamos adaptando a las diferentes vivencias que se nos presentan. Hasta
que un día, un hecho determinado, hace activar en nuestra memoria el
recuerdo de ese suceso. Esto puede generar distintos síntomas. Por ejemplo,
temor a la autoridad, dificultades e inhibiciones para formar una pareja, miedo a
viajar solos, etc.

En general, los síntomas están asociados con la angustia y acompañados


de sensaciones de tristeza e impotencia.

¿Qué hace la terapia psicoanalítica frente al trauma?


Lo primero, como siempre hacemos los psicoanalistas, es escuchar el
problema que trae el paciente y alojarlo en un espacio donde pueda indagar
sobre aquello que genera el malestar.
Las personas suelen manifestar que se sienten infelices y ya no pueden
desarrollar sus deseos. La terapia implica trabajar con el paciente, a través
de su palabra, aquello que le acontece y lo que le ha sucedido en la vida. Éste
recuerda, sueña y cuenta sus sueños, comete actos fallidos; todos elementos
que son analizados por el terapeuta.
A lo largo del tratamiento se podrán establecer lo nexos, las causas y el
sentido de los síntomas que el paciente trae. Muchos de ellos están
relacionados con traumas infundidos en la infancia, la pubertad o la
adolescencia. Al traerlo a la terapia, el paciente tendrá la oportunidad de
elaborar activamente sus vivencias y dejar de sufrirlas.
Esto le permitirá desarrollar todo su potencial, que suele ser mucho, pero que
en general no se despliega en su vida corriente, por estar aprisionado por las
inhibiciones, síntomas y angustias.

Ataques de pánico

Síntomas
El ataque de pánico se presenta con múltiples síntomas corporales, que
aparecen de manera abrupta en el sujeto siendo absolutamente
desconcertantes. Pueden ser fuerte sensación de asfixia, opresión en el
pecho, sensación de irrealidad o de muerte, palpitaciones, nerviosismo y
sudoraciones, entre otros. La persona entra en un estado de angustia
avasallante.
Los ataques de pánico implican un alto costo subjetivo para quienes los
sufren, ya que ven alterado completamente su ritmo de vida: a veces no
pueden salir de su casa, evitan las reuniones sociales, quedan abatidos,
asustados e inmovilizados.
Es muy importante realizar una consulta psicológica porque estos
desórdenes físicos, tan invalidantes para la vida, tienen un origen psíquico.

¿Qué son las crisis de pánico?


El ataque de pánico nos habla, en primer lugar, del sufrimiento y angustia de
quien lo padece.
Detrás de los síntomas circula una trama de dolor, sufrimiento o
sobreexigencias, no reconocidas conscientemente por la persona, que
llevan a la explosión del pánico. También, en muchos casos, el
desencadenamiento de la crisis de pánico está relacionado con la muerte de un
familiar cercano que ha sido un sostén subjetivo fundamental para la persona.
Es necesario preguntarse por qué la angustia inunda al sujeto y golpea al
yo del individuo de un modo masivo, sin manifestación previa de señales de
angustia. La escucha atenta del profesional de los posibles detonantes de la
crisis, es la herramienta fundamental para encontrar los motivos y conflictos
subjetivos causantes del ataque de pánico. Develar esta trama subjetiva es
una tarea esencial en el tratamiento psicoanalítico.

Esta elaboración de los conflictos psíquicos, así como la reflexión sobre


los motivos que llevaron al estado de angustia, es clave para el alivio de
la problemática del ataque de pánico. A partir de este trabajo en un
tratamiento psicológico, se producirá la cura de la sintomatología y disminución
de la angustia, pudiendo recuperar una vida activa orientada por los deseos del
sujeto.

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