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Un salto en las revoluciones árabes con su internacionalización.

Jesús Sánchez Rodríguez 24/03/2011

Fue mala suerte. Si la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU se hubiera demorado
solamente dos días más, las tropas de Gadafi hubiera tenido tiempo para acabar con los
bastiones rebeldes y no hubiera existido dicha resolución, ni la posterior intervención militar
occidental. No habría guerra imperialista en curso, ni un escenario abierto a cualquier
posibilidad como la que existe en estos momentos.

Gadafi continuaría en el poder, ahora reforzado, los rebeldes estarían masacrados y las
alianzas con Libia cambiarían un poco. Francia y Gran Bretaña hubiesen quedado seriamente
enfrentadas con Gadafi, en tanto que Italia, Alemania, Rusia o China pasarían a ser sus socios
preferidos. Posiblemente cambiasen algunas de las empresas concesionarias que hacen
negocios en Libia desde hace muchos años. Es posible que algunos no lo sepan, o se hagan los
olvidadizos, pero el negocio occidental con el petróleo libio no necesitaba ninguna guerra.
Fueron unos inoportunos rebeldes quienes complicaron una previa situación tranquila para
los negocios.

Pero la cosa es difícil de desenmarañar, porque Gadafi era un socio apreciado entre los
gobiernos y capitalistas occidentales, y un amigo inestimable para Chávez o Daniel Ortega.
¿Estaba engañando a alguno de los dos bandos o a ambos a la vez? ¿o a ninguno?.

Se ha escuchado por voces autorizadas de la izquierda, que las potencias imperialistas estaban
deseosas de intervenir para quedarse con el petróleo. Insistimos, el petróleo ya se lo estaban
quedando, lo que menos necesitaban era una guerra. Más bien han sido dos elementos los que
han precipitado in extremis la situación. El primero viene dado por la ola de simpatías
suscitadas por las rebeliones árabes en la opinión pública mundial, primero Túnez, luego
Egipto, enseguida Libia, Yemen, Bahréin, Marruecos etc. Los medios de comunicación
encandilaron a la opinión pública con una mentira piadosa, se pueden hacer revoluciones con
apenas violencia (como antes habían vendido las guerras desde el aire sin que hubiese
muertos), y una parte de la izquierda les siguió el juego con un matiz hasta cierto punto
intrascendente. Para los medios de comunicación esa ausencia de violencia o violencia mínima
se debería al poder de disuasión de Occidente al retirar su apoyo a los dictadores de turno
(caso de Túnez y Egipto); para la izquierda la disuasión sería un efecto de la movilización de las
masas. Los primeros cambiaron de opinión cuando Libia (y luego otros países) les sacaron del
sueño; la izquierda a la que nos referimos se quedó perpleja, consultó sus viejas consignas y
espero a la intervención militar occidental para decir no a la guerra. Y con los rebeldes, ¿qué
hacemos?

Pero la ola de simpatías era insuficiente, el segundo y decisivo factor que intervino fue la
posición del gobierno francés. Francia había quedado claramente descolocada con las
rebeliones de Túnez y Egipto en un área sensible de su influencia, y necesitaba rehacer
rápidamente su prestigio; y además, Sarkozy estaba en una clara situación de debilidad política
frente a las presidenciales del año próximo, donde las encuestas le situaban en tercera

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posición, detrás de la izquierda y la extrema derecha. En esas condiciones se posicionó de
manera decidida a favor de los rebeldes libios y arrastró a la votación del Consejo de Seguridad
y la intervención militar inmediata, aún con graves contradicciones sin resolver entre los
gobiernos occidentales.

La administración Obama no ha estado nada entusiasmada, al igual que otros gobiernos


occidentales, con la intervención en curso. La impresión es que han sido arrastrados por los
dos elementos anteriores, más la urgencia de una situación que se hacía imposible para los
rebeldes a cada hora que pasaba.

A pesar de los argumentos artificiosos de algunos sectores de la izquierda, no es tan claro que
la intervención haya sido la política deseada por el imperialismo. Ni siquiera el francés.
Recordemos que el imperialismo también comete graves errores. Sin ir más lejos, en Irak y
Afganistán en la actualidad.

Se puede comprobar que antes de la resolución de la ONU y la intervención militar, con la


ofensiva de Gadafi arrasando a los rebeldes libios, las protestas habían comenzado a declinar
en el resto de países árabes donde se habían iniciado, y, sin embargo, a partir de ese
momento han vuelto a reactivarse, extendiéndose incluso a nuevos países como Siria. Esto es
lógico, los distintos tiranos de la zona estaban esperando ver si había luz verde para la
represión. Porque una victoria de Gadafi, autorizada por omisión internacional, hubiese
enviado un mensaje claro, los rebeldes de no importa qué país árabe solo deberían contar con
sus solas fuerzas, así que deberían calcular seriamente sus actos y consecuencias.

Arabia ya había intervenido en Bahréin contra las protestas de la mayoría chiita, y si se hubiese
consolidado la victoria de Gadafi, a estas alturas el panorama más probable sería el del fin de
todas las protestas y rebeliones, bien por la represión, bien por la inhibición de las masas. La
estabilidad de los tiranos y del imperialismo se hubiera consolidado en la zona por un largo
período de tiempo dada la magnitud de la derrota. Pero con la intervención en Libia, el
panorama vuelve a quedar abierto y con resultados inciertos. El imperialismo ha vuelto a
incurrir en una seria contradicción. En Afganistán e Irak fue fruto de la soberbia de la
administración neocon norteamericana, ahora de los intereses del gobierno conservador
francés.

Entonces, la izquierda ¿debe estar a favor o en contra de la guerra? Éstas son el tipo de
preguntas que están mal planteadas, porque al intentar contestarlas se cae en contradicciones
insuperables, como está ocurriendo.

En primer lugar, la cuestión no debe enfocarse sobre la situación concreta de Libia, sino sobre
la del mundo árabe en conjunto y las rebeliones que están teniendo lugar en una situación
compleja. Regímenes dictatoriales, masas rebeldes sin objetivos claros más allá del deseo de
libertad y mejora de su situación, intereses de distintas potencias, organizaciones islamistas,
ausencia de organizaciones e influencias socialistas. Es necesario tener perspectiva histórica
para analizar estas revoluciones dentro del amplio movimiento de masas que lleva
convulsionando al mundo desde al menos la revolución iraní, a la que siguieron la ola
democratizadora del este europeo y Rusia, la ola antineoliberal del América latina y ahora la
nueva ola democratizadora en el mundo árabe.

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En segundo lugar, si se apoyan las rebeliones, se debe ser consciente que la situación más
probable es que se genere un alto nivel de violencia y sufrimiento e incluso una guerra de
consecuencias imprevisibles. Por eso la decisión solo corresponde a los pueblos protagonistas
que van a pagar ese precio. Los gobiernos, occidentales o no, son más realistas en este sentido
que la izquierda, por eso en la arena internacional el recurso más importante entre los Estados
es la capacidad militar y las alianzas al respecto.

En tercer lugar, una actitud pacifista a ultranza, como principio inamovible, es una actitud
irreal, contradictoria y cínica para la izquierda. Toda guerra y violencia es odiosa y deberían ser
erradicadas, pero eso no se consigue con piadosos deseos. Incluso los ciudadanos poco
politizados saben diferenciar entre conflictos o guerras justas e injustas. Y la izquierda debería
tener, además, una visión estratégica. Debería abogar por la resolución pacífica de los
conflictos y por la utilización de medios no violentos para presionar y alcanzar resultados, pero
sin perder de vista que los medios de coacción son los determinantes en última instancia. Por
tanto en situaciones complejas no sirven respuestas simplistas. Las masas se habían levantado
en Libia como en Túnez y Egipto, Gadafi las iba a derrotar sin paliativos, y sus antiguos aliados
en Occidente se volvían contra él para apoyar a los rebeldes. El no a la guerra imperialista ¿es
toda la respuesta? Si es tan absoluta, porque entonces no a la guerra que desencadenaron los
rebeldes con su levantamiento, o el no a la guerra con la que contestó Gadafi. Con todos los
respetos y admiración por las tácticas de Gandhi, esas no han sido las de la izquierda a pesar
de sus muchas diferencias en su seno. ¿La izquierda ha decidido hacer suyas estas tácticas?
¿Coyunturalmente o de forma permanente?

En cuarto lugar no se puede caer en algunas de las dos posturas extremas. En el extremo
ingenuo pensando que unas idílicas masas revolucionarias van a acabar por si solas con
dictaduras sólidamente establecidas y con enormes recursos militares, financieros y
organizativos, y sin que intervengan otros actores internos (islamistas) o internacionales (los
intereses de las diferentes potencias o vecinos). En este sentido no se puede olvidar que toda
acción u omisión es una toma de postura, y en este caso, un no a la intervención militar de
occidente, por muchos motivos morales que se quieran esgrimir, es un sí a favor de Gadafi,
que a estas alturas ya habría acabado con la rebelión, y es un claro mensaje al resto de las
rebeliones, debéis de contar con vuestra sola fuerza, aunque tengáis nuestra simpatía.

En el extremo cínico, diferenciando si el autócrata de turno está apoyado por el imperialismo


(Egipto o Túnez), está enfrentado a él (Irán) o es amigo de gobiernos de izquierda
latinoamericanos (Libia, Irán), y sacando como consecuencia que en el primer caso son
rebeliones populares y en los otros dos son manipulaciones de la CIA.

En definitiva una situación compleja que requiere un debate complejo y no consignas


simplistas. Y sobretodo huir del fácil expediente de adoptar posiciones moralistas en lugar de
análisis rigurosos.

(*) Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog : http://miradacrtica.blogspot.com/, o
en la dirección: http://www.scribd.com/sanchezroje

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