Como ya anticipaba, en el capítulo que ahora comenzamos se recordarán y,
en algunos aspectos, se desarrollarán según una óptica típicamente personalista, algunas de las nociones básicas sobre la naturaleza de la felicidad verdadera que, normalmente, se estudian en la Parte General de la Ética. Estas reflexiones nos permitirán llegar a una serie de conclusiones normativas, de gran importancia aunque todavía muy abstractas, acerca del contenido del orden ideal de la vida buena.
1. EL SENTIDO GENÉRICO DE LA VIDA HUMANA: LA FELICIDAD
§ El sentido o fin último de la vida que el hombre quiere protagonizar, de la
existencia que va modelando de una u otra manera mediante su libertad (cuando escoge qué vestido comprar, o cuando decide practicar éste o aquel otro deporte, realizar éste o aquel otro trabajo, etc.), no es en sí mismo elegido por él, sino que se trata de un fin que le ha sido dado junto con la humanidad, junto con su natu- raleza de hombre. En efecto, el hombre, precisamente porque es hombre, busca con todas sus acciones la felicidad, entendiendo este último término en su signi- ficado más amplio: como vida a la que nada le falte, en la medida —se entien- de— en que esto sea posible (cf. Aristóteles, Ética Nicomáquea I, 7, y 10). Nuestras primeras impresiones, es cierto, podrían hacernos pensar que el hombre no quiere efectivamente la felicidad, sino las distintas cosas de las que se ocupa en su actividad. No es difícil, sin embargo, descubrir la presencia operati- va del deseo de felicidad en todas nuestras acciones: si nosotros decidimos com- portarnos de un cierto modo es, en último término, porque pensamos poder alcan- zar así la felicidad, o al menos la máxima felicidad posible en nuestras circunstancias. Ocurre, simplemente, que este deseo no siempre está explícita- 20 ÉTICA SOCIAL
mente presente en la conciencia, aunque en realidad palpite en el fondo de todas
las decisiones humanas. Incluso de aquellas que podrían parecer más desespera- das: piénsese, por ejemplo, en el caso extremo de una persona que decide suici- darse: lo hace ciertamente porque cree —erróneamente, se dirá— poder escapar así de la infelicidad, y alcanzar por el contrario una cierta paz o felicidad («la paz del sueño eterno»). El principio general mediante el cual podemos sintetizar esta experiencia co- mún admite una doble formulación: — Formulación positiva: la felicidad es el fin último en el que confluyen intencionalmente los diversos fines particulares según los que el hombre decide cómo vivir. Se trata, en otras palabras, del horizonte hacia el cual apunta el hombre (con más o menos puntería) con todas las acciones que integran su vida: «en vista de la felicidad, efectivamente, hacemos todo lo demás» (Aristóteles, Ética Nicomáquea I, 12). — Formulación negativa: la vida feliz no es nunca deseada como medio para alcanzar otra forma de vivir: «honor, placer, inteligencia y cualquier otra virtud los elegimos […] en vista de la felicidad, porque mediante es- tas cosas pensamos llegar a ser felices; por el contrario, nadie elige la fe- licidad en vista de estas cosas, ni —en general— para conseguir cual- quier otra cosa» (Aristóteles, Ética Nicomáquea I, 7). Por este motivo, la pregunta: «¿por qué ser feliz?» no tiene sentido, y no puede recibir más respuesta que: «porque lo quiero».
§ Como es sabido, la objeción más importante que ha suscitado este princi-
pio es la planteada por aquellos autores que (como, por ejemplo, I. Kant) sostienen que la felicidad, en cuanto finalidad o motivo espontáneo del vivir del hombre, no sólo puede, sino que debe ser superada, pues es egoísta. El comportamiento ética- mente bueno, añaden, consistiría específicamente en vivir de acuerdo con el «de- ber», y éste no coincide necesariamente con la felicidad, o, más aún (por ejemplo, para Kant), excluiría totalmente esta finalidad como motivación determinante de nuestro actuar. Respecto a esta doctrina, y dejando de lado por el momento la cuestión del presunto egoísmo de quien busca la felicidad, es necesario notar dos cosas. En ella se afirma que el sentido moral de la vida humana consiste en cumplir el pro- pio deber, y esta tesis es sustancialmente justa, ya que —como más adelante ve- remos— vivir de acuerdo con los propios deberes no es otra cosa que perseguir un cierto tipo de felicidad (la beatitud o felicidad verdadera). Pero, contra lo que esa doctrina sostiene, es necesario afirmar que el deber y la felicidad no pueden ser dos tipos de motivaciones distintas e independientes del obrar libre, y aún me- nos contrapuestas (como sostiene Kant). En efecto, hablando en sentido estricto, y superando una vez más nuestras primeras impresiones al respecto, la motivación alternativa: «o se actúa buscan-