Está en la página 1de 4

EL CRISTIANO SE DEFINE

POR EL SEGUIMIENTO DE JESÚS


No es fácil llegar a ser cristiano. No es fácil vivir como tal si primero no se tiene claro el
ideal de vida que se quiere conseguir.
Alcanzar la identidad cristiana quiere decir que los cristianos encontramos en Cristo el
punto de referencia que nos identifica también como personas. Lo que sucede es que el
modo de caminar hacia Cristo no puede ser inconsciente, involuntario, hecho a ojos ce-
rrados, sino que ha de ser más bien un movimiento, consciente y lúcido, que, partiendo
de uno mismo, se proyecta hacia el tipo de persona que uno quiere llegar a ser.
Ser cristiano es una invitación de Dios a encontrar la propia identidad. Es mirar a Cristo
como al ideal de persona que Dios nos pone delante; es descubrir en la vida de Jesús de
Nazaret el modelo de vida que Dios quiere que vivamos. Ser cristiano o cristiana es se-
guir a Jesús.
Para ello hace falta saber en qué consiste el seguimiento de Jesús y cómo se vive de hecho
ese seguimiento.
¿En qué consiste el seguimiento de Jesús?
El primer uso de la palabra cristiano demuestra ya una relación de parecido entre los dis-
cípulos de Jesús y Jesús mismo. Ese parecido lo notaron muy pronto las gentes de An-
tioquía, y por eso dieron el nombre de cristianos (Hch 11,16) a quienes, además de oírles
confesar su fe en Cristo Jesús, les veían vivir en relación con él. Existe, pues, desde los
comienzos, una relación estrecha entre vida cristiana y seguimiento de Jesús.
Decir, por tanto, que ser cristiano o cristiana consiste en el seguimiento de Jesús no es
nada novedoso ni arbitrario. Tiene una razón de ser y un fundamento que lo justifica. El
fundamento no es otro que lá enseñanza del Nuevo Testamento que nos invita a «poner
los ojos en Jesús, el que ha vivido originariamente y en plenitud la fe» (Heb 12,1), y en
donde Se afirma que la vida cristiana no es Otra cosa que el ejercicio de «hacernos hijos
en el Hijo», y «reproducir la imagen de su Hijo» (Rom 8,29).
Pero, en concreto, ¿en qué consiste el seguimiento de Jesús?
No consiste en imitar sin más ni más, de forma literal, los comportamientos y gestos de
Jesús. Esto nos resulta materialmente imposible a quienes vivimos en unas coordenadas
socioculturales e históricas distintas de las que vivió Jesús. Seguir a Jesús no es una
cuestión de imitación mimética; es más bien una adhesión a él que nos pone en contacto
vital con su persona y nos induce a orientar nuestra vida conforme a su modelo.
El seguimiento tiene, pues, un alcance que va más allá de la simple imitación. La identi-
dad que podemos recibir de otras personas no se limita a copiar sus rasgos exteriores; se
fija más bien en una sintonía con sus actitudes íntimas, que nos da a nosotros también
la libertad de poder ser como ellas, a nuestro modo y en un contexto diferente. En el ca-
so del seguimiento de Jesús, éste es un dato perfectamente constatable: a lo largo de la
historia ha habido siempre personas que han llevado adelante su causa y han vivido, con
mayor o menor radicalismo, su proyecto evangélico.
Pero el seguimiento de Jesús ha tenido unas connotaciones especiales que conviene que
valoremos justamente.
¿Cuáles son los rasgos más llamativos del seguimiento de Jesús?
El seguimiento de Jesús es una experiencia que transforma por completo la propia vida.
Tiene elementos de seducción y de atracción, de libertad y de gratuidad, moviliza la pro-
pia forma de ser y de actuar, y vincula, en la fuerza del Espíritu, a todos aquellos que de-
ciden emprender el camino del discipulado. Veámoslo.
l. Lo plimero que salta a la vista en la experiencia de ese seguimiento es la fuerte irra-
diación que ejerce la persona de Jesús. Jesús llama: «Sígueme». Y provoca una res-
puesta de adhesión: {Dejando todas las cosas le siguieron». Lo hace con la fuerza de un
imperativo, -y sin tiempo a que el interpelado conozca la personalidad de quien le llama y
sin medir las consecuencias de la respuesta que va a dar. Ahí está lo sorprendente: que
la fuerza del que llama va a ser mucho mayor que las resistencias o dificultades que pue-
dan presentarse. El atractivo de Jesús va a ser tan decisivo que nada va a permitir decir
que no. Es la experiencia de la seducción, de sentirse ganado de forma irresistible por la
fuerza que sale de Jesús.
2. Pero, no obstante su fuerte irradiación, Jesús da un margen de libertad a la res-
puesta. No quiere retener a toda costa a sus discípulos: ¿También vosotros queréis mar-
charos? (Jn 6,67).
Desde esa libertad con la que cada cual da su respuesta, Jesús invita a superar la tenta-
ción de querer exclusivizar el seguimiento, como si fuéramos nosotros los únicos en par-
ticipar de un don que es ofrecido a todos. E invita también a fundamentar la respuesta
dada en 10 mucho que uno recibe a cambio: el tesoro escondido, la perla preciosa, y no en
apoyos masivos o en efectos maravillosos.
3. Jesús demuestra esa libertad en primer lugar para llamar «a los que él quiso» (Mc
3,13) y para dar a entender que la invitación a seguirle es fruto de la gratuidad. Con ello
quiere evitar que consideremos la respuesta como mérito nuestro, como debida a nues-
tra excelente capacidad, como si nosotros fuésemos los buenos y perfectos, y los demás,
ipobrecillosl, no contasen a los ojos de Dios.
4. El seguimiento de Jesús lleva a la desinstalación. No permite decir que sí y seguir
contemporizando con posturas ambiguas. Jesús es en esto tajante: «Deja a los muertos
que entierren a sus muertosn (Mt 8,22). «El que pone la mano en el arado y vuelve la vis-
ta hacia atrás no es apto para el Reino de Dios» (LC 9,62). «El Hijo del Hombre no tiene
donde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Son tres palabras de Jesús, y dichas en tres ocasiones, cuando alguien le ha planteado el
deseo de seguirle.
Las tres giran alrededor de la idea de desinstalación. Desinstalación es vivir con una cierta
provisionalidad, que hace mirar siempre adelante y que hace eso tan serio de dejar a los
muertos que entierren a sus muertos. Hoy no se trata de no tener una almohada fisica y
material donde reclinar la cabeza. A veces hay otras almohadas psicológicas donde uno ya
se instala, donde uno ya se acomoda, donde uno ya coloca todas las cosas en su sitio y ha-
ce su pequeña síntesis y su pequeña manera de ser.
Sin embargo, el seguimiento de Jesús es lo contrario, y los apóstoles lo van viendo así
Cuando te crees que has conquistado una meta, te ves otra vez desnudo, a la intemperie y
teniendo que buscar otra vez camino (J. GONZÁLEZ FAUS).
No se puede vivir el seguimiento parcialmente, a medias tintas. Ponerse en el segui-
miento de Jesús es vivirlo con todas las consecuencias, con la totalidad de la persona. Es
asumir otra forma de vida.
Jesús llama a la gente en grupo. Y el grupo es algo que potencia la acción del hombre al
servicio del Reino. No una mera compensación psicológica, sino un espacio necesario pa-
ra la fraternidad.
Veamos ahora los pasos que es necesario dar para progresar en dicho seguimiento.
¿Con qué actitudes se vive el seguimiento de Jesús?
Aun cuando la decisión de seguir a Jesús, la opción por él (iSeñor, te seguiré dondequiera
que vayas'), constituya de suyo un punto de partida, y aun cuando exista también un
punto de llegada, la identificación con Cristo (Mi vivir es Cristo.), el seguimiento, como
pretensión por alcanzar la identidad cristiana, se da de un modo progresivo, es decir, se
consigue mediante el ejercicio y la puesta en práctica de unas actitudes que nos van
asemejando poco a poco a la persona de Jesús.
¿Cuáles son esas actitudes progresivas?
1. Lá primera de todas es la actitud de encarnación. Cristo, siendo igual a Dios, se aba-
jó, se hizo carne, compartiendo en todo nuestra vida menos en el pecado y el egoísmo. El
cristiano debe hacer eso mismo; ha de orientar su vida en la trayectoria de abajamiento
que vivió el propio Jesús: llegar a ser humano viviendo, codo a codo con lo débil, lo pe-
queño y lo oprimido. Esta forma de vida nos hace más cercanos a Jesucristo, y en conse
cuencia más humanos.
Esta actitud de encarnación lleva al cristiano a evitar otra forma de vivir, contraria a Cris-
to: participar del mundo de la riqueza, del poder y del disfrute egoísta, que nos deshu-
maniza y nos hace insolidarios con los otros.
2. El segundo paso del seguimiento de Jesús es ser agentes de salvación. El cristiano vi-
ve y actúa para salvar, para liberar, para favorecer la vida en plenitud (Jn 10, 10).
Esa forma de vida empieza por una sensibilidad, por una percepción realista y crítica de
las situaciones de inhumanidad que degradan o recortan la vida de los hombres. Y sigue
luego por una dedicación tenaz y un compromiso a favor de quienes sufren y padecen
esas situaciones, a fin de superarlas. Es la actitud de amor-misericordia que caracterizó
la vida de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir (Mc 10,45); y que nos dejó tan
bellamente expresada en la parábola del Buen Samaritano (LC 10,29-37). Ésta es la forma
cristiana de lucha por la justicia.
3. El compromiso auténtico por la justicia lleva consigo algo inevitable: compartir el
destino del Crucificado, participar en la pasión y muerte de Jesús, como consecuencia
de vivir radicalmente las Bienaventuranzas.
Ser testigo de la Buena Noticia del Reino y denunciar los intereses opuestos al Evangelio
implican un riesgo y una amenaza permanentes. Ya lo dijo Jesús: «Os perseguirán tam-
bión a vosotros». Estas persecuciones han cambiado con el transcurso de los siglos. To-
davía hoy asistimos a persecuciones violentas, aunque las más normales consisten en el
descrédito, la difamación o el chiste fácil. Ya lo denunciaba Mons. óscar Romero: «Se
mata a quien estorban.
4. Por fin, el punto culminante del seguimiento de Jesús es la participación en su Re-
surrección. La Resurrección define la identidad cristiana en términos de esperanza.
«Bienaventurados los que mueren en el Señor» , proclama la liturgia de difuntos. Eso sig-
nifica que se puede y se debe morir con esperanza, siempre que la vida haya sido tam
bién en el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Aquí radica el contenido y
significado de la esperanza cristiana.
Pero participar en la Resurrección de Cristo no sólo es la respuesta definitiva de Dios a la
muerte del cristiano, es también hacer realidad la vida y esperanza del Reino de Dios en
todas aquellas situaciones personales y sociales que necesitan salvación.
Éstos son los pasos que llevan progresivamente a la vivencia del seguimiento de Jesús.
Éstos son los pasos y las actitudes con los que uno se identifica poco a poco con Jesu-
cristo, y se siente cada día más cristiano
Pero este camino no es fácil. Cada día estamos ante el reto de vivir los valores y actitu-
des que vivió Jesús: vivir de cara al Padre con total disponibilidad y relacionamos con
quienes nos rodean en un plano de igualdad y de fraternidad. Aquí radica el contenido
fundamental de la conversión cristiana.
Ésta es la carta de identidad de los cristianos. Ésta es la vocación a la que hemos sido
llamados. Éste es el estilo de vida que Dios quiere ver vivir a los hombres como prueba
de que el testimonio de Jesús no ha caído en saco roto. A nosotros corresponde, e» la
medida en que nos dejamos llevar por el Espíritu, hacer realidad el deseo de Dios de
«hacernos hijos en el Hijo» , de «reproducir en nosotros la imagen de Jesús» (Rom 8,29).

También podría gustarte