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Por qué no escribimos como hablamos

La enseñanza de la lengua se ha centrado demasiado en la ortografía, tal vez por eso se ha convertido en
un campo de batalla en las redes

ÁLVARO DE CÓZAR - 11/03/2016 - Número 25

Aa Por qué no escribimos como hablamos

Suelen estar al acecho, a la espera de ver un error en un mensaje en Twitter o en WhatsApp, o en un


artículo publicado en prensa, ajenos al esfuerzo que haya dedicado el periodista en hacerlo. Parece que
leen con un afectado disimulo, como si atendieran a lo que se está diciendo, pero en realidad solo
aguardan a que se olvide poner una tilde, se confunda una be con una uve o se deje atrás una hache
intercalada. Y cuando eso ocurra (y ocurrirá) estarán ahí para descargar toda la furia de los dioses
ortográficos a los que representan, señalarán públicamente la falta y harán al infractor arrepentirse de
haberse atrevido a manchar con su escritura el idioma. O quizá usted sea uno de ellos. Si es así, se habrá
reconocido en uno de los especímenes más impertinentes que circulan por internet, el talibán
ortográfico, conocido en inglés como grammar nazi.

Uno de estos talibanes, Hank66, describió su actividad en un artículo de 2009 en la desaparecida


publicación digital Soitu: “Cuando localizamos la presa, apenas podemos sofocar un alarido de triunfo, y
ya nuestras manos vuelan presurosas hacia el teclado, volcando nuestra santa indignación sobre el
maltratador lingüístico. A veces irónicos, a veces condescendientes, a veces pedagógicos, casi siempre
antipáticos, enviamos el comentario y, momentáneamente satisfechos, partimos raudos y veloces en
pos de otra víctima”.

El primer trol de la lengua

Probablemente el primer talibán ortográfico de la historia fuera el autor del Appendix Probi (Apéndice
de Probo), un palimpsesto añadido a la obra Instituta Artium, escrita entre los siglos III y IV por el
gramático Marco Valerio Probo. El autor del apéndice —que no fue el tal Probo— debía de ser un tipo
educado al que le molestaban sobremanera los cambios que se estaban produciendo entonces en el
latín clásico. Por eso dedicó todo el texto a decir cómo se deben pronunciar las palabras que la gente
estaba pisoteando: “Ansa non asa; mensa non mesa; vinea non vinia; nunquam non nunqua…”. El
patrón es claro, pero sus consejos no cuajaron y casi todo lo que recomendó acabó perdiéndose en
favor de las expresiones que usaba el vulgo y que después conformaron parte de las lenguas romances,
entre ellas, el español.

“El Apéndice de Probo es un documento interesantísimo —dice Salvador Gutiérrez Ordóñez, miembro
de la RAE y coordinador de Ortografía de la lengua española (2010)— porque da una enseñanza para
todos aquellos que son puristas de la lengua, para quienes no admiten que cambie y quieren que esta se
mantenga de una manera determinada. Pero la lengua cambia, como lo hizo del latín clásico al latín
vulgar. Es un ser vivo y eso es imparable.”

El autor del Apéndice de Probo cometió varias ultracorrecciones, es decir, fue víctima, como sus
coetáneos, de los cambios que por aquella época ya estaban extendidos. En su afán corrector escribió,
por ejemplo, amfora non anpora, cuando en realidad esta última forma se parecía más a la clásica
amphora. Más o menos, es como decir ahora “bacalado” en lugar de bacalao.

Temer los cambios no es nada nuevo. En las últimas semanas se ha hablado mucho en Francia del
acento circunflejo, un asunto que ha generado campañas en Twitter con la etiqueta #JeSuisCirconflexe.
La Academia Francesa, el Ministerio de Educación y la Asociación de Editores del país galo están a favor
de eliminar este símbolo utilizado para extender la vocal que lo lleva y que suele indicar la pérdida de
una antigua ese. The Economist empezaba así un artículo sobre el tema: “Francia afronta unas altas
tasas de paro, tiene a los político divididos y aumenta la xenofobia. Pero lo que a los franceses les
indigna es un debate lingüístico [el del acento circunflejo]”.

Probablemente, el primer talibán ortográfico de la historia fue el autor del Appendix Probi

Algo parecido ocurrió en Alemania hace unos años cuando, tras una profunda reforma ortográfica, la
prensa, con Bild y Der Spiegel a la cabeza, arremetió contra las nuevas normas y se declaró objetora:
“Dislexia por imposición estatal”, lo llamó Bild.

Y en España ha habido en los últimos años una fuerte controversia, que todavía perdura, en torno a las
nuevas normas ortográficas, en especial sobre la supresión de las tildes en las palabras solo y guion y en
los demostrativos. Incluso en el seno de la Academia muchos se han negado a seguir la recomendación
de eliminar el acento gráfico con la que únicamente se pretendía simplificar la ortografía y hacerla algo
más científica. “El problema del solo era de coherencia — señala Gutiérrez Ordóñez—. La tilde diacrítica
nos sirve para distinguir dos palabras, una tónica y una átona. Pero en el caso de solo, las dos palabras,
adverbio y adjetivo, son tónicas. Había entrado por equivocación. Así que lo que se pretendió era una
regla que fuera uniforme.”

Un organismo vivo

Todos estos cambios generan conmoción. Se puede estar en contra y discutir todo lo que concierne a la
ortografía, pero no parece que tenga mucho sentido pensar que esas modificaciones se hacen con afán
de destrozar la lengua. Después de todo, lo que hablamos y escribimos no es más que el fruto de una
larga historia de horrores y errores, a veces cometidos por los propios académicos. Esas bes y uves que
hoy consideramos inamovibles y cuya confusión genera convulsiones no siempre estuvieron ahí. En los
primeros años de la Academia, fundada en 1713, sus miembros se pusieron a la loable tarea de poner
orden en el caos de grafías que los distintos impresores utilizaban. Además del criterio de uso, es decir,
cómo se escribían frecuentemente las palabras, en ocasiones se guiaron por el criterio etimológico. Pero
no siempre hallaron la respuesta correcta y cometieron algunas pifias. Dos ejemplos que señala
Gutiérrez Ordóñez: bermejo viene de vernículus [gusanillo], que en latín era con uve; y basura viene de
versura [acción de barrer, del latín verrere], que también era con uve. “Son confusiones etimológicas
propias de la época”, explica el académico.

En el nivel léxico la Academia suele recoger las palabras que el pueblo ha incorporado al habla y lo hace
documentando su uso y sus cambios semánticos. La lengua es un organismo vivo y casi todo el mundo
ve necesario dar cuenta de esa perpetua evolución. Los cambios, en ese caso, vienen de abajo, el
pueblo, y los registran los de arriba, las instituciones académicas. En cambio, la ortografía es uno de los
pocos aspectos de la lengua que se modifica en el sentido contrario, desde arriba hacia abajo, o como
dice Gutiérrez Ordóñez para entendernos, “por decreto”. Es decir, la ortografía no es el resultado de la
evolución natural del lenguaje.

Contra la ortografía

Karina Galperín es doctora en Letras y Literaturas Romances por la Universidad de Harvard y profesora
de la Universidad Di Tella, en Buenos Aires. Esta argentina ha retomado en los últimos años la
provocación que hizo en 1997 Gabriel García Márquez durante el primer Congreso Internacional de la
Lengua Española. En aquella ocasión, el autor colombiano sorprendió a todos con su discurso:
“Jubilemos la ortografía, error del ser humano desde la cuna, enterremos las haches rupestres,
firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos
escritos, que, al fin y al cabo, nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con
revolver. Y qué de nuestra be de burro y nuestra uve de vaca que nuestros abuelos españoles nos
trajeron como si fueran dos y siempre sobra una”.

Galperín no propone abolir la ortografía, sino hacerla más simple y atender a los nuevos retos que
plantean internet y las redes sociales. “El español siempre tuvo una resistencia fuerte a escribir
demasiado diferente de como pronunciamos, pero cuando en el siglo XVIII se decidió cómo íbamos a
uniformar nuestra escritura hubo otro criterio que guio las decisiones, el etimológico, y así nos
quedamos con haches mudas que no pronunciamos o con ges que suenan ásperas como en gente o
suaves como en gato”, dice la profesora en una provocadora charla en la organización TED titulada
“¿Ase falta una nueba ortografía?”.

La doctora se muestra favorable a los cambios introducidos por la Academia en la Ortografía de 2010 y
pide paciencia para que la sociedad los adopte. “La incorporación del signo de interrogación de apertura
tardó más de un siglo y medio. Normalmente los tiempos de adquisición de ese tipo de cambios son
larguísimos y exigen mucha paciencia.” Galperín recuerda una anécdota que le ha leído a Víctor García
de la Concha. El expresidente de la Academia contaba que cuando la institución se propuso quitar la
hache intercalada de Christo, uno de los académicos reaccionó indignado: “Por encima de mi cadáver”.
“El mayor enemigo en todos estos temas —concluye la profesora— es el público educado que no
conoce la historia de la lengua.”

Podría verse la ortografía como un conjunto de normas de educación para mantener el orden en
determinados ambientes, algo parecido al protocolo que se sigue para comer en un buen restaurante.
Puede que no estemos habituados a usar en casa la pala y el tenedor de los cuatro dientes para el
pescado, pero por respeto al resto de comensales los usaremos y no se nos ocurrirá utilizar las manos.

Distintos contextos

De la misma forma, al redactar un texto que va a publicarse o un documento que vamos a enviar al jefe,
trataremos de emplear un estilo culto y nos preocuparemos por seguir fielmente todas las normas
ortográficas. Casi todo el mundo entiende, quizás a excepción de los talibanes ortográficos, que
podemos relajarnos un poco al escribir un mensaje de Whatsapp a un amigo o a la pareja, entre otras
cosas porque escribimos rápido y hay pulgares enormes que no atinan con las dichosas teclas del móvil.

“Depende de la intención del texto y de a quién vaya dirigido”, señala José Antonio Millán, lingüista y
autor, entre otros, de Perdón, imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente (RBA, 2005).
“No es lo mismo escribir un artículo con pretensiones de seriedad que escribir en Forocoches. Hay
niveles distintos en el lenguaje escrito”, señala Millán.

En la misma línea, Andrés Trapiello, autor de la traducción del Quijote al español actual (Destino, 2015),
dice que jamás se le ocurriría corregir las faltas de ortografía de determinadas personas que sabe que no
tienen un nivel cultural muy alto. “Pero si las veo en un muchacho haragán en el colegio probablemente
es porque está desaprovechando una oportunidad, y en ese caso es reprochable. He encontrado faltas
de ortografía en todos los escritores del 98 y del 27 y no por eso se me ocurre pensar que escribían
mal”, dice Trapiello, que recuerda que Cervantes escribía su nombre con be y con uve indistintamente,
sin que pareciera importarle, entre otras cosas porque la norma no estaba fijada entonces.

Señalar el error

Si muchos autores cultos cometen faltas, si se acepta que la ortografía no estuvo ahí siempre, si se
entiende que no son más que convenciones, a veces caprichosas y sin un sentido práctico, en fin, si se
tiene en cuenta todo esto, ¿por qué esa insistencia en restregarle al otro su error y tacharle de
ignorante? ¿No basta solo con corregir educadamente el fallo? ¿De dónde sale la furia de los talibanes
ortográficos?

Dejando a un lado la soberbia y otras posibles razones psicológicas, lo cierto es que el talibán de la
ortografía—que no es exclusivo de internet pero sí se mueve a sus anchas en ese terreno que permite el
anonimato— puede haber surgido por reacción a otro espécimen de la red, el llamado Hoygan. Con este
neologismo se llama a los usuarios que, normalmente con un bajo nivel cultural, escriben en los foros
con un montón de faltas de ortografía y suelen pedir cosas imposibles. Dos ejemplos sacados de
Wikipedia: “Hoygan nesesito saver donde vajar la pelicula de hestar Wars gratis”, “hoygan!!! Nesecito
escrivir 1 komedia d cavallería xa mañana, puen aiudar??? Es xa 1 trabaho de clase. Graxcias!!!!”.

Lo que hablamos y escribimos no es más que el fruto de una larga historia de horrores y errores

Este tipo de frases son frecuentes en foros de internet y en las redes sociales. “Ahora todos escribimos
continuamente en internet y los errores se ven más”, señala David Martín, profesor de lengua del
Centro de Educación de Personas Adultas Ramón y Cajal, en el municipio madrileño de Parla. Sus
alumnos no pudieron obtener el título cuando les correspondía por edad y ahora hacen un gran esfuerzo
por conseguirlo. “Esa tendencia talibán hace que mucha gente se agobie. Algunos de mis alumnos
piensan que si no dominan totalmente las tildes deben calificarse como personas que escriben mal.
Enseñamos ortografía pero no creo que sea bueno bajar la nota en los exámenes por esto. Sería una
forma de alejar a los alumnos del conocimiento. Al final, para enseñar ortografía lo mejor es enseñar a
leer, a escribir y sobre todo a pensar, que es para lo que creo que debe estar la escuela.”

En líneas generales, los escritores y filólogos que han participado en este reportaje están de acuerdo en
que la enseñanza de la lengua se ha centrado demasiado en cuestiones como la ortografía, como si esta
estuviera escrita en las tablas de la ley, y ha obviado otros aspectos del idioma como su carácter
evolutivo. “Falta inculcar el sentido un poco dinámico de las lenguas y de que estas no pertenecen a la
Academia”, dice el lingüista Millán.

Lo más razonable es hacer por conocer las normas ortográficas y respetarlas según un buen
entendimiento y optar libremente por seguir las recomendaciones de la Academia. Pero si comete un
error no sienta vergüenza ni se flagele. Si se encuentra a un talibán ortográfico por ahí, en algún lugar de
la red, puede insuflarle un poco de relativismo lingüístico y recordarle que lo que hablamos hoy es fruto
de los errores de nuestros antepasados, que las faltas en las que caemos pueden acabar siendo parte de
la lengua. En definitiva, que usted solo está siguiendo el guion.

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márquezkarina galperín
Josep Maria Albaigès i Olivart - LA NUEBA ORTOGRAFIA

http://www.albaiges.com/

Relata Augusto Cuartas en sus Curiosidades del Lenguaje que "el bolígrafo alemán Heuropa debe su
éxito a la letra inicial. Todos los que entraban en la tienda a advertir que Europa se escribía sin h,
compraban alguno". Esta anécdota es bien expresiva de uno de los saberes más inútiles pero a la vez
más anclados en la conciencia "cultural" de muchas personas en nuestra época: el mantenimiento a
toda costa de las convenciones ortográficas heredadas del siglo XV, convertidas hoy en una liturgia
cultural más.

¿Existe alguna institución de esa época que permanezca hoy tan intocada? ¿Por qué no se afanan en el
objetivo de mejorarla los revolucionarios, hoy que hay tantos para todo? Y el caso es que los que
podrían acometer la empresa no lo hacen o lo hacen muy tímidamente: en octubre de 1984 el
colombiano y Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez escandalizó a muchos
hispanohablantes (o, mejor, hispanoescribientes) diciendo en Madrid que "habría que suprimir los
acentos dela lengua castellana". Su declaración, como muchas otras parecidas, perdía fuerza al hacerse
sospechosa en sus últimas palabras: "En mis originales los utilizo, pero los utilizo mal".

Sin embargo, no siempre los intentos de simplificar la ortografía de la lengua castellana han partido de
quienes no la dominan y desean suprimir un obstáculo para remediar su incapacidad para saltarlo. Ya
Mateo Alemán, el gran narrador sevillano del siglo XVI, creó en México un sistema ortográfico de 25
letras, sin éxito. El padre Benito Feijoo, por boca de su personaje fray Gerundio de Campazas, abogaba
por ciertos cambios, como la supresión de la u tras la q. En nuestros tiempos, Juan Ramón Jiménez
cultivaba la "rareza" de usar sólo la j ante e, i aspiradas. Y algunos escritores hispanoamericanos se han
lanzado por libre a sustituir la copulativa y por i, cuando no a aventuras más radicales.

Se ha argüido que la fijeza en el grafismo de una palabra es condición necesaria para una rápida
identificación y lectura, en lo que estamos de acuerdo, aunque ello no debe encorsetar para siempre
esta misma grafía. En la época de la Renaixença catalana muchos escritores en esta lengua estimaban
como signo de riqueza y variedad la proliferación de grafías (la palabra amb llegaba a escribirse de ocho
maneras distintas), pero, en estas condiciones, el avance técnico dela lengua y su capacidad
universalizadora permanecieron estancadas hasta la reforma de Pompeu Fabra (1913), que por cierto
simplificó buena parte de convenciones y grupos arcaicos, aunque sin la audacia de otras lenguas como
el italiano, del cual están ausentes la h, k, w, x, y, sin que nadie pueda acusar a la lengua de Dante de
falta de armonía o belleza gráfica.

Sería hora pues de pensar en serio en la reforma ortográfica del castellano, que lejos de responder a
iniciativas de francotiradores revolucionarios debería venir auspiciada por la Real Academia de la Lengua
para facilitar su aceptación y efectuarla coordinadaente, limitando así al mínimo el aludido problema de
la identificación. ¿Se animarán nuestros inmortales a hacerse de veras inmortales dando vía libre a la
evolución lingüística en el plano gráfico? Recuerden nuestros respetados sacerdotes de la literatura
gráfica que por muy correctas y respetables que sean las razones etimológicas, a fin de cuentas casi a
nadie interesa que haya que escribir cabra con b porque esta letra sea más afín que la v a la p (latín
capra), aparte de que esta barroca explicación tampoco acaba de dejarnos satisfechos, ya que entonces,
¿por qué escribimos viga y no biga (latín biga)?

Si la lengua está al servicio del hombre, tarde o temprano habrá que dar el paso. Al fin y al cabo, si
nuestros gramáticos de los siglos XV-XVI fueron capaces de abandonar audazmente las convenciones
latinas para lanzarse a la constatación fonética de la nueva lengua, ¿por qué no hemos de ser nosotros
tan valientes como ellos y dejar de considerar el castellano cervantino como un neo-latín encorsetador
de inspiraciones, coartador de espontaneidades y sembrador de errores? La Literatura Potencial (LIPO)
propone un plan para alcanzar este objetivo sin traumas, inspirándose en el que hace ya muchos años
pensó George Bernard Shaw para la lengua inglesa, por cierto mucho más complicada ortográficamente
que la nuestra. En unos pocos años podría llegarse a una ortografía fácil, racional y bella sin amargar la
vida a los alumnos ni a los profesores de la actual generación escritora, habituada a las normas
ortográficas del DRAE.

Coincidimos con García Márquez en que el aspecto más innecesario y por tanto más prescindible de la
actual ortografía castellana son los acentos, que serían el primer punto de ataque. No se comprende
este afan por guiar tan minuciosamente la pronunciacion, especialmente si se acompaña de un desden
tan notorio hacia la grafia. Ingles, aleman, italiano y tantos otros idiomas se pasan perfectamente sin
estas molestas virgulillas, y como ellos hariamos nosotros, sin que nadie dejar por ello de saber cual es la
silaba tonica de una palabra. De hecho, ya la escritura por e-mail ha llegado a esta conclusion por otros
caminos.

El segundo año del Plan de Reforma Ortografica del Castellano (en adelante PROC) ya prodrian
acometerse cosas de mas envergadura, eliminando de una vez la molesta h, salvo en la palabras
extranjeras, donde abitualmente es pronunciada. ¡La erencia cervantina mas pesada, la pesadilla
ortografica infantil mas orrorosa, eliminada al fin!

Como estos cambios abrian sido sencillos y bien acogidos, podria continuarse el año siguiente con la
unificacion de las letras b/v a la primera, en la cual an conbergido ambas foneticamente, cosa que
esperamos no bulneraria los sentimientos de quienes todabia opinan que debe distinguirse su
pronunciacion.
En el cuarto año ya nos atreberiamos a empresas mayores erradicando la c y la q, ke serian substituidas,
según los kasos, por la z o la k. Ay ke dezir ke, aprobechando la okasion, tambien se suprimiria la inutil x,
ke se konbertiria en s, ks o gs, segun su pronunziazion. El grado de eksaktitud fonetika konseguida a
estas alturas seria ya konsiderable.

Para deskansar un poko, el kinto año nos limitariamos a reformas pekeñas, ke kaerian komo fruta
madura: se suprimiria tambien la y por innezesaria, i se simplifikarian las komplikaziones aktuales con las
letras g/j. La primera sonaria siempre gutural oklusiba, sin nezesidad de u interpuesta, i la segunda
frikatiba. Ninguna difikultad, ninguna gerra darian estas nuebas medidas, ke alijerarian ia kasi
totalmente la lengua.

I, en fin, en el sesto año de la PROK entrariamos ia a fondo en la reforma. ¡Fuera los sinos inutiles! Las
letras mudas serian suprimidas sin miserikordia komo antes se abia echo con la ache, i la grafia se
adataria a la autentika pronunziazion. Palabras komo imbento, berda o argo podrian ofrezer un aspeto
un poko estraño al prinzipio, pero pronto nos akostumbrariamos. Inkluso, con un poko de audazia, se
podria aprobechar la letra c, ke abria kedado libre, para sustituir kon ella la atual ch, komo azen los
italianos.

I asi, en un plazo tan brebe como seis años abriamos akabado disfrutando de una lengua senzilla i tanto
o mas armoniosa bisualmente de lo ke pueda ser el antikuado kastellano atual, prisionero de
kombenziones i lastres ke nos atan inutilmente al pasado, azen difizil el aprendizaje i perpetuan la
bijenzia de kapricosas grafias, kiza balidas i mui respetables en otras epokas, pero cocas i bazias oi de
sinifikado i utilidad para el pueblo.

Jose Maria Albaijes Olibart

Barzelona, otubre 1985

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Daniel Samper Pizano - Reformas ortográficas...

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Fernando Vallejo y su nueva ortografía

¿Acabaremos todos saludando 'Ola k ase'?

29 de octubre de 2013. Emilio Ruiz Mateo

Qué: Fernando Vallejo propone una polémica reforma ortográfica

El escritor Fernando Vallejo ha propuesto una reforma ortográfica polémica, no sólo por el contenido de
la propuesta, sino por los términos y el tono utilizado… Lo hace desde las páginas de su última obra,
Casablanca la bella, donde se dirige a las academias de la lengua en América y a la española para que el
nuestro deje de ser un idioma “estúpido” y no siga cediéndole espacios al inglés, por no adoptar un
sistema ortográfico basado en la fonética (no en la etimología). “La reforma la están haciendo los
muchachos en los celulares, en los computadores, porque están escribiendo ortografía fonética”, ha
declarado en los medios colombianos.

Esto es que lo que leemos en la página 57 de Casablanca la bella de Fernando Vallejo:

“Mi reforma ortográfica, señorías, en esencia es la que propuso en el Siglo de Oro Gonzalo Correas
(quien escribía “Korreas”) pero acomodada a la realidad actual del idioma, la de que los
hispanoamericanos hoy por hoy somos sus dueños, va así: “Casa” con ka de “kilo”: “kasa”. “Queso” con
ka de “kilo” y sin u: “keso”. “Aquí” con ka de “kilo” y sin u ni tilde: “aki”. “Cielo” con ese de “suelo”:
“sielo”. “Zapato” con ese de “suelo”: “sapato”. “General” con jota de “joder”: “jeneral”. “Guerra” con ge
de “ganas” pero sin u: “gerra”. “Güevón” con u sin diéresis ni tilde: “guevon”. “Burro” con be de burro:
“burro”. “Vaca” con be de “burro”: “baca”. “Hijueputa” sin hache: “ijueputa”.

“Nuestras tres letras dobles con sonido sencillo, que son la che, la elle y la erre, se escribirán
respectivamente s, l y r. Y así tenemos: “Chapa”: “sapa”, con ese africada postalveolar sorda y sin hache.
“Caro”: “karo”. “Carro” (como para decir que las prepago quieren carro: “karo”, con ka y erre dura).
“Río” se escribirá “río”, con erre dura. “Cigarro”: “sigaro”, con ese y erre dura. “Loco” se escribirá “loco”,
con ele normal. “Llama”: “lama”, con ele rara. “Calle” se escribirá “kale”, con ka y ele rara. “Yegua” se
escribirá “legua”, con ele rara. La ye de “el hombre y la mujer” irá con i latina: “el hombre i la mujer”.
“Wagneriano” se escribirá “bagneriano”. “Examen” se escribirá “ecsamen”.

Bien sabemos los lectores de Fernando Vallejo que no se corta un pelo en decir siempre lo que piensa y
siente. No obstante, parece que esta vez se le ha ido un poco la mano… Las academias de la lengua no
están para marcar cómo tienen que escribir los hablantes, sino para recoger la práctica y normalizarla.
Lo que propone Vallejo nos suena bastante forzado. Además, parece borrar de un plumazo siglos de
tradición: si pasásemos a escribir todos como propone, ¿entenderíamos los textos clásicos, la literatura
y el pensamiento de los que nos precedieron?

Lo explica mucho mejor que nosotros Juan Carlos Vergara Silva, miembro de la Academia Colombiana de
la Lengua: “Un elemento esencial de un tratado ortográfico es que facilite la comprensión lectora no
solo de los textos contemporáneos sino de la antigüedad cercana y remota; una reforma que eliminara
las grafías propuestas desconocería que una lengua tiene una tradición sonora y una fijación gráfica que
hablan de su diferencia con un código artificial. No sobra recordar que las Academias recogen y registran
el legado de sus hablantes y escritores, quienes, en última instancia, determinan su derrotero y
evolución, y por ello no pueden, caprichosamente, modificarlo u objetar su normatividad histórica y
consensuada”.

En El Espectador leemos declaraciones de Fernando Vallejo al respecto de su reforma ortográfica,


plagadas de insultos y desprecio a España, algo que nos apena, la verdad, porque amamos su literatura.
“Le preguntan al narrador que dónde deja a España, donde pronuncian ‘zielo’ y ‘zapato’, y responde:
‘¡Que se joda España!’. ‘Vuelta pues atrás a los fenicios y a los griegos, a un signo por cada sonido.
Ortografía fonética sin resabios etimológicos, señorías. A este idioma le sobran ocho letras y al hombre
dos tetas'”.
Y no queda ahí la cosa… Continúa Vallejo: “Están en bancarrota, quebrados. Se gastaron lo que no tenían
y de amos que se sentían ahora van a volver a ser esclavos. Un empujoncito más y se hunden. ¡Que se
hundan, que se jodan los euracas!”. “Llaman americanismo decir ‘verraco’. ¡No! Tenemos es que llamar
españolismos los términos que ellos usan. España ya es una provincia anómala del idioma”.

Nosotros, en Estandarte, estamos más por el entendimiento que por la pelea. Si acabamos todos
saludando “ola k ase”, será porque realmente los hablantes lo prefieren y aprobaremos las nuevas
normas, pero la verdad, no creemos que haya que tragar con todo lo que se lee y escucha en las redes
sociales, señor Vallejo.

Divinas Palabras. Victoria Monera

En LENGUA ESPAÑOLA

DOS ESCRITORES CONTRA LA ORTOGRAFÍA

Dos escritores contra la ortografía. Juan Ramón Jimçenez y Gabriel García Márquez decidieron
declararse contra la ortografía, esa cruel tirana.

¿Hay dos escritores contra la ortografía? Sin duda. Y alguno más. La ortografía siempre ha sido fuente de
debate; y sigue siéndolo. Muchos nos preguntamos si no deberíamos suprimir las tildes, mientras otros
se escandalizan porque ahora no sea necesario ponérsela a “solo” o “guion”. O reflexionamos sobre la
existencia de tantos pasados en esta nuestra bella lengua. Que la variedad es igual a riqueza, dicen
algunos. Pero no los hay en otras también bellísimas lenguas, argumentan otros.

¿Es posible vivir en paz con la ortografía? Difícil cuestión que a mí se me plantea casi cada día.

En fin, este tema no tuvo, ni tiene, ni tendrá una solución que contente a todos. Somos muchos los
hablantes de español, y es difícil ponerse de acuerdo. Pero sí hay dos escritores que se han declarado
abiertamente contra la ortografía (contra algunos de sus aspectos, al menos). Y precisamente dos
Premios Nobel. Curioso, ¿no?

A mí me encanta la osadía de Juan Ramón Jiménez y sus ideas ortográficas. Decidió, hace ya años,
escribir con jota las palabras en “ge”, “gi” y nos sorprendió con su “elejía”; suprimir la “p” en
“setiembre”; usar “s” (y no “x”) en “escelentísimo” y prescindir de esa esa “h” por inútil en “ombre”.

¿Sus argumentos? Dijo que la sencillez, la simplificación y el odio a lo inútil. Porque se debe escribir
como se habla y no hablar como se escribe. Y por no ser pedante.

Un poco más reciente tenemos la opinión de Gabriel García Márquez y esa frase suya que desató tantas
polémicas y que quedará para la historia: “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna”.
También arremetió contra la “h rupestre”, las tildes y esa difícil frontera entre “j” y “g” o “b” y “v”.

Por supuesto no son los únicos; constantemente se levantan voces que claman por la sencillez de Juan
Ramón o se declaran contra el terror de Gabriel.

Aquí tenéis algunos fragmentos de las opiniones de estos dos genios, un español y un colombiano. En los
textos del español, atención a algunas de “sus palabras”.

DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

UN ARTÍCULO DE LA REVISTA “UNIVERSIDAD”, EN PUERTO RICO.

Se me pide que escriba algo en “Universidad” sobre mis ideas ortográficas; o mejor dicho, se me pide
que esplique por qué escribo yo con jota las palabras en “ge”, “gi”; por qué suprimo las “b”, las “p”, etc.,
en palabras como “oscuro”, “setiembre”, etc., por qué uso “s” en vez de “x” en palabras como
“excelentísimo”, etc.

Primero, por amor a la sencillez, a la simplificación en este caso, por odio a lo inútil. Luego, porque creo
que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe. Después, por antipatía
a lo pedante. ¿Qué necesidad hay de poner una diéresis en la “u” para escribir “vergüenza”? Nadie dice
“excelentísimo” ni “séptima”, ni “transatlántico”, ni “obstáculo”, etc. Antiguamente la esclamación “Oh”
se escribía sin “h”, como yo la escribo hoy, y “hombre” también. ¿Ya para qué necesita “hombre” la “h”;
ni otra, “hembra”? ¿Le añade algo esa “h” a la mujer o al hombre? (…)

Mi jota es más hijiénica que la blanducha g, y yo me llamo Juan Jiménez y Jiménez viene de Eximenes, en
donde la x se ha transformado en jota para mayor abundamiento. En fin, escribo así porque soy muy
testarudo, porque me divierte ir contra la Academia y para que los críticos se molesten conmigo. Espero,
pues, que mis inquisidores habrán quedado convencidos, después de leerme, con mi esplicacióny,
además, de que para mí el capricho es lo más importante de nuestra vida. (…)

“INTELIJENCIA”

¡Intelijencia, dame

el nombre exacto de las cosas!

…Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;


que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas…

¡Intelijencia, dame

el nombre exacto, y tuyo,

y suyo, y mío, de las cosas!

DISCURSO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, “CONGRESO DE LA LENGUA ESPAÑOLA” (1997)

BOTELLA AL MAR PARA EL DIOS DE LAS PALABRAS

(…) En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática
antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos
de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y
enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos
infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el
dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en
vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro
muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches
rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los
acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver
con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron
como si fueran dos y siempre sobra una (…)

________________________________________________________

–JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958). Escritor español, Premio Nobel de Literatura en 1956.
–GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (1927.2014). Escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura en 1982.

Sobre VICTORIA MONERA

Soy profesora de Lengua y Literatura españolas; me he dedicado a dar clase y cuidar a mi familia. De
todo este trabajo me han quedado muchos textos, ejercicios, artículos y algunas recetas que quiero
compartir con vosotros en este blog. Espero que disfrutéis.

¿Te apetece curiosear?

EL NUEVO ALFABETO 2014

17/09/2014 Breve historia del español. Para tener una visión general de nuestra lengua. ¿Cuándo nació
el español? ¿Dónde? ¿Cuándo se consolidó?

BREVE HISTORIA DEL ESPAÑOL

06/03/2017

“SÁNDWICH” y los epónimos

06/10/2014

ENTRADA ANTERIORSIGUIENTE ENTRADA

1 Comentario

Reply

ANTONIO

04/08/2017 at 04:16

Simplificar la ortografía, claro que sí se puede!

Desde mediados de éste siglo 21 se escribirá SIBILISAR en vez de civilizar.


Entérate sobre la evolución de la Ortografía española:

http://profemaravi.blogspot.pe/2015/06/ortografia-fonologica-espanol-con-20.html

Maestros contra la RAE: la revolución ortográfica que no fue

POR

ANA BULNES

21 JUNIO 2017

CONOCIMIENTO Y EDUCACIÓN maestros normas de ortografía ortografía rae

A principios de mayo de 1844, algunos periódicos españoles se hacían eco de un Real Decreto que
ordenaba a los maestros de primeras letras enseñar a escribir «con arreglo á la ortografía adoptada por
la real academia española». Además, «habiéndose notado que los mismos maestros en general cometen
graves faltas en este punto», se avisaba de que en sus exámenes la ortografía empezaría a ser objeto
«de un rigor especial, no aprobándose sino los que la tengan perfecta».

Y con esto, entre guerra carlista número uno y guerra carlista número dos, Isabel II puso fin a una
rebelión que llevaba años fraguándose y que, de haber triunfado, habría hecho que esto estuviese
escrito de una forma muy distinta: una reforma radical de la ortografía española.

El origen más directo de esa rebelión de los maestros puede rastrearse hasta el 26 de febrero de 1841.
Ese día, El Eco del Comercio, uno de los diarios liberales más importantes de la época, publicó en
portada un artículo firmado por Fileto Vidal y Vicente, un abogado de Zaragoza que proponía continuar
con la reforma que ya había eliminado de los textos castellanos letras como la equis (para el sonido de
nuestra jota) o los dígrafos ph para /f/ y ch para /k/ (el cambio de Christo a Cristo).
«¿Por que son tan exactos y tan fieles con la etimolojia de unas voces y tan poco escrupulosos con la de
otras como Pharmacia, Philosofia, Theatro, etc.?», se preguntaba, proponiendo eliminar otras letras que
habían perdido sentido.

Su propuesta era sencilla: deshacerse de las letras inútiles o redundantes. Fuera la hache (ese
«espantajo inútil»), la uve, la ce (se introduce la ka para el fonema/k/, el resto se escribe con zeta), la
‘qu’ y la necesidad de escribir ‘gu-‘ para conseguir el gutural suave cuando la ge va con e o i.

Su argumento era el clásico del ideal ortográfico en el que la lengua se escribe como se pronuncia —algo
que, por otra parte, defendía ya entonces la RAE y por eso se habían introducido esas primeras reformas
—, además de un extra patriótico que cargaba contra la teoría etimologista: «¿pues qué, tan buen
recuerdo es el que nuestro idioma se deriba del latin, del godo y arabe? Pues es el recuerdo de nuestra
debilidad, de nuestra esclavitud y de nuestra ignominia».

El abogado aragonés no fue el primero ni sería el último en proponer algo similar. Ya en 1492 la
Gramática castellana de Antonio de Nebrija (la primera gramática dedicada a esta lengua) defendía que
debíamos «escrivir como pronunciamos i pronunciar como escrivimos» y en el siglo XVII el humanista
Gonzalo Correas hizo su propuesta con la publicación de la Ortografia Kastellana nueva i perfeta. Casi
contemporánea a la de Vidal —y en la que se cree que se inspiró—, la llamada «ortografía de Bello»
quiso lograr esa correspondencia exacta entre pronunciación y escritura, y llegó a ser (parcialmente) la
ortografía oficial en Chile durante 83 años.

El artículo de Vidal no cayó en saco roto: en los siguientes meses fueron apareciendo en distintos
diarios, pero sobre todo en el propio El Eco del Comercio, reacciones a su propuesta, casi todas a favor.
El único que se despachó en contra a gusto fue un lector que firmó su respuesta como «Orensano».

Esgrimía como principales argumentos que, si bien era necesaria una reforma con retoques que evitasen
las «inconsecuencias formales y materiales» que había en el momento, si se procediera a aprobar
cambios radicales como los de Vidal, en 40 años «serian muy pocos los que leyesen los libros que
poseemos», con lo que se aislaría «una inteligencia que ahora todos tenemos y podemos conservar solo
á costa de continuar enseñando á los niños el valor de media docena de letras».

Además, defendía que el latín era útil para el mundo de la ciencia y la lengua escogida por «nuestra
santa madre iglesia» para la liturgia. «Con las reglas de vd., los que no hayan de dedicarse á las ciencias,
(…), se verán privados de aprender el ayudar á misa», aseguraba, comentando que en realidad la
ortografía castellana ya era la envidia de los extranjeros por su sencillez y animando a Vidal a «dirigir á
los franceses esa pretension de que emprendan una revolucion en su ortografía, que tienen grave
necesidad de ella».

La dificultad de enseñar la be y la uve

Las del orensano fueron unas de las pocas palabras en contra que surgieron contra la propuesta de
Vidal, que encontró en cambio en el sector de los maestros un apoyo casi incondicional. Ya el 17 de
marzo de 1841, poco después del artículo, Francisco del Palacio Gómez animaba a los profesores de
primeras letras a unirse «para ber si conseguimos llamar la atencion de la academia nacional»; y el
mismo día de la publicación del orensano un tal P. S. de B. proponía cambiar la ka («más difícil, tan poco
usada y casi estraña á nuestra lengua») por la ce siempre para ese sonido fuerte y «dar a la sola h el
sonido de ch», librando así «a la h de eterna esclavitud». Además, apelaba a maestros, individuos de
comisiones superiores y locales de instrucción primaria y a impresores a empezar a usar la ortografía
reformada.

Los maestros basaban su apoyo en la dificultad de enseñar una ortografía casi sin reglas y ver «los
apuros de la infanzia i el grandísimo trabajo ke se nezesita emplear para inkulkarla los primeros
elementos del saber», según un informe leído en la asociación de maestros de León en noviembre de
1842.

Esa reunión de profesores fue el primer paso de rebelión oficial. «No estamos bajo un gobierno
liberal?», se preguntaban, «¿se nos podrá pribar por bentura ke eskribamos komo nos akomode?».
Continuarían enseñando la ortografía oficial, decían, pero les impondrían el nuevo sistema a los alumnos
justo antes de graduarse, «rekomendándoles y akonsejándles ke kuando eskriban á sus amigos lo agan
kon arreglo á dicho sistema».

Los profesores no fueron los únicos en adoptar la nueva ortografía. A finales de 1842, tanto el propio
Fileto Vidal como un tal J.J. se hacen eco con alegría del hecho de que un impresor, D.A. del Artiedal,
haya empezado a publicar las poesías de Fray Luis de León adaptadas al nuevo sistema, y Vidal llama a
los medios a ser los próximos en hacer el cambio. «¿Ce temen pues los demas? ¿La nota de
ignorantes?», se preguntaba.
En 1843 la reforma continuó ganando adeptos. Desde profesores universitarios, como el doctor y
catedrático Víctor Zurita (Bíctor Zurita en la nueva ortografía), hasta medios como el Semanario de la
instrucción pública (no es casualidad que sea el medio de los maestros) fueron uniéndose a la revolución
ortográfica.

Estos últimos hicieron el cambio oficial en marzo de ese año, para mantener la coherencia con la
asociación de maestros. «Abiendo resuelto la academia literaria zentral del instruczion primaria ce es
llegado el tienpo de enprender la reforma en su totalidad, no estaria bien ce nosotros ce emos dado
ejenplo en este asunto, siguiésemos indiferentes aora», decían en un comunicado.

Hay poco publicado sobre el tema durante el resto del año en los medios que se conservan en la
hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional, pero se supone que la reforma continuó avanzando a buen
paso y que los maestros empezaron de verdad a enseñar esa nueva ortografía, lo que obligó a Isabel II a
intervenir en 1844 a golpe de decreto por petición del Consejo de Instrucción Pública.

Rebelión y decreto tuvieron un efecto colateral: la RAE dejó de ser lo flexible y abierta a reformas que
había sido hasta entonces. Entre 1741 y 1844 hubo nueve ediciones de la Ortografía de la lengua
castellana; desde ese año hasta ahora, únicamente siete más. Quizá si los maestros no se hubiesen
rebelado, la academia hubiese ido avanzando en su tarea reformista. I cizá entonzes aora escribiríamos
así i nos parezería lo más normal del mundo.

Tomemos en serio la provocación de García Márquez

MIÉRCOLES 01 DE OCTUBRE DE 2014

Karina GalperínPARA LA NACION

91

En abril de 1997 García Márquez causó cierto revuelo cuando frente a un distinguido auditorio lanzó una
provocación. "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna", dijo, y sugirió cambios para
flexibilizar y poner al día ciertas reglas de nuestra lengua. Raudas voces a uno y otro lado del océano
rechazaron enérgicas lo que entendieron como un llamado iconoclasta al desorden.

Esta polémica es casi tan vieja como la historia moderna de nuestro idioma, y reemerge al menos un par
de veces por siglo. No enfrenta anarquía contra orden porque nadie propone abolir las reglas que rigen
la escritura, dejando que cada uno escriba como quiera. Se propone simplificarlas. El debate muestra
que la historia de las lenguas es también la de la tensión entre la tradición y el sentido práctico del uso.
Unos creen que la ortografía debe respetar la etimología (cómo se escribían las palabras en su lengua
original) al precio de la dificultad, y otros creemos que sólo debe guiarse por el principio más sencillo de
la pronunciación.

Algunas preguntas, entre muchas otras, siguen rebotando de época en época. ¿Tiene sentido conservar
la "h" que, como ya decía el eminente gramático de Salamanca Antonio de Nebrija, "no sirve por sí en
nuestra lengua"? ¿No sería mejor optar por "b" o "v", que el castellano no distinguió nunca, y eliminar la
otra como hizo hace mucho la Real Academia con la "ç" porque se superponía con la "z"? ¿Es sensato
seguir usando a veces la "g" y a veces la "j" para el mismo sonido?

Podría pensarse que estamos ante una discusión de eruditos. No es así. Fueron casi siempre educadores
de primer orden involucrados en la enseñanza primaria quienes se movilizaron, en América y España,
"con el laudable fin -como proclamaba en 1843 Sarmiento- de hacer fácil la enseñanza de la lectura que
está aun llena de embarazos por los tropiezos que á cada paso suscita la arbitrariedad del uso de las
letras". Los problemas que vieron esos educadores siguen vigentes. Pero también hay otros. Internet y
las redes sociales plantean cotidianamente nuevos desafíos.

En 1433 Enrique de Villena notó que en algunas palabras castellanas ciertas letras no se escribían como
se pronunciaban. Villena justificó el fenómeno, no sin vaguedad: "Algo añaden al entendimiento e
significación de la diçión donde son puestas". Cuando en 1492 Nebrija publicó su Gramática, la primera
regla de su ortografía, basada en Quintiliano, era clara y potente: "Assí tenemos de escrivir como
pronunciamos y pronunciar como escrivimos". A cada sonido debía corresponderle una letra y a cada
letra, un sonido. Villena sería el primero de una larga lista de defensores del criterio etimológico. Nebrija
sentaría las bases de lo que el hispanista Ángel Rosenblat definiría como el "afán de sencillez que
mantuvo siempre a la ortografía española en la línea de la pronunciación viva".
En 1713 se creó la Real Academia. Entre sus objetivos estaba "fixar la lengua". Lo logró a través de los
años con un malabarismo a veces vacilante, a veces audaz entre el criterio etimológico, el del uso y el de
la fonética. De a poco avanzó siguiendo la pronunciación: "orthographia" pasó a "ortografía", "sciencia"
a "ciencia", "quantidad" a "cantidad". Pero siguieron las propuestas de reforma, como la que llevaron a
cabo Andrés Bello y Sarmiento en Chile en 1844, que pedían cambios más importantes y profundos.

En la mente de los reformadores, la simplificación ortográfica no era facilismo o pereza sino


pragmatismo para facilitar el aprendizaje y el buen uso del castellano. Hoy la escuela sigue dedicándole
demasiadas horas y esfuerzo a la ortografía. Eso supone menos atención a otros aspectos de la
gramática (la puntuación, por ejemplo) más relevantes para el manejo claro, elegante y personal de la
lengua. De esto la escuela no es culpable. Intenta, con buen criterio, preparar a los niños para una
sociedad que utiliza la ortografía como elemento de distinción, como un indicador rápido que permite
diferenciar al "culto" del "bruto", independientemente del contenido de lo que se escribe. Simplificar la
ortografía permitiría dedicarle más tiempo escolar a aprendizajes más relevantes para la comunicación y
el conocimiento.

Por otro lado, no podemos desentendernos de Internet. Las redes sociales registran desde hace tiempo
usos novedosos de la escritura. Haríamos mal en descartarlos con displicencia. Incluso gente de
ortografía impecable manda sus SMS relajando la escritura hacia la fonética. El problema no es la
relajación sino el caos. No hay que censurar sino encauzar y uniformar ese impulso, saludable y
modernizador, a través de las instituciones que históricamente encauzaron con éxito los usos dentro de
la normativa.

Hoy la preocupación central de las Academias es mantener la uniformidad en el mundo


hispanohablante. En muchos casos (no Bello, pero sí Sarmiento; no Rosemblat pero sí el Borges de los
años 20), la voluntad de reforma estuvo acompañada de reivindicaciones localistas, hostiles a España o
la Real Academia. Nuestra época ya no tiene aquellas ansiedades. Todos queremos una misma lengua,
respetuosa de la diversidad. Sobre la base de ese acuerdo quizás sea el momento de tomarse en serio la
provocación de García Márquez y discutir de una vez las asignaturas pendientes de nuestra ortografía.
Tendrá que ser en forma gradual, consensuada y tolerante hacia los hábitos arraigados, que tardarán en
dejarse ir. La discusión no es trivial. Implica simplificar lo innecesariamente complejo para dedicarle
mejor atención a cuestiones de la lengua cuya complejidad merece el tiempo y el esfuerzo.

García de la Concha, ex director de la Real Academia, cuenta una anécdota graciosa. Cuando se propuso
simplificar "Christo" por "Cristo", uno de los académicos reaccionó indignado: "Por sobre mi cadáver".
No seamos ese señor.
La autora es doctora en letras y literaturas romances por la Universidad de Harvard, profesora de la
Universidad Di Tella y directora de la Maestría en Periodismo LN/UTDT

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Tomemos en serio la provocación de García Márquez

MIÉRCOLES 01 DE OCTUBRE DE 2014

Karina GalperínPARA LA NACION

93

En abril de 1997 García Márquez causó cierto revuelo cuando frente a un distinguido auditorio lanzó una
provocación. "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna", dijo, y sugirió cambios para
flexibilizar y poner al día ciertas reglas de nuestra lengua. Raudas voces a uno y otro lado del océano
rechazaron enérgicas lo que entendieron como un llamado iconoclasta al desorden.

Esta polémica es casi tan vieja como la historia moderna de nuestro idioma, y reemerge al menos un par
de veces por siglo. No enfrenta anarquía contra orden porque nadie propone abolir las reglas que rigen
la escritura, dejando que cada uno escriba como quiera. Se propone simplificarlas. El debate muestra
que la historia de las lenguas es también la de la tensión entre la tradición y el sentido práctico del uso.
Unos creen que la ortografía debe respetar la etimología (cómo se escribían las palabras en su lengua
original) al precio de la dificultad, y otros creemos que sólo debe guiarse por el principio más sencillo de
la pronunciación.
Algunas preguntas, entre muchas otras, siguen rebotando de época en época. ¿Tiene sentido conservar
la "h" que, como ya decía el eminente gramático de Salamanca Antonio de Nebrija, "no sirve por sí en
nuestra lengua"? ¿No sería mejor optar por "b" o "v", que el castellano no distinguió nunca, y eliminar la
otra como hizo hace mucho la Real Academia con la "ç" porque se superponía con la "z"? ¿Es sensato
seguir usando a veces la "g" y a veces la "j" para el mismo sonido?

Podría pensarse que estamos ante una discusión de eruditos. No es así. Fueron casi siempre educadores
de primer orden involucrados en la enseñanza primaria quienes se movilizaron, en América y España,
"con el laudable fin -como proclamaba en 1843 Sarmiento- de hacer fácil la enseñanza de la lectura que
está aun llena de embarazos por los tropiezos que á cada paso suscita la arbitrariedad del uso de las
letras". Los problemas que vieron esos educadores siguen vigentes. Pero también hay otros. Internet y
las redes sociales plantean cotidianamente nuevos desafíos.

En 1433 Enrique de Villena notó que en algunas palabras castellanas ciertas letras no se escribían como
se pronunciaban. Villena justificó el fenómeno, no sin vaguedad: "Algo añaden al entendimiento e
significación de la diçión donde son puestas". Cuando en 1492 Nebrija publicó su Gramática, la primera
regla de su ortografía, basada en Quintiliano, era clara y potente: "Assí tenemos de escrivir como
pronunciamos y pronunciar como escrivimos". A cada sonido debía corresponderle una letra y a cada
letra, un sonido. Villena sería el primero de una larga lista de defensores del criterio etimológico. Nebrija
sentaría las bases de lo que el hispanista Ángel Rosenblat definiría como el "afán de sencillez que
mantuvo siempre a la ortografía española en la línea de la pronunciación viva".

En 1713 se creó la Real Academia. Entre sus objetivos estaba "fixar la lengua". Lo logró a través de los
años con un malabarismo a veces vacilante, a veces audaz entre el criterio etimológico, el del uso y el de
la fonética. De a poco avanzó siguiendo la pronunciación: "orthographia" pasó a "ortografía", "sciencia"
a "ciencia", "quantidad" a "cantidad". Pero siguieron las propuestas de reforma, como la que llevaron a
cabo Andrés Bello y Sarmiento en Chile en 1844, que pedían cambios más importantes y profundos.

En la mente de los reformadores, la simplificación ortográfica no era facilismo o pereza sino


pragmatismo para facilitar el aprendizaje y el buen uso del castellano. Hoy la escuela sigue dedicándole
demasiadas horas y esfuerzo a la ortografía. Eso supone menos atención a otros aspectos de la
gramática (la puntuación, por ejemplo) más relevantes para el manejo claro, elegante y personal de la
lengua. De esto la escuela no es culpable. Intenta, con buen criterio, preparar a los niños para una
sociedad que utiliza la ortografía como elemento de distinción, como un indicador rápido que permite
diferenciar al "culto" del "bruto", independientemente del contenido de lo que se escribe. Simplificar la
ortografía permitiría dedicarle más tiempo escolar a aprendizajes más relevantes para la comunicación y
el conocimiento.

Por otro lado, no podemos desentendernos de Internet. Las redes sociales registran desde hace tiempo
usos novedosos de la escritura. Haríamos mal en descartarlos con displicencia. Incluso gente de
ortografía impecable manda sus SMS relajando la escritura hacia la fonética. El problema no es la
relajación sino el caos. No hay que censurar sino encauzar y uniformar ese impulso, saludable y
modernizador, a través de las instituciones que históricamente encauzaron con éxito los usos dentro de
la normativa.

Hoy la preocupación central de las Academias es mantener la uniformidad en el mundo


hispanohablante. En muchos casos (no Bello, pero sí Sarmiento; no Rosemblat pero sí el Borges de los
años 20), la voluntad de reforma estuvo acompañada de reivindicaciones localistas, hostiles a España o
la Real Academia. Nuestra época ya no tiene aquellas ansiedades. Todos queremos una misma lengua,
respetuosa de la diversidad. Sobre la base de ese acuerdo quizás sea el momento de tomarse en serio la
provocación de García Márquez y discutir de una vez las asignaturas pendientes de nuestra ortografía.
Tendrá que ser en forma gradual, consensuada y tolerante hacia los hábitos arraigados, que tardarán en
dejarse ir. La discusión no es trivial. Implica simplificar lo innecesariamente complejo para dedicarle
mejor atención a cuestiones de la lengua cuya complejidad merece el tiempo y el esfuerzo.

García de la Concha, ex director de la Real Academia, cuenta una anécdota graciosa. Cuando se propuso
simplificar "Christo" por "Cristo", uno de los académicos reaccionó indignado: "Por sobre mi cadáver".
No seamos ese señor.

La autora es doctora en letras y literaturas romances por la Universidad de Harvard, profesora de la


Universidad Di Tella y directora de la Maestría en Periodismo LN/UTDT

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