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De las 1 a las 2 de la mañana.

VIERNES

NOVENA HORA WILLIAM

Jesús, atado, es hecho caer en el torrente


Cedrón

Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la


vigilia y el sueño.

¿Cómo puedo abandonarme del todo al sueño si


veo que todos te dejan y huyen de ti?

Los mismos Apóstoles, el ferviente Pedro, que hace


poco dijo que quería dar su vida por ti…, el
discípulo predilecto que con tanto amor has hecho
reposar sobre tu Corazón, ah, todos te abandonan
y te dejan a merced de tus crueles enemigos...
Jesús mío, estás solo y tus purísimos ojos miran a
tu alrededor para ver si alguno de aquellos a
quienes has hecho tanto bien, te sigue para
testimoniarte su amor y para defenderte... Y al
descubrir que ninguno, ninguno ha quedado fiel,
el corazón se te oprime y rompes en amargo llanto,
pues sientes aún más dolor por el abandono de
tus más fieles amigos que por lo que están
haciéndote tus mismos enemigos.
No llores, Jesús mío o haz que yo llore contigo... Y
mi amable Jesús parece que me dice:

“Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de


tantas almas consagradas a Mí y que por
pequeñas pruebas o por incidentes de la vida
no se ocupan de Mí y me dejan solo.

Lloremos juntos por tantas otras almas


tímidas y cobardes que por falta de valor y de
confianza me abandonan; por tantos
Sacerdotes que al no hallar su propio gusto en
las cosas santas, en la administración de los
Sacramentos, no se ocupan de Mí...; por otros
que predican, que celebran la Santa Misa o
que confiesan por amor al interés y a su
propia gloria y mientras parece que están a
mi alrededor, siempre me dejan solo... Ah hija
mía. ¡Qué duro es para Mí este abandono!

No sólo me lloran los ojos sino que me sangra


el Corazón. Ah, te ruego que mitigues mi
acerbo dolor prometiéndome que no me
dejarás nunca más solo.”

¡Si, oh mi Jesús, te lo prometo, ayudada por tu


gracia y en la firmeza de tu Voluntad Divina!

Pero mientras lloras por el abandono de los tuyos,


tus enemigos no olvidan ningún ultraje que
puedan hacerte.

Oprimido y atado como estás, oh Bien mío, tanto


que no puedes por ti mismo dar un paso, te
pisotean, te arrastran por esas calles llenas de
piedras y de espinas; no hay movimiento que te
hagan hacer en el que no te hagan tropezar en las
piedras y herirte con las espinas... Ah Jesús mío,
veo que mientras te maltratan, vas dejando tras de
ti tu Sangre preciosa y los rubios cabellos que te
arrancan de la cabeza...

Vida mía y todo mío, permíteme que los recoja, a


fin de poder atar todos los pasos de las criaturas,
que ni aun de noche dejan de herirte; al contrario,
se aprovechan de la noche para herirte aún más,
unos con sus encuentros, otros con placeres, con
teatros y diversiones, otros se sirven de la noche
hasta para llevar a cabo robos sacrílegos... Jesús
mío, me uno a ti para reparar por todas estas
ofensas que se hacen en la noche...

Mas, oh Jesús, ya estamos en el torrente Cedrón y


los pérfidos judíos te empujan a él y al empujarte
te hacen que te golpees contra las piedras que hay
ahí y con tanta fuerza que de tu boca derramas tu
preciosísima Sangre, con la cual dejas selladas
aquellas piedras...

Después, tirando de ti, te arrastran bajo aquellas


aguas negras, las que te entran por los oídos, en la
nariz y en la boca...

Oh amor incomparable, quedas todo bañado y


como cubierto por un manto por aquellas aguas
negras, nauseantes y frías. Y en ese estado
representas a lo vivo el estado deplorable de las
criaturas cuando cometen el pecado.

¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera


con un manto de inmundicia, de tal inmundicia
que da asco al Cielo y a cualquiera que pudiese
verlas, de modo que atraen sobre ellas los rayos de
la Divina Justicia!

Oh Vida de mi vida, ¿puede haber amor más


grande?

Para despojarnos de este manto de inmundicia


permites que tus enemigos te hagan caer en ese
torrente y para reparar por los sacrilegios y las
frialdades de las almas que te reciben
sacrílegamente y que te obligan a que entres a sus
corazones, peores que el torrente y que sientas
toda la náusea de sus almas, permites que esas
aguas penetren hasta en tus entrañas, tanto que
tus enemigos, temiendo que te ahogues y
queriendo reservarte para mayores tormentos, te
sacan fuera... pero causas tanta repugnancia que
ellos mismos sienten asco de tocarte.
Mansísimo Jesús mío, ya estás fuera del torrente y
mi corazón no resiste al verte tan empapado por
estas aguas repugnantes. Veo que por el frío
tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor
buscando con los ojos, lo que no haces con la voz,
uno al menos que te seque, que te limpie y te
caliente..., pero en vano; no hay nadie que se
mueva a compasión por ti. Más bien, tus enemigos
se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han
abandonado y la dulce Mamá está lejos porque así
lo dispone el Padre...

Pero aquí me tienes, Jesús, ven a mis brazos.


Quiero llorar hasta formarte un baño para
limpiarte y lavarte y con mis manos reordenarte
los desordenados cabellos... Amor mío, quiero
encerrarte en mi corazón para calentarte con el
calor de mis afectos; quiero perfumarte con mis
deseos insistentes; quiero reparar estas ofensas y
empeñar mi vida junto con la tuya para salvar a
todas las almas; y quiero ofrecerte mi corazón
como lugar de reposo, para poderte reconfortar en
alguna forma por las penas que has sufrido hasta
aquí... Después continuaremos de nuevo el camino
de tu Pasión.

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