Los mismos Apóstoles, el ferviente Pedro, que hace
poco dijo que quería dar su vida por ti…, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu Corazón, ah, todos te abandonan y te dejan a merced de tus crueles enemigos... Jesús mío, estás solo y tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si alguno de aquellos a quienes has hecho tanto bien, te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte... Y al descubrir que ninguno, ninguno ha quedado fiel, el corazón se te oprime y rompes en amargo llanto, pues sientes aún más dolor por el abandono de tus más fieles amigos que por lo que están haciéndote tus mismos enemigos. No llores, Jesús mío o haz que yo llore contigo... Y mi amable Jesús parece que me dice:
“Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de
tantas almas consagradas a Mí y que por pequeñas pruebas o por incidentes de la vida no se ocupan de Mí y me dejan solo.
Lloremos juntos por tantas otras almas
tímidas y cobardes que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos Sacerdotes que al no hallar su propio gusto en las cosas santas, en la administración de los Sacramentos, no se ocupan de Mí...; por otros que predican, que celebran la Santa Misa o que confiesan por amor al interés y a su propia gloria y mientras parece que están a mi alrededor, siempre me dejan solo... Ah hija mía. ¡Qué duro es para Mí este abandono!
No sólo me lloran los ojos sino que me sangra
el Corazón. Ah, te ruego que mitigues mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás nunca más solo.”
¡Si, oh mi Jesús, te lo prometo, ayudada por tu
gracia y en la firmeza de tu Voluntad Divina!
Pero mientras lloras por el abandono de los tuyos,
tus enemigos no olvidan ningún ultraje que puedan hacerte.
Oprimido y atado como estás, oh Bien mío, tanto
que no puedes por ti mismo dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas; no hay movimiento que te hagan hacer en el que no te hagan tropezar en las piedras y herirte con las espinas... Ah Jesús mío, veo que mientras te maltratan, vas dejando tras de ti tu Sangre preciosa y los rubios cabellos que te arrancan de la cabeza...
Vida mía y todo mío, permíteme que los recoja, a
fin de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; al contrario, se aprovechan de la noche para herirte aún más, unos con sus encuentros, otros con placeres, con teatros y diversiones, otros se sirven de la noche hasta para llevar a cabo robos sacrílegos... Jesús mío, me uno a ti para reparar por todas estas ofensas que se hacen en la noche...
Mas, oh Jesús, ya estamos en el torrente Cedrón y
los pérfidos judíos te empujan a él y al empujarte te hacen que te golpees contra las piedras que hay ahí y con tanta fuerza que de tu boca derramas tu preciosísima Sangre, con la cual dejas selladas aquellas piedras...
Después, tirando de ti, te arrastran bajo aquellas
aguas negras, las que te entran por los oídos, en la nariz y en la boca...
Oh amor incomparable, quedas todo bañado y
como cubierto por un manto por aquellas aguas negras, nauseantes y frías. Y en ese estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado.
¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera
con un manto de inmundicia, de tal inmundicia que da asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, de modo que atraen sobre ellas los rayos de la Divina Justicia!
Oh Vida de mi vida, ¿puede haber amor más
grande?
Para despojarnos de este manto de inmundicia
permites que tus enemigos te hagan caer en ese torrente y para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres a sus corazones, peores que el torrente y que sientas toda la náusea de sus almas, permites que esas aguas penetren hasta en tus entrañas, tanto que tus enemigos, temiendo que te ahogues y queriendo reservarte para mayores tormentos, te sacan fuera... pero causas tanta repugnancia que ellos mismos sienten asco de tocarte. Mansísimo Jesús mío, ya estás fuera del torrente y mi corazón no resiste al verte tan empapado por estas aguas repugnantes. Veo que por el frío tiemblas de pies a cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, que te limpie y te caliente..., pero en vano; no hay nadie que se mueva a compasión por ti. Más bien, tus enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado y la dulce Mamá está lejos porque así lo dispone el Padre...
Pero aquí me tienes, Jesús, ven a mis brazos.
Quiero llorar hasta formarte un baño para limpiarte y lavarte y con mis manos reordenarte los desordenados cabellos... Amor mío, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos; quiero perfumarte con mis deseos insistentes; quiero reparar estas ofensas y empeñar mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas; y quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en alguna forma por las penas que has sufrido hasta aquí... Después continuaremos de nuevo el camino de tu Pasión.