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¿Una Nación Construida Contra La Modernidad?
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colonialismo y emancipación en América Latina
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de las sociedades económicas resultó un fracaso, no por ello los criollos dejaron de
albergar la ilusión de que la ciencia y la política quedaran finalmente hermanadas
en la Nueva Granada. La idea de construir la polis siguiendo el modelo del cosmos,
continuaba funcionando como un poderoso imaginario que articulaba los deseos de
personajes como Caldas, Lozano, Ulloa, Vargas, Restrepo, Narváez y Pombo. Todos
ellos estaban convencidos de que si lo que se buscaba era reubicar poblaciones con
el fin de estimular la agricultura y el comercio, entonces el Estado necesitaba tener a
su disposición una enciclopedia que les permitiera saber qué geografía correspondía
por naturaleza a determinado tipo de raza” (Castro-Gómez, 2005: 263).
4 Andrés Jiménez Ángel sugiere este modo de leer La regeneración colombiana y
lo identifica como una tendencia de la historiografía contemporánea: “Como lo han
demostrado los trabajos de Óscar Saldarriaga (2004 y 2008) sobre la historia cultural
colombiana de la segunda mitad del siglo XIX, el recurso a herramientas teóricas
y metodológicas de las ciencias del lenguaje inscritas en lo que Michel Foucault ha
definido como la ‘episteme moderna’ por parte, por ejemplo, de Miguel Antonio Caro,
uno de los principales representantes del tradicionalismo colombiano, hace necesario
mirar más de cerca la tensión entre lo ‘moderno’ y lo ‘tradicional’, y reconsiderar la
relación de mutua exclusión en la que se les ha inscrito” (Jiménez, 2013: 97).
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5 Como bien hace notar Miguel Ángel Urrego, “el hispanismo había sido, casi
siempre, un elemento constitutivo de las corrientes conservadoras y clericales
hispanoamericanas”. Urrego trae como ejemplo, en Argentina, la revaloración de la
herencia hispana a través del discurso sobre la ‘raza’, el rescate del criollismo y la
presencia del Martín Fierro en la cultura nacional; y, en Puerto Rico, la lucha contra
el dominio cultural de Estados Unidos y su imposición del inglés (Cfr Urrego, 2002:
47). Lo diferencial, para el caso de Colombia, es el éxito relativo que va a tener, en el
mediano plazo, esta forma de definir la identidad nacional y la lectura que, a través
de ella, se hace de nuestras condiciones de soberanía política e identidad cultural.
6 No son pocas las líneas historiográficas que enfatizan el rol del pensamiento
español del siglo XVIII en la inspiración independentista. Jaime Jaramillo Uribe
cómo “los periódicos y revistas que difundían las nuevas ideas (de actualización
del pensamiento español) fueron leídos por los criollos educados junto a autores
franceses como Montesquieu, Rousseau, Cuvier, Saint-Pierre, Raynal y otros”
(Uribe, 2001: 277). Jaime Urueña Cervera, ocupándose de los que llama “corrientes
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la vida de España sino de las colonias a fines del siglo XVIII. Sabe-
mos que, gracias a su enrolamiento en las empresas científicas que
desde la metrópoli se impulsaron y que se llevaron a cabo en suelo
americano, nuestras élites accedieron a un entendimiento nuevo de
las propias condiciones geográficas, demográficas y culturales de las
colonias. Tenemos, pues, dos referentes de lo hispano, ambos ante-
riores a la Independencia, y uno de ellos no podría llamarse exacta-
mente ‘pre-moderno’.
La regeneración, al menos en ciertas posiciones defendidas por
Miguel Antonio Caro (1843 - 1909), su más caracterizado orienta-
dor intelectual, intenta a veces conciliar las dos herencias hispanas,
inclinándose en lo religioso por un catolicismo casi medieval, pero
emulando a la Ilustración borbónica en su propio modo de acomodar
los conocimientos científicos en un formato cristiano. El suyo fue un
humanismo hispano que se nutría del espíritu de la contrarreforma. Y
lo elabora desde Colombia como si estuviera en España, combatiendo
herejes. Lo puede hacer con base en su insistencia de que España nos
dio la lengua, la sangre y la religión, y la guerra de independencia, una
suerte de guerra civil que enfrentó a hermanos provenientes de ambos
lados del océano, nos dio la independencia7. Puestas las cosas de ese
modo, la Independencia no habría separado totalmente a España de
la nación colombiana en términos de lo que podríamos llamar su pro-
yecto cultural y su identidad nacional. Los colombianos debían enten-
der que hay una relación de continuidad entre los dos hispanismos y
entre los habitantes de una misma España a ambos lados del océano.
Esto es una manera osada de plantear el mito fundacional y no
en vano la Regeneración se preocupó por asentar la versión oficial de
la historia patria, para la cual llamó a concurso a los historiadores
del momento. La historia, en general, fue clave en este proyecto. En
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Regeneración o catástrofe
Como momento excepcional de la historia de Colombia, La Regenera-
ción conjugó dos figuras: Rafael Núñez, que aportó el músculo políti-
co y el esfuerzo organizador en lo económico y en lo fiscal, y Miguel
Antonio Caro, que le imprimió el sello intelectual definitorio para re-
vertir la obra modernizante de los reformadores liberales.
¿Qué reformas habían impulsado los liberales? Habían tratado
de superar un modelo económico basado en la gran hacienda, unidad
productiva básica del periodo colonial; habían expropiado los grandes
latifundios de la Iglesia que impedían el desarrollo de la agricultura;
habían puesto fin al sistema de aduanas que todavía aislaba a Co-
lombia del mundo. En términos de modificaciones de las relaciones
territoriales, habían tratado de comunicar el país interior con el mar
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9 Como bien dice Andrés Jiménez, las reformas liberales introducidas entre 1860
y 1870 “tenían como propósito el establecimiento de un sistema económico, político
y cultural inspirado predominantemente en los modelos británico y francés que
permitiera la inserción más efectiva en el mercado internacional y en el ‘concierto de
las naciones civilizadas’” (Jiménez, 2013: 86).
10 Dice Borges en alguna conversación: “En la embajada de Colombia me explica-
ron que Colombia es el único país de América donde se habla el español de España.
Yo estaría de mal humor, porque les contesté: ‘En España nunca hablaron bien el
español. Y desde hace dos siglos, ¿para qué les sirve? Para hablarlo de cualquier
modo y para escribirlo peor. ¿Qué merito puede haber en el modo de hablar de una
gente incapaz de escribir un buen libro? No, yo no me arrepiento del 25 de mayo ni
de San Martín; ustedes no deben arrepentirse de Bolívar’. La gente repite frases y no
piensa. Admiran a Bolívar y al mismo tiempo se jactan de ser casi-españoles” (Bioy
Casares, 2011: 398-9)
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11 Dice Miguel Ángel Urrego que un resultado de La regeneración fue “la supremacía
de un tipo regional andino, el ‘cachaco’ bogotano, sobre el conjunto de tipos
regionales. El bogotano se impone como el paradigma para el conjunto de la nación.
Sus virtudes son exaltadas permanentemente, especialmente su dominio del lenguaje,
su cultura, refinamiento y virtudes morales. A diferencia de los intelectuales de otros
países, que recrearon nuevos mitos fundacionales de la nación, que buscaron la
esencia de las naciones, que rescataron el pasado indígena y lo articularon a mitos
de finalidad, nuestros intelectuales defendieron dos circunstancias que precisamente
iban en contra de cualquier proyecto de integración: la tradición hispánica y el
‘cachaco’ como arquetipo nacional” (Urrego, 2002: 63)
12 Parafraseo aquí a Santiago Castro-Gómez, que acuña una tesis en La hybris del
punto cero (2005) para dar cuenta del intelectual típico de la Ilustración americana
y le sale al paso tanto frente al enfoque progresista como a ciertas lecturas post-
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coloniales. Dice: “Este trabajo buscará resolver estas preguntas tomando como
base la perspectiva abierta por los estudios culturales en general, y por la teoría
poscolonial en particular” (Castro-Gómez, 2005: 13). Enfrenta esa herencia de las
ciencias sociales, tributaria de la idea moderna del progreso, que “nos acostumbró
a pensar en la colonialidad como el pasado de la modernidad, bajo el supuesto de
que para ‘entrar’ en la modernidad, una sociedad debe necesariamente ‘salir’ de
la colonialidad” (Castro-Gómez, 2005: 17). Se opone a quienes pretenden reducir
la Ilustración latinoamericana a un eco de lo que se vivió, en el mundo de las
ideas y los procesos intelectuales en los polos del desarrollo filosófico y científico.
Le interesa mostrar que la ilustración en América Latina es un fenómeno
relativamente independiente (no una ‘recepción tardía’ o una ‘copia mal hecha’
de la ilustración europea) y trata de explicarlo a través de la historia local de
saber/poder.; tesis que sugiere que la Ilustración no es un fenómeno europeo que
se “difunde” luego por todo el mundo, sino que es, ante todo, un conjunto de
discursos con diferentes lugares de producción y enunciación que gozaban ya en
el siglo xviii de una circulación mundial.
13 Dice Urrego: “Cuando hablamos de un régimen de producción de verdad, estamos
haciendo referencia, en primer lugar, a la existencia de un conjunto de presupuestos,
representaciones, instituciones y saberes que confluyen para el establecimiento de
un tipo de creación cultural que se considera la más adecuada para la nación, y, en
segundo lugar, a la existencia de un intelectual arquetípico: el gramático católico
y conservador. Para este caso estaríamos diciendo que lo que se logró diseñar a
partir de los años ochenta del siglo XIX en Colombia, fueron (sic) un conjunto de
condiciones a partir de las cuales se concibió lo estético y cuya funcionalidad se
extendió por lo menos hasta mediados del siglo XX”. (Urrego, 2002: 43).
14 Mientras la tendencia generalizada y avasalladora “propuso como solución de
sus problemas la orientación de América sobre la base de una educación fundada en
los valores propios de la conciencia burguesa y del hombre moderno tal y como lo
concebían los distintos matices del positivismo”, la de Caro “proclamaba la continuidad
de la tradición hispánica como única manera de conservar la autenticidad espiritual
y mantener una equilibrada organización política” (Jaramillo, 1994: 49-51).
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20 Como bien dice Alfredo Gómez-Müller, “de todas las repúblicas latinoamericanas
surgidas de la guerra de Independencia, en la primera mitad del siglo XIX, la Nueva
Granada fue sin duda aquella donde llegó a tener mayor influencia la filosofía
utilitarista de Jeremy Bentham” (Gómez Müller, 2002: 57). En verdad, no se trató
de una influencia filosófica, sino, en principio, de un asunto de egos entre Bolívar
y Santander, que se terminó convirtiendo en una cuestión partidista. Mediante
un decreto, en 1826, Francisco de Paula Santander, impuso la enseñanza de los
Principios de legislación universal y de legislación civil y penal, de Bentham, así como
la obligación de consultar y enseñar “los escritos luminosos de Montesquieu, Marbly,
Tracy, Bristol”, en la formación de los abogados (Santander, 2004: 49-52). Dos años
después, Bolívar los considera “no convenientes” y decreta que “en ninguna de las
universidades de Colombia se enseñarán los Tratados de Legislación de Bentham”;
decreto que es secundado por una circular que ordena restituir el énfasis en la
enseñanza del latín, “tan necesario para el conocimiento de la religión y para la bella
literatura” (Cfr Martínez, 2004: 53). Muerto Bolívar, Bentham es reintroducido en la
enseñanza en 1835, nuevamente por Santander (Gómez-Muller, 2002: 62).
21 Esto puede constatarse en la secuencia de los presidentes gramáticos: José Manuel
Marroquín, José Vicente Concha, Marco Fidel Suarez y Miguel Abadía. Todos ellos
escribieron obras de gramática y filología; todos ellos eran católicos públicos y
ocasionalmente maestros de humanidades y latín. Todo ellos, en general, fueron
discípulos de Miguel Antonio Caro.
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22 A este respecto anota Malcom Deas: “El interés local por estas ciencias (la
gramática y la filología) –sus practicantes insisten siempre en llamarlas ciencias-
recibió su forma ósea institucional con el establecimiento de la Academia Colombiana,
en 1871. Los tres espíritus fundadores, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín
y José María Vergara y Vergara, eran miembros correspondientes de la Academia
Española” (Deas, 2006: 33).
23 El cultivo de la lengua debía transformarse en férrea defensa. Difícilmente se ha
llevado a cabo en otra parte del continente americano esa cruzada, casi que moral,
contra el que galicado, en la que unieron fuerzas, ya desde su juventud, Miguel Antonio
Caro y Rufino José Cuervo; misión vital para la lucha contra el afrancesamiento de
la cultura; afrancesamiento que había hecho presencia entre las élites de la época,
aunque no de manera tan notoria como en otros países. Valgan dos ejemplos. Rufino
José Cuervo, el adalid de la lucha contra el que galicado, se fue a París para continuar
los estudios que nos libraran de un indeseado afrancesamiento, José María Samper,
había publicado en París, en 1861, su “Ensayo sobre las revoluciones políticas y
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A manera de conclusión
No es posible en un artículo como éste, escrito por alguien que no
tiene la experticia necesaria, llegar a una conclusión mayor. Todo lo
que se quiso hacer fue conectar La regeneración con el asunto, más
crucial en relación con el enfoque postcolonialista, de los modos his-
panoamericanos de lidiar con la Modernidad. Esto permitió varias
cosas. En primer lugar, tematizar la difundida idea de que la toma
de distancia con referencia a España, vista como lo pre-moderno, no
fue unívoca en todos los países de la América Hispana, ni en todos
los momentos del proceso de construcción de nación a lo largo del
siglo XIX. Como un subtema del anterior, se quiso llamar la atención
sobre la tesis, más o menos difundida, de que los países hispano-
americanos no sólo comparten un ideal de modernización que los
aleja de España cada vez más, sino que los lleva, más o menos en
una línea recta y progresiva, hacia los ideales de la Modernidad eu-
ropea, haciéndose de esa manera, o bien dignos de ser llamados cada
vez con más razón naciones verdaderamente modernas en sentido
político (como quisieron quienes vieron en esos ideales el destino
deseado de nuestras repúblicas), o bien dignos de ser llamados cul-
turalmente colonizados después de la independencia formal, como
se trata de señalar desde el enfoque postcolonial. Al menos aquí se
quieren aportar elementos para tres posibles afirmaciones en rela-
ción con nuestro hemisferio: 1) Que la Modernidad no siempre fue
vista como lo anti-hispano, ni lo hispano como aquello que, definiti-
vamente, debería ser superado. 2) Que la modernización de nuestras
naciones no consistió siempre en adaptar en nuestro medio, de una
manera más o menos pasiva, los ideales de la Modernidad políti-
ca norte-europea. 3) Que las condiciones de nuestro medio fueron
determinantes para, en ciertos casos, facilitar ese tipo de moderni-
zación o para hacerlo fracasar y, en cualquiera de los dos casos, las
alternativas políticas emergen de un esfuerzo más o menos propio de
pensarse la posibilidad de hacer nación; un esfuerzo que en ningún
modo es justo calificar como simple continuación del coloniaje cul-
tural o adaptación pasiva de nuestras repúblicas al evolucionar del
capitalismo mundial.
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