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Por otra parte, puesto que lo sublime brota del choque entre la elevación
del objeto que nos atrae y la limitación de nuestras facultades para abarcarlo,
Kant diferencia dos formas de lo sublime según los elementos contrastantes:
a.- Lo sublime matemático (tiene que ver con la magnitud), que surgiría
del contraste entre la incapacidad de nuestra percepción para abarcar la
magnitud del objeto sublime y la superioridad de nuestra razón que nos permite
representárnoslo, provocando de este modo la mezcla de dolor y placer que
caracteriza el fenómeno de lo sublime: dolor por no poder percibir más que lo
limitado, placer por poseer la idea de la cantidad ilimitada. Mediante la razón
podemos acceder a lo que la vista nos niega. Los pasos kantianos para
explicar lo sublime matemático se ven en las siguientes frases:
"Sublime llamamos lo que es absolutamente grande".
"Sublime es aquello en comparación con lo cual toda otra cosa es
pequeña".
"Sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad
del espíritu que es la razón, que supera toda medida de los sentidos".
La apertura que lo sublime presenta hacia lo ilimitado e infinito le confiere
una sensación de trascendencia que hace a esta categoría especialmente
próxima (útil) al ámbito religioso: «Kant afirma que a través de los sublime
adquirimos un indicio de la divinidad, de la trascendencia. Pero esta
aprehensión se logra por medio de la renuncia a nuestra comprensión y control
del mundo» (Linda Nead: El desnudo femenino. Arte, obscenidad y sexualidad.
ibidem)