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La Excepción Racial
La Excepción Racial
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colonialismo y emancipación en América Latina
Una modernidad
paradójica
La excepción racial
el reverso del relato
republicano de la nación
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1 “[…] no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los abo-
rígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos
hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de man-
tenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores, así nuestro
caso es el más extraordinario y complicado” (Bolívar, 2009: 123).
2 Nos referimos la acción militar de finales del siglo XIX que terminó con la au-
tonomía de las tribus indígenas que habitaban la región patagónica. Las ofensivas
militares contra las poblaciones indígenas tuvieron lugar en 1830, comandada por el
general Juan Manuel de Rosas, la segunda, denominada “Conquista del desierto” se
produjo cincuenta años más tarde, desde finales de la década de 1870 hasta entrados
los años ochenta, conducida por el general Julio A. Roca, quien llevo a cabo la inte-
gración definitiva del territorio nacional.
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país a principios del siglo XX, son la base del mito de una Argenti-
na blanca3. La segunda inmigración, en el cambio de siglo, dará el
perfil poblacional definitivo de la nacionalidad, tanto institucional
como social, invisibilizando el componente indígena.
Ahora bien ¿Qué es la raza? ¿Cuál es su genealogía en tanto con-
cepto? ¿Qué uso se hizo de esta noción al momento de la instaura-
ción de la república? El período post revolucionario representa un
laboratorio donde se elabora la identidad de los nuevos ciudadanos
en contextos adversos. Coincidimos con Clément Thibaud en la re-
levancia que cobra la tensión entre raza y ciudadanía inscripta en
el nuevo horizonte de igualdad civil y política modernas, cuestión
mayor que contrasta con su relativo “olvido historiográfico”. Como
afirma el autor, la ruptura independentista de la metrópolis no com-
porta el fin de las formas de dominación colonial, por el contrario,
perdura la minoridad jurídica y social. (2015: 7) Podemos sostener
que el denominador común de la historia post-colonial de las nacio-
nes en Sudamérica ha sido la exclusión del otro: los pueblos autócto-
nos, los descendientes de esclavos o las distintas formas de mestizaje
que complicaban las identidades hipostasiadas y homogéneas de la
nacionalidad del imaginario republicano. Nuestra interrogación se
dirige entonces al proceso de racialización4 de sectores de la pobla-
ción originaria de América, causa primera de su posterior despojo y
marginación del todo nacional.
Los juicios formulados sobre las razas en nombre de la ciencia,
en el siglo XIX, son proposiciones por lo general negativas, y las fron-
teras entre la ideología o la doctrina racial y el prejuicio expresado en
opiniones o juicios evaluativos pueden ser fluctuantes, pero conducen
siempre a la jerarquización de razas en inferiores y superiores. (Ta-
guieff, 1987: 241) En primer lugar, la raza concebida en la moderni-
dad con pretensión científica prolonga la actitud clasificatoria de los
naturalistas del siglo XVIII a los seres humanos en tanto especie5. La
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cie. En la segunda mitad del siglo XVIII surgen las primeras taxonomías raciales pen-
sadas a partir de modelos naturalistas, sistematizando la diferenciación de grupos
humanos sobre la base de la observación de sus caracteres somáticos. Los trabajos
de Buffon y Linneo son, en ese sentido, fundadores. Ver Bancel Nicolas, David Th. et
Thomas D. (2014).
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Universalismo y racismo
La conjunción de universalismo y racismo nos confronta con uno de
los problemas mayores de la modernidad política: su relación con la
colonización. Es precisamente en la escena geopolítica de la coloni-
zación europea que un “pensamiento racial”, según la expresión de
Hannah Arendt, condiciona la mirada sobre las poblaciones de otros
continentes y sus formas culturales, al mismo tiempo que justifica
su dominación.
6 Algunas obras de referencia del pensamiento crítico europeo señalan esa falla: La
modernidad un proyecto inconcluso (Habermas), Dialéctica de la Ilustración (Adorno
y Horkheimer); el post estructuralismo francés (Derrida, Foucault, Deleuze, Rancière
y Balibar) y una joven generación de filósofos, sociólogos y antropólogos (Eric Fas-
sin, Elsa Dorlin, Hourya Bentaouhami-Molino, Guillaume le Blanc, Magali Bessone).
Asimismo, el pensamiento post-colonial y los estudios subalternos incluye autores
como Gayatri Spivack, Hommi Bahbah, Achille Mbembe, Emmanuel Chukwudi Eze,
Partha Chatterjee, cuyos aportes al tema son sustantivos.
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Razas y nación
Existe una correlación entre nacionalismo y racismo forjada en la
larga historia conjunta que evocan estos términos, tanto en las na-
ciones que fueron imperios coloniales -como España, Francia, In-
glaterra-, como en aquellas que en el Nuevo Mundo se constituyeron
bajo el modelo del Estado- nación homogéneo y las representaciones
de la identidad nacional que están a su base. Según afirma Balibar,
el racismo aparece como el responsable del cierre de la naciona-
lidad sobre sí misma y de la creación de divisiones estatutarias y
discriminaciones en el seno de la comunidad nacional (Wallerstein,
Balibar 1991; Balibar, 2005). Por una parte, la interrogación sobre
ese proceso identitario en tanto “identidad ficticia”11 revela la situa-
ción imposible en la que se halla la pretensión de concebir la unidad
política en términos de identidad nacional. En efecto, la voluntad
de fundar la “identidad nacional” en una supuesta base hereditaria,
pseudo biológica o cultural es responsable de las fracturas internas
y de la consecuente violencia y exclusion al interior de los Estados
nacionales. Por otra parte, más allá de la equivocidad conceptual
de la nación, el caso de las naciones latinoamericanas ha sido par-
ticularmente complejo. Tanto desde un punto de vista teórico como
histórico, lejos de remitir a una base natural, la nación se fue per-
filando en el seno de muy dispares experiencias políticas sociales y
culturales. Como ya ha señalado la historiografía contemporánea, la
construcción del Estado luego de la revolución, requería a la vez la
construcción de la nación. En esa línea de argumentación, afirmá-
bamos en un texto anterior “El discurso del Estado y el discurso de
la nación fueron dichos de manera simultánea e imbricada. En su
avance y en su penetración fueron fraguando una cartografía propia
del territorio entendido en sentido amplio: como materialidad ar-
caica a ser aprehendida y representada […] Así la superficie devino
desierto, el habitante devino bárbaro, el espacio en puja devino fron-
tera” (Villavicencio, Pacecca, 2008: 3).
A finales del siglo XIX y principios del XX, en el marco de la ex-
pansión de la cultura científica en nuestro país, se consolida un “pen-
samiento racial” que reinscribe en el lenguaje de la ciencia la fractura
existente en la formación del Estado nacional.
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las más adaptables. Esto ocurre también entre las razas de una misma
especie, entre los grupos de una misma raza y entre los individuos de
un mismo grupo” (Ingenieros, 1961: 247)
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Reflexiones finales
La unificación final del territorio bajo la forma republicana de gobier-
no tuvo una impronta militar y correspondió al momento conservador
de la República. Como señala la antropóloga Diana Lenton, el modelo
que se impone en 1880 concibe “en primer término el orden y la segu-
ridad como sustento de la expansión económica, de la recuperación
de tierras cultivables y de la consolidación del Estado territorial, mar-
cando una cesura respecto del pasado de luchas entre caudillos y de
tierras dejadas al dominio de la naturaleza y las poblaciones origina-
rias” (Lenton, 2008, 156). Agregamos que marca también el paso de
la “república de la virtud”, que encerraba los ideales de los mentores
del orden político, a la “república del orden”, próxima del conserva-
durismo18. Las posturas que impregnaron el ideario republicano en
Argentina, cargadas de ambigüedades, revelan la tendencia a la jerar-
quización de las poblaciones y a la negación de capacidades de acuer-
do con un patrón mayoritario de buen ciudadano y de vida civilizada.
La paradoja que encierran estas posturas se manifiesta en un discurso
con elementos universalistas que asigna derechos y se emparenta con
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19 En los años 2000 se difunde el término diversidad cultural que viene a reempla-
zar en cierta medida debates anteriores sobre las identidades y la discriminación.
El tema se coloca rápidamente en un lugar destacado en la vida colectiva, nacional
e internacional. La Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural adoptada por
unanimidad en la Conferencia General de la UNESCO (2 de noviembre de 2001) esta-
blece una serie de objetivos y líneas esenciales de acción, formulados por los Estados
miembros. En el plano nacional varios países latinoamericanos incluyeron derechos
culturales en las nuevas constituciones.
20 Ver (Villavicencio, Schiffino, Rodríguez 2017)
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