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“Gripe A”: El virus del miedo

Entrevista realizada al Psic. Luis Gonçalvez Boggio


Por el periodista Cesar Sanguinetti (Subrayado / Canal 10) / 23/07/09

-Me decías que pensando a la gripe A desde la Psicología Social identificabas


tres claras etapas de la misma:

Sí, desde la dimensión social creo que podríamos identificar tres etapas en
esta biopatía.

En un primer momento, la gripe porcina, ese fue su nombre originario (que


quizás debido a la presión de la industria alimenticia y su relación con sus
formas de producción avícola y porcina, cambió de nombre a gripe A H1N1),
era un problema que le sucedía y le pasaba a otros.
Se empiezan a difundir, en los medios masivos de comunicación, imágenes de
un México superpoblado de barbijos, y luego, de un México desierto.
Como la gripe venía de afuera hubo un claro deslizamiento entre lo extraño, lo
desconocido y lo peligroso. En una sociedad crecientemente infantilizada por el
miedo se tuvo la urgencia de señalar a un culpable.
Hay que tomar en cuenta que toda sociedad naturaliza algunas cosas y
considera extraordinarias otras. La alarma surge cuando un acontecimiento
altera ese marco de comprensión. Pongamos un ejemplo, en nuestro país
tenemos una alta mortalidad por accidentes de tránsito, pero no por ello las
personas –que están en condición de hacerlo– dejan de viajar durante un fin de
semana largo. De alguna manera hemos naturalizado ese riesgo en las vidas y
podemos negarlo con mayor o menor facilidad. Se incorpora la negación de la
muerte, en una cultura que parece tener cada vez menos espacio para ella.
Tampoco producen tal alarma las muertes que, claramente, tocan sectores
excluidos y por ende no se piensan como posibles para un “nosotros” que se
define a sí mismo como fuera de riesgo.

El problema que genera este tipo de pensamiento es el de la discriminación de


un potencial Otro distinto a nosotros. En este sentido, toda epidemia puede
hacer aparecer rechazos al Otro.

-¿El miedo juega un papel importante en esta fase?

-Claro, el miedo es la emoción que permite vehiculizar las posiciones


ideológicas más reaccionarias y promover las instrumentaciones políticas más
retrógradas que te puedas imaginar. A su vez, estas se trasladan fácil y
rápidamente a lo social.
Por ejemplo, estando en Buenos Aires vi en un informativo cómo decenas de
personas apedreaban un ómnibus que venía de Chile con algún supuesto
pasajero enfermo. Esta idea de que la enfermedad le va a pasar a Otro ya no
es sostenible. La única manera de enfrentar este problema es reconociendo la
amplitud y heterogeneidad del “Nosotros”.

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Luego, en una segunda etapa, la pandemia se instala como alarma y como
catástrofe. Se pasa de un miedo al otro, al lejano y al distinto, al miedo a quien
se tenía al lado, al que se acerca mucho.
En esta etapa cambia la percepción en torno de quiénes pueden morir de una
enfermedad infectocontagiosa: ya no son los Otros los únicos en riesgo.
Ahora se instaló la idea de que cualquiera puede ser una víctima fatal. Aquí se
comienza a percibir un cambio en la cotidianeidad. Ahora las bocas cerradas y
tapadas con bufandas, y las miradas desconfiadas pasan a formar parte de las
fotografías del escenario urbano. Los movimientos en el transporte público
pasan a estar milimétricamente calculados. Las miradas se cruzan en un alerta
incansable y aquel que atisbe a fruncir la nariz para estornudar, sacar un
pañuelo, o carraspear para aclarar la voz, provoca una confluencia de miradas
reprobatorias que se avalan mutuamente. Las miradas comienzan a censurar y
discriminar actos otrora cotidianos. Se saluda de lejos, cada cual con su mate,
etc.
Se instala rápidamente un escenario general de alarma, en donde muchas
personas ven aparecer un peligro que no está dentro de los problemas antes
naturalizados o previstos. Por ejemplo, en la era de los antibióticos nos
habíamos acostumbrado a considerar poco peligrosas las enfermedades
infectocontagiosas. Hace tres años tener una neumonía no te hacía pensar en
que tu vida estaba en riesgo por ello. Ahora la neumonía de un conocido
político previa a las elecciones internas, por poner un ejemplo, se vivió de una
manera totalmente distinta.

-¿Qué efectos psicosociales produce esta etapa?

Desde la dimensión social creo importante interrogarse cuales serán las


consecuencias de tanto mensaje que refuerza la idea de alejarse del otro, que
se instaló junto con la idea de aislamiento social.
Para los psicólogos sociales esto acarrea todo un complejo proceso de
medicalización biopolítica, tal como lo describe M. Foucault, en sus últimos
trabajos.

La tercera etapa tiene que ver con los auto-cuidados, y con el pasaje de los
mismos a la auto-medicación.
En esta etapa, que se superpone rápidamente a las dos primeras, vuelve a
aparecer social y culturalmente una vieja y cómoda explicación: la
responsabilidad individual que culpabiliza a la víctima al aislamiento. Ahora
auto-cuidado, auto-medicación y prevención se confunden en la búsqueda de
abastecerse en el hogar de un bien preciado y escaso.
Y del auto-cuidado se pasa muy rápidamente a la auto-medicación. Se
potencia en el imaginario social el que un medicamento cura y que es un
inhibidor de la reproducción viral.
Más tarde, se hace un descubrimiento sensacional: el agua y el jabón eran muy
útiles; ¿qué hacemos con los pañuelitos, los barbijos, el alcohol en gel –que es
tan útil para los lugares en que no tenemos agua y pileta- y el Tamiflú que
habíamos acumulado esperando el apocalipsis?.

-En ese sentido la mejor prevención sería…

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Creo que es necesario preguntarse en voz alta: ¿es tan difícil darse cuenta que
hay que recuperar viejos hábitos acerca de cómo se curaban estos procesos
antes, entre ellos algo tan obvio como que la curación de una enfermedad
requiere reposo?
En este sentido llama también la atención la falta de mensajes que promuevan
el fortalecimiento del sistema inmunitario –como dormir bien, comer bien y
evitar las dietas hipocalóricas–.

Aquí creo que la industria farmacéutica ha favorecido la fantasía de que la


enfermedad se cura básicamente con un medicamento. Las enfermedades y
los mecanismos de curación son procesos sumamente complejos y se requiere
de una multiplicidad de cuidados para ello. Es una fantasía de la vida
contemporánea acceder a la píldora mágica que soluciona todo. Con esta gripe
vamos a tener que revalorizar los cuidados en el sentido más amplio, no se
trata de tomar una pastillita y seguir como si nada. Se trata de favorecer y
potenciar los factores protectores que el cuerpo y la persona tienen, contra la
enfermedad.

Creo que este es el discurso que hay que fortalecer desde el punto de vista
sanitario: cómo prevenir la enfermedad a partir del fortalecimiento de los
recursos que cada uno tiene.

El sistema inmunitario responde a las condiciones de vida, al descanso, al


estrés. Debiéramos ser muy cuidadosos para tener nuestro aparato inmunitario
protegido, para tratar de no enfermarnos y, en caso de enfermarnos, estar lo
mejor preparados para ello.

-¿Se hace necesario pensar en medidas sociales, además de las medidas


personales?

Desde el punto de vista social, este es un momento clave –al igual que en otros
inviernos y quizás más que nunca dada la rápida expansión de este virus, de
garantizar que los sectores más vulnerables reciban el máximo de soporte
nutricional y ambiental. No se trata sólo de proveer medicamentos, se trata
también de garantizar alimentación y abrigo. A esto en Psicología Social lo
llamamos dispositivos de solidaridad operantes. Creo que este tipo de medidas
ayudan a promover una práctica solidaria entre la gente, una práctica de apoyo
mutuo, como eje del cuidado propio, ya no insistiendo exclusivamente en las
salidas individuales como estrategias.

-Hablabas de la relación entre el sistema inmunológico y esta pandemia.


¿Cómo afecta el estrés en lo contemporáneo?

Creo que, en ese sentido, debemos tomar a la gripe como un analizador natural
que nos permite cuestionar estilos de vida instalados en los últimos veinte
años. Si los jóvenes son los más afectados, ¿no será así porque llevan una
vida más estresada? Estadísticamente el grupo de 16 a 45 es el más afectado

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y, simultáneamente, es el que más exigido está. Con excepción de los que
están fuera de toda oportunidad, lo cual también es un riesgo, los jóvenes de
clase media y clase media baja tienen horarios de estudio y de trabajo
extenuantes, y además, lo sabemos, se quieren divertir. Eso lleva a que se
agoten y, eventualmente, se subalimenten o descansen mucho menos de lo
necesario.

-¿En tu consulta has visto algún cambio especial a partir de la gripe A?

Creo que un problema que podría destacar es la tarea de los trabajadores de la


salud en esta pandemia, que poco se ha destacado en los medios. En sesiones
con médicos que han estado en la primera fila del enfrentamiento de esta
biopatía me quedó en evidencia el peligro de lo que en Clínica Laboral
llamamos “presentismo patológico”. Un fenómeno instalado en la sociedad
desde hace varios años, por el cual personas con síntomas de alguna
enfermedad apelan a medicamentos paliativos, ampliamente promocionados
en la televisión, para evitar faltar a sus trabajos por temor a perder un plus
salarial o poner en riesgo el puesto en un contexto de precarización laboral, o
recibiendo presiones institucionales para evitar el ausentismo laboral
(obligación de médicos contratados para asistir a las guardias aun estando
enfermos). Esta precarización de las condiciones de empleo y de los derechos
del trabajador puede ser, a largo plazo, un factor de aumento del riesgo de
epidemias. Como complemento de esta práctica se exalta como un valor la
superación del síntoma para seguir en actividad. Las propagandas muestran,
desde hace ya años, una serie de medicamentos que son paliativos de los
síntomas gripales, y que se recomiendan masivamente para seguir en pie, para
ser productivo, aunque se esté enfermo. Y “lo productivo” se extiende a las
actividades sociales y a la recreación.

En Buenos Aires vi una propaganda que muestra a un hombre joven que se


levanta a la mañana con un fuerte malestar, se toma uno de esos antigripales y
se mejora. En la escena siguiente se lo ve en el cumpleaños de su hijo,
rodeado de niños. A la luz de lo que está pasando ahora, se transparenta lo
disparatado de la propuesta: amortizar los síntomas para ser un foco de riesgo
en un cumpleaños infantil… y todo aparece como un valor de la vida
contemporánea. “Para que no te pierdas los mejores momentos de tu vida”,
dice otra propaganda de antigripales.

-¿Culturalmente viste otro cambio importante a los que definías en las tres
etapas anteriores?

Sí, paralelamente a estas etapas, en las vacaciones de julio, aparece un


pequeño problema que casi produce un gran pánico, que me llamó
poderosamente la atención: ¿qué hacer con los niños en casa? Esta situación
funcionó como un analizador de cómo estamos viviendo en lo contemporáneo:
me causa mucha gracia que tener a los hijos en nuestras casas sea vivido
como un problema cercano al pánico.
Es decir el tiempo libre, el tiempo liberado de las escuelas, y la consecuencia
de la necesidad de aislamiento social, provoca un estado al mismo tiempo
panicoso y fastidioso, de tener a los niños adentro de casa. Desde hace años
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que habíamos modelado y regulado nuestras vidas alrededor de instituciones
de encierro (espectáculos, cines, shoppings) que proveen un alivio esencial:
garantizar el uso “productivo” del tiempo libre de los padres.

-Últimamente han aparecido polémicas en relación a las estadísticas…

Creo que en esto tienen responsabilidad los medios. Se está viviendo un


vaivén que uno no sabe realmente si está desinformado o alarmado por
“excesos de cuidado”. Este hecho se hace visible aA partir del “enfrentamiento
político” entre la ministra de Salud y el intendente de San José, reforzando en
los medios una especie de deporte que trata de contar muertos como si se
tratara de un partido entre la vida y la muerte. Esperando no se sabe bien qué
resultado, de qué campeonato. ¿Será que la mayor cantidad de muertos
favorece a alguien?
Aquí creo que tanto periodistas, políticos, así como quienes investigan y
trabajan clínicamente tienen que asumir de otra manera sus responsabilidades.
No podemos oscilar entre un retorno a la Edad Media -cuando la humanidad se
sabía inerme frente al misterio de las enfermedades- y -aun en el siglo XXI- en
la cándida confianza en una ciencia todopoderosa. Porque si seguimos ese
pensamiento mágico, en un polo u otro del péndulo, vamos a confiar
esperanzados, en que, a través de los mayores (los dioses, los médicos, las
autoridades –que simbolizan lo mismo-) se llegaría al milagro. En un texto muy
conocido en la academia (“Vigilar y Castigar”) M. Foucault describe los peligros
de cómo en el enfrentamiento de las grandes epidemias (como la lepra y a la
peste) subyacen distintos tipos de ejercicio del poder.
En este sentido, creo que este es un buen momento en donde todos, sin
excepción, tenemos que ejercer el Antón pirulero. Zapatero a tus zapatos. Los
médicos, los biólogos y los científicos a investigar, los medios a informar
correctamente, y los políticos a callarse la boca. Esta polémica pública entre
dos cuadros políticos (Ciruchi y Muñoz) de los partidos que se disputarán en la
próxima elección el futuro gobierno del país me parece de una torpeza
absoluta.
No es extraño que los políticos y los medios, que sobre microbiología lo
desconocen casi todo, aventuren cualquier origen y cualquier desenlace para
esta pandemia y traten de capitalizarla para imponer o hacer crecer sus
intereses corporativos. Tampoco es raro que la gente asustada espere de las
autoridades el milagro de aislar al país de la pandemia, de detener el aumento
de casos o de disminuir la mortalidad asociada al virus. Los médicos si
aprobaron la materia de microbiología, deberían conocer la lógica viral, que se
caracteriza por eludir casi toda estrategia terapéutica conocida. Y al enfrentar
un nuevo virus lo que hay que hacer es traspasar las fronteras del
conocimiento, volviendo la mirada al microscopio.

-¿Te imaginás una cuarta etapa de esta gripe?

Una última fase de esta pandemia la imagino justamente con la salida del tema
de la agenda de los medios. Salida en donde junto a otras epidemias existentes
en nuestro país seguirá su camino en silencio. Por ejemplo, junto a la
tuberculosis, la sífilis, la parasitosis, la sarna y los accidentes de tránsito y de
trabajo, que estos sí, funcionan como “seleccionadores sociales”.

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