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El Virus Del Miedo LG
El Virus Del Miedo LG
Sí, desde la dimensión social creo que podríamos identificar tres etapas en
esta biopatía.
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Luego, en una segunda etapa, la pandemia se instala como alarma y como
catástrofe. Se pasa de un miedo al otro, al lejano y al distinto, al miedo a quien
se tenía al lado, al que se acerca mucho.
En esta etapa cambia la percepción en torno de quiénes pueden morir de una
enfermedad infectocontagiosa: ya no son los Otros los únicos en riesgo.
Ahora se instaló la idea de que cualquiera puede ser una víctima fatal. Aquí se
comienza a percibir un cambio en la cotidianeidad. Ahora las bocas cerradas y
tapadas con bufandas, y las miradas desconfiadas pasan a formar parte de las
fotografías del escenario urbano. Los movimientos en el transporte público
pasan a estar milimétricamente calculados. Las miradas se cruzan en un alerta
incansable y aquel que atisbe a fruncir la nariz para estornudar, sacar un
pañuelo, o carraspear para aclarar la voz, provoca una confluencia de miradas
reprobatorias que se avalan mutuamente. Las miradas comienzan a censurar y
discriminar actos otrora cotidianos. Se saluda de lejos, cada cual con su mate,
etc.
Se instala rápidamente un escenario general de alarma, en donde muchas
personas ven aparecer un peligro que no está dentro de los problemas antes
naturalizados o previstos. Por ejemplo, en la era de los antibióticos nos
habíamos acostumbrado a considerar poco peligrosas las enfermedades
infectocontagiosas. Hace tres años tener una neumonía no te hacía pensar en
que tu vida estaba en riesgo por ello. Ahora la neumonía de un conocido
político previa a las elecciones internas, por poner un ejemplo, se vivió de una
manera totalmente distinta.
La tercera etapa tiene que ver con los auto-cuidados, y con el pasaje de los
mismos a la auto-medicación.
En esta etapa, que se superpone rápidamente a las dos primeras, vuelve a
aparecer social y culturalmente una vieja y cómoda explicación: la
responsabilidad individual que culpabiliza a la víctima al aislamiento. Ahora
auto-cuidado, auto-medicación y prevención se confunden en la búsqueda de
abastecerse en el hogar de un bien preciado y escaso.
Y del auto-cuidado se pasa muy rápidamente a la auto-medicación. Se
potencia en el imaginario social el que un medicamento cura y que es un
inhibidor de la reproducción viral.
Más tarde, se hace un descubrimiento sensacional: el agua y el jabón eran muy
útiles; ¿qué hacemos con los pañuelitos, los barbijos, el alcohol en gel –que es
tan útil para los lugares en que no tenemos agua y pileta- y el Tamiflú que
habíamos acumulado esperando el apocalipsis?.
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Creo que es necesario preguntarse en voz alta: ¿es tan difícil darse cuenta que
hay que recuperar viejos hábitos acerca de cómo se curaban estos procesos
antes, entre ellos algo tan obvio como que la curación de una enfermedad
requiere reposo?
En este sentido llama también la atención la falta de mensajes que promuevan
el fortalecimiento del sistema inmunitario –como dormir bien, comer bien y
evitar las dietas hipocalóricas–.
Creo que este es el discurso que hay que fortalecer desde el punto de vista
sanitario: cómo prevenir la enfermedad a partir del fortalecimiento de los
recursos que cada uno tiene.
Desde el punto de vista social, este es un momento clave –al igual que en otros
inviernos y quizás más que nunca dada la rápida expansión de este virus, de
garantizar que los sectores más vulnerables reciban el máximo de soporte
nutricional y ambiental. No se trata sólo de proveer medicamentos, se trata
también de garantizar alimentación y abrigo. A esto en Psicología Social lo
llamamos dispositivos de solidaridad operantes. Creo que este tipo de medidas
ayudan a promover una práctica solidaria entre la gente, una práctica de apoyo
mutuo, como eje del cuidado propio, ya no insistiendo exclusivamente en las
salidas individuales como estrategias.
Creo que, en ese sentido, debemos tomar a la gripe como un analizador natural
que nos permite cuestionar estilos de vida instalados en los últimos veinte
años. Si los jóvenes son los más afectados, ¿no será así porque llevan una
vida más estresada? Estadísticamente el grupo de 16 a 45 es el más afectado
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y, simultáneamente, es el que más exigido está. Con excepción de los que
están fuera de toda oportunidad, lo cual también es un riesgo, los jóvenes de
clase media y clase media baja tienen horarios de estudio y de trabajo
extenuantes, y además, lo sabemos, se quieren divertir. Eso lleva a que se
agoten y, eventualmente, se subalimenten o descansen mucho menos de lo
necesario.
-¿Culturalmente viste otro cambio importante a los que definías en las tres
etapas anteriores?
Una última fase de esta pandemia la imagino justamente con la salida del tema
de la agenda de los medios. Salida en donde junto a otras epidemias existentes
en nuestro país seguirá su camino en silencio. Por ejemplo, junto a la
tuberculosis, la sífilis, la parasitosis, la sarna y los accidentes de tránsito y de
trabajo, que estos sí, funcionan como “seleccionadores sociales”.