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HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS

FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL


EN LA EDAD MEDIA

Carlos Laliena Corbera


Universidad de Zaragoza

INTRODUCCIÓN
El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre los componentes simbólicos del
estatuto servil aplicados a una parte de los campesinos navarros en el transcurso del
siglo XIII. En concreto, sobre las formas simbólicas de poder y dominación que se
inscriben en el universo social de las familias dependientes, lo que supone que serán
marginadas aquellas evidencias de la servidumbre ligadas a la renta, al trabajo o a
la regulación de conflictos, que, sin duda, tienen también una vertiente simbólica
muy definida. Esta orientación hacia el contexto familiar impone observar qué
sucede en este mismo espacio social con los hombres libres, que, en el marco jurí-
dico navarro de este periodo, pueden ser equiparados a grandes rasgos con los
nobles1. Los estatutos funcionan como un juego de espejos que ofrece imágenes

1
Sobre el tema, cf. F. MIRANDA GARCÍA, "La población campesina del reino de Pamplona en
el s. XI. Variantes léxicas y ecuación conceptual", Primer Congreso General de Historia de
Navarra. 3. Comunicaciones. Edad Media, Anejo 8, Príncipe de Viana, XLIX (1988), pp. 117-
127; "Notas para el estudio de la sociedad medieval navarra. Comunidad vecinal y comunidad
familiar campesinas en el siglo XI", Notas y estudios de ciencias sociales, III (Uned. Navarra,
1990), pp. 57-64; "La heredad servil en tierras pamplonesas (siglo XI)", Príncipe de Viana,

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CARLOS LALIENA CORBERA

invertidas, por lo cual nobles y siervos deben ser analizados conjuntamente para
comprender la lógica del sistema y desvelar su trasfondo social.

He dedicado otros estudios a los siervos pirenaicos en los siglos XI al XIII,


bien para señalar su existencia a través de las fuentes más tempranas2, bien para des-
cribir las que creo que son las pautas generales de evolución de la servidumbre,
como instrumento de sumisión de los campesinos, en la larga duración y en térmi-
nos comparativos en sociedades del Pirineo -Cataluña, Aragón y Navarra- que se
distancian decisivamente entre sí en este punto a lo largo de estos tres siglos. Este
trabajo se publicará en los Mélanges de la École Française de Rome en los próxi-
mos meses, en las actas de un Coloquio que tuvo como tema la evolución de las ser-
vidumbres mediterráneas más allá del siglo XII3. La conclusión fundamental de esta
reunión fue que, a pesar de la considerable ambigüedad de los elementos que defi-
nían el estatuto servil, en todas las regiones, desde Gascuña y Navarra a Italia cen-
tral, persistían fórmulas legales destinadas a disminuir la libertad de acción de los
campesinos, que si bien afectaban a poblaciones porcentualmente pequeñas, no
eran insignificantes. A partir de esta coincidencia, la diversidad se hizo patente y
con ella se multiplicaron las paradojas: por ejemplo, la consolidación del derecho
romano influyó, según Paul Freedman, en la sistematización de la servidumbre en
Cataluña, pero, al mismo tiempo, proporcionó instrumentos jurídicos a los campe-
sinos para reclamar su libertad en Italia, en opinión de Enmanuele Conte4. En
Toscana -que analizó Simone Collavini-, la superposición de la ley romana y la cos-

Anejo 14, LIII (1992), pp. 429-437. En las fuentes documentales, "pechero" y "collazo" son las
formas más habituales de referirse a los campesinos dependientes, en sustitución (desde media-
dos del siglo XII) de "mezquino", mientras "villano" es el término utilizado por el Fuero
General. "Infanzón" es el vocablo genérico para designar la condición nobiliaria.
2
C. LALIENA CORBERA, "Documentos sobre la servidumbre en la sociedad navarro-aragone-
sa del siglo XI", Príncipe de Viana, LVIII (1997), pp. 371-392. A la bibliografía allí reunida,
conviene añadir únicamente, J. J. LARREA, La Navarre du IVe au XIIe siècle. Peuplement et
société, Bruselas-Paris, 1998.
3
C. LALIENA CORBERA, "La servitude au nord de la Péninsule Ibérique: modalités du
déclin", La servitude dans les pays de la Méditerranée Occidentale chrétienne au XIIe siècle et
au-delà: déclinante ou renouvelée? École Française de Rome, 8-9 de octubre de 1999.
4
P. FREEDMAN, Els orígens de la servitud pagesa a la Catalunya medieval, Barcelona, 1993
y "Catalan Lawyers and the Origens of Serfdom", Mediaeval Studies, 48 (1986), pp. 288-314;
E. CONTE, "Declino e rilancio della servitù. Tra teoria e pratica giuridica", La servitude dans
les pays de la Méditerranée, cit., y Servi medievali. Dinamiche del diritto comune, Roma, 1997.

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tumbre originó a una doctrina que no era en absoluto homogénea, en la que el dere-
cho ayudaba a algunos campesinos a conseguir una emancipación definitiva -nor-
malmente, con un documento escrito-, a la vez que apoyaba a los señores que inten-
taban ensanchar la servidumbre a partir de la legislación antigua5. Paradojas simi-
lares se producían con relación a la influencia de las ciudades en la disolución de
los estatutos serviles o respecto a la posición de los siervos en el seno de las comu-
nidades campesinas, por no citar más que dos cuestiones muy significativas.

En lo que concierne a las sociedades montañesas de Aragón y Navarra, parece


seguro que quizá desde el siglo X y, en todo caso, desde comienzos del XI, exis-
tían campesinos sometidos a un dominio que implicaba a los miembros de la célu-
la familiar, a sus descendientes y a las tierras que cultivaban; dominio que se tra-
ducía en tributos específicos y, de manera menos general, en prestaciones de traba-
jo. Las donaciones aristocráticas de siervos, conocidos como "mezquinos", a los
monasterios indican que las transferencias eran factibles, aunque compraventas de
estas familias sólo se documentan de manera clara durante el siglo XIII en Navarra,
quizá porque nunca fueron demasiado frecuentes: no hubo algo parecido a un "mer-
cado de siervos".

El crecimiento de este grupo servil durante el tramo final del siglo XI está bien
establecido, pero la evolución en el periodo siguiente es menos evidente en las
fuentes. En mi opinión, en las décadas centrales del siglo XII se produjo una sepa-
ración en este aspecto de las trayectorias de las sociedades navarra y aragonesa, por
otra parte tan semejantes en su configuración geográfica, social y económica.
Mientras los "mezquinos" y la servidumbre se diluyeron progresivamente en la
Canal de Berdún, las Cinco Villas y la Jacetania, la fórmula servil se reafirmó en la
cuenca del Aragón, las tierras de Pamplona y Estella o los altos valles del Pirineo
navarro. La causa de esta disparidad fue, a mi juicio, la diferente posición de los
respectivos Estados feudales respecto a la nobleza local. Así, desde Alfonso II, los
monarcas aragoneses prosiguieron una política de reagrupamiento y control de las
poblaciones rurales del cuadrante noroccidental del reino aragonés, que se remon-
ta a la época de Sancho Ramírez, para lo cual utilizaron con profusión las liberta-
des urbanas concedidas a Jaca un siglo antes. Por el contrario, los monarcas nava-

5
S. COLLAVINI, "Il servaggio in Toscana nel XII e XIII secolo: alcuni sondaggi nella docu-
mentazione diplomatica", La servitude dans les pays de la Méditerranée, cit.

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rros, muy amenazados a lo largo de toda la segunda mitad del XII, y necesitados de
legitimidad en el momento del cambio dinástico de 1234, evitaron interferir en los
sistemas de costumbres dominados por los linajes terratenientes del norte de
Navarra, y permitieron que la servidumbre evolucionase según los modelos alto-
medievales. La argumentación es más compleja, pero se puede resumir diciendo
que los estatutos discriminatorios tendieron a desaparecer en Aragón y se mantu-
vieron como un factor decisivo del panorama social en la Navarra septentrional.

Las servidumbres de las regiones mediterráneas fueron, salvo excepciones,


menos rígidas institucionalmente que las del norte de Europa, y, en particular, ape-
nas impusieron límites a la capacidad de transmitir los bienes a los herederos o a la
posibilidad de contraer matrimonio. La mainmorte y el formariage, términos con
los que suelen designarse estos derechos señoriales eran conocidos como principios
pero poco aplicados en la práctica. A veces, como sucedía en Cataluña, eran supli-
dos por la remença, el pago de un rescate personal, que funcionaba estructural-
mente del mismo modo: denotaba la servidumbre sin equívoco posible. En ausen-
cia de estos marcadores sociales, el vituperio, el escarnio, o, por utilizar una expre-
sión de Paul Freedman, "la degradación simbólica", sirvieron para crear divisorias
y precisar los límites borrosos entre los grupos sociales6. Este trabajo se incardina
precisamente en la tentativa de explorar los contenidos degradantes de la servi-
dumbre.

FUENTES Y METODOLOGÍA
La fuente que servirá de base para esta aproximación es el Fuero General de
Navarra, "uno de los más enigmáticos documentos de la historia del derecho espa-
ñol", como señala Rafael Gibert7. Se trata de una compilación privada de mediados
del siglo XIII, resultado de una desordenada acumulación de materiales jurídicos,
que obtuvo un reconocimiento oficial efectivo antes de 1330, cuando Felipe III
dictó un "Amejoramiento" del Fuero. Los manuscritos forales que poseemos se arti-
culan en dos grupos: los que contienen redacciones "protosistemáticas" -es decir,

6
P. FREEDMAN, Images of the Medieval Peasant, Stanford, 1999, p. 239: "the problem of ser-
vitude: arbitrary mistreatment , symbolic degradation".
7
Cit. por J. F. UTRILLA UTRILLA, El Fuero General de Navarra. Estudio de las redacciones
protosistemáticas (Series A y B), Pamplona, 1987, p. 14 [cit. abreviadamente FGN.].

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que presentan un principio de organización temática de los epígrafes o fueros-, y,


por otra, los que ofrecen redacciones "sistemáticas", en las que la estructura por
temas está plenamente desarrollada. La versión sistemática, fue publicada a media-
dos del siglo XIX sin las adecuadas garantías y, por consiguiente, nos falta la edi-
ción crítica definitiva. Las series protosistemáticas, que serán las empleadas aquí,
han sido objeto de una magnífica transcripción a cargo de Juan Utrilla en 19878, que
posibilita el manejo de los códices más antiguos pertenecientes a la serie denomi-
nada A, que no son anteriores a 1270 ni posteriores a 1330. Según José María
Lacarra, reflejan un proceso de agregación de elementos legislativos de muy dife-
rente procedencia llevado a cabo poco después de 1238 9.

Las prescripciones que se acumulan en este magma foral manifiestan estratos


de cronología muy desigual. Muchos de estos fueros, de tradición consuetudinaria,
tienen como referencia una cultura popular difícil de caracterizar10, lo que no hace
sencillo fecharlos. Por otra parte, tienden a prestar una atención desmedida a los
detalles y a los procedimientos, casi nunca fáciles de interpretar y muchas veces un
poco extravagantes para cualquier apreciación, medieval o moderna, educada en el
derecho común y en una cierta idea de la racionalidad jurídica. Incomprensible y
estrafalario, no es raro que los medievalistas y los historiadores del derecho se
hayan sentido incómodos con una normativa destinada a regular conflictos meno-
res con criterios arcaicos en un espacio profundamente rural.

8
Cf. la nota anterior. A los manuscritos estudiados por J. F. Utrilla hay que añadir el publicado
por A. J. MARTÍN DUQUE, "Fuero General de Navarra. Una redacción arcaica", Anuario de
Historia del Derecho Español, LVI (1986), pp. 781-862, que contiene alrededor de la mitad de
los fueros de las restantes recopilaciones y suele presentar ligeras variaciones lingüísticas, pero
no de contenido. Cf. J. M. LACARRA, "En torno a la formación del Fuero General de Navarra",
Anuario de Historia del Derecho Español, LI (1980), pp. 93-110. Agradezco las amables indi-
caciones del prof. J. F. Utrilla Utrilla, sin duda el mejor conocedor del Fuero, sin que eso sig-
nifique que sea responsable de la utilización que hago de las características y cronología de este
conjunto legislativo.
9
Este autor señala que Teobaldo I con motivo de su entronización juró guardar los fueros, que
debían ser dictaminados por una comisión constituida en 1238: se trata del Fuero Antiguo, com-
puesto por una docena de capítulos, núcleo del Fuero General, en sus variantes protosistemáti-
cas: J. M. LACARRA, El juramento de los reyes de Navarra (1234-1329), Madrid, 1972.
10
Cf. R. COLLINS, "Visighotic law and regional custom in disputes in early medieval Spain", W.
DAVIES y P. FOURACRE (eds.), The Settlement of Disputes in Early Medieval Europe,
Cambridge, 1986, pp. 85-104.

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Sin embargo, el Fuero General es fascinante para un estudio de los aspectos


menos conocidos de las comunidades campesinas, aquellos que se relacionan con
el parentesco, la transmisión de los bienes, la resolución de disputas, los estatutos
personales, los deberes respecto a los señores y la participación en los recursos
comunitarios. Muchos de estos aspectos inscritos en el Fuero traducían a reglas
legales los valores morales y los modelos culturales de propietarios nobles y sier-
vos campesinos, y, al mismo tiempo, estas reglas imponían las pautas dentro de las
cuales se efectuaba la vida social de estas gentes. Descrifrar "las instituciones socia-
les y las formulaciones culturales que las rodean y les dan sentido"11, es una tarea
ineludible cuando se aspira a caracterizar la estructura y el cambio sociales en estas
comunidades de la montaña pirenaica.

Para ello, recurriré a las posibilidades que proporciona la antropología social,


que, como es sabido, cuenta con numerosas investigaciones de campo que descri-
ben y analizan experiencias de este tipo en ámbitos locales. Ese "conocimiento
local" -acertada expresión de Clifford Geertz- me parece que reune un conjunto de
herramientas intelectuales -quizá el único- capaz de permitir interpretar las normas
y valores sumergidos en un caótico código legal del siglo XIII.

Los caminos de la historia y la antropología se entrecruzan con tanta frecuen-


cia desde los años cincuenta que podemos ahorrarnos volver a invocarlos aquí. No
hace mucho, Jacques Le Goff y Jean Claude Schmitt recordaban cuánto le debe a
esta ciencia social la historia medieval reciente: la antropología histórica, señala-
ban, "busca reconocer en la historia de nuestras propias sociedades objetos (el
parentesco, los mitos, el don, etc.) para los cuales los antropólogos nos han pro-
porcionado desde hace mucho tiempo los modelos de análisis"12. El catálogo de
enunciados de estos autores para los cuales los modelos antropológicos son rele-
vantes es muy significativo: "la muerte, la memoria, la familia, el niño, la cultura
popular, la magia, el cuerpo, el milagro"...13 Aparte del carácter dispar de este tipo

11
La expresión es de C. GEERTZ, "Conocimiento local: hecho y ley en la perspectiva compara-
da", en Conocimiento local. Ensayos sobre la interpretación de las culturas, Barcelona, 1994,
p. 216.
12
J. LE GOFF y J. C. SCHMITT, "L'histoire médiévale", Cahiers de Civilisation Médiévale, 39
(1996), pp. 9-25.
13
Ibid. La cita completa pretende distinguir la historia de las mentalidades de la antropología: "La

6
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de problemas, es perceptible su vertiente estructural, sobre la que Le Goff insiste


particularmente, en justa vinculación con la influencia de Claude Lévi-Strauss
sobre la escuela de Annales, muchas veces reivindicada.

Sin embargo, estos no son los temas ni el enfoque que me interesa de la antro-
pología. El adjetivo "social" hace alusión a la tradición académica anglosajona por
contraste con la francesa o con la antropología cultural norteamericana, y, por tanto,
identifica una corriente muy específica dentro de esta disciplina. La antropología
social incluye métodos, programas de investigación (paisaje, ecología, hábitat,
organización económica, organización del parentesco, de la comunidad, estructuras
políticas, rituales y valores), y presupuestos teóricos propios: un cierto funcionalis-
mo que implica que las partes de una sociedad se explican a través del todo, bas-
tante alergia al estudio del cambio social, la admisión de la existencia de racionali-
dad de los comportamientos y creencias distintos o alternativos a los nuestros, así
como una intensa confianza en la comparación entre sociedades o prácticas socia-
les homogéneas.

De todo ello se infiere que muchos de los problemas y dificultades metodoló-


gicas de los antropólogos sociales son bastante próximos a los de los historiadores,
y que se pueden usar directamente, como afirma Chris Wickham, "los paralelismos
antropológicos ... como material analógico que nos puede ayudar a tratar a fondo
mecanismos similares en la historia de Occidente, mecanismos que no son en abso-
luto transparentes en nuestro material histórico, pero que pueden serlo aún más
cuando podemos observar, principalmente en el campo, modelos parecidos todavía
actuales"14.

Desde este punto de vista, las nociones que quiero comparar proceden de la
experiencia de campo de los antropólogos "mediterraneístas", pero forman parte del
acervo de nuestra cultura y rondan siempre la mente de los historiadores, quizá más

historia de las mentalidades ha tenido el efecto, entre otros méritos, de situar en el centro de las
preocupaciones de los historiadores, objetos (la muerte, la memoria, la familia, el niño, la cul-
tura popular, la magia, el cuerpo, el milagro) que no están alejados de la antropología social,
incluso aunque ésta formule los problemas en términos diferentes sus problemáticas. Sobre
todo, la historia de las mentalidades es por naturaleza englobadora, constituye una especie de
pegamento entre los aspectos más diversos de las realidades sociales y materiales: se podría
decir que es espontáneamente estructural".
14
C. WICKHAM, "Comprender lo cotidiano: antropología social e historia social", Historia
Social, 3 (1989), pp. 115-128, cita p. 124.
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la de los dedicados a la historia moderna que de los medievalistas15. Me refiero a los


conceptos de "honor" y "vergüenza", opuestos y, a la vez, complementarios, que
prestan un marco que hace inteligibles prácticas sociales incrustadas en las normas
del Fuero General.

VIRGINIDAD, VIOLACIÓN Y MATRIMONIO


EN LOS FUEROS NAVARROS
La indagación de la virginidad
Llegados a este punto, es obligado dejar de lado los discursos teóricos para pre-
sentar los postulados legales que pretendo examinar. Comenzaré por el capítulo 68
del Fuero General de Navarra -siempre según la numeración de la serie A, de la edi-
ción de J. F. Utrilla-, que cuenta lo que ocurre si un infanzón desea casar a su hija
con un hombre de su elección, cuando ésta tiene interés aparente o reconocido por
otro. En este caso, el padre debe recabar la ayuda de dos parientes cercanos para
decirle a la muchacha, "te queremos casar con fulano, que es un hombre conve-
niente para tí". Ella puede rechazar sucesivamente a dos pretendientes propuestos
por el padre, pero está obligada a admitir al tercero sin discutir. Puede suceder que
el prometido manifieste algún recelo por el mal precio que ha, es decir, por sospe-
char de su reputación. En esta circunstancia, el padre constituye unos fiadores que,
si se demuestra la pérdida de la virginidad de la novia, deben liberar al prometido
de su compromiso con ella. Después, el padre, el novio y los parientes de ambos
reclutan tres o cinco (un número impar) de mujeres fidedignas para velar por la
transparencia de la prueba. Estas mujeres bañan a la novia, le ponen guantes en las
manos y le atan las muñecas, después de haber verificado que no lleva en el pelo ni
en otra parte del cuerpo alguna aguja u objeto que pueda servirle para hacerse san-
gre, la colocan sobre un lecho limpio y abandonan la estancia para el que el futuro
marido yazga con ella, permaneciendo los parientes de la mujer en la casa.
Levantado el hombre del lecho, se comprueba la sábana y si está manchada con
la sangre de la desposada, el matrimonio se celebra. Si no es así, el prometido queda

15
Sin embargo, merece la pena señalar la atención que les concede J. A. GARCÍA DE
CORTÁZAR, La sociedad rural en la España medieval, Madrid, 1988, pp. 167-172: "El pres-
tigio y la estima social constituyen, probablemente, los elementos de acotación sociológica
menos medibles para un medievalista y más evidentes para un medieval" (p. 167).

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relevado de su promesa, y la mujer es desheredada, de tal forma que los bienes que
le hubieran correspondido en la herencia no revierten en su padre, madre, herma-
nas, hijas de hermanas o hijos de barragana, sino en el hijo mayor (es decir, su her-
mano), el hijo de éste, el primo hermano o, en defecto de todos ellos, en cualquie-
ra de los parientes paternos. Si no los hay, entonces, dice el Fuero, deyssen-la en
paç16.

Algunos puntos concretos merecen un poco de atención.

El primero de ellos es que, como en el resto de mis ejemplos seleccionados, no


figuran palabras ni conceptos que expresen "honor" o "vergüenza", salvo quizá pre-
cio o mal precio, que, aunque muy ambiguas, se refieren a lo que podríamos desig-
nar como "aprecio" o "reputación"17. Eso no significa que tales nociones sean des-
conocidas para los navarros del siglo XIII; simplemente, el fuero describe acciones
y procedimientos que se llevan a cabo en determinadas situaciones sin intentar
explicarlos, lo cual evita definiciones más abstractas e ideológicas. Pero, cierta-
mente, esos comportamientos están regidos por una idea del honor, tal y como
entienden los antropólogos sociales que es aplicable a numerosos grupos sociales
mediterráneos.

Para comprender bien el alcance de este problema en torno a la virginidad de


las mujeres núbiles de los infanzones montañeses, es preciso tener en cuenta que el
matrimonio, en esta época y en esta región, era un contrato entre familias que, como
institución, mantenía una distancia respetuosa pero amplia con relación a la iglesia.
La sanción eclesiástica era un complemento bien recibido si no implicaba la indi-
solubilidad del matrimonio, como muestra el capítulo 59 del Fuero, a propósito de
los divorcios, que veremos más adelante18. Por tanto, un matrimonio involucraba a

16
FGN. ¶ 68 De casamiento de escossa, pp. 202-203. Dadas las dificultades del texto, se ha pre-
ferido parafrasearlo, lo cual no está exento de problemas, puesto que en definitiva, se trata de
una interpretación. Además, el texto concluye insistiendo que las mujeres no pueden obtener
los bienes de una mujer deshonrada, que pueden incluso pasar al hermano mayor de su padre,
en defecto de otro miembro masculino de la parentela.
17
"Vergüenza" aparece en una "fazaña" (un caso que sienta jurisprudencia, incluido en el Fuero),
en la que una mujer es acusada falsamente de adulterio y, aunque Dios la protege de la lapida-
ción, de uergüença fuyo-sse la muier de la tierra —FGN. ¶ 475 De fazania, pp. 380-381—.
18
FGN. ¶ 59 De partiellya de yfançones casados, pp. 195-196.

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las familias y, con ellas, a su honor. De este modo, rehusar en más de una ocasión
el marido propuesto por el padre -y debemos suponer que después de haber inicia-
do una aproximación a la familia del candidato- era un síntoma de que la joven tenía
algo que ocultar. Es fácil suponer que se interpretaba que el rechazo no estaba vin-
culado tanto a las condiciones físicas o psicológicas del pretendiente cuanto al
deseo de evitar el escándalo. En definitiva, es una cuestión en la que se hallaba muy
presente la posibilidad de la murmuración que constituía un serio detrimento del
honor familiar.
Además, la deshonra es castigada con la exclusión de la herencia. Es conve-
niente subrayar que una mujer desdeñada por un potencial marido por no ser vir-
gen, obviamente estaba expuesta a que ningún otro hombre quisiera casarse con
ella, algo que se agravaba decisivamente con la desaparición del derecho a tener
bienes con los que ser dotada. Con mala fama y sin dote, el porvenir de la mujer a
partir de entonces era muy incierto. Por otra parte, la exigencia de que los bienes
que le hubieran correspondido se incorporasen a la parte de los varones es también
significativa. Sugiere que eran objetos o tierras contaminados por la vergüenza, que
no podían ser añadidos a las posesiones de los padres (los responsables de asegurar
el honor de la hija), ni repartirse entre las hermanas (a las que avergonzarían). Más
prosaicamente, es probable, además, que se intentara evitar que rencores o rivali-
dades entre hermanas (o incluso primas) indujesen a murmurar contra la novia con
la esperanza de eliminarla de la serie de dotes19.
Muchos de estos argumentos alrededor de la honestidad de la novia se encuen-
tran en comunidades rurales mediterráneas descritas en los años cincuenta y sesen-
ta, antes del desarrollo industrial. La violencia que genera la ruptura de un matri-
monio acordado, por ejemplo, es patente en el estudio de los pastores sarakatsani
de las montañas del Epiro, en Grecia, de John Campbell: la reputación de la novia
quedaba dañada irreparablemente. O el énfasis en la virginidad, que centraba la
"vergüenza sexual" de las mujeres que, junto con la "hombría" de los varones, con-
figuraba el honor de la nueva familia, por citar solamente uno de estos trabajos20.

19
Es preciso tener en cuenta que la murmuración favorece la exigencia del prometido de la
demostración de la virginidad. Sobre este asunto, cf. los comentarios de J. DAVIS,
Antropología de las sociedades mediterráneas, Barcelona, 1983, p. 189.
20
J. K. CAMPBELL, Honour, Family and Patronage. A Study of Institutions and Moral Values of
a Greek Mountain Community, Oxford, 1964 (reed. 1974), en especial pp. 124-149 y 185-212.

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Violencia sexual
La agresión contra las mujeres del grupo familiar es también un asunto de
honor que, sin embargo, el Fuero General contempla con menor exigencia para los
componentes masculinos de lo que es habitual encontrar en la bibliografía antropo-
lógica. La casuística es, no obstante, muy completa y nos permite reencontrarnos
con el tema de la caracterización de los estatutos serviles.

El capítulo 73 del Fuero contempla el rapto -que no es fácil distinguir de la vio-


lación- por un soltero de una mujer casada por fuerça o por grado. La pena previs-
ta es la confiscación de los bienes y el destierro hasta que el culpable pudiera obte-
ner el perdón del rey y del marido. Subraya, además, que si el marido tiene cons-
tancia de que la mujer le ha sido arrebatada por la fuerza y la recupera, deue-la
tener assi como nuyl malestar no ouiesse feyto21. El fuero 81 se refiere a la viola-
ción y el rapto -con o sin consentimiento- de una mujer casada por un hombre casa-
do: la pena es la misma, la confiscación de bienes y el destierro del delincuente,
pero se excluyen los bienes que el violador había asignado como arras a su mujer y
a sus hijos. En el caso de que no hubiera arras (es decir, si se trataba de un villano,
que no podía ofrecerlas a su mujer), la esposa retiene la mitad de los bienes patri-
moniales y de las adquisiciones; el resto es confiscado por el rey. Como en la situa-
ción anterior, el marido violador puede obtener el perdón del monarca y de su
mujer. El fuero estipula, asimismo, que este hombre es susceptible de venganza
familiar, al menos entre las familias nobiliarias: los parientes de la ofendida deben
desafiarlo y pueden matarlo, en tanto que los miembros de su propia parentela tie-
nen prohibido albergarlo, darle consejo y ayuda. Por último, se indica que si esta
pareja formada mediante la fuerza tuviera hijos, no pueden heredar bienes de nin-
guno de ambos22.

Esta regulación, que es la más general, apenas introduce matices de estatuto.


Pero el capítulo 75, "infanzona forzada por villano", que exige que si la agresión se
prueba con el testimonio de un infanzón y un villano, el violador sea llevado ante
el monarca y ajusticiado como el rey mandare23, y el 76, que estipula la pena del

21
FGN. ¶ 73 De muyller casada forçada de non casado, pp. 205-206.
22
FGN. ¶ 81 De muyller casada forçada de ome casado, p. 209.
23
FGN. ¶ 75 De yfançona forçada de uillano, p. 206.

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infanzón que viola a una villana, sí lo hacen24. Éste último dice que si un hidalgo
fuerza a una mujer villana que esté acompañada por una moça de edad tal que sepa
hablar, y el perjuicio puede ser probado por un infanzón y un villano conjuntamen-
te, el culpable debe satisfacer "medio homicidio", por tanto, la tasa estipulada en la
comarca para compensar una muerte. Si no es posible presentar testigos, el presun-
to violador se libra con un juramento de inocencia. Sin embargo, señala el Fuero,
"si ella iba sola, no debe caloña (multa judicial) ni salva (juramento)". Si el infan-
zón deja embarazada a una villana casada por fuerça o por grado, y queda proba-
do según el procedimiento señalado, debe, según el capítulo foral 77, satisfacer el
pago judicial de "medio homicidio"25.
Finalmente, el capítulo 79 del Fuero juzga cuando un infanzón fuerza a una
infanzona soltera. Si ella, dice el texto, "valiera menos que aquel que la forzó", el
agresor debe casarse con la agredida; si no lo hace, sus bienes le son arrebatados,
el rey lo destierra y los parientes de la mujer le declaran la enemistad. Existe la
posibilidad, no obstante, de que el noble se comprometa a ayudar a casar a la joven
con las mismas ventajas de que habría dispuesto si siguiera siendo virgen (lo que se
traduce en una fuerte aportación a la dote, seguramente), con lo cual se evita el
enfrentamiento y es obligatorio mantener la paz para los parientes de la mujer.
Si la violada fuera de mejor condición que el infanzón que la atacó, debe pagar
una multa de seiscientos sueldos al monarca y otros tantos a la mujer, además de
padecer el destierro y la inquina del linaje de la mujer. Todo ello siempre que la vio-
lencia fuera demostrada por "hombres creíbles", puesto que en caso contrario (o en
el caso de que no hubiera un querellante: el padre, la madre o un pariente cercano)
el supuesto agresor puede librarse con un juramento26.
Naturalmente, hay un procedimiento para saber si la mujer estaba de acuerdo
con su raptor27: el capítulo 80 trata de "la dueña que se va con un hidalgo por su pla-

24
FGN. ¶ 76 De ifançon qui força a uillana, p. 207.
25
FGN. ¶ 77 De yfançon qui faç creatura con uillana casada, p. 207.
26
FGN. ¶ 79 Qui força muyller non casada et es ifançon, p. 208.
27
El rapto consentido para forzar un matrimonio desaprobado por la familia de la mujer era fre-
cuente en Andalucía en la década de 1940, según J. A. PITT-RIVERS, "Honor y categoría
social", J. G. PERISTIANY (ed.) El concepto del honor en la sociedad mediterránea,
Barcelona, 1968, p. 49, y entre los sarakatsani griegos en la misma época, J. K. CAMPBELL,
Honour, Family and Patronage, pp. 129-131.

12
HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

cer". En síntesis, los parientes de ambos deben elegir algunas personas neutrales y
un lugar asimismo neutral para colocar a la mujer en disposición de elegir libre-
mente. Si se vuelve hacia sus padres o miembros de su parentela, el que la había
raptado se convierte en enemigo y es perseguido por el rey; si se dirige al otro lado,
su hermano o sus parientes deben desheredarla28.

Es interesante subrayar el desigual trato que experimentan siervos e infanzo-


nes en similares circunstancias. La violencia contra una mujer de extracción noble
por un villano se castiga con la muerte, mientras que la agresión inversa se resuel-
ve con la entrega de diversas cantidades de dinero, cereal o animales.
Concretamente, en la Cuenca de Pamplona, la tarifa de composición de un homici-
dio era de mil sueldos u ochenta cahices de cereal, mitad trigo, mitad ordio, y cua-
renta cocas de vino. En los altos valles, donde la circulación de moneda era sin duda
menor, se tasaba en doce bueyes o doscientos cuarenta sueldos29. Si lo dividimos
por la mitad, obtenemos el importe de la multa atribuida al infanzón violador de una
villana. Justamente, esa es la noción simbólica que preside este doble castigo: la
pena de un infanzón equivale a la mitad de una muerte, que es la asignada al sier-
vo. Esta misma regla, que dobla el valor humano de un noble respecto a un campe-
sino villano, se encuentra también en otros artículos del Fuero, como los que atri-
buyen la participación en los recursos comunales30. Pero debe ser tomada como un
orden simbólico, no como una exacta medida del honor. Para calibrar mejor las
diferencias de estatuto en esta cuestión, deberíamos saber cómo se ejecutaba la
pena de muerte contra el villano -es bien sabido que hay muertes más infamantes,
si no más dolorosas- y hasta qué punto se podía conseguir que el infanzón pagase
la multa.

La gradación del honor es bien visible en la indicación de que la mujer de ori-


gen villano únicamente puede reclamar y obtener satisfacción si cuando se comete
el asalto estaba acompañada por alguien de su sexo lo bastante mayor como para

28
FGN. ¶ 80 De dueyna que saylle con fidalgo por plazenteria, pp. 208-209. La situación de la
mujer que elige a su raptor es similar a la que ha perdido la virginidad por su voluntad y la pena
la misma.
29
FGN. ¶ 282 Por omizidio, p. 293. El importe de la multa variaba según las comarcas y otros
fueros recogen distintas cantidades por la composición.
30
Por ejemplo, FGN. ¶ 235 Tayllazon de montes, p. 268.

13
CARLOS LALIENA CORBERA

saber hablar. Deambular en soledad era considerado la demostración de una falta de


recato, que imposibilitaba a la agredida para pedir justicia; ella misma había pues-
to en riesgo su -escaso, por tratarse de una campesina- honor. En este sentido, el
recato de las mujeres nobles no parece regirse por el mismo criterio, puesto que este
detalle no es mencionado; probablemente había otras pautas para medir la pruden-
cia femenina noble, pero no las conocemos. Sobre todo hay una diferencia entre los
medios de prueba: la mujer debe presentar testigos (y de distinta condición, lo cual
lo hace notoriamente más difícil), en tanto que el infanzón se exime a sí mismo con
un juramento.

La limitada importancia atribuida a las venganzas derivadas de estas afrentas


al honor sexual de las familias, es debida, a mi juicio, a que la fuente que utiliza-
mos es un código legal y no muestra conflictos reales sino pautas para gobernar o
manejar esas disputas. Es impensable, incluso en las condiciones de funcionamien-
to de los aparatos estatales del siglo XIII, que un poder relativamente fuerte, como
el de los soberanos navarros -o cualquiera de sus homólogos de la misma época-,
aceptara que la vendetta primase sobre su propia actuación. La autoridad real sólo
permitía formalmente la venganza entre los nobles, que disponían de un procedi-
miento ritualizado de desafío y algunas convenciones rígidamente organizadas para
llevarla a cabo. Una de ellas tiene, precisamente, como objetivo impedir la exten-
sión del enfrentamiento entre linajes nobles como resultado de una acción indivi-
dual: así, está prohibido que los parientes del agresor le presten auxilio cuando ha
raptado a una mujer casada. La obligación de aceptar la oferta de una ayuda para el
matrimonio de la mujer violada tiene el mismo sentido. Quisiera dejar claro que no
pretendo insinuar que no haya existido en la plena y baja Edad Media una genero-
sa corriente de luchas en el seno de la clase aristocrática en esta región; ciertamen-
te la hubo, y muchas se debieron a problemas de honor, como muestra la biblio-
grafía reciente31, pero el Fuero General es muy restrictivo a la hora de permitir el
ejercicio de esas venganzas y, a la vez, parco en su manifestación.

31
E. RAMÍREZ VAQUERO, Solidaridades nobiliarias y conflictos políticos en Navarra, 1387-
1464, Pamplona, 1990.

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HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

Matrimonios serviles (y matrimonios nobles)


El Fuero General de Navarra se muestra muy atento a los problemas que pro-
voca la constitución, carácter y ruptura del matrimonio, así como las dificultades
que se producen al hilo de los adulterios y las bastardías.

El largo capítulo 58, "del casamiento de hidalgos y labradores", reproduce con


mucha precisión las negociaciones para formalizar el matrimonio, que son muy
semejantes a las de otras sociedades mediterráneas en las que primaba el aspecto
contractual y la asignación de dotes (o arras) a las mujeres32. El Fuero no distingue
nobles de campesinos, excepto en este detalle fundamental: las infanzonas tienen
derecho a las arras -heredades en tres lugares distintos, asignadas por el marido-,
pero las villanas no. Al margen de la importancia material de esta dote "indirecta"
(J. Goody) a la recién casada (y el Fuero garantiza con ella la supervivencia de la
viuda, la herencia de los hijos y el engarce con la familia de procedencia, que tute-
la el uso que la mujer hace de estas posesiones), hay una vertiente del asunto rela-
cionada con el honor: las arras suponen el don del marido que asume la virtud de
la esposa y la honorabilidad de su familia33. Esta discriminación entra en la lógica
del sistema servil, puesto que se entiende que las tierras de que dispone el campe-
sino son propiedad del señor y no pueden cederse a terceros, como ocurriría al here-
dar los hijos la dote materna, separada de la explotación campesina. Es interesante
resaltar que las mujeres de los villanos tienen derechos sobre los bienes disfrutados
conjuntamente, al parecer la mitad34, pero esa posibilidad genérica no es equivalen-
te a las arras, que tienen un contenido altamente simbólico, como he señalado35.

El divorcio era una alternativa válida según el Fuero, y la indisolubilidad pro-


pugnada por la Iglesia, una posibilidad lejana. Los capítulos 58 y 59 del Fuero regu-

32
J. K. CAMPBELL, Honour, Family and Patronage, pp. 124-149; A. BARRERA GONZÁLEZ,
Casa, herencia y familia en la Cataluña rural, Madrid, 1990.
33
Una discusión sobre la dote, en J. GOODY, La evolución de la familia y el matrimonio en
Europa, Barcelona, 1986, pp. 325-353. Todavía a principios del siglo XX, un comentarista cata-
lán relacionaba el escreix otorgado por el marido como una especie de regalo por la virginidad:
A. BARRERA GONZÁLEZ, ob. cit., p. 113, n. 21.
34
Lo especifican los fueros contenidos en FGN. ¶ 71 y 72 De uillano biudo y De uillana biuda,
pp. 204-205.
35
Sobre dotes, cf. L. TO FIGUERAS, Família i hereu a la Catalunya nord-oriental (segles X-XII),
Barcelona, 1997, pp. 151-162.

15
CARLOS LALIENA CORBERA

lan la separación de los cónyuges de ambas extracciones sociales, con una nítida
diferencia: Infançon ninguno maguer que's parta de sua muyler non deue calonia
ninguna -'ningún infanzón que deje a su mujer debe multa judicial alguna'-; todo
ome peytero que sea, si's parte de su muyler deue un buy -'cualquier pechero que
deje a su mujer debe pagar un buey'-. El señor del pechero recibirá esta multa, de
un animal elegido entre los del campesino, ni de los mejores ni de los peores. A
cambio, se indica explícitamente que la Iglesia no tenía jurisdicción sobre este tipo
de divorcios campesinos -todo pechero qui d'esta guisa se partia de su muyler, gle-
sia no auia mandamiento-. Una tradición oral incluida en el Fuero reseña la pro-
testa del obispo pamplonés Pedro de Paris ante Sancho VI, en algún momento de la
segunda mitad del siglo XII, por estos casamientos que eran a perdicion de las
almas, y el compromiso con los nobles navarros de que la estabilidad del matrimo-
nio sería válida para aquellos que oyeran misa y recibieran los anillos de un cura -
pero incluso entonces, continuaba vigente la exigencia de fiadores para el acuerdo
y la entrega de arras-36. Sea cual fuere la validez de esta tradición, apunta al difícil
encaje de las fórmulas canónicas en las sociedades campesinas montañesas, con
costumbres ancestrales que permitían la separación de los esposos.

Las actuaciones dictadas por el Fuero General ante la quiebra de un matrimo-


nio infanzón (que no debían diferenciarse mucho de las efectuadas por los campe-
sinos en idéntica circunstancia), evidencian ese carácter consuetudinario que apun-
tamos. El marido abandonado por su mujer debía reclamar a los fiadores aportados
por ella que se la devolvieran, colocándola dentro de los lindes de su casa. Una vez
juntos, si era evidente que ella no podían convivir, el marido debía reunir tres
parientes de su mujer, tres suyos y tres hombres de los mas cuerdos de la comarca
ante los cuales exponer las dificultades de su relación. Si el tribunal familiar deci-
día el divorcio, cada parte retenía sus bienes y la mitad de las ganancias, los bienes
muebles y las deudas, así como la mitad de los hijos (si eran impares, el benjamín
lo criaban entre ambos). Pero si la decisión era que debían vivir juntos para mante-
ner a los hijos, llevaban a la mujer a una casa del marido, la ataban de pies y manos
a los extremos de la cama y se la entregaban al hombre37.

36
FGN. ¶ 59 De partieylla de yfançones casados, pp. 195-196.
37
FGN. ¶ 58, cit. Cf. también FGN. ¶ 74 De muyller casada si fuere por plazenteria con otro nin-
guno, p. 206, que plantea dos situaciones: una, que la mujer abandone al marido y entonces
pierde las arras (o los derechos a los bienes maritales), aunque no sus hijos, que las heredan. Y

16
HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

Hasta aquí, hemos operado distinguiendo villanos e infanzones (o siervos y


nobles) como si la divisoria correspondiese a una neta separación de clase, lo cual
no es del todo correcto: los estatutos son uno de los elementos de estratificación
social, pero no el único. Asimismo, es necesario considerar la existencia de grupos
sociales intermedios -los "infanzones de abarca", campesinos libres con prestacio-
nes ligeras38- y, particularmente, de los hijos de uniones mixtas. Este aspecto es el
que nos preocupa ahora para delimitar las fronteras de la servidumbre.

Los capítulo forales 69 y 70 aluden a estas uniones con hijos, bajo dos forma-
tos, "mujer" -o "esposa"- y manceba soldada, una 'criada asalariada', concubina del
infanzón, y bajo tres posibilidades: infanzón con villana que haya pagado pecha,
con villana que no lo haya hecho, o infanzona con villano. Examinémoslas sucesi-
vamente. Si la villana había pagado tributo a un señor y sus hijos siguen viviendo
en el mismo lugar del señor o en otro en el que éste tenga propiedades, deben pagar-
le la pecha. Por el contrario, si residen en una villa ajena al señor de su madre, que-
dan exentos de la pecha, lo que, en definitiva, significa la libertad. Para explicar esta
norma, es necesario entender que si la villana había dado la pecha, significa que en
algún momento había tenido participación en la herencia paterna y podía trasmitir
estas tierras a sus hijos. Si éstos vivían en otra localidad, era señal de que renun-
ciaban a esta posibilidad y, en consecuencia, otro siervo del señor emparentado con
la mujer unida al infanzón obtenía los campos, con lo cual quedaba roto cualquier
lazo entre los descendientes y el señor.

Si la villana no había sido pechera, los hijos estaban exentos de servicio y eran
tenidos por infanzones, non prendiendo algo de partes de la madre d'eyla (sic) ni
heredat ni mueble. Si el señor pidiera pecha a la villana, el infanzón que convive
con ella puede eximirla con la declaración de fiadores de que es su mujer o su cria-
da.
La situación inversa, cuando una infanzona se unía a un villano, figura en los
epígrafes 70 y 83, en los que se afirma que si a una mujer de esta condición que sea

otra, que el marido maltrate a la mujer, y ésta se refugie en casa de parientes suyos, sin tener
relaciones sexuales con otro hombre, de manera que, en este caso, puede volver con su marido
y recobrar sus derechos más adelante.
38
FGN. ¶ 203 y 279 De ifançon de auarca y Fuero de ifançon de auarca, pp. 257 y 291-292.

17
CARLOS LALIENA CORBERA

o que non sea casada con uillano le fuere exigida la pecha (como signo de servi-
dumbre personal), debía jurar una vez al año que no estaba casada y evitaba el pago
de la pecha39. Si lo estaba, entonces seguía probablemente la suerte del marido. Los
hijos que continuaban habitando el lugar del señor de su padre (y se entiende,
explotando la heredad paterna) eran indefectiblemente siervos. Conviene recordar
aquí que en las regiones del Pirineo central no existió algo parecido a una remença,
de modo que la renuncia a las tierras del señor suponían la emancipación. No es
extraño, por tanto, que el Fuero admita que los descendientes de parejas mixtas que
abandonen las heredades serviles sean libres, pero es verosímil que esta posibilidad
fuera más real para los hijos de infanzones y villana que a la inversa, como sugiere
el propio Fuero.
La cara oculta del matrimonio es el adulterio y su aspecto más sombrío para
las familias nobles y campesinas de esta región, el engendramiento de hijos adulte-
rinos. Las creaturas concebidas en putage, los bastardos, no son aceptados en la
familia, ni en la herencia, ni se les admite como fiadores, testigos o juradores en la
iglesia; es decir, son personas que no merecen ninguna fe. La diferencia en este
aspecto entre infanzones y villanos, como recalcan los capítulos 66 y 186, es que
los villanos y villanas adúlteros pagaban una multa de "medio homicidio", de la que
ya se ha puesto de relieve la cuantía40. Un serio castigo que ratifica la inferioridad
legal, social y simbólica de los campesinos, similar a la cugucia, que aparece ins-
crita en los "malos usos" catalanes de la misma época como un dato confirmatorio
de la servidumbre41.

39
FGN. ¶ 70 De creaturas de ifançon et de uillana que no dio peyta, p. 204 y ¶ 83 De ifançona
blasmada que sea casada con uillano, p. 210. El ms. O.31, ¶ 85 Infançona ser con uillano, p.
819 tiene alguna pequeña variante interesante. En ambas transcripciones, el texto es ininteligi-
ble con la puntuación de los editores. Propongo la siguiente lectura: Si ifançona s'ouiere con
uillano e fuere acusada o blasmada que sea o que non sea casada con uillano, si por tal razon
li demandare peyta, porque esta con el uillano, deve cada ayno iurar una uegada que no es
casada; et con atanto no li deuen demandar peyta por fuero. Pero si uiuieren las creaturas
ennas uezindades d'aqueyl seynor, deuen peytar et ser coylaças d'eyl. Blasmada es forma de un
verbo equivalente al francés "blâmer", 'censurar', 'reprobar'.
40
FGN. ¶ 66 De creatura que es fecha en adulterio, pp. 201-202, que es el más general (véase
también ¶ 425 Creatura que no es de pareia, p. 361), y ¶ 186 Uillano o uillana en adulterio
trobados, p. 251.
41
P. H. FREEDMAN, Els orígens de la servitud, pp. 128-131.

18
HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

La regulación de los limitados deberes de los padres para con los hijos extra-
matrimoniales incluye matices en los que no vamos a detenernos, pero si quisiera
comentar el capítulo 67, "viuda infanzona que hace puterío", según el cual si se
queda embarazada, el hermano mayor debe ponerla a buen recaudo y vigilarla hasta
el momento del parto, cuando tres o cinco mujeres de confianza la atenderán y mos-
trarán a los parientes cómo sale del útero la criatura, para confirmar su bastardía y,
con ella, la pérdida de los derechos legales de la madre en la herencia o la propie-
dad42.

Las penas en que incurrían las familias de campesinos siervos cuando los cón-
yuges se separaban o alguno transgredía la fidelidad marital, manifestaban pública-
mente la vergüenza que debía recaer sobre ellos, una vergüenza que no se confina-
ba al círculo familiar, como entre los nobles. El deshonor de las mujeres de éstos se
traducía en la exclusión de la infractora de las posesiones del linaje y en una situa-
ción difícil dentro de él, pero no en una demostración (y castigo) públicos. No hace
falta insistir en que la vergüenza hecha patente se multiplicaba a sí misma y, a pesar
de que en las aldeas campesinas es difícil que los avatares de las familias de los
señores se escapasen a la murmuración, el trato a la deshonra -en este caso, feme-
nina- era muy diferente, era de orden, si se puede decir así, privado.

HONOR, VERGÜEZA Y ESTATUS


EN LOS GRUPOS CAMPESINOS DE LA REGIÓN PIRENAICA
Problemas de la antropología del honor
Hasta aquí he utilizado el concepto de honor para apoyar la presentación del
material documental, sin precisar demasiado su contenido, a sabiendas de que es
comprensible de manera intuitiva. Sin embargo, cuando se intenta pasar de la intui-
ción a las definiciones, las que proponen los antropólogos son bastante vagas en la
medida en que suelen basarse en comentarios sobre "su modo de funcionamiento"
(Maria Pia di Bella), a partir de descripciones muy amplias de los comportamien-
tos considerados honorables. Julian Pitt-Rivers, autor de los ensayos de mayor auto-
ridad sobre el tema, indica que el "honor el es valor de una persona a sus propios
ojos, pero también a ojos de su sociedad. Es su estimación de su propio valor o dig-
nidad, su pretensión al orgullo, pero es también el reconocimiento de esa preten-

42
FGN. ¶ 67 De biuda que faç putage, p. 202.

19
CARLOS LALIENA CORBERA

sión, su excelencia reconocida por la sociedad, su derecho al orgullo"43. Como la


vergüenza, que tiene un campo semántico en el que se incluye tanto la homonimia
con honor ("tener vergüenza" es sinónimo de "tener honor") como su antítesis
("vergüenza" es lo contrario de "honor"), es un sentimiento subjetivo y el reconoci-
miento comunitario de la validez de ese sentimiento44. De forma algo más abstrac-
ta, John Davis explica que "el honor es un atributo moral del grupo o de los indivi-
duos: procede del cumplimiento de determinados roles, por regla general domésti-
cos, aunque en algunas comunidades pueden valorarse otros roles"45. Mejor que la
anterior, esta definición del honor como atributo moral que depende de la acción
social determina por qué el honor es una afirmación del valor individual y, a la vez,
fruto del juicio de una comunidad, que confiere o retira esa valoración.

El acuerdo sobre esos roles es bastante general: una conducta sexual casta de
las mujeres y la acción de los hombres para proteger, en sentido amplio, a sus muje-
res y vengar las ofensas hechas al grupo familiar. Pitt-Rivers lo condensa diciendo
que hay una estrecha "asociación del honor masculino con la familia y las cualida-
des para defenderla"46. Raymond Jamous, que estudió los clanes bereberes del Rif,
es más sugerente: "el honor consiste en el ejercicio de una autoridad sobre los domi-
nios de lo prohibido ... y en la transgresión de los dominios prohibidos de los

43
J. PITT-RIVERS, "Honor y categoría social", en J. G. PERISTIANY (ed.), El concepto del
honor en la sociedad mediterránea, Barcelona, 1968, p. 22 [el título original del libro es:
Honour and Shame. The Values of Mediterranean Society, Londres y Chicago, 1965]. Cf. tam-
bién J. PITT-RIVERS, Antropología del honor o política de los sexos. Ensayos de antropolo-
gía mediterránea, Barcelona, 1979 [The Fate of Shechem or The Politics of Sex. Essays in the
Anthropology of the Mediterranean, Cambridge, 1977] y Los hombres de la Sierra. Ensayo
sociológico sobre un pueblo de Andalucía, Barcelona, 1971. J. PITT-RIVERS y J. G. PERIS-
TIANY (eds.), Honor y gracia, Madrid, 1993.
44
J. PITT-RIVERS, "El honor y la posición social en Andalucía", en Antropología del honor, p.
44
45
J. DAVIS, Antropología de las sociedades mediterráneas, Barcelona, 1983 [People of the
Mediterranean. An essay on comparative social anthropology, Londres, 1977], p. 83.
46
J. PITT-RIVERS, ob. cit., p. 55. Esa vinculación es enfatizada por J. K. CAMPBELL, Honour,
Family and Patronage, p. 193: "objetivamente, por tanto, el honor es un aspecto de la integri-
dad y del valor de la familia, tal y como es juzgado por la comunidad: subjetivamente, repre-
senta la solidaridad moral de la familia, un círculo ideal que debe ser defendido contra toda vio-
lación por los extraños". Sugiere también, p. 199, que los sarakatsani pensaban que "la volun-
tad de la mujer es vulnerable y su sensualidad mala. Es el eslabón débil de la cadena. Por esta
razón, su pureza sexual es un símbolo apropiado del honor de la familia".

20
HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

demás, en lo que llamamos intercambios de violencia"47. El principal de esos domi-


nios vedados es el acceso a las mujeres de la familia o del grupo parental, aunque
el territorio o el ganado son también significativos, no sólo entre los bereberes nor-
teafricanos, sino también en otros grupos muy diversos. La vinculación del honor a
la familia tiene como corolario convertirlo en un rasgo que se transmite de padres
a hijos (la hombría) y de madres a hijas (la castidad).

El hecho de que el honor dependa del cumplimiento de estos roles sociales -y,
naturalmente, otros que no podemos retener aquí- introduce la idea de que el honor
tiene una especie de geometría variable; puede aumentar (individual y colectiva-
mente) o disminuir, según las actuaciones de hombres y mujeres dentro de los gru-
pos de parentesco y las comunidades sociales. No nos interesa ahora destacar cuá-
les son las acciones honorables que preservan e incrementan el honor y cuáles lo
deterioran, que pueden diferir mucho localmente, aunque haya rasgos bastante
generales. Sin embargo, es necesario hacer notar que la fluidez del honor -se puede
tener más o menos, acrecentarse o dilapidarse- es un factor decisivo, que se situa
detrás de la separación conceptual en que lo divide Julian Pitt-Rivers y que será
muy útil para nuestro trabajo. Este autor observa en el honor una faceta relaciona-
da con la posición social, el honor como prioridad o precedencia, algo básicamen-
te masculino, y otra relacionada con la vergüenza, como sentimiento unido en par-
ticular con la conducta sexual femenina. Ambas son estrictamente complementarias
y, en los aspectos concretos que nos conciernen aquí, tienden a reforzar la jerarquía
social.

A pesar de que los antropólogos, influidos por sus informantes, suelen insistir
en que el honor es igual para todos los hombres (y que todas las mujeres lo poseen
mientras no lo pierdan) y que, en este aspecto, las comunidades mediterráneas son
igualitarias, las contradicciones afloran con facilidad en múltiples trabajos, lo cual
simplemente demuestra que el ideal de honor no es equiparable al desarrollo que se
hace de él. El honor de los poderosos no es igual al de los débiles; el de los nobles
igual que el de los campesinos; el de los ricos igual al de los pobres. Esa constata-
ción apunta a una idea que John Davis ha defendido, en mi opinión con toda la
razón: el lenguaje del honor describe la estructura social y contribuye a asignar los

47
R. JAMOUS, "De la muerte de los hombres a la paz de Dios: violencia y paz en el Rif", J. PITT-
RIVERS y J. G. PERISTIANY (eds.), Honor y gracia, p. 223.

21
CARLOS LALIENA CORBERA

recursos para mantener inmutable la estratificación de la sociedad. En palabras de


Pitt-Rivers, "en el campo del honor, poder es derecho": tener el poder y ejercer la
dominación sobre los hombres otorga honor, y el honor revalida, defiende y legiti-
ma el poder48.

El objetivo que me he propuesto en este trabajo es indagar en la relaciones


entre conceptos, normas y realidad social en un periodo lejano, con fuentes que
quizá no sean demasiado apropiadas, al menos según los criterios antropológicos
usuales. Esta tentativa, con todo lo que tiene de exploración inicial, plantea proble-
mas. El más significativo es que el Fuero General de Navarra no describe los senti-
mientos y creencias en torno al honor tal y como los vivían las gentes del siglo XIII,
sino que establece directrices sobre el reconocimiento legal del honor; no nos mues-
tra situaciones reales sino reglas para resolver disputas y conflictos. Por tanto, no
sólo resulta imposible verificar la intensidad de las vivencias en torno al honor y la
vergüenza sino que podemos estar seguros de que su complejidad era infinitamen-
te mayor de lo que nos puede descubrir este código de leyes. Cualquiera sabe, ade-
más, la enorme posibilidad de error que supone trasladar el precepto legal a la prác-
tica social o la ingenuidad de creer que la existencia de una norma implica su cum-
plimiento. Es perfectamente posible preguntarse cuántas veces se realizaba la peno-
sa investigación sobre la virginidad de una joven noble, se raptaba a una villana o
se discutía el nacimiento de un bastardo, y, cuando estas cosas sucedían, si los
implicados aceptaban acomodarse a las prescripciones del Fuero o no.

Por esta razón, lo que intento es más bien analizar de qué manera la existencia
de estas reglas legales y su conocimiento -muchas de ellas provenían de un sistema
de costumbres, que debemos suponer muy difundido- expresaban y a la vez conso-
lidaban la ordenación social. Asignar o negar honor, conferir o imponer la ver-
güenza eran condiciones importantes de la dominación social y creaban un "capital
simbólico" (Pierre Bordieu) en favor de la elite social: el Fuero era un instrumento
para capitalizar las distinciones de estatus que se generaban alrededor del honor
entre nobles y siervos. Puesto que el Fuero se interesa por discernir el honor y la
vergüenza socialmente diversificados, podemos estar razonablemente seguros que
traducía las tensiones y luchas entre las clases sociales de la Navarra septentrional.

48
J. DAVIS, Antropología de las sociedades mediterráneas, pp. 80-86 y 95-106. La cita de J.
PITT-RIVERS, en "Honor y categoría social", p. 25.

22
HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

Para ser más exactos, el honor y la vergüenza constituían un campo en el que inte-
ractuaban individuos, familias, clanes y comunidades rurales, nobles y campesinos,
una palestra figurada en la que se desarrollaban las estrategias de estos agentes
sociales; en esa palestra, por continuar con la metáfora, el derecho foral, tal y como
lo hemos mostrado, estructuraba la realidad y era a su vez estructurado por ella.
Fomentaba las distinciones de estatus y las reflejaba, determinaba las relaciones de
poder y las exhibía como legítimas, declaraba lo que era lícito y lo que no podía
hacerse. Pero el derecho era solamente una de las fuerzas que intervenían en ese
campo imaginario generado por el honor: el poder y las alianzas, la riqueza, la
intervención del Estado feudal en diversas formas, los demás valores individuales,
ligados o no a la honorabilidad, y un largo etcétera de otros factores intervenían en
la negociación del honor, su atribución personal y su reconocimiento social.

Al utilizar la palabra estrategia para referirme a las acciones de los individuos


intento alejarme de la noción de "mentalidad" como un preconcepto del que los
actores no son conscientes y que, sin embargo, dictamina los marcos de su acción
social. Por el contrario, en todos los contextos estudiados por los antropólogos y por
los historiadores, la gente otorgaba considerable importancia al honor, conocía y
hasta cierto punto verbalizaba la gramática de este sentimiento. Es difícil pensar
que en el siglo XIII las cosas fueran distintas, habida cuenta de los indicios que
tenemos en el conjunto de las sociedades medievales.

Legitimidad y genealogía
Quizá merezca la pena poner de relieve que los aspectos que hacen del Fuero
General un derecho interesado por el honor y cuanto éste lleva asociado, no son
exclusivamente de tipo familiar; contiene muchas otras regulaciones que reafirman
las diferencias de estatus y la subordinación simbólica de los siervos. Dos ejemplos
servirán de muestra. El capítulo 104 del Fuero estipula que -y parafraseo- "si el
hidalgo tiene querella con un villano del rey o de órdenes y [el villano] no puede
encontrar un fiador, que jure que no lo halla, y [el infanzón] échele una soga al cue-
llo y estando así preso, llévelo a juicio delante del alcalde o en la corte"49. La cuer-

49
FGN. ¶ 104, pp. 220-221. El mismo artículo en la serie B [vol. II. ¶ 191, p. 160] es más claro:
Si el fidalgo ouiere quereylla del uillano del rey o de la orden, y el uillano dize que non puede
fayllar fiador, iure que non puede auer fiador, e echen-le una soga al pescueço; e assi, preso
estando, lieue pleyto con el fidalgo o con el yfançon delant el alcalde o en la cort.

23
CARLOS LALIENA CORBERA

da en el pescuezo es un rito servil característico, que, como señala Dominique


Barthélemy, corresponde al "ritual de una ejecución simbólica" y, por extensión, al
reconocimiento de la autoridad del que recibe el extremo de la cuerda, el señor, el
infanzón, o quien sea50.

En el epígrafe 197, se indica que "si un villano mata a un hidalgo no puede ser
retado como traidor, si no lo mata durante una tregua, porque no tenemos derecho
a desafiar a los villanos, ya que así es el fuero"; una variante textual añade la des-
cripción del castigo: mas el rey deve fazer enterrar al villano bivo so el infançon
muerto51. Los nobles no pueden desafiar a quienes no son nobles, puesto que se des-
honrarían al combatir a hombres sin honor: sólo entre iguales es posible la vengan-
za, entendida como la lucha honorable, precedida por el ritual conveniente. El villa-
no que mata a un noble debe ser ejecutado y la infamia radica en el modo ritual de
hacerlo, enterrándolo vivo bajo el muerto. Dadas las fórmulas habituales de sepul-
tura de los nobles y caballeros de esta época, es improbable que tan brutal fórmula
se cumpliera, pero la violencia simbólica del castigo persiste intacta.

Así pues, creo que se puede afirmar que la costumbre en las tierras del norte
de Navarra, convertida en normativa legal, estaba particularmente atenta a los asun-
tos relacionados con el honor y a los elementos que permitían subrayar la inferiori-
dad de estatus de los villanos, pecheros, collazos, o, en definitiva, siervos. He argu-
mentado, asimismo, que, en lo que concierne al honor familiar, la contraposición
entre infanzones y villanos permite observar mejor los rasgos de la diversidad de
estatutos y, añadiré ahora, su función social. Mi objetivo es desarrollar esta cues-
tión, para lo cual debemos reagrupar los aspectos contenidos en los fueros comen-
tados anteriormente en torno a dos ejes centrales, la legitimidad y la preeminencia.

A lo largo del recorrido por este puñado de disposiciones forales, sobresale una
intensa atención por la virginidad de las mujeres infanzonas y, por extensión, a su
conducta sexual, que eventualmente incluye la existencia de bastardos. En cierto
modo, se podría incluir aquí lo que se refiere a la suerte de las uniones desiguales
y sus hijos. La conclusión que se desprende de este material jurídico es bastante

50
D. BARTHÉLEMY, La mutation de l'an mil a-t-elle eu lieu? Servage et chevalerie dans la
France des Xe-XIe siècles, Paris, 1997, p. 139
51
FGN. ¶ 197, p. 255.

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HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

previsible: a los nobles navarros les preocupaba la pureza de sus genealogías o, si


se prefiere, la legitimidad en el seno de sus linajes. Las mujeres puras eran premia-
das con las arras en el matrimonio (negadas a las esposas de los villanos, carentes
de honor), que se transmitían a los hijos; la pérdida de la virginidad, la práctica del
sexo durante la viudez, o el adulterio -bajo la forma de rapto consentido o la huida
del hogar-, conllevaban la ignominia a través de la eliminación de cualquier dere-
cho a la herencia o a la dote. En otros términos, a una exclusión simbólica de la
familia y, por ende, de la clase social.

Una barrera similar impide a los bastardos (sean del padre o de la madre) par-
ticipar en la distribución de bienes paternos, si bien el Fuero consiente algunas
excepciones, que no desmienten esa idea general52: la mácula del honor se transfie-
re de padres a hijos. En el mismo sentido, las posesiones que constituyen las arras
sólo pueden ser heredadas por hijos legítimos.

Finalmente, el desclasamiento por la vía del matrimonio es discriminatorio con


los hijos: sea la mujer villana o infanzona, sus hijos serán villanos salvo que emi-
gren y no tengan contacto alguno con las explotaciones serviles que sostuvieron la
servidumbre de su progenitor. Y respecto a las personas que intervienen en esos
enlaces matrimoniales o concubinarios, queda claro que su posición es siempre frá-
gil y depende de juramentos anuales (las infanzonas) o de las fianzas aportadas por
el marido (las villanas). Son remedos legales a situaciones inevitables en las peque-
ñas comunidades rurales navarras, con los que se intenta sostener las diferencias de
estatuto y, a la vez, degradarlas frente a las uniones "legítimas" en el seno del pro-
pio grupo social.

Aunque este énfasis en la protección del linaje mediante el comportamiento


casto de las mujeres dista de ser algo excepcional, su reflejo en los códigos legisla-
tivos lo es mucho más. El Fuero de Aragón, en la compilación de Huesca, de media-
dos del siglo XIII y, por tanto, coetánea de la versión del Fuero General que emplea-
mos, está muy lejos de admitir estos procedimientos: las villanas reciben arras, los
hijos bastardos pueden ser contemplados en el testamento del padre, la falta de vir-

52
Véanse, por ejemplo, los fueros ¶ 305 De criar fijos de ganancia, pp. 303-304, y ¶ 382 Si
ifançon muere sines destin, pp. 341-342, y ¶ 383 Destin de yfançon, pp. 342-343.

25
CARLOS LALIENA CORBERA

ginidad no consta como motivo de desheredamiento, etcétera53, lo cual es tanto más


notable cuanto que el sustrato consuetudinario es el mismo para ambos Fueros.

¿Porqué se producía esta insistencia en la legitimidad? Para comprenderlo,


debemos volvernos hacia las características de la sociedad navarra del siglo XIII y
la forma en que había experimentado las transformaciones seculares de los dos
siglos anteriores.

He aludido en ocasiones a estas comarcas navarras como montañosas, una


expresión que solamente es correcta en parte, pero que sirve para matizar la dife-
rencia con las tierras de la Ribera y el Valle del Ebro; en efecto, la sucesión de cuen-
cas interiores que conforma el área prepirenaica no es excesivamente elevada en
altitud y desarrollaba en este periodo un paisaje ondulado de terrazgos cerealistas y
vitícolas sometidos a un clima mediterráneo, pero con cierta presencia de la hume-
dad atlántica. Con excepción de los altos valles, donde las tierras eran más escasas
y de peor calidad, la fisonomía del norte de Navarra justifica que el crecimiento
agrario fuera, como en el resto de las áreas prepirenacias de Aragón y Cataluña,
temprano. Desde el siglo IX, y con intensidad en los siglos X y XI, la expansión de
los cultivos alcanzó a todos los rincones de la geografía y se tradujo en una estruc-
tura de poblamiento peculiar, formada por un tapiz denso de pequeñas aldeas enca-
jadas entre los campos de labor y dotadas de términos adaptados a su tamaño54.

Sin embargo, el auge agrario no derivó hacia un proceso de urbanización,


como sucedió en otras zonas de Europa. Los burgos castrales y las villas nuevas,
por no mencionar las ciudades, eran escasos en Navarra: además de Pamplona,
Sangüesa, Tafalla, Olite y Estella articulaban el territorio, pero sin dejar de consti-
tuir una red de dimensiones mediocres, capaz de organizar los intercambios loca-
les, pero no de ejercer una influencia determinante sobre la organización social de
su medio rural circundante55.

53
Los Fueros de Aragón: la Compilación de Huesca, ed. A. PÉREZ MARTÍN, Zaragoza, 1999,
pp. 122-123, 332-336, 342-343, 358-361.
54
Cf. J. J. LARREA, La Navarre du IVe au XIIe siècle. Peuplement et société, Paris-Bruselas,
1998. En general, cf. A. J. MARTÍN DUQUE, "Imagen histórica medieval de Navarra. Un bos-
quejo", Príncipe de Viana, LX (1999), pp. 401-458.
55
Un excelente estudio: J. CARRASCO PÉREZ, "El Camino navarro a Compostela: los espacios
urbanos (siglos XII-XV)", Las peregrinaciones a Santiago de Compostela y San Salvador de
Oviedo en la Edad Media, Oviedo, 1993, pp. 103-170.

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HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

Así pues, las campiñas navarras asistieron en el transcurso de los siglos XII y
XIII a un proceso de "saturación rural" (L. J. Fortún), en el que la población, a todas
luces considerable, encontraba dificultades para garantizar su subsistencia con las
posibilidades agrícolas del país, a pesar de que éstas crecieron sustancialmente56.
Sin ánimo de extenderme mucho en estas notas sumarias, cabe sugerir que el desa-
rrollo navarro no llevaba aparejado cambios sociales significativos, y que, en gene-
ral, en todas sus manifestaciones tiene una fuerte apariencia de arcaísmo social57.
Desde una perspectiva de larga duración, el crecimiento parece haber prorrogado
sus rasgos altomedievales: proliferación de aldeas de escasas dimensiones, cada vez
más numerosas pero no por ello más pobladas; permanencia de un sistema de cos-
tumbre sucesoral que primaba la división de la herencia y que tendía a fragmentar
las explotaciones agrarias, señoriales o campesinas; multiplicación rampante de los
nobles, dotados de un estatuto propio, pero de una riqueza menor que mediana;
ampliación de los dominios eclesiásticos a costa de los bienes nobiliarios, respe-
tando no obstante su aspecto y gestión; lenta emergencia de una actividad comer-
cial que, incluso teniendo en cuenta el camino compostelano, animaba los merca-
dos rurales pero no estaba en condiciones de invertir los parámetros sociales bási-
cos.

De todo ello, resulta particularmente importante la tradicionalidad de la estruc-


tura social rural y de las relaciones de producción entre señores y campesinos. Para
empezar, la posición de los nobles navarros se apoyaba en la posesión de tierras y
en el control de la fuerza de trabajo de los campesinos mediante la servidumbre. Un
repaso a las páginas que ha dedicado Juan José Larrea a recopilar las exacciones
señoriales ilustra perfectamente esta cuestión58: en ellas, las formas más evolucio-
nadas del poder señorial -monopolios señoriales, justicia, redenciones de hueste,
ingresos sobre el mercado, control de los espacios yermos, potestad sobre los con-
cejos- están ausentes, en correlación con el limitado desarrollo del poblamiento

56
L. J. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, "Espacio rural y estructuras señoriales en Navarra (1250-
1350)", Europa en los umbrales de la crisis (1250-1350). XXI Semana de Estudios Medievales
de Estella, Pamplona, 1995, pp. 129-169. Véase también M. BERTHE, Famines et épidemies
dans les campagnes navarraises à la fin du Moyen Age, Paris, 1984.
57
Es muy útil la comparación con Gascuña, cf. B. CURSENTE, Des maisons et des hommes. La
Gascogne médiévale (XIe-XVe siècle), Toulouse, 1998.
58
J. J. LARREA, ob. cit., pp. 553-573.

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CARLOS LALIENA CORBERA

agrupado, la debilidad de los linajes aristocráticos y la insegura evolución estatal.


Por el contrario, las pechas, las prestaciones en trabajo y las restricciones persona-
les eran elementos fundamentales del poder de los señores navarros. Tierras y hom-
bres implicaban una forma de dominio con muchas posibilidades de fraccionarse
por la vía de las herencias y donaciones, de tal manera que, en el siglo XIII, las
aldeas campesinas eran auténticos mosaicos de poderes señoriales entremezclados
inextricablemente.

Anclados en sus casonas, torres y palacios, los nobles se inscribían en un uni-


verso profundamente rural y, tanto por su residencia como por muchos de sus
modos de vida, se codeaban con los campesinos en las mismas aldeas y en los mis-
mos terruños59. La insistencia en los aspectos simbólicos del estatus social se hace,
de esta manera, más comprensible. Pese a las diferencias que sin duda existían entre
la riqueza de bastantes de ellos y los campesinos, todos se movían un medio en el
que la posesión o exhibición de bienes materiales contaba poco para ratificar las
diferencias de clase; estos bienes simplemente no existían o no estaban al alcance
de los nobles rurales. Por otra parte, la disciplina servil era muy útil para reafirmar
los lazos entre los campesinos que cultivaban las tierras y los patronos, algo impor-
tante cuando la dispersión de las propiedades era considerable.

La legislación foral respecto a la legitimidad de la genealogía se corresponde


con este panorama social; qué menos podían hacer los nobles que aspirar a mante-
ner su estatus social, afirmando los valores de honor y vergüenza que sostenían su
pretensión de limpieza de sangre. Maria Pia di Bella utiliza una expresión muy afor-
tunada: "la complementariedad de sangre y nombre". Esta misma autora señala que
a través de esa pureza genealógica se producía una vinculación del futuro con el
pasado, del prestigio de los antepasados con la reputación de los que están por
venir, indispensable para los nobles en este contexto60.

59
Cf. E. RAMÍREZ VAQUERO, Solidaridades y conflictos políticos en Navarra, pp. 51-53. Cf.
también los trabajos de A. J. MARTÍN DUQUE, "Nobleza navarra altomedieval" y E.
RAMÍREZ VAQUERO, "La nobleza bajomedieval navarra: pautas de comportamiento y acti-
tudes políticas", La nobleza peninsular en la Edad Media, Fundación Sánchez Albornoz, Ávila,
1999, pp. 227-254 y 297-324, aunque ninguno de estos autores se ocupa de la nobleza en los
siglos XII y XIII.
60
M. P. DI BELLA, "El nombre, la sangre y los milagros: derecho al renombre en la Sicilia tra-
dicional", J. PITT-RIVERS y J. G. PERISTIANY (eds.), Honor y gracia, pp. 201-220.

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HONOR, VERGÜENZA Y ESTATUS EN LAS FAMILIAS SERVILES DEL PIRINEO CENTRAL....

Capital simbólico y distinciones de estatus


Separarse de los campesinos y, en especial de los siervos, requería un esfuer-
zo denodado para distinguir los niveles del honor que eran propios de su condición
en contraste con el estatuto servil. Las diferencias de tratamiento en los raptos o
violaciones -la ejecución frente al pago de una multa-; en el divorcio de los cam-
pesinos, penalizado con la entrega de un buey; o con relación al adulterio, como ya
hemos podido comprobar, son otros tantos aspectos ligados a las estructuras fami-
liares y a los valores referentes a ellas en los que se gestaba una discriminación, que
tenía como horizonte reforzar la minusvalía de los campesinos. Algunas de estas
cuestiones remitían a problemas de control social de las familias pecheras y la nece-
sidad de evitar deslizamientos en el pago de los tributos o en la identificación de las
tierras propiedad del patrón, en concreto el trato poco honroso de las mujeres que
se desclasaban en un sentido u otro, o la prohibición de la dotación por el marido
de las mujeres villanas, pero la pauta que seguían muchas de estas regulaciones era
formalizar públicamente la ausencia de honor -la vergüenza, si se prefiere- de los
siervos que incurrían en faltas.

Esta privación pública del honor no se restringía a la esfera familiar, por amplia
que ésta sea; los medios de prueba son siempre un factor decisivo: los siervos de-
bían aportar testigos cualificados para sostener sus reivindicaciones, mientras que
el juramento era suficiente para librar de culpa a un infanzón. No puedo alargarme
en este tema, pero el Fuero exige a los siervos defender su derecho en múltiples
casos mediante ordalías; valga el ejemplo de las mujeres que reclaman la paterni-
dad de un hijo, que deben coger el hierro caliente para acreditar la veracidad de su
petición61. La palabra de un siervo carecía de valor alguno y su testimonio debía ser
corroborado por al menos un infanzón y otro campesino. Frente a esa invalidez, el
juramento era la manera honrosa de subrayar el estatus social. Piénsese que el
juramento reenvía a una relación directa con el ámbito de lo sagrado, que está
prohibida a los campesinos. Pitt-Rivers ha hecho hincapié precisamente en la unión
de la esfera de lo sacro con la del honor, aquí afirmada para unos y rechazada para
otros62.

61
FGN. ¶ 87, De muyller que faç salua por creatura, pp. 211-212.
62
J. PITT-RIVERS, "Introducción", en J. PITT-RIVERS y J. G. PERISTIANY (eds.), Honor y
gracia, cit.

29
CARLOS LALIENA CORBERA

Por tanto, mi hipótesis es que no disponiendo de la fuerza necesaria para impo-


ner restricciones importantes sobre el funcionamiento de las familias de los siervos,
como en Inglaterra en esa misma época, los nobles navarros se esforzaron por acen-
tuar las distinciones de estatus, reforzando las diferencias articuladas alrededor del
honor y la vergüenza y, sobre todo, incluyéndolas en los marcos legales, fueran
éstos basados en la costumbre o admitidos en la ley foral. Hay, al menos, dos cues-
tiones interesantes que merecen un estudio aparte que se deducen de esta idea. La
primera de ellas es que la afirmación de una distinción jurídica relativamente rígi-
da entre libres y siervos, que, por otra parte, se sustentaba principalmente en la
subordinación por la tierra, favorecía el paso hacia la libertad de cuantos se benefi-
ciaban de la dificultosa administración señorial. La considerable multiplicación de
los nobles navarros en la baja Edad Media es el signo más claro de esta evolución.
Por otro lado, la defensa de los factores simbólicos del estatus como un elemento
básico de la estratificación social, empujaba a los campesinos a reproducir en el
seno de su clase jerarquías basadas en una segmentación igualmente simbólica. Los
llamados "agotes", gentes discriminadas de muy diferentes formas, al atribuírseles
enfermedades hereditarias, que aparecen a comienzos del siglo XVI, son represen-
tativos de esta tendencia, que no se limita a ellos63.

En definitiva, esta afirmación era una respuesta defensiva a la evolución de un


medio social que vedaba a los nobles imponer otras formas de dominación, más efi-
caces, y les obligaba a buscar fórmulas para acaparar lo que he llamado, siguiendo
a Pierre Bordieu64, "capital simbólico", una especie de disfraz que legitima "la fuer-
za, el poder o capacidad de explotación (actual o potencial)", o, dicho de otra mane-
ra, la posibilidad de conferir importancia a los valores vinculados a la hegemonía
social.

63
A. GUERREAU e Y. GUY, Les cagots du Béarn. Recherches sur le développment inégal au sein
du système féodal européen, Paris, 1988. pp. 41-43.
64
P. BOURDIEU, Poder, derecho y clases sociales, Bilbao, 2000, la cita en p. 17.

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