Está en la página 1de 5

CIUDADANÍA DE MUJERES

La idea de una ciudadanía que incluya a las mujeres como parte del gobierno de

la ciudad ha constituido un asunto de debate teórico y político cuya clave son las

múltiples respuestas, histórica y socialmente situadas, que se han dado a la

pregunta por las consecuencias políticas de las diferencias entre los cuerpos

sexuados de la humanidad. El momento histórico en que la ciudadanía de las

mujeres se transforma en asunto de debate fue el de la constitución del orden

político moderno, pues en la Grecia clásica, en el contexto de una democracia

esclavista y sexista, la condición de ciudadanos se restringía a los varones,

adultos, propietarios, nativos, que participaban de las decisiones sobre la cosa

pública debatidas en el ágora e integraban los ejércitos. No había lugar para la

pregunta por la ciudadanía de mujeres y esclavos, privados de derechos y cuyas

vidas se desenvolvían en el domus y en el gineceo.

La noción de ciudadanía incluye dos marcas fuertes: la referencia a sujetos que

portan un conjunto de derechos y deberes y la idea de que el goce de esos

derechos depende de ciertos rasgos identitarios del individuo: ser varón,

burgués, letrado, propietario y su pertenencia a una comunidad por nacimiento,

por cultura y lengua, etc. En los albores de la modernidad emergen dos

tradiciones diversas en el campo de la filosofía y la teoría política: la una, la

liberal, ligada a la revolución de independencia norteamericana de 1776, acuerda

peso a la libertad individual y a la igualdad formal ante la ley, la otra, vinculada a

la tradición política nacida con la Revolución Francesa, fundamentalmente en su

versión republicano- democrática inscribe la noción de ciudadanía en la triple

coordenada de la consigna jacobina: libertad, igualdad, fraternidad. Que la

cuestión de la ciudadanía de las mujeres se hubiera puesto en debate en ese

momento histórico no es casual pues la idea moderna de la igualdad abstracta de


los sujetos ante la ley elimina el orden particularista de privilegio propio del

antiguo régimen haciendo espacio a la querella por el lugar de los desiguales y

las diferentes en el orden político (Puleo, 1993; Fraisse, 1995; Marques Pereira,

2004).

Tradiciones filosóficas y políticas modernas.

Como dice Marx en La cuestión Judía, las revoluciones burguesas dieron vida al

ciudadano abstracto separándolo del burgués egoísta. El orden político burgués

se edificó sobre la base de la transmutación del burgués egoísta en ciudadano

abstracto: no sólo se trata del cambio sufrido por un sujeto que ha renunciado a

sus miras particulares, sino de una auténtica conversión, pues el individuo

egoísta, librado a sus propias fuerzas, impulsos y deseos, defensor de sus

intereses privados, al ingresar al cuerpo político consiente en adquirir un punto

de vista general y renuncia a su libertad natural en beneficio de una libertad

enteramente nueva: la libertad civil (Marx, 1958: 16-45). La tradición liberal

concibe al ciudadano como un individuo abstracto, sin determinaciones, que se

mueve en una esfera separada (la política) respecto del orden corporal, social,

cultural y económico, que es el reino del burgués egoísta y competitivo y de

quienes tuvieron menor fortuna en el mercado: los y las proletarias y proletarios,

las mujeres, excluidas sólo por serlo y las gentes de color. La igualación

abstracta, la sustitución del privilegio por el derecho constituye una paradoja que

permanecerá durante siglos y en torno de la cual se producirán toda clase de

combates teóricos y políticos. Feministas, proletarios/as, colonizados/as,

subalternos/as de todo tipo combatirán en el borde de la contradicción de un

orden que se proclama igualitario a la vez que realiza exclusiones, desiguales

distribuciones del poder y organiza inequitativas posibilidades de satisfacción de

las necesidades. Como Marx señala, los sujetos tienen como citoyens derechos
que, en su condición de mujeres y hombres reales, el orden establecido les

niega. En los albores de la modernidad Condorcet, Olympe de Gouges y Mary

Wollstonecraft ponen palabras a las demandas de las mujeres (Condorcet, 1847;

De Gouges, 2006; Wollstonecraft, 1993). De Gouges escribiendo la Declaración

de los derechos de la Mujer y la Ciudadana, M. Wollstonecraft la Vindicación de

los derechos de la Mujer (Wollstonecraft, 1993).

El dilema Wollstonecraft como clave del debate sobre la ciudadanía de las


mujeres.

El asunto que Wollstonecraft plantea, el de la relación entre cuerpo y política,

permanece como un tema recurrente en el debate por la ciudadanía de las

mujeres. Para la feminista inglesa si bien las mujeres somos sujetas encarnadas

diferentes de los varones de la especie, esa diferencia corporal no debe acarrear

consecuencias políticas ni cognoscitivas en lo relativo al acceso y goce de

derechos.

Reavivada la polémica por la ciudadanía de las mujeres a partir de los años 80

del presente siglo las posiciones siguen, a partir de la encrucijada planteada por

el dilema Wollstonecraft, los lineamientos fundamentales de los debates

existentes en el campo de la filosofía política. Las autoras que han intervenido en

el debate contemporáneo por la ciudadanía de las mujeres intentan desarrollar

una teoría política verdaderamente general, capaz de incluir una reflexión acerca

de los derechos de hombres y mujeres pues entienden que la filosofía política, al

hablar de humanidad lo ha hecho pasando por alto el carácter sexuado de los

cuerpos humanos y sus consecuencias políticas. Para Moller Okin la crítica de la

filosofía política clásica ocupa un lugar central pues sobre la asunción de sus

supuestos se ha edificado la resistencia a considerar la inclusión de las mujeres

como ciudadanas plenas. De allí la necesidad de revisar la relación entre lo


público y la vida privada, entre la organización familiar y la organización política

de la sociedad (Moller Okin, 1992). El difícil lugar de las mujeres en la sociedad

en cuanto ciudadanas se debe, desde el punto de vista sostenido por las

feministas, al trazado de una barrera entre mundo público /masculino y privado

/femenino que descalifica las tareas históricamente llevadas a cabo por las

mujeres operando como un obstáculo para el ingreso de los asuntos de las

mujeres (los derechos sexuales, el derecho al aborto, la violencia) como

derechos ciudadanos. Para Jean Bethke Elshtain de lo que se trata es de algo

aún más radical: hacer de las capacidades de cuidado de las mujeres la base de

una reorganización del mundo político. De esa manera se resolvería la escisión

entre mujer y ciudadana /individua, uno de los dilemas fundamentales de la

concepción heredada de la tradición liberal (Elshtain,1980; Pateman, 1988).

Alejandra Ciriza

Bibliografía citada

CONDORCET, Antoine, 1847 (1790) «Sur l’admission des femmes au droit de cité» (3 juillet

1790) en Œuvres de Condorcet, T. X; Paris, Firmin Didot Frères.

DE GOUGES, Olympe, 1791, Déclaration des droits de la femme et de la citoyenne, en

http://www.thucydide.com/femmes/femmes2.htm# disponible en junio de 2006.

ELSTHAIN, J. Bethke, 1980, Public Man, Private Woman. N. Jersey, Princeton University Press.

FRAISSE, Geneviève, 1995, Muse de la raison, Paris, Gallimard.

MARQUES PEREIRA, Bérengère (2004) “Citoyenneté”, en Dictionnaire critique du féminisme,

cordonné par Helena Hirata et al. Paris, PUF, pp.16-21.

MARX, Karl (1958) " Sobre la cuestión judía", en La sagrada familia, México. Grijalbo, pp.16-45.

MOLLER OKIN, Susan, 1992 (1979) Women in Western Political Thought, N. Jersey, Princeton

University Press.

PATEMAN, Carole, 1988, The Sexual Contract, Stanford, Standford University Press.

PULEO, Alicia (editora), 1993, La ilustración olvidada, Barcelona, Anthropos.


WOLLSTONECRAFT, Mary, 1993 (1792) Vindication of the Rights of Woman, in: Mary

Wollstonecraft Political Writings, ed. by Janet Todd, Toronto, University of Toronto Press.

También podría gustarte