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Manual Popular de Derechos Humanos
Manual Popular de Derechos Humanos
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MANUAL POPULAR
DE
DERECHOS HUMANOS
en las plazas de todo el país para defender el gobierno democrático. Nunca un dirigente
tan rodeado de prestigio perdió su poder de manera tan abrupta. A partir de ese momento,
el gobierno de Alfonsín fue una sombra, y concluyó sus días en medio de una conmoción
social desatada por la hiperinflación y el descrédito.
Los “carapintada”, militares que habían ejercido responsabilidades secundarias
en la represión ilegal, lograron el objetivo de arrancar, con su levantamiento, concesio-
nes gravísimas para impedir el avance de los juicios en su contra. Estas concesiones se
expresaron en la ley 23.521 llamada de “Obediencia debida”, duro golpe a la democra-
cia y al reclamo de Verdad y Justicia, la cual establecía una presunción de derecho de
que los militares, de Coronel o su equivalente para abajo, habían actuado en la represión
ilegal “cumpliendo órdenes” y que no habían podido examinar la legitimidad y validez
de las mismas al cometer asesinatos, torturas, secuestros y otros actos atroces y aberran-
tes. Sólo quedó excluida de esta presunción la apropiación de menores y la sustitución
de identidad. Tal norma oprobiosa fue declarada “constitucional” por la Corte Suprema
por considerar que establecía una “causa objetiva de exclusión de la pena”. En su voto
disidente, el ministro Baqué señaló que vulneraba el artículo 18 de la Constitución, que
prohíbe tormentos y azotes, y la Convención contra la Tortura. Pero esta opinión, com-
partida por la Cámara Federal de Bahía Blanca –que declaró la inconstitucionalidad-
quedó desestimada, y las leyes de impunidad terminaron limitando los enjuiciamientos
a unos pocos militares de alta graduación, jefes de cuerpo y de zona.
No contentos con esto, los carapintadas reclamaron una reivindicación de la
“guerra sucia”. En enero de 1988 Rico volvió a sublevarse en Monte Caseros, y a fines
de ese año Seineldín produjo otro alzamiento. En enero de 1989, un grupo armado
izquierdista –fogoneado al parecer por operadores de la inteligencia represiva- copó el
regimiento de La Tablada con el objetivo de “impedir un golpe de Estado”, lo que dio a
los militares la oportunidad de reprimirlos brutalmente y presentarse como los “guardia-
nes del orden”. Siempre estas aventuras trasnochadas terminan favoreciendo a los repre-
sores.
El cuadro de impunidad se completó con los decretos de indulto del presi-
dente Menem. En 1989 indultó a los procesados: los militares que todavía estaban en
juicio pese a las leyes de impunidad, y algunos civiles de organizaciones armadas, y
clausuró los juicios pendientes. Fueron cuatro decretos: el 1002 a favor de represores
como Riveros, Suárez Mason, Sasiaiñ y otros; el 1.003 para ciertos represores urugua-
yos, dirigentes montoneros, y hasta personas que habían estado desaparecidas, como
Graciela Daleo, quien se negó aceptar el indulto; el 1.004 para los carapintadas de
Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli; y el 1005 para los responsables de
Malvinas: Galtieri, Anaya y Lami Dozo. Una vez más, la Cámara Federal de Bahía
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12) Derogación y anulación de las leyes de impunidad, juicios por la verdad y rea-
nudación de los juicios a represores.
Desde los indultos, la lucha por Verdad y Justicia sólo se mantuvo viva gracias
a la obstinada y heroica lucha de las víctimas del terrorismo de Estado, sus fami-
liares y las organizaciones de derechos humanos. Las Abuelas de Plaza de Mayo, que
habían logrado que el derecho a la identidad fuera reconocido por una Convención inter-
nacional, consiguen que Videla vuelva a la cárcel por los delitos de apropiación de
menores y supresión de identidad. Asimismo, gracias al desarrollo de técnicas de iden-
tificación genética, permiten que casi un centenar de los quinientos niños apropiados
por los represores recuperen sus nombres, su historia y sus familias. La agrupación
H.I.J.O.S., integrada por descendientes de los desaparecidos, populariza los “escra-
ches” contra represores impunes como forma de patentizar la sanción moral y social
que no pudo ser traducida en condena judicial. Varios casos son llevados en forma
autónoma a la Justicia en aras de conocer el destino final de los desaparecidos y recupe-
rar sus restos. Se avanza en la identificación de cadáveres “NN” con el auxilio de la
antropología forense. La Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce a través
de distintos fallos que el “deber de investigar hechos de este género subsiste mientras se
mantenga la incertidumbre sobre la suerte final de la persona desaparecida”, y admite el
“derecho a la verdad” como un derecho protegido por el sistema interamericano, inclu-
so en aquellos casos en que por cualquier circunstancia no se pudiera arribar al juzga-
miento y condena de los culpables. Este derecho, que comprende el de “conocer inte-
gralmente” lo sucedido, es reconocido como un derecho colectivo, ya que toda la
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sociedad está interesada en el triunfo de la verdad ante violaciones graves a los derechos
humanos. En una serie de casos (“Suárez Mason”, “Urteaga contra Estado Mayor
Conjunto”, etc.) se plantea el reclamo de verdad ante la justicia. El nombrado en primer
término, impulsado por Carmen Aguiar de Lapacó, llega a la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, donde, tras un acuerdo con el gobierno argentino (15/11/1999),
éste acepta y garantiza “el derecho a la verdad, que consiste en el agotamiento de todos
los medios para alcanzar el esclarecimiento de lo sucedido con las personas desapa-
recidas”, obligación que se mantiene de manera “imprescriptible” hasta tanto no se
obtenga la información buscada. Se crea un cuerpo especial de fiscales y el proceso es
supervisado por organismos de derechos humanos. Se inician, de esta manera, los lla-
mados “Juicios por la Verdad” en La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Córdoba,
Mendoza y Ciudad de Buenos Aires.
A partir de las confesiones del “arrepentido” Adolfo Scilingo, que admite públi-
camente los “vuelos de la muerte” se había agitado nuevamente el reclamo de justicia,
e incluso se abrieron causas en el extranjero contra represores argentinos: el juez espa-
ñol Baltasar Garzón invocó para ello el derecho internacional de derechos humanos.
En 1998, en un gesto más simbólico que efectivo, el Congreso derogó las leyes
de Punto Final y Obediencia Debida (ley 24.952). En 2003, con Kirchner en la
Presidencia, se declaró por ley 25.779 que tales normas son insanablemente nulas y sin
efecto jurídico alguno. La nulidad de las leyes de impunidad fue confirmada por la
Justicia a través de diversos fallos que consideraron a la misma avalada por las normas
constitucionales y por los Tratados y convenciones internacionales.
Dos decisiones de la Corte –renovada bajo la presidencia de Kirchner- merecen
recordarse. En el caso “Arancibia Clavel” (2004), ex agente de inteligencia chileno acu-
sado de formar parte de un plan de tortura, secuestro y asesinato que incluyó la muerte
del general chileno Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires en 1974, la Corte ratifi-
có su procesamiento porque ese delito era de lesa humanidad y por tanto imprescripti-
ble. En el caso “Simón” (2005), se declaró la inconstitucionalidad de las leyes de
Obediencia Debida y de Punto Final, de acuerdo a la doctrina establecida por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos en la causa “Barrios Altos”, que juzgó inadmisi-
bles la amnistía, la prescripción y toda medida que impida la investigación y san-
ción de los responsables de violaciones de los derechos humanos como la tortura, las
ejecuciones sumarias, extralegales y las desapariciones forzadas.
Todo ello, junto a la lucha de las víctimas y la firme decisión del gobierno
de Kirchner, produjo la reanudación de las causas inconclusas, y comenzaron a dictar-
se sentencias condenatorias a destacados personeros de la represión ilegal. Algunos vol-
vieron a ser privados de una libertad que nunca debían haber recuperado y otros, como
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