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Período antiguo
Los filósofos que vivieron con posterioridad a los presocráticos son los primeros
a los que realmente se llamó “filósofos”, ya que se diferenciaron de los que
investigaban el cosmos en general. Se dice que el primer filósofo propiamente dicho
fue Sócrates, ya que él comenzó a poner al hombre en el centro de sus preguntas. Se
preocupó básicamente por cuestionamientos éticos, y las preguntas que lo
caracterizaron fueron, por ejemplo, ¿qué es la virtud?, ¿a qué llamamos justicia?, ¿es
mejor para el hombre recibir un castigo cuando ha sido injusto, o tratar de escapar a
los que quieren hacerlo pagar por lo que ha hecho? Para Sócrates lo más importante
era el conocimiento de uno mismo y la introspección, es decir, la observación, el
examen, de sí mismo. El método que aplicó se llamó “mayéutica” -en griego, dar a luz-
porque se dice que ayudaba a la gente a sacar a luz o hacer nacer las ideas en ella. El
método contaba con dos momentos: el primero servía para revisar las opiniones de la
persona con la que conversaba, y analizar si eran apropiadas o no; en el segundo,
positivo, la persona pensaba nuevamente el concepto que investigaba y construía una
respuesta más adecuada que la anterior. El método no consistía en decir qué es la
sabiduría sino en ayudar a los demás a descubrirlo por sí mismo.
En la misma época que Sócrates vivieron los llamados “sofistas”, que eran un
grupo de hombres dedicados también al saber, pero que fueron duramente criticados
por otros filósofos. Los sofistas no eran de Grecia, venían de otras ciudades y tenían
como profesión la enseñanza paga: eran maestros que vendían sus lecciones por
dinero. Parte de su mala fama, de hecho, proviene de que vendían su saber y lo
adecuaban a lo que el “cliente” quisiera “comprar”. Si alguien necesitaba hacer un
discurso que le sirviera para demostrar que la esclavitud es algo bueno, el sofista
elaboraba un discurso y se lo vendía. Pero si alguien le decía que necesitaba un
discurso capaz de argumentar que la esclavitud es algo malo, lo hacían también. Es por
eso que se los considera “relativistas”, es decir, consideraban que todo -y
especialmente el bien o el mal respecto de algo- depende enteramente de las
circunstancias, el momento, el lugar donde suceden las cosas o donde se dice un
discurso ya que no existe una verdad absoluta sobre nada. Se dice que Protágoras de
Abdera, por ejemplo, fue uno de los más prestigiosos sofistas, afirmaba que no es
posible contradecir ningún discurso, porque todos son verdaderos. Hechos como este
provocó que los filósofos -que consideraban que cada cosa es correcta de una sola
manera, y si no es así, es incorrecta- opinaran que los sofistas no eran serios y que no
debía escuchárselos. Y es en el campo de los discursos en el cual los sofistas hicieron
sus mayores desarrollos, ya que para ellos la palabra, los argumentos, y, en general los
discursos, eran capaces de modificar una realidad entera, como parece haber
sostenido el otro gran sofista, Gorgias de Leontini.
Por otro lado, sabemos que Sócrates tuvo algunos alumnos y seguidores que lo
admiraron profundamente. Entre ellos estaba Platón, que aprendió y se sintió
fuertemente influenciado por él y, consecuentemente, en una posición adversa
respecto de los sofistas. Platón hizo uno de los aportes fundamentales a la historia de
la filosofía: fundó una escuela, la Academia, en la cual se filosofaba siguiendo reglas y
requisitos, de modo que la actividad comenzó a realizarse de manera orgánica y
sistemática.
En los últimos años de vida, Platón tuvo como alumno a un joven que iba a
convertirse en un celebre filosofo -inclusive, en cierto momento de la historia, se
convertiría en El Filósofo, con mayúsculas-. Nos referimos a Aristóteles, fundador del
Liceo o Perípatos.
Además de los mencionados, otros movimientos filosóficos como el
epicureísmo, el estoicismo, los cínicos, entre otros, renovaron los estilos de respuesta
de aquellos fundamentales y de sus discípulos, platónicos y peripatéticos.
Período medieval
La época medieval se conoce injustamente como la época del ‘oscurantismo’,
como un período oscuro e improductivo en la historia de las ideas. Lo que es cierto es
que, tras la prohibición de enseñar filosofía impuesta a los paganos en el 529 d.C. por
el emperador Justiniano y, el retiro de los filósofos neoplatónicos de Persia, el
cristianismo pasó a ser la enseñanza más difundida. De ahí que tanto los temas a
estudiar como los modos narrativos de encararlos estuvieran teñidos desde el inicio de
este periodo por preocupaciones teológicas.
En el siglo II d.C., los escritores cristianos, llamados apologistas porque
intentaban presentar el cristianismo de una manera comprensible al mundo
grecorromano, utilizaron la noción griega Logos (palabra, discurso, razón)
identificándola con Dios, como al comienzo del Evangelio de Juan. Así, buscaban definir
el cristianismo como la filosofía, puesto que -decían- los griegos sólo dispusieron
porciones de logos, mientras que los cristianos poseen la llave del Logos verdadero y
de la Razón perfecta, encarnada en Jesucristo. A partir de aquí, es cierto que durante
todo este período la filosofía se centró en cuestionamientos de orden teológico, es
decir, relativos a Dios, a su existencia, a su influencia en la vida de los hombres. Claro
que las preguntas de orden teológico no impidieron significativos desarrollos de la
filosofía en todos los ámbitos. En el de la teoría del conocimiento -una de las preguntas
fundamentales de la filosofía medieval fue: ¿Cuál debe ser mi guía: la fe en Dios o la
razón? ¿Qué debo hacer: creer en las Sagradas Escrituras o reflexionar por mí mismo?
-.
Durante el extenso periodo medieval, algunos autores retomaron el
pensamiento de Platón y leyeron sus obras a la luz del modo de vida del cristianismo,
como lo hizo San Anselmo de Canterbury, quien seguía, a su vez, a San Agustín. Otros
consideraron que el sistema filosófico de Aristóteles era el que mejor se adecuaba a la
visión que del hombre y la naturaleza tenía entonces el catolicismo, como ha sido el
caso de Santo Tomás de Aquino, quien intentó por todos los medios conciliar la
filosofía.
¿Qué es la Modernidad?
Lo moderno consiste en el proceso de racionalización, a partir de la centralidad
de la razón con base científico-técnica. La modernidad comienza en el siglo XVIII con el
proyecto de Ilustración que postula la centralidad de la Razón y de la ciencia para
organizar la sociedad y entender el mundo.
El proyecto de la modernidad se fundó en verdades universales que le daban un
sentido a la historia: la autodeterminación del hombre, la superación de las miserias
materiales, los derechos humanos, la libertad, el perfeccionamiento constante de la
humanidad (el progreso).
Actualmente la idea de progreso está en profunda discusión. Con el devenir de
la historia, ya no es tan simple explicar el mundo. La idea de que la historia iba a
conducir a un fin predeterminado y la creencia en el progreso empezaron a ponerse en
duda.
Posmodernidad
“El discurso posmoderno denuncia el progreso como una ilusión y expresa su
rechazo a la razón planificadora de la sociedad.
Esta lógica cultural se caracteriza por una nueva manera de percibir la realidad
cuyo principio es la incertidumbre. Los teóricos de la posmodernidad sostienen que es
imposible pensar en valores comunes para toda la humanidad.
La crítica posmoderna sirve para volver a pensar las formas de organización de
la sociedad que instauró la modernidad (las naciones, los Estados, las clases, los
ciudadanos). Pero algunos autores señalan que la crisis de confianza en la razón para
organizar el mundo, puede derivar en pensamientos irracionalistas y conservadores.
Los pensadores posmodernos postulan una pérdida de sentido, la falta de
referencias y certezas, en otros términos, que la razón no llegó a ninguna meta en
relación a la felicidad del hombre, que la historia parece no dar cuenta de hacia dónde
van las sociedades humanas (es «el fin de la historia», proclaman algunos), el futuro es
oscuro y se acabaron las utopías de cambio.
(…)
Pero, tal vez, uno de los representantes emblemáticos del pensamiento
posmoderno es Jacques Derrida (nacido en 1930) que representa la corriente llamada
«deconstruccionismo». La idea de «deconstrucción» alude a la imagen de ir
desenvolviendo papeles de varios paquetes, uno metido adentro del otro, como si al
final tuviéramos que encontrar un tesoro; o a la acción de pelar una cebolla e ir
sacando cáscara por cáscara hasta encontrar el meollo del asunto. Ante la ausencia de
criterios fijos, el deconstruccionismo reacciona frente a la idea de una «razón
universal» y entonces va «deconstruyendo» el sentido de las cosas en varias direcciones
que conducen a diversas perspectivas posibles de percibir la realidad.
Esta forma de pensamiento se opone al carácter omnipotente del racionalismo
occidental y sostiene que las estructuras de sentido involucran al observador. Por lo
tanto, todo lo razonado es provisional, situado y relativo.
Para el posmodernismo, entonces ya no hay historia (Francis Fukuyama), no hay
realidad (Baudrillard), ni verdad (Derrida).
(…)
Podemos hablar de una cultura posmoderna para caracterizar a la cultura actual
en la que predomina lo efímero, lo fugaz, lo obsoleto, una cultura sometida a la moda o
al mercado, en la que lo central es el consumo.
Actualmente, la sociedad se define en términos de comunicación (con sus
grandes redes de información), los medios ejercen una función estructurante de lo
social, vivimos entonces en una cultura mediática sometida a los dictados de los
medios masivos”.
Paradeda, Daniel y otros. Sociología. Maipue, pp 75-6.
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