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TEMA 10.

LA POESÍA ESPAÑOLA POSTERIOR A 1936: TENDENCIAS, RASGOS


PRINCIPALES, AUTORES Y OBRAS MÁS SIGNIFICATIVAS

10.1. La poesía durante la Guerra Civil (Miguel Hernández). La poesía en los años
cuarenta: poesía arraigada (Luis Rosales) y desarraigada (Dámaso Alonso)
A) La poesía durante la Guerra Civil (Miguel Hernández)
Al estallar la Guerra Civil se desarrolla una literatura de propaganda ideológica. La poesía responde a la
ideología de uno u otro bando (nacional o republicano). Los rasgos temáticos de la poesía se fundamentan en
las circunstancias históricas, políticas y sociales, en el desahogo del odio al enemigo y en la exaltación de los
héroes propios y del pueblo. El panorama dramático y trágico requería el compromiso de los escritores,
quienes respondieron con lo que se denominó como "literatura de urgencia".

Miguel Hernández (1910-1942). Es uno de los mayores representantes de la poesía rehumanizada


de los años 30. La crítica ha establecido tres etapas en su obra poética. En la primera etapa comienza
escribiendo una poesía de tipo barroco, como se observa en su obra Perito en lunas (1933), de
influencia gongorina y vanguardista. En una segunda etapa escribe un tipo de poesía más desarraigada,
adentrada en la corriente de la “poesía impura”. Esto lo encontramos en su obra El rayo que no cesa
(1936), donde incluye su célebre “Elegía a Ramón Sijé”. En la tercera etapa, emplea su poesía para
luchar por la causa republicana. Durante la guerra escribe Viento del pueblo, obra con la que se suma
al romancero de la Guerra Civil, y El hombre acecha (1938-1939). Los poemas escritos en la cárcel,
entre ellos las “Nanas de la cebolla” se incluyen en su obra Cancionero y romancero de ausencias
(1938-1941).
B) La poesía en los años cuarenta: poesía arraigada (Luis Rosales) y desarraigada
(Dámaso Alonso)
La poesía es el género literario que más diversidad ofrece en el panorama cultural de la posguerra. En estos
años escribe un grupo de poetas nacidos en torno a 1910 que constituyen la generación del 36. Una
promoción que participó del movimiento rehumanizador de la poesía. En este grupo se encuadran poetas
como Miguel Hernández, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco o Germán
Bleiberg. El panorama poético del periodo muestra diversas tendencias. Así, Dámaso Alonso diferencia dos
corrientes poéticas que denominó como poesía arraigada y desarraigada.

La poesía arraigada se caracteriza por un ser un tipo de poesía esteticista y de evasión, en la que
predomina la actitud conservadora de sus miembros. Los poetas recurren a Garcilaso de la Vega como
modelo, escriben una poesía heroica, religiosa o amorosa y siente predilección por las formas métricas
clásicas (soneto, la décima, la silva) y por la elegancia y el orden del clasicismo. Asimismo, expresan una
visión del mundo optimista y esperanzador. En la difusión de esta poesía arraigada hay que mencionar a
dos revistas: “Garcilaso” y “Escorial”.

Luis Rosales (1910-1992). La obra de Luis fue evolucionando desde un clasicismo a un estilo
personal impregnado por la irracionalidad y cercano al vanguardismo surrealista. Los temas
predominantes en su poesía son el amor, la memoria, el recuerdo, el sentimiento religioso y la
cotidianidad. Su obra Abril (1935) se encuentra adscrita al clasicismo esteticista y de influencia
garcilasista. En la posguerra su poesía inicia un camino un distinto, sus versos se cargan de
sentimiento y de dudas existenciales.
Su obra Retablo sacro del nacimiento del Señor (1940) es una muestra de la poesía
deshumanizada. Es una obra clásica que recrea un sentimiento religioso puro y espontáneo. La casa
encendida (1949) es el punto culminante de su poesía rehumanizadora. En ella recurre a un
lenguaje sencillo y presenta sus recuerdos en forma de visiones para reflejar el misterio de su vida
personal y de la existencia humana. En El contenido del corazón (1969) se aleja de la estética
clasicista. Es una meditación emotiva sobre la memoria y su papel en la existencia.

La poesía desarraigada se caracteriza por la búsqueda de una poesía comprometida, más directa, de
lenguaje sencillo, por tanto, menos retórica. Es una poesía dominada por la angustia ante los enigmas del
hombre (la muerte, la existencia, la ausencia de Dios, la soledad, la desesperación), pero también ante el
dolor humano producido por las injusticias del presente. Estos poetas adoptan la idea de la poesía
entendida como comunicación. La primera manifestación de esta poesía procede de dos obras: Hijos de la
ira de Dámaso Alonso y Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre, publicadas en 1944. Esta poesía
quedó representada por la revista “Espadaña”. En ella se observan los primeros indicios de protesta social y
política.

Dámaso Alonso (1898 - 1990). En su primer libro Poemas puros. Poemillas de ciudad (1921)
se percibe el influjo de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Algunos críticos han visto en él una
aproximación a la corriente de “poesía pura”. En Oscura noticia (1944) se percibe el ansia de
bucear en los misterios de la vida y de la muerte, y se introduce el tema religioso.
Hijos de la ira (1944), la novedad de esta obra se encuentra en la desnudez de los procedimientos
estilísticos y en lo comprometido de la temática (protesta socio-existencial y literaria). En ella el
autor indaga en el enigma de la vida y de la naturaleza humana desde una actitud desesperada. Todo
le parece monstruoso, extraño, inexplicable, absurdo. De esta manera llega a la degradación, pero,
aun así, recurre una y otra vez a Dios. Junto a las dudas existenciales aparece el grito de dolor que
arranca de la injusticia, de la deshumanización de un mundo hostil y del desamparo de muchos seres
humanos, pero en medio de tanta miseria, tiene cabida la fuerza del amor y la afirmación del impulso
vital.
Con Hombre y Dios (1955) su poesía evoluciona desde la desesperación al análisis más sereno
del conflicto. En ella lo humano y lo divino van siempre fundidos. En esta obra, persiste la inquietud
existencial y la angustia humana, pero el poeta lo aborda desde una perspectiva distinta, pues se
inclina al lado dulce, tierno y posiblemente optimista, olvidando la terrible angustia de la bajeza de la
vida.
10.2. La poesía social de los años cincuenta: Gabriel Celaya y Blas de Otero.
Hacia 1950 cobra auge la poesía social. Esta pretende mostrar la verdadera realidad del ser humano y del
país. Sus integrantes consideran que la poesía debe testificar y denunciar las injusticias, las
desigualdades sociales o la falta de libertades políticas. De este modo siguen la estela de los espadañistas y
de los autores que cultivan “la poesía desarraigada” y defienden que la poesía ha de servir para cambiar la
sociedad y mejorarla. Se convierte, según Gabriel Celaya, en “un instrumento para transformar el
mundo”. Su destinatario es la inmensa mayoría (oposición al lema de Juan Ramón Jiménez). Así, el “yo
poético” se convierte en la poesía social en un “nosotros”.
La preocupación por España, el recuerdo y la superación de los odios provocados por la Guerra Civil,
el anhelo de libertad y de un mundo mejor son temas permanentes en esta poesía. El lenguaje que
emplean estos autores es cotidiano, sencillo, directo, coloquial y muchas veces prosaico. Se produce
una mayor preocupación por los contenidos que por la estética por lo que destaca el desdén por el formalismo
expresivo. La poesía social se consolida hacia 1955 con la publicación de Pido la paz y la palabra de Blas
de Otero y Cantos iberos de Gabriel Celaya. Los principales poetas de esta corriente fueron Blas de Otero,
José Hierro y Gabriel Celaya.

Gabriel Celaya (1911 - 1991).


Cuatro etapas en su trayectoria poética: surrealista, existencial, social y órfica. La etapa surrealista se inicia
Marea de silencio (1935), libro en el que se perciben los ecos de la vanguardia (García Lorca, Alberti,
Aleixandre, Guillén) y de Juan Ramón Jiménez. En la década de los 40 Celaya cultiva un tipo de poesía
existencial que refleja la realidad cotidiana de una manera directa y con un lenguaje coloquial, como se
observa en su obra Movimientos elementales (1947). Él siempre expresó su deseo de darse a la inmensa
mayoría al elaborar una poesía temporal, humanamente atenta a su circunstancia y con un lenguaje
fácilmente asequible. En 1951 comienza la etapa social de su poesía con la publicación de Las cartas boca
arriba, una obra comprometida y solidaria con la situación social y escrita en un lenguaje llano. En Paz y
concierto (1952) se produce un cambio de tono. Recurre al dialogo entre tres personajes que encarnan al
existencialista que había sido y da voz a los vencidos y a los mudos. Cantos iberos (1955) es su obra más
beligerante. A ella pertenece uno de sus poemas más emblemáticos “La poesía es un arma cargada de
futuro”.

Blas de Otero (1916 – 1979)


Después de algunas publicaciones de inspiración religiosa y factura clásica, Blas de Otero se suma a la
poesía desarraigada con la publicación de Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia
(1951), piezas clave de su etapa existencial. Con Pido la paz y la palabra (1955) inaugura la etapa social
que discurre bajo el protagonismo del “nosotros”. En ella manifiesta su creencia en el poder de la palabra
como instrumento para lograr la paz. En esta obra el tema de España, las tierras castellanas, la
amistad, solidaridad con los hombres pasan a un primer plano. Además de la denuncia asume el
compromiso de transformar la sociedad. Su obra Que trata de España (1964) fue publicado en París. Es
un canto general a España que recuerda a la obra de Neruda. Escrito desde una postura crítica es la
radiografía de un país humillado y ofendido.
A partir de los setenta, avanza por el camino de la experimentación, pero sin perder su interés por lo
relativo a la condición humana. Se intensifican los componentes surrealistas que ya estaban presentes en
su poesía existencial y que perduran a lo largo de toda su trayectoria. Esto se refleja en su obra Historias
fingidas y verdaderas (1970).
10.3. La poesía en los sesenta y primeros setenta: la Generación del 50 (Ángel
González, Jaime Gil de Biedma…) y los Novísimos o Generación del 68
A) GENERACIÓN DEL 50
A mediados de los 50 apareció un grupo de poetas que constituyen la generación del 50 y que vuelven a
preocuparse por el carácter artístico de la poesía sin renunciar al compromiso con los problemas
humanos Su obra se consolida en la década de los sesenta. En sus primeros libros se advierte la
influencia de los poetas sociales y de Antonio Machado. Conciben la poesía como experiencia y
conocimiento de la realidad y de las vivencias personales. De esta forma se produce un desplazamiento
de lo colectivo a lo personal y los temas se inclinan hacia el intimismo. La amistad, la infancia, la
adolescencia, la familia, el dolor, el tiempo, el amor aparecen en sus poesías, así como la preocupación
ética por la situación española desde una actitud crítica e irónica. Asimismo se observa una mayor
elaboración del lenguaje poético. De este modo los poetas buscan el estilo personal. Algunos de los
poetas más representativos de esta generación son José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, Ángel
González, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Félix Grande.

Ángel González (1925 – 2008)


Cultiva lo que él mismo llama “poesía de la experiencia”, enraizada en la realidad cotidiana. Entre las
características de su poesía se encuentra la actitud antirretórica, el valor fundamental del lenguaje
en el proceso creativo, la búsqueda de la variedad de registros (desde el puro lirismo a lo antipoético y
el gusto por la ironía, el humor y la parodia. Hasta Tratado de urbanismo se adhiere a una
orientación social, testimonial. Un tema muy frecuente en su poesía es la conciencia del paso del
tiempo. En Áspero mundo (1956) destaca una visión existencialista e interior. En su obra Sin
esperanza, sin convencimiento (1961) se trata la experiencia destructiva de la guerra civil. Por su
parte, Grado elemental (1962) viene a ser una guía didáctica irónico-sarcástica para la vida que nos
permite percibir las desigualdades y contradicciones de la experiencia humana. En Tratado de
urbanismo (1967) el hilo conductor lo constituyen las conflictivas relaciones del hombre con la vida
pública.

Jaime Gil de Biedma (1929 – 1990)


Parte el barcelonés de la idea de que la poesía debe estar vinculada a lo personal. El intimismo
domina su obra, pero también se interesa por las penalidades ajenas y por el trágico destino de
España, desde una postura crítica que adopta un tono entre rebelde y sarcástico. El paso del
tiempo, el “yo” y la experiencia amorosa son los temas fundamentales de su poesía. Su primer libro
Compañeros de viaje (1959) trata de la amistad, de la acción destructora del tiempo y de la
identificación y el reconocimiento de los otros como una forma de sentirse en el mundo. En Moralidades
(1966) se intensifica su obsesión por el paso del tiempo. El autor reflexiona sobre su condición social
privilegiada y sobre la necesidad de abolir esos privilegios. Su obra Poemas póstumos (1968) ilustra el
total desencanto que sentía el poeta y el cinismo que desgastó sus ilusiones juveniles. En Las personas
del verbo se recogen textos escritos entre 1965-1981. En ella se observa como el tiempo le obsesiona
más que nunca y muestra una amarga decepción por todas aquellas expectativas que no ha visto
cumplidas.

José Ángel Valente (1929 – 2000)


Concibe la poesía como una forma de conocimiento. El rasgo más llamativo de la obra de este autor es
la desnudez y la extrema concisión. Su obra A modo de esperanza (1955) subraya la búsqueda de la
emoción de un testimonio humano lo más directo y realista posible. En Poemas a Lázaro (1960)
predomina una orientación existencial y política. En Siete representaciones (1967), Valente recrea el
mundo de sugerencias de los siete pecados capitales. En La memoria y los signos (1966) se funde la
mirada introspectiva al reino interior, con la callada y vivificadora historia familiar, con el recuerdo de los
trágicos sucesos de la historia colectiva. La obra Interior con figuras (1976) supone una indagación del
mundo interior.

B) LOS NOVÍSIMOS
En los años setenta se produce un distanciamiento de la poesía social y aparece un grupo de poetas
más jóvenes. Estos poetas nacidos después de la guerra reciben el nombre de Novísimos debido a que en
1970 José Mª Castellet los reúne en una antología titulada Nueve novísimos poetas españoles. En ella
aparecen: Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Leopoldo María
Panero, Ana María Moix, Vicente Molina Foix, Antonio Martínez Sarrión y José María Álvarez.

En ellos influyen Luis Cernuda, Gil de Biedma, César Vallejo, Octavio Paz. Además conocen la poesía
extrajera (Eliot, Cavafis, el Surrealismo). En su formación cultural y en los temas de su poesía se mitificaba
la cultura de los medios de comunicación (radio, cine, tebeos, canciones). Su poesía se aleja del
realismo y regresa a los experimentos relacionados con las vanguardias (escritura automática y uso del
collage) o con el Modernismo (gusto por lo exótico, por el ritmo del lenguaje, por el léxico culto). Asimismo
destaca el gusto por el Surrealismo (gusto por la irracionalidad, la sorpresa). Manifiestan una extrema
preocupación por el lenguaje y por el poema como creación autónoma.

De esta forma, durante los años setenta la influencia de la poesía de los novísimos se ramifica en distintas
tendencias: Culturalista, Clasicista, Experimental y Metapoética.

Pere Gimferrer (1945)


Su poesía discursiva y metaliteraria intenta enlazar con momentos de la tradición literaria (el barroco y
las vanguardias) y explorar las fronteras tenues entre realidad existente y realidad artística. Inició su
trayectoria poética con Mensaje del Tetrarca (1963), obra en la que ya se puede intuir una poesía propia
de la línea modernista. Con Arde el mar (Premio Nacional de Poesía, 1966) ejemplifica la postura
estética de los novísimos, su manera de situar la literatura por encima de la realidad y de crear poemas
que motivan una elaboración por parte del lector. En La muerte en Beverly Hills (1968) mantiene una
actitud experimental. Las viñetas, las evocaciones de actrices famosas, de escenas de películas y las
imágenes de la naturaleza confluyen produciendo experiencias emotivas y nostálgicas. A partir de 1970,
decide escribir su obra en catalán y se perciben algunos cambios de actitud por parte del poeta.

Antonio Martínez Sarrión (1939)


Su poesía adopta un lenguaje cotidiano, utiliza alusiones contemporáneas e intertextos de la cultura
popular y genera esquemas irracionales que se remontan a los surrealistas. El referente de esta
poesía sirve de base a una nueva creación y a una invitación a participar en un proceso de juego y
transformación de la realidad. En su primer libro Teatro de operaciones (1967) emplea recuerdos de la
infancia para recrear escenas visuales y sensoriales bien dispares. Pautas para conjurados (1970) y
Una tromba mortal para los balleneros (1975), en estas dos obras son un recuento de los temas, iconos
y mitos sesentayochistas (cultura cinematográfica, drogas, música, irracionalismo surrealista...), y
finalmente una constatación de la muerte de aquellos sueños y de la inexistencia de cualquier posible
paraíso. A partir de este momento, el poeta tiende hacia una mayor transparencia expresiva. Así se refleja
en Horizonte desde la rada (1983) y De acedía (1986).

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