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Cuando hablamos de contrato terapéutico nos referimos a una conversación con los
consultantes, esto puede quedar por escrito o no, eso depende de qué le acomode a cada
terapeuta. Muchas psicólogas tienen un contrato escrito donde tanto ellas como sus
consultantes deben firmarlo para comenzar la psicoterapia; otras, lo conversan en la
primera sesión y otras, incluso lo hacen en la pre-entrevista telefónica o en el primer
contacto cuando la persona pide la hora.
Como sea que se haga, es importante aclarar el horario de las sesiones, la duración de
éstas, el valor, qué ocurre si el consultante no asiste y no avisa, y si existirán
excepciones, entre otras cosas. Escuchando a varias psicólogas, hemos visto que este es
un temazo ya que, si bien el establecer el contrato no las complica mucho, si las
complica el momento en que el consultante no asiste a sesión, no avisa sobre su
inasistencia y paga igualmente su sesión, lo que previamente ya había sido conversado
en este contrato.
¿Entonces qué nos pasa? Aparecen una serie de culpas y pensamientos del tipo “me
pagó igual y ni siquiera lo vi”, es como una idea que se nos viene a la cabeza a pesar de
tener muy claro que esto se conversó antes, que mi tiempo tiene un valor, que yo me
preparé para esta sesión, la planifiqué y tenía ciertos objetivos a trabajar… puede ser
que esto lo tengamos clarísimo, sin embargo tiende a aparecer una incomodidad de
algún tipo, entonces ¿qué hacemos con esto?
El contrato terapéutico es una herramienta muy útil y necesaria, tenemos que saber
usarlo a favor de la terapia y no como una limitación para nosotras, ¿cómo hacerlo? Eso
depende de cada persona, tenemos que saber qué nos hace sentir mejor, qué nos deja
tranquilas y acomodar ese contrato a los procesos que llevamos en terapia. Luego, lo
que nos genere emocionalmente esta situación, debe trabajarse persona a persona y, para
eso, es fundamental que estés atenta a qué te va ocurriendo con cada una de estas
situaciones, ya que ese es el primer paso para hacer algo al respecto.