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FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS DEL OCULTISMO

Por Gustavo Fernández

INTRODUCCIÓN :

l trabajo que ustedes se aprestan a leer es la natural decantación de

E numerosos años de estudio e investigación pero, en especial, de


reflexión. Pensamientos que nacieron no sólo de la libre asociación
de conceptos extraídos de centenares de libros leídos sobre el tema, sino
especialmente de la amalgama de los mismos con las experiencias y anécdotas
por mí vividas, tanto en el ámbito de la enseñanza como en el de la investigación
de campo. Y todo ello hilvanado a partir de la inflexible metodología intelectual que
me he impuesto y que, cuando menos en mí, se manifiesta en una revolucionaria
concepción del Universo y la Realidad que así, escrita con mayúscula, trasciende
la concepción que de la realidad cotidiana tenemos para transformarse en una
lente multidimensional para comprender el Todo (el sentido esencial del Uni-
verso) en que estamos insertos.
Como suelo decir frecuentemente, resulta hasta intelectualmente chocante
para una mayoría de contemporáneos que a principios de este siglo veintiuno
alguien, en vez de buscar la acreditación científica o académica para sus
actividades en el campo de la investigación (especialmente si ésta roza
peligrosamente el limbo de lo paranormal) acepte nominalmente volcarse hacia el
0cultismo. Precisamente, estas páginas constituyen, si cabe, un alegato de auto
justificación lo que, ciertamente, no deja de ser un expreso reconocimiento de
humana debilidad por parte del autor, puesto que si hay algo que se supone no
debe interesar en lo más mínimo a un ocultista es lo que otros puedan pensar de
él.
Pero, en fin. Este es el tenor de los tiempos, la incierta oportunidad de
haber nacido a caballo de la transición entre la Era de Piscis a la de Acuario.
Por otra parte, es absolutamente cierto que esto de dejar tranquila nuestra
conciencia a partir del momento en que gozamos del crédito universitario es
apenas un modismo de la época: en efecto, en otros tiempos, muy distintos eran
los referentes de credibilidad a que acudía el ser humano.
Así, por ejemplo, en el Medioevo los intelectuales temblaban ante la sola
idea de no contar con el respaldo eclesiástico. En otros momentos históricos (en

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nuestro propio país, décadas atrás) lo importante era la opinión favorable que de
lo que uno hacía tuvieran los políticos. O los militares.
En última instancia, decir que hoy en día lo “importante” es que los
científicos respalden lo que hacemos sólo refleja la moda intelectual de la época: a
veces me pregunto qué será importante, cuál será realmente la referencia válida,
intelectualmente hablando para nuestros descendientes de los próximos
quinientos años. Y me respondo: algo muy parecido a ese entronque entre
misticismo, lógica y estética que hoy denominamos Ocultismo, pues eso (y no otra
cualquier burda definición de diccionario) es la filosofía que nos ocupa.
Comencemos por aclarar que existe una contradicción –otra más- implícita
en el título de este libro: un verdadero ocultista sabe que es una perogrullada
buscar fundamentos científicos en el Ocultismo porque, precisamente, es la
Ciencia la que se fundamenta en éste. Y lo dicho, que puede sonar a herejía, es
sin embargo una verdad histórica: el método científico, como tal en tanto es una
metodología aplicada analíticamente al conocimiento de un tema determinado, y
en cuanto parte de tres axiomas o premisas básicas, es una exigencia intelectual
de los antiguos sabios ocultistas.
En efecto: esos axiomas fueron exigidos por los antiguos hierofantes para el
conocimiento racional del Universo, a saber: (a) verificabilidad (que una afirmación
pueda ser cotejada por cualquier observador objetivo); (b) repetibilidad (que
aplicando un mismo método se obtengan idénticos resultados) y (c) uniformidad
de criterios. Pues ciertamente, ¿qué es el Ocultismo, sino el conocimiento racional
de las cosas más la percepción mística e iluminista o, si se quiere, intuitiva, más el
orden y la armonía (estética) entre ellas?. El experimentador ocultista proponía un
ensayo, una receta, una metodología, y afirmaba que si ésta se respetaba (en
elementos, circunstancias, etc.) se obtenía invariablemente los mismos resultados:
y esto es científico.
Lo científico (que en nuestra época equivale a decir lo respetable) no pasa
por las herramientas de trabajo, por el uso de sofisticada tecnología (por lo que el
diccionario entiende por “sofisticado”), por el título académico o por el guardapolvo
blanco: lo científico, lo serio, lo metodológico estriba en la actitud intelectual. No
interesa si nos valemos de contadores Geiger, electroencefalógrafos o, en su
defecto, de velas, sahumerios o símbolos. Un tema no es “científico” por sí mismo
sino por las exigencias metodológicas que satisface. La absurdidad campea
también en las academias, cuando se flexibiliza en exceso la rigurosidad de una
investigación, nos autocensuramos de evaluar una hipótesis alternativa o se
priorizan las luchas internas o el “lobby” político institucional sólo en aras de
asegurar la rápida publicación de unos resultados, acceder a una beca o sostener
la respetabilidad adquirida.
Los ocultistas, en cambio, sostenían que además del trabajo de laboratorio
es necesario el crecimiento interior, espiritual, del experimentador, porque sólo del
resumen de ambas concepciones surge una visión holística del Universo. Así, el
Ocultismo enseña que hay tres maneras de comprender la Realidad:
racionalmente (la ciencia), esencialmente (la mística) y estéticamente (el arte).
Cuando un maestro de obras gótico dirigía la construcción de una catedral, como
en el caso de Notre Dame o Chartres, esto no sólo buscaba la perfección edilicia

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(técnica) para un fin (religioso) sino también debía expresar artísticamente su
objetivo.
Pero la esquizofrenia social del sistema nos llevó a una
compartimentización, a especializarnos en exceso; hoy se sabe cada vez más de
cada vez menos, perdiendo de vista esa contemplación totalizadora que preconiza
el Esoterismo. Palabra, después de todo, que proviene del griego “eisoteo” (“abrir
una puerta”) indicando que la búsqueda de Dios está hacia adentro de cada uno
de nosotros. De allí que la moderna ciencia deba sus créditos a los primeros
preceptos intelectuales de las Ciencias Ocultas. No olviden ustedes que la
Filosofía, madre epistemológica de todas las ciencias, esa Filosofía que hoy
estudiamos en las universidades, parte de planteos elaborados por sabios muertos
centenares o miles de años atrás.
Cada rama del Ocultismo antecede y engloba a las ciencias
contemporáneas: la Astrología es más abarcativa que la Astronomía, no
solamente por ser históricamente anterior, sino porque mientras ésta última
estudia las relaciones físicas entre los cuerpos celestes, aquella estudia esas
relaciones físicas más el todo energético, el todo astral, que las involucra, además
de las interacciones de esos distintos planos entre sí y su efecto macrocósmico
sobre lo microcósmico, el hombre. La Alquimia se encuentra en igual relación con
la moderna Química, pues mientras ésta investiga las relaciones físicas y químicas
entre los elementos orgánicos o inorgánicos, la alquimia trabajaba en el mismo
terreno además de su relación con las transmutaciones psíquicas y espirituales del
operador. La moderna Matemática nace en la matemática pitagórica, pues
mientras en la escuela, el colegio y la universidad se nos enseñan las relaciones
entre esos entes abstractos llamados números y solamente ellas, Pitágoras
estudiaba dichas relaciones así como las de las mismas con los planetas, colores,
notas musicales, partes del cuerpo humano... porque en última instancia el
Ocultismo busca el conocimiento de lo particular para aprender (¿o debería
escribir “aprehender?”) la esencia de lo general, lo trascendente. En síntesis, el
Todo
Tengo además otra razón de peso para justificar a este trabajo: el brindar
una óptica quizás polémica pero no menos realista a la actividad parapsicológica.
En efecto,, en todo el mundo es evidente el esfuerzo que hacen los
parapsicólogos profesionales –especialmente aquellos de profunda inserción
mediática- por rotular a sus actividades de “científicas”, poniendo el grito en el
cielo cada vez que se les atribuye connotaciones esotéricas. Soy un convencido,
como parapsicólogo, que nuestra disciplina no es más que el aggiornamiento
contemporáneo de contenidos y herramientas típicamente ocultistas, ya sea este
ocultismo de Oriente u Occidente. Y como creo que nada malo hay en eso, intento
depurar de nuestras filas la suspicacia y vergüenza que la ignorancia puede
generar alrededor de la filosofía esotérica y sus prácticas.
Pero como estamos dominados por el pensamiento tecnocrático, seguimos
pensando que el valor de las cosas radica en la “razón científica” que sea, o no,
encontrada. Por ese motivo es que escribí este libro.

El autor. Paraná, mayo del 2000.

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CAPITULO I

PRIMEROS EJEMPLOS

ólo a los efectos de demostrar que nuestros antepasados no eran tan

S ingenuos y supersticiosos en la búsqueda del saber como


habitualmente se piensa, es oportuno repasar algunas anécdotas que
nos reservó la Historia.
En los libros sagrados hindúes, especialmente en los “Vedas”, se describe
una “medicina” efectiva para tratar la viruela o “peste” como allí se la menciona: el
paciente enfermo de la misma debe frotar su cuerpo desnudo contra el de un
animal, preferiblemente vaca o caballo, que hubiese sufrido ésta y sobrevivido.
Los antropólogos e historiadores dicen que esto es un exponente del
“pensamiento mágico” de los antiguos hindúes, que así creían transferir la
enfermedad al animal por un proceso de magia simpática. Empero, las evidencias
arqueológicas señalan que muchos enfermos de viruela, tratados así, sobrevivían.
Hoy sabemos que el método tenía fundamentos: el animal enfermo y sobreviviente
lo era a expensas de generar anticuerpos, leucocitos blancos que se depositaban
en pústulas sobre su cuerpo. Al frotarlo, el paciente reventaba esas pústulas y los
anticuerpos, por distintos conductos, especialmente ósmosis capilar, ingresaban al
torrente sanguíneo del enfermo, que así se “vacunaba”. Y la expresión no es
ociosa, pues precisamente ése es el mecanismo de nuestras modernas vacunas,
llamadas así, además, porque se preparan a partir del suero obtenido por la
inoculación progresiva del virus en vacunos.
Otro ejemplo. Durante las guerras entre árabes y cristianos, algunos siglos
atrás, se empleaba un sangriento método para templar las armas. En la fragua, el
hierro al rojo vivo era introducido en el cuerpo de prisioneros cristianos para
enfriarlo con su sangre, matándolos en ese acto. Otra vez los historiadores
ortodoxos nos “explican” que de esta manera los musulmanes creían transmitir al
metal las propiedades de virilidad, coraje y resistencia del enemigo. Pero lo cierto
es que en los combates, por cada alfanje o alabarda mora que se quebraba,
decenas de espadas españolas lo hacían. Durante los siglos dieciocho y
diecinueve, el sistema empleado para templar el metal consistía en enfriarlo en
grandes bateas donde previamente se habían hervido pieles de animales sin
curtir. Hoy, la metalurgia emplea el proceso llamado de “nitrogenación del acero”,
mediante el cual se insufla nitrógeno en el período de enfriamiento del metal,
dándole así temple y durabilidad. Por cierto, es alto el contenido de nitrógeno en la
sangre del infeliz en cuyo cuerpo se enfriaba el acero y este nitrógeno,
evaporándose al disipar el calor, se incorporaba al metal. Método cruel, sí, pero
científicamente justificable.

Durante miles de años, los textos esotéricos han descripto al mundo


conformado por cuatro elementos básicos: agua, aire, tierra y fuego. Ciertamente,
los antiguos no se referían al agua de beber, la tierra del jardín, el aire que

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respiramos o el fuego de la cocina al hablar de estos elementos, sino a cuatro
categorías en las cuales esa tierra del jardín, el aire que respiramos y demás son
sólo la expresión más grosera, más material, de un primer principio sutil llamado,
por caso, “tierra”, que abarca, sí, ese elemento físico, pero también implica signos
zodiacales, notas musicales, colores (el verde, sinónimo de seguridad y progreso),
fecundidad... Al hablar de “agua”, en el mismo sentido, se habla de colores (azul),
condiciones (adaptabilidad), etc. El “aire” implica como color al amarillo (no porque
sea de este color, sino porque es el sustento visible de los rayos del Sol) y se le
asigna la característica de “transitoriedad y mutabilidad”, o sea, “cambio”. El
“fuego” además de corresponder, verbigracia, al signo de Leo, corresponde al
color rojo, al concepto de “peligro”, y nos acercamos entonces a una conclusión
fundamental: aunque no creamos en las leyes del Ocultismo estamos
inexorablemente sujetos a ellas. Como con la gravedad, a la que puedo
desconocer, pero si me asomo excesivamente al balcón de un quinto piso, me
veré forzado a obedecerla.
¿Y porqué esa conclusión y todo este introito?. Porque noventa años atrás,
alguien inventó, para seguridad y control del tránsito, el cotidiano semáforo.
Seguramente, el o los inventores habrán tenido sus muy buenas razones para
elegir sus colores característicos y adjudicarles un valor simbólico a los mismos...
pero no pudieron escapar a esa ley universal que dice que al “rojo” se le asocia el
concepto de “peligro”, al “amarillo” el “cambio” y al “verde” la “seguridad” o
“avance”. Ciertamente, ustedes pueden reinventar el semáforo y otorgarle otros
colores, o darle a los mismos otro sentido... pero sólo ahora, que conocen la ley,
que toman conciencia de la misma, están en condiciones intelectuales de alterarla.
Esta es otra condición del Ocultismo: sólo se cambia, o se evita, o se combate
aquello que primero se conoce. Ya que de lo contrario, si desconocemos las
opciones, ¿cómo ejecutar el libre albedrío?.
Y permítaseme aquí hacer una digresión. Dentro del Ocultismo, y cuando
discutimos sobre “mancias” (técnicas adivinatorias) los escépticos comúnmente
nos atacan con el argumento que tal creencia es “fuertemente determinista”,
presupone un “futuro inexorable” y, en consecuencia, entrega al hombre “a la
resignación de no luchar por su porvenir”. Pero el razonamiento correcto es
exactamente al revés: como dije, sólo cuando soy conciente de un eventual futuro
puedo elegir dar –o no- los pasos necesarios para cambiarlo. Si lo ignoro, después
de todo, ¿cómo puedo estar seguro –más allá de la autojustificación- que lo que
emprendo es porque “construyo” mi futuro (desde la ignorancia) en vez de,
simplemente, obedecer las tendencias, ahora sí deterministas, a la que ese
desconocimiento previo me ha sujeto?.

Veamos otro caso. Desde hace también miles de años, las escuelas
esotéricas enseñan que en el Universo todo lo positivo es masculino y todo lo
negativo, femenino. No se enojen las damas lectoras: lo “positivo” o “negativo” no
lo es en un sentido moral, sino en polaridad, como opuestos y complementarios.
Pues bien, también enseñaban que lo positivo gira (en el Universo todo es cíclico y
se mueve en curvas cerradas) de izquierda a derecha (dextrógiro) y lo negativo de
derecha a izquierda (levógiro). Ahora: ¿observaron ustedes cómo se prenden un
saco o chaqueta los hombres?. De izquierda a derecha. ¿Y las mujeres?. De

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derecha a izquierda. Por supuesto, el primer sastre que confeccionó un saco para
el hombre y la primera modista que hizo lo propio con uno de mujer tuvieron
seguramente sus razones, evidentemente no esotéricas, para imprimirle ese
sentido... pero no pudieron escapar a esa ley cósmica que dice que lo masculino
es dextrógiro y lo femenino, levógiro. Aquí también pueden ustedes introducir
cualquier modificación y crear vestimentas con el sentido de ojales y botones
alterados, pero sólo a partir de haber tomado consciencia de esta relación que
señaláramos.

Otra perla. Está difundida en Occidente la medicina homeopática que, aún


resistida por la ciencia tradicionalmente alopática, sabemos que es efectiva en
cuadros crónicos, actuando por máxima dilución de sus componentes, a un
extremo en que la materia química desaparece del preparado. Es esta ausencia
de restos químicos lo que ha hecho que la ciencia positivista rechazara la
homeopatía, sosteniendo que si nada queda del principio activo químico, nada
puede actuar sobre el sujeto y por lo tanto su aparente “curación” es sólo producto
de la sugestión. Pero ante esto los médicos homeópatas se encogen de hombros.
Prácticos, afirman que pese a todo “algo” debe quedar, para que siga siendo
efectiva, como saben los veterinarios homeopáticos que tratando así a nuestras
mascotas jamás se les ocurriría pensar que las mismas se “sugestionan”. Y
seguramente, más de un homeópata se escandalizaría de saber que no hace más
que aplicar viejos preceptos ocultistas que afirman que lo que sobrevive en el
líquido o polvo suministrado es la impronta energética, la vibración del elemento
químico preexistente. Exactamente, lo que un laboratorio oficial francés descubrió,
en 1988, que ocurre con el medicamento homeopático. Por otra parte, la frase
rectora del pensamiento de esta corriente médica, expresada como “lo semejante
cura lo semejante”, ¿no es acaso la expresión misma de la magia simpática?. En
consecuencia, si la homeopatía funciona (y vaya si lo hace), ¿porqué la Magia –
entendida tal como la aplicación técnica de principios teóricos estudiados por el
Ocultismo- no ha de hacerlo?

Finalmente, remito al capítulo sobre “Leyes Universales” para comprender


los fundamentos racionales operativos de los procedimientos esotéricos. Pero
valga en tanto una reflexión, relacionada con aquello que señaláramos de las
actitudes: en el fondo, la práctica del científico, del sacerdote o del ministro
religioso así como la del brujo indígena tienen semióticas comunes. Si yo necesito
lluvia, me puedo plantear tres opciones: siembro las nubes con alguna sustancia
química, yoduro de plata, por ejemplo, o solicito una misa propiciatoria, o le pido al
chamán que baile una danza de la lluvia. Ahora bien, ¿cómo categorizamos esto?.
Para la mayoría de la gente, lo primero es ciencia, lo segundo religión y lo tercero
brujería o superstición lisa y llana. Pero las diferencias son mucho más sutiles, y
no pueden ser dilucidadas exclusivamente por la semántica. Para el chamán, su
baile de la lluvia, ¿es estadísticamente menos efectivo que para el técnico el
yoduro de plasta?. ¿Y qué ocurre con el sacerdote, que cuenta con buenos
argumentos –cuando menos teológicos- para confiar en su misa?. Su experiencia
y sus resultados hacen que su interpretación sea “científica”. Y si, como ocurre
generalmente, el piloto del avión que siembra las nubes ignora por qué

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circunstancia emplea esa sustancia y no otra, ¿acaso su actitud es menos ingenua
y crédula –es decir, “mágica”- que la del campesino que, sin saber porqué, pide
ayuda al brujo, confiando en que sus procederes misteriosos hagan llover?. Y
cuando el científico aprende en su templo –perdón, universidad- el procedimiento
indicado para cada circunstancia y lo repite y aplica aún cuando observe
situaciones en que no se cumple o evade conocer alternativas, ¿acaso esa actitud
no es de aceptación mágica?.
¿Y dónde queda parada nuestra confianza en un mundo académicamente
predecible cuando la experiencia, los hechos –lo único que no puede refutarse-
nos enseñan que cuando el brujo danza llueve, cuando menos con la misma
frecuencia que cuando el técnico rocía las nubes desde su avión?.

Los rituales ocultistas

Hasta aquí, he buscado hacer comprender ciertos enfoques esenciales del


Ocultismo a mis lectores, enfoque que podríamos sintetizar en uno de los
aspectos menos conocidos pero más interesantes de las sincronicidades
simbólico-energéticas en que se fundamenta la actividad y efectividad técnica de
lo que, genéricamente, se han denominado “rituales” y que significan,
específicamente, el resabio sobreviviente de una antiquísima ciencia,
seguramente perteneciente a una civilización desaparecida, ciencia ésta cuando
menos que no recibiría esta denominación por operar con instrumentos
meramente materiales o transformando la materia con la materia, sino que
reconocería la existencia de planos más sutiles de vibración, concatenados e
interactuantes con la fisicidad.
Sobre estos planos de manifestación de la Naturaleza actuarían los
Antiguos, moldeando el Universo de acuerdo a sus deseos (cuando menos, la
cotidianeidad de su universo), de una manera más eficiente, quizás, que la que
llevó a nuestros actuales científicos a modificar nuestro mundo con las
herramientas que el conocimiento académico, exotérico (que no “esotérico”) les ha
brindado.
En última instancia, debemos ver que tras el ritual, con claridad yace un
pensamiento mágico, sí, pero también una racionalidad operativa. Es posible que
el aspirante contemporáneo a ocultista vea un sentido sobrenatural en las velas,
pantáculos, fragancias, pero el hecho incontrastable es que tras cada uno de estos
elementos se busca actuar sobre un específico plano de lo sensorial, aunque en
este caso lo sensorio se remite tanto a lo físico como a lo psíquico.
Las velas nos hablan de la luz, la acción sobre la vista. Las fragancias nos
remiten al olfato. Las oraciones o “mantrams” y letanías, al oído. Y la compleja
pero precisa construcción pitagórica (es decir, filosófico-matemática) estimulan lo
psíquico, lo espiritual, lo intelectual, lo intuitivo, pues hablan simbólicamente de la
estrecha relación de ese Microcosmos que es el Hombre en función del
Macrocosmos en que se halla inserto. Un Microcosmos que también estimula en el
ritual su sensibilidad gustativa, pues nada del olfato es ajeno al gusto, y la táctil,
por la voluptuosidad del contacto húmedo de la copa de cristal, el frío de la
espada, la vara o, mejor, la punta de plata que impide la condensación de la luz
astral, el roce de la túnica, el calor amigable del texto sagrado, el roce del aire

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contra nuestras manos al ejecutar los “mudras” o gestos de poder, enhebrando los
cinco sentidos físicos, los parafísicos y la percepción intuitiva en una fiesta de
sutiles sensaciones microcósmicas que abren el oído y el ojo a la trama oculta del
Macrocosmos, pues sólo se escucha el susurro del propio espíritu cuando somos
capaces de oír la caída del pétalo de una rosa entre una multitud...
Tal inserción es en sí misma un mecanismo de acción sobre ese medio, y
los elementos que hacen a su correspondencia sincrónica las llaves que regulan el
mismo. El operador, entonces, es un técnico de los planos sutiles, un sujeto que
no responde a endebles motivaciones místicas exacerbadas por los miedos
inconscientes del ser humano ante las circunstancias agresivas del medio, sino a
precisos mecanismos cósmicos usufructuables en su beneficio.

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CAPITULO II

LEYES UNIVERSALES DEL OCULTISMO

Como es lógico suponer, el Ocultismo, como ciencia primigenia, debe


apoyar su metodología en la operatoria de leyes o principios comprobables
(unánimamente por sus dos vías de conocimiento: el raciocinio y la iluminación) y
de carácter axiomático para toda su fenomenología. Y si a estas leyes no las
conociéramos, válido sería todo esfuerzo conducente a descubrirlas, ya que
ninguna catedral del pensamiento, humano o divino, puede levantarse sin los
pilares basales en que consisten tales fundamentos.
Afortunadamente, esas Leyes o Principios Fundamentales existen, y son
siete –lo que, esotéricamente expresado, no podía ser de otra manera, por aquello
d4e la sacralidad de este número- con la particularidad que debe observarse su
accionar sobre el Todo físico o espiritual que nos interpenetra; en efecto, en tanto
una ley física regula, de alguna manera, el comportamiento físico y energético,
mecánico o vibratorio del Cosmos, una ley ocultista debe por fuerza ser más
abarcativa, pues en tanto lo físico es apenas una de las facetas del Universo, una
ley del calibre de las que vamos a tratar debe aplicarse en todo lo físico, sí, pero
también en todo lo psíquico, todo lo astral, todo lo espiritual, en suma, el Todo.
Veamos, entonces, de qué se tratan.

Ley del Mentalismo

Primera y fundamental. Se enuncia diciendo: “En el Todo, Todo es mental”.


Pero no en el sentido de un subjetivismo kantiano dieciochesco, donde se
sostenga que lo único “real”, objetivo, soy yo y que todo lo que me rodea es sólo
producto de mi percepción y mi mente, seguramente subjetivo y posiblemente
irreal. No. El mentalismo ocultista sostiene que todo lo que existe en el Universo
es expresión cada vez más grosera, más material, más densa, de un Primer
Principio extremadamente sutil y elevado, que podemos llamar Dios, Consciencia
Cósmica, Brama, inmanente en el Cosmos, y que se manifiesta en la naturaleza
en distintos planos de vibración cada vez más densa, ora como psiquis, ora como
espíritu, ora como materia. Vale decir que las cosas del Cosmos no son de
naturaleza distinta entre sí, sino que esa Esencia Universal adopta en ocasiones la
característica de la energía, en otra circunstancia la de la materia, en una tercera
la del pensamiento.
Para que esto sea más entendible, imaginemos un río. Un río que nace en
una cascada, donde el agua fluye rápidamente y es cristalina, desplazándose
luego por la llanura formando meandros, donde aquella se torna lenta y turbia para
morir en un pantano, donde el agua está quieta y oscura. A primer golpe de vista,
ustedes pueden dividir el río en tres partes bien diferenciadas: aquí el agua es
cristalina, más allá turbia, finalmente negra. Pero, ¿ustedes podrían decir dónde
termina un tipo de agua y comienza la otra?. No, porque en un punto cualquiera el

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agua es más rápida y transparente que unos metros río abajo, pero todavía más
lenta y turbia que otro tanto río arriba... y así en progresión infinita. Es decir, la
única diferencia es de grado, de densidad, pero no de naturaleza, y en un análisis
pormenorizado todos los “sectores” del río son indistinguibles entre sí.
Lo mismo ocurre en el Cosmos. Todo es una sola cosa. Y, sugestivamente,
la ciencia moderna viene a demostrar que las antiguas afirmaciones esotéricas
eran ciertas. De Einstein para aquí, sabemos que materia y energía no son dos
cosas distintas sino esencialmente los mismos elementos comunes manifestados
de distinta forma. Tengo un pedazo de carbón y sé que es materia. Lo caliento y
emite calor, es decir, energía. El calor no surge de la nada, ya que se genera a
partir de los elementos constituitivos del carbón. Un poco de calor inicial (el
fósforo) excita y libera los átomos que coherentemente estructurados formaban la
materia y, a partir de esa excitación inicial, aquellos, cumpliendo la ley de entropía,
se disipan en forma de calor. Materia y energía, energía y materia son sólo dos
caras de la misma moneda, son sólo una. Un trozo de uranio con un peso atómico
238 chocando con otro de peso 235, genera fisión atómica. Una explosión.
Energía.
Trescientos años atrás, los científicos creían que el Universo estaba
poblado por distintos tipos de energías y de fuerzas. Que el calor nada tenía que
ver con el magnetismo, ni éste con la electricidad, ni aquellos con la gravedad.
Pero en el siglo XIX un físico inglés, Maxwell, descubrió que electricidad y
magnetismo no son dos cosas distintas sino dos aspectos particulares de un
mismo principio que él llamó electromagnetismo. Y esta reducción y unificación de
fuerzas continuó al punto que con el advenimiento de este siglo los físicos
sostenían que sólo cuatro eran las fuerzas que interactuaban en el Cosmos: el
electromagnetismo, la gravedad, la interacción nuclear débil y la interacción
nuclear fuerte (estas dos últimas responsables de las relaciones atómicas entre
sí). Pero aparece nuevamente Einstein –cuándo no- y enuncia la teoría del campo
unificado, tan maltratada por los escritores de ciencia ficción y tan poco
comprendida por el público. Einstein teoriza que gravedad y electromagnetismo
no son dos fuerzas distintas, sino dos manifestaciones específicas y particulares
de un principio vinculado a la deformación geométrica del espacio, que a veces se
presenta como electromagnetismo y a veces como gravedad. Es decir, unifica (de
allí el término) en una sola teoría de campo ambas fuerzas, con lo que las
universales quedan reducidas a tres. Hasta que en 1985 un astrofísico inglés
llamado Paul Davies afirma que aún estas tres fuerzas son sólo aspectos de una
única universal, que él denomina Superfuerza.
Finalmente, las investigaciones parapsicológicas contemporáneas han
demostrado que la mente es energía, en el sentido de fuerza. Actúa sobre la
materia física (telekinesis), altera, como veremos más adelante, la emulsión
química de una película fotográfica en condiciones ideales experimentales
(“psicofotografía” o “escotofotografía”). Así que por simple carácter transitivo
concluímos que, si todas las energías son sólo una (incluso el pensamiento), si
todas las fuerzas son sólo una, y si materia y energía son la misma cosa
(recordemos que la materia es energía organizada y la energía, materia
desorganizada) ... ¿qué diferencia, qué distancia hay de la sutileza de la psiquis a

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la densidad de la materia sino únicamente diferencias de grado, de
condensación?.
Para que esto sea más entendible, imaginemos una gigantesca olla repleta
de polenta mal preparada. En algunos lugares, está grumosa; en otros, líquida.
Más allá, tendrá una consistencia media. A golpe de vista, puede decirse que allá
la materia es grumosa (sólida), aquí muy líquida y acullá intermedia, pero en
definitiva todo es polenta. Así ocurre en el Universo.
En otro sentido, esto expresaban los antiguos ocultistas cuando enseñaban
que el Cosmos se dividía en siete planos de distinta densidad, en donde las
entidades –como el ser humano- vibran en algunos de esos planos, y ciertas
energías inteligentes (los “haiöth-hakodesch”) en otros, tan reales y tangibles para
sí mismos como nosotros los somos para nuestros congéneresw. Estos planos
son, de mayor densidad a mayor sutilidad, “material”, “mental inferior”, “mental
superior”, “astral”, “etéreo”, “búddhico” y “átmico”. Dios tiene consciencia átmica, y
sus manifestaciones se desprenden “hacia abajo”, hacia la materialidad. El
hombre existe en los planos material, mental inferior, mental superior, astral y
etéreo. El animal, en el material, mental inferior, astral y etéreo. Los entes a los
que ludiéramos, en el astral y mental superior, o astral y mental inferior (las larvas
astrales que estudiáramos en un viejo trabajo sobre “Autodefensa Psíquica”), los
hombres y mujeres elevados, además de los planos mencionados, en el búddhico,
etcétera.
Esta categorización de la Naturaleza es asimismo afín con el principio
khabbalístico de los sephirot. Un “sephira” (“sephirot” es plural), es una de las
maneras que tiene Dios de manifestarse en la naturaleza (una “emanación”) y los
diez niveles de manifestación (“Kether” o Espíritu, “Binah” o Sabiduría, “Chokmah”
o Belleza, “Pechod” o Inteligencia, “Chesed”o Bondad, “Tipheret” o Equilibrio,
“Hod” o Justicia, “Nitzach” o Valor, “Yesod” o Reflexión y “Malkuth” o Materia)
señalan las diez virtudes que debe alcanzar el hombre si quiere entrar en
comunión (común unión) con Dios, mediante uno de los treinta y dos “senderos”
que comunican estos diez frutos del Arbol de la Vida, o Arbol de la Sabiduría,
como también lo llamaban los esoteristas hebreos. Dios aparece como lo
Supremo, Omnisciente, Omnipresente y Omnisapiente, llamado Ain Soph Aur (“La
Corona Aurea”) y sus emanaciones van descendiendo hasta irradiar Malkuth,
caracterización de lo material.
Por supuesto, un lector escéptico –si ha sobrevivido a la lectura de estas
páginas hasta aquí- puede argumentar que esta disquisición, si se quiere
filosóficamente aceptable, peca por un defecto: la indemostrabilidad de ciertos
principios que aquí damos como ciertos, por ejemplo, la existencia del llamado
“mundo astral”. En efecto, ¿qué evidencia podemos aducir nosotros, los ocultistas,
de que lo “astral” existe?. ¿Qué hablar de “cuerpos astrales” o sucedáneos es
más que un gratuito ejercicio de la imaginación?. Puedo aportar seguramente
referencias de índole vivencial, místicas o paranormales pero, para un observador
exterior al tema y objetivo, ¿cómo le demostraremos científicamente –una vez
más- la existencia de lo astral?.
Es más fácil de lo que parece.
En 1988, astrofísicos norteamericanos descubrieron un fenómeno cósmico
extrañísimo: estudiando la rotación de los cuerpos de nuestra galaxia (ese

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conglomerado de estrellas, espeso en el centro y raleado en la periferia, en uno de
cuyos barrios suburbanos se encuentra nuestro Sistema Solar y que sabemos rota
a gran velocidad en conjunto alrededor de su centro), observaron que los sistemas
ubicados casi en el centro de aquella demoran el mismo tiempo en completar una
rotación que los ubicados cerca de la periferia, es decir, los que están más
alejados. ¿Qué tiene esto de extraño?. Mucho. Por ejemplo, si ustedes, en una
palangana llena de agua, arrojan un puñado de papelitos y luego con un dedo
comienzan a hacer girar a gran velocidad el agua, van a observar que los
papelitos próximos al centro se desplazan más rápidamente que los más alejados,
pues al ser independientes unos de otros, sus velocidades varían por el mayor o
menor tiempo que emplean para recorrer su trayecto circular. Es el caso de los
planetas de nuestro sistema solar, donde la Tierra, por ejemplo, tarda un año en
completar una órbita alrededor del Sol, mientras que Plutón, el más alejado,
demora 288 años de los nuestros. Para que la periferia de un círculo o disco –que
eso es la Galaxia- rote a la misma velocidad que su centro, se necesitaría que
todo el conjunto fuese sólido; es lo que pasa con un disco compacto en un centro
musical, donde el borde gira a la misma velocidad que el centro pues es una masa
homogénea, compacta. El fenómeno deducido por los astrofísicos requeriría que
todos los cuerpos de la galaxia se encontraran “pegados” entre sí por algún tipo de
lazo material para que la velocidad de rotación nos acelere a algunos y la inercia
retrase a otros. Pero los instrumentos científicos no detectan ningún tipo de
materia, que necesariamente debe existir como aglutinante. Entonces, los
astrónomos han creado la expresión “materia oscura” para definirla (pues es
“oscura”, es decir, invisible a nuestros más sensibles aparatos) y referirse así a
ese pegamento cósmico. Y yo pregunto: ¿qué diferencia hay, conceptualmente,
entre esta “materia oscura”, una clase de materia que no es materia, que no se
comporta como la misma, que forzosamente debe existir aunque no la
detectemos, y la “materia astral” (excepto el cambio de nombres), si lo “astral” es,
precisamente, una forma de la materia distinta a las cuatro que conocemos
(sólido, líquido, gaseoso y plasma), e indetectable físicamente pero que ejerce sus
efectos sensibles sobre el mundo material que vemos y sentimos?.

Ley de Correspondencia

Tres mil doscientos años antes de Cristo, según cuentan los antiguos
relatos egipcios, finalizó el reinado de dioses y semidioses sobre la Tierra. En el
valle del Alto Nilo un rey de pastores, Menes, ascendió en ese entonces al
faraonato con el título de Menes I, El Tinita (por ser oriundo de la ciudad de
Thinis).
Menes desarrolló, en su prolongado reinado, una vasta tarea de conquista y
culturalización para sacar a su pueblo de la condición pastoril y agrícola que hasta
entonces la caracterizaba. Hizo contratar especialistas en las más variadas
disciplinas provenientes de los más alejados puntos del mundo conocido y, muy
especialmente, agregó a su corte a un sabio caldeo, arquitecto, médico,
astrónomo y –lógicamente para ese entonces- mago, conocido como Toth. Hasta
avanzada su ancianidad, Toth se dedicó a volcar sus conocimientos en diversos
libros, algunos perdidos para siempre, otros conservados fragmentariamente como

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el llamado “Libro de Toth”, compendio de Teurgia o Alta Magia Blanca del que sólo
sobrevivieron a la primera de las siete destrucciones de la Biblioteca de Alejandría
sus láminas ilustrativas, exactamente setenta y ocho, y que conformaron al paso
del tiempo la baraja del Tarot o, en egipcio, “tarah ha’ Toth” (de donde por
deformación proviene el vocablo “Tarot”) y la “Tábula Esmeragdina”, o “Tabla de
Esmeralda”, una sucesión de aforismos que guardaban memoria del conocimiento
filosófico de los contemporáneos de este Toth que, al morir, fue elevado a la
categoría de dios –apoteosis común en esos tiempos- e, incluso, adoptado
tardíamente por los griegos con el nombre de Hermes Trimegisto (“el tres veces
grande”). Precisamente, lo de “filosofía hermética” proviene de su nombre
helenizado.
El primer aforismo de la “Tabla de Esmeralda” expresaba el Principio de
Correspondencia, que enseguida explicaremos, con estas palabras: “Es verdad,
muy cierto y verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo, y lo que es
abajo es como lo que es arriba, para hacer el milagro de una sola gran cosa bajo
el Sol”. En otros términos, la total identificación entre lo macrocósmicamente
grande y lo microcósmicamente pequeño.
La estructura de un átomo es, microcósmicamente, como el Sistema Solar
macrocósmico que lo contiene. La parte del todo refleja el Todo. Un ser humano
es 70% agua y 30 % materia sólida y vive, casualmente, en un planeta que es 70
% agua y 30 % materia sólida. Además, su sangre tiene exactamente la misma
proporción de sal que la del agua del planeta. El iris de una persona permite
conocer el funcionamiento de todo su organismo porque, como siempre, la parte
de un Todo refleja ese Todo. Una carta natal astrológica resume en su
microcosmos, el macrocosmos de la vida y la personalidad del sujeto al que
pertenece. Las líneas de mi mano reflejan mi personalidad y mi vida también, pues
mi mano, como parte de un Todo integrado por mí y por mi devenir, refleja el
Todo. Una persona carismática y de fuerte carácter concita a su alrededor a las
personas de temperamento más débil, que imitan sus poses, su manera de ser y
tratan de vivir en función de aquél, lo que llamaríamos una conducta heliocéntrica,
donde hasta “la luz del Sol” (y recordemos que en Astrología el Sol significa la
personalidad manifestada) es “reflejada” por quienes giren a su alrededor,
actuando microcósmicamente como un sistema planetario lo hace
macrocósmicamente.
En Matemáticas es conocida una curiosidad llamada serie de Fibonacci,
planteada por el sabio homónimo, donde cada número resulta de la suma de los
dos anteriores. Tal el caso de la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 56, 90... etc.
Pues bien, una figura que se repite en la naturaleza universal es la espiral de
Fibonacci, donde cada una de las espiras (vueltas) se distancia de la anterior de
acuerdo a esa progresión numérica. Esto es tan así, que lo encontramos desde en
la espiral macrocósmica de una galaxia, hasta la microcósmica de un caracol e,
incluso, si toman ustedes un repollo colorado y lo cortan transversalmente,
comprobarán que no sólo su disposición es en espiral sino que respeta la serie de
Fibonacci.
¿Un experimento práctico?. Supongamos que en casa alguien se lastima,
se corta, pierde sangre en cualquier accidente hogareño. Tenga preparada una
bolsita con sulfato de cobre (unas piedritas color verde azuladas que, entre otros

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usos, se emplean para clorificar piscinas de natación) y rápidamente diluyan en un
vaso lleno de agua el mismo hasta el punto de saturación, es decir, cuando por
más que sigan agregando sulfato de cobre éste no se diwulve más, o, por lo
menos, cuatro o cinco cucharadas soperas colmadas. Entonces introduzcan en él
un trocito de algodón sucio de la sangre del herido, dejándolo allí. Atención: no se
trata de mojar la herida con la solución del sulfato, ya que (a) si bien observarían
efectos cicatrizantes, aquí la acción sería comúnmente química –es el principio de
las sulfamidas- y no esotérico, que es lo que tratamos de probar, y (b) el ardor
subsiguiente en la herida haría que la víctima recordara el árbol genealógico del
frustrado enfermero hasta la octava generación.
Observaremos entonces un hecho fascinante: sin ningún tipo de acción
química en contacto con la herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo
que haría cualquier compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquella,
actuando a distancia. Tan es así, que aunque se pongan centenares de kilómetros
entre el herido y su “muestra testigo” sumergida en la dilución, seguirá actuando, y
aún lo hará aunque el sujeto del experimento nada sepa del mismo o no crea en
él, lo que invalida la hipótesis de la sugestión. Personalmente, además de haberlo
empleado numerosas veces, cuento con el testimonio de un odontólogo
especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de la salud, urólogo y
cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen empleándolo con
éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la acción
(química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se
duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo (la
muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida.

Ley de Causalidad

En el Universo nada ocurre por azar, por casualidad. Cuando el ser humano
no ve lógica o razón de ser en el devenir de una serie de circunstancias, sean
éstos fenómenos físicos o problemáticas sociales o personales, atribuyendo su
aparición a algún aspecto aleatorio, sólo está reconociendo con ello su ignorancia
de principios más trascendentes y, por ello, quizás incognoscibles. En efecto, si
existe una inteligencia divina, de la cual por emanaqción de la Ley de Mentalismo
la humana es apenas una ínfima parte, aunque procedamos racionalmente (o
quizás precisamente por ello), ¿es lícito esperar que ese corpúsculo pueda
entender los designios de lo Trascendente, por más que sea parte necesaria de
él?. Yo no sería un yo completo, por ejemplo, si me fuera amputado un dedo pero,
¿no resultaría ridículo esperar que mi dedo, por sí mismo (o las células que lo
forman) pueda comprender qué soy yo, para qué y por qué lo uso para un
determinado fin o las razones que me llevan a amputarlo?. O como dijera el poeta:
“La casualidad es el pseudónimo de Dios cuando quiere permanecer
anónimo”. Todo efecto, entonces, tiene su causa aunque ésta, hoy por hoy, nos
sea incomprensible. Esto explica el estudio, en Parapsicología y Astrología, de lo
que se denomina SPA, o Signos Precursores de Acontecimientos, el modo de
“leer” los avatares de la vida para entender su postrer significado

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Ley de Vibración

En el Universo todo esta vibrando, es decir, en permanente movimiento.


Décadas atrás aún se discutía esta proposición. Se decía que un florero, por
ejemplo, independientemente del movimiento relativo que le cabe por estar sobre
un planeta que rota sobre sí mismo y se traslada en el espacio estaría, en
términos absolutos, inmóvil. Hoy sabemos que sus átomos y moléculas, empero,
están oscilando y no existiendo, en consecuencia, tal inmovilismo.
Esa esencia universal de la que habláramos en la Ley del Mentalismo,
entonces, consiste en la sucesión de vibraciones de distinto grado, afines o
inarmónicas entre sí, lo que establecería correspondencias de afinidad (“amor”) o
rechazo (“odio” o “negatividad”) en las inteligencias portadoras. Más aún, un
aspecto secundario de esta ley, que podríamos denominar “de ciclicidad” dice que
todo se mueve circularmente en el Universo, y cíclicamente. Lo que hoy está en la
cresta de la ola, mañana estará en la depresión de la misma. Todo retorna al lugar
de origen (y, precisamente por eso, nuestro destino ineluctable es regresar al
Todo). Los electrones orbitan, los planetas giran en órbitas elípticas y las energías
y fuerzas operatorias desencadenadas en los rituales ocultistas vuelven al punto
de partida (de allí la expresión “efecto boomerang” usada en Esoterismo para
definir la consecuencia moral de nuestras acciones).
A propósito, ha proliferado en los últimos años la creencia, en ciertos
ambientes herméticos, de que existirían ciertas técnicas de “efecto campana” para
protegerse del efecto “boomerang”. Esto, que justificaría los deseos de quienes no
quieren preocuparse por las consecuencias de ciertas acciones propias, ocultistas
o no pero en todo caso ciertamente negativas o amorales, es a todas luces banal.
Ya que siendo estas leyes universales, lo que es lo mismo que decir inspiradas
por Dios, ¿acaso algún mortal puede ser tan pedante de suponer que cualquier
técnica por él empleada puede operar por encima de los designios divinos?.
La Ley de Vibración en general y el Principio de Ciclicidad en particular
justifican la presunción de lo que se conoce como “karma”, en sus dos
aceptaciones: el “universal” (que se sucede de encarnación en encarnación) y el
“mundano” (que acusa, dentro del término de nuestra propia vida, las
consecuencias ulteriores de nuestras acciones anteriores).

Ley de Serialidad

Todos los eventos universales tienden a agruparse de acuerdo a su idéntica


naturaleza. La gente, por ejemplo, espontáneamente tiende a aglutinarse según
idiosincrasias comunes y... ¿acaso ustedes no advirtieron que cuando algo en sus
vidas cotidianas les sale bien, parece tener una “seguidilla” de aciertos y, por el
contrario, después de un contratiempo parecen aglutinarse, a veces por varios
días, novedades igualmente contrariantes?. Dicho de otra manera, los eventos
favorables se agrupan en conjuntos favorables, y viceversa.
Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de
disciplinas como el Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia
los conjuntos favorables o bien alejarlo de los desfavorables.

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Ley de Polaridad

Todo existe en pares complementarios. Al frío se opone el calor, al arriba el


abajo, a la luz la oscuridad, al bien, el mal. Pero ambos se necesitan mutuamente;
si no existiera la sombra, la luz nos sería irreconocible como tal. Si no existiera el
Mal, no habría nada meritorio en hacer el Bien. Si alguna vez no fuéramos
infelices, ¿cómo sabríamos cuándo somos felices?. Es lo que expresa el símbolo
del “pakua” chino, quizás más, y erróneamente, conocido con el nombre de “yin y
yang”, ese círculo divido por una sinusoide, blanco de un lado y negro del otro y
con sendos pequeños círculos de iguales colores pero invertidos en cada mitad.
Fíjense ustedes, asimismo, el profundo conocimiento psicológico encerrado en
esta figura, que aquí ilustramos para mayor comprensión de lo que vamos a
explicar.
Según observara el gran psicólogo suizo Carl Gustav Jung, todo ser
humano masculino, para realizarse y ser completo como tal, debe tener algunas
leves características de las que habitualmente se atribuyen a la feminidad en su
personalidad: ternura, compasión, etc., que conforman lo que Jung denominó el
“ánima” del varón. Y lo contrario caracteriza a la mujer realizada, que a través de
su “ánimus” expresa coraje, agresividad, etc. U hombre o una mujer sólo
dominados por lo inherente a su sexo serían algo así como extremistas psicóticos,
él un “duro” a lo Bogart sobreactuando y ella una pasiva histérica. Es decir, lo
“yang” masculino necesita algo de “yin” femenino para ser perfecto (precisamente
ese circulito en la ilustración que se llama “joven yin”) y el “yin” femenino, necesita
algo de “yang” masculino para lo mismo (inherente simbólicamente en el “joven
yang”). Síntesis estética, por otra parte, que exhibe este símbolo varias veces
milenario. Entonces, polaridades opuestas, pero complementarias.

Ley de Sincrocinidad

Todo existe en pares, dijimos. Y cada evento, sea material, psíquico,


espiritual, tiene su contrapartida. Es el caso de las partículas elementales, según
apunta la física cuántica, que una vez estuvieron en contacto y a partir de lo cual
mantienen una extraña “ligazón” por sobre el tiempo y el espacio. Jung llamó a
esto “sincronicidad” y el físico Wolfang Pauli las llamó “coincidencias
significativas”. Un acto telepático sería entonces una sincronicidad eventual
simbólica entre dos o más psiquis. Un evento telekinético, por su parte, es un ente
psicoide entre la imagen mental de un movimiento y el fenómeno mecánico que se
efectiviza en un marco material. Los antiguos filósofos medioevales decían que no
cae una aguja en el mundo de los hombres sin que tiemble una estrella, y los
sacerdotes aztecas hablaban de que cada hombre tiene su “náhual”, una
contraparte animal o vegetal, de manera tal que lo que le pase a uno le sucederá
al otro. Muere un animal en el bosque y un hombre rueda víctima de un síncope.
Se descompone una mujer, y un árbol cae vencido a los pies del leñador. El
universo en que vivimos (otra vez: uni-verso) es una armonía de espíritus, una
sinfonía etérea donde cada nota por sí sola parece carecer de valor, pero todas se
necesitan –ensambladas entre sí mediante alguna Inteligencia- para que resuene
la música.

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Los propios sucesos que acompañaron la muerte de Jung son quizás la
manifestación poéticamente más contundente de la propia Naturaleza para
demostrar a los hombres la realidad inapelable de esta ley.
En los años postreros de su vida, el genial psicólogo se había retirado a su
mansión solariega de Klüsnacht, donde de joven había plantado un roble a cuya
atención dedicara tiempo preferencial. Bajo ese árbol se retiraba a meditar,
fumando su pipa, o a repasar originales de sus últimas obras. Era, a todas luces,
el “roble de Carl”. Ahora bien, en el preciso momento en que este gran hombre
fallece de un ataque cardíaco, el 15 de junio de 1961 a las tres de la tarde, un rayo
se desprende del tormentoso cielo suizo e impacta en el roble de Jung, matándolo.
El rayo podría haber caído a cien kilómetros de distancia o en cualquier otro árbol,
media hora antes o dos días después. Pero tuvo que ser en ese árbol en ese
momento como para señalar con este acto teatral que, después de todo, Jung
tenía razón y su enunciación de la Ley de Sincronicidad era un hecho.

Axiomas Secundarios

Principio del Amor: El amor es la atracción de dos o más seres para unificarse,
ley de armonía y por lo tanto de creación y conservación de la vida, es tanto como
decir reconocimiento de la Unidad en todo. En los astros se manifiesta en forma
de fuerza centrípeta, ya que todos los planetas se subordinan en unidad de su
sistema planetario. En los minerales y cuerpos químicos se presenta como
afinidad: en los animales como instintos, atracción sexual; en los vegetales como
tropismos; en el hombre y la mujer como cariño y simpatía y en grados más
elevados como verdadero amor espiritual, ya en forma de idealismo o de sacrificio.

Principio de Finalidad: La evolución tiene un sentido finalista, es decir, la


consecución de un objetivo de índole trascendental y metafísica.

Principio de Jerarquía: Todo ser o cosa está subordinado a todo aquello que es
superior en grado evolutivo y tiene poder sobre todo aquello que le es inferior en la
escala de la evolución. En el plano meramente humano de la biología social se
falta frecuentemente a esta ley (y así nos va) dándose el caso de que en las
sociedades humanas no rige en la escala evolutiva el verdaderamente superior (el
más virtuoso, el más sabio) sino el que tiene más soluciones materiales, más
astucia, más influencia o más fuerza. Esto desarmoniza la colectividad y degrada
a los hombres verdaderamente dignos. Los hombres son iguales en esencia, poco
iguales en potencia y totalmente desiguales en presencia.
Es cierto que de esta ley puede inferirse que el Ocultismo es un sistema de
pensamiento elitista, casi aristocrático, y se estaría en lo correcto (después de
todo, “aristocracia” no es el gobierno de los nobles sino, etimológicamente, “el
gobierno de los mejores”). Pero lo que no comprenden quizás muchos que se
vuelcan a estos temas, es que la superioridad del Ocultismo no significa más
derechos sobre los demás (te menosprecio porque tengo el secreto, me debés
obediencia, yo sé que es lo que te conviene, etc.) sino, en realidad, más
obligaciones para con los demás. Porque si el conocimiento es poder, también es
responsabilidad, y mientras somos ignorantes de estas leyes podemos ser dignos

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de compasión por nuestras desgracias, mas a partir de nuestra “iniciación”,
seremos los únicos responsables de los problemas que enfrentamos si no somos
capaces de solucionarlos y, aún, trabajar para solucionar la ignorancia –no el
problema en sí- de los demás. “Al que tiene hambre, no le des pescado, sino...”.

Principio de Armonía: La existencia de todos los seres exige una adecuada


relación entre las partes y el todo, que se manifiesta por el máximo de libertad y
rendimiento en la función de cada parte, juntamente con el máximo de ayuda
mutua a favor del todo. Por lo que podríamos enunciar que la armonía, enfocada
desde el punto de vista esotérico, es la capacidad de cada una de las partes de un
conjunto de expresar su propia naturaleza de manera proporcional al grado de
correspondencia con las otras partes antes del límite crítico del conjunto.

Principio de Adaptación: Todos los seres adaptan sus vidas al medio que los
rodea para defenderse y para aprovecharlo en su beneficio. La Ley de Adaptación
es recíproca: el medio ambiente es modificado por los seres vivos a quienes
corresponde la iniciativa del cambio. El ser modifica al medio por su actividad
voluntaria, aunque sin dejar de adaptarse a él para no perecer. Los perezosos y
escépticos deberían meditar sobre este principio, ya que siempre están a la
espera de circunstancias propicias para actuar, sin pensar en que las
circunstancias deben crearlas ellos mismos.

Principio de Selección: En la lucha que para adaptarse al medio mantienen los


seres, prevalecen los más sanos, más fuertes, más inteligentes o más buenos.

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CAPITULO III

LOS SERES ESPIRITUALES

“Durante la Edad Media se quemaba vivos a los magos; hoy, se les


cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado
mártires”.

Estas soberbias palabras escritas por Pierre Piobb en los primeros años del
siglo XX sirven magníficamente de introducción a estos párrafos, referencias
filosóficas para los interesados en el Ocultismo con el fin de brindarles, entre otras
posibilidades, confianza en sus investigaciones y argumentos válidos para
justificar ante los escépticos sus inclinaciones hacia estas disciplinas, ello, en el
supuesto de que algún buen estudiante de la Filosofía Hermética realmente crea
de alguna importancia andar por la vida justificándose ante los demás. Dejaremos
para otra oportunidad analizar con más extensión esa actitud tan ingenua, pero
naturalmente humana, de creer que sólo la aceptación colectiva o el supuesto
criterio de autoridad de terceros dignifican una creencia individual, más allá del
propio autoconvencimiento que podamos tener sobre nuestros intereses, para
volcar ahora nuestra atención en esbozar ciertas metodologías lógicas que
apoyan, en la teoría, la efectividad que, en la práctica, ponen de manifiesto las
técnicas ocultistas.
La ciencia moderna, en su horror hacia lo sobrenatural –horror legítimo que
parece, en último término, haber sido en todo momento la característica de la
ciencia verdadera que busca explicar lo desconocido en términos de lo conocido-
rechaza implacablemente toda tentativa que le parezca realizada siguiendo
principios ignorados por sus dogmas establecidos. De esta forma rechaza el
milagro, lo mismo que todo hecho que proceda del dominio religioso.
La religión, por su parte, tiene horror a la ciencia; tiene miedo que la ciencia
divulgadora se dedique a investigar sus prácticas y no entrevea allí más que un
vasto dominio de hechos naturales y patentes que, reducidos a su justa
proporción, harían inútil toda actitud maravillosa y maravillada; tiene miedo, en una
palabra, que el sabio sustituya al sacerdote. Y, como consecuencia, rechaza todo
“milagro” que no se realice, también, siguiendo los principios consagrados por sus
dogmas establecidos. Así, cualquiera que efectúe con éxito una experiencia que
se manifieste fuera de las leyes científicamente aprobadas o de la liturgia
aceptada, se ve indudablemente tratado como escapado del manicomio por la
ciencia y de habitante potencial del infierno por la religión. Y cada partido posee el
mismo término para designar a este demente o este condenado, diciendo: “Es un
brujo”.
De manera que el “brujo” es, simplemente, un investigador que trata de
hacer penetrar lo sobrenatural en el terreno de lo natural, y la Magia, como

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expresión técnica del Ocultismo teórico, no es, después de todo, según la
afortunada expresión de Karl du Prel, más que “una ciencia natural desconocida”.
Pero hay que distinguir la ciencia del charlatanismo, la religión de la
superstición. La charlatanería es lo inconsistente que trata de imponerse
usurpando los procedimientos de la ciencia fría y positiva. La superstición, palabra
que procede, como ha destacado muy justamente Eliphas Levi, de un verbo latino,
“superstite”, que significa “sobrevivir”, es el signo que sobrevive al pensamiento,
es el cadáver de una práctica religiosa.
En la baja magia, goecia o brujería hay, al mismo tiempo, lo uno y lo otro.
Es una superstición, en el sentido que forma un resumen de prácticas que en su
tiempo fueron razonables y es, simultáneamente, una charlatanería, porque estas
prácticas han sido deformadas, en apariencia a placer, por personas que sólo
buscaban ilusionar a sus semejantes. De forma tal que la baja magia no es sino
una ridícula caricatura de la ciencia suprema de los magos de la antigüedad y que
merece todo el desprecio que los siglos le han testimoniado, denominándola,
alternativamente, brujería, hechicería o magia negra.
La Alta Magia, o Teurgia, en cambio, tiene derecho a la atención de las
personas más serias, de los espíritus más luminosos. Aparece como una ciencia
bastante incompleta, no porque así lo sea, sino porque sus secretos han estado
hasta ahora velados por el misterio de los símbolos, y resulta muy difícil
comprender sus leyes. Sin embargo, presenta tan poderoso interés que un filósofo
como Max Müller no ha dudado en reconocerlo: “Se limitará a comprobar –escribe-
que todo encantamiento mágico, por absurdo que pueda parecernos hoy en día,
ha debido tener primitivamente su razón de ser, y cuyo descubrimiento es el punto
culminante de nuestras investigaciones”. La Alta Magia descansa sobre el
principio de que existen en la naturaleza fuerzas ocultas, a las que se les da el
nombre de “fluidos”, y son operables mediante la intervención de ciertas
“inteligencias”. De allí que se formula una primera ley mágica, que dice: “ninguna
operación puede efectuarse sin que intervenga una inteligencia”.
Pero la palabra inteligencia (por traducción del latín intellectus y no
intelligentia) se aplica lo mismo a un ser humano que a una colectividad humana,
a una personificación de energías o a un colectivo fluídico. Entre esas
inteligencias, el Ocultismo considera a los ángeles, egrégoros, etc., estos últimos,
parásitos psíquicos creados a expensas de la concentración colectiva de un
grupo de personas. Por supuesto, debe entenderse que la palabra “ángel” no
significa, para el Ocultismo, necesariamente lo mismo que, por ejemplo, para los
católicos. O mejor deberíamos decir que los sacerdotes católicos han cuidado muy
bien de ocultar a sus fieles este aspecto esotérico de su religión que se refiere,
precisamente, a la manipulación que puede hacerse de tales “energías
inteligentes”.
No era en el pasado, ciertamente, sencilla tarea traducir al griego lo que los
hebreos entendían por haiöth-haködesch, que fue traducido como aggeloi que
significa mensajero, siendo la hebrea una expresión que ordinariamente traducida
significaba “animales superiores en santidad” (“Animales” en el sentido de “no
humano”, y en latín animalia sanctitatis) que quiere decir “entidades existentes y
dotadas de fuerza vital a las que, en razón de su estado superior, se les atribuye
un carácter sagrado”. Es interesante señalar que los “aggeloi” conformaban, como

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toda energía que, aún siendo inteligente, debe ceñirse estrictamente a ciertas
leyes, sólo uno de los extremos de una polaqridad complementada, en el sentido
pasivo, receptor, terrestre (es decir, material) por el “daimon” particular de cada
individuo, una entidad acompañante, independiente psíquicamente pero
comprometida en su determinismo con el del humano con quien camina. Esa idea
de “oposición complementaria” y de “polaridades opuestas” fue la que provocó una
de las confusiones más trágicas en la historia espiritual de la humanidad, pues
llevó a pensar a los primitivos padres de la Iglesia (devotos y piadosos, sí, pero
poco preparados intelectualmente) que el “daimon” se oponía al “aggeloi”, en el
sentido común de ese término, con su carga de “conflicto”. Y si el “aggeloi” era el
mensajero de Dios, el “daimon” sólo podía serlo del demonio. Pues aggeloi se
transformó en ángel, y daimon en demonio. Si los autores cristianos hubieran
profundizado aún más filosóficamente en el asunto –o no hubieran respondido a
oscuros intereses- habrían advertido la semejanza con el ya por entonces varias
veces milenario principio oriental del yin y el yang, donde todo lo Yin (pasivo,
receptivo, centrípeto) se opone y complementa al Yang (activo, masculino,
oblativo, centrífugo) pero que todo lo que existe sólo puede resultar de la mutua
interacción de principios contrapuestos capaces de generar las fuerzas y
tensiones necesarias para reflejar en eventos lo que es. O, mejor aún, lo que
emana de Aquél Que Es. Y que sólo del punto medio de fuerzas opuestas nace la
paz y el equilibrio.
Como dato enciclopédico, obsérvese que la idea de “daimon” encuentra su
correlato en las creencias indígenas centroamericanas en el “náhual”, ya
comentadas a tenor de explicar el Principio de Sincronicidad, ya que anima en sí
las funciones complementarias, espiritualmente hablando, del hombre del cual es
sincrónicamente correspondiente. En cuanto a la palabra arcángel recordemos
que en griego significa “ángel primordial” y señala, en consecuencia, las matrices
eidéticas primarias. Y para redondear estos conceptos, recordemos también que
“diablo” proviene del verbo griego “diabaellin” que significa “lanzar”, en el sentido
de “fuerza en movimiento”. Precisamente, las energías operativas sobre las que
escribiéramos anteriormente. De allí, la nefasta aceptación de la palabra “diablo”.
Todo esto apunta a demostrar que el estudio del Ocultismo debe encararse
con audacia mental, sí, pero con la precaución de descubrir detrás del disfraz
etimológico los verdaderos y correctos sentidos de las palabras empleadas. Así,
por ejemplo, si al leer un “grimorio” (tratado de magia) tropezamos con citas o
afirmaciones que parecen hasta ridículas, debemos entender que precisamente
ésa fue la sensación que sus autores trataron de brindar para mantener a salvo
sus conocimientos de los no iniciados.

Reconocida la existencia de energías inteligentes en el universo es


interesante saber, cuando menos históricamente, en qué categorías se las
clasifica y cómo se las denomina. Deben, primero, comprenderse dos cosas:
categorizar un haiöth-haködesch (para mencionarlos con propiedad) significa
reconocer el mayor o menor nivel evolutivo del mismo, que es como decir su nivel
vibratorio, de donde emana su capacidad y autoridad natural. Darle un nombre, en
cambio, significa conocer la vibración sincrónica y etérea que lo evoca, lo concita,
lo llama. Si “Dios dijo...” y más adelante, “Padre, Verbo y Espíritu Santo...”, aquí

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surge que nombrar algo significa pronunciar un sonido cuya vibración es afín a lo
nomenclado. Por supuesto, al elegirse los nombres de los seres humanos se
desconoce esta razón esotérica pero, de alguna manera, sus nombres son más o
menos consonantes –quizás por predestinación kármica- con sus naturalezas
vibratorias (o, deberíamos decir, la vibración del nombre modela de determinada
forma a la persona), lo que explicaría en parte la buena fortuna de algunos, en
cuanto a que la mención que de los mismos hacen los demás movilizan energías
cuyos efectos finales recibe el propietario del nombre favorablemente. Por Ley de
Vibración, el nombre es energía, y por Ley de Sincronicidad, invocar una energía
es concitarla en nosotros. Que algo nos salga bien, a veces contra viento y marea,
no se debe a la “buena suerte” sino, por Ley de Causalidad, a aquello que en
nuestro ritual, aunque sea ceremonial o simplemente ideal, mental, pero siempre
por Ley del Mentalismo, hemos atraído, con sus consecuencias a largo plazo que
debemos aprender a observar espiritualmente pues, por Ley de Polaridad, implica
también que louego de esos eventos beneficiosos pueden aguardar momentos
duros, completando así la Ley de Serialidad, todo lo cual quedará impreso en
nuestro karma que, por Ley de Correspondencia, se modela según los eventos
cotidianos de nuestra vida. Así se conocen en orden descendente a los seraphim
(“serafines”), cherubim (“querubines”), aralim (“tronos”), haschmalim
(“dominaciones”), tharschisim (“potencias”), malakim (“virtudes”), clobim
(“principados”), beni-elohim (“arcángeles”), aischim (“ángeles”). La palabra latina
“virtus” significa exactamente “fuerza moral” (en oposición a “fuerza material”);
evoca una idea de influencia y efecto (en castellano empleamos la expresión “en
virtud de” para decir “en razón de”) con lo cual referimos, otra vez, a una
“inteligencia”. Un mensajero siempre es sólo instrumento de un príncipe (y la
palabra “príncipe” tenía cierto valor espiritual muchos siglos antes que se usara
políticamente; de hecho, se “copió” una expresión de significancia entre los
sacerdotes para sugerir un poder superior en manos de autoridades terrenales)
pero el poder material del principado siempre estará subordinado a la inteligencia
(virtud) con que se lo emplea pues, de lo contrario, sólo se es dictador, y el dueño
del poder termina siendo esclavo de su propia violencia. Empero, sólo la potencia
del ideal supera a la inteligencia, y las condiciones previas, aglutinadas, dan la
verdadera dominación que permite alcanzar al trono, siendo todo trono un
emplazamiento de autoridad máxima, sólo supeditada a Dios, quien se expresa a
través de sus canales comunicantes directos (por eso se dibujaba ingenuamente a
querubines y serafines provistos de trompetas que anuncian la “gloria de Dios”).

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CAPITULO IV

MEMORIA : EL ARCHIVO DEL UNIVERSO

En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada “bit”.


Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro
letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D=
11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por
ejemplo, la letra T correspondería al 10101.
De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el
universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella
pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería
fácil, por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la
imagen de nuestro retrato. No tendríamos más que hacer sino ampliarlo a gran
tamaño, cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que
jugábamos a la “batalla naval” en nuestros años escolares, definir cuadrito por
cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras para
cada punto fotográfico que nos llevaría varias horas... y una abultada cuenta en la
factura telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es
exactamente lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes por segundo.
Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de
domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a
través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (cien mil millones de bits, pues 10 a
la 11 es igual a 1 seguido de 11 ceros) que podrán ser almacenados en su
cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las apalbras
pronunciadas. Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000
volúmenes.
Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de
nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos.
El aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se
mezclan con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que
experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en
unidades bits.
Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos
recibe 10 a la 10 (diez mil millones) bits. Eso implicaría que durante toda la vida de
un hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información recibida,
si sumamos los millones de escenas vistas, olor4es y sabores percibidos, ruidos y
palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la 19 bits (diez
trillones).
Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida
red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios miles
de esas células llamadas “neuronas”. Se ha calculado que el total de conexiones
(cada una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aún en el
impreciso caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa

23
que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría tentado
a decir que la teoría “pantomnésica”, según la cual retenemos en nuestro
inconsciente todas las percepciones de nuestra vida, carecería de fundamento ya
que no habría suficientes “receptáculos cerebrales”. Sin embargo, esa teoría es
una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el análisis transaccional, así
como muchos otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí
conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?.
Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la
intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas
corticales donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria. Si
un tumor o una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar “ciegos”
para siempre. Una destrucción del “área de Brocca” en el lóbulo frontal nos impide
hablar. Esos accidentes traumáticos o patológicos nos permiten trazar una especie
de mapa cerebral, constatando la función específica de cada zona encefálica.
Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles de puntos corticales o
nucleares sin que se afecte la facultad de recordar. Esto, sumado a lo señalado
líneas arriba con respecto a la “capacidad de almacenaje” del cerebro, sólo puede
decir una cosa: la memoria está en otro lado.

La mente cósmica

Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro “El Cerebro y la mente”,


refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es la
capacidad de recordar algo (en el sentido de “retenerlo” en la mente) sino, por el
contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo precisemos.
Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación cualquiera
estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una “laguna” (solemos ponerlo de
manifiesto con la típica frase “lo tengo en la punta de la lengua”) suele ocurrir que
por más esfuerzo que hagamos no podramos traer el dato a la consciencia. Pero
más tarde, a veces días después, surge el recuerdo “perdido”. Si la “mala
memoria” fuese olvidar algo, en el sentido de “irse de la mente”, no podría
“regresar” espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en
consecuencia, la mala memoria no pasa por “olvidar” sino por la incapacidad de
“recuperar” lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas
posibilidades para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que
guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por ejemplo,
digo que nací un 29 de abril, sé que esta información no ocupa permanentemente
lugar en mi mente consciente; no ando por la vida repitiendo constantemente “yo
nací un 29 de abril”. Eso se encuentra momentáneamente “olvidado” –es decir,
desplazado de la consciencia- hasta que algún detonante (como la pregunta
“¿cuándo es tu cumpleaños?”) me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo “memoria”
a la función de retirar de la mente consciente algo hasta el momento en que lo
necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde va?. Evidentemente, no a ningún
lugar particular del cerebro.
Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos
llamaban “registros akhásicos”, algo así como un gran banco de datos de todo lo
que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que “conecta” la mente inconsciente

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del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres: intuición,
corazonada, expansión de la consciencia. De alguna manera, esto siempre se ha
sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad
producto de su intelecto, sino que le eran dictados por una “entidad” acompañante,
una especie de guía a la que él llamaba su “daimon”. O las inspiraciones geniales
de tantos artistas o científicos. El alcance de esta suposición es realmente
alucinante, pues significa que hasta el más común de los mortales, explorando
estas posibilidades y abriendo sus canales para conectarse con esa especie de
dimensión paralela (registros akhásicos, mente cósmica o “memoria”, lo mismo da)
puede acceder a las más maravillosas obras que pueda concebir el espíritu
humano sin resignarse a una cuestión de pautas culturales, educación o
disposición congénita genética.

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CAPITULO V

¿EXISTEN LOS “HECHIZOS” Y “MALEFICIOS”?

Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más


variopinta extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su
apreciación sobre aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen
reaccionar comúnmente cuando, en cualquier conferencia o reunión de
interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.
Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables
sinónimos con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”,
trabajo, atadura, mal... Todos términos populares que podríamos reducir en el de
“ataque psíquico”, definible como la posibilidad que, consciente (ya sea a través
de un “ritual” o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías
psíquicas, se ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas,
espirituales, emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo
de individuos.
Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de
“agresiones psíquicas”. Empero, un simple –y terrible- razonamiento nos llevará a
advertir que la cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse
científicamente.
Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la
Parapsicología la concreta existencia de dos específicos fenómenos
paranormales: la telekinesia y la telepatía.
De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos
inanimados por acción de la mente”.La telekinesia tiene, además, dos aspectos
particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como
“acción de la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea
más entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con
que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera
puede experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos
diarios de atención y afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de
un par de semanas que la primera se desarrollará algo así como un sesenta por
ciento más que la “abandonada”), y otro como hiloclastia (rotura paranormal de
objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su
represión- de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos
fenómenos son parte del “hábeas” académico respetado hoy en día.
Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis
(voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como
provoca artificialmente una multiplicación en el crecimiento de una planta, puede
provocar una multiplicación, anormal y descontrolada, en el tejido celular de un
órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de
cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda corrección denominar como
un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?.

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¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara
esa energía “hiloclásticamente” sobre el cerebro de otra persona, provocando la
rotura de una arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.
Y en el campo del “daño” sembrado voluntariamente, la repetición de un
ritual (sea éste ocultista. O una maldición gitana, o una oración pseudorreligiosa,
en fin, cualquier intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y
sostenida), ¿no podría llevar a que una pulsión negativa sea “sembrada” en el
área mental de otro individuo, impulsándolo a acciones erróneas?. Pongamos un
ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que “X se pelee con Z”, la
emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar” los verdaderos
sentimientos y pensamientos de “X” quien, al encontrarse con “Z”, y al sentir odio
dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio es real,
propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.
En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto,
destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir
en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o
bien, por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y
exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo:
reconocer la realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse
en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato
fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o
anteojeras intelectuales que a una imposibilidad material.
Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son
ejecutadas (por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis
más poderoso sino también movilizadores naturales de poderosas fuerzas
energéticas) que de lo ritualístico o litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en
serie en una cadena de muñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aquél
que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra toda su atención para no
incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino también su
potenciallidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta la
simple, dominante y cotidiana “envidia” es una forma velada de ataque psíquico.
En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma
correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en
nuestros cursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la
“fuerza interior” posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa
mental será lo que en Control Mental Oriental se denomina densificación del
pensamiento. Y una buena dosis de sensatez: después de todo, no son brujas
todas (o todos) los que dicen serlo.

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CAPITULO VI

HEMOS FOTOGRAFIADO EL PENSAMIENTO

El trabajo que ustedes se aprestan a leer resume diez años de


experimentos, cierto es que en ocasiones irregulares en su distribución por el
tiempo, dentro de los cursos de nuestro instituto, el Centro de Armonización
Integral. Debo admitir –no sin cierto dejo de rubor– que en numerosas
oportunidades he aprovechado ese hetereogéneo y anímicamente muy bien
dispuesto y motivado grupo de entusiastas que suelen conformar el alumnado de
mis cursos, para realizar distintos ensayos y experiencias sobre los cuales,
ciertamente, trato de construir mis hipótesis y teorías de trabajo. Obviamente que
con el consentimiento de los mismos –en verdad, es muy raro que un alumno no
encuentre atractiva y excitante la idea de participar de experiencias
parapsicológicas– uno de los temas en que más he profundizado es el de las
llamadas escotofotografías o psicofotografías. Las escotofotografías (“eskotós” en
griego significa “oscuridad”, por la particular forma de obtener las mismas) también
integran lo que popular –pero quizás ambiguamente– se ha llamado “fotografías
espirituales”.

En algún otro trabajo he abundado sobre la naturaleza de este tema, y sin


duda volveré a repetirme en el futuro. En este punto, circunscribiremos nuestro
interés a la sostenida impresión mental de película fotográfica virgen.

Conocidos son, en este sentido, los casos del psíquico inglés –hoy volcado
totalmente a la sanación– Matthew Manning y Ted Serios. Éste último,
recientemente fallecido, sin duda ha sido aquél que más espacio ha ganado en los
medios masivos de difusión. Serios se valía de una cámara fotográfica que pedía
fuera sostenida frente a su rostro, se concentraba en una determinada imagen e
indicaba entonces cuando disparar la toma. Las más de las veces, lo que aparecía
en la película era apenas su rostro crispado, pero en algunos y espectaculares
casos “otra cosa” se manifestaba: aviones fantasmales, rostros etéreos,
arquitectura reconocible. En los últimos años de su vida, según sus decires para
aumentar la “canalización” de imágenes, Serios se valía de un aparato que él
denominaba su “gismo”, un tubo, supuestamente vacío, en el cual concentraba la
atención mientras se realizaba la experiencia; ciertos escépticos han sostenido
que esto era parte de un truco (una pequeña diapositiva hábilmente disimulada en
el tubo hacía que apareciera la imagen, fuera de foco, cuando al disparar la
cámara Serios acercaba el “gismo” al aparato) pero lo cierto es que nunca, cuanto
menos, se halló fraude alguno en sus décadas primigenias de experimentación, y
ciertamente, aun en el caso de que tal suposición de engaño fuera real –yo cuanto
menos no he podido leer o escuchar de primera mano versión alguna que lo
desautorizase– nada permite suponer algo más que el acto desesperado de un

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anciano psíquico de capacidades decayentes ansioso de satisfacer patéticamente
a sus censores y no perder su pedacito de fama.

Pero repasando estas crónicas, caí en la cuenta de que, si como


pregonamos habitualmente, la potencialidad parapsicológica es una condición
innata y latente en todo ser humano pues, en mayor o menor medida, cualquiera
de nosotros debía poder repetir los logros de Serios. Era cuestión, simplemente,
de encontrar la técnica a partir de alguna teoría creíble.

Nos planteamos entonces que la “psicofotografía” debía producirse por


psicoquinesia. Esta, que erróneamente se la suele confundir con la telekinesia, es
un fenómeno propio. “Telekinesia” se denomina al movimiento de objetos
inanimados por acción de la mente. Supongamos que miro fijamente mi lapicera
sobre el escritorio y ésta, sin la presencia de fuerza física alguna, comienza a
desplazarse hasta caer al suelo. He aquí un fenómeno de telekinesia. Pero por
“Psicoquinesia” entendemos la acción de la mente sobre sistemas físicos en
evolución. Un grupo de dados que arrojados sobre un tapete se les obliga a caer
recurrentemente con una determinada sumatoria de números; una plantita cuyo
crecimiento, por dedicarle nuestra atención, aceleramos en relación a otra,
aparentemente idéntica (llamada “testigo piloto”) a la que además de agua y luz
tratamos indiferentemente; una gota de agua que se desvía de su trayectoria
vertical y rectilínea son sistemas físicos en movimiento, evolucionando, y la acción
psíquica sobre ellos, entonces, constituye una psicoquinesia. La
“escotofotografía”, entonces, debía ser el resultado de una acción psicoquinética
con un objetivo ideoplástico (“Ideoplastia”: en Parapsicología, materialización de
una imagen mental).

Así que comenzamos las experiencias. El sistema que actualmente


privilegiamos consiste en seleccionar como “testigo” un objeto material de
profundo significado emocional para el sujeto del experimento; la imagen de un
bote, si es que ese bote evoca profundos contenidos sentimentales; un par de
zapatos, si significan algo muy profundo por aquél o aquella a quien pertenecen o
han pertenecido. Durante cinco minutos, debe mantenerse –esto es quizás lo más
difícil– la imagen permanentemente presente en nuestra mente, con la menor
desviación posible (a mis lectores y ex alumnos de los cursos de Control Mental
Oriental, los remito a las técnicas de “reducción eidética de objetivos”) mientras
efectuamos –esto sí ha de resultar sencillo a aquellos lectores que hayan
practicado Yoga– respiración Idá y Pingalá. Elementalmente hablando, ésta
consiste en inspirar por una fosa nasal, mientras mantenemos obturada la otra;
desobturarla, exhalando por ésta mientras tapamos la primera; nuevamente
inspirar por la segunda, sostener, cubriéndola y exhalar por la primera, que
habremos abierto, y así sucesivamente. Vale decir, en todos los casos, por la que
acabo de exhalar, vuelvo a inhalar, mientras mantengo con un dedo tapada la fosa
nasal restante. El por qué de esta respiración (no quiero parecer redundantemente
aburrido con aquello del Control Mental Oriental) es porque de esa manera
estimulamos el flujo de energía por los dos canales del shushunna (la contraparte

29
energética de la columna vertebral) estimulando todos los chakras, siendo uno de
ellos, el del entrecejo del cual depende la materialización de aquellos fenómenos.

Previamente, se habrán preparado trozos de película fotográfica virgen


dentro de sobres completamente opacos (los revestidos de plomo empleados en
radiografía o los mismos tubitos plásticos negros que acompañan al rollo pueden
servir) que deberán ser cortados en segmentos completamente a oscuras y
colocados dentro de cada receptáculo. Mi costumbre es cortarlos en trozos en la
oscuridad, colocarlos dentro de tubos plásticos negros, siempre en la oscuridad
precintarlos con cinta de enmascarar, volver a introducirlos en sobres dobles de
cartulina negra y pegarles etiquetas en los cierres, donde firmo yo, firma el
practicante, se anota la fecha y el objeto seleccionado por el último para la
experiencia.

Como todos sabemos, una película fotográfica sólo reacciona al ser


expuesta a la luz o a algún tipo de radiación. Si cuidamos que nada de ello pase,
al ser revelada aparecerá totalmente negra –si la película es ByN– o azul oscuro o
verde oscuro –si la película es policromática– Pero si, como muestran los
ejemplos que continúan, al revelar “algo” aparece (y cuanto más definido sea ese
algo), entonces lícitamente podemos plantearnos lo siguiente: si en películas
testigo enviadas a revelar sin haber sido expuestas nada apareció, si todos esos
factores han sido constantes y la única variable ha sido nuestro ejercicio de
“mentalización”, ¿acaso puede negarse la posibilidad, especialmente en los casos
donde la imagen revelada muestra inequívocamente la naturaleza de lo
mentalizado por el practicante, que estamos ante un caso donde lo que se ha
plasmado es aquello en lo que pensaba el sujeto o, dicho de otro modo, la única
“energía” interactuante ha sido la mental, resultante de esa técnica particular que
describiera?.

Aquí exhibo mis pruebas. Por supuesto, algún lector avieso puede
sospechar que se trata de trucos que yo mismo he hecho o cierta lasitud en los
controles que he tenido. Estoy seguro de haber extremado las precauciones
respecto de lo segundo y, atinente a lo primero, bien... los que me conocen saben
cómo pienso. Pero lo importante es que la sencillez de la técnica invita a repetirla.
Y eso es lo que quiero proponer desde estas páginas. Repitan la experiencia en
casa. Cuéntennos sus resultados. Hágannos llegar sus opiniones, para volcarlas
en los próximos números. Es importante saber que no siempre aparece algo en la
película –yo estimé un 35 % de resultados exitosos– y que parece haber –aunque
esto último es algo prematuro de afirmar– una relación entre el índice resultados
por experiencia y el nivel de ondas FEB en la atmósfera ese día. Ciertamente,
aunque parezca poco científico, estoy indubitablemente seguro de otra cosa: se
obtienen mejores resultados con grupos de pequeños pueblos de provincia que
con aquellos de megalópolis. ¿Por qué?. No sé. Quizás cierta inocencia y
humildad de los primeros, o un excesivo cartesianismo en los segundos, sean
elementos que jueguen, alternativamente a favor o en contra, de las experiencias.

Veamos entonces los resultados que proponemos:

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Fotografía Nº 1: Este es el aspecto que debería presentar, siempre, un trozo de
película virgen no expuesta y así enviada a ser revelada. Negra, en el caso de
película ByN, verde oscuro o azul oscuro para la película color.

Fotografía Nº 2: Aquí, pese a la indefinición de la imagen, ya se ha producido un


efecto interesante: esta mutación en el color, huella evidente de alguna energía
que emulsionó la película, sólo apareció luego de que uno de los participantes en
el experimento estuvo concentrándose sobre ella.

Fotografía Nº 3: Mismo caso que el anterior, si bien aquí ya es evidente una


etapa más avanzada en el proceso de impregnación; desdibujada y desfocalizada,
la imagen tiene sin embargo mayor riqueza visual que la anterior.

Fotografía Nº 4: Este es un ejemplo realmente espectacular. Para el caso, el


alumno elige como objeto de visualización mental...¡una cicatriz! (la reproducción
es tan fidedigna que para quien no conoce las condiciones de trabajo puede ser
plausible de sospechoso de fraude). Tan insólita elección se debió a que la madre
del sujeto, luego de una difícil intervención quirúrgica, tenía dificultades para la
cicatrización postoperatoria de la herida, siendo ése el motivo de que su hijo
seleccionara tal imagen para visualizar.

Fotografía Nº 5: Esta placa pertenece a una serie de dos, donde el participante


decide visualizar un crucifijo de su propiedad, de gran valor emotivo para él. En la
primera no aparece nada definido, aunque evidentemente algo tiende a
materializarse, pero en la segunda...

Fotografía Nº 6: ...Aunque poco fácil de interpretar a primer golpe de vista, si se


observa con atención se notará, delineado en el color azul, el contorno de un torso
humano, desde un poco por debajo del cuello hasta la cintura, siendo claramente
visibles el esternón y las costillas, y a un lado, tal como la descripción bíblica nos
informa que Cristo recibió en forma ascendente el lanzazo que le propinó el
centurión Longinos, un haz de luz ascendente. Es como si la mente inconciente
dispusiera de un “zoom” que, a despecho de que concientemente el alumno
visualizó todo el crucifijo, aquella centrara su atención en un aspecto sobresaliente
del mismo, sobresaliente quizás por implicancias simbólicas y emocionales.

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CAPITULO VII

EL EFECTO ENERGÉTICO DE LOS SÍMBOLOS

Es práctica común al Ocultismo el valerse de símbolos de los más diversos


orígenes: hebreos, hindúes, griegos, rúnicos, cada uno de ellos dotado de una
aparente “facultad” especial, facilitadora de determinado objetivo. Y si nos
colocamos en el lugar de un observador neutral, ajeno por completo a la Filosofía
Hermética, debemos convenir que puede resultar difícil de digerir el que meditar, o
elaborar mentalmente, dibujar o tallar un símbolo determinado pueda
desencadenar, en el mundo aparentemente material en que nos desenvolvemos,
algún efecto perceptible. Que mentalizar un pentáculo o estrella de cinco puntas
de determinada manera sobre el órgano afectado de una persona enferma puede
propender a su curación, o que en caso de acusados problemas psicológicos un
“sello de Salomón”, también conocido como “estrella de David” sea en ocasiones
suficiente paliativo. Además del abismo infranqueable para la mentalidad
materialista de este siglo que representa lo que va de lo mental a lo fisicista-
mecanicista, se hace en ocasiones incomprensible el porqué debería aceptarse
que una figura geométrica determinada pueda, por su sola observación,
desencadenar resultados tangibles. Sin embargo, y como en muchas otras
ocasiones, aquí también la moderna psicología ha hecho tan significativos
avances que sus propuestas rozan audazmente las milenarias enseñanzas
esotéricas. Y precisamente, en el campo semiológico es donde encontramos una
aproximación válida para avalar tales Misterios.
Enseña el psicoanalista argentino Norberto Litvinoff, que todo símbolo es
“una máquina psicológica transformadora de energía”, lo que equivale a decir que
la concentración en un símbolo provoca dos respuestas: por un lado, una tensión
psíquica que, en ocasiones, puede gatillar la latente potencialidad parapsicológica
(según el buen decir del parapsicólogo argentino Antonio Las Heras) del individuo;
por otro, al asociarse al mismo determinados contenidos inconscientes, su
evocación polariza sobre el sujeto tales correspondencias con lo que, cuando
menos en forma autorreferente, se detonan los contenidos emocionales de
armonía y equilibrio que le fueron adjudicados.
Por otra parte, una figura señera del Esoterismo como fuera la
norteamericana Dios Fortune –que no ociosamente se dedicara al psicoanálisis
antes de volcarse de lleno al Ocultismo- enseñó que “cuando en el pasado, a un
símbolo le es incorporado, por meditación o raciocinio no convencional, un
determinado contenido por un grupo de iniciados, en el presente, aún cuando las
claves interpretativas se hubiesen extraviado irremediablemente, también por
meditación e iluminación podemos evocar esos contenidos”. Ejemplificando esto,
podemos señalar que si hoy en día un grupo de estudiosos deseara perpetuar
determinada información, esotéricamente hablando, y evitar que la misma caiga
en manos no deseables, se elaboraría un signo o símbolo a través de largas
sesiones de contemplación meditativa; luego, aunque transcurrieran siglos y

32
desaparecieran todos aquellos elementos materiales que podrían brindar una pista
sobre el significado del mismo, en otro lugar y otra época, y siempre por directa
meditación sobre el símbolo en cuestión, podríamos recuperar el contenido que le
fue adjudicado al mismo. Y para esto hay una razón lógica; de una u otra forma,
esos contenidos pasan a integrar, genética o extrasensorialmente, una memoria
racial, reservorio natural del Inconsciente Colectivo de donde, a fin de cuentas,
nos realimentamos en nuestras meditaciones. O los Registros Akhásicos a los que
ya hiciéramos referencia. Y ese Inconsciente Colectivo es, a todas luces, un
entramado que comunica, diríamos que de manera subliminal, todas las mentes
del género humano. Por ello, lo que nosotros recuperamos por “conectarnos” con
esa red, también señala una vía de acceso sobre la psiquis de los demás y de esa
forma desencadenar determinados efectos.
A veces, observando los diseños de algún dispositivo mecánico o
electrónico de nuestra época, las señales del tránsito o la fórmula E= mc2, deliro
pensando en que si nuestra civilización, por causas naturales o artificiales casi
desapareciera por completo o retrocediera espectacularmente, y nuestros lejanos
descendientes lograran recuperarla pero por otro camino, es decir, con otra escala
de prioridades en el conocimiento o estructuras culturales tan distintas como un
yezida lo es de un sueco, no verían, en esos símbolos pretéritos de nuestra época
y por carecer de la interpretación correcta, apenas supersticiosos esbozos de
cultos religiosos perimidos.
Y si queremos ser más precisos, deberíamos recordar que la
Parapsicología ha demostrado, más allá de toda duda razonable, la existencia de
una llamada “energía de las formas”, potencial energético de naturaleza
desconocida que se hace presente cuando construímos objetos que acusan una
muy concreta geometría, como es el caso de las pirámides (lo más popular), y los
conos, espirales, etc. Decimos que la naturaleza de esta energía es desconocida,
pese a que muchos autores le atribuyen un carácter “cósmico” lo cual, por
supuesto, aún es discutible máxime cuando, si hemos de ser exigentes con la
terminología, en última instancia todas las energías son cósmicas. Y, si
observamos con atención, advertiremos que un símbolo geométricamente definido
es, en todo caso, una “forma” de dos dimensiones (quizás tres, si aceptamos que
el sutil relieve del grabado o la impresión sobre el papel puede considerarse
también una dimensión) y, en tal sentido, capaz de acumular “energía de las
formas”.
En un sentido más amplio, debe extenderse en Ocultismo la aceptación de
la expresión “símbolo” como la forma alegórica de disimular una determinada
información. Esto explica que en numerosos “grimorios” (manuales personales
en forma de inventarios o “diarios”, generalmente manuscritos) los giros literarios y
la ambigüedad y oscurantismo de ciertas alusiones no sean producto de la
ignorancia o la falsía sino transmitir a lectores calificados (para preservarlos de los
que no lo son) claves significativas de las operatorias. En otras palabras: la
confusión no es accidental; precisamente esa fue la sensación que sus autores
trataron de brindar para mantener a salvo sus conocimientos.
Lo mismo ocurre cuando se recomiendan ciertas “recetas” realizadas en
base de más que insólitos materiales. Obviamente, nadie puede seriamente creer
que mezclando sangre de murciélago viudo con estómago macerado de

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rinoceronte en celo pueda obtener algo más que una mezcla repugnante. Aquí
también la existencia de claves celosamente custodiadas a través de las épocas
asegura que sólo unos pocos acceden a esos arcanos.
Nuevamente Pierre Piobb, por ejemplo, revisando algunos grimorios
hoy relativamente populares como “El Dragón rojo”, la “Gallina Negra”, el
“Pequeño Alberto” o las tan conocidas “Clavículas de Salomón”, dice que algunas
claves típicas deben traducirse así:

- lo que se llama “sangre” es “sangre de drago” (resina de las Indias).


- “ “ “ “ “cerebro” es “cerasa” (goma extraída del “guindo”).
- “ “ “ “ “cabeza de rana” es “ranúnculo” (denominado “rana” en
latín).
- “ “ “ “ “ojo de toro” es el clavel rojo.
- “ “ “ “ “hierro imantado” es el “sagapenum” (goma de la “férula
pérsica”).
- “ “ “ “ “lapislázuli” es el “asuret del Canadá” (raíz aromática).
- “ “ “ “ “pluma de pavo real”, es el “ababol” (adormidera roja).
- “ “ “ “ “mandrágora” es la “atropa mandrágora” (solanácea).
- “ “ “ “ “almáciga” es la resina del “lentisco” (de la isla de
Chío).

Por otra parte, cuando se menciona el nombre de un “animal”, al que se


indica debe pertenecer el cerebro y la sangre, significa en realidad la época
del año en la que deben ser recogidos los elementos: por ejemplo, la
“sangre de drago”. Las “ocas y tórtolas” se refieren a los signos zodiacales
a los que rige Venus (Tauro y Libra); los “zorros e insectos” a los que rige
Marte (Aries y Escorpio); “gatos y cuervos”, lo mismo que “murciélagos” a
los gobernados por Saturno (Capricornio y Acuario), “gorriones y
golondrinas”, a los de Mercurio (Géminis y Virgo), “ciervos” a la Luna
(Cáncer), “vacunos y ovinos” a Leo y Sagitario y “peces” a Piscis.

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CAPITULO VIII

RESCATANDO LA CEROMANCIA

Los aficionados a las Ciencias Ocultas, aún a sabiendas de los aspectos


filosóficos que fundamentan sus prácticas, padecen en ocasiones una forma
insólita de servilismo; prefieren ocultar, no en la paz del misterio esotérico sino en
el cono de sombra de la vergüenza personal, ciertas seguridades propias que, a
instancias de lo que aparece como “serio” o aceptable para los demás, podría
hacerle sentir ridículo si lo reconociera públicamente.
Tal es el caso del empleo de velas; no con el fin propiciatorio que, cuando
menos en los estratos cristianos aparece como un ritual de entrecasa común, ni el
uso de aquellas en ocasiones especiales como misas, funerales, etc. Nos
referimos al otro uso de velas, aquél que se basa en el consumo de distintas
variedades de colores y formas y en el análisis místico de sus restos, o, si se
quiere, en verdad mántico, como hacen los afectos a la lectura de la borra del té o
la cafeomancia.
Seguramente nadie que se estime aceptaría comentar, por ejemplo ante
profesionales universitarios o gente que sabemos escéptica o crítica que, en
ciertos especiales momentos se recurre en la intimidad del hogar o aciertos cirios
coloreados, o fragancias y cánticos, esperando que el remanente del consumo de
aquellos refleje, si no el Destino, cuando menos una sucesión de acontecimientos
sobre los cuales podremos orientar determinadas decisiones. Y es tragicómico
observar como ciertos parapsicólogos y “parapsicólogos” –nótese la sutil
diferencia- las consumen en cantidades industriales, pero hacen mutis por el foro o
llegan a bromear tímidamente cuando, en alguna reunión teñida de cierto
cientificismo, se pone el tema sobre el tapete.
Claro, todo apunta a señalar que una Parapsicología científica será
únicamente aquella que se basa en computadoras, electroencefalógrafos,
matemática aplicada, transistores y lucecitas a diestra y siniestra y, en cambio,
digna de escarnio una que se apoya en velas, resinas, perfumes, oraciones... Pero
como he señalado en numerosas oportunidades, no son los instrumentos los que
hacen científica una investigación ni digno de consideración un tema: son las
metodologías intelectuales aplicadas, la actitud crítica, la experimentación, la
verificabilidad de los resultados. Es decir, aunque resulte anacrónico en este siglo,
no es, en sí, poco científico hablar de liturgias medioevales: lo absurdo o no
científico de un tema cualquiera no es nunca el tema en sí, sino la actitud con que
se encara su estudio. De hecho, no hay nada tan anticientífico como prejuzgar la
seriedad o validez de un tema sin haberlo estudiado. De allí que en ocasiones
observemos que es mucho más “mágica” la actitud de un individuo en guardapolvo
blanco que afirma o rechaza dogmáticamente y a priori alguna cosa (lo que no
deja de ser, psicológicamente hablando, una sacralizada actitud religiosa) que la
de un chamán o hechicero tribal que, no conforme con las enseñanzas de sus

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antepasados, experimenta nuevas hierbas, pases magnéticos de otro clan y
pócimas dictadas por los espíritus buscando optimizar sus resultados.
Uno de los aspectos más apasionantes del moderno Ocultismo es el
estudio de las correspondencias que existen entre el Inconsciente Individual de un
sujeto y el Inconsciente Colectivo a que éste pertenece, como miembro de un
estrato social, colectividad, ideología, etnia o el propio género humano. Así,
quienes conocemos las técnicas de estudio de la personalidad reconocemos como
uno de los más eficaces para el mismo al llamado Test de Roscharch, de la clase
de los “proyectivos”, consistente en una docena de láminas presentando manchas
que el individuo testeado tiene que “interpretar” a su parecer. De estas
interpretaciones se deducen evaluaciones complementarias de diagnósticos.
Paralelamente tengamos en cuenta uno de los principios del Esoterismo; aquello
que Aristóteles denominó “entelequias”, y que dice que todo cuanto existió, existe
y existirá en este Universo ya se encuentra en el “Mundo de las Ideas”, y que la
historia de aquél es sólo aguardar el momento en que la materia dé forma a los
eventos sobre estas matrices semióticas. O, en palabras del propio Aristóteles, en
que se “llenen de realidad”. Precisamente, en este sentido se observa en su real
extensión la Ley del Mentalismo (el Todo es mental), lógicamente perfecta y que
enseña que todo lo que gira a nuestro alrededor, sea materia, energía,
pensamientos, deseos, en realidad no son cosas distintas entre sí sino los mismos
principios básicos materializados de distinta forma.
En consecuencia, yo –mi Inconsciente Individual- navego en un mar de
entelequias, que no son ajenas a los vectores psíquicos inmanentes al
Inconsciente Colectivo del cual formo parte. En consecuencia, esas tensiones
pueden “ideoplastizarse” en la parafina o estearina de las velas, ya que las
mismas no adoptan necesariamente el aspecto de lo que puede acontecer sino
que, Ley del Mentalismo mediante, formar figuras que interpretaremos en función
de las pulsiones psíquicas que, manifestadas a través del Inconsciente Colectivo,
actúan sobre nuestro Inconsciente Individual, detonando en él ciertos aspectos de
su natural potencialidad parapsicológica, usando el remanente de las velas como
un “puente”, un “amplificador” (al igual que la baraja del Tarot o la bola de cristal la
cual, por cierto, no es precisamente un televisor paranormal) para expresar esas
latentes facultades extrasensoriales que duermen en todos los seres humanos.
Dicho de otra forma, la Ceromancia es una especie de test Roscharch del
Inconsciente Colectivo y de las entelequias subyacentes en él.
Actualmente, me encuentro conformando una especie de pequeño “museo
privado” con, entre otras cosas, residuos céricos de altos índices de extrañeza: en
él encontramos pequeñas duplas de cuernos, rostros, letras hebreas, conjuntos de
figuras humanas... y aquí no sirve la escéptica explicación que “se ve lo que se
quiere ver”; creo que, por caso, la aparición de dos cuernitos perfectamente
simétricos, curvados de la misma forma y, obviamente, sin manipulación
inteligente alguna –cuando menos humana- no puede ser explicado por la
casualidad, menos aún cuando estas “casualidades”ocurren en un episodio de
“ataque psíquico”, sin olvidar que la suma de las “casualidades” hace a la
“causalidad”. Precisamente otra ley científica, la llamada “navaja de Occam” o
“Principio de economía de hipótesis” dice que cuando se tiene más de una
explicación posible para el mismo fenómeno debe comenzarse por presuponer la

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más sencilla. Si ésta no basta para explicar todas las manifestaciones debe
pasarse a la que le sigue en complejidad y así sucesivamente, y ciertamente,
presuponer que “por casualidad” en una situación dada de tensiones psíquicas
sobre un sujeto o grupo familiar, o en un hogar sometido a extrañas
circunstancias, el simple derretimiento de una vela deje esas específicas
improntas, mientras objetos se mueven solos y se ven extrañas apariciones... es
mucho más inaceptable que admitir, simplemente, la interacción de extraños
fenómenos parapsicológicos.
Por supuesto, en el ejemplo de referencia, nadie dice que sea el “diablo”
quien ande metiendo la cola, o, en este caso, los cuernos; observemos que la
aparición de los mismos significa lo que simbólicamente es perjudicial, extraño y
peligroso para el Inconsciente Colectivo de un estrato social específico,
esencialmente católico, donde el fenómeno se produjo, y es comprensible que así
sea: el Inconsciente Colectivo es precisamente eso, inconsciente, y se manifiesta
en base a símbolos.
Fenómenos como el descripto, cuyas pruebas obran en nuestro poder,
ilustran un universo muy distinto al mecanicista que nos muestran los libros de
texto. Un universo que es precisamente eso, “uni”, es decir, la expresión unificada,
unidad de lo que se materializa en la naturaleza de distinta forma. Realmente, si
hubiera cosas distantes en su génesis o caracterización entre sí que las hiciera
irreconciliables holísticamente, viviríamos en un Pluriverso.
Este Universo hace que mediante algo tan sencillo como dejar quemar una
vela –pero la Verdad, así con mayúscula, siempre se encuentra en las cosas
sencillas- nos muestre, hasta con una sinceridad cruel, qué emanaciones forman
el entramado metafísico en el que nos encontramos inmersos.

37
CAPITULO IX

SATANAS : EL ETERNO PROMETEO

Reconozco que he dudado sobremanera antes de sentarme a escribir estas


líneas, siendo la más sencilla de las razones la casi total seguridad que, pese a
mis esfuerzos y al mejor empleo que sea capaz de hacer del idioma, seguramente
no seré comprendido por muchos de mis lectores o, lo que sería peor, seré mal
entendido. Porque lo que aquí me propongo demostrar es que vale la pena tratar
de rescatar un poco la imagen del individuo sin lugar a dudas más denigrado en la
historia de la humanidad: Satán.
En otro lugar he realizado un estudio de la etimología de las palabras
“demonio” y “diablo”, dos sustantivos comunes para designar al, como se le suele
llamar, Príncipe de las Tinieblas. Lógicamente, no voy a poner en duda la
existencia del Mal sobre la Tierra. Lo que quiero significar es que, si el Mal existe,
éste no reside en las personificaciones o medios de los que se valga el hombre
para sus propósitos, sino en la naturaleza misma de sus objetivos. En cierto modo,
el mal es natural, ya que una ley del universo tan concreta como es la llamada Ley
de Entropía, dice que en éste todo tiende naturalmente hacia la destrucción. Si
dejo un automóvil un año abandonado a la puerta de mi casa, transcurrido ese
tiempo no tendré un vehículo más afinado, brillante, nuevo, sino uno totalmente
deteriorado. La energía, de cualquier tipo que sea, tiende naturalmente a
disiparse. Un objeto puesto en movimiento, si no está en un plano inclinado y si no
tiene un medio propio de propulsión, naturalmente desacelera hasta detenerse.
Todo se degrada, se diluye, se evapora, envejece y se olvida con el paso del
tiempo. La Mecánica, la Química, la Astronomía, la Psicología (¿acaso no nos es
más fácil pensar mal que bien de los demás?), la Historia (¡cuánto más fácil nos es
destruir que construir!) demuestran la validez de la ley de Entropía en todas las
áreas del ser y del cosmos. Y por ello el Bien –o, mejor dicho, hacerlo- es una
heroica y dificultosa gesta muchas veces destinada inexorablemente al fracaso.
Pero si de algo estamos todos conscientes es que, en lo que respecta a hacer el
Bien, aún cuando todo parezca jugar en nuestra contra, no podremos tener paz en
la conciencia si no hacemos el intento de salir adelante. Y por absurdo que
parezca es, precisamente, en este sentido que la figura de Satanás adquiere otra
dimensión.
Aclaremos algunas etimologías, ya que usaremos, al mejor estilo católico,
indistintamente la palabras “Satanás” (“Satán” significa “el contrario”.¿Y si lo fuera
en el sentido de opuesto y complementario?), como Lucifer y, en lo que a este
último respecta, recordemos que quiere decir “portador de luz”. Algo contradictorio,
ciertamente, con la imagen que tenemos del susodicho.
Se ha escrito que Lucifer era el más hermoso de los ángeles de Jehová y
también el más querido y que, ensoberbecido, se levantó en rebelión, por lo que
cayó al Infierno. En este punto podemos plantarnos algunas reflexiones lógicas. Si
Jehová es omnisciente y omnisapiente, brazo ejecutor e inteligencia rectora de

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una Providencia donde para El todo está escrito, ¿acaso no previó la rebelión
luciferina?. Si así fue, ¿porqué la dejó salir adelante?. ¿No es un tanto
contradictorio pensar en un Ser lleno de bondad que tienta y luego castiga al débil
atraído por aquello que El mismo creó para tentar?. (Por favor, nada de acotar
“eso es un Misterio” porque con tal perogrullada no llegaremos a ninguna parte).
¿No sería porque necesitaba de una fuerza en oposición para generar las
tendencias espirituales que movilizaran a los seres vivos de este Universo?. Y, si
se quiere analizar con rigurosidad, ateniéndonos a los relatos del Génesis en lo
que respecta a la intervención diabólica en la expulsión del Edén, no podemos
menos que disentir con la actitud un tanto fascista de Dios: en efecto, el mismo
mantenía a Adán y Eva protegidos y ahítos en el Paraíso, pacíficos en su
ignorancia. Lucifer, la Serpiente (que, por otra parte, es el animal que siempre ha
significado en todas las culturas el pensamiento lógico, la ciencia racional, el
conocimiento técnico, como el dragón en China –los “maestros llegados del cielo”
eran dragones- o Quetzalcoátl –la “serpiente emplumada” mexicana, o “serpiente
voladora”, y ¿qué es una “serpiente voladora” sino un reptil volador?-) les posibilita
comer del Arbol del Bien y el Mal –en algunas versiones, del “árbol de la Ciencia”-
con lo cual esa protopareja adquiere discernimiento y, en consecuencia,
capacidad de decisión propia. Y esto parece disgustar a Jehová: prefiere que su
pueblo permanezca ignorante de intelecto y con el estómago lleno. A propósito,
eso me recuerda ciertas conductas políticas de algunos gobernantes que hemos
tenido...
Y según las crónicas bíblicas, el castigo divino surge en cierto modo por
miedo, ya que –cito textualmente- “... Ea, expulsémoslos ahora, no ocurra que
también coman del Arbol de la Vida y alcancen la inmortalidad como nosotros...”.
La Serpiente pasa a ser tal a partir del castigo que le dicta la autoridad. Y
recuerden ahora otro mito, esta vez, el de un semihéroe cantado en su valentía
por los poetas a través de las épocas: Prometeo, que roba a los dioses el fuego
para los hombres y por ello se le castiga encadenándolo a una alta roca, donde
todos los días un águila devora sus entrañas que se regeneran por la noche, en un
suplicio destinado a ser eterno y sólo interrumpido por la decidida intervención de
un hombre en puja con los dioses, Hércules, quien lo libera de su martirio.
El mismo Hércules que, en otro de sus doce famosos “trabajos”, roba las
manzanas de oro del jardín de las Hespérides, lo que en realidad significa
acceder a otro secreto divino, corporizado en la imagen simbólica de la manzana.
Las manzanas de ese jardín, en realidad fueron, según modernas investigaciones,
un acervo de conocimientos técnicos sobre agricultura y ganadería que llega a
Europa proveniente del norte de Africa, y hacen que Hércules sea también
castigado por los habitantes del Olimpo de la forma más cruel: obligan a creer a la
amada de Hércules que aquél le es infiel, empujándola a envenenarlo con la
sangre de un centauro que, embebida en sus ropas, le producen tan atroces
dolores que lo arrojan al suicidio en la pira funeraria. Pero la Historia ha rescatado
las glorias de Prometeo y Hércules: aunque ambos sufrieron y, en cierta forma,
fracasaron, son héroes históricos. Y está bien que así sea: lo único que le da
sentido moral a la Historia es la esperanza de que “quizás la próxima vez...”. Sin
ella, quedaría reducida a mera cronología.

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De Hércules a las tragedias cotidianas del hombre de la calle, se repite una
y otra vez la frase crucial: lo único que dignifica al ser humano es su capacidad de
seguir luchando aunque todo parezca estar perdido.
Y eso hizo Satanás.
Porque por ser ángel de Jehová, era el primero en saber las consecuencias
de su rebelión; es ingenuo pensar que pudo creer poder cambiar la Providencia.
Habiendo caído, no buscó reconciliarse. Siguió en sus trece. Aún cuando él mismo
sabe que todo está perdido.
Como Prometeo, se rebeló ante la ignorancia del ser humano, buscando
darle otra opción, otro punto de vista, otros medios para manejar la naturaleza. No
se opuso a Dios: engrandeció Su obra, que de meros peleles rozagantes y
primitivos, juguetones en los prados y con una permanente y sin duda bobalicona
sonrisa en los labios, nos llevó a transformarnos en seres pensantes, amantes,
alegres, tristes, desafiantes, furiosos, compasivos, vengativos, violentos, pacíficos,
creativos. A tonificar nuestros músculos, transpirar, exigir nuestras mentes, crear,
multiplicar, construir, destruir, volver a construir sobre lo destruido, conquistar las
cuatro regiones del mundo, volar cuando Dios no nos hizo con alas, correr más
rápido que la mejor de Sus obras, caminar por el fondo de los mares cuando las
branquias sólo son privilegio de los peces. Jehová nos dio la inteligencia que, en
potencia, encerraba la posibilidad de hacer todo ello, sí, pero sin Lucifer nunca, en
la beatitud del Paraíso, nos habríamos obligado a hacerlo. De hecho, los ceñudos
predicadores que elevan su odio a Lucifer por habernos hecho perder las
inerciales delicias del Edén, obedecen solamente a su propio facilismo, alimentado
por la Ley de Entropía; y ése es el verdadero peligro.
Si lo único que dignifica al ser humano, insisto, es seguir luchando cuando
todo está perdido, entonces Satanás es la expresión más heroica del género
humano. La expresión del inconformismo, de la búsqueda racional, lógica, de no
ceder al autoritarismo, al dedo digitador.
Es posible que algún despistado crea, a esta altura de estas líneas, que
estoy haciendo apología de los cultos satánicos y la magia negra: nada más
alejado de la verdad. En primer lugar, por el hecho de que sus asiduos
concurrentes encarnan algunas de las más deplorables mezquindades del espíritu
humano, o bien acusan severas perturbaciones psicológicas, conjunto éste de
razones sumadas al frívolo esnobismo que lleva a muchos niños aburridos de la
alta sociedad a buscar por allí una vía de escape tan destructiva como el consumo
de estupefacientes. Por otro lado, no descreo de las obras de Dios: sólo de las de
un Jehová que, a fin de cuentas y como él mismo lo señala en el Antiguo
Testamento, es “el Dios de Israel”, que no el mío. Pienso que el Dios Cósmico que
rige este Universo no es tan represor, vengativo, cruel e irresponsable como el
que describe la Biblia. Pero de esto hablaremos en otras oportunidad.
Existe un Mal, eso es indudable, y el que anida en el hombre es mucho más
terrorífico que aquél mal satánico que ciertas iglesias (palabra que viene del griego
ekklesía: “reunión de hombres”) trataron de vendernos: en efecto, ¿qué son los
tormentos infernales, según se los describe, al lado de las crueldades del género
humano, muchas de ellas cometidas en nombre de intereses tan sagrados como
la Patria, la propia Humanidad o el mismo Dios?. ¿Qué son los círculos infernales
que el Dante describía trémulo de pavor junto a Hiroshima, Biafra, Mi Lai, El

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Salvador, Ruanda, Bosnia o, simplemente, la imagen de un pequeño muerto de
hambre a pocos kilómetros de una “city” financiera?. La imagen del “diablo” con
sus cuernos, sus patas de macho cabrío y su pene erecto (todas imágenes de
cultos regionales del norte europeo que fueron asociados con lo demoníaco por
los primitivos cristianos para desacreditar tales religiones simbolizantes de la
fertilidad, ante el avance del cristianismo), esa imagen, decía, provoca apenas una
sonrisa ingenua ante algunas, sólo algunas, de las fotografías que aparecen en los
periódicos de todos los días.
Y el Mal es también, dejarse arrastrar por la Ley de Entropía. No luchar por
el Bien –que no es propiedad exclusiva de los creyentes-, por construir, por
ayudar, por sonreír, por empujar juntos para que este viejo y querido mundo ruede
en su órbita algunos millones de años más. Pues lo verdaderamente demoníaco
es el olvido, el caos, la quietud paralizante, la oscuridad. En síntesis, la Nada.
¿Qué puede ser más terrible que pensar que nada habrá después de la muerte?.
¿Qué seremos rápidamente olvidados por nuestros seres queridos, nuestra tumba
derruída y nuestras pertenencias extraviadas?. ¿Qué es más terrible que
sospechar que, en algún momento, pudiéramos no haber sido?. ¿Qué da lo mismo
haber pasado o no por esta vida?. Ese es el verdadero horror. Aún el infierno
encierra alguna esperanza...
Si ante el avance del militarismo que sólo multiplicará rencores para las
generaciones futuras oponemos la defensa activa del pacifismo, es posible que
nos prometan el infierno. Si ante la prédica dogmática y sentenciosa de los
clérigos elevamos la cabeza y esbozamos cierta sonrisa de escepticismo, es
probable, también, que nos prometan el infierno. Si ante la palmada cómplice del
político enarcamos una ceja con disgusto, sí, nos prometerán el infierno. Pero si
por encendernos en el patrioterismo del brillo de los fusiles, la emoción
supersticiosa de las iglesias o la dádiva demagógica del político, dejamos
adormecer aún más nuestras neuronas, poco o mucho tiempo después, no
importa cuándo, nuestro cuerpo sólo, o el planeta todo, estarán reducidos a polvo
y sumidos en el olvido. Seremos parte de la Nada.
Y ese es el verdadero infierno.

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CAPITULO X

UNA PRUEBA DE LA EXISTENCIA DE DIOS

Supe desde el momento mismo en que concebí este libro, que


posiblemente despertaría las iras no solamente de los cientificistas a ultranza sino
también, paradójicamente, la de muchos ocultistas, quizás directos beneficiarios
de los alcances intelectuales habidos en la difusión de este trabajo, pero celosos
custodios de la tradición hermética (aquella del “osar, saber, querer...” pero, sobre
todo, “callar”) y de ciertos comprensibles principios espirituales necesariamente
dogmáticos. Lo dije, el propio título de este ensayo daría pábulo, lo sé, a
acerbadas críticas. Y el de este capítulo también, en evidente contradicción con
mis propios comentarios respecto a la univocidad del Todo. La parte del todo
refleja al Todo, sí, pero no puede abarcar (o comprender) a ese Todo. Probar la
existencia de Dios, en un sentido materialista, implicaría “realizar” lo divino en
nuestra propia naturaleza. Y si ese fuera mi caso, seguramente estaría haciendo
otras cosas que escribir este libro. Así que convengamos que lo de “prueba” lo es
con el relativismo de una deducción implícita, un silogismo, una simple disquisición
dialéctica pero que posee, a mi criterio, tanto peso como los gráficos de una
computadora.
El razonamiento de marras es, si se quiere, elemental, pero quizás
precisamente por eso mismo contenga un germen de verdad. Se trata de revertir
los considerandos de la así conocida “ley de entropía”. Este segundo principio de
la termodinámica dice que en el universo todo tiende naturalmente al desorden, la
disipación, el caos. La energía se disipa uniformemente en el espacio, lo biológico
envejece, se degrada y desintegra al paso del tiempo. De lo ordenado se pasa a lo
desordenado. De lo complejo, a sus componentes simples. Pasa con un cuerpo
putrefacto, sin vida, que se desintegra en elementos cada vez más simples. Pasa
con nosotros cuando envejecemos, pasa con las montañas erosionadas por los
elementos, pasa con el Big Bang y su consecuente expansión del universo, pasa
con la materia a través de los evos transformándose en energía y ésta
disipándose, pasa con el calor de la estufa hogareña, pasa en las sociedades y
culturas, las moralidades y la gente. Pasa con todo, menos con la Vida. Así,
escrita con mayúscula, entendida como entelequia. Ya que si la Vida fuera sólo
consecuencia de una sucesión de casualidades químicas, de azarosas mezclas,
debería cumplir con la ley de entropía. Y no podría ocurrir lo que la paleontología,
la paleobotánica y otras disciplinas nos enseñan; que la vida este planeta y
seguramente en otros, discurrió al revés, de lo más simple a lo más complejo;
primero los protozoarios, luego las amebas, paramecios unicelulares, peces y
batracios, saurios y mamíferos hasta culminar en lo más organizado: el hombre.
Esta “entropía negativa” o, mejor dicho, negantropía, porque es la negación de la
otra ley que es necesariamente universal, y dado que la entropía no admite
excepciones sólo puede deberse a un Principio Rector Inteligente que impone un
Orden biológico, una Conducta producto de un Intelecto que necesariamente debe

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tener un Sentido. A esto, denle ustedes el nombre que deseen. A mí me satisface
llamarlo Dios.

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CAPITULO XI

EL OJO SAGRADO

Una de las hipótesis más fascinantes, sostenida durante milenios en la


antigüedad e incluso contenida en textos de Ciencia Hermética y que hoy parece
tomar cuerpo y explicación en algunas de las más avanzadas investigaciones
parapsicológicas, es la del “tercer ojo”, órgano ignorado por científicos y profanos,
pero existente en el cuerpo humano, más o menos camuflado dentro de la gran
maraña de tejidos cerebrales cuyas verdaderas funciones no se conocen
suficientemente bien.
Este Tercer Ojo estaría atrofiado, dormido o por desarrollar en la mayoría
de nosotros. De forma que, aunque examinando el cuerpo de un hombre o una
mujer se diera con dicho órgano de “visión”, a nadie se le ocurrirá identificarlo
como tal. Sólo así es posible que este Tercer Ojo exista y haya existido siempre,
ya que de haber sido descubierto y conocida su función no estaríamos ahora
tratando de desentrañar el misterio.
Por otra parte, al menos en las leyendas y las ciencias ocultas, se da por
sentado que en tiempos remotos los seres, humanos o no, poseían un Tercer Ojo.
Se dice, en la cultura egipcia por ejemplo, de ciertos reptiles o serpientes. Hay
pruebas pictóricas de este Tercer Ojo en algunas interpretaciones de dioses
hindúes (llamado “tilka” y figurado con una gema), como Shiva. Y las divinidades
se han representado con ojos humanos: el Sol, la Luna, Dios, etc. Y así se da el
ojo de Osiris en el Antiguo Egipto, el ojo de Drama o Mahatma en el tantrismo
hinduista, budista y jainista. En mascarillas funerarias, estatuillas y figuras de las
culturas olmeca, maya y otras. En México se encuentran muestras de este Tercer
Ojo en la frente de máscaras rituales, aunque este “ojo” misterioso no responda
luego en dichas culturas al órgano que buscamos de la visión clarividente y
extrasensorial, pero sí constituya un antecedente, como indicio de la respuesta
que intentan hoy los estudios parapsicológicos. En Egipto, en cambio, el ojo
sagrado de Osiris se encuentra, a veces, en escenas iniciáticas como un triple ojo,
símbolo de la trinidad ocultista del dios Thot, y que concedía la visión directa de
cosas invisibles, como podían ser las reencarnaciones sucesivas del mismo
individuo.
Y también en Egipto, sobre muchos sarcófagos así como en estatuas, la
visión de lo “sobrenatural” se simboliza por una serpiente enrollada en espiral
sobre la frente como el poder oculto que poseían faraones (el “urus”) y otras
jerarquías del estado. Los ojos de la serpiente cobra, falsos o verdaderos (en
realidad un “sensor infrarrojo” que le permite orientarse hacia la presa por el calor
que ésta emite) pero claramente dibujados como marcas blancas o negras en su
caperuza y que le han merecido el apodo de “cobra de anteojos” son otros
símbolos utilizados en los misterios de la religión del Nilo. Y la realidad confirma
este simbolismo, ya que de las doce especies de cobras existentes en la
actualidad, la llamada “cobra egipcia” y algunas otras poseen estas características

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simuladoras de ojos en su caperuza expandida. Y de lo que no cabe duda es que
los egipcios antiguos tomaron a la cobra como símbolo de la visión extrasensorial
y sobrenatural.
Existen numerosas teorías sobre la existencia de un Tercer Ojo en la
especie humana en tiempos muy antiguos, o en planos de existencia distintos al
nuestro... Este Tercer Ojo por alguna razón se atrofió en determinado momento
(como ocurrió con otro órgano primitivo con su función perdida: el apéndice), se
retrotrajo y escondió dentro del cráneo y vive adormecido en esta cavidad.
Algunos científicos creen entender que este Tercer Ojo podría volver a cumplir sus
funciones antiguas y otros parecen demostrar que, al menos en algunos
individuos, se ha podido conseguir reactivar esa visión. Estamos hablando,
lógicamente, de la no menos famosa “glándula pineal”. Lo veremos todo ello por
su orden; al fin y al cabo, los dos ojos que actualmente tenemos no son sino
terminales nerviosas perfeccionadas y desarrolladas en un órgano de visión. Y de
la misma manera que hoy existen dos, nada impide proponer, siquiera como
hipótesis de trabajo, que en otro momento podrían haber existido tres.

La tesis de Bardasano

El biólogo José Luis Bardasano, hijo de un célebre pintor y profesor él


mismo de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid,
realizó, en 1971, una tesis para dicha universidad, sobre “Epífisis de un quelonio”,
en la que exponía sugestivos argumentos sobre el desarrollo biológico de la
glándula pineal. El profesor Bardasano, desde entonces, ha estudiado el tema
exhaustivamente; está en condiciones, por tanto, si no de afirmar categóricamente
que la glándula pineal sea el Tercer Ojo buscado por la Parapsicología, sí de
esperar que las actuales investigaciones puedan conducirnos algún día a tal
afirmación.
Los escritos y comunicaciones de Bardasano en libros y congresos se
multiplican después de su tesis, hasta culminar con una serie de estudios con un
equipo de la Universidad de Alcalá de Henares, España, cuyos resultados aún
están por confirmarse, en orden de establecer que la glándula pineal puede ser la
sede y el fundamento anatómico y funcional de la percepción extrasensorial. De
confirmarse esta tesis, coincidiría con la que han sostenido muchos ocultistas y
clarividentes de todas las épocas.

El ojo adivinatorio

Por otra parte hay pruebas de que, en algún momento, han existido seres
humanos con un solo ojo central, síntesis de los dos que naturalmente existen.
Sea por error de la naturaleza, como en el caso de los monstruos, sea porque
alguna raza pudo desarrollarse así (a despecho de un proceso de selección
natural y supervivencia del más apto que conspiraría contra su perennidad, ya que
con dos ojos se estima mejor la distancia de una presa o un agresor que con uno
solo), el caso es que esta realidad está ahí. En las islas Canarias, por ejemplo, se
han hallado indicios de la existencia de unos seres extraños, con un solo ojo. Tal
vez sean los herederos de los cíclopes, aquellos seres gigantescos y con un solo

45
ojo que Homero cita en la Odisea como residentes en una isla, la misma que
algunos han querido identificar con una de las Canarias, o restos de la sumergida
Atlántida. Los científicos consideran hoy que todo mito y toda leyenda tienen un
trasfondo de verdad y como en el caso de Troya, ciudad mítica hasta que en el
siglo XIX fuera descubierta por el arqueólogo aficionado alemán Heinrich
Schliemann, algunos quieren ver este mito de los cíclopes, hijos de Poseidón (el
océano) y Anfitrina (la tierra) como otra realidad localizable en la geografía más
allá de las Columnas de Hércules, lo que hoy llamamos estrecho de Gibraltar.
“La Doctrina Secreta”, el popular libro de Helena Petrovna Blavatsky, en
su volumen tercero, “Las razas con tercer ojo”, revela tan curiosa como fantástica
teoría sobre esta materia. Son hipótesis de teósofos y ocultistas fundamentadas
en leyendas de la historia hindú, las mismas que reconociendo la existencia
sucesiva de diversas razas humanas en la “cadena planetaria”, identifican a
algunas de ellas, como la de los hermafroditas, con cualidades como tres ojos en
la cabeza o cuatro brazos en el tronco. Dice textualmente: “... en ellos el Tercer
Ojo, petrificándose gradualmente pronto desapareció, hundiéndose
profundamente en la cabeza...”. Este Tercer Ojo, sin embargo, es un órgano de
visión extrasensorial, no un mero tercer ojo para ver cosas físicas y
contemporáneas, sino el ojo adivinatorio, telepático. Y en busca del desarrollo del
mismo, diversas culturas acometieron incluso la práctica de las trepanaciones
craneanas, que desde el Paleolítico por lo menos ha practicado la humanidad en
lugares muy diversos y distantes del universo de la historia, en el tiempo y la
geografía. Muchos interpretan hoy que esas trepanaciones craneanas tenían
como finalidad, además de la quirúrgica y sanatoria, otra “mágica”, mediante la
cual se reactivaba ese Tercer Ojo petrificado del que hablaba La doctrina secreta.
Actualmente, aún existen yoguis a los cuales se les ha practicado este tipo de
trepanación. Y de cuyos conocimientos y utilización del Tercer Ojo dormido y
activado cuesta mucho dudar.
El biólogo Ariens Copes ha desarrollado una teoría según la cual las
glándulas pineal y parapineal pueden considerar como la base de un sistema que
funciona como un reloj biológico, mediante el cual los animales que lo poseen se
adaptan a las condiciones ambientales. Este sistema sería el conductor de las
aves migratorias, el guía de las palomas mensajeras, el adaptador de los animales
salvajes a la cautividad, etcétera.
En las glándulas pineal y parapineal se recibe información a través de
distintos órganos y fibras del organismo; del olfato, de las vísceras, del área
preóptica, y en ciertos animales como los vertebrados inferiores, las fibras del
tacto proyectarían sobre la epífisis sensaciones ópticas. Así, la glándula pineal o
epífisis determinaría los ritmos de la vida del animal, como la relación de la
perioricidad actividad-descanso en relación con la luz del ambiente. La intensidad
de la luz ambiente regula a través de la epífisis, por ejemplo, la puesta del huevo
en las gallinas. De forma que, si se le enciende la luz de noche, la gallina cree que
ya es de día y vuelve a sus funciones diurnas de comer y poner huevos.

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Las palomas “magnéticas”

El profesor Bardasano ha experimentado con su equipo de Alcalá de


Henares en la línea férrea Madrid-Guadalajara, como las palomas mensajeras
desvían su vuelo o se detienen agazapadas sin cruzar el tendido eléctrico,
mientras el tren no se aleje suficientemente del lugar. El paso del tren produciría
alteraciones electromagnéticas captadas por la paloma a través de su glándula
pineal, que “desorientan” el mapa de sus vuelos. Algunas investigaciones han
demostrado que estos animales necesitan un régimen alimenticio que incluya
partículas de hierro, junto a granos de avena que contengan minerales
ferromagnéticos. ¿Se explicarían así las peculiaridades migratorias de estas
aves?.

La vuelta del Tercer Ojo

En los mamíferos y en el hombre la glándula pineal o epífisis está situada


en el centro geométrico del encéfalo y hasta ahora no se han descubierto sus
funciones con una unanimidad que merezca el nombre de científica. Pero algunos
biólogos están interesados en su estudio y todo lo obtenido hasta ahora parece
orientar hacia que esta glándula, como traductor fotoendócrino, no ha sido
suficientemente conocida.
Se supone que, sin embargo, la glándula pineal tiene funciones o puede
tenerlas de mayor envergadura, pero que por alguna causa desconocida se ha
atrofiado o adormecido. Empero, algunos piensan que esta glándula puede ser
reactivada mediante ciertos estímulos como la luz, y volver a ser lo que la
naturaleza dispuso para ella.
El biólogo ruso Shuskin ha desarrollado una hipótesis según la cual el
individuo puede producir variaciones de adaptación que le llevarán a una
diferenciación celular en un órgano determinado. En otras palabras: Shuskin
afirma categóricamente que caracteres que han desaparecido de la estructura de
un animal, órganos que han atrofiado y casi perdido su naturaleza, pueden volver
a funcionar ya que se pueden desarrollar de nuevo si están inscriptos en el código
genético del individuo o de la especie.
En definitiva, como se ha dicho siempre que la función crea al órgano, en la
teoría de Shuskin se dice que un carácter depende de la utilidad y tiene lugar
cuando aún existe. Por lo tanto, si un órgano creado en su día por una función ha
dejado de “funcionar” y se ha atrofiado o al menos “adormecido” por falta de
utilidad, puede volver a la actividad total si es nuevamente necesario y útil y en
tanto no haya desaparecido por completo en la ontogénesis.
Se trataría, pues, de la vuelta al funcionamiento ordinario de la glándula
pineal como Tercer Ojo. Ello sería posible si se dieran las condiciones que
supuestamente se dieron cuando tal circunstancia se produjo. Según la biología, la
glándula pineal admite dos funciones: como receptor de estímulo y como órgano
secretor. Actualmente predomina la segunda función, pero podría volver a ser
criptorreceptor, es decir, tercer ojo, si llegase a recibir luz.
Consideramos hoy en día la glándula pineal como un transductor
neuroendocrino: traduce información recibida de unas células para trasladarlas a

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otras, pero podría volver a ser Tercer Ojo y de hecho se piensa que en algunos
individuos no ha dejado de serlo, siempre que dicha utilidad fuese creada por el
ambiente. Algunos piensan que tal reactivación de las funciones fotoendócrinas de
la glándula pineal como Tercer Ojo no depende más que de una conveniente
iluminación de dicha glándula, lo que podría conseguirse mediante la tepranación
del cráneo, como parece que ya se vino haciendo en la antgüedad sobre ciertos y
determinados individuos, posiblemente dentro de ceremonias iniciáticas.
Ciertamente, con la ley de Shuskin, “... la apertura de una ventana craneal
permitiría el paso de la luz hacia el encéfalo y podría inducir sobre los pineocitos
en evolución el desarrollo de segmentos externos con polaridad fótica”.
Esta teoría sobre el Tercer Ojo fundamentado sobre la glándula pineal no
es una hipótesis que haya desarrollado simplemente algún místico o una serie de
ocultistas cuyos principios científicos pudieran no ser del agravio de todos.
Pero de todo esto, un elemento me parece altamente revelador: más allá de
la credibilidad que el lector otorgue a las teorías esotéricas de esta glándula, es un
hecho histórico que desde la más remota antigüedad se le llama “tercer ojo”,
asignándole funciones ópticas. Ahora bien: si la neurología y la oftalmología son
científicamente confiables desde tiempos sólo recientes, si los antiguos eran tan
ignorantemente supersticiosos y carentes de toda tecnología científica, ¿cómo
sabían entonces que en ciertos animales era un “fotorreceptor”?. ¿Cómo
diferenciaban las células –si es que supieran de las mismas- sensibles a la luz de
las que no lo son?. ¿Cómo sabían de las primitivas relaciones nerviosas entre las
funciones corticales y la epífisis?.

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CAPITULO XII

UN NUEVO CONCEPTO: EL PUNTO DE FUGA

Uno de los aportes más significativos al desarrollo de conceptos de


avanzada dentro de la mecánica de los fenómenos paranormales (y en la cuestión
de la supervivencia a la muerte) está dada, a nuestro criterio, por la rotura del
corsé intelectual que buscaba explicar a través de procesos estrictamente
psicologistas la génesis y etiología de esta fenomenología. Como diversos autores
han señalado en numerosas oportunidades, la propia palabra “parapsicología” ya
resulta caduca para referirnos a una multiplicidad de eventos que escapan a los
límites de lo mental, por más “extrasensóreo” que el mismo resulte. De hecho, sólo
aquél que encare esta disciplina pensando en una “parafísica” así como en una
“parabiología” puede resultar, aunque parezca perogrullesco, un sensato
parapsicólogo.
En consecuencia, debemos entender que una aproximación meramente
psicologista a la Parapsicología (hija dilecta del Ocultismo) puede brindarnos una
explicación etiológica, esto es, de las causas desencadenantes del fenómeno en
estudio; pero sólo un conocimiento interdisciplinario que no desprecie la física, la
geometría no euclidiana y las matemáticas nos ilustrará sobre la mecánica de
producción de tales eventos.
En este sentido, hemos observado que una especialidad tan resistida por
personas con formación humanística como psicólogos y parapsicólogos, como es
la astronomía, puede ofrecernos aproximaciones confiables para explicar algunos
de los muchos puntos oscuros que encierran estas temáticas. Se trata de uno de
los fenómenos cósmicos más interesantes, el de los llamados “agujeros negros”
que parece tener un correlato psíquico (“lo macrocósmico en lo microcósmico”) en
lo que hemos llamado “puntos de fuga”, especie de “puertas” a una dimensión
propia del ámbito de quienes ya no pertenecen a este mundo. Y que exista esta
correspondencia ya de por sí no debe asombrarnos pues, recordando la
versatilidad del Principio de Correspondencia ocultista, admira extender sus
implicancias hasta este caso.
Como todos sabemos, un “agujero negro” es un punto del espacio llamado
así porque el potencial gravitatorio de ese punto es tan infinitamente elevado que
nada escapa a su atracción, ni siquiera la luz.
El proceso de gestación del mismo arranca en las variaciones que se
producen durante el “envejecimiento” de algunas estrellas. Este puede tener dos
caminos: o aquellas comienzan a incrementar su volumen, pasando por la fase de
gigante roja, hasta estallar, como en el caso de las “novas” y “supernovas”, o bien,
alcanzan un determinado punto crítico, comenzando a colapsar sobre sí misma,
en lo que podríamos denominar un proceso de “implosión”.
Ahora bien. Como quedara oportunamente demostrado por la física
relativista, todo cuerpo estelar “curva” el espacio a su alrededor. Cuando mayor es
la masa del cuerpo, mayor la gravitación y mayor la curvatura, y debe quedar

49
comprendido que el “volumen” (tamaño) de un cuerpo no es necesariamente
sinónimo de su “masa” (resistencia a la inercia). Así, si Júpiter, más voluminoso
que la Tierra, tiene también mayor gravedad que ésta –y, en consecuencia,
también mayor curvatura espacial a su alrededor- una estrella que alcanzara la
etapa de “gigante roja” involucione reduciendo su tamaño –o sea, su volumen- no
necesariamente disminuye su masa, ya que ésta es una variable dependiendo de
las distancias e interacciones corpusculares de sus átomos constituitivos. En
consecuencia, una estrella colapsada sobre sí misma disminuye su volumen, pero
aumenta de manera inversamente proporcional su masa, y con ella su gravedad..
Pasa entonces a la etapa de “enana blanca” - del tamaño de un simple planeta
como el nuestro, pero con una gravedad miles de veces mayor- y continúa
implosionando, hasta reducirse a un tamaño tan exiguo –unos pocos metros de
diámetro- que, a escala cósmica, es inexistente.
Llegada este punto, su masa aumentó en un límite tendiente a infinito, con
lo cual también lo hizo su gravedad. Tenemos entonces un “agujero negro” punto
del espacio que, como la vorágine del Maëlstrom del cuento de Edgar Allan Poe,
atrae hacia sí, desde distancias inconmensurables, materia y energía que
terminan siendo devoradas por el mismo.
Pero si algo da su especial característica insólita a este fenómeno es que, si
idealmente pudiéramos situarnos a “un lado” del agujero negro para observar el
proceso de absorción de materia y energía, veríamos que todos estos
componentes parecen “caer” a un pozo, pero no “salen” por ningún lado. Así, un
rayo lumínico se dirigiría hacia el agujero, ingresa a éste... y se corta
abruptamente, como desapareciendo en la nada. Ahora bien, si un incremento en
la gravedad tendiendo a infinito provocaría una curvatura también tendiendo a
infinito, la “bolsa” gravitatoria así creada se “desfondaría”, dando paso a...
¿dónde?.
Pues, a un universo paralelo.
De hecho, los astrofísicos han encontrado otro enigmático fenómeno
astronómico que parece ser la polaridad opuesta del “agujero negro”. Se trata de
los “quasars”, palabra formada por la contracción de las palabras inglesas que
definen a “objetos cuasi estelares”, es decir, puntos del espacio que se comportan
como estrellas pero no son estrellas, emitiendo altísimas cotas de radiación de
todo tipo (rayos X, gamma, etc.). El interrogante es que tales emisiones no
provienen específicamente de un cuerpo estelar dado, sino apenas de un “punto”
en el espacio que se comporta como una estrella, de allí la definición de “cuasi
estelar”. Y suponemos con bastante fundamento, que el “quasar” es, a este
Universo, el “agujero negro” de un universo simultáneo o paralelo, como el
“agujero negro” de aquí pasa a ser el “quasar” de allá.
De hecho, matemáticamente nada se opone a la posibilidad de la existencia
de “universos reflejos” del nuestro, como que la propia teoría de los “números
negativos” corre en su apoyo.
Y ahora regresemos temporariamente al campo de la Parapsicología, sólo
el tiempo necesario para establecer un nexo entre ambas teorías.
Tenemos la presunción de que aquello que denominamos –siguiendo aquí
al biólogo francés Jean Jacques Delpasse- “paquetes de memoria” –en alusión a
los “fantasmas” o elementos psíquicos supervivientes a la muerte de la materia

50
biológica- coexisten no necesariamente en el mismo “plano” vibratorio que el
nuestro, sino quizás desplazándose a otros niveles de desenvolvimiento y, al
hablar de niveles, no hacemos lugar aquí a cuestiones espirituales sino,
sencillamente, a planos de naturaleza energética que la propia Ley de Entropía –
también conocida como Segundo Principio de la Termodinámica- obligaría a
ocupar.
Una de las numerosas razones por las cuales este supuesto parece adquirir
sólidos fundamentos, pasa por las descripciones que las numerosas personas
sensitivas hacen de sus percepciones de “paquetes de memoria”, más
específicamente, del momento en que éstos desaparecen del campo visual.
Recordemos que en la generalidad de casos, la percepción de un “paquete
de memoria” adopta la forma de una nebulosa o una figura vagamente humanoide,
de color blancuzco, excepto en los contados casos en que la percepción implica la
visualización en detalle de las características adoptadas por el sujeto durante su
vida biológica. Esos mismos sensitivos informan que en muchas ocasiones el
proceso de desaparición de la visión implica que el ente o “paquete de memoria”
parece aproximarse hacia el testigo, deformándose, extendiéndose
instantáneamente hacia ambos lados y desapareciendo como un fogonazo de luz
curvándose alrededor del campo visual del testigo. Y ahora sí, volvamos a la
astronomía.
Ya que los científicos han elaborado una interesante hipótesis sobre como
varía la sucesión de los acontecimientos cuando un hipotético astronauta ubicado
en el interior del “agujero negro” contempla la materia y energía a punto de ser
absorbido por éste.
Según esa teoría, alrededor del “agujero negro” se formaría un campo o
anillo que ha recibido el nombre de “horizonte de singularidad”. A medida que la
luz, por caso, se acerca al “agujero negro”, su tiempo se lentifica, más aún para un
hipotético observador situado dentro de éste, el cual observará que la luz (o la
imagen del objeto que se aproxima, lo que a fin de cuentas, también es luz)
parece extenderse por ese anillo que es el “horizonte de singularidad” y, si bien
otro observador situado fuera del agujero lo vería ingresar a éste, para el
astronauta “de adentro”, al llegar al “horizonte” aquél se detendría con lo cual la
luz quedaría “suspendida” en el anillo de singularidad.
Aunque esto parece complicar innecesariamente las cosas podríamos
agregar que, si no se ve a la luz o al objeto hecho luz “caer” hacia él, se debe a
que el astronauta mismo es el “horizonte de singularidad”. Y precisamente
observemos que se corresponde como dos gotas de agua con las descripciones
de la “partida” de los paquetes de memoria.
Incidentalmente, nada impide suponer que, en este plano psíquico, el
“agujero negro” por el cual un “paquete de memoria” pasa a su propio universo
sea precisamente el sensitivo o, mejor dicho, su potencialidad parapsicológica. Y
así como existen individuos que a la manera de “agujeros negros” permiten el
pasaje de “paquetes de memoria” hacia este otro universo, otros seres humanos
podrían actuar como “quasares” que faciliten el ingreso o manifestación de nuestra
Realidad en aquellos.
Por otra parte, observemos que tanto las crónicas parapsicológicas como
protoparapsicológicas, especialmente las de la metapsíquica francesa y el

51
espiritismo norteamericano, enseñan que en las sesiones de convocatoria de
“espíritus”, sean reuniones mediumnímicas o sesiones de tablero “ouija”, debe
marcarse siempre un “punto de fuga”, sea en forma de un punto hecho a bolígrafo
o lápiz, sea, sencillamente, la palabra “adiós” inscripta en una tarjeta. Según esta
teoría, es por ese punto –y sólo por ese punto- por el cual se retira el ente
convocado. Algún lector puede oponer el argumento de que tal punto es
arbitrariamente elegido por el o los operadores y, en consecuencia, difícilmente
coincida con alguna alteración espacio-temporal que asuma esas características
de “agujero negro mental”, pero observemos que el mero hecho que todos los
asistentes acepten esa convención como “punto de fuga” hace que el mismo, ya
con definición espacial, asuma algo así como la densificación psíquica resultante
de las tensiones concentradas sobre el mismo por los participantes. Dicho de otra
forma: psíquicamente hablando, pensar en un punto del espacio con la necesaria
tensión, en detrimento de cualquier otro, “curvaría” mentalmente esos planos
psíquicos a su alrededor. A fin de cuentas, el Principio del Mentalismo –que ya
hemos estudiado- acepta que las tensiones mentales dirigidas vectorialmente
sobre un punto pueden modificar el entorno de la misma. Algo similar ocurre
cuando en ciertos rituales ocultistas, dicho punto es marcado con un cuchillo de
plata: las enseñanzas esotéricas –Eliphas Levi dixit- señalan que toda punta
metálica impide la condensación de “luz astral” y, en tal plano sutil de
materialización, la función inversa del mismo también se comportaría como un
punto de fuga.
Finalmente, y recordando que en numerosas ocasiones hemos insistido en
considerar tales rituales a la luz de aproximaciones racionales, científicas, sí, pero
lo suficientemente audaces para reveerlas al cristal de las modernas teorías
físicas, vale advertir que el empleo de velas negras expresa, simbólicamente,, lo
que la misma significa para el operador; el punto de condensación de lo thanático
(negativo) inmanente al ambiente, el punto por el cual “escapan” las vibraciones
perjudiciales presentes en el lugar. De hecho es, por definición, otro “punto de
fuga”. Así como el color negro es en realidad la suma de todos los colores o, para
decirlo más correctamente, la superposición de las frecuencias que conforman, en
el espectro luminoso, todos los colores, energéticamente un objeto negro tenderá
a atraer hacia sí todo tipo de componente negativa energética y, de hecho, un
“paquete de memoria thanático” lo es. Si a ello sumamos que la vela expresa
simbólicamente la idea de punto focal, la densificación psíquica proyectada por el
o los operadores incrementa el significante del mismo.
Para terminar, permítaseme señalar que estudiando los aspectos más
preocupantes de los errores cometidos en prácticas esotéricas o parapsicológicas,
figura como causal significativo la no estipulación de “puntos de fuga”; esto
condice con nuestra impresión generalizada de que peor que hacer mal una
experiencia (cuyas consecuencias sólo pueden implicar la pérdida de tiempo o la
desilusión por los esfuerzos malgastados) es hacerlos bien, pero incompletos:
muchas veces se “abren” puertas dejando pasar ciertas “cosas”, y luego no se
sabe cómo cerrarlas. De allí que recomendemos muy especialmente
establecerlos, preferentemente de común y previo acuerdo, para que actúen como
algo así como cloacas espirituales que eliminen el riesgo de remanencias
nefastas. Y teniendo, en todo momento la tranquilidad de saber que estamos

52
procediendo, por anacrónico que resulte, con criterio científico; la exposición
metodológica y crítica del Principio de Correspondencia y de la Ley del Mentalismo
abonan lógicamente la presunción de que tal técnica (la de valernos de “puntos de
fuga” marcados gráficamente, con velas, preferentemente con puntas metálicas o
meramente mentales), aunque parezca rondar los límites de la imaginación
desbocada, en realidad es apenas un esbozo de un nuevo orden en un criterio
secuencial de razonamientos que no es fácilmente desarticulable y sí, por el
contrario, caracterizará axiomáticamente en el futuro a nuestra disciplina.

53
CAPITULO XIII

ALGUNOS APUNTES SOBRE LA VIDA DESPUÉS


DE LA MUERTE

A la fecha creo que suman miles los libros escritos sobre el tema de la
supervivencia a la muerte y –de manera tangencial– sobre reencarnación. La
mayoría de ellos más pensando en las ventas que en reflejar la realidad del tema.
Pero ocurre que cuando hasta el más optimista de los mortales ve sencillamente
caótica la realidad económica de su país, cuando el "establishment" editorial sólo
abre sus puertas a la ralea sensacionalista fácilmente comerciable y, sin embargo,
avanza incontenible la marea de las ideas, entonces todo mecanismo que sirva
para difundir un punto de vista es válido. Y cuando el fruto de las largas
reflexiones gira alrededor de la "vida" después de la vida, entonces, ante la
angustia espiritual de una humanidad que cree poder escapar de todo peligro e
incertidumbre, excepto del abrazo final de la Parca, hacer llegar estos
pensamientos al público es, prácticamente, un imperativo moral.

Veinte años dedicados al estudio de la Parapsicología, nueve o diez a la


Filosofía Hermética, una formación universitaria en disciplinas tan insólitamente
disímiles como la Ingeniería y la Psicología, una pasión oculta por la Física, la
Astronomía, la Arqueología y –fundamentalmente– muchas temporadas
consumidas en búsquedas trascendentes, me han dado (creo) una cosmovisión
muy particular sobre lo que ocurre –lo que ineluctablemente le ocurrirá, por
ejemplo, a quien esté leyendo estas líneas– cuando cruzamos el Umbral al exhalar
el último aliento y comenzar, biológicamente, el inevitable proceso de putrefacción.

He deambulado por muchas escuelas filosóficas o religiosas. Además de mi


cuna socialmente católica, he cansado templos, reuniones, cánticos y textos de
judíos, musulmanes, budistas, meditantes Zen, hinduístas, Hare-Khrisna,
discípulos del gurú Maharaji, adventistas, Testigos de Jehová, protestantes,
rosacruces, masones, umbandistas, seguidores de los Misterios de Eleusis,
hechiceros blancos, rojos y negros, teósofos, espiritistas, ocultísimos cultores de la
antigua Religión Wicca... Mezclen toda la ciencia y religión que he absorbido,
sométanlo a largas noches de reflexión, repaso y crítica, agréguenle las dosis
necesarias de actualización a través de una buena red de corresponsales y
amigos y tendrán un horizonte bastante claro de las fuentes de este trabajo.

Muchos de los conceptos aquí esbozados me son originales. Otros,


consecuencia de investigaciones de terceros. El resultado, en tanto, trata de ser,
no una afirmación dogmática de lo que ocurre en el Más Allá sino, simplemente,
una exposición, ora polémica, ora racional, sobre lo que podemos esperar cuando
el momento –ese momento– llegue.

54
COMPONENTES ENERGÉTICOS DEL SER HUMANO

Nuestra aproximación al tema de la supervivencia post-mortem se estructura a


partir de la composición de los procesos interenergéticos del hombre, ya que será
precisamente tal potencial el que confirmará el objeto de nuestro estudio.

Son dos los planos energéticos hacia los cuales enfocaremos nuestra atención:
el meramente psíquico, y el llamado "campo bioenergético" o "bioplasmático".
Estas son las energías que nos sobreviven a la muerte.

Como todos sabemos, este potencial energético no puede disiparse en la nada


luego de la muerte biológica; esto contravendría inexorables leyes físicas que
enseñan que todo se transforma en alguna otra cosa. Por lo tanto, debemos dar
por supuesto que tal potencial sobreexiste al deceso. Pero consideremos por
separado las naturalezas de estas energías.

Los parapsicólogos afirmamos que la EnPsi (energía psíquica) activa


fenómenos de naturaleza paranormal a través de mecanismos no físicos. Como
sabemos, toda energía física, para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos
los de que la suma de los efectos debe ser igual a la suma de las causas, y que el
cuadrado de su coeficiente debe ser inversamente proporcional a la
distancia y el tiempo en que se manifiesta.

Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi


mano. Cuanto más la alejo, menos calor siento. La energía (calor) es
inversamente proporcional a la distancia. Supongamos ahora que en ese
mechero caliento la hoja de un cuchillo, hasta que se pone al rojo. Apago el
mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En este caso, la
energía es inversamente proporcional al tiempo.

Con la energía psíquica, o EnPsi, ello no ocurre. Las experiencias demuestran


que el índice de resultados es independiente de los sujetos de una experiencia.
Así, en una práctica de telepatía, por ejemplo, los resultados son o altos o bajos,
así medien dos metros o doscientos kilómetros entre ellos. Además, la existencia
de los fenómenos de precognición (percepción de un hecho futuro) y
postcognición (percepción del pasado, siempre sin el uso de los sentidos físicos)
demuestra que la relación tiempo-EnPsi es inexistente.

De ello podemos deducir que esa "energía" EnPsi se transforma, de alguna


manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque es
independiente de su entorno biológico.

Ahora bien. Cuando el individuo muere, el potencial energético tiende a subsistir


por las razones apuntadas. Lo que implica que las funciones psíquicas inherentes

55
a tal carga también deben sobrevivir. Estas funciones, empero, si bien responden
a interacciones estrictamente psicológicas, también se alimentan de estímulos y
correspondencias fisiológicas, tal como las percepciones sensoriales, por ejemplo.
Lo que equivale a decir que una mente privada de su entorno biológico (tal el caso
de un "fantasma") vería reducidos drásticamente sus mecanismos psíquicos. Se
vería así expresado como una mente en estado de submeditación o, mejor aún, a
ciertos estados sonambúlicos o propios del "dejá vù". El fantasma, entonces,
tendría una consciencia de sí mismo meramente crepuscular, similar a la imagen
que de nosotros mismos tenemos en nuestras propias representaciones oníricas.
Por ende, la "materialización" del fantasma (suponiendo que tal proceso sea
posible, de acuerdo a lo que veremos más adelante) no será en función del
reconocimiento de sí mismo (no se presentará como Fulano de Tal en alguna
sesión mediúmnica) así como no se presentará vistiendo ropas de época o
cubierto con un sudario. El proceso es muy distinto.

La percepción del fantasma es consecuencia de la activación de la natural


Potencialidad Parapsicológica del individuo, que en ciertos miembros de nuestra
especie es mucho más sensible que en otros. Esta percepción es absolutamente
inconsciente y, obviamente, para conocerla (es decir, para "darnos cuenta" que
hay un fantasma), esa descarga proyectada desde el Inconsciente –asiento de
aquella Potencialidad– deberá emerger al Consciente proceso que, por lógica, no
puede cumplirse sin que esa información pase por el Preconsciente. Y, como
todos sabemos, en éste se encuentran los Mecanismos de Defensa del Yo,
"filtros" mentales que amparan la integridad de nuestro mundo volitivo psíquico
evitando la saturación del mismo por una eventual masiva e incontrolable marea
de información proveniente del Inconsciente.

Entre otros, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo es el de racionalización,


vale decir, la tendencia natural e instintiva de explicar lo desconocido en términos
de lo conocido. Así, el aparato psíquico proyectará la percepción fuera de nosotros
(y aunque el mecanismo sea en un todo similar al de las alucinaciones meramente
psicológicas, poco importa que el "fantasma" pueda ser visto por más de una
persona simultáneamente, ya que la Parapsicología ha demostrado ampliamente
que es posible telérgicamente ("tele"= lejos; "ergos"= energía) corporizar
visualmente representaciones mentales ya sea por densificación
ectocoloplasmática emitida por el sujeto, o bien por un proceso similar al de la
proyección láser holográfica, empleando concentraciones gaseosas de la misma
atmósfera del lugar), pero el "aspecto" que presenta el fantasma será la
dramatización visual de:

a) las creencias previas del sujeto en cuanto a cómo debe ser un fantasma.
b) el propio recuerdo inconsciente de sí mismo que remane en el continuum
psíquico del fantasma, transferido al sujeto percipiente por un mecanismo afín al
de la telepatía.

Este recuerdo indudablemente estará viciado por la paulatina destrucción del


Self del propio muerto que, insisto, sólo arrastrará restos primarios de la

56
mentalidad que lo caracterizara durante su vida biológica. En muchas formas tal
residuo mental se asemeja a los "núcleos de personalidad fetal" que en el bebé en
gestación identificara el doctor argentino Arnaldo Rascovsky, lo que devuelve
credibilidad a la creencia popular de la ciclicidad de la vida del ser humano, que en
el último tramo de su existencia adopta actitudes infantiloides. Por supuesto, tal
presunción en lo subliminal de la personalidad psíquica del "fantasma" debe
considerarse con flexibilidad, ya que dependería en buena forma de la evolución
intelectual y/o espiritual que hubiera alcanzado en vida.

Sin embargo, se impone una aclaración esencial: ¿cómo definir un "fantasma"?.

EROS Y THÁNATOS

Ya he descripto de qué está hecho un fantasma. Pero aún no hemos


desarrollado una terminología válida para expresarnos y evitar así confusiones. Y
adherimos aquí a la hipótesis del biólogo francés Jean Jacques Delpasse: sus
"paquetes de memoria".

Delpasse se preguntó hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia.


Tal vez existirían "moléculas de memoria", que a su vez integren "moléculas de
consciencia energéticas". La materia del cuerpo, sus proteínas, enzimas, sales,
etcétera, pueden corromperse, pero la energía es capaz de sobrevivir a las
estructuras moleculares disociadas. Esos "quantum" de consciencia, compatibles
con la visión materialista del Universo que defienden hoy casi todos los físicos y
biólogos, sobrevivirían en el Cosmos dejando incólume a la personalidad humana.

Veamos cómo realizó Delpasse el experimento supremo que avalaría esta


fascinante hipótesis. El neurólogo inglés Grey Walter habría descubierto que unos
instantes antes de adoptar una decisión, el cerebro emite unos ritmos que él llamó
"ondas inductoras", capaces de ser amplificados para controlar una máquina. De
ese modo, si nosotros tenemos intención de pulsar un botón para ponerla en
movimiento, sería posible conectar a nuestras sienes electrodos que, recogiendo
aquella señal inductora y mediante un circuito electrónico adecuado, pongan en
marcha un motor unos milisegundos antes que nuestro dedo se apoye en el
interruptor del arranque.

Delpasse, excitado con los trabajos de Grey Walter descubre que, si a un


enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto
tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada
aunque su vida se haya extinguido: incluso horas después de que su
electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el encéfalo ha
cesado en su actividad.

Delpasse habría demostrado así que las moléculas de la consciencia


sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros
procesos mentales. Que esos "quantum" de energía que codifican la memoria, el

57
yo, la personalidad (en suma, la consciencia) aglutinados como un racimo de
letras que portarían toda la información adquirida a lo largo de toda una vida –no
otra cosa sería nuestra entidad consciente– podrían seguir insertos en el Universo
perpetuando nuestra existencia, no como un espíritu adimensional incapaz de
interaccionar con la materia y, por lo tanto, incompatible con nuestros modelos
físicos, mucho mejor elaborados que esos ingenuos esquemas teológicos, sino
como glóbulos de energía condensada: los "paquetes de memoria".

Pero analicemos ahora los mecanismos directrices del comportamiento


fantasmal.

En la vida psicológica del hombre común, sus conductas oscilan


permanentemente entre los extremos del placer-displacer (dolor) a instancias de
"ataque" y "huída". El pendular anímico responde a la preeminencia, en esa esfera
psíquica, de dos impulsos primarios: de Eros (dios griego del Amor y la Vida) y de
Thanatos (ídem de la Muerte). Un impulso erótico nos empuja hacia la evolución,
multiplicación, construcción, mientras que un impulso thanático lleva hacia la
involución, la destrucción, el quietismo inercial. Un individuo erótico es aquel que
busca siempre, por ejemplo, progresar, amando la vida, mientras que uno
thanático gustará de la violencia, la destrucción, la muerte.

Tales impulsos sobreviven en el paquete de memoria, y así tendremos


fantasmas eróticos y fantasmas thanáticos. los primeros, movilizados por ese
impulso, tenderán a continuar su evolución (lo que Jung llamaba Proceso de
Individuación, el de realización y búsqueda de sí mismo, y del que sugestivamente
comentara que "...aunque no culmine durante la vida biológica, puede completarse
después de la muerte...") ascendiendo, por decirlo de una manera asequible, a
estados superiores de manifestación, "planos" superiores. En cambio, los
thanáticos tenderán a adherirse a lo material por grado de bajo nivel evolutivo, y
así serán los más habitualmente detectados.

Tomemos un ejemplo típico. Supongamos que un individuo thanático (muy


materialista, totalmente descreído en la vida después de la muerte) fallece
repentinamente o a causa de una penosa enfermedad.

Como no entiende la posibilidad de la vida después de la muerte, vale decir, de


subsistencia psíquica luego de la destrucción orgánica, su "paquete de memoria"
no asume que está muerto, y psicológicamente permanece "adherido" a los
elementos físicos que constituyeron su entorno material durante su paso por este
mundo. Esta adherencia psicológica sólo puede ser tal, pues el "paquete de
memoria" es, por definición, "sólo" un estado de toma de consciencia. O "casi"
consciencia, pues la consciencia no es más que los procesos mentales derivados
en buena parte de la información que del mundo exterior llega a través de los
sentidos físicos. Con la muerte, cesan las percepciones sensoriales y la corteza
cerebral (donde se asientan los mecanismos neurológicos del pensamiento
consciente) comienza a descomponerse, con lo cual es físicamente imposible el
"darse cuenta" tal como lo conocemos. De donde el "paquete de memoria" percibe

58
la realidad de esa forma crepuscular que mencionara anteriormente. Pero el
mismo no dejará de actuar psíquicamente sobre otros humanos presentes.

Tal "paquete de memoria thanático" tendrá de sí mismo la sensación de estado


comatoso o sonambúlico, o algo similar a los estados hipnagógicos
(inmediatamente antes de dormirnos) o hipnopómpicos (inmediatamente después
de comenzar a despertarnos). En consecuencia, "ronda" aquello que permanece
en su consciencia subliminal como última referencia espacio-temporal, el lugar
donde reposan sus restos, o donde falleciera por enfermedad o accidente, su
vivienda o sus seres queridos. A todos ellos los denominamos "puntos de anclaje".

Pero de pronto las cosas comienzan a cambiar. Para un "paquete de memoria"


el tiempo no transcurre ya que el mismo, al no existir objetivamente, sólo es una
sucesión de estados de toma de consciencia. Pero, pongamos por caso, sus seres
amados en vida sí sienten el paso del tiempo; envejecen, cambian de domicilio o
venden sus propiedades a terceros, rehacen sus vidas con otras personas. Y el
"paquete de memoria thanático", naturalmente perturbado por estos cambios en
los cuales se observa totalmente desplazado –quizás con una carga crítica de
angustia por la "indiferencia" con que su gente deambula a su alrededor, lo que
amplifica la violencia fenomenológica– presiona mentalmente. En él sobrevivirá la
natural Potencialidad Parapsicológica y será a través de las exteriorizaciones de la
misma (telepatía, telekinesis) como aquél afectará a los vivos, produciendo la
aparente percepción visual de los mismos, o bien "poltergeists" diversos en su
entorno (palabra alemana que significa "duende burlón" y que debería ser
reemplazada por la mucho más correcta expresión de "Psicokinesis Espontánea
Recurrente" o P.E.R.

Buceando ya en el tema de la reencarnación (sobre el cual volveremos


oportunamente) este esquema teórico explicaría por qué estadísticamente
"encarnan" con mayor probabilidad individuos de discutible catadura moral
(sacerdotisas babilónicas, guerreros bárbaros, oscuros obispos medievales o
sinuosos políticos decimonónicos). Esto podría explicarse porque un "paquete de
memoria thanático" tendría una "velocidad de escape" inferior a los eróticos. La
remanencia en un lugar físico específico del PMT podría incidir en la esfera
psíquica de otros seres vivos que habiten ese entorno, y aquí deberé hacer un
alto, pues la cuestión de la hipotética transmigración de las almas requerirá un
acápite propio.

Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar
pruebas empíricas de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy
con manejar evidencias y argumentos), por el sencillo hecho de que por ahora su
naturaleza no es abordable con el método e instrumental de que dispone la
ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo
psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos
científicos. Esa es la razón por la que muchos académicos "duros" consideran que
la mente es sólo una función del cerebro (en el sentido matemático de "función":
cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin olvidar que los

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sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos
que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del
observador, y han sido diseñados en orden a detectar, por propia definición,
aquello que es previamente considerado como posible por el investigador, y
que además todo método físico de investigación sólo puede, por eso mismo,
detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista,
puesto a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el
espíritu no existe simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte.

Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el


espíritu, la sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos
concebidos específicamente con ese propósito; para detectar materiales
radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario que antes se definiera
en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su aceptación
se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla.

En resumen, que los planteos de los científicos materialistas sólo hablan de su


ignorancia. Dicho de otra manera: que no se pueda detectar no significa en
absoluto que no exista.

LA "CONSCIENCIA" DE LA MATERIA

Lord Carrington habla de una teoría asociativa en una concepción en conjunto


del psiquismo humano, imbricada con el problema de la supervivencia.

Según él, un espíritu humano consiste en percepciones ("sensa"), imágenes,


grupo de imágenes, lo que en su término general se denominaría "psicones",
entidades inmateriales pero bien reales y existentes por sí, especie de
átomos psíquicos ligados entre sí por lazos de asociación, como los físicos se
ligan por lazos energéticos; en todo instante, el "campo de la consciencia" es el
conjunto de estos "psicones" y de los "sensa" de origen más corporal.

La "personalidad", la "consciencia" es la estructura misma de este agrupamiento


complejo, el sistema de fuerzas existentes entre estos psicones. No es nada que
se sobreagregue, y lo esencial de esta "consciencia" reside, sin duda, en el grupo
de "sensa" que emana del organismo, núcleo casi inmutable al que se le agregan
los "sensa" e imágenes más permanentes, los de nuestra experiencia profunda y
de nuestro ambiente familiar. La telepatía, justamente, es la entrada en relación
con otro ser por intermedio de un "psicón" común a los dos. Y desarrollando esta
hipótesis, Francois Gregoire amplía el decir de Carrington añadiendo: "En estas
condiciones, el problema de la supervivencia es el de saber si un tal sistema de
"psicones" es estable en las circunstancias que siguen a la muerte y más
especialmente después del corte con los "psicones" de los "sensa" causados por
estimulantes del mundo material".

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Luego, no hay aquí razones para pensar que un tal sistema bien organizado –
como es el caso de un adulto normal– no se conserve idéntico después de la
desaparición del cuerpo, tal vez con un cierto número de nuevos "sensa"
introducidos por el hecho de la propia muerte. Es incluso probable que deba ser
difícil, al comienzo, darse cuenta de que se ha muerto; y de aquí el aspecto
característico de tantas comunicaciones espiritistas, que precisan que el difunto no
podía creer que había muerto.

La Parapsicología tiene también –y muy particularmente– interesantes cosas


que decir al respecto, basándose en asombrosos hechos de carácter paranormal
perfectamente comprobados.

UN NOMBRE PARA NO OLVIDAR

Los investigadores James Bedford y Walt Kesington se sintieron eufóricos al dar


a conocer al mundo lo que ellos llamaron "efecto Delpasse". Para explicar el
experimento Delpasse, Bedford trata de plantear el problema del alma y su
posterior supervivencia, de conciliar la ciencia y el idealismo dualista "volviendo la
tortilla" y tirando la esponja como espiritualista. "Las ciencias biológicas –dice–
han derrotado en todos los frentes a los creyentes en un "hálito vital" inmaterial. El
descubrimiento del código genético, el ADN y las proteínas han revelado que la
Bioquímica explica perfectamente la génesis de la vida sin necesidad de una
actividad espiritual".

Recordando al español doctor Rodríguez Delgado, famoso por sus experiencias


de estimulación cerebral, quien desde la Universidad de Yale llega a señalar que
"el ser humano nace sin espíritu", y el premio Nobel de biología Jacques Monod,
cuya famosa obra "El azar y la necesidad" causó una fortísima conmoción en los
medios religiosos y una airada repulsa por parte de la Iglesia, al concluir que la
evolución de los seres vivos se debe al azar y no a factores teleológicos (causas
trascendentes), Delpasse pudo responder hasta qué punto la materia forma parte
de la consciencia. Recordemos que siguiendo los trabajos de Grey Walter,
descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y
después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue
siendo generada aunque su vida se haya extinguido, incluso horas después que
su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el cerebro ha
cesado en su actividad. Jean Jacques Delpasse habría demostrado así que las
"moléculas de la consciencia" sobreviven a la descomposición del tejido nervioso,
base biológica de nuestros procesos mentales.

¿QUÉ PASA CUANDO MORIMOS?

¿Dejamos de vivir, simplemente, sin nada más que nuestros restos mortales
como señal de nuestro paso por la Tierra?. ¿Resucitamos luego, gracias a un Ser

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Supremo, si tenemos buenas notas en el Libro de la Vida?. ¿Volvemos como
animales, como creen algunos hindúes, o tal vez como personas diferentes varias
generaciones más tarde?.

Estamos tan lejos de responder hoy a esta pregunta fundamental sobre la vida
después de la muerte como hace miles de años, cuando por primera vez fue
considerada por los antiguos. Pero hay mucha más gente común que ha estado a
punto de morir y que ha contado milagrosas visiones de un mundo que está más
allá, un mundo que resplandece de amor y comprensión, al que podemos llegar
sólo mediante un emocionante viaje a través de un túnel o pasaje. En ese mundo
somos asistidos por parientes fallecidos, bañados en gloriosa luz y gobernados
por un Ser Supremo que guía a los recién llegados en una revisión de sus vidas
pasadas antes de enviarlos nuevamente a la Tierra para vivir más tiempo.

Al volver, las personas que "murieron" ya no son las mismas. Aprovechan la


vida al máximo y expresan la creencia de que el amor y el conocimiento son las
cosas más importantes, porque son las únicas que nos podemos llevar.

En su primer libro ("La Vida después de la Vida") el doctor Raymond Moody


formuló muchas preguntas que no pudo responder y provocó la ira de algunos
escépticos que juzgaron sin valor –en el campo de los "verdaderos" estudios
científicos– los casos de varios cientos de personas. Muchos médicos sostuvieron
que nunca habían oído hablar acerca de la experiencia cercana a la muerte
(ECM), a pesar de haber resucitado a cientos de personas.

Otros alegaron que era sólo una forma de enfermedad mental, como la
esquizofrenia. Algunos dijeron que las ECM sólo les sucedían a personas
extremadamente religiosas, mientras otros creyeron que era una forma de
posesión diabólica. Algunos médicos dijeron que los niños nunca tienen estas
experiencias, porque no han sido "contaminados culturalmente" como los
adultos. Y otros dijeron que muy poca gente tienen ECMs como para que la
experiencia tenga algún significado.

Algunas personas se interesaron en seguir investigando este tema, y el trabajo


realizado en las últimas dos décadas ha aclarado estas preguntas. Hemos podido
atender a estas experiencias, y sus interrogantes subsiguientes, hechos por los
que sienten que las experiencias cercanas a la muerte son algo más que una
enfermedad mental o el juego de un cerebro que se engaña a sí mismo.

Mucha gente no se da cuenta de que sus experiencias cercanas a la muerte


tienen algo que ver con ésta. Se encuentran flotando sobre su cuerpo, mirándolo
desde cierta distancia, y de repente sienten miedo o confusión. Se preguntan, con
extrañeza, "¿cómo es que estoy aquí arriba mirándome allí abajo?". En ese
momento, puede que no reconozcan al cuerpo físico que están mirando como
propio.

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Una persona relató que, mientras estaba fuera del cuerpo, pasó por un pabellón
del hospital del ejército y se asombró al ver cuántos jóvenes había con su mismo
aspecto y edad, que se le parecían. En realidad estaba mirando todos esos
cuerpos y preguntándose cuál sería el suyo.

Otra persona que había estado en un terrible accidente, en el que había perdido
dos de sus miembros, recordaba haberse quedado flotando sobre su cuerpo en la
mesa de operaciones y haber sentido pena por ese ser mutilado. Después se dio
cuenta que ese cuerpo era el suyo.

A esta altura las personas con ECM sienten miedo, lo cual da lugar luego a una
perfecta comprensión de lo que les está pasando. Pueden entender lo que los
médicos y enfermos están tratando de decirse (aunque a menudo no tienen
estudios formales de medicina) pero cuando tratan de hablar a los presentes,
ninguno de éstos pueden verlos u oírlos. Pueden tratar de atraer la atención de los
presentes tratando de tocarlos pero, cuando lo van a hacer, las manos atraviesan
los brazos del otro como si allí no hubiera nada.

Una mujer a quien Moody mismo resucitó describió haber visto que tenía un
paro cardíaco; al rato de masajearle el pecho, dijo que mientras estaban tratando
de poner en marcha nuevamente su corazón, ella se elevó sobre su cuerpo y miró
hacia abajo. Se quedó detrás del médico, tratando de decirle que parara, que
estaba bien donde y como estaba. Como no la oyera, trató de tomarle el brazo
para impedir que le inyectara un líquido intravenoso. La mano lo atravesó.

Después de tratar de comunicarse con los demás, las personas con ECM a
menudo tienen un agrandamiento de su autoidentidad. Una de estas personas
describió ese estado como "un momento en el que no se es la esposa de su
esposo, ni la madre de sus hijos, ni la hija de sus padres. Se es completa y
totalmente sí mismo". Otra mujer dijo que sintió como si estuviera "cortando las
cintas", como la libertad que se da a un globo cuando se cortan las cuerdas. A
esta altura el miedo se torna felicidad, así como comprensión.

Mientras el paciente se halla aún en el cuerpo, puede haber intenso dolor. Pero
cuando se "cortan las cintas", hay una verdadera sensación de paz y ausencia de
dolor. Pacientes que han sufrido un paro cardíaco dicen que el intenso dolor del
ataque va de una agonía a un placer intenso. Algunos investigadores han
teorizado que cuando el cerebro experimenta un dolor tan fuerte, libera un
elemento químico de su producción ("endorfinas") que aleja al dolor. Sin embargo,
de ser verdad para todos los casos, no explica los síntomas de este fenómeno.

Cerca del momento en que el médico dice "lo perdimos", el paciente pasa por
un cambio total de perspectiva. Siente que se va elevando y que ve su propio
cuerpo abajo. La mayoría dice que, cuando esto ocurre, no son sólo un punto de
consciencia. Parece que todavía tienen un tipo de cuerpo aún cuando están fuera
de sus cuerpos físicos.

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Dicen que este cuerpo espiritual (¿o astral?) tiene una forma y contorno
diferentes de los de su cuerpo físico. Aunque la mayoría no sabe explicar cómo
es, o a qué se le parece, algunos dicen que es como una nube de colores o
como un campo de energía. Una persona con ECM hace varios años dijo que
estudió sus manos mientras se hallaba en ese estado y vio que estaban
compuestas de luz, con diminutas estructuras en ellas. Pudo ver los delicados
verticilos de sus impresiones digitales y tubos de luz en los brazos.

La experiencia del túnel ocurre generalmente después de la separación del


cuerpo. A esta altura, se abre ante el sujeto un portal o túnel y se siente impulsado
a la oscuridad. Empieza a andar a través de ese espacio oscuro, y al final
desemboca en una luz brillante.

Algunos suben una escalera en vez de ir a través de un túnel. Una mujer cuenta
que se encontraba con su hijo, que estaba muriendo de cáncer al pulmón. Una de
las últimas cosas que dijo fue que veía una bella escalera en espiral que iba hacia
arriba. La madre se tranquilizó mucho cuando él le dijo que pensaba subir esa
escalera. Otros cuentan que han atravesado unas puertas hermosas,
ornamentadas, que parecen símbolos del pasaje a otro reino. Algunos oyen un
"juuusssshhhh" cuando entran al túnel. O, si no, oyen una vibración eléctrica o un
zumbido.

La experiencia del túnel no es algo que psiquiatras y parapsicólogos hayan


descubierto. La pintura "Ascensión al Paraíso", del siglo XV de Hyerónimus Bosch,
describe visualmente esa experiencia. En primer plano, la gente se muere rodeada
de seres espirituales que tratan de dirigir su atención hacia arriba. Pasan a través
de un oscuro túnel y salen a una luz. A medida que entran en esta luz, se
arrodillan reverentemente.

En ocasiones se describe la experiencia del túnel como casi infinita a lo largo y


ancho, y llena de luz. Existen muchas descripciones, pero el sentido de lo que
ocurre sigue siendo el mismo: la persona atraviesa un pasadizo hacia una intensa
luz.

Una vez atravesado el túnel, la persona generalmente se encuentra con seres


de luz. No compuestos por luz común, estos seres brillan con una luminiscencia
bella e intensa que parece impregnarlo todo, llenando de amor al espectador. En
verdad, una persona que pasó por esta experiencia dijo: "Se podría describir como
"luz" o "amor" y significaría lo mismo". Algunos dicen que es casi como empaparse
en una lluvia de luz.

También se describe a esta luz como mucho más brillante que cualquier cosa
que conozcamos en la Tierra. Pero, aun así, a pesar de su brillante intensidad, no
daña la vista. Es mas bien cálida, vibrante y vital.

Además de una luz brillante y de parientes y amigos luminiscentes, algunos han


descripto hermosas escenas pastoriles. Una mujer habló de una pradera llena de

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plantas, cada una de ellas con su propia luz interior. Ocasionalmente la gente ve
hermosas ciudades de luz de un esplendor imposible de describir. En este estado,
la comunicación no tiene lugar por medio de palabras sino de una manera
telepática, no verbal, lo que resulta en una comprensión inmediata.

Después de encontrarse con varios seres de luz, la persona generalmente


conoce a un supremo ser de luz. Los que han sido educados en el cristianismo a
menudo lo describen como Dios o Jesús. Los de otras religiones pueden llamarlo
Buda o Alá. Otros han dicho que no es Dios ni Jesús, sino alguien igualmente
santo. Quienquiera que sea, ese ser irradia amor y comprensión, tanto que
muchos desean quedarse con él para siempre.

Pero no pueden quedarse. A estas alturas el ser de luz generalmente les dice
que deben volver a su cuerpo terreno. Pero, antes, el ser les hace examinar sus
vidas.

Durante este examen no hay un entorno físico. En lugar de ello hay una revisión
a todo color, tridimensional, panorámica, de todo lo que uno ha hecho. Por lo
común esto tiene lugar como si se tratara de otra persona y el tiempo no pasa tal
como lo conocemos. Es como si toda la vida de una persona transcurriera en un
momento.

Las personas con ECM ven cada uno de sus actos y de inmediato perciben los
efectos de cada uno de ellos en los demás durante la vida. En todo este proceso,
el ser de luz está a su lado, preguntándoles cuánto de bueno han hecho con sus
vidas. El ser les ayuda en esta revisión, poniendo en perspectiva los actos de sus
vidas. Todos los que pasan por esto salen creyendo que lo más importante en la
vida es el amor. Para la mayoría, la segunda cosa más importante es el
conocimiento. Cuando vuelven, tienen sed de conocimiento.

Para muchos, la ECM es tan agradable que no desean volver, y a menudo se


enojan con los médicos por volverlos a la vida. Un médico amigo de Moody
descubrió la ECM cuando resucitó a un hombre; éste, entonces, se puso a gritarle
por no haberlo dejado en "ese lugar brillante y hermoso". Puede que una persona
con ECM actúe así, pero el enojo dura poco. Algo después de una semana, se
sienten felices de haber vuelto. Aunque extrañan ese estado de felicidad, se
alegran de tener la oportunidad de seguir viviendo.

Muchas personas con ECM sienten que se les ofreció elegir entre volver o no.
El que hace este ofrecimiento puede ser el ser de luz o un pariente que ha muerto.
Algunos dicen que se hubieran quedado si no hubieran tenido a nadie en la Tierra.
Por lo general dicen que quieren volver porque tienen hijos que cuidar, o porque
sus esposas/os o padres los extrañarían.

Los que han pasado por una ECM dicen también que el tiempo se condensa
enormemente. Lo describen como "estar en la eternidad". Al preguntársele sobre

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la duración de la experiencia, una mujer dijo: "Podría decirse que duró un segundo
o diez mil años: nada cambiaría al decirlo de una u otra manera".

Mis propias investigaciones y reflexiones en tanatología, especialmente en la


investigación en el terreno de "paquetes de memoria" me hacen sentir confiables
semejantes descripciones. Analicémoslo.

Cuando hablábamos de los procesos inmediatos posteriores al deceso,


decíamos que se supone una pérdida de la función consciente, primero por el
cese de actividad cortical, luego por el rápido descenso irrigatorio de los
hemisferios cerebrales y finalmente por el comienzo del proceso putrefactorio de
los tejidos nerviosos. Señalábamos que la consciencia, es decir la capacidad de
observar, analizar, verbalizar, deducir, o sea el "darse cuenta" es producto de la
información que a partir de los sentidos estimula zonas de la corteza cerebral así
como de las interacciones que se producen allí. Si yo "tomo consciencia" de que
alguien me está mirando, es porque me "doy cuenta". Para "darme cuenta" debo
"percibir" –con los sentidos– y enviar ese dato al cerebro. Pero tras la muerte, el
córtex comienza a deteriorarse. Los nervios ya no transmiten información al
cerebro. No puedo, entonces, elaborar "tomas de consciencia". No puedo, en
principio, "darme cuenta de". Por ello decíamos que la percepción de sí mismo de
un paquete de memoria debe ser similar al estado sonambúlico o de duermevela,
donde es más lo inconsciente aquello que actúa que lo consciente.

Y el tiempo no es más que, después de todo, una sucesión de estados de


toma de consciencia. "Me doy cuenta" de que al día le sigue la noche y a ésta el
día, que a la primavera le sigue el verano y a éste el otoño, que envejezco, que
mis hijos crecen. A ese proceso de transformación de la naturaleza que llamo
"tiempo" lo divido en segmentos para hacerlo comprensible y medible
(segundo/hora/día/año). Pero si no hay una consciencia que perciba esos
procesos, no hay tiempo, en el sentido que le damos habitualmente y mucho
menos la segmentación adoptada que, después de todo, es simplemente ad hoc.
Es como la vieja pregunta de nuestras clases de Filosofía: "Si en un bosque donde
no hay seres humanos ni animales repentinamente cae un árbol, ¿habrá ruido?".
Algunos dirán que sí porque, pese a todo, el árbol crujirá ineluctablemente al caer.
Otros sotendrán que no, pues no hay oídos para escucharlo. Y ciertamente no
habrá "ruido" como epifenómeno acústico, pero sí habrá ondas desplazándose en
el aire. En el ejemplo que planteara, no hay tiempo como lo conocemos; hay
procesos, y sólo procesos, de transformación.

Eso explica cómo, alterado el estado de consciencia, se altera la percepción del


"tiempo". Si estamos en una conferencia aburridísima, una hora parecerán tres. Si
está interesante, el tiempo se nos irá volando. Una hora es una hora, pero la
percepción cambia así cambia nuestro subjetivo estado mental. En los
sueños vivimos paso a paso acontecimientos que en vigilia ocuparían horas, en
unos pocos minutos. Así que es lógico esperar que un "paquete de memoria", sin
percepciones conscientes, no aprecie el paso del tiempo, y que para él treinta o
cuarenta años sea tan indiferente como unos pocos minutos. Muchas veces (y

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esto lo hemos observado estudiando psicofonías) el "paquete de memoria" no
parece asimilar el largo tiempo ocurrido desde su deceso, y esto es coincidente
con los testimonios de ECM que al respecto señaláramos antes.

Existe un elemento común a todas las ECMs: transforman a quienes las


tuvieron. Después de estudiar veinte años a personas con ECM, Moody nunca
encontró a ninguna que no hubiera sufrido una transformación muy profunda y
positiva como resultado de la experiencia.

Con esto no se quiere decir que una ECM hace que un individuo se vuelva un
optimista almibarado y acrítico. Por cierto, aunque se torne más positivo y
agradable (sobre todo si no era demasiado agradable antes de la ECM) también lo
lleva a un compromiso activo con el mundo. Lo ayuda a resolver los aspectos
desagradables de la realidad de una manera menos emocional y con una mente
más clara, lo cual es algo nuevo para él.

Aunque a las ECMs se les conoce en Psicología como "casos de crisis", no


tienen los efectos negativos de otros traumas. Por ejemplo: una mala experiencia
en combate puede dejar a la persona "fijada" en ese punto en el tiempo. Muchos
veteranos de guerra y ex combatientes, por ejemplo, vuelven a vivir las horribles
escenas de destrucción y muerte que presenciaron en la guerra hace ya años.

Una ECM es una experiencia de crisis, tanto como un choque o un desastre de


la naturaleza –en verdad, a menudo las ECMs son provocadas por uno de estos
últimos–. Sólo que en vez de quedarse emocionalmente fijadas, las personas con
ECM responden tomando una actitud positiva en sus vidas. Algunos dicen que es
la paz que sobreviene después de saber que hay vida después de la muerte.
Otros piensan que el exponerse a un ser más elevado conduce a una especie de
iluminación.

Una investigación sobre el poder de transformación de una ECM proviene del


ya fallecido doctor Charles Flynn, sociólogo de la Universidad de Miami, Estados
Unidos. Él examinó los datos recogidos en veintiún cuestionarios suministrados
por Kenneth Ring, el notable investigador de ECM, para ver específicamente en
qué habían cambiado las personas con ECM. Encontró que, por sobre todo, éstas
tenían más interés por los demás después de esa experiencia. También creían
más que antes en la vida después de la muerte –obvio– y le tenían menos miedo.

"¿Has aprendido a amar?", es la pregunta que casi todas las personas con
ECM tienen que enfrentar durante la experiencia. Al volver, dicen que el amor es
lo más importante en la vida. Muchos dicen que es por eso que estamos aquí. La
mayoría asevera que ésta es la marca de la felicidad y la realización, y que otros
valores palidecen a su lado.

Me quedé algunos minutos con los dedos inmóviles sobre el teclado al releer lo
que acabo de escribir, pues no pude evitar rememorar una anécdota personal que
viene precisamente a tono con esto del amor. Hace unos años, dictaba yo una

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conferencia sobre vida después de la muerte en una ciudad de provincia cuando,
en el debate con que generalmente cierro mis charlas, debatí, ora amigablemente,
ora con sarcasmo, con un joven (estudiante de medicina, creo) escéptico "convicto
y confeso", según sus propios decires. Y recuerdo que –fueron palabras de él–
esto del amor al volver a la vida, y esa actitud amorosa que decían quienes habían
tenido ECM como el aprendizaje más preclaro, le parecían a él, cuanto menos,
"cursi". Es decir; ridículo, sensiblero, en el mejor de los casos una tibia apología
pseudorreligiosa para la cual sólo me faltaba ilustrarlo con angelitos tocando
trompetas y pétalos de rosa sembrando el camino. Dijo unas cuantas cosas más,
entre ellas que le extrañaba que un tipo "inteligente" como yo, en vez de defender
mi teoría con datos científicos, insistiera en darle importancia a esas "tonterías de
vieja". Como que la vida después de la muerte sería creíble si la describiéramos
sesudamente en términos cuasitécnicos, pero perdía credibilidad ante semejante
bocanada de amor al prójimo. No recuerdo muy al detalle lo que le contesté, sólo
sé que fue suficiente para que se levantara y se fuera. Pero recuerdo, sí, en
detalle, que me quedé pensando, como ahora, que si después de todo la
verdadera, la primera y última razón de ser, del estar en el cosmos, fuera el amor,
¿qué culpa tiene éste que la ciencia no pueda pesarlo, medirlo, destriparlo?. Y que
un estudiante de ciencias considerara "cursi y pueril" hablar de amor, sólo dice –y
mucho– que enciclopedismo poco tiene que ver con conocimiento y nada con
sabiduría, y qué lejos estaba a veces la inteligencia de la bondad. A propósito:
¿notaron ustedes cuánta gente hay que se molesta si le decimos que no es
inteligente, pero cuán poca lo hace –y en ocasiones asiente maliciosamente– si en
cambio le decimos que no es buena?.

Un hombre de negocios, que a los 62 años tuvo una ECM durante un paro
cardíaco, hizo una elocuente descripción de este sentimiento: "Lo primero que vi al
despertar en el hospital fue una flor, y lloré. Créase o no, nunca había visto
realmente una flor hasta que volví de la muerte. Lo más grande que aprendí al
morir fue que todos somos parte de un universo grande y viviente. Si creemos que
podemos herir a otra persona o ser viviente sin herirnos a nosotros mismos,
estamos tristemente equivocados".

Muchas personas con ECM adquieren también un renovado respeto por el


conocimiento. Algunos dicen que esto es por la revisión que hicieron de sus vidas.
Según otros, el ser de luz les dijo que no se deja de aprender cuando se muere,
que el conocimiento es algo que se lleva con uno. Otros describen un reino
completo del más allá dedicado a la apasionada búsqueda del conocimiento. Una
mujer describió ese lugar como una gran universidad, donde la gente se halla
absorbida en profundas conversaciones acerca del mundo a su alrededor. Otro
hombre lo describió como un estado de consciencia en el que cualquier cosa que
uno quiera se halla a su disposición. Si uno piensa en algo que quiere aprender,
esto se le aparece a uno para estudiarlo. Dijo que era casi como si la información
estuviera disponible en "haces" de pensamiento.

Esta breve pero profunda experiencia de aprendizaje ha cambiado la vida de


muchos con ECM. El corto tiempo en que se vieron expuestos a la posibilidad de

68
aprender en profundidad les dio más sed de conocimiento al volver al cuerpo. A
menudo, los que han tenido esta experiencia se lanzan a nuevas carreras, o
toman una nueva dirección en sus estudios. Nadie, sin embargo, ha buscado el
conocimiento por el conocimiento mismo. Mas bien, creen que éste es importante
sólo si contribuye a la integridad personal. Una vez más, entra en juego un sentido
de conexión. El conocimiento es bueno si ayuda a la integridad de algo.

En consecuencia, todas las personas con ECM se sienten más responsables


que antres por el curso de sus vidas. También se vuelven agudamente sensitivas
respecto de las consecuencias inmediatas y mediatas de sus actos.
Probablemente esto se deba al examen de sus vidas, con esa cualidad impersonal
que les permite examinarlas objetivamente. Esta revisión les deja ver sus vidas
como en una pantalla de cine. Con frecuencia se emocionan ante las acciones que
contemplan –no sólo las propias, sino también las de otros– y pueden ver cómo se
conectan actos aparentemente inconexos y ser testigos de lo "correcto" o
"incorrecto" con mucha claridad.

Igualmente, la frase "sentido de urgencia" aparece repetidamente siempre que


se habla con personas con ECM. En general se refieren a la brevedad y fragilidad
de sus propias vidas. Pero a menudo expresan un sentido de urgencia acerca de
un mundo en el que inmensos poderes destructivos se hallan en manos de
simples seres humanos.

Estos factores parecen mantener en un profundo estado de aprecio por la vida a


los que han pasado por una ECM. Después de ésta, se inclinan a declarar que la
vida es preciosa, que lo que cuentan son las "pequeñas cosas" y que hay que vivir
la vida al máximo.

La ECM casi siempre lleva a una curiosidad espiritual. Muchos con ECM
estudian y aceptan las enseñanzas espirituales de grandes pensadores religiosos.
Sin embargo, esto no significa que se transformen en puntales de la iglesia del
barrio. Al contrario: tienden a abandonar las doctrinas religiosas. Un hombre que
había estudiado en un seminario antes de tener una ECM hizo una relación muy
precisa: "El médico me dijo que había "muerto" durante la operación. Pero yo le
dije que había llegado a la vida. En esa visión vi qué tonto y engreído era yo con
toda esa teología, despreciando a quienquiera que no fuese miembro de mi
congregación o no adhiriera a las mismas creencias teológicas que yo. Conozco
mucha gente que se va a sorprender cuando se de cuenta de que al Señor no le
interesa la teología. En realidad, parece que Él se divierte con eso, pues no estaba
para nada interesado en mi Iglesia. Quería saber qué había en mi corazón, no en
mi cabeza".

SÍNDROME DEL REINGRESO

Así han denominado varios investigadores a la readaptación normal al mundo


de los vivos. En 1895, Moody comenzó una práctica a este respecto, estrictamente

69
espiritual, cuando advirtió que la gente que tenía experiencias espirituales poco
comunes tenía problemas en hacerlas parte de su vida.

Por ejemplo: a menudo a los demás no les interesa escuchar nada sobre las
experiencias de las personas con ECM. Se molestan por esto e incluso tal vez
piensan que el otro está loco. Aunque parezca asombroso, cuando se trata de
enfrentarse a esta experiencia las personas con ECM reciben poco apoyo de parte
del cónyuge o familia. A menudo los marcados cambios en la personalidad que
acompañan a la ECM provocan tensión en el entorno.

Se ha intentado explicar de muchas maneras las ECM, describiéndolas como


algo distinto de lo espiritual o de las visiones del otro mundo. Varias teorías –
teológicas, médicas y psicológicas– tratan de explicarlas como un fenómeno físico
y mental que tiene que ver más con una disfunción del cerebro que con una
aventura del espíritu.

Pero hay algunos obstáculos en contra de esas teorías: ¿Cómo es que una
persona con ECM puede dar un informe tan elaborado y lleno de detalles sobre la
resucitación, explicando en su totalidad lo que los médicos hacían para volverlos a
la vida?. ¿Cómo es que tanta gente puede explicar lo que estaba pasando en
otras habitaciones del hospital mientras sus cuerpos estaban en la sala de
operaciones?.

Entre los que han tratado de explicar la "experiencia del túnel" como un
recuerdo sobrante de la experiencia de nacer se encontraba nada menos que Carl
Sagan, el renombrado astrónomo mediático. El hecho de que todo el mundo
experimente el nacimiento explicaría por qué las ECM son similares, ya sea que le
ocurran a un budista o a un cristiano. Pugnando por salir del vientre materno, la
mayoría de nosotros ha tenido la experiencia de ser tironeado hacia un mundo
colorido y brillante por gente contenta de vernos.

No es extraño que Sagan relacionara el nacimiento con la muerte. En su best-


seller "El cerebro de Broca: reflexiones sobre el romance de la ciencia",
Sagan escribe: "Hasta donde pueda imaginar, la única alternativa es que cada ser
humano sin excepción, ya ha compartido una experiencia como la de esos viajeros
que vuelven del país de la muerte: la sensación de volar; el salir de la oscuridad
hacia la luz; la experiencia en la que, al menos en algunas veces, se puede
percibir débilmente alguna figura heroica bañada en gloria y esplendor. Existe sólo
una experiencia común que se iguala a esta descripción. Se llama nacimiento".

El doctor Carl Becker, profesor de Filosofía en la Universidad de Hawai,


examinó la investigación pediátrica para determinar exactamente cuánto sabe un
niño al nacer y cuánto puede recordar de la experiencia. Su conclusión es que
los bebés no recuerdan haber nacido y no poseen la facultad de retener esa
experiencia en el cerebro. Becker afirma que la percepción infantil es demasiado
deficiente como para ver lo que pasa durante el nacimiento.

70
Otro argumento, apoyado por ciertos estudios, es que los chicos tienen poca
memoria para formas o diseños. Y como sus cerebros no están bien desarrollados
y no han sido expuestos a la vida fuera del vientre materno, tienen poca capacidad
para codificar lo que ven.

Una nota final para la teoría de Sagan: la mayor parte de las veces la
experiencia del túnel implica un rápido pasaje hacia una luz al final del túnel. En la
experiencia real de nacer, el rostro del niño se aprieta contra las paredes del
canal. Los bebés no están mirando hacia una luz que se acerca, como sugiere la
teoría de Sagan. A medida que se ven empujados hacia su entrada al mundo, no
pueden ver nada.

Algunos han denominado la experiencia del túnel la "entrada al otro mundo", y


por lo común se la describe como la sensación que se tiene al acelerar a través de
un túnel hacia un punto de luz al final que se va haciendo cada vez más grande.
Algunos investigadores creen que la experiencia del túnel se debe a la reacción
del cerebro al creciente nivel de dióxido de carbono (CO2) en la sangre. Este gas
es un subproducto del metabolismo del cuerpo: se aspira oxígeno y se exhala aire
que contiene un nivel más elevado de CO2. Cuando una persona deja de respirar
por un ataque al corazón o una lesión grave, el nivel de CO2 en la sangre se eleva
rápidamente. Cuando el nivel se eleva demasiado, los tejidos empiezan a morir.

Como la inhalación de CO2 se usó mucho en los años '50 como una forma de
psicoterapia, sus síntomas son conocidos y han sido experimentados por una
respetable cantidad de pacientes. Los estudios de esta terapia anticuada
describen la experiencia como un viaje por un túnel o como un estar rodeado de
luces brillantes. La información es que la inhalación de CO2 está acompañada por
cosas como seres de luz y revisiones de la vida. Casi podríamos aceptar la causa
de la experiencia del túnel como la presencia de demasiado CO2 (lo que seguiría
sin explicar las "clarividencias" de ese momento) si no fuera por la investigación
del doctor Michael Sabom, cardiólogo de Atlanta, Estados Unidos. En algunos
casos, Sabom midió el nivel de oxígeno de pacientes en el mismo momento de
sus ECM y encontró que dicho nivel era superior al normal. En todo caso, el
hallazgo de Sabom demuestra la necesidad de continuar las investigaciones.

Algunos postulan que las ECM son solamente alucinaciones, hechos mentales
producidos por el estrés, falta de oxígeno o, en algunos casos, drogas. Sin
embargo, uno de los argumentos más fuertes en contra de la ECM como
alucinación es su aparición en pacientes cuyos electroencefalogramas (EEG) son
completamente planos.

El EEG mide la actividad eléctrica del cerebro, registrándola mediante unas


líneas inscriptas en una tira de papel. Estas líneas suben y bajan en respuesta a la
actividad eléctrica del cerebro cuando la persona piensa, sueña, habla o hace
virtualmente cualquier cosa. Si el cerebro muere, el EEG produce líneas planas, lo
que implica que el cerebro es incapaz de pensar o actuar. Un EEG plano es en la
actualidad la definición legal de la muerte en muchos países.

71
Pero hay muchos casos en que gente con un EEG plano ha tenido ECM. Por
supuesto, vivieron para contarlas. Sólo el mero número de esta gente indica que,
al menos con algunos, las ECM han ocurrido cuando estaban técnicamente
muertos. Si hubieran sido alucinaciones, se habrían visto reflejadas en el EEG.

Deberíamos decir que los EEG no son siempre la medida exacta de la vida del
cerebro. Algunas veces, éste puede estar vivo a un nivel tan bajo que el EEG no
registra ninguna actividad. Del mismo modo existe una multitud de fenómenos
científicos fascinantes acerca de los que el público lego nunca oyó hablar. Entre
ellos están las alucinaciones autoscópicas. Algunos escépticos han sostenido
que las experiencias fuera del cuerpo que han descripto las personas con ECM no
son nada más que eso. Pero hay una gran diferencia entre las dos. Una
alucinación autoscópica es una proyección de la propia imagen en el propio
espacio visual, de modo que uno se "ve" a sí mismo del modo en que vería a otro.
Esta experiencia algunas veces está relacionada con fuertes dolores de cabeza y
epilepsia.

En general, una persona ve sólo su propio torso. Pero en ocasiones, la gente da


cuenta de haberse visto todo el cuerpo. Muy a menudo la imagen parodia los
movimientos de la persona que está viviendo la experiencia autoscópica. Por lo
común, se la describe como una imagen transparente y por razones totalmente
desconcertantes para nosotros, el fenómeno ocurre generalmente durante el
ocaso. Abraham Lincoln dijo haber tenido tal experiencia en la Casa Blanca. Una
noche estaba sentado en un sofá y vio una imagen completa de sí mismo, como si
se estuviera mirando en un espejo. Imposible decir qué efecto tendría hoy un
informe como éste desde la Casa Blanca.

Moody fue testigo directo de un caso semejante con una víctima de un ataque
de apoplejía que atendió en un hospital. Le dijo que el primer síntoma de la
enfermedad le vino mientras estaba sentado durante una cena y empezó a sentir
dolores de cabeza. No pensó mucho en ello hasta que levantó los ojos y se vio a
sí mismo entrando en la habitación. Tenía puesto un traje con una flor en el ojal, y
se disponía a sentarse y pasar un buen rato.

Estos fenómenos existen y son ampliamente conocidos. Pero son muy distintos
de las experiencias fuera del cuerpo (EFC, en literatura angloparlante se las llama
OOBE: out of body experience) que suceden durante las ECM. En la EFC típica, la
persona dice tener su punto de vista fuera del cuerpo físico. Y que ve su cuerpo
desde cierta distancia. No ve al cuerpo como transparente, sino sólido, como en la
vida real. Asimismo, habla de un centro de consciencia localizado fuera del cuerpo
físico.

En una alucinación autoscópica la consciencia está dentro del propio cuerpo,


igual que en la experiencia del lector al leer estas líneas. El punto de vista de una
EFC es diferente, además, en otros sentidos. Por ejemplo, las personas con EFC
frecuentemente afirman que andan a su alrededor y pueden describir con

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precisión lo que sucede en lugares que sus cuerpos no están ocupando. Puesto
que la perspectiva en las alucinaciones autoscópicas son desde el cuerpo físico,
este fenómeno no permite viajar.

Algunos creen que las ECM configuran un mecanismo de la mente para poder
enfrentarnos con nuestra peor realidad, la muerte. De acuerdo con esto, lo
siniestro de la situación lleva a la mente a engañarse a sí misma y hacerse creer
que está en una situación mejor. He aquí una versión simplificada de esta teoría:

- Hay dos maneras de responder a un peligro. Si podemos hacer algo físicamente


para cambiar la situación –apartarnos de un automóvil que nos va a atropellar– lo
hacemos. Si no podemos hacer nada –si el coche nos atropella– entonces la
mente debe volverse hacia adentro para poder manejar el problema. Hace esto
disociándose de la situación, y en algunos casos creando un mundo de fantasía.

- Aunque la fantasía pueda parecer una manera pasiva de enfrentar un problema


como el de ser atropellado por un auto, puede ser lo mejor que podemos hacer;
puesto que una situación de vida o muerte es dolorosa o paralizante, estamos
demasiado afligidos como para tomar medidas físicas contra el dolor.

- Para conservar energía y mantener el cuerpo en funcionamiento, la mente se


desliza más profundamente en su cómoda fantasía. Esto nos permite poner fuera
de foco al extremo dolor, y hacer que el cuerpo se relaje un poco para manejar
mejor sus problemas internos.

- En el dolor, el cerebro fabrica los llamados opiatos cerebrales, o endorfinas, que


son cerca de treinta veces más poderosas que la morfina. Podemos llegar a sentir
sus relajantes efectos después de una sesión de vigoroso ejercicio. Son la causa
de la deliciosa sensación conocida como el "high" del corredor. Pero en el caso de
ser atropellado el cerebro fabrica mucho más de esta sustancia que en el caso del
corredor. entonces, la disociación y la fantasía se hacen mucho más intensas.
Empiezan a pasar cosas raras. Uno cree dejar el cuerpo. O quizás se encuentra
volando por un túnel a velocidades supersónicas hacia una luz brillante. Puede
que veamos a nuestros abuelos muertos o a otros parientes fallecidos. Puede que
nos salude un magnífico ser de luz y que nos lleve a un examen de nuestra vida.
Tal vez querríamos quedarnos en este "cielo", pero el ser de luz dirá que es hora
de volver. En instantes –no sabemos cuánto tiempo, realmente– sentimos como si
nos "aspiraran" hacia el cuerpo.

- Volvemos cambiados al cuerpo real. Esta experiencia provocada por una droga
producida por el cerebro nos ha cambiado. Nos ha hecho ver el mundo de otra
manera. Se puede pensar en este episodio como un avizoramiento de la vida en el
más allá. Pero algunos investigadores piensan simplemente que acabamos de ver
nuestro "último cuento antes de dormir".

Esta teoría es muy prolija. Pero no explica las ECM. En primer lugar, no
sabemos de ninguna investigación que relacione las endorfinas con alucinaciones

73
u otros fenómenos visuales. Sin embargo, sí sabemos que los corredores de fondo
y otros atletas en deportes de resistencia producen una extraordinaria cantidad de
endorfinas cuando se entrenan o compiten. Con frecuencia se sienten eufóricos
después de una intensa ejercitación. Pero no conozco ningún caso de atletas de
resistencia que hayan informado de elementos de las ECM, a menos que se
hayan casi muerto durante el ejercicio. El último cuento antes de dormir tampoco
explica las experiencias fuera del cuerpo en las que se describen objetos y
acontecimientos con toda exactitud desde fuera del cuerpo.

Puede que aquellos que no se sienten capaces de enfrentar un rápido


acercamiento de la muerte la nieguen creando la fantasía de que sobreviven. Esta
es una forma de realización de deseos. Es defensiva por naturaleza porque
pretende defendernos de la aniquilación total. El más obvio argumento en contra
de esto es que todas las personas con ECM básicamente tienen la misma
experiencia. Si fuera simplemente una realización de deseos, los informes de ECM
serían todos distintos, sin nada en común.

Otra dificultad de esta explicación es que una defensa psicológica como la


realización de deseos mantiene el status quo, ya que la psiquis quiere permanecer
intacta. Una experiencia cercana a la muerte es muy diferente por el hecho de que
representa un descubrimiento. En vez de mantener a la gente como era, las hace
enfrentar la vida de un modo que nunca hicieron antes.

Después de la ECM, la gente se enfrenta a sus verdades personales de manera


profunda. Y esto le hace feliz. Al revés de la expresión de deseos que se conoce
como "soñar despiertos", que nos alivia temporalmente respecto del mundo, la
ECM es una plataforma de lanzamiento hacia un cambio que durará toda la vida.

Por más de treinta años, el doctor Moody ha trabajado en la vanguardia de la


investigación de las ECM. A lo largo de sus estudios, ha escuchado los relatos de
miles de personas sobre sus viajes profundamente personales hacia... ¿dónde?.
¿Al mundo del "más allá"?. ¿Al "cielo" que le enseñaron en su religión?. ¿A la
región del cerebro que se revela sólo en momentos de desesperación?.

Hemos hablado con muchos investigadores en ECM acerca de sus trabajos. La


mayoría cree en lo profundo de su corazón que las ECM son una percepción de la
vida después de la vida. Pero como científicos, aún no han conseguido la "prueba
científica" de que una parte de uno sigue viviendo después que nuestro ser físico
muere. Entretanto, seguimos tratando de contestar de una manera científica la
desconcertante pregunta: ¿qué pasa cuando morimos?.

No sabemos si la ciencia podrá alguna vez responder esta pregunta. Puede ser
considerada desde casi todos los ángulos, pero la respuesta nunca será completa.
Incluso si la ECM fuera duplicada en un laboratorio, ¿después qué?. La ciencia
oiría otra vez la historia de un viaje que no se puede verificar.

74
A menudo me preguntan si creo que las ECM constituyen evidencia de vida
después de la muerte. Mi respuesta es que sí. Son varias las cosas que me hacen
aseverar esto con total convicción. Una es la experiencia fuera del cuerpo, en las
que las personas describen detalladamente los intentos de salvarle la vida. Lo que
más me impresiona respecto de las ECM son los enormes cambios de
personalidad que se producen en la gente. La realidad y poder de las ECM queda
demostrada por la transformación total de quienes tienen la experiencia. Basado
en tal examen, estoy convencido de que las personas con ECM llegan a visitar el
más allá, y a pasar brevemente a esa otra realidad.

Carl Jung resumió este sentir sobre la sobrevivencia a la muerte en una carta
escrita en 1944. Es especialmente significativo puesto que el mismo Jung, justo
unos meses antes de escribir la carta, había tenido una ECM durante un ataque al
corazón. "Lo que sucede después de la muerte es tan inexpresablemente glorioso
que nuestras imaginaciones y sentimientos no bastan para formarnos siquiera un
concepto aproximado de ello" (...) "Tarde o temprano, todos los muertos se
transforman en lo que también somos. Pero en esta realidad, sabemos poco y
nada acerca de ese modo de ser. ¿Y qué sabremos aún de esta tierra después
que muramos?. La disolución en la eternidad de nuestra forma inserta en el tiempo
no hace que se pierda su significado. Mas bien, lo pequeño se conoce a sí mismo
como parte del todo".

PORQUÉ LOS CIENTÍFICOS SE RESISTEN A INVESTIGAR LA VIDA


DESPUÉS DE LA MUERTE

Hay dos características principales fácilmente discernibles en la literatura


actualmente existente en el mercado en torno al tema de la sobrevivencia a la
muerte. Por un lado, el hecho de que la misma consiste en una recopilación más o
menos confiable –según el caso– de anécdotas que abonarían tal hipótesis,
enfoque éste que si bien puede resultar interesante para abrevar en las fuentes
que motivan estudios como el presente, no es menos cierto que responde a un
interés más consumista del gran público, generalmente reacio a sumergirse en
elucubraciones más o menos complicadas.

La segunda característica observable, es que si bien muchos de esos textos


están escritos por profesionales que pueden recibir holgadamente la calificación
de científicos –Moody, por ejemplo– como comentara, evitan referirse a la cuestión
que da título a estos párrafos y que puede ser crucial a la hora de zanjar
definitivamente el tema de la aceptación académica –o no– de la vida después de
la muerte.

Obviamente, sería pedante de mi parte creer que estamos en condiciones de


responder taxativamente a este interrogante desde aquí, pero, cuanto menos,
considérense los argumentos que siguen como un modesto aporte de ciertas
reflexiones que, o bien encauzarán planteos y requisitorias posteriores en ese

75
sentido, o bien, quizás detonando vaya a saberse qué oscuros mecanismos
psicológicos, provoque en algún científico lector, tal vez hasta ahora
prudentemente escéptico en el tema, una vocación dormida por investigarlo.

Tal pregunta –la del título– puede completarse con este interrogante
subsiguiente: ¿Cómo es posible que el tema más trascendente, importante y
común a la especie humana, como es la muerte –ya que, de hecho, nos toca
a todos– ha recibido tan poca atención por parte de los esquemas
académicos?. Y en cuanto a la Vida después de la Muerte, aun si se tratara sólo
de una mera, remota e infantil posibilidad... ¿acaso no merecería, aun así, ser
exhaustivamente investigada?. Porque por remota que fuera tal probabilidad, la
más lejana estadística que avalara su existencia significaría una revolución
filosófica, cultural, religiosa, social y hasta política de inconcebibles alcances para
la Humanidad.

Varios argumentos pueden oponerse a esto. En primer lugar, y a riesgo de que


parezca una reducción simplista, creo personalmente que todo estriba en una
cuestión de prejuicios. Aunque el término correcto sería escrito así: pre-juicios.
Es decir, como muchos científicos no creen "serio" el tema de la vida después de
la muerte, sencillamente no se plantean el investigarlo. Lo que equivale a decir
que como no creen a priori, entonces, ¿para qué seguir?. Esta, ciertamente,
parece una actitud muy poco científica, ya que generalmente se tiene la impresión
de que un científico considera el tema a investigar con absoluta objetividad e
imparcialidad, despersonalizando la investigación de sus creencias y expectativas,
hasta llegar a un resultado incontrastable. Pero no necesariamente es así.
Dejando de lado el altísimo número de descubrimientos que son más obra de la
casualidad (como Fleming y la penicilina, por ejemplo) que de la búsqueda
consciente, en los demás casos el investigador procede de la forma exactamente
opuesta: ya tiene una sospecha, una idea sobre un tema determinado, y es en
función de esa sospecha y no del tema en sí que se diseñan los
experimentos que llevarán a su ratificación o rectificación. Si no aparece
alguien con la audacia suficiente, se puede tener a mano todo el instrumental, todo
el esquema teórico, los mejores cerebros disponibles y, aun así, pasar por alto
verdades evidentes y sencillas.

El prejuicio a que hiciéramos referencia se relaciona –para descargo de los


científicos– con una cuestión cultural entendible. Socialmente, hasta fechas muy
recientes, el tema de la vida después de la muerte era "poco serio", más dominio
de las religiones, los iluminados y los espiritistas que campo de análisis
universitario. Y en un mundo donde la Ciencia no está encerrada en torres de
cristal sino que compite salvajemente por conseguir un lugar en el establishment,
dedicarse a investigar este tema puede costarle al audaz no sólo el título de
"brujo" sino también, alejarlo significativamente de subvenciones, becas,
invitaciones a congresos, editoriales respetables y cátedras, conjunto de
elementos que hacen, lógico, al modus vivendi del científico de este siglo.

76
Y no se crea ver en este comentario un concepto hiriente del
espiritismo, aunque creo personalmente que el mismo poco tiene que ver con la
verdadera investigación sobre el tema, y me explico: si bien muchas escuelas
espíritas se endilgan el mote de "científicas" y se habla de una "ciencia del
espiritismo", tengo mis buenas objeciones al respecto. En primer lugar, porque esa
historia de diálogos morales y paternales de los espíritus hacia asombrados
humanos no guarda mucha coherencia con la estructura de pensamiento que
hemos esbozado a lo largo de estas líneas (salvo, quizás, con los comentarios
sobre Moody el cual, como buen ser humano, también tiene derecho a
equivocarse) la cual, aunque quizás falible, intenta poner un orden metodológico
en un caos que de lo contrario seguiría siendo inabordable por un intelecto crítico.
En segundo lugar, las descripciones sobre la vida en el más allá y sus enseñanzas
puritanas suenan demasiado decimonónicas, barrocas y tendenciosas; reflejan la
extensión de un concepto cristiano de la vida, cuna, por otra parte, del espiritismo
codificado a mediados del siglo pasado por el francés Hyppolite León Denizard
Rivail (alias "Allan Kardec"), a mi criterio, uno de los pocos pensadores que dio a
luz esta corriente religiosa digno de consideración, aunque anticuado. Como ya he
escrito en alguna oportunidad: si Allan Kardec hubiera nacido en el siglo que corre,
sería parapsicólogo.

Empero, la observación principal que puede hacerse a la "ciencia espírita" es


ésta: pese a que sus seguidores se "llenan la boca" con ese término,
prácticamente no he encontrado ninguno que supiera, siquiera, qué significa –
filosóficamente hablando– el concepto y la metodología de lo científico y que, por
otra parte, pudiera demostrar que el trabajo espiritista se lleva a cabo respetando
las reglas que impone la investigación científica.

Un espiritismo nacido en la India hubiera contado "otra versión" del Más Allá,
donde sería Siddharta Gautama o Khrisna –y no Jesucristo– el Maestro, donde
sería la gráfica sánscrita del "om" y no la cruz el símbolo elegido para
manifestarse. Y un espiritismo que quisiera llamarse científico, además de
proclamar a los cuatro vientos el advenimiento del Amor –hermoso, sí, pero poco
práctico a los fines documentales– entrenaría a sus seguidores en la observación
analítica, la evaluación "doble ciego" y el seguimiento de los casos, en lugar de
supeditarlo todo al Dogma y la Fe. Estos últimos pueden enaltecer al espíritu, pero
no hacen a la Ciencia.

De todo esto podemos inferir un error –psicológico, estrictamente hablando–


que cometen quienes creen poco serio estudiar la vida después de la muerte: un
tema cualquiera no es absurdo en sí. Lo absurdo –o poco serio– será el
método con que sea encarado su estudio.

Por supuesto, sería pecar de ingenuos creer que todo el problema de la falta de
atención científica al tema de la vida después de la muerte se reduce a las
consideraciones aquí planteadas. Hay, aunque parezca jamesbondiano decirlo,
fuertes intereses en juego, políticos y hasta raciales si se quiere, para frenar la
dedicación al mismo. En primer lugar, porque de "oficializarse" su existencia, en

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desmedro de la potestad que una religión cualquiera podría exigir sobre el tema
haría desmoronarse como castillos de naipes los esquemas de creencias
montados a través de los siglos, sobre el cual se asientan innúmeras estructuras
de poder. Que el premio del Cielo o el Infierno no dependa de obedecer al pastor,
maestro o sacerdote del barrio pues responda a mecanismos elevados mucho
más sutiles, significaría el descrédito para millones.

Al Espiritismo tampoco le conviene, sobre todo si la VDM se perfila en los trazos


que planteara en este ensayo. Y el Espiritismo es, económica y políticamente, muy
fuerte (no olvidemos que maneja al Brasil). Por otra parte –y aquí está lo racial–
observemos que, salvo honrosas excepciones, los científicos anglosajones no
consideran con mayor interés este tema, por las razones ya apuntadas. En cambio
son, por ejemplo, los científicos hindúes provenientes de un medio cultural donde
lo espiritual sí priva sobre lo material y lo social, quienes brindan amplio crédito a
las investigaciones parapsicológicas en este sentido. Pero, claro, son hindúes. Es
decir, de tez aceitunada, tercermundistas y además usan turbante. He visto
científicos norteamericanos mirar con indisimulada sorna a sus colegas
sudamericanos o africanos, la suficiente cantidad de veces como para aceptar que
esta actitud bárbara puede pesar lo suyo en esta situación.

También debe tenerse en cuenta que raramente se destina personal altamente


calificado y presupuestos millonarios a investigaciones científicas "puras". Esto es,
que no brinde resultados prácticos concretos. Los grandes laboratorios y
corporaciones científicas del mundo (Westinghouse, Sandoz, Johnsonn & Son,
Mitsubishi) progresan rápidamente porque sus campos de trabajo (médico,
nuclear, electrónico, bélico) les permite obtener réditos más o menos
inmediatamente. Pero las ciencias que sólo persiguen la búsqueda del
conocimiento (como la arqueología o la parapsicología, por ejemplo) carecen de
esos apoyos y, en consecuencia, lentifican sus progresos. La imagen del científico
amante de la Humanidad que sacrifica todo para consagrarse por entero a su
trabajo y que, una vez alcanzados los resultados se siente realizado por el hecho
en sí, legando su aporte al mundo, es sólo una imagen romántica tan difícil de
hallar como –Silvio Rodríguez dixit– un unicornio azul.

Y una última consideración: el problema principal estriba, sin embargo, en la


obtención de "pruebas científicas". Pero, ¿qué es una "prueba"?. Lo que para mí
puede ser una evidencia irrebatible, para otro sólo un aspecto falaz de mis
investigaciones. Una prueba sólo es total en el marco de razonamientos en que es
insertada. Lo cual exige una creencia a priori. En consecuencia, si mi creencia a
priori es que la VDM no existe, difícilmente encontraré una evidencia que no
pueda refutar sofísticamente. Hasta que me toque.

78
TANQUE DE FLOTACIÓN :
CÓMO EXPERIMENTAR LAS SENSACIONES DE UN PAQUETE DE MEMORIA
ANTES DE SERLO UNO MISMO

La vivencia ocurrió dentro de un tanque de flotación. El doctor John Lilly, que


estaba estudiando los estados alterados de consciencia, la describió así al salir:

"...Estoy dentro de un gran espacio vacío sin nada alrededor excepto la luz.
Una luz dorada impregna el espacio en todas las direcciones, hasta el
infinito. Soy un punto único de la consciencia, del sentimiento, del
conocimiento. Sé que soy. Eso es todo.

El espacio dentro del cual me encuentro es muy pacífico, reverencial,


imponente. No tengo cuerpo. No tengo necesidad de un cuerpo. Soy apenas
yo. Estoy pleno de amor, calor y luminosidad. De pronto, a la distancia,
aparecen dos puntos similares de consciencia, dos fuentes de luminosidad,
de amor y de calor. Siento su presencia. Veo su presencia, sin ojos ni
cuerpo. Sé que están ahí; de modo que ellos están ahí. A medida que se
acercan, siento cada vez más a cada uno de ellos, interpenetrando mi ser.
Me transmiten pensamientos tranquilizantes, reverenciales, imponentes.
Advierto que son seres mucho más grandes que yo. Comienzan a
enseñarme. Dicen que me puedo quedar en este lugar, que he dejado mi
cuerpo, pero que puedo retornar a él si lo deseo. Luego me muestran qué
ocurriría si dejo mi cuerpo atrás: un sendero alternativo a tomar. También
me muestran dónde puedo ir si me quedo en este lugar. Dicen que aún no ha
llegado el momento de abandonar mi cuerpo en forma permanente, y que
todavía puedo optar por volver a él. Me dan una absoluta confianza, una total
certidumbre en la verdad de mi existencia en esta condición. Yo sé que, con
absoluta certeza, estos seres existen. No tengo dudas. Ya no hay necesidad
alguna de un acto de fe; todo es de esta manera y lo acepto.

El profundo amor majestuoso y poderoso de estos seres me abruma hasta


un cierto punto, pero finalmente lo acepto. A medida que se acercan más
aún, descubro menos y menos de mí mismo y más de ellos dentro de mi ser.
Se detienen a una distancia crítica y entonces dicen que ahora me he
desarrollado sólo hasta el punto donde puedo soportar su presencia dentro
de esta distancia particular. Si se acercan más, me abrumarían, y me
perdería a mí mismo como entidad cognitiva, fusionándome con ellos.

Además, dicen que yo los he separado porque esa es mi manera de


percibirlos, pero que en realidad son sólo uno en el espacio dentro del que
me encuentro. Dicen que yo aún insisto en que soy un individuo, forzando
una proyección sobre ellos como si fueran dos. Luego me transmiten que si
yo vuelvo a mi cuerpo tal como me he desarrollado, eventualmente llegaré a
percibir la unidad entre ellos y yo, y muchos otros.

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Dicen que son mis guardianes. Que han estado antes conmigo, en
períodos críticos, y que en realidad siempre están conmigo, pero yo
generalmente no estoy en condiciones de percibirlos. Estoy en condiciones
de percibirlos cuando me acerco a la muerte del cuerpo. En esta condición
no existe el tiempo. En esta condición, hay una percepción inmediata del
pasado, presente y futuro, como si todo ocurriese en el momento
presente...".

Y he aquí conformada, entonces, una aproximación, por igual crítica y vivencial,


a ciertos estados característicos de la transición de la vida a la muerte. Así que
analicemos en detalle todas sus etapas.

En primer lugar, ¿quién es John Lilly?. Biólogo y psicólogo, es uno de los


cerebros de la ola postmodernista de California. Experto contratado por la Marina
de los Estados Unidos para estudiar el comportamiento y lenguaje de los delfines
(fue quien dio los pasos de más largo aliento en el desciframiento de sus códigos
de comunicación) abandonó tal proyecto cuando advirtió que el uso bélico que se
les pensaba dar a estos animales los conduciría irremediablemente hacia la
destrucción. En efecto, el generalato del Pentágono había dado el "visto bueno" a
la intentona de adosar, al lomo de cada uno de estos nobles mamíferos acuáticos,
una poderosa mina submarina con un detonador fijado en sus trompas,
entrenándolos para dirigirse hacia blancos enemigos como zoológicos kamikazes.
Dado que fue Lilly quien reveló a la opinión pública la barbaridad de este programa
secreto, eso le valió el encono de los militares los cuales, por supuesto, no
desaprovecharon a partir de allí oportunidad alguna de desacreditarle.

Lilly se dedicó los siguientes quince años a investigar profundamente el


fascinante campo de los "estados alterados de consciencia", es decir, todo estado
de percepción y sensación psicológica más allá de la vigilia, el sueño, la
ensoñación y la hipnosis. Yoga, LSD, meditaciones orientales, todo camino,
encarado bajo absoluto control científico, fue bueno para acercar una óptica
revolucionaria a la Psicología. Así, él fue el primero en postular que las
percepciones de los esquizofrénicos –especialmente las místicas– no se debían a
"alucinaciones" de marco meramente neurológico, sino que serían en realidad
percepciones de un orden "distinto" de Realidad, como si aquella ventana que
regla nuestro conocimiento del mundo que nos rodea se ampliara. Y volveremos
sobre esta "ventana" antes de terminar.

Uno de los métodos que este científico priorizó fue el del llamado "tanque de
flotación". Consiste éste en una cámara hermética, donde cabe perfectamente
cómodo y horizontal un cuerpo humano, el cual, completamente desnudo, se
sumerge en agua tibia para privarlo de toda sensación táctil, agua con altísimo
contenido en sales para permitirle flotar sin esfuerzo alguno en su superficie. Este
tanque tiene, obviamente, un termostato para mantener constante la temperatura
del líquido, además de un sistema de renovación del aire y un micrófono
disimulado para que, si el sujeto del experimento se siente estresado en la
absoluta oscuridad y el total silencio, pueda pedir que se le de salida.

80
El tanque está insonorizado, es decir, ningún ruido del exterior puede penetrar
en él. El sujeto, en consecuencia, no siente, no ve, no escucha. Su mente se ve
así privada de las sensaciones y percepciones provenientes del entorno con que
habitualmente nos bombardea el mundo, condicionando no solamente nuestras
respuestas ante éste sino también el espacio de manifestación que queda libre
para nuestra psiquis (aun cuando dormimos, porque roces, pesos, cambios de
temperatura, luces y ruidos siguen actuando sobre ella).

En esa situación, somos lo más parecido posible a un cerebro sin cuerpo que
flota, libre de limitaciones. Y quien supere la primera media hora de experiencias –
no aptas para clautrofóbicos– comienza a vivenciar experiencias sorprendentes.
La mente, libre de condicionamientos orgánicos, pierde gran parte de su
capacidad de raciocinio (o mejor deberíamos decir, de su "exigencia condicionada
de raciocinio por el marco psicosocial que nos rodea") y, simplemente, "siente". Si
mi mente racional "piensa" en una flor, este pensamiento pasa por las fases de
identificación de la misma, determinación del conjunto por la suma de sus partes,
recuerdos asociados... En cambio, en ese estado "alterado" –en el sentido de
"modificado"– de consciencia que describimos, ésta, sencillamente, "siente" la flor.
Y, desde el punto de vista cognitivo, esta forma de percibir las cosas es tan "real"
–si no más– que la que nos propone el convencionalismo psicológico.

En el tanque de flotación, la mente recuerda aquello que creía olvidado,


descubre lo verdadero o falso de situaciones que hasta ese momento pasaban por
insolubles, descubrimientos que no se apoyan en argumentos en contra o en pro,
sino sólo en "saber"; viaja, también, a otros puntos geográficos o temporales,
observando situaciones y percibiendo informaciones como si allí hubiera estado el
individuo en cuerpo presente... o como si hubiera hecho un "viaje astral". Esto del
viaje astral quizás encuentre su justificación en las experiencias con tanque de
flotación. Por supuesto, alguien argumentará que nada demuestra la existencia de
un "cuerpo astral" desde el punto de vista de la necesaria metodología científica.
Pero las sensaciones que los cultores refieren atravesar durante los mismos son
en un todo semejantes a las que se perciben dentro del tanque de flotación.

Personalmente he intentado el viaje astral muchas veces, las ocasiones en que


creo haber tenido algún progreso mi percepción se parecía más al "punto de
consciencia" descripto por Lilly que a un Gustavo Fernández astral deambulando
por el aire. Es decir, mi consciencia estaba ahora "allá", percibiendo –no sé si
decir "observando"– datos que después me eran confirmados como ciertos y, al
pensar en mi abandonado y querido cuerpo físico, instantáneamente pasaba a
estar "aquí", donde reposaba acostado. La imaginación en aquellas percepciones
quedaba descartada ante la realidad contrastable de lo percibido, pero sospecho
que esa romántica descripción de las circunstancias colaterales del "viaje astral"
que hacen algunos autores, tiene más de novelesco que de objetivo.

Los "espacios" descriptos por Lilly en particular o por quienes hemos trabajado
con tanques de flotación en general, ilustran bastante acabadamente no

81
solamente el ámbito en que se desenvuelven los "paquetes de memoria", sino
también la naturaleza de las percepciones de los mismos, así como las seguras
dificultades que encuentran luego de su tránsito para adaptarse a este nuevo
marco referencial, debiendo mediar –sin duda– un "aprendizaje", tanto o más difícil
que el que conlleva el infante en sus dos primeros años de vida.

No olvidemos que la mente consciente es la que objetiviza y "modula" sus


reacciones en base a sus percepciones, mientras que la inconsciente dramatiza
simbólicamente sin condicionamientos sensoriales. Así, los obvios planteos que
nosotros, seres vivos, nos haríamos de estar en la situación transitoria de la
muerte sólo son obvios para nosotros, que entendemos lo que nos rodea por
acción volitiva de nuestra consciencia. El Inconsciente (y hablo aquí del Individual)
librado a tomar conocimiento de las cosas sin esos condicionamientos, tendrá
reacciones quizás emocionales, seguramente atemporales y subjetivas. Tal es el
caso, ya comentado, de un individuo que muere en situación violenta, no llegando
a tomar consciencia de que está "muerto" o, aún, no creyó –en vida– en la
sobrevivencia a la muerte. No toma consciencia de su nuevo estado, y lo que para
nosotros serían evidencias más que contundentes de que "algo raro pasa"
(deambula entre sus familiares y nadie les presta atención, pasa a través de
objetos sólidos sin daño aparente, transcurren los años sin cambios físicos) no
serían "analizados" por el "paquete de memoria" porque, precisamente, carece de
raciocinio. O bien, cuenta con él pero desprecia su uso, como nosotros mismos
contamos con la posibilidad psicológica de vivenciar iluminísticamente las
percepciones (el estado de "satori" o "nirvana", por caso) pero pocos son los que
recurren a ellos como herramienta para el desenvolvimiento mental.

Recordemos aquí la teoría de los "sensa" y los "psicones" que esbozáramos en


segmentos anteriores. En el ser humano común, los "sensa" (partículas
informativas exógenas al sujeto) bombardean a éste permanentemente,
"manteniendo en su lugar" a los "psicones", esto es, en el límite que impone el
cuerpo físico. La psiquis es, así, objetiva, condicionada por la deformada
decodificación de las percepciones que hace el sistema neurológico. En el tanque
de aislamiento, el límite de acción de los "sensa" es el propio tanque, y el "psicón",
ya más libre, extiende "fuera" del cuerpo físico su acción, entre otras cosas,
liberando su Potencialidad Parapsicológica o drenando más fácilmente
información sedimentaria del Inconsciente Colectivo. Muerto el individuo y
destruído el filtro de los "sensa" –el cuerpo– el "psicón" queda libre, al igual que
una partícula atómica capturada en un campo magnético artificial continúa su
deambular cósmico cuando el mismo es anulado.

Las experiencias con tanque de flotación demuestran fundamentalmente esto:


que los estados vivenciales esbozados a lo largo de este trabajo como teoría y
anecdóticamente descriptos por quienes, accidental o voluntariamente y por
distintos caminos, se aproximaron a ese estado, existen, son reproducibles en
condiciones objetivas de laboratorio y bajo estricto control; en consecuencia, son
abordables metodológicamente y dignos de atención científica.

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Por supuesto, algún lector poco informado puede preguntarse si tales estados
no son explicables más convencionalmente, por ejemplo, como producto de
"alucinaciones". A ese lector le recordamos que la "hipótesis de la alucinación"
está bastante gastada por los pseudopsicologistas que de esta forma tratan de
explicar todo lo que escapa a lo convencionalmente enseñado en las
academias de la cómoda mediocridad fenoménica de todos los días, desde la
aparición de un fantasma hasta la de un OVNI. Alucinaciones sólo tiene aquél con
un historial clínico específico, con antecedentes en tal sentido, congénitos o
adquiridos y además, las alucinaciones nunca se producen "a horario" o
únicamente una vez en la vida; siempre son acompañadas por otras, antes o
después. Si a ello le sumamos que la información recogida de las experiencias
con tanque de flotación se corresponden objetivamente con situaciones de la
realidad externas al sujeto, la teoría de la alucinación, por cierto, se hace poco
menos que ridícula.

Acotemos que cuando hablábamos de que los "paquetes de memoria", por


ejemplo, deambulan entre sus familiares percibiéndolos, no nos referimos al hecho
de que los "vean" (los espíritus no tienen ojos) sino que perciban "puntos de mayor
o menor densidad emocional" entre los que están, lógicamente, sus "puntos de
anclaje".

PSICOFONÍAS: GRABANDO VOCES DE MUERTOS

Algunas de las objeciones que algún lector escéptico y racionalista (si es que
alguno de ellos ha continuado la lectura de este libro hasta aquí) podría considerar
al leer el título de este párrafo serían de tenor similar a las que señaláramos –y
refutáramos– cuando escribimos sobre "fotografías del pensamiento"; aun
admitiendo la sobrevivencia de "algo" a la muerte, aun aceptando que ese "algo"
puede tener improntas de la personalidad del sujeto fallecido, se hace cuesta
arriba especular con que sus "voces" puedan ser captadas por un magnetófono o
grabador, en primer lugar porque se da por sentado que los órganos de foniación
del sujeto han desaparecido con su cuerpo, y en segundo lugar... bueno,
sencillamente porque cuesta creerlo. Sin embargo, es una real posibilidad
experimental. Y lo de experimental lo agregamos en razón de que cualquiera que
nos esté leyendo en estos momentos, munido de un equipo más que simple y, eso
sí, una razonable dosis de paciencia, puede repetir con éxito las investigaciones
que han abierto posibilidades insospechadas en el terreno de la Pasrapsicología.

La culpa de todo esto la tuvo un escandinavo, Friedrich Jürgenson, naturalista y


cineasta, que en 1957 se instaló en la campiña para grabar cantos de pájaros con
vistas a un documental que estaba rodando. Al escuchar posteriormente lo
grabado descubrió, para su sorpresa, que superpuestas a los trinos se percibían
voces humanas no audibles en el momento de trabajar en el campo. Sospechando
un defecto técnico (ciertos y muy particulares desperfectos pueden hacer que un
grabador funcione como una radio) pero sumamente intrigado, repitió en varias

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ocasiones sus ensayos, observando que en buen número de casos las voces
volvían a aparecer. Amplificándolas al máximo encontró, sin duda con un
escalofrío, que las "voces" se repetían, ahora, con una mayor definición. Voces
entre las cuales creyó identificar la de unos amigos, entonces fallecidos...

Ese fue el comienzo histórico de las "psicofonías", experiencias que se


multiplicaron, al correr de los años, ganando en cantidad de horas grabadas y en
sofisticación técnica, especialmente cuando un ingeniero electrónico y
parapsicólogo austríaco, Konstantin Raudive, comienza a realizar sus trabajos en
un aséptico marco de objetividad científica. Todas las hipótesis convencionales
para explicar este fenómeno (cintas mal borradas, registros de ondas de radio
"enganchadas", errores en la fabricación de las cintas, etc.) fueron reducidas a
cero. En consecuencia, la mayor parte de las buenas psicofonías que cualquiera
pueda capturar (voces aisladas, conversaciones, risas y llantos, golpes, música)
sólo parecen responder a alguna de las siguientes teorías propuestas para
explicar el fenómeno:

1) Sonidos provocados por "fantasmas".


2) Efecto telepático del operador.
3) Sonidos "pegados" al ambiente, remanentes en el éter.
4) El operador actuando a modo de "transductor" (médium) entre el "fantasma"
y las cintas magnetofónicas.

Estudiémoslas por separado :

Sonidos provocados por "fantasmas"

Empleamos el término más que convencional de "fantasma", para referirnos a lo


que alternativamente hemos denominado "espíritu" o "paquete de memoria". De
hecho, es un término tan correcto o tan inconveniente como cualquier otro. Esta es
la teoría primaria que fuera esgrimida para explicar el fenómeno pero, ciertamente,
no reúne las condiciones de tal, ya que, por ejemplo, no ilustra sobre cómo sería el
mecanismo de producción del mismo, como un "paquete de memoria" podría
actuar físicamente, imprimiendo una cinta. Como dijéramos al principio, un muerto
carece de órganos de foniación, con lo cual no puede hablar, y menos con la
coherencia que muestran los mensajes recibidos. Por otra parte, esta hipótesis se
invalida por el hecho de que esas voces no son escuchadas por el operador
mientras éste permanece presente.

Efecto telekinético del operador

Esta es la hipótesis que goza de más aprecio entre los parapsicólogos


cientificistas, especialmente entre aquellos que no comulgan mucho (más por
convencionalismo social que por íntimo convencimiento) con la tesis de la
supervivencia. Según ésta, el operador, que "a priori", obviamente, espera y ansía

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el buen final de su experiencia, actúa "telérgicamente" ("telergia" es la
denominación dada a la energía psíquica en acción) sobre la cinta, y a través de
un fenómeno de "telekinesis" o "psicokinesis", altera la disposición de los
elementos ferrosos de la cinta, generando así "voces artificiales".

Sonidos remanentes en el ambiente

Si bien esta es una "teoría" que goza de mucha popularidad, lamentablemente


sólo revela que quien la formulara bien poco sabía de Física. No solamente por el
hecho de que, como en la primera teoría, esos sonidos, si están "allí" (y "allí"
significa en ese espacio físico) también deberían ser recuperados por el oído
humano, sino, muy especialmente, porque el sonido no se "pega", por ejemplo, a
las paredes. El sonido es sólo vibraciones ondulatorias del aire que son captados
por nuestros tímpanos y decodificados por nuestros cerebros, y que, como toda
energía, cumplen la ley de Entropía, tendiendo a disiparse uniformemente.

El operador como "transductor" entre el "fantasma" y la cinta magnetofónica

Esta teoría es, en realidad, un trato entre la primera y la segunda. Se explica a


sí misma diciendo que el "paquete de memoria" está allí, presente, pero no puede
manifestarse por sí mismo. Sin embargo, es detectado por la clarividencia
inconsciente del operador quien, también inconscientemente, actúa
psicokinéticamente sobre la cinta, modulando voces que responden no a sus
propios simbolismos no conscientes, sino a instancias motivadoras del "paquete
de memoria".

La experiencia en sí es muy sencilla. Basta munirse de un grabador de buena


calidad, idealmente con micrófono exterior (es decir, no incorporado) y varios
casetes vírgenes (la cantidad que usted desee, aunque el mayor número de los
mismos incrementará probabilísticamente las oportunidades de captar algo),
equipo este que, si cuenta usted con la oportunidad, puede reemplazar por un
equipo de alta fidelidad de cinta abierta o su propia PC, que generalmente tiene
mayor calidad de grabación, además de permitirle experimentar las mismas a
distintas velocidades.

Cualquier lugar es bueno para instalarse, aunque se suele recomendar fuera de


la ciudad, por el hecho de que el ruido apagado del tránsito, o voces de viviendas
vecinas, pueden "ensuciar" la cinta, produciendo así ruidos "fantasmas"... en el
sentido técnico del término. Y la noche es mejor que el día, pues el marco
psicológico que presta a estas experiencias la caída del Sol es (películas yankees
"clase B" mediante) el ideal por ciertos y obvios condicionamientos psicosociales.

Y a partir de aquí todo es sencillo. Se selecciona el lugar donde se ha de


trabajar (un lar histórico, un cementerio, puntos con trágicos recuerdos) y, dentro
del mismo, el sitio exacto donde se va a ubicar el grabador (las personas con

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entrenamiento radiestésico, es decir, en el uso del péndulo, pueden valerse del
mismo, siendo particularmente interesante instalar sus aparatos allí donde aquél
gire en sentido "negativo", es decir, levógiro, tras lo cual se ubica el mismo,
dándole el máximo de volumen al micrófono y recitando alguna frase "gatillo" que
se emplea como detonante. Nosotros solemos usar aquella que dice: "Si hay
alguna entidad presente, le pedimos, por favor, que se manifieste". Esta se
repite cada quince minutos, con un mínimo de una hora de grabación. En el
ínterin, el operador puede permanecer en el lugar, relajado y concentrado, o
retirarse (los registros, depende del caso, pueden aparecer en ambas
circunstancias). Luego, a rebobinar y escuchar. ¿Y qué es lo que aparece?.
Voces, susurros, llantos, risas quedas, ruidos de pasos sobre la grava en
momentos y en lugares donde fehacientemente no había nadie presente.
Golpeteos repetidos sobre el grabador, aleteares...

Con miembros del Centro de Armonización Integral hemos realizado decenas


de experiencias sobre las cuales construímos estas teorías, experiencias que, en
muchos casos, han contado, por primera y –creo– única vez en Argentina, con
apoyo oficial por parte de los municipios gobernantes de los cementerios o sitios
históricos vinculados a la experiencia, como testifican estos facsímiles de una de
estas experiencias, realizada con apoyo comunal y policial en el cementerio de la
ciudad de Santa Fe, en 1990.

EL "JUEGO DE LA COPA"... ¿OTRA FORMA DE COMUNICARNOS?

De todos es conocido este verdadero "juego de salón", especialmente en el


mundo occidental, donde se ha popularizado al extremo de difícilmente estar
ausente de reuniones sociales, cumpleaños, celebraciones varias... y hasta en
casamientos lo hemos visto.

Consiste sencillamente en disponer en forma de círculo sobre una mesa, un


cierto número de láminas o trozos de papel, en cada uno inscripta una letra del
alfabeto, además de los números 0 al 9, y uniformemente distribuídos dentro del
círculo otros tres, con las palabras "Sí", "No" y "Adiós" (este último puede ser
reemplazado simplemente por un punto pues, como señaláramos oportunamente,
su función es la de "punto de fuga"). Un mínimo de tres participantes (y, por
experiencia, no más de siete) se disponen a su alrededor y, en el centro de la
mesa, una copa vuelta boca abajo, o en su defecto un vaso (por eso
denominamos a esta técnica "Vasografía") sobre cuya base todos apoyan
suavemente uno de sus dedos.

Uno de los asistentes hace de "líder" (prefiero no usar la palabra "médium") y


otro, fuera del juego, de "escribiente", es decir, llevará nota de las "respuestas"
que el juego vaya brindando. Se realiza una "invocación" (puede ser pseudo-
espiritista o emplear la frase "gatillo" que sugiriéramos para las "psicofonías").
Sorpresivamente –esto ocurre casi siempre– el vaso comienza a desplazarse,

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generalmente en círculos, en la mesa, señalando la palabra "Sí". A partir de allí, y
por intermedio del líder, pueden formularse preguntas –idealmente cuya respuesta
no sea conocida por ninguno de los presentes, o sobre situaciones que se
resolverán en un futuro más o menos inmediato– las cuales, sorprendentemente,
tenderán a ser respondidas acertadamente.

Al finalizar, la copa deberá ser "despedida" llevándola al "punto de fuga".

¿Y qué es lo que ocurre aquí?. Por supuesto, una aproximación racionalista


daría a entender que el movimiento del vaso se debe a la acción mecánica
ejercida por quienes sobre él apoyan sus dedos. Seguramente esto es así, pero lo
que sorprende no es tanto ese detalle (en las psicofonías, en la radiestesia y en
tantas otras disciplinas, el ser humano también es imprescindible como
transductor para la materialización del fenómeno) sino, dejando el caso donde se
presenta el fraude encubierto (que no perjudica a nadie más que al propio
embaucador, pues no sólo se priva así de una experiencia enriquecedora –pues el
contacto con lo Desconocido siempre lo es– sino que difícilmente pueda volver a
aceptar intentar repetir con éxito estas pruebas) ya sea para obtener un rédito o
simplemente divertirse a costa de la buena fe del prójimo, las explicaciones,
psicológicas o parapsicológicas, no obstaculizan la manifestación de fenómenos
sorprendentes. No sólo por el movimiento de la copa o el vaso en sí –que aunque
en teoría, sencillo de explicar mecánicamente, ya se hace cuesta arriba en la
práctica– sino porque en estas sesiones se revelan "informaciones" que, en
muchas ocasiones, no eran conocidas por ninguno de los presentes. Así que
veamos ambas alternativas.

Psicológicamente, se puede decir que el movimiento de la copa se debe a la


presión conjunta de tantos dedos apoyados, ya que aunque cada participante crea
no estar haciendo ningún esfuerzo y simplemente "apoyando" su índice, en
realidad la presión conjunta sumada puede provocar un desplazamiento de esta
naturaleza.

En cuanto a la estructuración de las respuestas a las preguntas planteadas, es


válido suponer que si uno de los presentes conoce aquella, aun en el caso de que
no sea así para todos los otros presentes, puede, aun inconscientemente ejecutar
una presión levemente mayor que el resto, con lo cual, conformándose así lo que
en Física se denomina un "sistema de fuerzas interactuantes", la resultante de las
mismas sea el promedio de dirección, sentido y presión de las otras. En cuanto a
las respuestas en sí, es posible que, por ejemplo, en el caso de una información
sobre el pasado de alguno de los presentes, uno de los intervinientes guardara un
recóndito recuerdo en su memoria, que no pudiera reelaborar conscientemente,
pero que sale a la luz a través de la tensión emotiva de la experiencia o, para citar
otro ejemplo, en el caso de que la "entidad" comience a responder en otro idioma,
desconocido para todos los allí reunidos, puede ser que alguno de ellos, en un
proceso de "pantomnesia" (memoria total sobre lo alguna vez aprehendido) que,
retrotrayéndose quizás a la infancia donde, en la televisión, el cine o en boca de
un vecino, escuchó sin darle mayor importancia hablar ese idioma, lo que hoy

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devuelve "escenificado" en la sesión de vasografía o "ouija" como también se la
denomina ("oui" significa "sí" en francés, como "ja" en alemán) haciendo referencia
a la palabra que señala, iniciada la experiencia, la presencia de la comunicación.

Y parapsicológicamente, los contados casos en que la copa se mueve aun


cuando todos los dedos se han retirado, se explica a través de un caso de
telekinesis, al igual que en todas las otras oportunidades, detonada por el marco
emocional de la ocasión. Y la información devuelta a través de los mensajes
concatenados por la copa, puede ser también obtenida por la clarividencia
espontáneamente detonada de alguno o varios de los participantes.

Pero en otros casos, la clarividencia o la pantomnesia resultan insuficientes


para explicar la totalidad de lo percibido en estas sesiones. La magnitud de los
fenómenos telekinéticos, en ciertas y documentadas oportunidades, no pueden ser
reducidos al inconsciente desencadenado de algún "vasógrafo" más o menos
experimentado. Y una buena contraprueba en tal sentido es que si, con fines
estrictamente experimentales, los participantes elegidos con el sistema "doble
ciego" (donde sólo el elegido sabe el resultado de la elección) intentan "viciar con
ruido de información" el experimento, la "entidad" se sobrepone a estas intentonas
modulando las respuestas de acuerdo a patrones que no pertenecen a lo
previamente acordado como parte de la tarea. En esos casos, hay que aceptar la
presencia de una "inteligencia" exterior, que sólo una exploración más sutil –
literalmente inaccesible con los pocos medios con que se cuenta para investigar
este enigma, en virtud del poco crédito que los científicos y las instituciones
académicas otorgan al mismo– permitiría identificar.

Hoy por hoy, la presunción de que un "paquete de memoria" interactuando con


unos experimentadores vivos a la manera de transductores, actuando psíquica,
simbólica e inconscientemente sobre el inconsciente de éstos, fuerce la
racionalización de "mensajes", aparece como muy viable.

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CAPITULO XIV

NUEVAS EVIDENCIAS A FAVOR DE LA REENCARNACIÓN

Iniciaremos este capítulo –que, a no dudarlo, será de los más polémicos-


con unas reflexiones que no nos son propias, pero con las cuales comulgamos
plenamente. Sintetizan las enseñanzas que supo legar el doctor J. Emile Marcault
en el Congreso Espírita Internacional celebrado en Londres del 7 al 12 de
setiembre de 1928, Y una aclaración fundamental: en lo personal no comulgamos
con la doctrina espiritista, pero la inserción de estos comentarios en nuestra obra
obedece, simplemente, a que no podemos negar el peso analítico de estas
consideraciones que, a su fin, se verán complementadas con, entonces sí, mis
consideraciones personales.

Que el problema de la reencarnación sea debatido entre los humanos que


se preocupan con la filosofía parece natural, pero que la controversia se extienda
hasta el mundo de los desencarnados hace que el caso se torne un apasionante
problema, ya para la psicología de los médiums, ya para la de los desencarnados.
Un hombre muere en un país latino: en el Más Allá le enseñan una doctrina
evolucionista del espíritu. Si él muere en un país anglosajón, le aseguran que la
reencarnación no existe. El canal de la Mancha extiende su barrera más allá del
mundo físico. Autoridad para aquí de la Mancha, error más allá de la misma y
hasta en el mundo de los desencarnados.
Estimamos presentar en apoyo de la tesis reencarnacionista, ciertas
observaciones de orden psicológico que no fueron invocadas hasta ahora y que
proveen fuertes presunciones a su favor. Se hicieron hasta el presente
demostraciones comprobativas de orden filosófico, religioso y moral y, sin duda, su
valor es considerable. Existen también pruebas de hechos, bastantes numerosos
para convencer a los incrédulos de buena fe si con todo ellos aceptasen, como
válidos, los fenómenos mediúmnicos. En los países no reencarnacionistas olvidan
con demasiada facilidad que el testimonio de una criatura describiendo una vida
anterior es, por lo menos, tan convincente como el testimonio de un médium si uno
y otro pueden igualmente ser verificados con exactitud. Se puede siempre, sin
duda, para uno u otro invocar la telepatía más, quien admita el testimonio
mediúmnico, no debería poder recusar al otro.
No es en este orden de hechos que nosotros buscamos las consideraciones
que siguen; desearíamos no salir del cuadro de los hechos psicológicamente
reconocidos y, si se puede refutar el valor probativo de los hechos consumados,
no se puede, por lo menos, recusarles un serio valor de presunción. Si la
reencarnación es verdadera, ella hace parte del sistema de la evolución a la cual
la vida humana está sometida sobre nuestra Tierra y en el Más Allá. Egos de
evolución diversa se encarnan en nuestras sociedades y se debe poder
determinar por observación psicológica, al menos, la realidad de esta evolución
individual. Es lo que hace la psicología contemporánea, sin posibilidad de duda.

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El método de los “tests de inteligencia” (pruebas experimentales que miden
la mentalidad o inteligencia del individuo), permite determinar, en edad
psicológicamente igual, la diferencia de edad o evolución mental entre diversos
individuos. Se aplica no solamente en la infancia como también en la edad madura
y no puede dudarse que él determina, eficazmente, el grado de evolución humana.
Insistamos un poco sobre este punto.
Aplicar un “test de inteligencia” es colocar en el espíritu un problema que
interesa una cierta camada de sus facultades mentales. Si el problema se
resuelve, esto quiere decir que el individuo puede reflexionar sobre los datos del
problema, comprender el alcance y mover concientemente los mecanismos
mentales, de los cuales el automatismo lógico resuelve la cuestión. Si el problema
no se resuelve, se tiene la convicción que el individuo es incapaz de reflexionar
sobre el problema y de dirigir, concientemente, el mecanismo mental
correspondiente.
En el primer caso, se sabe que la camada mental interesada reside en la
zona objetiva de la conciencia; en caso contrario, en ella es aún subjetiva y
todavía incapaz de ser un objeto de reflexión.
Esta interpretación psicológica de la reflexión, descubierta muy
recientemente, es del mayor valor para el problema que nos ocupa.
La reflexión es una función esencialmente humana, es sobre ella que está
fundada la dignidad de nuestra especie. Es porque nosotros podemos reflexionar
sobre nuestros estados morales, deseos, aspiraciones, compararlos con tal o cual
ideal y alcanzar sobre ellos un juicio de valor, por lo que nosotros somos seres
morales perfectibles. Establecer el valor evolutivo del fenómeno de la reflexión es,
por tanto, formular la ley de la evolución propiamente humana y es también
colocar en foco este hecho importante, el que existe en el alma una doble
estructura: una fija, la de las facultades o de las funciones psicológicas; la otra
móvil, índice de las modificaciones evolutivas debidas a la reflexión. El “test”
determina, en efecto, a que nivel de la escala fija de las facultades intelectuales o
morales reside en un dado momento el plano de reflexión: el diafragma ideal que
separa la zona objetivada de nuestra conciencia de la zona conservada subjetiva.
Este nivel es diferente para diferentes individuos. Tal adulto de cuarenta años
reflexionará, perfectamente, sobre una idea concreta, pero será incapaz de
reflexionar sobre un pensamiento abstracto. El existe en sí como la actividad de
todas las otras facultades, pero no está en el plano de su reflexión. Tal otro, por el
contrario, podrá concentrar su atención sobre el pensamiento abstracto como
sobre un objeto exterior, analizarlo en sus elementos, recomponerlo en su síntesis:
él objetivizó la abstracción.
El método de los “tests” establece, pues, las variaciones de estructura
espiritual existentes entre los individuos de la especie humana. Y, visto que si la
estructura de las facultades puede ser considerada idéntica para todos, la
estructura espiritual o de reflexión es demostrada individual y establece,
innegablemente, que la evolución humana es pertenencia del individuo y no de un
agrupamiento colectivo. Que el hecho suceda de otra manera en los reino infra-
humanos es lo que cada uno sabe, más aquí también las dos estructuras –la de
las funciones y de la vida en evolución- son distintas. Los caracteres, de los cuales
las combinaciones constituyen una especie, pertenecen a la especie y no al

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individuo. Es la razón porque el individuo se eleva para realizar el tipo específico,
pero no evoluciona: la evolución pertenece a la especie. Que del interior de la vida
un carácter nuevo surja y una nueva especie aparezca. Y los naturalistas nos
dicen que es entre todos los individuos de la especie, al mismo tiempo, que las
mutaciones se producen.
Nosotros tenemos por tanto, en la planta y en el animal, una estructura
funcional que pertenece al individuo y una estructura específica que es la de los
caracteres. La especie, como escribiera Henri Bergson, es una rama sobre la cual
los individuos aparecen como renuevos. Es entre dos especies que es preciso
procurar el acto creador para el cual un carácter nuevo emerge en excedente de
los otros, constituyendo una nueva especie. La escala evolutiva pasa de una a
otra especie.
En el hombre, al contrario, las dos estructuras están ligadas en el individuo.
La estructura de la vida constituída por la objetivación gradual de nuevos
caracteres está presente en el individuo, como la estructura de las funciones. La
objetivación o reflexión pertenece al individuo. El hombre individual es él sólo. Esto
significa, sin ninguna duda, la individualidad del fenómeno evolutivo, sabiéndose
que las leyes que la rigen son individuales también. Estas leyes son, como se
sabe, la “herencia” y la “mutación”. Se torna por tanto evidente que, si en el animal
la herencia y la mutación son específicas, ellas son individuales en el hombre.
Pero, ¿qué quiere decir esto?. Si desde la infancia se constatan variaciones
evolutivas, como es innegable, esto significa que la criatura es, a su respecto, su
propio heredero. No las posee de sus ascendientes, porque la transmisión sería
específica, ni tampoco de su grupo social visto que, aún así, la herencia sería
específica. Ahora, ella no adquirió estas facultades que recibe al nacimiento, en
esta vida. Debe por tanto haberlas adquirido en otra parte, y, por otro lado, por las
variaciones evolutivas que ella traerá en el uso de estas facultades, no es deudora
sino a sí misma y en esto reside, como se verá sin que insistamos más, el
fundamento del libre albedrío y el de la moralidad.
Tal es el primer orden de consideraciones sobre el cual se pueden
establecer serias presunciones a favor de la tesis reencarnacionista. La psicología
contemporánea establece la individualidad de la evolución humana. Ella, la
reencarnación, hace más: completa lo que sus inducciones podrían tener de
insuficientes; establece al mismo tiempo que esta conciencia, de la cual ella sigue
la evolución, sobrepasa las condiciones de tiempo y de espacio a donde su
encarnación se efectúa.
Para llegar a su verdadero “yo”, Bergson debió trascender todas las formas
del pensamiento conceptual, las categorías especiales y temporales, el plano de
las relaciones sociales, y ve en los “datos inmediatos” de su conciencia, la esencia
creadora de la propia vida que nos anima, individualización de la vida universal a
la cuál él no puede dar otro nombre que el de “energía espiritual”. Si, pues, este
Ego universal y eterno, en el grado del tiempo que él ocupa actualmente, da
prueba en el curso de su duración de haber alcanzado desde el comienzo de esta
existencia un nivel evolutivo diferente del de los otros, se torna difícil escapar a la
evidencia de que él debe su diferencia a una evolución diferente de la porción
anterior de su eternidad. Vivió diferentemente antes de nacer, visto que antes de
nacer vivió y, naciendo apenas diferente de los otros, importa poco, desde

91
entonces, que discorden de opinión sobre el punto del espacio donde se efectuó
esta evolución anterior. La tesis reencarnacionista satisface plenamente y es
lógico, filosófico y científico suponer que, siendo la Tierra una escuela donde todas
las clases están representadas, desde la ignorancia del criminal y del salvaje
hasta la gloria del genio y el santo, es sobre la Tierra, también, que cada uno
aprenderá las lecciones que conducen de uno a otro.
No insistiremos sobre la claridad que la concepción psicológica por nosotros
expuesta lanza sobre las inconsecuencias aparentes de nuestra vida social.
Estamos, evidentemente, en presencia de diferencias evolutivas entre los
hombres. Suponer que esas diferencias son el efecto de una creación
inmediata, es prolongar hasta el absurdo el estado de caos original. Que del
seno de Dios, donde su esencia reside toda pura, dos almas sean en el mismo
instante enviadas sobre la Tierra por el Dios del amor, una para ocupar el cuerpo
de una criatura entregada, por las condiciones de su medio, al vicio y al crimen, en
tanto que la otra tomará vida en una familia donde los nobles ejemplos y la alta
cultura harán de ella un genio o un santo; he aquí razón suficiente para arrojar en
el ateísmo cualquier espíritu superficial. Si estas diferencias son de orden
evolutivo se comprende, y comprender es amar y amar es ayudar. El orden estará
restablecido en la sociedad humana porque la psicología descubrió la ley que rige
estas diferencias. Como decía Orígenes: “Nosotros no pecamos porque Adán
pecó, más Adán pecó por la misma razón que nosotros, Visto que él era una
criatura en evolución espiritual y nosotros no alcanzamos la perfección”
Admitir la reencarnación res lo mismo que reconciliar al mismo tiempo la
ciencia, la filosofía y la religión.
Mostramos, terminando, que la evolución espiritual es bien la ley de lo que
hay de más elevado en la aspiración humana, a saber: la ayuda mutua, la
fraternidad, el amor universal. No es verdad que la evolución social sea la causa
de la evolución individual; lo contrario es lo que es la verdad. Cuando sobre una
vía cualquiera de evolución y de progreso un genio descubre una verdad nueva, él
no la recibe, evidentemente, de la herencia social. El recibió y asimiló todas las
adquisiciones anteriores de su grupo y por su reflexión individual sobre la verdad
anterior comparándola con los hechos que procuraba explicar, consagrando todas
sus energías solitarias a la solución de este nuevo problema, que él la juzga
insuficiente y concibe un nuevo principio, una nueva ley, una síntesis más vasta
que la que había sido transmitida. Formulándola, socializándola, la comunica a
aquellos que le están más próximos en evolución intelectual. Por la reflexión sobre
estas fórmulas, ellas producen a su turno la intuición genial que le da nacimiento.
Ellas crecen tanto como pueden a la imagen del genio. Poco a poco, el
descubrimiento gana a toda la masa social y el grupo entero todo evoluciona
porque el genio, por sí solo, evoluciona.
Mas esta ley no es verdadera únicamente para el genio y solamente en la
cumbre de la escala social. Todas las leyes de las cuales a un nivel cualquiera un
individuo evoluciona en nobleza, en sabiduría, en cultura intelectual o estética, el
transmite el resultado de sus esfuerzos a aquellos que lo rodean y ayudan a su
grupo social más restricto a evolucionar a su imagen. La especie humana es, por
tanto, una jerarquía evolutiva donde los individuos están colocados con una mano
en la ley de sus hermanos más nuevos y debajo de él. La ley de la evolución

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humana, porque es individual y es la ley de la fraternidad donde nosotros
concluímos hoy, que si debemos alcanzar cualquier día aquél lugar
bienaventurado donde la justicia habitará con el amor, no será por la rebelión de
los pequeños y los débiles, pero sí por el servicio, por el sacrificio voluntario y
consciente de los grandes y los fuertes. La ciencia verifica bien lo que la religión
había enseñado cuando divinizó la fraternidad humana en el sacrificio redentor de
la cruz.
Este camino, el de la aproximación dialéctica, es uno de los senderos que
permiten esbozar racionalmente la probabilidad de la Reencarnación. Pero,
experimentalmente existen otras vías de acceso, de las cuales la así llamada
Regresión Hipnótica y su aplicación clínica, la TVP (Terapia de Vidas Pasadas)
es la más difundida y, posiblemente, la más confiable.
Consiste, como es sabido, en sumir en profundo trance hipnótico al sujeto y
retrotraerlo a su infancia (haciéndole vivenciar nuevamente las fases por las que
atraviesa) a su estado intrauterino y, aún atrás, donde la lógica indicaría que nada
podría exteriorizarse –porque nada existiría- surgen, dramáticamente, las escenas
de otra vida, en otro tiempo, en otro lugar.
A la recusación típicamente psicologista de que lo que el sujeto expondría
en este caso sería la representación imaginaria de lo que de él se espera, se
puede oponer el argumento de que si el investigador se toma el suficiente trabajo
y busca comprobar “in situ” la presunta realidad objetiva de esa otra existencia
(rastreando, por ejemplo, en los registros parroquiales de ese entonces el
nacimiento y defunción de ese “otro” individuo), puede encontrarse con la sorpresa
de que sí, de que tal persona existió realmente. Claro que algunos autores
parapsicológicos han señalado que podría tratarse de un caso de retrocognición
(“clarividencia hacia el pasado”) donde el sujeto “absorbería” la información de una
fuente psíquica ubicada en otro tiempo (ese otro individuo) y la “representaría”
vivencialmente en éste. Si hemos de ser objetivos, debemos admitir que algunos
casos de presuntas reencarnaciones podrían ser explicados de esta manera pero,
ciertamente, debemos colegir que no es posible aún indicar con absoluta
convicción que todos los casos de “encarnaciones contemporáneas” son
explicables por retrocogniciones. Y desde un punto de vista terapéutico, la TVP
demuestra la validez de la creencia en las vidas anteriores. Veamos porqué.
La TVP enseña que si por medio de la regresión hipnótica localizamos en
una vida anterior un trauma o hecho crítico, psicológicamente hablando, éste
puede generar una fobia que, proyectándose a través de los tiempos, genera las
angustias actuales. El vértigo, o temor a las alturas, puede significar, según la TVP
que el sujeto, en otro tiempo, falleció por una caída al vacío. La aprensión de
algunas personas a, por ejemplo, ser tocadas o apretadas por el cuello, podría
significar que en otra vida fueron degolladas o ahorcadas. Y la validez de la tesis
reencarnacionista se asegura en la misma medida que la terapéutica
reencarnacionista funcione: se puede admitir la posibilidad de la retrocognición,
pero si la TVP “cura” la fobia o complejo del sujeto, aquí la teoría de la
retrocpognición no sirve, ya que la curación sólo puede ejecutarse en forma
autorreferencial, sobre las propias instancias psíquicas y vivencias del sujeto y no
sobre las de terceros, aún en el caso de que esté asumiendo dramáticamente una
personalidad que no le corresponda. Una cosa es asumir y “jugar” un rol; otra muy

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distinta –e imposible terapéuticamente- tratar indirectamente la fobia de aquella
persona cuyo rol ejecutamos y que ello cure nuestras fobias.
Una especialista en TVP, la doctora M. Julia P. Moraes Prieto Peres, amplía
las consideraciones generales sobre esta técnica en su trabajo de laboratorio,
dándoles credibilidad científica.
La existencia humana, cuando es analizada bajo un enfoque
pluridimensional, toma una visión global, imponiendo mayor coherencia y análisis
de su naturaleza, y la posible solución de sus problemas. Eso es posible en la
Terapia Regresiva Reencarnatoria, que trabaja con diferentes dimensiones de la
existencia humana, considerándola en esta vida y en vidas anteriores.
Por la TVP, los hechos traumáticos no resueltos, almacenados o reprimidos
en el Inconsciente remoto (de otras vidas), o próximo (de esta misma existencia),
que están causando disturbios psíquicos, psicosomáticos, orgánicos u otras
modalidades de desajustes, de relacionamientos interpersonales y
comportamentales, son revividos por el paciente. En estas vivencias aflora el
consciente, con liberación de gran contenido emocional, los eventos del pasado
que están causando los problemas presentes. Esta movilización de cargas
emocionales hasta entonces reprimidas, dinamizan y generan campos sutiles que
interactúan con los niveles de conciencia registrados en las estructuras mentales
(acción concientizadora) llevando, por un proceso de revaluación, a una nueva
disposición de mudanza (acción transformadora) donde se efectúa el proceso
terapéutico propiamente dicho. Estos recuerdos de vivencias anteriores de
episodios traumáticos, reprimidos en el inconsciente son aflorados al conciente, en
una experiencia liberadora a nivel psíquico, físico y emocional. Entonces, el
paciente recapitula acontecimientos pretéritos, a través de una experiencia íntima
muy peculiar, que le proporciona el conocimiento subjetivo de su propia verdad,
que su vivencia le permite tener; surge natural y espontáneamente un “insigth” ,
un “estallido” que lo lleva a la comprensión de los orígenes de sus problemas
actuales, que es la concientización que necesita para remover los síntomas
ligados a complejos afectivos. Es lo que se llama Acción Concientizadora.
Sólo la concientización de experiencias traumáticas reprimidas en las
profundidades ancestrales del inconsciente, no es suficiente para la cura o
solución de problemas. Ella puede revelar las causas de conflictos, desequilibrios,
fobias, neurosis, enfermedades y otros desajustes; sin embargo, sólo por la Acción
Transformadora es que el individuo va a conseguir eliminar sus problemas. Si por
un lado, la regresión de eventos traumáticos libera energías bloqueadas, por otro
lado, solamente la transformación individual podrá renovarlas. Después de la
concientización, el paciente es naturalmente llevado a un nuevo “insigth” y de allá,
por un proceso de autoeducación, a reformular su modelo de vida, programando
para sí las mudanzas comportamentales que necesita para equilibrarse,
aceptando el problema, consiguiendo así la cura y/o solución de sus conflictos. Es
su modificación psíquica, con nueva programación de trabajo, en el sentido de
transformarse de manera tan direccionada y desarrollar sus potenciales positivos y
creativos.
En esta técnica psicoterapéutica, es el propio paciente el que se cura, que
se libera de sus problemas. La acción transformadora psíquica implica la
valoración de la responsabilidad del paciente, por la cual él realiza –por

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disposición propia- el trabajo de modificación y neutralización de sus problemas
actuales; hay una desvinculación con los problemas pretéritos, obteniendo
entonces la solución de sus conflictos y la remisión de los síntomas y,
consecuentemente, una vida mejor. El comprende que el pasado es pasado, que
realmente ya pasó, y no deberá ejercer más influencias perjudiciales en su
presente. Cuando el individuo se mejora a sí mismo, a través de la programación
de mudanzas y reorganización de su estado psíquico, se mejora también en
relación a su ambiente familiar, social y de trabajo. Como consecuencia de su
mejor relacionamiento interpersonal, él pasa a ver el mundo bajo un nuevo
modelo, y las personas con quienes conviven, pasan también a considerarlo
mejor. El éxito terapéutico es más rápido que el obtenido con las otras técnicas
convencionales. Es el propio paciente también quien se da el alta, cuando se
siente en condiciones satisfactorias de equilibrio psíquico, psicosomático,
orgánico, de relacionamiento interpersonal, etc., y considera ya superados sus
problemas. No se puede prever el número de sesiones necesarias pues cada caso
presenta características propias, subjetivas, que son variables de acuerdo con el
presente y con sus sintomatologías. Las sesiones tienen una duración de dos
horas, una vez por semana y, por lo que se ha experimentado, la mayor parte de
los casos lleva un promedio de 12 a 24 sesiones para la obtención del altas.
La Terapia Regresiva no es entretanto una panacea o un instrumento
mágico o milagroso, que viene a resolver todas las disfunciones psíquicas. Como
cualquier otra terapia, ella tiene sus indicaciones y sus limitaciones. Por este
motivo debe ser practicada sólo por individuos bien orientados y equilibrados. Es
indispensable para el terapeuta el entrenamiento teórico-práctico para que pueda
estar realmente habilitado y saber trabajar correctamente con estos “estados
específicos de conciencia”, conociendo las indicaciones y limitaciones de esta
técnica, informándose de los enunciados en que ella está basada. Los procesos
regresivos pueden también ser analizados a través del test de Rorscharch y el
psicodiagnóstico miocinético de Myra y López, aplicados antes y después de la
regresión, y después de haberse resuelto el problema del paciente, esos
resultados presentan correlación con datos electroencefalográficos. El doctor A.
Sech ha estudiado y observado alteraciones en kirliangrafías de pacientes
tomadas antes, durante y después del proceso regresivo. El terapeuta no usa
sugestiones de tiempo, época o acontecimientos pero recurre al inconsciente de
los pacientes que espontáneamente, de forma gradual, viene a emerger. La
Terapia Regresiva Reencarnatoria abre nuevos parámetros en el campo de los
recursos terapéuticos, constituyendo un instrumento más a ser usado por el
profesional, tanto aisladamente, como acoplado a otras técnicas
psicoterapétuticas, para obtener mejores resultados para su paciente.
La TVP no es aplicada en hipótesis alguna sólo para satisfacer curiosidades
fútiles o personales, deseos caprichosos de descubrir lo que fue importante en el
pasado, o confirmar informaciones imprecisas de tarotistas o videntes. Su
indicación es sólo parafines terapéuticos en la vigencia de síntomas
psicopatológicos, enfermedades psicogénicas, desequilibrios en el
relacionamiento personal, neurosis fóbicas, de angustia y otras enfermedades de
esa naturaleza. No hay necesidad de que el paciente acepte la reencarnación,
para someterse a la terapia con esta técnica.

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Debe ser aplicada individualmente, y no en grupos. El tratamiento sólo debe
ser iniciado cuando el paciente realmente desea someterse a esta técnica
psicoterapéutica, y cuando él se compromete a no interrumpir la terapia, pues la
desistencia en la vigencia del proceso terapéutico puede serle perjudicial,
resultando en la persistencia de los síntomas y hasta el posible agravamiento de
los mismos, pues fueron manipulados contenidos emocionales traumáticos
reprimidos, cuyo tratamiento debe ser concluido adecuadamente. La interrupción
de la terapia es comparable a una herida abierta, sin los debidos cuidados para su
completa cicatrización.
El terapeuta debe dejar bien claro al paciente que esta terapia no es un
tratamiento espiritista, ni tiene un abordaje religioso; es un recurso terapéutico
más con que el profesional puede contar para aliviar o resolver muchos procesos
patológicos, y como tal, es utilizado a nivel de consultorio

El terapeuta, a través de esta técnica, auxilia al paciente a :

• Desencadenar la vivencia de episodios traumáticos que se hallan


bloqueados.
• Comprender racionalmente la causa de los problemas de su vida actual.
• Tomar decisiones firmes y seguras de empeñarse en la transformación
de su modelo de vida, reprogramándose.
• Dinamizar su autoconfianza.
• Potencializar su voluntad de vencer las dificultades y superar los
posibles obstáculos.

Los cambios, para que tengan éxitos duraderos, deben ser pensados,
reflexionados y concientizados. El paciente debe ser considerado como un
todo durante el tratamiento regresivo, y la regresión no es el único tratamiento
terapéutico, debiéndose tomar en cuenta las diferentes variantes que
interfieren en los problemas del paciente, que deben ser abordadas y
trabajadas. Para eso puede ser utilizada la complementación con otras
técnicas, incluso la terapia de apoyo, durante su acción transformadora de
reprogramación para su mudanza personal, con sugestiones directas,
definición de objetivos, análisis de las situaciones familiares y ambientales. En
la terapia de apoyo se puede incluir, con resultados provechosos, la grabación
con programación positiva para el fortalecimiento del Ego, técnicas de
relajamiento u otras.
Se sabe que ciertos recuerdos de “cosas juzgadas olvidadas” (bloqueos)
que se encuentran registradas en la mente inconsciente, la cual funciona como
una central registradora de eventos a través de los tiempos, pueden ser
alcanzados por diferentes técnicas psicoterapéuticas. Aún las técnicas de
psicoanálisis y de libre asociación son proyectadas para recuperar esas
memorias. A nivel celular el “bloqueo” sería explicado por las restricciones que
actúan para evitar ciertos patrones de disparo específico adecuadas a
memorias específicas a ser alcanzadas.

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Existen técnicas, como terapia de drogas, hipnosis o análisis, que liberan
esas restricciones. Cuando aplicadas, posiblemente disminuyen la ansiedad,
fenómeno que a nivel neurobiológico se refleja en actividad de células en
regiones específicas del hipotálamo y del sistema límbico, células que ahora se
tornan más conocidas por su control de tales aspectos del comportamiento.
Cuando puede ser removido el control desencadenado por la acción de esas
células y cuando el paciente es colocado en un estado de tranquilidad o de
relajación o estado específico de conciencia, la presión de la información
sensorial que llega al cerebro es reducida. Aquí estas células cerebrales serían
accionadas por el disparo de sus propios mecanismos sinépticos y el paciente
¡”...entra en estados específicos que completarán sus cursos
desencadenando secuencias de memorias de otro más reprimidas” (“El
Cerebro Conciente”, Steven Rose, Editorial Alfa y Omega, 1984, pág. 292).
El propio conciente puede crear mecanismos de defensa, alterando las
informaciones afloradas del inconsciente, que se manifiestan entonces en
forma de símbolos, cuando son bloqueadas por censuras internas,
represiones, complejos de culpa, rechazo u otros. Puede ocurrir también, en el
proceso regresivo, la interferencia de entidades espirituales inferiores,
perturbando la vigencia de la regresión. En este caso se recomienda
encaminar al paciente a un centro parapsicológico bien orientado para hacer
un tratamiento de desobsesión, antes o concomitante al tratamiento regresivo.
Cuando el proceso pasado de la vivencia traumática ocurre sin
acompañamiento de contenido emocional significativo, el paciente está
pasando por un proceso de retrocognición, en el cual hay solamente el registro
de determinados hechos pasados, como si recibiese apenas noticias, sin
liberación de emociones.
Durante la regresión, el paciente entra en un estado específico de
conciencia en el cual consigue vivenciar con mucha nitidez y realidad los
hechos experimentados a nivel físico, emocional y psíquico. A veces, esos
recuerdos afloran en forma de vivencias muy nítidas, claras y precisas,
relacionando hechos, nombres, personas, lugares, que dan al paciente la
certidumbre de que esos eventos son reales. Otras, llegan a presentar
sintomatologías clínicas y sensoriales relacionadas a la experiencia vivenciada
(crisis alérgicas o de asma, epileptiforme, desmayos, lipotimia, o aún
sensaciones de odio, venganza, susto, sorpresa, miedo, inseguridad, rechazo,
soledad, desesperación, fuga, dolor, calor, frío, parálisis, peso, etc.); otras
veces la vivencia se presenta en forma pictórica, como si estuviese impresa
sobre una tela mental, o una pantalla de cine o televisión, otras veces aflora en
forma de recuerdos que llegan de modo intuitivo, más lento o como un “insight”
de aparición brusca. Pueden también ocurrir lapsos de memoria, donde el
paciente pudo recordar datos más precisos, como su propio nombre, el lugar
donde vive, etc. Puede haber una mezcla de estas formas de vivencias con o
sin predominio de una de ellas.
Muchas veces el paciente llega a tener dudas de si lo que él está
vivenciando sería fruto de su imaginación o fantasía o dramatización, o
creaciones mentales, o hasta una crisis histérica o un delirio esquizofrénico.
Según Morris Netherton y Edith Fiore, ese temor no tiene mayores significados,

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pues lo importante es conseguir la cura del paciente, y eso en general ocurre
en menor tiempo que en las terapias convencionales. Aquí el terapeuta debe
animar al paciente a dejar que las ideas afloren a su mente conciente, sin
temor, sin censura, sin represión, transmitiéndole seguridad y el apoyo que
debe tener en un consultorio. A veces, a partir de imágenes simbólicas o hasta
de contenido mental supuestamente imaginario, surgen una serie de otros
hechos que el paciente puede ver, oír o sentir, y desencadenar auténticas
vivencias.
En la experiencia de varios terapeutas que trabajan desde hace muchos
años con las técnicas regresivas, no afloran en las regresiones “altas”
personalidades, como reyes, reinas, príncipes, sino más frecuente es el
afloramiento de personalidades inexpresivas en el contexto social.
Las vidas revivenciadas no obedecen a una secuencia cronológica. Las
vivencias son apenas de hechos traumáticos de vidas anteriores y no de toda
una encarnación, lo que aleja la preocupación de que enemigos de vidas
pasadas puedan agravar o continuar tal enemistad.
Considerándose método, como “un conjunto ordenado de técnicas o
procesos necesarios para alcanzar determinado fin o resultado”, se desprende
que el método utilizado por esta terapia es la regresión del paciente a etapas
anteriores de su vida (prenatal, nacimiento y vidas pasadas). Considerándose
“técnica”, como “un conjunto de medios o procesos correctos para ejecutar
las operaciones de investigación o desarrollo de determinadas áreas del
conocimiento”, pueden ser utilizadas en TVP diversas técnicas, tales como las
de Morris Netherton, Edith Fiore, M. Julia P. Peres, hipnosis clásica, control
mental, método “Cristos”, etc.
Concluyendo, acompañamos el pensamiento de la doctora Edith Fiore en el
último párrafo de su libro “Usted ya estuvo aquí”: “Cierta es la doctrina de
muchas de las principales religiones del mundo: somos la suma total de todo lo
que fuimos hasta ahora, a través de las vidas sucesivas”.
Contamos ahora con el enfoque científico-terapéutico dado a la
reencarnación, con un instrumento psicoterapéutico más para curar o atenuar
numerosos procesos mórbidos vigentes en la patología humana.
Y ahora consideremos algunas reflexiones particulares. En primer lugar, el
lector avisado podría oponer dos explicaciones alternativas para el abordaje
hipnótico de las supuestas vidas pasadas. Una de ellas, estrictamente
psicológica. La otra, de naturaleza parapsicológica.
La primera diría que las fobias del sujeto tendrían explicación por
situaciones traumáticas atravesadas en la niñez. Lo que tomamos por vida
pasada sería una “dramatización” inconsciente, estimulada por lo que se
espera del sujeto en sí, esto es, que forzosamente relate una vida anterior. Tal
aproximación sería aceptable para explicar la vivencia de esa vida, pero no
para resolver su situación o aportar una solución, ya que si la regresión no
encuentra el origen de la fobia en esta vida, y la historia clínica del sujeto –
especialmente si podemos rastrearla hasta su primera infancia- ratifica esto,
entonces se hace cuesta arriba admitir la hipótesis de la “dramatización”.
En el segundo caso, es decir, buscando una explicación parapsicológica,
podría apelarse a la retrocognición o “clarividencia hacia el pasado”: el sujeto

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ejecuta una clarividencia (conocimiento instantáneo sin el uso de los sentidos
físicos, la memoria o la hiperestesia indirecta) hacia momentos cronológicos
anteriores, o sea, algo así como una premonición al revés; el individuo “sabe2
lo que pasó a una hora, un día o siglos antes sin tener acceso por otra vía a
esa información. Y si bien la retrocognición explica muchos casos de
supuestas “encarnaciones” anteriores, no sirve para dilucidar el efecto
terapéutico de la TVP; una persona puede protagonizar novelísticamente la
información que percibe por retrocognición, de forma tal de aparentar una vida
anterior sobre los datos pertenecientes a otra que, en el pasado, transitó por
este mundo; pero no puede “curarse” de los traumas de otro, además de los
considerandos ya aportados sobre la presencia o no de cargas emocionales
asociadas a la vivencia de esos hechos del pasado.
La explicación meramente psicologista encuentra también otro obstáculo,
tal como es el hecho de que si el relato bajo regresión hipnótica es cotejado en
una investigación a fondo y resultan ser ubicables temporal y geográficamente,
aquella cae así ante la fuerza de los hechos.
Una objeción que suele hacerse con frecuencia a los reencarnacionistas es
la que nace del crecimiento demográfico de la población del planeta (y, por
extensión, del Universo). Se supone que los “espíritus” (empleo este término
sólo para que la cuestión sea entendible) de los pocos millones de habitantes
de la Tierra hace una determinada cantidad de milenios deben necesariamente
reingresar en los cuerpos de otros tantos de millones de habitantes actuales,
en consecuencia, cabe preguntarse que pasaría con todos los otros miles de
millones de habitantes del mundo que, de ser así, nacerían sin espíritu. A ello
pueden oponerse dos teorías:

a) o bien entender que los “espíritus” que encarnan no deben necesariamente


ser sólo de este planeta, con lo cual el proceso de trasmigración no
encontraría límites espaciales, o
b) si el “espíritu” es emanación del “alma” de una Conciencia Cósmica (“Dios”
puede ser su nombre, si así ustedes lo desean) su número, como tal, es
ilimitado. Así como el Misterio de la Trinidad dice que Dios es Uno y Trino a
la vez, su partícula en el hombre (la “mónada divina” de Leibnitz) no se
vería así circunscripta cuantitativamente. Razonemos: si todo es el Todo,
las nuevas generaciones no pueden surgir de la nada; necesariamente
deben hacerlo de ese Todo. Y si el mismo tiene la materia suficiente para
que, manifestada de las formas más disímiles, pueda eventualmente llegar
a materializar nuevas generaciones de seres humanos, nada se opone a
que su contraparte psíquica y/o espiritual también se multiplique las
ocasiones que sean necesarias.

Se entenderá mejor este concepto ejemplificándolo de la siguiente manera.


Consideremos el Universo un gran receptáculo o un tanque: a los seres vivos
como tantos otros pequeños recipientes distribuidos en su interior y a lo mental
o espiritual como una determinada cantidad de pequeñas esferas: en la medida
en que a cada recipiente le corresponda una y sólo una pelotita tendremos
entonces una cierta cantidad de seres vivos con alma o conciencia dentro de

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ese universo, pero si aumentara la cantidad de recipientes y se mantuviera fija
la de esferitas llegaría un momento en que algunos de los primeros se
quedarían sin las segundas. Tal es el caso de considerar la crítica a la
reencarnación en base a un número constante de mentes que se suceden en
distintos cuerpos.
Pero si en lugar de “esferas-mente” tuviéramos una masa de líquido (un
“líquido-mente” dentro del Gran Tanque) pues sólo la limitada capacidad del
tanque-universo pondría tope a la cantidad de cuerpos-recipiente que pudieran
caber, todos los cuales y cualquiera fuera su número estarían sumergidos por
igual (y gozando de las posibilidades) de aquél líquido-mente.

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CAPITULO XV

EVIDENCIAS COMPLEMENTARIAS

La “memoria” sobrevive a la muerte

Una sorprendente comprobación, que la “memoria” de una molécula puede


sobrevivir a la desaparición de ésta, está conmoviendo al mundo científico.
El biólogo francés Jacques Benveniste explica el descubrimiento que tiene
perpleja a la comunidad científica internacional con la siguiente comparación:
“Es como si a uno se le cayera la llave de arranque del auto en el río Sena, en
el centro de París, tomara después unas pocas gotas de agua del mismo río
doscientos kilómetros corriente abajo y pudiera hacer arrancar el auto con esa
agua”.
El biólogo y un equipo de trece científicos canadienses, israelíes e italianos
han descubierto que una molécula diluída hasta que deja de existir puede
comportarse como si aún estuviera presente y que el líquido de la dilución
conserva la “memoria” de la molécula.
El hallazgo, que da por tierra con todo el conocimiento molecular aceptado
actualmente, es tan sorprendente para el mundo académico que el equipo ha
estado tratando de encontrar una falla a su propia comprobación desde hace
ocho años, pero los estudios llegan siempre a la misma anonadante
conclusión.
Los resultados han reconfortado a los partidarios de la medicina
homeopática, quienes nunca supieron exactamente de qué manera diminutas
cantidades de sustancias naturales como la belladona y el opio pueden tener
propiedades curativas.
Muchos científicos han manifestado que no hay evidencias de que
productos utilizados en medicina homeopática pueden curar enfermedades,
pero los partidarios de esta práctica señalan que el nuevo descubrimiento
podría demostrar que los productos conservan la “memoria” de sustancias
curativas.

“Si hasta ahora había alguna certeza en nuestro universo biológico, era que
para cada función existía una molécula que le correspondía. Nuestros estudios
evidencian la existencia de un efecto de tipo molecular en ausencia de la
molécula”, destacó Benveniste.

Este científico inició su investigación en 1985 con un interrogante


relativamente simple: ¿podría demostrarse que los medicamentos
homeopáticos –producidos con sustancias naturales en lugar de drogas
manufacturadas en laboratorios- tienen un efecto biológico sobre las
personas?.

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Para encontrar la respuesta se diluyeron moléculas hasta el máximo grado
posible, diez elevado a la centésima sexagésima potencia. La cantidad de
partículas que hay en el universo es igual a diez a la sexagésima potencia.
Según la Ley de Abogador, una molécula deja de existir cuando ha sido
diluída en la proporción de diez a la vigésima tercera potencia. La labor del
equipo investigador representa la primera vez que se sugiere que una molécula
podría tener una memoria biológica independiente.
Benveniste publicó los resultados de sus estudios en 1985, y ellos
indicaban que los productos homeopáticos podrían tener un efecto perceptible
sobre el organismo humano, desatando de paso una polémica entre los
oponentes y los partidarios de los controvertidos medicamentos.
El respetado periódico científico “Nature” decidió publicar en su edición de
junio de 1988 los resultados del trabajo en equipo, pero con una inusual
“reserva editorial” en la que consignaba que el resultado del trabajo era
tremendamente controvertido.
En un editorial titulado “Cómo creer en lo increíble”, “Nature” advirtió que
Benveniste había aceptado que otros biólogos viajen a París para estudiar el
descubrimiento.
El especialista, de cincuenta y tres años, indica que no se siente
complacido al tener que publicar los resultados de sus investigaciones cuando
aún no se sabe qué produce la reacción a pesar de la aparente desaparición
de la molécula.
Otro factor inexplicable es que el experimento es sólo exitoso si el líquido
con que se efectúa la dilución es agitado vigorosamente.
El ganador del premio Nobel de Química Jean-Marie Lahan declaró durante
una entrevista para el diario “Le Monde”: “Estos resultados son inquietantes,
muy inquetantes”.
“No veo de qué manera en biología, habiendo desaparecido una molécula,
puede transmitirse información que estaba contenida en ella”, agregó.
“Si estos resultados se confirman –y ello no es imposible aunque las
probabilidades sean muy exiguas- pondrán en tela de juicio toda la base sobre
la cual se asienta el conocimiento molecular”, destacó Lahan.
Como se comprenderá, este descubrimiento –que sí reúne todas las
credenciales exigibles por el ambiente académico científico- es invalorable a la
hora de fundamentar la sobrevivencia a la muerte, ya que si una molécula –
entidad física- no solamente demuestra así una correspondencia energética
inherente sino, más aún, señala la extensión cualitativa y cuantitativa en lo
temporal que la misma acusa, se hace difícil negar tal acerto. Pues el
descubrimiento de Benveniste demuestra que la “memoria” (en el sentido
energético del término) no sólo continúa existiendo después de la desaparición
física de aquella (su muerte) sino que amplifica su efecto a través del tiempo y
a través del espacio y la materia. Dicho de otra forma, esta condición se opone
a la destructiva Ley de Entropía, conformando un ejemplo destacable de
Negantropía y, si se quiere, de evolución post-mortem. Y si una sencilla –
estructuralmente hablando- molécula presenta tal efecto, ¿qué no puede
esperarse de esa concepción holística cuerpo-mente, ese complejísimo y sutil
entramado orgánico, energético y emocional que llamamos “ser humano”?.

102
CAPITULO XVI

UNA REIVINDICACIÓN DE LA ASTROLOGÍA

Una de las razones habitualmente esgrimidas por los escépticos para


denostar a la ciencia astrológica es, aunque parezca un mero juego de
palabras, precisamente lo que emana de las líneas que anteceden, es decir,
que ningún concepto de cientificismo puede compatibilizar con las propuestas
astrológicas. De hecho es extremadamente difícil encontrar, por lo menos en
los estratos académicos del “establishment” científico, un profesional que
acepte dedicar cierta dosis de duda racional –o debería decir “razonada”- a
esta disciplina, y si bien el primer pecado de tales denostadores pasa por su
absoluto desconocimiento de textos, fundamentos, filosofías y técnicas
astrológicas, se suele decir que el mismo despropósito de su existencia
invalida cualquier merecimiento de atención que pudiera brindársele.
En realidad, deberíamos convenir que sólo merece considerarse una actitud
respetable –intelectualmente hablando- el rechazar una propuesta cuando la
misma ha sido debidamente examinada y se han señalado, más allá de toda
duda posible, sus errores metodológicos. Y, en consecuencia, sólo quien se
haya especializado en una determinada técnica tiene derecho a señalar los
errores –reales o supuestos- de la misma, precisamente porque la conoce
hasta sus mínimos detalles. Consideremos, como ejemplo, otra rama del saber
cualquiera: por ejemplo, la Medicina. Si de hablar de sus desaciertos se trata –
y, en lo que respecta a la occidental y alopática, vaya si los tiene- seguramente
estaría muy mal visto que se dedicara a criticarla un astrónomo, un botánico o
un físico. Sólo los médicos tienen derecho a hablar (bien o mal) de la misma.
Es obvio.
¿Es obvio?.
Con la Astrología vemos que ello no ocurre, ya que astrónomos,
matemáticos, médicos, cualquier doctorado se cree habilitado para opinar –
generalmente en forma pésima- sobre la misma. Y si se me permite, no creo
que realmente aquellos sepan mucho sobre el tema.
Tomemos el caso de los astrónomos. Su conocimiento de las
características físicas y comportamiento mecánico de los astros no los habilita
para incursionar en un terreno netamente esotérico –en el buen sentido de la
palabra- como es el que nos ocupa. Ya que si bien algunas de sus
afirmaciones son ciertas poco le hace a la Astrología correctamente entendida.
Es cierto, como ellos suelen señalar, que las constelaciones no son las
mismas hoy que hace cinco mil años por lo que, por ejemplo, el Aries de aquél
entonces corresponde estelarmente al Tauro de hoy y así sucesivamente,
como consecuencia natural de la precesión de los equinoccios. También es
cierto que los planetas –salvo el sol y la Luna, el primero por su masa y la
segunda por su proximidad- no influyen ni gravitatoria ni energéticamente en

103
los seres humanos; bien decía Carl Sagan que, en el aspecto gravitatorio,
seguramente influía en un recién nacido más la masa del médico obstetra que
la de Marte, por caso. Y que aún en el caso de la influencia de un planeta
cualquiera sobre el ser humano, determinadas condiciones planetarias
deberían afectar a todos loas hombres exactamente por igual, y no
favorablemente a unos y desfavorablemente a otros, según el momento y lugar
de nacimiento de cada uno. Así, si Marte –para seguir con el ejemplo- está
“mal aspectado” debería estarlo por igual para todos los seres humanos, si de
influencias físicas o energéticas se trata, y no acentuadamente para tal o cual
signo.
Pero en realidad debemos convenir que tales críticas sólo son aceptables si
se desconocen los verdaderos fundamentos de la Astrología cosa que por
cierto es en la que incurren muchos supuestos cultores de esta disciplina; lo
que quizás explique los graves errores que en nombre de aquella se cometen
reiteradamente. Claro que, al igual que en muchos otros campos del saber
humano, en esta ocasión la culpa no es de la Astrología sino de los astrólogos.
O, al menos, de algunos de ellos.
Esto se comprenderá más fácilmente en el momento de explicar que la
filosofía hermética de la arcana Astrología enseña que cuando se habla de
Marte, Luna, Mercurio, etc., en realidad no se está hablando de los cuerpos
físicos que conocemos astronómicamente con tales nombres, sino de sus
correspondencias simbólicas expresadas –si ustedes gustan de los términos
psicologistas- en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, basándose en el
Principio de Correspondencia, piedra basal de la estructura intelectual
ocultista.
Según el mismo, como escribiéramos anteriormente, el Universo es una
multiplicación de sucesiones holísticas; lo que es lo mismo que decir que la
parte de un Todo es igual, microcósmicamente hablando, a ese Todo. Así,
como he analizado en otra parte, toda la naturaleza tiende a demostrar que
cada elemento se refleja en mayor o menor proporción en el sistema que le
rodea pero del cual es también parte indivisible: la palma de la mano refleja su
vida, su carácter y su salud, esta última también visible en la planta del pie
(“reflexología”) o en el pabellón de las orejas (“auriculoterapia”) y, a fin de
cuentas, así como el sistema en el que vive el hombre (la Tierra) es un setenta
por ciento agua y un treinta por ciento materia sólida, él mismo es también un
setenta por ciento líquido y el resto materia sólida.
Como la moderna psicología ha demostrado, el Inconsciente Individual de
cada habitante del planeta, más allá de acumular y reflejar las vivencias
particulares de cada persona, forma parte de un gigantesco entramado que
conocemos como Inconsciente Colectivo. La Ley de Correspondencia enseña
que no sólo los arquetipos del Inconsciente Colectivo se reflejan –
corresponden- con los del Individual, sino que también todo lo que existe
físicamente en el Universo debe existir en otros planos, tales como el astral –
sobre cuya hipotética realidad hemos discutido en otro punto- el energético y –
atención- el psíquico. De manera tal que el Inconsciente Colectivo contiene
también imágenes arquetípicas, simbólicas, que se corresponden con la
naturaleza –esotéricamente hablando- de Marte, Mercurio, etc. Esto se

104
comprenderá mejor si retornamos al evidente ejemplo de los cuatro elementos
constituitivos del mundo: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Según enseñaban los
antiguos Maestros, todo cuanto conocemos se compone de cuatro elementos y
sólo esos cuatro ya indicados. Podemos cometer el grosero error de pensar
que esos filósofos creían que la tierra, el agua, el aire y el fuego formaban al
mundo, y así caeremos en el olvido de que ellos en realidad se referían a
categorías en las cuales esos elementos llamados “tierra” (si pensamos en la
que pisamos), “agua” (la que fluye por los ríos), “fuego” (el de la hoguera) y
“aire” (el que respiramos) no son en realidad sino la expresión más grosera,
más material, de unos cuatro primeros principios elementales de los que
esos gases, líquidos o materias son apenas una de sus manifestaciones. Así,
cada elemento representa en realidad un conglomerado de conceptos o, más
correctamente, entes teleológicos. Por ejemplo, al “fuego” se asocia, sí, el
fuego de los fósforos, pero al “fuego” corresponde también el abstracto
concepto de “peligro”, algunos signos zodiacales (Aries y Leo, por ejemplo), el
color rojo, ciertas notas musicales, etc. De esta manera, el Marte al que se
refiere la Astrología en una circunstancia dada, es a la correspondiente
simbólico-astrológica propia del Inconsciente Colectivo y proyectado
microcósmicamente en el Inconsciente Individual del sujeto de referencia, del
Marte astronómico.
En el momento del nacimiento, la carta natal establece cuál era el aspecto
del cielo en ese punto del continuun espacio-temporal que es original y con
características propias e irrepetibles pues, por caso, sólo habrá un Juan
Antonio Pérez nacido en buenos Aires el 17 de setiembre de 1944 a las 05.33
hs y sólo uno. Habrá otros Juan Pérez, u otros individuos nacidos en ese lugar
o ese momento, pero sólo uno que reúna todas esas características.
En consecuencia, la matriz astrológico-simbólica inmanente al Inconsciente
Colectivo (reflejo correspondiente y microcósmico, recordemos, de los
aspectos físico-astronómicos que el Universo que nos rodea va adoptando en
ese momento) coexistente en ese punto, se proyecta holísticamente al
Inconsciente Individual del bebé. En consecuencia, las variaciones sidéreas del
cosmos provocarán variaciones semióticas en el Inconsciente Colectivo y las
correspondiente en el Inconsciente Individual de cada hombre, modificadas por
la variable particular de la matriz astrológica del momento de nacimiento,
redundarán en conductas (provocadas obviamente por motivaciones, aunque
en este caso no de índole vivencial personal) diferentes para cada sujeto. De
allí otra correspondencia: si bien idénticos signos tienen, a “grosso modo”,
posibilidades parecidas (como las biotipologías humanas indican respuestas
psicológicas similares), los detalles de un horóscopo (situación de la Luna,
aspectaciones, planetas retrógrados, etc.) implican eventos con apreciables
diferencias (como la educación, el arrastre cultural y otros contenidos hacen
que dos biotipologías no discurran necesariamente por los mismos caminos).
De todo esto se desprende la clave fundamental de la Astrología que no
supo ser comprendida, insisto, aún por muchos astrólogos: nuestro campo de
estudios se alimenta de datos astronómicos, pero concluye sobre procesos
simbólicos y psicológicos.

105
En este sentido, entonces, hasta los aspectos más burdamente criticados
de la Astrología adquieren la fuerza de la verdad: es egocéntrica en una
época donde este concepto ptolemaico está completamente caduco y es
correcto que lo sea ya que para el hombre, psicológicamente hablando, él es el
mismo centro del universo. Es determinista en la medida que, como enseña la
Psicología, los impulsos y vivencias básicas del individuo inclinan su existencia
en un determinado sentido, requiriéndose un esfuerzo no menor al necesario
para variar la presión de las estrellas para oponerse a su tendencia.

Por otra parte, la crítica enunciada al principio, en el sentido de la


retrogradación de las constelaciones zodiacales carece de aplicación en el
tema que nos interesa ya que, aunque este dato importantísimo sea ignorado
aún por la mayoría de la gente (defensores o detractores), signo zodiacal y
constelación zodiacal no son la misma cosa. En efecto, mientras que una
constelación es un agrupamiento hipotético de estrellas que conforman (con
mucha imaginación, ciertamente) una figura en el cielo, y es dicha constelación
zodiacal cuando se ubica sobre la circunferencia de la eclíptica (o ruta
aparente del Sol en el cielo), un signo zodiacal es un espacio vacío de treinta
grados a ambos lados del eje de rotación del plano de la eclíptica. Las
constelaciones, en consecuencia, pueden variar, retrogradar por el movimiento
de precesión de los equinoccios, cambiar su configuración o su cantidad. De
hecho, es lo que ocurrió recientemente con el “descubrimiento” de una nueva,
la Araña, y que llevó a que los improvisados de siempre hablaran y escribieran
sobre la “hecatombe de la Astrología a la que al haberle aparecido un nuevo
signo, echa por tierra las especulaciones sobre los otros doce” y que, como
vimos, nada tiene que ver con los signos clásicos, ya que estos, al ser
espacios “en blanco” en el firmamento, permanecen constantes. El hecho de
que constelaciones y signos lleven los mismos nombres se debe a la
coincidencia espacial que tuvieron en los albores de esta disciplina, seis mil
años atrás, y que facilitaba su identificación.
Indudablemente, reconsiderar las enseñanzas, métodos y conclusiones de
la Astrología a la luz de estas consideraciones modificaría, susceptiblemente,
el punto de vista habitualmente escéptico y dogmático con que la comunidad
científica observa estos conocimientos.

106
CAPITULO XVI

“CASUALIDADES”
SIGNOS Y SÍMBOLOS DE LO TRASCENDENTE

El rey Humberto I de Italia llegó apresurado con su comitiva a la cena en


ese restaurante de Monza. Una apretada agenda aún quedaba por cumplir en
las horas siguientes –una velada de gala privada- y no tenía demasiado tiempo
para otras distracciones. Era el veintiocho de julio de mil novecientos y la
situación política era lo suficientemente tensa como parea no perder el tiempo
en desaprovechar estos pequeños respiros. Pero a los pocos minutos de
sentarse a la mesa, la observación de un integrante de su custodia lo
galvanizó: el propietario del local, que se había acercado para presentarle sus
respetos, era físicamente idéntico a él, un verdadero sosías. Trabados en
conversación, comenzaron a sucederse otras coincidencias que apasionaron a
los presentes: el gastronómico también se llamaba Humberto, había nacido en
Turín –ciudad en que vio la luz el príncipe- el mismo día y, al igual que Su
Alteza, su esposa se llamaba Margarita. Se habían casado el mismo día y la
víspera de ser coronado Humberto I el padre del propietario actual del salón
había fallecido, legándole el negocio. Coincidencias tan sorprendentes no
podían dejar de inquietar al rey, quien invitó a su homónimo a visitarle en
palacio unos días después para seguir conversando sobre el particular. Pero el
curioso encuentro nunca pudo concretarse: a la mañana siguiente, la bomba
arrojada por un terrorista terminó con la vida de Humberto I. Horas más tarde,
el otro Humberto era asesinado por dos delincuentes que penetraron en su
local.

Una de las especies más extrañas de peces es la conocida como “pez


mariposa”. Habita casi con exclusividad en las costas del Mar Rojo y frente a
los puertos árabes. Entre las características peculiares de su constitución física
figura el extraño diseño en su cola, que es así:

No muy lejos de sus dominios, en tierra firme musulmana, los humanos que la
habitan, en su mayoría mahometanos, viven murmurando como un sonsonete,
decenas de veces al día, la frase “No hay otro Dios que Alá”, frase que en
árabe se escribe, por supuesto, como:

En 1964 un accidente con fortuna llenó páginas de los periódicos de Detroit,


Estados Unidos. Un niño de un año de edad cayó desde el cuarto piso de un
edificio al descolgarse por una ventana ante el descuido de sus padres,, pero
milagrosamente salvó su vida al caer sobre un desprevenido transeúnte
llamado Joseph Fybed. Exactamente un año más tarde, el mismo niño cayó
nuevamente de la misma ventana y, otra vez, sobrevivió porque un paseante
actuó de colchón salvavidas. Era Joseph Fybed.

107
Miembro de la Cámara de los Lores británica, Sir Edmintby Godfry fue
asesinado el veintiséis de noviembre de mil novecientos once en una
comunidad llamada Greenberry Hill. Sus asesinos, posteriormente
caspturados, juzgados y ejecutados en la horca, se apellidaban Green, Berry y
Hill.

Anthony Hopkins es un actor inglés de larga y reconocida trayectoria en la


cual, seguramente, su papel como el psicópata psiquiatra Hannibal Lecter en
“El Silencio de los Inocentes” es tal vez el más popular en los últimos años.
Pero algunos hechos extraños jalonan su vida. Como el que le ocurriera a
principios de los años ’70, en que una compañía de teatro le propone llevar “La
chica de Petrovna”, de George Feifer, a la televisión. Interesado en la
propuesta y una semana antes de tomar contacto con el autor para charlar los
detalles, trata de conseguir por todo Londres un ejemplar de la obra, sin éxito.
Desmoralizado, cierto día en que esperaba el subterráneo en la estación de
Leicester Square, observa un libro abandonado sobre un asiento. Al recogerlo,
descubre que es un ejemplar de “La chica de Petrovna”, autografiado por el
propio Feifer.

Charles Francis Coghlan era un actor dramático norteamericano nacido en


1866 en la isla Prince Edward, en el golfo de San Lorenzo. En 1899, mientras
se encontraba de gira artística en Texas, una repentina fiebre hemorrágica
acabó con su vida. Fue sepultado en el cementerio local, pero no pudo
descansar en paz por mucho tiempo; en septiembre de 1900 un huracán
arrasa el cementerio y entre las numerosas tumbas que destruye y cuyos
féretros arroja al mar, se encuentra el de Coghlan. Las piadosas búsquedas de
las autoridades para recuperarlo y darle nuevamente sepultura fueron vanas.
Ocho años después, los atemorizados aldeanos de la isla Prince Edward, a
5600 kilómetros de distancia por mar, contemplan azorados como las olas
arrojan a la costa un ya podrido ataúd. Era el de Charles Francis Coghlan, que
por fin regresaba a casa.

El papa Paulo VI compró en 1923 un despertador que llevó siempre


consigo, en sus múltiples viajes y mudanzas. Durante decenios, la preciada
pieza de relojería sonó invariablemente a la seis de la mañana, hora en que el
pastor de los católicos iniciaba su jornada, hasta que en los primeros días de
agosto de 1978 pareció descomponerse. Llevado al relojero de confianza,
descansó en uno de los tantos anaqueles hasta que, sin que nadie siquiera se
aproximara a él, comenzó espontáneamente a sonar el día 6 a las 21.40 horas.
En el preciso momento en que, a algunos kilómetros de allí, Paulo VI moría.

El idioma inglés puede producir combinaciones muy graciosas en nombres


y apellidos. Como el muy común Brown (“marrón”) o Shoemaker (“zapatero”).
Pero tiene colmos que lo superan; si no, que lo diga el doctor Donald Tripplet
(“Tripplet” en inglés significa “triplete” y, por extensión, “trillizos”), conspicuo
obstetra neoyorquino a quien, contra todo cálculo de probabilidades, le tocó

108
atender tres partos de trillizos (y ninguno de mellizos, cuatrillizos o cualquier
otro número) en su carrera profesional.

Escritor y filósofo, Arthur Koestler siempre recordó su desconcierto al


descubrir, hojeando viejos periódicos, la tétrica historia que en el verano de
1884 protagonizaron dos sobrevivientes del naufragio de la yola “Mignorette”,
cuando el grumete Richard Parker, luego de largas semanas de boyar en un
bote a la deriva, fue golosamente devorado por su compañero de infortunio que
así sobrevivió. La historia, pese a ser terrible, no merecería ocupar lugar en
estas páginas si no repitiera puntillosamente los hechos ficticios relatados por
Edgar Allan Poe veinte años antes en un cuento donde coincide hasta el
nombre del antropófago: Arthur Gordon Pym.

Durante más de veinte años la familia Bithell, de Portsmouth, Hampshire,


sostuvo un almacén de ramos generales. Durante más de veinte años, un
cartel pintado cuidadosamente sobre dos cartones adheridos entre sí y colgado
ante un escaparate, rezaba: “Cerrado los miércoles”. Eso, hasta que un día
indicaron a una de las hijas, Hielen, que lo descolgara para hacer uno nuevo,
porque estaba sumamente deteriorado y porque, tras el reciente casamiento
del hermano mayor y su reciente incorporación como encargado del
establecimiento, otro iba a ser el día semanal de descanso. Al desarmar el
cartel, una de cuyas caras era el reverso de una vieja fotografía hallada en el
local antes de ser inaugurado, se descubre que en la misma aparece, entre
familiares, la pequeña Sheila, hoy cuñada de Hielen y, como ya habrán
adivinado, esposa de Steve, el hermano mayor.

Oriundo de Louisville, Kentucky, George D. Byson se encontraba de paso


por motivos de negocios pòr primera vez en octubre de 1937 en Nueva York. Al
azar casi, elige el Hotel Brown para pasar la noche, y al anotarse en recepción,
en plan de bromas, pregunta si no habíoa recado para él. Lo había. Era una
carta destinada a otro George D. Byson, al igual que el “nuestro”, alojado un
año atrás también en la misma habitación, la 307.

Hay suertes y suertes, pero algunas son desgracias cósmicas. Como la que
le ocurrió a Charles Barnaby, un oscuro ladronzuelo de Yorkshire que arrebató
en septiembre de 1967 la cartera de una dama a metros de un hotel, donde,
advirtiendo una respetable multitud, entró corriendo para confundirse en el
gentío... y descubrió a su pesar que se trataba de una convención de policías.

En 1968, la muy acreditada Sociedad Real para la Prevención de


Accidentes realizó su simposio anual en la localidad de Arrógate, Inglaterra,
pero debieron suspender las sesiones en la tarde del primer día. Se les
derrumbó encima parte del techo del salón.

A los alumnos del colegio Keep Hatch, de Workingham, Berkshire,


Inglaterra, más vale no hablarles de UFOs, que no son OVNIs sino
Unidentified Flying Omelettes (“Tortillas de huevo voladoras no

109
identificadas”) desde que en 1974, en una tarde soleada, sin nubes, aviones ni
globos, de algún lugar del cielo llovieron ingentes cantidades de huevos de
gallina que dejaron el patio de recreos hecho un desastre. A propósito, Keep
Hatch se traduce como “seguir empollando”.

A fines de 1967, el agente de policía Peter Moscardi, neoyorquino y


recientemente incorporado a su comisaría, da el número telefónico de su
oficina a un amigo para hablarse antes de las fiestas de fin de año. Sin darse
cuenta, equivoca el número correcto (40116) facilitándole el 40166. Una
semana después, en una ronda nocturna, descubre que la puerta de un
establecimiento textil se encuentra abierta a hora tan impropia como aquella.
Entra extremando las precauciones, cuando lo sobresalta el insistente timbre
del teléfono. Decide atender (en la presunción de tratarse de personal del lugar
para que concurrieran a cerrarlo como correspondía) para descubrir, claro, que
era su amigo que llamaba para saludarlo. Porque, como era de esperarse a
esta altura del relato, el número de teléfono del local era el 40166.

Carol Alsjough se levantó muy temprano esa mañana del 9 de febrero de


1979. Después de despertar a su hermana y su cuñado, se dirigió a la cocina
de la casita que poseían en Grand Rapids, Michigan, Estados Unidos, a
preparar el desayuno. Pero estuvo absorta largos minutos observando un
extraño carámbano de hielo que colgaba del marco de la ventana, producto de
la helada de la noche anterior. Extraño porque reproducía con absoluta
fidelidad una mano derecha, sus cinco dedos bien proporcionados, uno
oponible como el pulgar. Corrió a buscar su cámara fotográfica, tiró un par de
placas y de pronto un grito la paralizó: su hermana entró segundos después en
la cocina, la mano derecha sangrante envuelta en una toalla con la que
intentaba restañar la herida hecha al resbalar en el baño y caer sobre un frasco
de vidrio.

¿Cuál es el sentido de estas líneas?. Como el lector recordará,


oportunamente hemos hecho especial hincapié en las llamadas Leyes
fundamentales del Universo. Una de ellas era la así denominada Ley de
Causalidad. Y por mucho que hipoteticemos sobre la misma, por muy
coherente que aparezca a la cosmovisión ocultista, la certeza de su existencia
debe documentarse en hechos. Desde estas páginas, desafiamos a cualquier
pensador racionalista a explicar por la teoría de la probabilidades (y en
consonancia con el principio de economía de hipótesis) los ejemplos aquí
expuestos. Que no son extraños a una generalidad, ya que decenas del mismo
tenor obran en nuestros archivos y no lo volcamos aquí sólo para no aburrir
innecesariamente al hasta ahora paciente lector.
Este resumen de eventos anómalos nos remite a un concepto muy caro al
Ocultismo contemporáneo: los así llamados S.P.A.: Signos Precursores de
Acontecimientos. Hechos cargados de simbolismo, signos inequívocos de un
metalenguaje con el que alguna entidad superior trata de decirnos algo.

110
CAPITULO XVIII

LUZ Y SOMBRA DE DIOS Y SATÁN

“... y Dios dijo: “Hágase la Luz”. Y la Luz se hizo”... “En el principio, el


espíritu de dios flotaba sobre las aguas, y era Padre, Verbo y Espíritu
Santo...”.

Bíblicamente es reiterativa la mención del sonido, motivado


inteligentemente como energía generadora de formas, de pensamientos, de
obras. En Oriente, el concepto de “mantram”, palabra que significa “oración”,
habla de la seguridad de civilizaciones milenarias en el poder espiritual de
ciertas modulaciones de sonidos. Y vivimos –todos- en un universo que es eso;
uni-verso. Un solo sonido.
Un solo sonido. Expresión que deberá remitirnos a la Ley del Mentalismo,
pero que aquí adquiere otra dimensión, el comprender que el sonido como tal
es vibración, oscilación. Y el Todo (materia)+(energía)+(plasma), vibra
permanentemente. Todo, cualquier cosa, mis manos que teclean frente a mi
PC o la tecla contra la que cae con fuerza mi dedo son, en un nivel
infinitesimal, sólo vibraciones. Energía vibratoria es la que nos bombardea, nos
da vida o nos mata. Y estudiando las vibraciones, comprendemos como éstas
también definen un “ascenso de nivel” evolutivo en la naturaleza o, si se quiere,
una expresión cada vez más sutil de ese principio cósmico a que –otra vez-
debemos referirnos en la Ley del Mentalismo. En consecuencia, estudiemos
las progresiones vibratorias, atendiendo a los principios herméticos que dan la
sacralidad de ciertos números, y rozaremos un conocimiento que algunos, sin
duda, calificarían de peligroso.
La negantropía –negación de la Ley de entropía- habla de la importancia
del crecimiento geométrico (duplicación de toda cifra anterior) para definir una
estructura sinergéticamente coherente. Así, vemos en la siguiente tabla como
todas las vibraciones que existen a nuestro alrededor son agrupables en
“grados”, cada uno, duplicación del anterior:

1ª grado: 2 osc.p/seg
al
3º grado: 8 osc.p/seg______________________INFRASONIDOS
(Porque: 1º grado= 2 o.p.s.; 2º grado= 4 o.p.s.: 3º grado= 4x2= 8 o.p.s.)

4º grado: 16 ops
al
15º grado: 32.768 ops______________________OIDO HUMANO

16º grado: 65.356 ops


al

111
25º grado: 33.554.432 ops__________________ULTRASONIDOS

26º grado: 67.108.864


al
31º grado: 2.147.483.648__________________ONDAS ELECTRICAS

32º grado: 4.294.967.256


al
47º grado: 140.737.488.355.328_________ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS

48º grado: 281.474.976.710.656________ONDAS LUMINOSAS


49º grado: 562.949.953.421.312________ONDAS INFRARROJAS
50º grado: 1.125.899.906.842.624_______ONDAS ULTRAVIOLETAS
51ª grado: 2.251.799.813.685.248
al
60º grado: 1.152.921.504.606.846.976____RADIACIONES CÓSMICAS
61º grado: 2.305.843.009.213.693.952____RAYOS “X”
62º grado: 4.611.686.018.427.387.904____ONDAS MENTALES

este grado 62 es sumamente interesante. El número 62, por reducción


teosófica (adición entre sí de los dígitos de una cifra) resulta en 8, es decir, lo
que se llama en Filosofía Hermética el “cuaternario material filosófico” ($)
por 2, lo que simbólicamente significa el nivel máximo de evolución del
pensamiento humano. Pero a partir de aquí, la multiplicación geométrica
(duplicación de toda cifra anterior) tiene que definirnos otras cosas. ¿Qué
cosas?. Pues la energía que caracterice, ora a Satán, ora a Dios, Verbo
(Hijo=Cristo) y Espíritu Santo. Así:
63º grado: 9.223.372.036.854.775.800 = ENERGÍA SATÁNICA.
Pero 6 + 3 = 9. Numerológicamente, Satán se esconderá a veces en el 9,
un número que, junto con el 7, tradicionalmente simboliza a Dios. Porque,
según la filosofía simbólico-numerológica, el número que expresa al “contrario”
es el 6 (“casi” tan perfecto como el 7 o sea, dios). Pero el 6 siempre ha sido
un número enigmático. ¿Ustedes observaron el hecho de que se dibuja como
el 9, pero invertido?. ¿Por qué razón?. ¿Los antiguos, no fueron capaces de
crear un signo, un símbolo, distinto para expresar esa cantidad?. ¿O lo hicieron
ex profeso, para transmitirnos el conocimiento que “6” y “9” eran lo mismo,
pero al revés?. A fin de cuentas el número bíblico de la Bestia, 666, puede ser
reducido también a 9 ( 6 x 3 = 18 = 1 + 8 = 9 ).

Ahora bien, ¿por qué afirmamos la “divinidad” del 9?. En Ocultismo, uno de
sus principios rectores dice que la parte del todo refleja el Todo. Si hay un
orden, una armonía cósmica, un Dios, debe reflejar, aún en nimiedades, ese
orden. Es más, es imperativo, pues la esencia de Dios tiene que interpenetrarlo
todo, de lo contrario no sería omnisciente. Y el 9 tiene el sino de lo cíclico, la
perfección de volver a sí mismo, Ouroboros, el gusano cósmico que se
muerde la cola, el único número que cumple estas extrañas condiciones:

112
9x1=9
9 x 2 = 18 = 1 + 8 = 9
9 x 3 = 27 = 2 + 7 = 9
9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9
9 x 5 = 45 = 4 + 5 = 9 y así sucesivamente. Ningún otro número comparte
esta singularidad.

Pero veamos otros ejemplos:

123456789 x 9 = 1111111101 = 9
123456789 x 18 (9 x 2) = 2222222202 = 18 = 9 (1 + 8)
123456789 x 27 (9 x 3) = 3333333303 = 27 = 9 y así sucesivamente

También podemos ver la “pirámide mágica” usada como potente talismán,


pues expresa un orden divino en:

1x8=8 +1=9
12x 8 = 96 + 2 = 98
123x 8 = 984 + 3 = 987
1234x 8 = 9872 + 4 = 9876
12345x 8 = 98760 + 5 = 98765, etc.

Estas disquisiciones, así como la “sección áurea” (a la que nos referiremos


en su oportunidad) ilustran una síntesis del Ocultismo: ciencia (aritmética),
espiritualidad (la intuición de que Dios subyace detrás) y estética (la belleza de
su expresión).
Pero volvamos a nuestros “grados”:

64º grado: 18.446.744.073.709.551.616_____ENERGÍA CRÍSTICA

Numerológicamente, 6 + 4 = 10 = 1. El 1 significa Acción, Iniciativa. Cristo


materializó en Acto una salvación que ya existía en Potencia. Pero además, la
sumatoria de los números que constituyen el grado 64 entre sí da 7
(1+8+4+4+6+7+4+4+0+7+3+7+0+9+5+5+1+6+1+6), la acción manifiesta de
Dios. En cuanto a la del grado 63, otra vez 8,
((9+2+2+3+3+7+2+0+3+6+8+5+4+7+7+5+8+0+0) donde se ve que Satán es
“más humano” ded lo que quisiéramos. Entonces:

65º grado: 36.893.488.147.419.103.232_________ENERGÍA DEL ESPÍRITU


SANTO

Y 6 + 5 = 11. Los números 11, 22 y 33 son considerados “maestros” y no


reducibles entre sí, pues implican la Perfección. Luego:

66º grado: 73.786.976.294.838.206.464__________ENERGÍA DIVINA, o


vibración de Dios en la naturaleza.

113
Pero observen qué interesante. Volcadas a papel todas las series, se verá
que si reducimos cada una a un solo dígito, éste, necesariamente, será uno de
éstos: 2, 4, 8, 7, 5, 1 ... y la serie 248751 (que, por otra parte, 2+4+8+7+5+1
= 9) vuelve a repetirse hasta agotar los 66 niveles. Y anotemos estas
observaciones:

Serie divina de fluctuación: 248751 / 157842

Pero,
27 72
+45 + 54
81 18 (obsérvese que son series encolumnadas)
153=9 144=9
a su vez, 153
+ 144
297 = 9 (igual sumatoria individual
que series entre sí)

Posibles combinaciones de estos 6 números entre sí, en todas las


disposiciones posibles = 36 (lo que también es 9).
Total de la sumatoria integral de esas combinaciones = 1782 = 9.

Y,

248751 248751
+ 157842 - 157842
406593=9 9 0 9 0 9 = 27 = 9

Agrupación de a pares = 24 87 51
6 6 6

Total sumatoria de las 66 series entre sí = 6


Total sumatoria de los 66 grados entre sí = 2211 = 6
SUMATORIA ABSOLUTA de todos los valores reales de los grados,
cuantitativamente hablando: 147.573.958.676.320.946 = 6

¿Qué sacamos en claro de todo esto?. Que Dios y Satán son Yin y Yang,
quizás dos caras de una misma moneda, luz y sombra de una única fuente.

A propósito, es saludable observar que 64 parece el nivel máximo de


comprensión aprehendible por el ser humano en el aspecto crístico de la divinidad,
y en ese sentido, un juego cargado de tanto simbolismo esotérico como el ajedrez
cuenta con 64 escaques o casilleros. Un juego que el sabio persa Lahyr Sessa
creó para un aburrido príncipe hindú cuyo nombre se ha perdido. Maravillado, el
príncipe le dijo a Lahyr que pidiera la recompensa que deseara, y el sabio le

114
respondió que le bastaba un grano de arroz por el primer casillero, dos por el
segundo, cuatro por el tercero, ocho por el cuarto... y así hasta terminar.
Asombrado por su modestia, el príncipe lo citó al día siguiente para entregarle el
premio, mientras ordenaba a sus tesoreros preparar la “magra” recompensa. Pero
grande fue su sorpresa cuando el consejero real le informó que, según habían
calculado, no bastarían las cosechas de arroz de todo un siglo en toda la nación,
sembrando aún las áreas pobladas, para satisfacer la demanda. La cantidad de
granos pedido, como habrán advertido, era de 157.573.952.959.675.349.884 =
117 = 9. El límite de lo imposible para el humano.
Y en esta historia, también se encierra el secreto de la “multiplicación
geométrica” que constituyó la médula de estas líneas.

Para el interesado en cotejar las conclusiones aquí expuestas, facilito la


sucesión completa de los 66 grados:

i. 2
ii. 4
iii. 8
iv. 16
v. 32
vi. 64
vii. 128
viii. 256
ix. 512
1. 1.024
2. 2.048
3. 4.096
4. 8.192
5. 16.384
6. 32.768
7. 65.356
8. 130.712
9. 261.424
10. 522.848
11. 1.045.696
12. 2.091.392
13. 4.182.784
14. 8.365.568
15. 16.731.136
16. 33.554.432
17. 67.108.864
18. 124.217.728
19. 268.435.456
20. 536.870.912
21. 1.073.741.824
22. 2.147.483.648
23. 4.294.967.296

115
24. 8.589.934.592
25. 17.179.869.184
x. 34.359.738.368
1. 68.719.476.736
2. 137.438.953.472
3. 274.877.906.944
4. 549.755.813.888
5. 1.099.511.627.776
6. 2.199.023.255.552
7. 4.398.046.511.104
8. 8.796.093.022.208
9. 17.592.186.044.416
10. 35.184.372.088.832
11. 70.368.744.177.664
12. 140.737.488.355.328
13. 281.474.976.710.656
14. 562.949.953.421.312
15. 1.125.899.906.842.624
16. 2.251.799.813.685.248
17. 4.503.599.627.370.496
18. 9.007.199.254.740.992
19. 18.014.398.509.481.984
20. 36.028.797.018.963.968
21. 72.057.594.037.927.936
22. 144.115.188.075.855.872
23. 288.230.376.151.711.744
24. 576.460.752.303.423.488
25. 1.152.921.504.606.846.976
26. 2.305.843.009.213.693.952
27. 4.611.686.018.427.387.904
28. 9.223.372.036.854.775.808
29. 18.446.744.673.709.551.616
30. 36.893.488.147.419.103.232
31. 73.786.976.294.838.206.464

116
EPÍLOGO

Ciertamente, la ímproba tarea de tratar de dar visos “científicos” –en la


acepción del término que hemos visto a lo largo de este trabajo- al Ocultismo
es una tarea que recién comienza y satisfacerá a unos y escandalizará a otros.
Sin embargo, si nuestros análisis sirven cuando menos para que los
aficionados a este conocimiento arcano comiencen a descubrir por el esfuerzo
de su propia voluntad las claves lógicas que se encierran en sus enseñanzas,
a la par de acercar a otros el mensaje de tiempos antiguos, nuestra tarea habrá
recibido una sobrada recompensa. Porque en esta “lógica alternativa” y este
“metalenguaje” para expresar mensajes que campean por el Esoterismo, se
encierran las simientes no sólo de disciplinas que ganarán el futuro sino ,
quizás, de paradigmas culturales aún por descubrir, marcando así, no la
transformación de esta vieja, decadente y perimida civilización, sino el
nacimiento de una Nueva Civilización, el entorno real de un Hombre Nuevo.

GUSTAVO FERNANDEZ

Nacido el 29 de abril de 1958, pertenece al signo de Tauro con ascendente Aries.


Casado (su esposa, Claudia Sione también se dedica activamente a las
“disciplinas alternativas”) tiene dos hijos, Daiana y David. Nacido en la ciudad de
Buenos Aires, Argentina, desde hace años reside en la tranquila ciudad de
Paraná, provincia de Entre Ríos.
Su formación intelectual, además de haber pasado por las facultades de Ingeniería
Aeronáutica y Psicología, apuntaron a su formación como parapsicólogo (en el
Instituto Americano de dicha especialidad). Asimismo es 1er Dan de Karate-Do
(estilo Uechi-Ryu) y entre otros deportes sus aficiones son el andinismo (entre
distintas ascensiones lo hizo al Aconcagua, en 1991, desde cuya cumbre realizó
experimentos parapsicológicos con algunos colaboradores), el buceo deportivo, el
rugby y la aviación. Ha sido también instructor de supervivencia dictando
numerosos cursos en montes y esteros.
Como escritor (actividad que día a día le es preferencial) ha escrito quince libros:
Naves Extraterrestres Tripuladas (Ediciones Dronte Argentina, lra edición, 1976;
2da edición: 1978); Triángulo Mortal en Argentina (Cielosur Editora, 1978);

117
Introducción a la Parapsicología (Ediciones Nous, 1982); Un método práctico de
Control Mental (Ediciones Labrys, 1984); Los secretos del triunfo sexual (Servicios
Planificados Editora, 1985); Bioenergética (Mistery Center, 1985); Control mental
soviético (Mistery Center, 1985); Sabishi-Do: el camino de la dulzura (Mistery
Center, 1985); Parapsicología y ovnis en Entre Ríos (Editorial D’Elía, 1991); San
La Muerte: Tradición, rituales y oraciones (Ediciones Kan, 1997); Extraterrestres
en el pasado argentino (Ediciones Kan, 1997); Predicciones 99, astrológicas y
parapsicológicas (Editorial Mundo Entrerriano, 1998); El correcto uso del péndulo y
la pirámide (Editorial 7 Llaves, 1999); Normas jurídicas para el ejercicio legal de la
Parapsicología y el Tarot (Editorial 7 Llaves, 1999) y Ventana al siglo XXI (Editorial
7 Llaves, 1999).
Ha sido y es colaborador de distintos medios, especializados o no, de nuestro
país, Venezuela, España, Italia, Brasil y México. Periodista profesional (credencial
Nº 064 del Gobierno de la Pcia de Entre Ríos) ha realizado innumerables
programas de radio y televisión, en canales de aire o cable, tanto de la capital de
su país como en casi todas las provincias, como conductor, panelista o invitado.
En tal sentido, durante diez años dirigió el ciclo “Al filo de la realidad”, que desde la
emisora LT14 AM de Paraná era retransmitido por 29 emisoras de cinco provincias
argentinas y la red Iris de la República del Ecuador, así como durante cuatro años
el programa matutino “Buenas ondas” por FM América de esa ciudad. Fue
cronista de exteriores de Radio Splendid de Buenos Aires (donde en febrero de
1984 tuvo oportunidad de transmitir “en directo” el paso de una flotilla de OVNIs
sobre la ciudad, por ello seguida por centenares de testigos y tapa de los
principales diarios del país). Como conferencista, ha dictado más de un millar de
charlas en salas públicas y privadas. Como docente, centenares de alumnos han
participado de sus cursos en Argentina y países limítrofes. Ha organizado el
Primer (l981), Segundo (1982) y Tercer (1983) Congreso Argentino de Astrología,
el Primer Encuentro Argentino de Parapsicólogos (1980), el XV (1985) y XVI
(1986) Congreso Argentino de Ovnilogía, disertado en el Primer Congreso
Argentino de Bioenergía y Psicotrónica (1984), Primer Simposio Argentino
Brasilero de Cosmetología Médico Kinesiológica (1979), Segundo Congreso de
Parapsicología y Control Mental del Noreste Argentino (1987), Primer Congreso
Iberoamericano de Parapsicología (1985), asesor del Primer Congreso de
Parapsicología y Control Mental del NEA (1986). También presidió el Primer
Congreso Argentino de Parapsicología Aplicada (1984), Segundo Congreso
Argentino de Parapsicología Aplicada (1985), Primeras Jornadas Argentinas
sobre Cromoterapia (1985),, Segundas Jornadas Argentinas de Parapsicología
(1982), Terceras Jornadaqs Argentinas de Parapsicología (1984), Primer
Congreso Argentino sobre Fundamentos Científicos del Ocultismo (1987),
disertante también en el Segundo Congreso Nacional de Ciencia Extraterrestre
(1978), Primer congreso de Ovnilogía (1976), Primer Congreso Brasilero de
Ufología (1978), Primeras Jornadas Argentinas de Parapsicología (1980),
Jornadas Preliminares al Segundo Congreso Argentino de Parapsicología
Aplicada (1984), Primer Simposio Interdisciplinario sobre Vida Inteligente en el
Universo (1985), Encuentro 1986 sobre Situación del Fenómeno OVNI, Primer
Congreso Multidisciplinario sobre Adolescencia (1984). Director de la revista
gráfica Al Filo de la Realidad (números 1 a 5).Sus investigaciones originales,

118
además de las volcadas en sus libros y artículos, abarcan la ovnilogía de campo,
transcomunicación y psicofonías, fenomenología psi espontánea, arqueología
psíquica, y trabaja activamente en el desarrollo de un modelo experimental que
unifique la fenomenología parapsicológica con la ovnilógica, ámbito éste en el que
ha centrado sus intereses en los últimos años.
Tras haber integrado durante muchos años distintas agrupaciones privadas de
estudio y difusión, como socio o miembro directivo, desde 1985 dirige el Centro de
Armonización Integral (entidad difusora de las ciencias alternativas, inscripta en la
Superintendencia de enseñanza Privada dependiente del ministerio de Educación
de la Nación). De inminente aparición son sus siguientes libros: “Gemoterapia:
energía en las piedras”; “Fundamentos científicos del Ocultismo”; “OVNIs: Al filo
de la realidad” y “OVNIs: Guardianes de la luz, Barones de las tinieblas”. A partir
de mayo del 2000, ha lanzado “Al filo de la realidad”, revista electrónica quincenal
de distribución gratuita. Por otra parte, sus colaboraciones circulan
abundantemente por distintos sitios de la Web en castellano, inglés y portugués.
Actualmente, también, es corresponsal para la Argentina de la prestigiosa revista
británica Flying Saucer Review.

Para contactar: Artigas 792


(3100) Paraná
Provincia de Entre Ríos
ARGENTINA

E- mail: gustavofernandez@email.com
Teléfono: (0343) 4340-582

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